El primer paso fue estudiar qué perfiles servían para ir y teniendo en cuenta la región, o sea, Antioquia, seleccionaron a Fernando, quien me iba a acompañar. La gran ventaja era que él conocía toda esa región, las costumbres, hablaba el mismo lenguaje y con el mismo acento, por lo cual iba a pasar desapercibido.
Como yo soy de otra zona del país fue necesario crear una historia para justificar cómo nos conocimos, de dónde nació nuestra amistad, por qué nos hicimos socios, etcétera.
Inteligencia hizo un libreto extenso y muy completo con la historia de cada uno de nosotros. Eso quería decir que teníamos que aprendernos la vida propia y luego la del compañero, partiendo de cero, es decir, desde cuando nacimos, los nombres de los supuestos padres, de los hermanos, de los dos, de los primos de ambos, sucesos de mi vida y sucesos de la vida de Fernando.
Aprendernos aquel libreto nos costó más o menos un mes y medio: la orden era practicarlo en todo momento, trabajo difícil ése de manejar otros apellidos, muchos nombres nuevos, fechas de cumpleaños.
Con ese fin nos caracterizaron las nuevas personalidades. ¿Qué es caracterización? Dejarme crecer el cabello, mi socio se dejó la barba, logró engordarse de la barriga para parecerse a un camionero, y bueno, nos hicimos quemar del sol como cualquier trabajador raso. Además, en la oficina simulamos muchas escenas afrontando situaciones difíciles: ¿Qué pasaría si nos detuvieran en un retén? ¿Qué actitud tomaríamos en tal o cual caso?
La historia comenzaba por un viaje que hice a una región determinada y allí, trabajando en el entorno de alguna plaza de mercado nos conocimos y a fuerza de coincidir en nuestras labores decidimos asociamos.
No teníamos un conocimiento exacto de la zona para donde íbamos y nuestra misión inicial fue trasladarnos al lugar, comenzar a explorar y a planear en qué íbamos a trabajar, fundamentalmente buscando un oficio que nos pusiera a nivel de los comerciantes que, al parecer, era uno de los gremios más castigados por la guerrilla.
En un comienzo no íbamos al pueblo todos los días para evitar sospechas. Simplemente aparecíamos por allí los fines de semana —domingo, día de mercado—, aprovechando, además, que aquélla es una zona turística en la que aparece mucha gente de los lugares vecinos. De esa forma pasaríamos inadvertidos.
Cada fin de semana nos íbamos en bus por diferentes caminos porque a esa zona se puede llegar de muchas maneras. Nunca llevábamos papeles que hablaran de la Policía y viajábamos como simples parroquianos. Por ejemplo, en la billetera yo tenía tarjetas de almacenes en una dudad lejana, para respaldar el cuento si por alguna casualidad tenía que decir que venía de allá.
En el pueblo empezamos a observarlo todo, una gente muy amable por cierto, muy hospitalaria. Era un domingo día de mercado, gran movimiento, gente caminando con rapidez, cargamentos, personas que se bajaban de carros, de buses, otras que se subían a ellos.
Allí tuvimos nuestra primera experiencia negativa. Nos acompañaba una cámara digital que supuestamente era la mía en plan de turista. No llevábamos cámaras de video, ni maletines, ni nada. Solamente aquella camarita y empezamos a tomar fotos para enviarles a Bogotá una idea de cómo era el lugar y como ayuda para escoger la actividad que íbamos a realizar. Aún no sabíamos si venderíamos helados, pasteles o si íbamos a traer un carro rojo que dijera «Merengón».
Las fotos recogían algo así como una lluvia de ideas sobre lo que más se movía allí. Tomamos varias, registramos algunas caras y llegó un momento en que nos sentamos a esperar qué línea de transportes nos servía para regresar. Pero al poco tiempo nos pusimos de pie y olvidamos la cámara sobre la silla de la cafetería. Esa nunca apareció. Apenas era el tercer fin de semana que visitábamos el lugar.
