21.00 horas
Estaba demasiado exhausto para intentar salir arrastrándose del camión; regenerarse le estaba consumiendo todas sus energías. Spector yacía encima de la basura mientras el vehículo traqueteaba por la calle. Miró su pie herido: la carne sobresalía varios centímetros más allá del irregular borde de la pernera de los pantalones. Le estaba creciendo un nuevo pie. Nunca antes le había sucedido algo así y había supuesto que tendría que conseguir alguna clase de prótesis. Su capacidad de regeneración era mucho más poderosa de lo que había imaginado. No era raro, pues, que estuviera exhausto. Le picaba como un demonio. Hundió las manos en los bolsillos para evitar rascarse. Contempló los edificios al pasar y trató de adivinar dónde estaba. En la zona de los muelles, tal vez. Había algo de tráfico pero, aun así, el camión estaba haciendo un buen tiempo.
Sacó los libros envueltos en plástico de sus pantalones. No podría ver mucho mientras el camión se moviera; la iluminación de las farolas era demasiado irregular. Suerte que había oído a la chica hablar sobre ellos. Mejor que fueran los buenos, después de todo el dolor que le habían costado. De ningún modo podía haber previsto que un tío se convertiría en un caimán. Se suponía que esa noche todos los ases iban a estar donde Fatman.
El vehículo frenó y ya no se veían edificios. Probablemente era el final de trayecto. Se guardó los libros y se agarró al borde de la pared metálica con las dos manos.
Se dio impulsó y pataleó con la pierna buena. Sus músculos temblaron por un momento, y luego le fallaron por completo. Volvió a caer en la basura, exhausto.
El camión se paró. Spector oyó que descorrían una cadena metálica y el chirrido de una puerta. Ni siquiera podía sentarse. El vehículo se desplazó con lentitud durante unos pocos segundos, luego volvió a parar. Sabía lo que venía después.
—Pare —dijo. Su voz era demasiado débil para que el conductor la oyera.
Los brazos hidráulicos separaron la caja de acero de la basura y la alzaron por los aires. Empezó a inclinarse. Spector se tapó la cara y se hizo una pelota. Contuvo el aliento cuando empezó a caer y se apretó los libros contra el pecho. Cayó sobre su cabeza y sus hombros y perdió el conocimiento.
Cuando los carritos de los postres empezaron a hacer sus majestuosas rondas, la mesa de Hiram fue, por supuesto, la primera a la que sirvieron.
Se sentía tan relajado y complacido consigo mismo a esas alturas que había recuperado buena parte de su apetito. Aceptó una pieza de tarta de queso al amaretto que le ofreció uno de los nuevos camareros, un hombrecillo enjuto con una gran cabeza y lentes gruesas. Añadió una tajada de pastel de chocolate y mango por si acaso. La tarta de queso cumplía con los elevados estándares del Aces High y el pastel era exquisito, cubierto por finas virutas de chocolate amargo.
Peregrine también había escogido el pastel. El chocolate, le explicó a Water Lily con su famosa sonrisa, era la tercera mejor cosa que había.
Jane miraba al camarero, con una extraña expresión ausente.
—¿Ocurre algo, querida? —le preguntó el anciano. Ella parpadeó lentamente y sacudió la cabeza, como si acabara de despertar de un sueño.
—No. Quiero decir…, no me acuerdo. —De pronto se estremeció—. Me siento rara.
—El chocolate lo cura todo —sugirió Peregrine. Pero Jane escogió el jubileo de cerezas.
—Es que —les explicó a Hiram y Peregrine con una sonrisa de las suyas—, he oído que, puestos a escoger entre dos males, uno debería escoger el que nunca ha probado antes.
Hiram se encontró riéndose a carcajadas ante la inesperada cita a Mae West. El pequeño camarero acartonado también rió, con una risita estridente y aguda que duró demasiado, como si se divirtiera por alguna broma privada mientras empujaba el carrito de los postres rodeando la mesa.
A su alrededor, atentos camareros les servían café recién hecho con jarras de plata fina y depositaban en las mesas jarritos de espesa nata. Abrieron botellas de un delicioso vino dulce en una mesa auxiliar por si a alguien le apetecía.
Tras el postre, las sillas empezaron a vaciarse, mientras los invitados aceptaban copas de brandy y pequeños vasos de licor y empezaba el ritual anual de ir saltando de mesa en mesa. Modular Man ya se había puesto en cabeza; el androide se había saltado los postres y estaba analizando un courvoisier.
Hiram despachó sus postres en poco tiempo, los hizo bajar con un solo y rapidísimo trago de vino y apartó su silla.
—Perdonad las prisas —dijo a sus compañeros de mesa, que comían más despacio, saboreando cada mordisco—. Como anfitrión, tengo ciertas obligaciones, mas odio tener que dejar tan deliciosa compañía aunque sólo sea por un instante. —Sonrió—. Por favor, no os vayáis, la velada acaba de empezar.
Se desplazó de mesa en mesa, sonriendo a los invitados, preguntándoles acerca de la cena, aceptando los cumplidos con una gentil sonrisa.
