SALOMÓN (Oficial de Inteligencia)

Identificado aquel seudónimo llegamos pronto al nombre verdadero: Helí Mejía Mendoza, digamos, un hombre de la cúpula de las FARC, un antiguo guerrillero que ingresó cuando niño a las filas de lo que llamaron en los años cincuenta «los bandoleros liberales», cuyo nombre real era Autodefensas Liberales de la región de Rioblanco: «Época de la violencia», una guerra civil con sus oponentes políticos.

Su padre fue superior de Tirofijo.

Más tarde, luego de ser infiltrados por el Partido Comunista, estos campesinos crearon la guerrilla de las FARC y Martín Sombra reingresó al grupo.

Desde entonces tuvo, digamos, línea directa con los cabecillas de esa organización. Fue creador de varios frentes, hizo cursos de conducción de tropas y Estado Mayor de Frente, dirigió más tarde la toma a la base militar de Girasoles en la serranía de La Macarena, al suroriente de Bogotá, y a raíz de esa operación fue distinguido con la máxima condecoración creada por las FARC para el caso: la misma de la fotografía.

Más adelante fue jefe de varios frentes guerrilleros.

En el marco de la Zona de Distensión fue encargado de recibir y guardar el dinero que ingresaba por concepto de narcotráfico y a comienzos del milenio recibió la custodia de militares, policías, políticos y «contratistas» estadounidenses secuestrados.

Posteriormente fue enviado a diferentes ciudades del país en busca de una intervención quirúrgica que lo curara de una lesión severa en una de sus rodillas.

Justamente como un paso dentro de los seguimientos que realizamos en su búsqueda y localización durante cerca de tres años, nosotros tuvimos a una pareja de agentes en las extensas llanuras al oriente de los Andes. La muchacha tenía el nombre de Sara. En esa operación su compañero de misión se llamó Samuel.

Ellos salieron para los Llanos Orientales, y se instalaron primero en un poblado infestado de guerrilleros llamado La Cooperativa.

La chica llegó allí con la historia de que había tenido que huir con su esposo por problemas personales, y Saúl, el del camión —un auxiliador de la guerrilla para tres frentes de las FARC—, los insertó en la zona.

Sara es una patrullera inteligente y llena de imaginación, que empezó a hablar de lo que creía era la filosofía de la guerrilla y así fue logrando acceso a ese mundo, de manera que le permitieron internarse y luego instalarse en una finca muy cercana al campamento de la guerrilla, ya en la costa de la selva amazónica.

Eso nos trajo muchas historias. Por ejemplo, Sara y Samuel entraron una tarde a uno de los salones de billares del poblado en busca de lo que llamamos un buzón muerto, y se encontraron allí con un grupo de guerrilleros.

Samuel contó luego que entre ellos había uno apodado Pija, un sicario, un matón de las milicias de aquella zona que, de acuerdo con lo que habíamos podido establecer, era enviado a diferentes lugares a matar gente.

Bueno pues el tal Pija comenzó a beber cerveza y a jugar, y como era el bravero del pueblo, los miró mal, sobre todo a Samuel, y de pronto, soltó al aire:

—Pues aquí entra mucha gente, pero muy poquitos salen.

Le clavó la mirada a Samuel y colocó su pistola encima de una mesa.

Decían que a Pija no le importaba nada matar a una persona. Disparaba por disparar. Desafortunadamente la pareja tenía que permanecer allí para entregar un mensaje y el trámite era inaplazable.

Bueno, pues finalmente lograron sortear la situación y hacer lo del buzón.

No puedo continuar sin contar primero la historia de Saúl, el del camión, aquel auxiliador de la guerrilla que terminó siendo la pieza clave para que Sara y Samuel se ubicaran en la zona de La Cooperativa, ese poblado perdido en los Llanos Orientales.

Esa historia comenzó en Arauca con Diana, una señora de unos sesenta años, cabello negro, una llanera maciza, fuerte, muy activa, muy despierta que por esas cosas de la vida terminó enrolada como colaboradora de las FARC a lo largo de la llanura: desde Arauca, al norte —frontera con Venezuela—, hasta el sur, en la región del Meta, a cientos de kilómetros por caminos y sendas de tierra.