No había problema, pensamos, cualquiera que se la encontrara podría ver imágenes captadas por cualquier turista, pero sabíamos perfectamente que era un descuido preocupante pensando en que después nos pudiera suceder algo parecido con algún trabajo más delicada Era una alarma que comprobaba que cualquier descuido por pequeño que fuera podía ser fatal para nosotros y para la seguridad de todos los que nos movíamos ahora en busca del mismo objetivo, y desde luego, para la misma operación. Eso nos llevo a buscar sistemas más seguros en todo.
En aquella observación general establecimos finalmente la actividad que podríamos desempeñar en el pueblo que justificara el quedarnos allí, o sea, trabajar especialmente los días de mercado y vender lo que una parte de la gente vendía: granos.
Todo el equipo participó en planificar la vía por la cual nos iban a hacer llegar esas mercancías, cómo íbamos a montar nuestro negocio, dónde íbamos a embodegar las existencias, etcétera, y eso se demoró un poco mientras lo planificábamos.
Como complemento, se tomó la decisión de que nos harían llegar las mercaderías de forma periódica, a bordo de un carro controlado por satélite.
En las siguientes idas nos dedicamos a establecer cuál podría ser el lugar donde íbamos a vender aquellas cosas y además, lo ideal era que pudiéramos vivir allí mismo.
Buscábamos sitios pero la mayoría quedaban lejos del mercada Bueno, pues nos demoramos un poco porque no siempre uno llega y encuentra lo ideal, hasta que finalmente dimos con una casita no tan grande como la queríamos, pero bien ubicada para poder observar todo lo que sucedía alrededor. Era una casita de dos pisos. La señora en un principio parecía negarse a dejárnosla, y… «¿A ustedes quién me los recomienda? ¿Ustedes de dónde vienen?».
—Estamos empezando una sociedad para comerciar.
Finalmente logramos convencerla y, además, le prometimos que le pagaríamos tres meses por adelantado. A ella se le iluminaron los ojos. Luego hicimos un contrato a mano, sin notaría de por medio, sin misterios, y ya.
En primer lugar nos tocó reparar un poco aquella casa, especialmente porque tenía goteras, humedades y defectos que no podíamos exigirle a la señora que los solucionara porque no tenía los medios para hacerlo.
Nuestra explicación era que nosotros corríamos con esos gastos porque no podíamos permitir que se nos dañara la mercancía.
La casa era de dos plantas. En la primera se adaptó lo que iba a ser el local, se organizó de la mejor manera algo llamativo, algo bonito, y en la segunda acomodamos algo como una pequeña sala, un comedor, un televisor y un par de camas.
Obviamente nos tocaba cocinar y la mayoría de las veces nos turnábamos porque acondicionamos la casa con todo lo necesario, muy sencilla, sí, pero completa: un pequeño refrigerador, licuadora, cositas de ésas.
Mi socio sufría de calor y yo de frio, y me tocaba aguantar un ventilador toda la noche. Son cosas que uno debe estar dispuesto a afrontar.
Los primeros meses nuestro trabajo era, además, detectar más personas que estuvieran siendo extorsionadas y recibir información que ya se conocía en Bogotá y que nosotros podíamos verificar. Entonces, aparte de ser una comisión que iba a explorar, debía confirmar datos que estaban apareciendo por controles técnicos, por informes de guerrilleros que habían pactado su desmovilización con el Estada En Bogotá nos decían, por ejemplo:
—Ojo, allá hay unas personas a las que les dicen Tal y Tal. Deben trabajadas —así comenzó un interés muy especial, pero muy especial por un chocoano, dueño de un camión—: Traten de conseguir la mayor información acerca de ese chocoano, dónde vive, con quién vive, qué costumbres tiene —cosas de ese tipo para finalmente pensar en infiltrar en aquel pueblo a una tercera persona.
Después de montar el negocio nos llegó el primer cargamento de granos. Ahora teníamos que salir a ofrecerlo y optamos por la gente que bajaba del campa Las personas que piensan y planean, o sea el equipo, buscó dónde conseguir aquellas mercancías y la manera de hacérnoslas llegar. Nosotros simplemente recibíamos un pequeño camión frente a la casa.
En ese vehículo entró a actuar Rodrigo, el nuevo agente de Inteligencia que iba a jugar a la larga un papel clave. Lo hizo como cargador de bultos o como ayudante del chofer, o como le dicen en todo el país: como cotero y se trataba de que no lo relacionaran con nosotros.