Mistral, que era el centro de atención de su mesa, situada cerca de las puertas de la terraza, dijo que su padre estaría sin duda complacido al saber que había sido una de las figuras de hielo.
—Difícilmente podríamos habernos dejado a Ciclón —le dijo Hiram—, aunque a él no le preocupen mucho estos asuntos. Vivir en San Francisco no es una excusa válida y puedes contarle que te lo he dicho.
Hiram a duras penas reconoció a Croyd, quien miraba con ansia alrededor en busca del carrito de postres, aún dos mesas más allá. A su lado, Fortunato estaba sentado como si estuviera envuelto en un manto oscuro y no parecía tomar parte alguna en la conversación que se arremolinaba a su alrededor. Hiram consideró pararse junto a la mesa y decirle unas palabras tranquilizadoras, pero la expresión de aquellos ojos oscuros bajo la frente tremendamente abombada parecía prohibírselo.
El Capitán Trips había derramado una taza de infusión en el regazo de la cita de Frank Beaumont y se la estaba limpiando inútilmente con una servilleta, disculpándose profusamente, de modo que Hiram se ahorró la necesidad de aprender cosas sobre los peligros del azúcar refinado.
Wallwalker y Harlem Hammer mantenían una intensa conversación. Cuando Hiram les preguntó qué tal había ido la cena, un breve cabeceo de Hammer fue todo lo que obtuvo como respuesta.
Rahda O’Reilly, una menuda señora pelirroja que se había hecho famosa por metamorfosearse en un elefante asiático completamente desarrollado con una sorprendente capacidad de volar, le dio las gracias con un encantador acento hindú. Fantasy había abandonado al dramaturgo de segunda fila que la había acompañado y estaba coqueteando, con todo su donaire, con el Profesor. Digger Downs había conseguido colarse de alguna manera y estaba en una esquina junto a una ventana, entrevistando a Pulso. Hiram frunció el ceño, hizo una señal y dos de los hombres del equipo de seguridad de Peter Chou escoltaron al periodista con firmeza hacia los ascensores. Un hombre que podía calentar una cafetera con las manos intentó darle un curriculum a Hiram y fue dirigido a Chock Full O' Nuts. Ladybug recordó con cariño el año en que habían servido un gigantesco baked alaska con la forma del avión de Jetboy.
Jay Ackroyd parecía a punto de estallar y morir.
—No volveré a comer nunca más —prometió solemne. Hiram se dejó caer en una silla vacía junto a él.
—Parece que las cosas han ido muy bien —dijo aliviado.
Un carrito de postres se deslizaba entre las mesas pero nadie parecía estar a su cargo. No es que importara: Fortunato no comía azúcar, carne o conservantes si podía evitarlo.
Era uno de los mayores chascos que le había comportado el virus wild card. Todos sus sentidos se habían vuelto extremadamente agudos. Lo raro del caso es que los olores naturales, incluso los perros mojados o las verduras podridas, no le molestaban mucho. Eran sólo los olores artificiales —los tubos de escape, los insecticidas, la pintura fresca— los que le irritaban. Incluso había dejado la cocaína hacía varios años. Ahora cuando necesitaba un estado de conciencia alterado usaba hierba, hongos u hojas frescas de coca.
En ese momento habría preferido un estado de conciencia alterado. Hiram le había sentado en la misma mesa que Croyd Crenson, lo que en sí mismo no era ningún problema, pues había sido un valioso cliente durante años. El problema era la acompañante de Croyd. En una obra maestra de pésima coordinación, Ichiko había emparejado a Croyd con Verónica. Sonreía y reía sin apenas tocar el plato. Fortunato sabía que su buen humor no era más que el subidón de la heroína. Se alegraba de que Cordelia y Croyd lo separaran de ella. Ella le había ignorado durante toda la cena y tenía la mano en el regazo de Croyd, de modo que el Durmiente apenas prestaba atención a nada más. Excepto a Cordelia, que había captado su interés desde el primer momento.
Croyd tenía buen aspecto: esbelto, bronceado, pómulos altos, sonrisa bonita. Fortunato no le preguntó cuánto tiempo llevaba despierto pero sospechaba que ya eran varios días.
Se veía el brillo de las anfetaminas en sus ojos. Cuando dejaran de hacerle efecto dormiría durante días o semanas y despertaría con un nuevo aspecto y un nuevo poder.
Esta vez su habilidad tenía algo que ver con los metales. El cuchillo y el tenedor que sujetaba se le doblaban continuamente. Se concentraba y se volvían a enderezar. Él y Verónica dedicaron un buen montón de insinuaciones sobre el tema y, mucho antes de que Cordelia se hubiera unido a ellos.
Fortunato había comido un poco de ensalada y espárragos y prescindido de todo lo demás.
—Escucha —le dijo Croyd cuando el camarero con chaqueta blanca le cambió el plato de la cena por otro limpio—, ¿crees que podrías volver a calcular la factura para incluir a ésta también?