Ella tuvo un hermano secuestrado por la guerrilla, solucionó el problema entregándoles sus pocos bienes, pero se enamoró de un cabecilla guerrillero, vivieron un romance y eso le abrió las puertas al mundo de los secuestradores.

Por ejemplo, allí conoció a un tal Granobles, hermano del Mono Jojoy —uno de los jefes importantes de aquella organización—, y con el tiempo eso le permitió convertirse en un buen contacto en aquellos inmensos territorios.

Obviamente que como era una mujer que trabajaba para ellos, mi acceso no podía ser directo y decirle de entrada: «Yo soy de Inteligencia de la Policía de Colombia Necesito que me ayude».

En aquel momento teníamos una comisión en Arauca —tierra de la vieja Diana— y otra en el Meta —tierra de Saúl, el del camión— y empezamos por hacer un trabajo para conocer quién era la señora y cómo se movía, pues informes de Inteligencia señalaban que ella intervenía en algunas cosas de la guerrilla, algo que llamamos la parte logística: comida, ropa de camuflaje, combustibles, medicamentos, esas cosas…

Inicialmente supimos dónde vivía, la individualizamos perfectamente, verificamos qué antecedentes judiciales tema, si tenía órdenes de captura pendientes, pero no, En ese sentido estaba limpia.

Una cosa particular es que ellos cuidan mucho a esa clase de personas. Las FARC se preocupan porque tengan una hoja de vida judicial en blanco para que no despierten suspicacias y puedan moverse libremente.

De hecho, Diana, la de Arauca, se movía sin ningún problema, pasaba por los puestos de control de la Policía y del Ejército en el área rural, porque, como ya lo habíamos establecido, ella entraba a los campamentos de algo llamado el Décimo Frente de las FARC para entrevistarse, por ejemplo, con un tal Misael, el segundo al mando, o con Arcesio, el principal de esa estructura, hombres importantes para el desarrollo del narcotráfico y, desde luego, de las finanzas de un sector de la guerrilla.

Pero también, ella hacía tareas para el Frente Veintisiete y por eso se movía hasta el Meta —la tierra de Saúl, el del camión— en funciones específicas: «Necesitamos a una persona que nos consiga celdas solares…».

Ella hacía los contactos y por lo tanto nunca transportaba las cosas personalmente, como sí sucedía con Saúl, quien más tarde nos ayudó con Sara y Samuel, la pareja del cuento.

Total, colocamos a una persona para que empezara a hacerle seguimientos a Diana, la de Arauca, a dónde iba, cuando salía a llamar por teléfono, las relaciones con su novio —era una señora entrada en años pero tenía su tinieblo—, mirábamos qué hacían los hijos, uno pequeño y otro mayor, es decir, estudiamos bien la composición de la familia, sus propios movimientos, su situación económica, de manera que cuando ya temamos la información suficiente, viajé a Arauca.

El contacto inicial con Diana lo hicimos de manera que pareciera inesperado. Yo pasé por su lado y dejé caer algunas cosas que llevaba en la mano, la señora tuvo que detenerse y me ayudó a recogerlas y, bueno, empezamos a hablar.

—Mire —le dije— yo vengo de tal ciudad, estoy aquí comerciando con teléfonos celulares, con baterías…

Inmediatamente me gané su atención porque sabía que eso era lo que ella le movía a la guerrilla.

Después la volví a buscar. Otro encuentro fortuito:

—Hola, ¿cómo vamos? Camine, tomemos algo.

Pedimos un par de cervezas, volví a hablar de las cosas que yo vendía, y de pronto le dije:

—Yo sé que usted necesita dinero. Usted no ha pagado servicios de agua y electricidad, está debiendo esto y aquello porque a pesar de que le mueven muchas cosas a la guerrilla los guerrilleros son desagradecidos con quienes les ayudan —luego le dije—, usted lleva dos meses sin pagar el colegio de su niño. Su hijo mayor lleva tanto de…

Ella me cortó:

—¿Usted quién es?

