Para comenzar estábamos casi en ceros. No es de extrañar. Contábamos con algunos datos tan vagos como «Es un guerrillero viejo en las FARC», o «Un veterano que tiene línea directa con Tirofijo, el cabecilla», o «Un tipo que sabe mucho de guerra».
Luego de varias entrevistas tuvimos informaciones muy abiertas que hablaban de alguien de la cúpula de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) guerrilla, pero no sabíamos ni el nombre, ni el apodo, ni la edad, ni la estatura, ni la procedencia… A partir de ahí comenzamos a trabajar en la localización de este objetivo.
Desde luego, el primer paso fue buscar un nombre en los archivos. Primero consultamos todo aquello que había sobre Tirofijo: empezamos por leer y memorizar hasta puntos y comas, si se quiere, y apartábamos lo que iba saliendo sobre compañeros, guerrilleros antiguos, veteranos de los Bloques y de los Frentes. Fue un trabajo de días. Al final encontramos a diez de mayor edad.
Con esta guía le dijimos al jefe:
—Hay estos diez cabecillas que son viejos, más de veinte años en la guerrilla de las FARC, y todos tienen contacto con Tirofijo según nuestros registros.
Se imprimieron aquellos archivos, se le mostraron y sobre ellos se continuó el trabajo.
Teníamos que conocer y saber quién era esa persona, por lo cual sugerimos hacer una reunión con gente del área de Operaciones: gente que tiene que ver directamente con las labores en el terreno. Necesitábamos armar un equipo para llegar a este objetivo.
Sin embargo, con una información tan débil quedé insatisfecho y continué buscando, buscando, basta encontrar que a aquél le gustaba el alcohol.
Éramos un coronel de Operaciones, un capitán de Inteligencia y yo como analista. Les mostré la selección de los diez cabecillas que habían durado doce, trece, quince y veinte años en las FARC. Tenían contacto con Tirofijo, pertenecían a un grupo que llamamos Marquetalianos, haciendo alusión al comienzo de las FARC. Se trataba de personas muy disciplinadas que conocían esa organización, conocían los estatutos de las FARC, sabían qué significa una guerrilla, una columna, un frente, un bloque.
En la reunión se acordó hacer contacto con una fuente que podría hablar sobre un guerrillero con esas características y se definió que yo manejaría la parte de análisis y Salomón, un mayor, se pondría a la cabeza de Operaciones.
Poco después Salomón manejó aquella fuente, habló con ella pero no encontró nada concreto, aparte de que el guerrillero que buscábamos había nacido en el mismo medio de Tirofijo Una tarde, Salomón me llamó nuevamente:
—¿Qué más le puedo preguntar?
—¿Cómo es esa persona? Si la ha visto físicamente que la describa. ¿En qué zona se encuentra? ¿En qué municipio o qué región? ¿Cómo la conoció?
Dos días más tarde nos reunimos y me dijo que se trataba de un guerrillero de quince años en las FARC. Eliminamos los de menos tiempo en el listada.
—El de quince años también bebe trago y sabe de guerra —les dije.
Más adelante llamamos al Programa de Atención Humanitaria y como nos dijeron que el objetivo era del Tolima, una región al suroccidente de Bogotá, preguntamos por guerrilleros que se hubieran desmovilizado en aquella zona.
Localizamos a cuatro del Frente Veintiuna Fuimos al centro de la ciudad y hablamos con ellos. Se trataba de mandos medios: siete u ocho años en las FARC. Sin embargo, tres aceptaron saber algo:
—Hay un señor al que le dicen Don Martin, que cuando iba a cierta zona, a la gente le tocaba guardar silencio y, además, prestarle seguridad. Es decir, irse a las afueras del pueblo, unos de civil y otros de guerrilleros y estar atentos a la llegada de ejército o de policía —dijo una.
Otro de ellos —que estuvo en el primer anillo de seguridad— dijo que «cuando Don Martín salía al pueblo se demoraba dos días, pero eran dos días de rumba en una casa, con trigo y mujeres jóvenes». Sin embargo, el tipo se mostraba reacia Veíamos que sabía mucho más pero prefirió callar.
Como es costumbre, antes de buscarlo nuevamente repasamos la información que nos había dado, la analizamos y estudiamos de quién se trataba. En la base de datos supimos que efectivamente se había desmovilizado pero que no tenía ingresos. Solución: ofrecerle dinero Dos días después le dijimos:
—Bueno, queremos saber más sobre la casa de las fiestas… A propósito, ¿quiere desayunar? Vamos.
