MARIELA (Analista)

Ese mismo mes de junio, la comisión de Medellín obtuvo dos números telefónicos del Paisa. ¿Cómo? A través de víctimas que pusieron sus quejas. Según dijeron, la gente no podía llamarlo a él. El Paisa era quien se comunicaba con ellas.

Pedimos los reportes de las llamadas desde aquellos números durante esa primera mitad del año, pero los aparatos ya no se hallaban en funcionamiento. Ésa era una de las tácticas del Paisa ahora conocida por nosotros: él usaba un teléfono celular para extorsionar hoy —algunas veces él llamaba, otras ponía a sus colaboradores a hablar— y luego botaban el chip del celular o lo cambiaban.

Todos esos números y todas esas llamadas estaban en nuestras bases de datos. Eso era como lo preliminar acerca de información técnica, digamos, y quedó allí guardado para comenzar a integrarlo a todo lo que fuera apareciendo posteriormente.

El 26 de jumo recibí información del Costeño, un miliciano —guerrillero que se movía en la urbe— que proveía a los frentes subversivos de medios de comunicación y artículos de tecnología, y les entregaba, además, material explosivo. Nos habían comentado que delinquía, tanto en Barranquilla, Bogotá y Medellín como en el norte de los departamentos de Antioquia y Chocó, una extensa zona donde se movía el objetivo.

El Costeño estaba recluido en una cárcel de Medellín… Al analista le llega información de muchas partes y todo lo que estuviera asociado al frente Treinta y Cuatro, al Paisa, al bloque respectivo, terminaba en nuestras manos.

Una semana después se tuvo información acerca de la posible área de ubicación del Paisa en aquel momento, un rincón conocido como Bocas del río Murrí, cerca de Vigía del Fuerte. También nos llegaron números de algunos celulares con los que estaría realizando las coordinaciones para conseguir elementos logísticos y realizar las extorsiones.

La comisión de Medellín, a su vez, comenzó un trabajo de identificación de la familia del guerrillero y localizamos, por ejemplo, a una de sus hermanas, comerciante en un municipio lejano al río Murrí, realizamos controles sobre ella y comprobamos que nunca se comunicaba con el Paisa.

La comisión de Urrao recolectó información en cuanto a encargados de recoger los dineros de las extorsiones y terminando julio identificó a algunos de ellos por sus apodos. ¿Qué hacían? Extorsionaban desde Frontino y la gente de Urrao iba y cobraba. Se hacían llamar, por ejemplo, Arturo, el Chinche, Torombolo, Ninfa, Brother.

Igualmente nuestros agentes consiguieron algunos números de celulares de los extorsionistas e hicimos lo mismo: pedimos llamadas y comenzamos a integrar toda esa nueva información. Ahora corría agosto, mediados del mes.

Para esas fechas, o sea, siete meses y medio después de haber comenzado la operación, por fin fue verificado el nombre real del Paisa: Aicardo de Jesús Agudelo Rodríguez, y los de su núcleo familiar.

Con esa base se solicitó partida de nacimiento en un municipio llamado San Jerónimo y supimos que había nacido cincuenta y tres años antes.

Más tarde entrevistamos a un guerrillero desmovilizado que había permanecido tres años a su lado y nos dio información un poco más precisa sobre él: al parecer, se movía por los alrededores de un río llamado Mandé. Ahora teníamos dos puntos: Bocas de Murrí y el río Mandé.

Según él, en aquel frente se levantaban más o menos a las cinco de la mañana, desayunaban a las siete, almorzaban al mediodía y la comida dependía del lugar donde estuvieran reunidos. Se acostaban más o menos a las ocho de la noche y sobre el cambio de campamento daban aviso un día antes de abandonar el lugar donde se asentaban.

Aquel hombre dijo también que algunas veces regresaban a los campamentos abandonados si no habían sido intervenidos por la Fuerza Pública y que permanecían más o menos dos semanas en cada sido. Eso era favorable para nosotros porque en una operación como la nuestra, quince días pueden representar tiempo suficiente.

Las tácticas de la guerrilla habían cambiado luego de la muerte de un par de cabecillas importantes llamados Raúl Reyes y, más tarde, Iván Ríos. Antes confiaban más y ocupaban ciertas áreas durante más tiempo.