—No se preocupe, yo soy un amigo suyo, yo quiero ayudarle y vengo a ofrecerle un negocio.

Ella se puso nerviosa, empezó a temblar, yo nunca le dije que era de la Fuerza Pública sino que estaba interesado en los amigos con quienes ella tenía contacto.

—Es más: para que tenga confianza en mí, permítame, yo la pongo a hablar con alguien.

Fue muy particular. Arauca es un pueblo pequeño y todo el mundo ve con quién se reúne uno. Allá es muy difícil hacer un contacto con una fuente porque todo el mundo está pendiente de todo.

Le marqué a un guerrillero desmovilizado que había tenido una relación no amorosa pero sí muy cercana con ella.

Un guerrillero que había sido supremamente violento en Arauca, pero al parecer se dio cuenta de que estaba en un error y se desmovilizó: dejó las armas y pactó la paz con el Estado.

El teléfono comunicó, y se lo alcancé:

—Hable con su amigo —le dije.

—Pero ¿quién es?

—Hable con él —le repetí.

Cuando el tipo le habló y Diana le reconoció la voz, se quedó fría y empezó a respirar fuerte y a sudar. Ese tipo era perverso. Tenía fama en aquella región.

—¿Ahora sí me cree? —le pregunté—. Yo no vengo a hacerle nada malo. Vengo a ofrecerle un negocio. Usted necesita dinero, yo se lo puedo ofrecer, vengo a buscar información de su trabajo. Empezamos a hablar:

—Bueno, dígame.

—Yo sé que usted va con frecuencia al Meta y que usted me puede ayudar a llegar a un señor importante que está allá con Efreén.

—¡Martín! —exclamó la señora.

—Sí, claro. Necesito saber cómo llegar a él.

Desde luego esa conversación fue la última de varias reuniones, al final de las cuales ella aceptó:

—Mire, tengo a un amigo que les lleva alimentos, les lleva muchas cosas. Él viene mucho aquí a Arauca, yo me veo con él en mi casa o en Villavicencio en la casa de un familiar mío. Él está entrando frecuentemente a esa zona. A él lo quieren mucho, sobre todo porque tiene mucha ascendencia con John Cuarenta.

Estaba hablando de Saúl, el del camión.

Bueno, después de aquella reunión nos fuimos con ella hasta Villavicencio, la capital del Meta, el centro de actividades de Saúl.

Allí lo vimos de lejos una tarde. Pero hay una cosa particular: Diana, la de Arauca, nos hizo una presentación indirecta porque entre ellos se tienen mucho miedo: en las FARC todo mundo tiene miedo de todo mundo, «que si de pronto éste me entrega…».

Diana me dijo entonces:

—Yo voy y me reúno con él, se lo muestro y luego le digo quién es él.

A partir de aquel momento empezamos a averiguar quién era el tal Saúl y comenzamos un trabajo también dispendioso, parecido al que se hizo con la vieja Diana.

Por ejemplo, comenzamos por tratar de establecer los movimientos que hacía, pero él se nos perdía cuando pasaba por Puerto Lleras, un pueblo en el centro del Llano.

O cuando llegaba a Villavicencio, tomaba un avión, se iba para Arauca y lo seguíamos hasta allá, pero una vez entraba al área rural del Décimo Frente de las FARC o se pasaba para Venezuela, perdíamos contacto con él.

Pero ya, por lo menos, sabíamos que…

—Tal día, a tal hora usted se fue en tal avión, en tal ruta, llegó con tal camisa, mire esta fotografía: ¿Se acuerda cuando lo paró el ejército? ¿Se acuerda cuando lo paró la policía? ¿Se acuerda cuando tal señor le preguntó por la hora?

Cuando empecé a mostrarle las cartas una a una me pareció que había palidecido un tanto.

Hacer el contacto con él fue, digamos, fortuito: a este hombre le gusta ver fútbol y tomar cerveza. Y como tiene algún dinero se va a lugares exclusivos y se instala frente a una pantalla gigante en Villavicencio.

