Fue a comienzos de septiembre —veintiún meses después de haber comenzado a buscar al objetivo— y a raíz del aviso del Paisa para que se la llevaran ocho días después, se decidió montar la operación final y se empezó a hacer un trabajo que llamamos paquete operacional para presentárselo a mi general Óscar Naranjo. El nombre, Operación Dignidad, lo había elegido él a raíz del sacrificio del gobernador y de su asesor de paz.
El plan era muy completo. Habíamos hecho un trabajo juicioso. La planeación se inició al día siguiente de presentar el proyecto, se comenzó por disponer de unos cien hombres y se fijó un puesto de mando en Puerto Salgar, cercano al área donde se encontraba el guerrillero.
Luego se les notificó a los mandos que había un agente de Inteligencia infiltrado, pues como se coordinó con la Fuerza Aérea, todo dependía de que Rodrigo —para el caso, un funcionario— marcara la hora de partida con su salida del lugar.
Pero, por una tremenda coincidencia, justo tres días antes se escapó del campamento un guerrillero y lo abordaron en aquel pueblo llamado Vigía del Fuerte. Dijo que buscaba desmovilizarse y, desde luego, nos hizo una especie de plano ubicando el sitio en el cual se encontraba el Paisa; lo cruzamos con las coordenadas que teníamos y, por lógica, coincidió perfectamente con el GPS de Rodrigo.