En el desayuno no le preguntamos nada. Después fuimos a un lugar que nosotros llamamos «con ambiente controlado», es decir, con cámaras y grabadoras de sonido y allá lo entrevistamos:
—Queremos que nos hable de la casa de las fiestas. ¿Dónde queda? ¿Usted qué vio allá? ¿A quién vio entrar?
—Mire, el que vi entrar, que llegó en una camioneta cuatro por cuatro, es un señor gordo, vestido con ropa de camuflaje: era el que mandaba.
—¿Ése es Don Martín?
—Sí ése era Don Martín. A mí no me lo dijeron pero él era quien mandaba. Cuándo él entraba a la casa, dos horas después empezaba la fiesta. Dos días más tarde regresaba la misma camioneta y él se iba en ella. Nosotros nos quedábamos allí a la expectativa y a las dos horas nos daban la orden de volver a actividades normales.
—Descríbala ¿Cómo es?
—Una persona gorda, más o menos un metro con sesenta y ocho de estatura, cabello entrecano, tez morena, usaba gorra, es vieja.
A partir de allí abrimos una bitácora que registraba desde el instante en que empezó el trabajo anotando informaciones detenidas, día a día. Esta vez abrimos una carpeta llamada Objetivo Don Martín. Dentro de aquella incluimos otra que decía Avance con la fecha y el texto de la entrevista. A partir de allí abrimos nuevos interrogantes.
Cuando supimos cuál era la casa de las fiestas, en Planadas, un pueblo en el Tolima a unas siete horas de Bogotá, se envió una comisión para que verificara el sitio exacto y diera una descripción lo más detallada posible, vecindario, cosas así, y le pedí a Salomón fotografías de la casa y de quienes vivían en ella.
Él envió a dos personas de su equipo y ellos llegaron, averiguaron cómo estaba la zona, si se podía entrar al pueblo o no. En la Seccional de Inteligencia en la capital del departamento del Tolima preguntaron por la situación de orden público en Planadas. Les dijeron que era muy insegura, que en el área había presencia de guerrilla y que por tanto ellos no podían ingresar.
Desde Bogotá les ordenaron entonces entrar como policías uniformados, trasladados a la estación del lugar para hacer todas las actividades de un policía, no de Inteligencia sino de agente normal en su estación y, por su seguridad, se hicieron todos los trámites para que en la base de datos no apareciera que pertenecían a Inteligencia. Desde luego, tanto el comandante como los efectivos de la Policía local desconocían el plan.
En la Dirección les habían explicado su intención:
—Identificar la casa donde estuvo Don Martín. Deben mirarla, tomarle fotos, averiguar quién vive en ella, quién ha estado allá e indagar sobre el mismo Don Martín.
A partir de allí ellos se comunicaban con Salomón a través de buzón muerto —sitio oculto para dejar comunicaciones— o por medios seguros, y él, a su vez, nos alimentaba a nosotros como analistas. Con ese fin se creó un período de quince días para obtener resultados positivos.
Inicialmente enviaron fotografías de la casa y con ellas realizamos otra entrevista con el desmovilizado, le mostramos varias y entre ellas la que mandaron los enviados. Buscábamos comprobar el grado de veracidad de su información.
Obviamente al ver la hoja y ver las fotos de las diferentes fachadas, señaló la verdadera. Sólo necesitábamos eso.
Con esa base se tomó contacto con los policías de Planadas y se les dio luz verde para que continuaran indagando.
En aquella casa vivía un señor canoso de treinta y cinco años, de nombre José Ortega, que se mantenía sentado en una silla mecedora en la puerta de entrada. Se veía que le llevaban mercado y parecía tranquilo. Él era quien recibía al personaje. Ahora se trataba de que nuestros agentes hicieran contacto con este señor y nos dijeran quién era Don Martín.
Pero empezó a correr el tiempo y durante el primer mes no se pudo tener contacto con el tal José Ortega porque era muy cerrado, no hablaba con nadie, menos con gente de la autoridad. Finalmente los policías dijeron que hablaba mucho por celular.