Una tarde llegó a aquel lugar y yo me senté a su lado. A mí no me gusta el fútbol, pero me puse a gritar con el tipo… ¡Gooool!, y brinqué.

Claro, él se dio cuenta de que yo estaba ahí, pedí una cerveza para todos, me dio las gracias:

—¿Qué hubo?

—¿Qué tal?

Ya por lo menos nos identificábamos visualmente.

En adelante empezamos a tener encuentros ocasionales, yo pasaba por su lado y él me veía como diciendo «A este tipo lo he visto en algún lado», yo no le hablaba, pero sabía que cada vez me le hacía más familiar.

Eso tomó su tiempo. Mi base es Bogotá, pero cuando sabíamos que él iba para Villavicencio yo también me iba a hacer la tarea del gol, pues no podíamos quemar las condiciones que habíamos creado en diferentes zonas porque los muchachos de Inteligencia hacen el trabajo a cubierta, hacen verificaciones, hacen control…

Digamos que el hombre público y el de los encuentros con Saúl, el del camión, era yo. Los demás permanecían a cubierta. La cara de la operación era yo. Los muchachos construían toda la información, fotografías, seguimientos, esas cosas.

Por ejemplo, para saber que él se llamaba Saúl lo hicimos a través de un puesto de control del ejército. Los muchachos tenían contacto con un teniente que comandaba una base, y le dijeron:

—En tal carro va una persona, por favor identifíquela.

Ese día él iba con Diana, la mujer de Arauca, y el teniente hizo lo que nunca se hace: tomó los documentos de identidad y se apoyó en el mismo carro para escribir la información. Eso le llamó la atención a Saúl, pero nosotros queríamos que él se diera cuenta de que había un control.

Bueno, pues cuando estaban en esa tarea le tomamos fotografías desde lejos… No resulta común que el ejército o la policía se pongan a la tarea de anotar, tomen un radio, pidan antecedentes a la base…

—¿La cédula tal, a nombre de quién figura? ¿Tiene requerimiento de alguna autoridad?

—Sin novedad, le respondieron.

Queríamos que él notara muy bien que había algo irregular, algo que se salía de lo cotidiano en aquel momento.

Después, cuando empecé a hacer el contacto con él, fui sacando poco a poco cartas para que se diera cuenta —como se hizo con Diana, la de Arauca— que yo sabía mucho más de lo que él podía imaginar.

¿Cuándo me le presenté?

El tipo es seguidor de cualquier equipo de fútbol: le gustan Millonarios, Nacional y los de Europa.

Una de las tardes de fútbol me le acerqué: estaban transmitiendo un partido en Italia, hicieron un gol y esta vez también lo celebré, me quedé mirándolo unos segundos y vi que él se dijo: «Me parece conocido».

Empezamos a hablar, me le presenté:

—Yo manejo baterías, tal, tal, tal, yo me muevo en Bogotá, en Villavicencio, en Cúcuta, frontera con Venezuela, traigo equipos de Panamá, vendo teléfonos celulares en Ecuador, de manera que, lo que necesite, con mucho gusto.

Yo había hecho imprimir unas tarjetas con un teléfono, le di una y Saúl me dijo:

—A usted lo necesito.

Así seguimos conversando y más tarde, le dije:

—Yo sé que usted habla frecuentemente con John Cuarenta, (cabecilla del Frente Cuarenta y Tres). Usted es muy amigo de John.

—¿De cuál John?

—John Cuarenta.

—Yo no conozco a ese señor. ¿Quién es?

—Ese señor es el comandante de tal estructura, tal, tal —le hablé como si fuera guerrillero—. No se afane, hermano, yo soy amigo suyo. No se preocupe que estamos entre amigos… Mire, le vengo a proponer un negocio —y destapé mi primera carta: hace un mes usted estaba en tal lado y se fue en avión para tal ciudad. Hace una semana vino aquí a Villavicencio, se vio con tales personas, llevó tales cosas de Puerto Lleras, Llano adentro. Usted se fue a ver con Efreén y a llevarle una encomienda tal día.