Lo llamativo es que el guerrillero desmovilizado contó que dos años atrás habían llegado al frente del Paisa tres extranjeros a darles instrucción militar. Aquéllos se habían reunido con los cabecillas del frente, incluido el objetivo, a quienes les entregaron películas sobre entrenamiento y manejo de armas.

Según él, los mercenarios habían ingresado por el departamento del Chocó, tierra de selvas y grandes ríos en el litoral Pacífico, por un punto conocido como San Antonio, cercano al campamento que estaban ocupando en aquella época.

A mediados del mes de agosto fuimos a la región en compañía de nuestro jefe y allá nos esperaba una persona de cada una de nuestras comisiones: una de Vigía del Fuerte, otra de Urrao y otra de Frontino, que se habían unido a los de la base en Medellín.

Allí comenzamos a escuchar —porque es muy diferente estudiar un documento a oír directamente cómo están viviendo las condiciones específicas de cada lugar y dónde están los riesgos o dónde las vulnerabilidades del trabajo—, y con estas bases estudiamos los pasos para continuar.

Analizamos nuevamente la información obtenida hasta ese momento, cuando va conocíamos diferentes ángulos del Paisa y sabíamos, gracias a la información de guerrilleros desmovilizados, que el bandido contaba con gente cercana que lo estaba abasteciendo.

Por ejemplo, el Paisa nunca se comunicaba con su familia que en realidad vivía muy mal, o sea que no estaba sacando dinero de sus fechorías para ayudarlos.

¿Qué creíamos? Que tenía prohibido mantener contacto con ellos y a su vez ayudarlos, precisamente por lo que él representaba para el frente.

Sabíamos que Paola, su compañera, durante los últimos años había permanecido a su lado y que las personas que estaban más cercanas a él en cuanto a colaboración en Frontino y Urrao eran cinco, pero de toda la información acerca de ellos nos atrajo de forma especial aquél a quien llamaban el Chocoano.

Ocho meses después de haber comenzado la operación, supimos también que el bandido hacía ir prostitutas al campamento, algo que hasta entonces ignorábamos, lo que indicaba que los controles no habían sido suficientemente estrechos y que lo que obteníamos por interceptación era realmente poca Las comisiones en la zona estaban obteniendo mucho más.

Como una de las consecuencias hicimos una especie de hoja de vida por cada persona de las allegadas al Paisa, así sólo conociéramos el alias, y cuanto iba apareciendo en tomo a ellas lo organizamos por fechas.

Como conclusión confirmamos de forma definitiva que realmente el más importante de todos sus auxiliares parecía ser el Chocoano y los socios que se movían en la población de Urrao debían concentrarse en él. Luego confirmamos que sus negocios reales eran, desde luego, transportar caiga y participar de un porcentaje del dinero de las extorsiones.

De aquella investigación surgió que inicialmente este hombre había sido víctima del Paisa, pero que gracias al tiempo y al acceso a los diferentes rincones en la zona rural donde el guerrillero estaba ubicado, ganó mucha confianza… Y dinero. Ante todo, dinero También se supo que les llevaba explosivos.

Otro guerrillero desmovilizado había dicho que ellos recibían, por ejemplo, estopines o iniciadores y cable detonante de manos del Chocoano quien guardaba ese tipo de materiales en un sótano de su propia casa. Finalmente que aquél también le prestaba ayuda al cabecilla principal del bloque, el tal Isaías Trujillo…

Luego establecimos que el Chocoano utilizaba dos celulares que tuvo activos prácticamente durante todo el tiempo, y en las comunicaciones que recibía del Paisa le decían Lupa Nunca otro nombre.

Otro de los contactos especiales del guerrillero se llamaba Javier y estaba ubicado en Cúcuta, frontera con Venezuela. Se escuchaba mucho su nombre, pues mantenía contactos en el país vecino y le enviaba aparatos de radio al objetivo a través de Medellín.

Ya finalizando ese agosto, hicimos comparaciones de voz gracias a que obtuvimos una comunicación entre el Chocoano y el Paisa que, como cosa rara, habló en aquella oportunidad. Tomamos la voz del guerrillero y la comparamos con una que teníamos desde cuando iniciamos el proceso, se le hizo algo llamado Estudio Técnico Acústico Forense que confirmó que aquella voz era realmente la del cabecilla. Con esa información, por lo menos confirmamos que el objetivo continuaba vivo.