Tenía un brazo alrededor de Cordelia.
—El problema es que Cordelia no está en nómina. Al menos aún no.
—Vaya —dijo Croyd—, no quería colarme.
—No se trata de eso —dijo Fortunato—. Se podría decir que estamos en una especie de casting, los dos.
Croyd parecía avergonzado.
—No pretendía tomarte por una…, ehm, profesional —le dijo a Cordelia—. Aunque si después te apetece venir a mi casa, podríamos tomar un par de copas y hacer un poco el tonto. Sin ataduras, ya me entiendes. No te pediría nada que no quisieras hacer. Tengo un estéreo tremendo y en mi casa, en los muelles, a nadie le importa lo alto que lo pongamos…
De repente había un trozo de tarta de queso en el plato de Croyd. Fortunato no sabía de dónde había venido. Echó un rápido vistazo a la habitación y, cuando volvió a mirar, Croyd había añadido tarta de manzana y una porción de pastel de chocolate. Algo iba muy mal. Fortunato se puso en pie. Varios ases se habían desplazado a la terraza y, tras un panel de cristal, pudo ver a Water Lily y Peregrine hablando, con las cabezas casi juntas.
No era capaz de pensar. Se inclinó hacia adelante, con las manos apoyadas en la mesa y sacudió la cabeza. Los postres. ¿De dónde venían los postres?
«Piensa», maldita sea. «La repostería no se mueve sola. Eso significa que alguien la mueve. Alguien a quien no puedes ver. ¿Conoces a alguien a quien no puedas ver?»
—¡Mierda!
La enorme mesa redonda estaba entre él y la terraza. La agarró por los bordes y la arrojó a un lado, Croyd se lanzó en vano a salvar sus postres. Estaba a dos pasos de las puertas de cristal cuando Water Lily gritó.
Se produjo como medio segundo de silencio y todo se vino abajo. Modular Man arremetió hacia la terraza, gritando:
—¡Aléjate de ella!
Su cuerpo empezó a crepitar con energía. Croyd alzó las manos como si estuviera intentando canalizar su poder. No funcionaba. Mientras Modular Man efectuaba un barrido con el radar alojado en su cúpula, salió despedido y se estampó irremediablemente contra una pared. El impacto fue considerable. La colisión debió de estropear algo porque empezó a disparar humo y gases lacrimógenos.
Ahí fue cuando las luces se apagaron. En el primer segundo de oscuridad, Fortunato oyó el inconfundible sonido de un elefante barritando.
Parpadeó y dejó que la luz que había llegara a él. Al cabo de otro segundo pudo ver, no mucho. El aire estaba lleno de gases tóxicos, por lo que dejó de respirar.
Water Lily estaba en la terraza con la espalda contra la baranda. Empezó a llover a su alrededor y en el perfil que dejaba el agua al caer pudo ver al Astrónomo lanzándose hacia ella.
Se repetía lo de Chico Dinosaurio y el parque. Luchó por llegar hasta ella y sus músculos se tensaron contra una fuerza invisible que le hacía parecer indefenso.
—¡No! ¡Maldita sea, no! —gritó mientras Water Lily se elevaba en el aire y empezaba a dar vueltas y se precipitaba por el borde de la terraza hacia la oscuridad.
Le recordaba a las manifestaciones contra la guerra: la servilleta mojada sobre los labios y la nariz para filtrar los peores efectos del gas lacrimógeno. De la ondulante nube de humo salían crudas arcadas, toses y gritos.
Roulette apartó a alguien de un empujón, tratando de encontrar a Tachyon. Le había visto entrar, centrar su atención en la terraza y avanzar pero le había perdido cuando las luces se apagaron. Un as soltó una llamarada. Protegiéndose los ojos con una mano, examinó la multitud. Modular Man intentaba ponerse de pie, una mujer gritaba y Tachyon se reveló contra un fondo de humo en movimiento.
Las lágrimas le corrían por la cara y su pecho se movía pesadamente arriba y abajo al intentar contener la tos. Elevó la barbilla, como si estuviera armándose de valor para un último esfuerzo. Un resplandor se encendió alrededor del enjuto cuerpo del Astrónomo cuando el golpe lanzado desde la mente de Tachyon tentó los límites del poder que le motivaba. Entonces Modular Man estalló en pedazos.
Trozos de acero y plástico quemado se proyectaron como metralla por todo el restaurante. Un pedazo irregular que aún arrastraba un harapo del uniforme de la criatura impactó de lleno en la frente de Tachyon y éste cayó al suelo, con la cara convertida en una máscara de sangre.
Emitió un grito desgarrador y se abrió camino hasta llegar junto al alienígena. ¡No te mueras! ¡No te mueras! Pero no estaba segura de si el grito mental surgía de la angustia por la pérdida o de la ira de ser traicionada.
Cayó de rodillas y apretó su cuerpo inerte contra el pecho, y la sangre le manchó el vestido blanco. Apartó la servilleta con la que se tapaba la cara y la presionó contra el palpitante e irregular corte. El gas lacrimógeno le raspaba la garganta y los ojos y empezó a llorar. Sus lágrimas cayeron sobre el rostro de Tachyon, dejando pálidos regueros en la sangre.