El hombre estaba paralizado:

—¿Usted quién es? —me preguntó.

—Me llamo Salomón Rodríguez y soy una oportunidad para que usted se gane un dinero. Yo represento al Estado. Usted no necesita saber nada más de mí. Quiero negociar con usted. Me urge encontrar a un señor que usted conoce.

—¿Quién es?

—Martín Sombra.

Se quedó callada Es que Sombra le tenían mucho miedo. Uno percibe ese miedo en la gente.

—¿Ustedes quieren a Martín? —preguntó—. Nunca lo van a poder agarrar.

—¿Por qué no?

—Porque él es imposible de capturar. Él se ha escapado de veintidós combates con el ejército y no tiene ni una sola herida. A él le han matado a todos los hombres y el único que ha salido ileso ha sido él.

—Nosotros estamos a lo bien y le aseguro que vamos a hacer un buen trabajo —le dije, pero el hombre no quería, no quería, y finalmente abrió la boca:

—Si quiere, dígame y yo le ayudo a ubicar a otras personas para que ustedes hagan la misma operación y los capturan pero es que a Martín Sombra nadie lo puede pescar… Mire una cosa. Una cosa muy seña: Martín Sombra tiene pacto con el diabla Cuando alguien trata de seguirlo, él se esfuma, se convierte en arbusto, se transforma en un animal, en un perro, en un cerdo. Por favor.

Diez días más tarde volví a Villavicencio a cumplir una cita con él. Allí alguien le prestaba un automóvil y esa tarde casualmente vi que estaba saliendo del vehículo y lo llamé por teléfono:

—Qué hay, hermano, ¿dónde anda?

—Voy saliendo para Acacias —dijo.

—Pero usted está en la ruta para Restrepo, en sentido contrario —le respondí.

—¿Cómo así? ¿Usted dónde está?

Después cuando nos vimos con él comprobé que ya estaba reclutado:

—Mire, hermano —me dijo—, por favor, créame, yo le estoy siendo fiel, yo le estoy trabajando, pero por favor, no me sigan más. Mire, me estoy muriendo de los nervios porque a donde voy siento que ustedes me están siguiendo.

Era su psicosis porque ya no tenían tanta gente como para hacer un control veinticuatro horas al día. En ese momento me impresionó una vez más ver cómo con algunos elementos de información podía ser controlada una persona.

Bueno, pues lo que él nos decía era lo que realmente estaba haciendo, a tal punto que se volvió ciento por ciento fidedigno en la información que me suministraba.

Para reforzar el reclutamiento de Saúl, como se llama esa fase, yo le decía.

—Mire esta foto.

Era la fotografía de cuando el teniente del ejército le estaba pidiendo la identificación al lado de un carro, y él respondió:

—Yo sí sabía que allí había algo raro porque anotaron el nombre de todos los que íbamos en ese campero.

Pero como yo no quería que supiera quiénes éramos nosotros, si Policía, Ejército o seguridad del Estado, entonces saqué otra fotografía en la que estaba en un puesto de control de la Policía. Entonces él quedó mucho más loco:

—Pero, hermano, dígame usted quién es. Usted con quién trabaja.

—No, hermano. Lo único que necesito es que usted sepa que yo estoy con el Estado y que soy una solución para que usted cambie su vida. No quiero que sepa nada más.

—No, es que usted me está arriesgando porque pone gente a que me vigile para saber qué hago cuando vengo a Villavicencio.

—Usted sabe que ésta es una dudad muy delicada y hay mucha gente que lo cuida a uno para saber si está hablando con la Fuerza Pública, pero tranquilo que aquí nadie me conoce. Nadie sabe que yo pertenezco a un organismo del Estado, entonces no se apure: somos amigos comunes y corrientes. Como le dije, yo soy un empresario, yo muevo elementos de comunicación y tengo cómo sostener mi imagen de comerciante.

