1.00 horas
La limusina se estaba quedando sin gasolina y Jennifer podía ver que Brennan se estaba quedando sin paciencia. Había pasado una hora y no habían visto la menor señal de nadie que pudiera ser Deceso con los libros. Habían visto a un montón de gente sospechosa y extraña y lugares francamente raros, pero nada que les sirviera.
—También podríamos olvidarnos de esto —dijo Brennan. Miró el reloj—. Quiero coger cierto equipo que tengo en mi piso. Entonces podremos planear nuestro siguiente movimiento.
Según se acercaban a Jokertown, las calles estaban más llenas de aquellos que continuaban con la fiesta hasta la madrugada.
—Será más rápido si dejamos la limusina —decidió el arquero—. Además, es demasiado llamativa. Se nos echarán las Garzas encima en un santiamén si intentamos atravesar Jokertown con ella.
Aparcaron y la chica alargó la mano hacia las llaves para apagar el motor, pero se quedó con la mano sobre ellas, escuchando la radio.
—¿Qué ocurre? —preguntó Brennan.
—Shhhhh.
«… han ganado a los Stars por 4-2 hoy en el Ebbets Field, lo que supone la decimocuarta para Seaver. Pero el evento del partido ha quedado en un segundo plano a causa de un extraño suceso: casi todo el equipo de los Dodgers ha visto un fantasma en el vestuario antes del partido. Según el habitualmente imperturbable, incluso podríamos decir que carente de imaginación, Thurman Munson, el fantasma le deseó buena suerte antes de desaparecer por la pared del club. Las descripciones de este espectro afirman que era una mujer, de unos veinte años, alta, con melena rubia y muy guapa. El fantasma…, o la fantasma…, llevaba un biquini negro. Bueno, si a uno le han de embrujar…»
Apagó el motor, cortando la emisión de la radio, y salió del coche. Brennan la miró con expresión crítica y frunció el ceño.
—¿Qué pasa?
—Tenemos que deshacernos de ese biquini ahora mismo. Hablando de llamativa… —La miró detenidamente y ella se habría sonrojado de haber pensado que no estaba siendo analítico—. Bueno, conseguiré algo. Ojalá no perdieras la ropa tan a menudo. Aunque…
Se lo pensó mejor y sin acabar la frase se dio la vuelta y se alejó, cabeceando.
La habían estado siguiendo varios minutos, desde que se fue de casa de Fortunato en taxi. Spector estaba sentado en el asiento de atrás con el Astrónomo. El viejo tenía los ojos cerrados y estaba completamente callado. Imp e Insulina se sentaban en medio. Imp la rodeaba con el brazo. Seguro que se acostaban. Imp había hecho una broma sobre el uniforme de béisbol pero el Astrónomo había intervenido antes de que Spector pudiera matarle.
La chica no era lo que se esperaba. Era bastante guapa y tenía un buen porte, pero no vestía como una puta de lujo. Llevaba unos vaqueros azules desteñidos y una sudadera roja y blanca de la Universidad de Houston. Tenía el pelo corto, rubio oscuro y muy rizado. Había bajado las escaleras saltando con una sonrisa en la cara cuando el taxi apareció. Lo que les ahorró el problema de tener que entrar. Sería bastante más sencillo capturarla allá donde la dejara.
Spector miró al Astrónomo. El anciano respiraba ruidosamente y le temblaban las manos. Cuando volviera a abrir los ojos, Spector intentaría probar su poder. No habría una ocasión mejor. Observó los párpados del Astrónomo y esperó.
Abrió los ojos: aún quedaba energía allí, demasiada como para desafiarla. Spector se giró.
—Me pregunto adonde demonios va —preguntó.
—A la clínica de Jokertown.
El Astrónomo rió entre resuellos.
—Así es, Deceso. El lugar donde… naciste, por decirlo de algún modo.
—Yo no voy ahí —dijo Spector, negando con la cabeza.
—Sí, sí que vas, Deceso. La verdad es que no tienes elección. —Volvió a cerrar los ojos—. Ninguna elección en absoluto.
Spector apretó los dientes. El viejo cabrón tenía razón.
—¿Estás seguro de que va a ir a la clínica?