El último grito de Water Lily aún permanecía en el aire. El restaurante estaba sumido en un caos absoluto. Unos trozos de Modular Man pasaron girando inofensivamente junto al campo de fuerza de Fortunato. Observó los distintos vientos que soplaban en la estancia mientras Mistral trataba de eliminar el humo. Algún idiota con el poder de lanzar llamas intentó iluminar el lugar pero sólo consiguió incendiar las cortinas. Hiram corrió hacia el balcón, apretando el puño, gritando:
—¡No! ¡No!
Mesas enteras permanecían flotando en el aire, pues los ases que las habían levantado no sabían exactamente adonde lanzarlas. Alguien corrió bocabajo por el techo. El ruido de la porcelana rota era casi continuo, casi lo bastante alto para tapar el sonido de los vómitos.
El Astrónomo se volvió vagamente visible en la terraza e hizo una reverencia a Fortunato. Jane aún estaría cayendo, pensó. Peregrine se había girado hacia la baranda para ir a por ella.
El anciano la cogió del brazo y trató de lanzarla al suelo.
Claramente, era más fuerte de lo que él había pensado. Apretó los dientes y se apoyó sobre una rodilla y estirando el brazo que tenía libre arañó al Astrónomo en los ojos. Sus gruesas gafas cayeron al cemento y la sangre empezó a correr por sus mejillas.
El viejo sonrió. Sacó la lengua y lamió una gota de su propia sangre. Las lentes se elevaron solas y se recolocaron en su cara.
Fortunato reunió todo el poder que Miranda le había dado y lo centró en el chacra manipura, en el centro del abdomen. Un extraño sonido, como un gruñido, salió de su garganta cuando empujó fuera de sí el praná, la energía pura, y lo proyectó hacia el Astrónomo.
Salió disparada como una brillante esfera verdiazul del tamaño de una pelota de béisbol. Fortunato echó los brazos hacia atrás, con los dedos extendidos y los ojos muy abiertos.
El praná perforó las líneas de energía que rodeaban al Astrónomo y las invirtió. De círculos concéntricos pasaron a ser media lunas, todos en el lado más alejado de su cuerpo.
El agarre del hombrecillo sobre el brazo de Peregrine empezó a ceder y ella se giró hacia él como un torbellino, clavándole una rodilla en la entrepierna y rompiéndole la nariz con la palma de la mano derecha. La sangre salió a borbotones de la cara del Astrónomo.
Tan pronto como estuvo libre, Peregrine se lanzó en picado desde la terraza, batiendo las alas con furia. El Astrónomo le escupió y después se giró hacia Fortunato.
Los ojos del hombrecillo estaban muertos. Los mismos ojos de Deceso, los mismos ojos que el chico muerto del loft. El Astrónomo se había convertido en la misma muerte, absurda, brutal e inevitable. «Puedes huir», decían los ojos, «pero te encontraré».
Y entonces, el Astrónomo desapareció.
La masa de ases que se aglomeraban en las puertas se fue desenmarañando como un pulpo que se despierta lentamente. Mistral se frotó la cara empapada de lágrimas, alzó los brazos sobre la cabeza e invocó una brisa. El viento fresco, que sopló con fuerza sobre la asfixiante niebla y la convirtió en jirones blancos, pareció liberar a la gente del trance de horror que les paralizaba. Hubo una estampida poco decorosa hacia la puerta. Bastantes observaciones relativas a «contactar con mi abogado» flotaron ominosamente en el aire, pero Hiram parecía demasiado distraído como para darse cuenta. Siguió mirando con ansia a la baranda por encima de la cual Water Lily y Peregrine habían desaparecido. En algún lugar una mujer lloraba; era un lloriqueo horrible, como el de un animal torturado. Luego una voz masculina pidió desesperadamente un médico. Por desgracia, el único doctor disponible estaba inconsciente en el suelo.
Entonces se oyó un sonido estentóreo, atronador, como si un centenar de cisnes alzaran el vuelo, y Peregrine, con Water Lily entre los brazos, aterrizó con suavidad en la terraza y miró alrededor.
Hiram lanzó un sonido inarticulado y se lanzó hacia adelante. Gritos de asombro y murmullos de alivio se sucedieron entre los invitados que aún quedaban. Las dos mujeres estaban empapadas por el agua que brotaba sin parar de Water Lily, pero sirvió de poco para atemperar las miradas airadas y desafiantes dignas de un halcón que Peregrine lanzó a la sala.
Sus ojos se encontraron con los de Fortunato y la furia fue desapareciendo de su rostro. La tensión seguía, su esbelto cuerpo vibraba como una cuerda de violín recién pulsada, pero no era la tensión del vuelo o la lucha, era…
Roulette sintió que la sangre se agolpaba en sus mejillas conforme la atracción entre Peregrine y Fortunato fluía como las ondas de un poderoso imán. Puede que fuera una de las habilidades de su poder o un mero ejemplo de su mente perturbada, pero el olor almizclado y embriagador del sexo parecía extenderse sobre la devastada sala.
