RODRIGO (Inteligencia)

Con Marcela hicimos otras dos entradas por el mismo punto, pero más seguidas que las anteriores. Ya fue a los ocho días, también ingresando los sábados. Se habían vuelto visitas semanales, ya no eran cada quince o cada veinte días.

Luego de la segunda entrada tuve que viajar a Medellín a reunirme con mi jefe:

—Aquí podemos tener una posible oportunidad de operar. Necesito que hablemos personalmente para ir dándole una dirección definitiva al caso —me dijo.

La orden era que cuando regresara a la zona debía llevar conmigo la computadora personal y comenzar a enviarle los mensajes ojalá si pudiera en tiempo real.

A partir de aquel momento tuvimos comunicación directa y no volvimos a utilizar el sistema de buzón muerto a través de los socios. Eso quería decir que estábamos llegando a un posible desenlace.

La tercera entrada fue, sin embargo, quince días después de la segunda, y nos trasladamos hasta el mismo punto. Como desde el comienzo, yo cargaba mi canguro en la cintura y adentro el GPS, marqué el punto de desembarque que, desde luego, resultó ser el mismo de las veces anteriores, y como ya no tenía que enviar la información por el correo físico; simplemente escribía:

—De visita en la misma casa. Todo igual.

Gran avance: ya teníamos un punto exacto, y además, como ya hablábamos mucho más con Marcela, le dije:

—Usted ahora se está demorando menos. La veo más tranquila —y ella respondió:

—Lo que sucede es que ahora llegamos mucho más cerca. Eso está aquí adelante, no más de cien, ciento veinte metros de la playa. Para llegar al sitio no necesito caminar más de tres o cuatro minutos y lo encuentro ahí esperándome. El sitio es mucho mejor que los anteriores: una casa hecha con madera aserrada, un lugar más privado, con un generador eléctrico, y desde luego, luz y música, una computadora, un ventilador…

Me dio las especificaciones del lugar y tan pronto regresamos se las informé al jefe y los datos fueron cruzados por Inteligencia de Medellín con los guerrilleros desmovilizados que entrevistaban allí.

En aquella entrada el Paisa le dijo a Marcela que se verían a los ocho días. Nosotros asimilamos que el encuentro era en el mismo sitio y así lo informé.

Con aquella noticia el jefe estimó que había llegado la oportunidad que habíamos estado esperando y dijo que tan pronto saliera de allí y enviara la confirmación se llevaría a cabo el trabajo. Sobra decir que, desde luego, las comunicaciones eran encriptadas, en clave: yo decía «helado» y era un fusil «Paloma» podría ser un caballo.

Aquella semana estuve ansioso. Muy ansioso, porque si las cosas salían mal yo podría quedar en evidencia en cosa de minutos, pues sacarían unas conclusiones realmente sencillas más pronto de lo que cualquiera podría imaginar, y si yo no contaba con un margen para ponerme a salvo, me iba a morir.

Bueno, pues llegó el fin de semana. El viernes al atardecer arribó Marcela, pasó nuevamente la noche con el Chocoano que ahora parecía en celo y estaba pendiente de ella… Es que era una mujer realmente atractiva, provocadora y, al parecer, ganaba muy bien. Si, por ejemplo, el Chocoano recogía cuatrocientos millones de las extorsiones, a él le daban cuarenta, de manera que amaba su negocio. Y ella… Pues ella aprovechaba la situación y se venía a ganar por partida doble.