Le fui bajando la prevención y sobre todo el miedo que a él le daba esa relación conmigo, porque temía que yo lo ubicara y que lo matara. Le dije:

—Tranquilo, no vamos a trabajar sobre John Cuarenta sino sobre Martín Sombra, de manera que por ese lado esté más tranquilo… Yo sé que Martín se encuentra en tal rincón, de La Cooperativa para adentro. Ayúdeme a ubicarla En ningún momento lo voy a poner en riesgo.

Empecé a darle unas pautas de trabajo sobre la seguridad personal, sobre las comunicaciones, sobre otros aspectos en una primera fase. Es que cuando uno está reclutando gente no falta el espía frustrado o sea el hombre que se arriesga mucho y por tanto se hace evidente. Por ejemplo, copiar los números de un teléfono sin que se los hayan dictado para traemos la información y alguien se da cuenta de lo que está haciendo. Eso puede ser un error fatal…

Le di las pautas y le dije:

—Todo lo vamos a hablar personalmente, anote mi número telefónico. Cuando me llame, mi nombre es Salomón. En la próxima venida a Villavicencio nos veremos. Tranquilo que yo sé cuándo va a venir usted, no se afane que cuando llegue yo lo contacto.

Así ocurrió, él me avisaba de sus viajes y yo le llegaba a diferentes lugares de la ciudad. Algunas veces iba en su camión, se detenía en algún semáforo, yo me bajaba del carro o de una moto y le tocaba en la ventanilla.

—¿Qué hubo, hermano?

Me subía con él y nos íbamos. Así lo mantenía loco. Nunca sabía por dónde llegaba yo, ni a qué hora, ni dónde lo iba a contactar.

Poco a poco él fue tomando confianza porque se dio cuenta de que nosotros éramos serios y muy exactos. Una de las peculiaridades que tenemos en Inteligencia es la puntualidad con las fuentes y no les prometemos miles de millones de pesos cuando una situación amerita diez, veinte. No pintamos pajaritos en el aire ni les mentimos. Les decimos:

—Nosotros estamos en condiciones de hacer esto y aquello: ¿Le sirve? ¿No le sirve?

—No.

—Entonces cuando tenga una información que nos pueda brindar y que usted se sienta bien con nosotros, la trabajamos.

No es bueno obligar a las personas a que colaboren porque eso afecta mucho la seguridad y la información.

Cuando empecé a explicarle, preguntó:

—¿Y qué gano yo con la entrega de Martín Sombra?

—Martín está en un segundo nivel. Es la clasificación que tiene el Ministerio de Defensa. Por él se pueden pagar hasta mil setecientos millones de pesos.

Cuando le dije «mil setecientos millones de pesos», a pesar de que él movía dinero, se le abrieron los ojos.

—Pero… ¿Eso sí lo pagan? —preguntó.

—Yo me he encargado durante bastante tiempo de formar parte de un comité en el Ministerio de Defensa que se encarga de pagar las recompensas y a fe que el Estado paga como dice. Obviamente que el comité evalúa la información, los resultados y con base en eso se paga. Pero se paga en estas condiciones: yo dinero por adelantado no le voy a dar a menos que necesite para el sostenimiento, el transporte, alguna cosa urgente… Le daré ese tipo de apoyos, pero no le voy a dar un millón de pesos por adelantado o diez millones. Eso no lo hacemos.

Le expliqué muy bien todo, le dije cuáles eran los procedimientos, cómo se pagaba… Él, por su parte, sabía que éramos puntuales y que lo teníamos muy bien controlado.

A esa altura contábamos con la fortuna de comprobar qué cosas sucedían del pueblo La Cooperativa hacia adentro del Llano. Diana, la mujer de Arauca, u otra persona nos las contaba y sabíamos cuando Saúl entraba y se iba a tal finca a encontrarse con Efreén, el cabecilla guerrillero.

Por ejemplo, supimos que en alguna oportunidad entró y se emborrachó, y yo luego le dije sin que mediara palabra:

—¿Se acuerda de la noche que usted se emborrachó y les llevaron unas muchachas de Puerto Lleras?