A mediados de septiembre, el quince, se hizo un control físico y se identificó al Chocoano; había nacido en Domingodó cincuenta y cinco años atrás y tenía afiliadas a dos personas en un servicio de salud. No había información de esposa, ni de hijos. Para entonces, la comisión continuaba analizándolo muy bien, sin descuidar a otras personas que venían siendo objeto de extorsión.

Al día siguiente hicimos la verificación de un número en Medellín, puesto que en la comunicación con el Chocoano, el Paisa le había indicado que debía entrar en contacto con Carlos porque habían perdido su número.

Cuando el Chocoano cortó, hizo una llamada a un número fijo en Medellín y fue localizado por la comisión en un barrio determinada Allí se estableció que vivía una señora de setenta años, ama de casa, madre de un tal Carlos, empleado de unas bodegas en la misma ciudad.

Resultaba curioso que trataran de ubicar en la ciudad a una persona de parte del Paisa. Se hizo la verificación y a partir de allí sostuvimos aquel control.

Un punto clave era que mientras el trabajo avanzaba, se destacaba más y más la cercanía del Chocoano con el Paisa y por tanto la importancia de aquél parecía cada vez más estratégica para nosotros.

Efectivamente, para finales de septiembre la comisión de Frontino —como tenía identificados a varios de los milicianos que recogían el dinero de las extorsiones— confirmó que los auxiliares de aquel pueblo tenían en su poder una suma importante que debían entregarle al Chocoano.

La comisión les hizo seguimiento de Frontino hacia Urrao y, desde luego, captó el momento en el que el Chocoano se reunió con ellos y recibió el dinero.

Detalle importante porque se trataba de obtener pruebas físicas que iban a servir para un posible reclutamiento —convencerlo para que trabajara para nosotros—, pues estábamos elaborando un perfil muy completo de aquel hombre, de manera que en un momento determinado pudiéramos decide «Usted ha hecho esto, mire las fotografías, mire las consignaciones, usted recibió dinero tal día a tal hora, en tal punto…».

En la elaboración del perfil del Chocoano la comisión nos informaba periódicamente qué hacía, qué rutinas tenía, qué días bebía, si salía con mujeres o se veía que de pronto conviviera con alguna, cosa que no resultó así. Se trataba de un hombre muy solo y no había otra forma para presionado que no fuera a través de sus nexos con la guerrilla.

Sin embargo, el tipo era muy osado. En muchas de sus conversaciones decía, por ejemplo, «Si me van a coger, pues que me cojan. Yo no tengo nada que perder». Ése era un punto en contra de nosotros, porque decíamos «pues si lo vamos a amedrentar con esto y si eso no le importa…». Pero sí sabíamos que le gustaba mucho el dinero y su realización era estar viajando, comprando, vendiendo y a la vez le gustaba el riesgo y como que lo apasionada el hecho de ser colaborador del Paisa. Eso parecía alimentarle el ego.

Por aquellos días nuestro jefe analizó una vez más lo que temamos en cuanto a la personalidad del Chocoano, de sus gustos, de su trabajo con el camión y fue cuando empezamos a idear la forma de poner en escena a otra persona de nuestro lado, de comenzar a prepararla y de trabajar por un flanco diferente. Por ese motivo variamos un tanto el rumbo y decidimos no hacerle ninguna propuesta directa.

Ya para finales de septiembre se optó por elegir a alguien que reuniera ciertas cualidades asociadas al perfil del objetivo: cualidades era que no le molestara beber, que fuera alegre, muy buen conversador, que supiera cómo hablar cosas de guerrilla sin levantar sospechas, que ya tuviera experiencias en infiltraciones… Había dos muchachos.

Entonces, tras analizar la personalidad de uno llamado Rodrigo, que debía integrarse como cargador de camiones —o cotero—, entró en una etapa de preparación, pero no se le dieron muchos detalles del objetivo. Nos reunimos con él un día y se le indicó que debía hacer un nuevo trabajo de infiltración, que ensayara la manera de beber bastante sin llegar a emborracharse, tal y tal y tal…

«Hay que idear la forma de llevar consigo un localizador en algo que usted esté usando siempre, pero que no sea una prenda sospechosa», le dijeron antes de enviado a Caracterización. No le dieron más detalles. El trabajo de preparación lo comenzó a hacer el mismo Rodrigo.