Hiram, avanzando con paso ligero y cuidadoso entre la carnicería, se puso al lado del as negro.
—¡Bueno! —bufó—. Esto ha sido un absoluto desastre. Casi todos los ases de Nueva York estaban aquí y nos ha hecho quedar como idiotas. —Giró la cabeza acusadoramente hacia Fortunato pero el negro no le hizo el menor caso—. Gracias a Dios que pude alcanzar a Lily. De no haber sido más ligera que el aire, Peregrine nunca la habría alcanzado a tiempo.
Fortunato gruñó pero sus ojos seguían clavados en Peregrine, quien permanecía de pie con un brazo posado distraídamente sobre los hombros de Water Lily y le devolvía la mirada.
—Esta vez mi poder ha demostrado ser… —Fortunato se alejó y Peregrine, dejando a Water Lily, fue a su encuentro.
—¡Fortunato, por el amor de Dios, te estoy hablando! ¿Puedes seguir su rastro?
El proxeneta apartó la mirada de Peregrine.
—Si pudiera seguir su rastro, ¿crees que hubiera dejado que sucediera esto?
Hiram extendió las manos en un gesto de impotencia.
—Entonces tenemos que tratar de localizar a sus lugartenientes. Alguien debe de conocer sus planes.
Roulette se llevó la mano a la garganta, donde sentía los latidos de su pulso. Miró denodadamente el pálido rostro de Tachyon, temerosa de la penetrante mirada de Fortunato. Alzó la servilleta empapada de sangre y le frotó la cara, pero aquello sólo empeoró las cosas. El trozo de tela ensangrentado se le cayó y se quedó mirando, hipnotizada, la sangre que manchaba la pálida piel de su mano.
—Hiram, vete a la mierda.
Un ruido ahogado, como el vapor saliendo a presión de un motor, surgió de Worchester. El corpulento as parecía estar al borde del colapso.
—Intento hacer algo.
—Pues no lo hagas, por favor. Puedo arreglármelas mejor sin ti.
El as negro cogió a Peregrine del brazo y se alejó de prisa, antes de que Hiram pudiera responder a este último insulto.
El as alado lanzó al anfitrión una mirada de disculpas, avergonzada.
Water Lily estaba a salvo. Fortunato dio ese asunto por zanjado y fue a buscar a Croyd, Verónica y Cordelia.
Los encontró detrás de una de las mesas volcadas. Croyd había rescatado una tarda de muerte por chocolate entera y se la estaba comiendo con los dedos. Cuando vio a Fortunato se le borró la sonrisa.
—La cagué del todo con Modular Man —dijo—. Lo siento.
—No importa, mientras estéis todos bien.
—Estamos bien —dijo Verónica.
—Me voy con él a su casa —dijo Cordelia—, si de veras no te importa.
—De acuerdo. Pero no quiero que vayas sola por la calle esta noche. Si ocurriera algo, Caroline estará en casa pronto. Llámala y que envíe un taxi a recogerte.
—Sí, o sensei —dijo Verónica entre risitas. Se levantaron y se dirigieron a los ascensores, Croyd rodeando a cada una con el brazo y Cordelia con el pastel en la mano que le quedaba libre.
Se giró para encontrarse con Peregrine mirándole fijamente. Había estado intentando calmar a Jane y se había empapado en el proceso. Vio cómo se interrumpía a media frase. Se lanzó hacia ella, los cristales y la porcelana rota crujieron bajo sus zapatos.
Todo se había convertido en una sombra excepto ella. Era alta y poderosa y estaba sonrojada por la excitación, y él la deseaba. Exhausto como estaba, débil como estaba, sentía su calor desde el otro lado de la sala. Hiram intentó decirle algo pero se lo quitó de encima, sin ser siquiera consciente de las palabras que usó.
Se detuvo delante de Peregrine. A ella le costaba respirar, como si hubiera estado corriendo.
—La fiesta se ha acabado —dijo Fortunato.
—Sí.
—¿Podemos ir a algún otro sitio?
—Mi Rolls está esperando abajo.
El as negro asintió y se encaminaron hacia la puerta, el uno al lado del otro y la mano de ella descansando apenas en el brazo de él.
—¡Espera! —dijo Hiram a Fortunato, tosiendo. Sus ojos aún estaban llorosos a causa del gas lacrimógeno. Fortunato le miró por un segundo, con la boca tensa, y pasó de largo, con Peregrine del brazo. El restaurador se quedó plantado, impotente, mirando sus espaldas mientras atravesaban las amplias puertas dobles.
De todos modos, no estaban solos. Un constante flujo de gente se dirigía hacia los ascensores, muchos de ellos aún tosiendo, tambaleándose y apoyándose mutuamente, con los ojos rojos e irritados. Chrysalis estaba entre ellos. Se detuvo para darle las gracias.
—He tenido algunas veladas de lo más animadas en el Palacio de Cristal —dijo con sequedad—, pero nada semejante a esto.