Él volvía a quedar loco. Loco. ¿Este hombre por qué sabe eso?, se debía preguntar, y me decía:

—Bueno, si usted tiene tanta gente, ¿por qué me toca a mí? Hermano, ¿por qué me buscó a mí? ¿Por qué no buscó a tanta gente que hay por ahí? ¿Por qué yo? Dios mío…

—Porque usted es la persona más madura, más sería, de manera que cuando yo le dé su dinero no se va a enloquecer gastándoselo y va a seguir trabajando allá… No espero que se termine este trabajo y usted se pierda. No. Necesito que usted siga con nosotros.

Realmente sabíamos que él no iba a perder la cabeza gastando el dinero, como sucedió una vez que pagamos doscientos millones de pesos a una gente y a la semana ya no tenían plata. La derrocharon en seis días. Luego los mataron.

Bueno, pues Saúl, el del camión, sigue trabajando allá y ahora tenemos determinado otro objetivo para actuar en otro frente y está haciendo también un buen trabajo: es metódico, no tiene prisa.

Porque ésa es otra cosa: el trabajo de inteligencia es pausado, tiene sus tiempos, así como la guerrilla dice que ellos son a temporal es, pues nosotros también.

Bueno, cuando estuvimos seguros de que este hombre era fiel con nosotros, cuando corroboramos que lo que nos estaba diciendo era cierto, le propusimos que nos ayudara a entrar a la zona del campamento guerrillero a una pareja de muchachos jóvenes, pero con miras a que se internaran más en la llanura, donde estaba uno de los puntos de descanso de la guerrilla.

El lugar que Saúl debía escoger tenía que ser punto de tránsito de Efreén, de Martín Sombra y de Pitufo, el segundo al mando. Se trata de un lugar que tiene la guerrilla para tomar trago, para escuchar música, para llevar mujeres.

Afortunadamente las cosas nos coincidieron porque una de las fincas aledañas a esa zona quedó desocupada, y él me dijo:

—Los voy a meter primero al poblado, pero un mes después o algo así, mientras Pitufo, el que maneja el dinero y las cosas de la cotidianidad de esa estructura, me da la entrada de los muchachos a la finca desocupada, los ubicaremos allá. Esa casa está muy cerca del anillo exterior de la guerrilla.

—Listo, hagamos eso —respondí.

Unos días después le presenté a Saúl, el del camión, a Sara y a Samuel, su marido, puesto que aquel iba a poner la cara por ellos ante la guerrilla. Efectivamente Saúl los introdujo en ese medio.

Saúl es un hombre muy suspicaz y por tanto lo prueba mucho a uno. En esa oportunidad me dijo:

—Estimo que usted no me va a quedar mal. Vamos al campamento y yo lo llevo para que vea qué es lo que hago por allá.

—Estoy listo, entremos.

Nos fuimos preparando porque eso no es tan fácil: se montó una barrera electrónica para seguridad mía. La operación debía durar un día y medio, es decir, entrada por salida.

Nos fuimos. Yo llevaba el cuento de que iba a ayudarle a introducir baterías y cosas de ésas. En el sitio hasta donde entramos había una construcción, si se puede decir construcción: una habitación, una especie de cocina, todo a medio hacer con tablas burdas, un cuarto grande donde se reunían los guerrilleros, un cuarto pequeño para un mando medio y un baño para el cabecilla.

Pero así como cuando uno de policía ve a un delincuente encuentra que no mira a los ojos y uno dice «Esta persona tiene algo. Algo le pasa a ese tipo… Ese tipo es un bandido», ellos también desarrollan ese instinto.

Me acuerdo tanto, pues yo había entrado con Saúl y a él todo el mundo lo conocía y todo el mundo lo quería y nadie lo molestaba porque es amiguísimo de John Cuarenta, no nos requisaron a pesar de que yo llevaba un morral. Nadie miró el morral, nadie me tocó para saber si iba armado. Nada. Absolutamente nada.

Saúl entró a hablar con algunos de ellos y yo llegué hasta ese punto en aquella oportunidad. Eso al fin y al cabo me sirvió porque más tarde buscaríamos ingresar algunos elementos especiales.

