OBJETIVO 2

Más que un bandido, aquel guerrillero fue todo un karma.

No. Fue la llaga más grande, representó la peor maldición con que cargo un sector de Antioquia —unos cuatrocientos kilómetros al noroccidente de Bogotá— cuando terminaba la primera década del siglo veintiuno.

Este hombre vivió años pisando el barro de la selva, y para algunos de los que recién lo conocían tenía una aparente veleidad de invertido porque se mandaba cortar y pintar las uñas con esmalte transparente, se podaba el cabello con una navaja, utilizaba desodorante, y según Marcela —una mujer prepago que venía del barrio acomodado de la capital de Antioquia—, «se echaba talcos de marca donde sabemos» antes de descargar su cuerpo sobre unas tablas y ejercer muy rápido, rapidísimo, su condición de macho.

—Luego volvía a bañarse las vergüenzas con agüita tibia —cuenta ella.

Sin embargo, once meses más tarde o algo así, se logró establecer que prácticamente todas las mujeres de su estructura pasaban por él, a pesar de que tenía una compañera permanente y cuando había embarazos mandaba llevar parteras para que practicaran abortos en el mismo campamento.

Marcela es una rubia de unos veintitrés años que estudió Administración de Empresas, pero por las leyes de la oferta y la demanda prefirió las camas de los tipos al manejo de otros bienes. Allí comenzó ganándose un dinero curioso, pero pronto halló el camino a la carta y se volvió una prepago.

Las cosas cambiaron, ahora se trataba de dos o tres millones de la época, a cambio de un buen rato en el elegante barrio El Poblado, o cinco o seis por un ratico en la selva, luego de recorrer kilómetros en bus, camión, mula y bote antes de llegar al escondite del Paisa, como le decían a aquel karma.

A él unos pocos lo habían oído mencionar cuando secuestro a Guillermo Gaviria, un gobernador de Antioquia, y a Gilberto Echeverri Mejía, ex ministro de Estado y su asesor de paz, y luego los sacrifico a balazos.

Pero los que realmente conocieron su pelambre fueron miles de seres a quienes extorsionaba a lo largo de municipios y veredas, gracias a que sus jefes lo habían alejado del alcance de la Policía de Colombia, pasándolo a algo así como a un tercer plano dentro de sus estructuras, y lo arroparon por varios frentes de guerrilla. En esa situación se movía sin descanso en una selva muy espesa y muy virgen.