Fantasy pasó sin apenas equilibrio y con un corte en una mejilla y el vestido hecho pedazos, y se detuvo el tiempo suficiente para amenazarle con una demanda.
Mistral despejó los últimos restos de humo y gas; después trepó al pasamano de piedra y se lanzó a la oscuridad. Su capa se hinchó como un paracaídas mientras se elevaba hacia las estrellas. Mientras sus amigos e invitados se precipitaban hacia la puerta, Hiram Worchester inspeccionó lo que quedaba del Aces High. Las mesas estaban patas arriba, las copas y los platos, destrozados y esparcidos. El carrito de postres que el Astrónomo había estado empujando estaba volcado y las pisadas de los comensales asustados habían dejado trozos de pastel de chocolate y mango y tarta de queso al amaretto en la moqueta.
Varias personas habían dejado su cena atrás en forma de charco de vómito. Una parte de la moqueta seguía en llamas y había un agujero en la pared: alguien debía de haber encontrado el modo de salir por su cuenta hacia la noche. Al menos cuatro ventanales habían quedado destrozados: había cristales rotos por todas partes. Una de las arañas se había desplomado. Debajo había un elefante asiático adulto inconsciente. En la figura de hielo de Peregrine ya no quedaba ni rastro de las alas y la del Dr. Tachyon había sido derribada y se derretía poco a poco.
El propio Dr. Tachyon aún yacía en la moqueta, gimiendo, con una mano en la frente. Roulette estaba arrodillada a su lado. La sangre rezumaba entre sus dedos, goteando en su túnica. Hiram se dirigió hacia él y casi tropezó con un pedazo dentado del torso de Modular Man, como si lo hubieran abierto con una motosierra.
—Lo siento, Hiram —dijo el alienígena cuando se acercó, apartando unos ojos violetas llenos de culpa.
Roulette ayudó al hombrecillo a ponerse de pie, pero no parecía muy estable.
—Tengo que seguir a Fortunato, necesitará mi ayuda.
—Ya se ha ido —dijo Hiram.
—¿Dónde? —demandó Tachyon en tono angustiado. Se apartó la mano del profundo corte de la frente y contempló la sangre que le cubría los dedos.
—No lo dijo. Se fue con Peregrine.
—Tengo que encontrarle.
—No creo que estés en disposición de buscar a nadie. Deberías ir al hospital. ¡Mírate!
—Un inútil —murmuró Tach—. Soy un inútil.
El anfitrión oyó un barrito tras él y se giró para ver a Elephant Girl levantándose a trompicones sobre sus cuatro inestables patas. Un momento después, se produjo un cegador destello de luz blanca cuando liberó su exceso de masa en forma de energía. Tachyon gritó con fuerza e Hiram se tapó los ojos. Cuando pudieron volver a ver, una temblorosa y desnuda Rhada O’Reilly se alzaba en el lugar donde había estado el elefante. Su compañero, un guapo lanzador de cuchillos egipcio de su circo, tomó prestada la larga capa de cota de malla de Mister Magnet y la tapó.
Se volvió hacia Tachyon y Roulette. El taquisiano parecía medio muerto.
—Llévale a la clínica de Jokertown —le dijo a Roulette—. Hay que cuidar esa herida antes de que se infecte. También deberían hacerle una radiografía. Podría tener una contusión o algo peor.
—Pero Fortunato… —empezó Tach.
Hiram trató de parecer severo.
—En este estado sólo serías una carga para él. Maldita sea, ¿es que tienes ganas de añadir tu nombre a la lista de víctimas? Necesitas atención médica y lo sabes. —Levantó la mano—. Si Fortunato llama, le diré que se ponga en contacto contigo en la clínica. Tienes mi palabra.
El Dr. Tachyon asintió con reluctancia y dejó que Roulette le guiara hacia la puerta.
Ahora el restaurante estaba casi vacío. Hiram volvió a su despacho y encontró al Capitán Trips en el suelo junto a los lavabos. Estaba arrodillado junto a un amasijo de cristal y polvos de colores, recogiendo el polvo con los dedos de una mano y dejándolo caer cuidadosamente en la palma ahuecada de la otra.
—No es momento de prepararse una raya, demonios —le espetó Hiram. Trips alzó unos ojos pálidos y acuosos hacia él.
—Sólo quería ayuda, tío —farfulló—. Estaba corriendo para ir a buscar a uno de mis amigos pero tropecé y, esto, cuando caí, se debió de romper todo.
—Vete a casa.
Peter Chou apareció a su lado.
—Peter, ayuda al Capitán a buscar un taxi antes de que se corte con los cristales rotos, ¿de acuerdo?
Chou asintió.
Curtis le interceptó de camino a su despacho.
—Hay una llamada para Fortunato. Es la policía. ¿Qué les digo?
—Se ha ido con Peregrine. Creo que ella tiene un teléfono móvil en el coche. Dales el número.