En este primer viaje un guerrillero indígena empezó a mirarme y si yo me movía él se movía, y empezó a meterle el dedo al disparador del fusil. Eso es inquietante. Cuando vi que la cosa estaba tensa, me le fui y le dije:

—Hermano, usted tiene esa fornitura —el arnés que llamamos nosotros— muy vieja. ¿No necesita que se la cambie? Yo le consigo una nueva y usted me da una platica, no mucha pero yo le consigo algo bueno y nuevo, hermano. Porque eso está muy molido, muy viejo.

De una vez el muchacho bajó la guardia, y yo seguí hablando:

—No, pues yo vengo aquí con Saúl. Díganme qué necesitan y yo se lo traiga Yo vengo dentro de un mes y medio, dos meses… Y empezaron los guerrilleros:

—A mí tráigame tal cosa…

—A mí tal otra…

—A mí tal otra.

Saqué pluma y papel y comencé a hacer una lista y de paso me quité al tipo de encima, pero fue un momento tensionante, tensionante, porque, ¿qué? Le pegan un tiro a uno y muerto se queda.

Aquella vez fuimos en un campero pequeño porque, ante todo, Saúl quería probarme en el sentido de si yo era capaz de ir con él. Obviamente yo ya estaba seguro de que el tipo no me iba a entregar. Por eso fui.

Allí Saúl me dijo:

—Martín Sombra va a venir por plata porque Efreén no le está mandando y lo citó para que viniera personalmente, sobre todo porque el Mono Jojoy —mono le dicen en Colombia a quien tiene el cabello claro— está exigiendo que le entreguen los dineros al viejo.

De hecho, el Mono Jojoy giraba dinero para Martín y Efreén se quedaba con él. Como quien debía responder era Pitufo, el de las finanzas, Efreén le exigía silencio o de lo contrario lo mataba.

Bueno, resumiendo, supe que Martin Sombra iba a salir a un sitio accesible para Sara y Samuel.

Como decía, la primera entrada fue en un campero, llevamos las cosas pequeñas que se podían entrar: unas baterías para linterna, unas linternas, unas medias, bueno… Llevábamos también avituallamiento, pero no mucho. En esa oportunidad le encargaron a Saúl que llevara comida en mayor cantidad.

Poco a poco la información de la gente nos fue trazando un perfil de Martín Sombra. Casi todos los que hablaban de él decían que aquel hombre rezaba a las muchachas para que se acostaran con él, y Saúl, el del camión, les dijo a Sara y a Samuel:

—Tengan mucho cuidado porque Martin tiene pacto con el diablo.

La gente estaba convencida, pero absolutamente convencida de que Martín era un demonio y que la Fuerza Pública, a pesar de que le había hecho tanta operación, no lo había cogido porque él se convertía en muchas cosas… Y si le gustaba una muchacha terminaba acostándose con ella. Y si ella no le hacía caso, él la rezaba y le trastornaba la razón por un tiempo.

Contaban, por ejemplo, que una muchacha del poblado bajó al campamento donde estaba Martín y a él le gustó la niña. Le gustan mucho las jovencitas.

Entonces la niña con su ímpetu de juventud no le puso cuidado al viejo, gordo, barrigón, barbado, y a él no le gustó el asunta Decían que la niña se quedó en el patio de la finca y Martín se fue hacia el monte, y desde allá empezó a mirarla, la rezó y luego se fue.

Después contaron que la niña de un momento a otro empezó a gritar y a correr como loca y partió dando voces por todo el patio y se fue desnudando y luego caminó hacía el monte, al lado contrario para donde salió Martín Sombra. Supuestamente ella perdió la razón y después la encontraron túmbila, como aturdida, pero ya le había pasado la locura.

Ése fue el preámbulo.

Una vez llegó Sara, le dijo:

—Cuando se vea con Martín, no lo vaya a hacer poner de mal genio. Llévele la corriente, pero, ojo que ese señor sabe embrujar a las mujeres y termina por acostarla.