Aquel sábado el jefe nos alertó:
—Rodrigo va a ingresar a la zona. Necesito que estén pendientes del momento en que salga y me avisan inmediatamente.
No nos dijo a qué entraba, ni nos dijeron tampoco qué operación se iba a realizar.
Aquel día estuvimos pendientes de él pero no lo vimos por ningún lado. O sea, primero teníamos que registrar su llegada y debíamos inventar algo para confirmarlo. Entonces dijimos:
—Como hay un paso obligado a su llegada, nos vamos a llevar la pequeña camioneta para aquel sitio y realizaremos una promoción.
Bueno, pues trasladamos los granos hasta ese punto y anunciamos las rebajas: dos libras de tal, por tanto, tres libras por tanto, con el fin de quedamos el tiempo que fuera necesario en el mismo lugar. Pero estuvimos allí todo el día y Rodrigo no apareció.
En vista de que a las cinco de la tarde ya se nos había acabado la mercancía porque vendíamos mucho le pinchamos una llanta al carro, de manera que permanecimos allí un par de horas más. A eso de las siete de la noche Rodrigo continuaba perdido y un poco después nos comunicamos con el jefe:
—No apareció. ¿Qué hacemos?
—Bueno, váyanse, cámbiense y se ubican nuevamente en el mismo punto.
Nos cambiamos la ropa de trabajo y nos vinimos a beber, pero primero me fui hasta la casa del Chocoano pensando que a lo mejor pudiera estar allí:
—¿Por favor, estará aquí el muchacho? Ya acabamos nuestra labor y necesitamos un ayudante que nos descargue unas cosas en la bodega.
—No. Fíjese que no está. Vuelva más tarde.
Nos fuimos a beber, o a hacer que bebíamos, y estuvimos toda la noche en el mismo punto, pero tampoco apareció. Fernando, mi socio, dijo que fuera a dormir un rato y volviera nuevamente para que lo reemplazara.
Transcurrió prácticamente toda la noche sin un solo movimiento, sin una simple sospecha de que había aparecido. Fuimos a descansar una hora o algo así y volvimos a la calle.