Apartó a Curtis y entró en la oficina. Water Lily estaba sentada en su silla, todavía pálida y temblorosa. Regueros de agua le corrieron por la cara cuando alzó los ojos para mirarle. Jay Ackroyd estaba sentado en el borde de la mesa, sosteniendo la cabeza de Modular Man.
—¡Ay! Pobre trocito de silicona, le conocía bien… —decía.
Jane lanzó una pequeña risotada que a Hiram le sonó a un incipiente ataque de histeria. Ackroyd se pasó la cabeza suavemente de una mano a otra. La bóveda del cráneo se había caído y la cúpula de radar de Mod Man estaba rota.
—Deja eso —dijo Hiram. Se dejó caer con cansancio en una silla y miró a Water Lily—. Me alegro mucho de que estés bien. No creo que hubiese podido soportar otra muerte hoy. Y mucho menos la tuya.
—¿Y qué pasa con él? —dijo Jay colocando la cabeza en el escritorio. Los ojos ciegos de Mod Man miraron fijamente a Hiram.
—Siento lo que le ha ocurrido a Modular Man, pero no estaba precisamente vivo y no está precisamente muerto. Su creador probablemente construirá otro.
—¿Donjuán versión 4.0? ¿Otro más de la serie de seductores irresistibles de Silicon Valley? —dijo Jane. Profirió otra pequeña risita entrecortada. Se llevó una mano a la boca. Pudo oír su respiración intermitente contra ella.
Hiram dijo:
—Jane, si no tienes nada que objetar, consideraría un favor que te quedaras aquí durante un tiempo. El Astrónomo ya se había ido cuando Peregrine volvió contigo así que, con suerte, debe de creer que estás muerta. No le saquemos de su engaño. Tiene una larga lista, al fin y al cabo. —Se pasó la mano por el cráneo—. Voy a pedir a Peter y su personal que sigan trabajando. Sé que no es mucho, pero es mejor que nada.
Water Lily asintió y se quitó la mano de la cara.
—Está bien. No podría aguantar mucho más, esta noche.
El anfitrión esbozó una sonrisa forzada que esperaba que la reconfortara.
—No pretendía que tu primera lección de vuelo resultara tan traumática.
Ella se irguió en la silla, como tratando de quitarse las secuelas tanto como pudo, y de nuevo le miró de aquella manera tan inquisitiva.
—¿Y qué hay de ti? —preguntó. Hiram Worchester cruzó las manos casi encima de su vientre. Se dio cuenta de que tenía un aspecto lamentable. Rió, con una especie de ladrido carente de alegría. La conmoción por fin estaba desapareciendo pero, extrañamente, Hiram no tenía miedo. En cambio, era consciente de la persistente ira y la fría y constante cólera que crecían en su interior. Pensó en Eileen.
—¿Hiram? —preguntó Popinjay, sacándole de su ensoñación.
—Si pudiera le mataría —dijo, más para sí mismo que para los demás—. Tal vez podría haberlo hecho, pero Jane habría muerto. No lamento haber tomado esa decisión. —La miró con afecto y después se giró hacia Ackroyd—. Jay, creo que necesitaré tus servicios una vez más.
—Estupendo. ¿Vamos a por el viejo?
—Lo haría con gusto, de saber dónde encontrarle o incluso cómo empezar a buscar. —Hizo un gesto breve e impaciente con la mano derecha—. No, es inútil, y Fortunato dejó muy clara su opinión al respecto, así que dejaremos las heroicidades para él. Aun así, hay decenas de cosas que resolver esta noche. Llamadme quijotesco pero, después de lo que ha sucedido hoy, no puedo quedarme sentado de brazos cruzados sin hacer nada. —Hizo una mueca—. Me siento raro, como si estuviera corrigiendo un error.
—Tómate dos aspirinas y acuéstate y se te pasará —dijo el detective.
—No, creo que no. —Se levantó y rebuscó en el bolsillo de su esmoquin. El trozo de papel con la dirección de Loophole aún estaba allí—. Pon en marcha el contador. Vamos a hablar con un abogado.
Sintió unas manos ásperas frotándole las muñecas. Spector abrió los ojos y se llevó una mano a la boca; el buey extrasazonado que había comido en el Haiphong Lily amenazaba con salir. Podía ver la silueta de alguien arrodillado a su lado. Gimió.
—No estás muerto. Lo supe en cuanto te saqué. Menos mal que estaba aquí, te habrías asfixiado.
Por la voz dedujo que la persona era vieja y masculina. Palpó con las manos lo que le rodeaba. Permanecía tendido en la basura.
—¿Dónde cojones estoy?
—En una barcaza llena de basura, amigo. Me gustaría saber cómo has llegado aquí, si no te importa contármelo.
El anciano sacó un mechero y se encendió un cigarrillo. Estaba completamente calvo, tenía los ojos marrones y unos labios finos. Su piel arrugada tenía un ligero tinte naranja y su cuerpo rechoncho le recordaba a Spector al muñeco de Michelin. El encendedor se apagó.
