Di unos pasos hasta donde estaba Femando, lo miré, y…
—Ahora, ¿para dónde?
Caminamos cerca de una hora hacia cualquier lado, durante mucho más tiempo que cuando vinimos. Por fortuna todavía estaba de día, yo calculo las dos, las tres de la tarde, y al trepar a una colina empezamos a escuchar la pólvora del bazar que había en la vereda de la misa, de manera que hacia donde veíamos que se iban elevando los voladores avanzábamos, hasta que por fin encontramos gente en el camino.
Preguntamos dónde quedaba la carretera que iba de Urrao a Encarnación, nos dirigimos en ese sentido y finalmente encontramos el camioncito y a su lado un tarro con gasolina: no lo alcanzaron a quemar.
Por fortuna las llaves estaban en el arranque, de manera que no teníamos que ir hasta el pueblo por el duplicado, ni hacer el alboroto de que la guerrilla nos había interceptado, porque iban a preguntar realmente quiénes éramos nosotros. Es que ni siquiera la Policía local lo sabía, de manera que, silencio.
A eso de las siete de la noche, ya oscuro, cogimos el carro y cuando llegamos al pueblo todo el mundo estaba en plan de Año Viejo: rumba. Nosotros sólo queríamos olvidar aquel día.