Su trabajo consistió entonces en continuar controlándolo y esperar, hasta cuando un día se alejó de la casa y caminó hasta una central telefónica. Cuando se alejó, comprobaron que había llegado al lugar y cuando ocupó la cabina, uno de los policías se coló y trabó conversación con la telefonista. Finalmente salió el hombre, miró al policía pero lo vio muy concentrado en la muchacha y continuó su camino.
Pero cuando se alejó, aquéllos descolgaron el auricular y en la pantalla del sistema salió el número al cuál había marcado. Con ese dato iniciamos otra etapa de trabajo.
El número del celular nos llegó a través de un buzón muerto y con él la gente de Operaciones hizo un estudio de la sábana telefónica, es decir, la lista de todos los abonados con que se comunicaba ese número, y a partir de allí vino un análisis.
A través de un software especial obtuvimos una matriz que nos dijo, por ejemplo, que ese número marcó veinte veces a este otro número.
X número le marcó setenta veces a tal…
Con esta información empezamos a indagar en torno a los que tenían mayores frecuencias para establecer a nombre de quiénes figuraban, quién era una persona, quién era la otra… Y con sistemas de ubicación miramos dónde estaban «pegando» los celulares: es decir, dónde estaban ubicados.
Se sacó un rango de una semana y en ese tiempo Ortega hacía treinta llamadas a un tres-diez.
De ese tres-diez hacían veinte llamadas a otro tres-diez, pero éste sólo recibía y enviaba.
Total, sólo había comunicación entre ellos tres.
Eso nos causó curiosidad. Entonces, verificamos dónde «pegaba» el primer tres-diez de la firma Comcel y nos dio su ubicación en el mismo Planadas, pero en la zona rural.
Luego verificamos el segundo punto. Ése estaba localizado más hacia el sur de Planadas y en este caso también ubicamos su posición exacta y, desde luego, nos dimos a la tarea de monitorear las comunicaciones. Duramos un mes escuchando, pero siempre:
—¿Qué hubo? ¿Qué más?
—Sí, sí. Aquí descansando. Aquí esperando —le decía el hombre de Planadas al primer tres-diez.
—¿Qué hay para hacer?
—Tranquilo que nosotros le avisamos.
Pero un día salió una comunicación del último punto que le decía al otro:
—Al final de la que estamos voy para allá. (Es decir, voy al final de la semana).
A los diez minutos, llamaron al señor de Planadas:
—Aliste todo que lo va a visitar el familiar.
Ese día no logramos contacto con los policías de Planadas, y enviamos a dos personas a Ibagué, la capital del departamento —es decir, empleamos cuatro horas para lograr contacto con ellos— con el fin de que «engancharan» al objetivo.
Los enviados llegaron a Ibagué y a través de la Seccional de Inteligencia entraron también como agentes normales a pedir comunicación con la estación de Policía de Planadas y avisar que había un problema familiar en el hogar de uno de los dos muchachos. Que lo necesitaban urgente. Que se comunicara con la mamá.
Él se comunicó con nosotros, y le dijimos:
—Parece que su mamá lo va a visitar el fin de semana. Esté atento que ella se encuentra muy enferma y va para allá.
Llegó el sábado. A las ocho de la noche apareció la camioneta que confirmaba la visita: de ella salió un hombre vestido de paisano, con sombrero, un metro con sesenta y ocho, moreno, gordo y entró a la casa. La camioneta se fue. Dos horas más tarde empezó a escucharse música y luego entraron allí mujeres jóvenes.
El policía de Planadas tenía en la estación línea abierta por la enfermedad de su mamá, y nos informó:
—Bueno, mamá, aquí todo está bien. Estoy cumpliendo las indicaciones para no enfermarme yo también; me lo estoy tomando todo, pero me falta conseguir el nombre del medicamento más importante. Si lo encuentro, le aviso.
La rumba duró desde el sábado por la noche hasta el domingo sobre las once y media de la noche cuando llegó la camioneta por el señor. El tipo salió con su sombrero, y el policía nos contactó:
—Mamá, ¿ya se puso bien? Bueno, porque me tenía preocupado. Yo aquí no estoy tan preocupado. Ya conseguí su medicamento, se lo envío en una encomienda.
Eso nos obligó a tener más contactos de las líneas celulares. A los cinco días del contacto con Don Martín, salió otra comunicación:
—Sí, sí. Todo muy bien. Todo muy bien. Gracias por la reunioncita que hicimos allá.