—Unos putos locos me dieron una paliza y me tiraron a un contenedor. Es cuanto puedo recordar hasta que me has despertado. —Era una mentira tan buena como cualquier otra. Registró su abrigo en busca de los libros. No estaban.
—¿Hay algún modo de iluminar esto? Quiero ver con qué me han dejado esos cabrones.
La pequeña llama del mechero volvió a encenderse. Spector rebuscó en los bolsillos y empezó a mirar la basura que tenía a los pies. Quería recuperarlos; le darían el punto de apoyo para hacer que los chicos del Puño de Sombra le ayudaran a liquidar al Astrónomo. Unos cuantos hombres con armas automáticas podrían marcar la diferencia si el viejo estaba tan cansado como suponía que estaría.
—¿Cómo has dicho que te llamabas? —preguntó tratando de desviar la atención de su búsqueda.
—No te lo he dicho. Me llamo Ralph. Ralph Norton. —El viejo bajó el mechero. Llevaba una camisa azul de manga larga y unos pantalones y un chaleco azul marinos a juego. La ropa estaba manchada y arrugada—. Has perdido algo, ¿no?
—Sí. —Apartó una bolsa de plástico y escarbó en la basura que tenía al lado—. ¿De dónde me sacaste, por cierto?
—Del fondo de la barcaza, donde te tiraron. —Hizo una seña—. Si me dices lo que buscas, te ayudo. No tengo nada mejor que hacer.
Spector miró su pie herido. Era rosa y pulposo pero seguía creciendo. Se levantó despacio; las rodillas le fallaron cuando hundió el pie en los desechos. Su pie era como una cubeta de brasas en el extremo de la pierna, pero tendría que vivir con ello.
—No, gracias. Pero te compro ese mechero. —Rebuscó en el bolsillo. El dinero seguía allí y sacó un billete.
—No hace falta, te lo doy. —Ralph le entregó el mechero—. Está lleno.
Spector lo cogió y lo encendió, luego se esforzó por llegar al otro extremo de la barcaza. Las luces de Manhattan estaban justo delante de él, pero no hacían que se sintiera mejor. Tenía que encontrar esos libros antes de que el Astrónomo le llamara.
—Ve con cuidado —dijo Ralph—. O te caerás de morros.
—De acuerdo. —Le costaba respirar—. ¿Qué demonios hacías aquí, de todos modos?
—Es mi taxi de vuelta a casa. —Ralph rió—. Vivo en Fresh Kills, en Staten Island.
—¿Fresh Kills?
—Es el mayor vertedero del país, quizá del mundo entero. Llevarán estas cuatro barcazas mañana por la mañana. He salido porque unos parientes han venido a la ciudad para el Día Wild Card. Querían que les enseñara la ciudad.
Spector continuó avanzando con dificultad.
—¿Vives en un vertedero de basura?
—Pues sí. Te sorprenderías de las cosas que tira la gente, cosas que están en perfecto estado. Los trabajadores del servicio de basuras han intentado echarme un par de veces pero siempre vuelvo. El alquiler es demasiado barato como para dejarlo pasar. —Ralph puso la mano en el hombro de Spector—. ¿Conoces a algún as?
Spector se puso tenso.
—En persona, no. ¿Por qué?
—Porque yo lo soy, tengo poderes.
Spector estaba demasiado cansado para seguir adelante y se sentó.
—Un as que vive en un vertedero de basura. ¿Tengo pinta de ser un paleto de pueblo o algo?
Ralph sonrió y cogió un paquete de leche vacío; hizo una pausa dramática y luego mordió un pedazo. Lo masticó por unos momentos y se lo tragó.
—Puedo metabolizar cualquier cosa. Eso dijo el Dr. Tachyon. Lo que es basura para la mayoría de la gente, para mí es un plato en la mesa.
Spector rió.
—Puedes comer basura. ¿Ése es tu poder? Me apuesto a que todo el mundo se aparta de ti.
Ralph se cruzó de brazos.
—Venga. Ríete todo lo que quieras. ¿Tú sabes lo que ahorro en comida y alquiler? Además, soy mi propio jefe. Nadie me dice lo que tengo que hacer. Nadie me dice cuándo tengo que irme o venir. Es un poder mucho mayor que el que jamás tendrá la mayoría de la gente.
—Pues ahí la has clavado. Mira, estoy bastante cansado. Quizá puedas ayudarme. Estoy buscando unos libros envueltos en un plástico. Te recompensaré.
—Vale, pero tendremos que buscar algo mejor que un mechero o no los encontraremos en la vida. —Juntó los dedos y los agitó, pensativo—. Las bengalas tendrían que servir. Tengo un montón. Volveré en un minuto.
—¿Bengalas?
—Sí, tengo un puñado de fuegos artificiales. Iba a tirarlos a medianoche. Una especie de pequeña celebración personal. Espérame aquí. —Se abrió paso entre la basura hacia el otro extremo del barco.
Spector metió los dedos en un par de agujeros de bala que tenía en la chaqueta y se mordisqueó el labio. Si conseguía sobrevivir a aquel día, no saldría de la cama en una semana.