—Eso es lo que le dijo al taxista, Deceso. También habrá otras dos mujeres. Las quiero a todas. Imp e Insulina entrarán contigo. —Hizo una pausa—. Sólo para respaldarte.
Viajaron en silencio hasta que el taxi paró delante de la clínica de Jokertown. La limusina pasó de largo y aparcó delante de una boca de riego. La chica se bajó del vehículo.
—Ve a por ellas.
El Astrónomo señaló con el pulgar en dirección a la clínica. Spector abrió la puerta y salió del automóvil. Caminó lentamente hacia la entrada iluminada. Estaba helado por dentro. Había pasado los peores días de su vida en la clínica, la mayor parte de ellos gritando. Había tenido que matar a un ordenanza para escapar, y alguien podría reconocerle y acordarse. Dos mujeres estaban bajando por las escaleras para encontrarse con la chica del taxi. Una tenía el pelo oscuro y llevaba un vestido de lentejuelas negro; la otra, también morena, llevaba un escotado vestido azul eléctrico de lame con una raja hasta medio muslo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó la chica de la sudadera.
—Es Croyd —dijo la morena—. Creemos que está en coma o algo. Un momento estaba bien y al siguiente se ha desmayado, y no hemos podido despertarle.
—Supongo que habréis intentado todo lo que se os ha ocurrido, no obstante. —La chica de la sudadera sonrió.
Spector se preguntó cuál sería su expresión de saber lo que se avecinaba.
Oyó varias puertas de un coche cerrándose detrás de él. Imp e Insulina estaban viniendo. No podía permitirse parar con Insulina cerca.
Spector oyó unos gritos ahogados que provenían del interior. El cristal de la entrada estalló hacia fuera. Un guardia de seguridad cayó a trompicones y sangrando por las escaleras. Spector corrió hacia adelante.
—Fuera de mi puto camino, capullos. Largo u os haré comer vuestros culos.
Quien hablaba era uno de los jokers más grandes y feos que Spector había visto jamás. La cara de aquella cosa estaba muy malherida. Alzó una mano que parecía una porra y rasgó el camisón blanco del hospital que sólo cubría una parte de su enorme cuerpo.
El joker vio a las chicas y sonrió. Se apartaron de él, hacia el taxi, que ya se alejaba con los neumáticos chirriando…
—Venid con papi, chochetes.
Spector se puso en movimiento cuando el joker cogió a la mujer del vestido de lame. Intentó darle un rodillazo en las pelotas pero no logró llegar a la altura necesaria. Spector miró a la mujer de cabello oscuro y se frotó los ojos. Era la misma chica que estaba en la estación de metro con el chulo. Bien vestida aún estaba más guapa. Dio un paso hacia ella.
—¿Quién coño eres? —El joker se había colgado la otra mujer al hombro y bajaba saltando las escaleras, hacia él—. ¿El nuevo recogepelotas de los Yankees?
Spector vio venir el golpe y se agachó; el puñetazo le rozó la mejilla izquierda y lo tiró al suelo. Se apartó rodando de la acometida del joker. No había modo de poder mirarle a los ojos si se movía tan rápido. Se giró al oír un grito a sus espaldas. Imp estaba arrastrando a la rubia oscura a la limusina. Insulina se encaró al gigante y sonrió.
El joker cayó sobre una rodilla.
—Mierda, ¿qué cojones me estás haciendo?
Dejó caer a la chica y se desplomó. La morena salió por sí misma de debajo de él, desgarrándose el vestido. Insulina la agarró por el codo y le señaló el final de la calle.
Spector se incorporó, pensó en echar a correr y miró al vehículo. El Astrónomo le estaba mirando. No había posibilidad de huir. Nunca la habría. Se dirigió a la chica morena, rodeándola con el brazo. No parecía asustada pero había algo en sus ojos que le hizo sentir que ella no estaba completamente allí.
—Soy yo otra vez —dijo Spector—. Parece que tu visita va a ser… tirando a cortita.
No reaccionó.
—Esta noche nadie va a salir con vida. De nuevo no hubo respuesta.
Le dio un puntapié al joker en la cara con el pie bueno al pasar junto a él.