El de «más al sur» le daba las gracias al segundo tres-diez y ése le comunicaba lo mismo a Ortega, el hombre de Planadas.
—Que muchas gracias, que sí, que más adelante le diremos cuándo va a volver a visitarlo su familiar.
Las fotografías sí se las tomaron, pero para tener acceso a ellas debíamos esperar otro mes, hasta cuando los policías pudieran salir a descansar y fueran a visitar a sus familiares en la capital del departamento.
¿Por qué un mes? Por precaución, pues la guerrilla se les iba a meter a Planadas. En ese tiempo recibieron cinco hostigamientos y un día, estando de patrulla en la zona, los atacaron.
Mientras tanto, nosotros esperábamos, primero, que no les sucediera nada y, segundo, que pudieran salir cuando volviera la calma. (En lo que se llaman las estaciones de Orden Público o zonas de guerra, cuando la guerrilla está más activa no pueden ausentarse, es decir, no se baja la guardia).
Transcurrió el mes. Yo permanecía en nuestra Unidad de Análisis en Bogotá buscando información, pero cada vez que salía algún registro de aquéllos celulares yo entraba en contacto con quienes estaban en el monitoreo y tenían la comunicación en tiempo real. En ese lapso no se presentó nada especial.
Finalmente nos llegaron los rollos fotográficos y empezamos a buscar en los registros a un guerrillero con las características anotadas. Reunimos más de diez mil archivos de imágenes y de videos y empezamos a buscar cronológicamente. Empleamos varios días en aquella labor pero no encontramos nada.
Una semana después de repasar tanto en video como en fotografías, llegamos a un archivo de lo que se llamó la Zona de Distensión —donde habían tenido lugar conversaciones fallidas de la guerrilla con representantes del gobierno en búsqueda de la paz—, archivos de imágenes conocidas e imágenes inéditas y por fin en una que captaba la alineación de varios cabecillas al lado de Tirofijo, encontramos a uno parecido a nuestro objetivo. Ése tenía las características de Don Martín.
Reprodujimos aquella foto, tomamos la que nos enviaron los muchachos de Planadas, se imprimieron y se enviaron al laboratorio técnico de imágenes de la Dirección de Investigación Criminal y allá hicieron el estudio de los rasgos, para saber si correspondían o no. Toda la información que teníamos sería valorada.
A la vez, con estas gráficas hicimos lo mismo que con la fachada de la casa, y entrevistamos nuevamente al desmovilizada A él le llevamos dos hojas con fotografías y de forma inmediata identificó la que le habían tomado los muchachos al objetivo.
Ya sabíamos que él era, sabíamos que se trataba de un guerrillero importante, que estuvo con Tirofijo, pero ¿cómo era su nombre completo?
Nos comunicamos con los archivos de inteligencia de la Zona de Distensión en el sur de Colombia y pedimos que nos enviaran todo lo histórico de aquel lugar. Todo.
—¿Qué están buscando?
—Envíennos todo.
—No, pero es que son más de cincuenta CD y más de trescientas hojas.
—Pues envíenlas.
Efectivamente, la información llegó en CD y en sobres. Duramos un mes revisando los discos y no encontramos nada. Luego empezamos a leer. En un escrito de aquéllos hablaban de una ceremonia de condecoración. Decía que el camarada Manuel (Tirofijo) con su plana mayor había asistido a una reunión de condecoración. Lo acompañaban, tal y tal. Nombraba a los de la foto de la fila que ya habíamos visto y el sexto fue identificado.
Inmediatamente llamamos a Salomón:
—Ya tenemos el nombre.
—¿Cómo lo lograron?
Le contamos lo del desmovilizado, lo de la revisión de discos y textos, lo que habíamos confrontado, lo que dijeron los de Planadas, la revisión de mil quinientos archivos en Word, tantos en Power Point, tantos en los CD, y finalmente llegamos al objetivo:
—Se llama ¡Martín Sombra!
En primer término el equipo especial hizo un análisis de todo lo que significaba aquel hombre. Ésa fue realmente la primera fase de la operación: su historia, quién era, cómo era, de sus familiares quién vivía, ir hasta el pueblo y ver si la cédula era verdadera o no, ir a la Fiscalía General de la Nación para saber si tenía órdenes de captura o no, entrar en contacto con Asistencia Internacional para saber si tenía alguna circular roja de Interpol o no.