Capítulo doce


17.00 horas

La oscura corriente discurría entre sus patas y el caimán lo agradeció. Las palpitantes aguas acababan de empezar a subir, poco antes; primero una fina capa que se arrastraba por el suelo rocoso del túnel, después una sucesión de olas cada vez más altas. Ahora el agua le lamía el vientre y un cuarteto de pequeños remolinos tironeaban de sus patas, donde las ancas se plegaban en los duros costados.

La cola del reptil se agitó de un lado a otro con pesadez e impaciencia. Quería que el agua le llevara flotando, separándolo del duro suelo, y que le diera la flotabilidad que necesitaba para nadar de verdad. El agua era libertad.

Pero el nivel no creció más, así que el caimán siguió caminando despacio. Varios objetos, trozos de diversas sustancias, chocaron contra él. Palpó algunos de ellos con su hocico antes de que la corriente se los llevara.

Los olores eran más que desagradables. No había nada que valiera la pena devorar. Unos grumos de algo blando batieron contra él y desaparecieron.

Detectó un fugaz olor de carne, pero era carroña y ahora no le apetecía. En vez de apoderarse del desastrado objeto, el caimán lo dejó pasar. Aún había algo vivo y delicioso, por delante. Lo sabía y, al saberlo, se forzó a aplazar su hambre casi insaciable.

Bajo sus pies, a través de los oídos y las fosas nasales y del mismo oleaje de la corriente, podía sentir el pulso de la ciudad. Ahora latía al mismo compás que su propio cuerpo.

Ignoró el leve dolor de estómago. No era nada comparado con su apetito.

Por delante y por detrás, el oscuro túnel se extendía, sin final.

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Hiram hacía ya dos horas que intentaba contactar con Tachyon y empezaba a preocuparse.

Todo el mundo coincidía en que el menudo alienígena había abandonado la Tumba de Jetboy poco después de acabar su discurso, en compañía de una atractiva mujer negra. Pero ¿dónde había ido? No contestaba al teléfono de casa y, en la clínica de Jokertown, Troll aseguró que no había visto al doctor en todo el día. Probablemente estaba por ahí bebiendo, pero ¿dónde? Hiram había llamado a todos sus lugares de costumbre, uno a uno, lo había intentado incluso con el Freakers, el Club del Caos y el Dragón Retorcido, por si se daba la circunstancia de que el taquisiano hubiera decidido ahogar su culpabilidad en territorios menos familiares; nadie le había visto desde poco después del mediodía, cuando se había ido de la ceremonia en la tumba.

A Fortunato quizá no le hubiera importado, pero él estaba empezando a preocuparse. ¿Y si el Astrónomo ya había capturado a Tachyon? ¿Era otro nombre que añadir a la lista de muertos?

Sentía una opresión en la boca del estómago que ninguna cantidad de comida podría curar. Inquieto, intranquilo e infeliz, Hiram Worchester se puso de pie y se dirigió a su restaurante.

Abrirían las puertas en menos de dos horas. Casi todos los ases importantes llegarían, y esperaba de todo corazón que el Dr. Tachyon estuviera entre ellos. Para entonces, lo peor habría pasado. Ni siquiera el Astrónomo estaría tan loco como para arremeter contra todo el poder que estaría reunido en el Aces High dentro de un par de horas.

Hiram recorrió la larga barra curvada. La madera relucía y el espejo estaba impecable y brillaba con las luces que reflejaba. Un cuarteto de camareros con camisas azul celeste estaba organizando barriles de Guinness Stout, New Amsterdam y Amstel Light fresca. Modular Man estaba en el último taburete, bebiendo un rusty nail. Al androide le gustaba experimentar.

—No detecto ninguna señal de presencia hostil —dijo Mod Man.

Hiram asintió, ausente.

—Sigue vigilando —dijo.

Se dirigió a la cocina a grandes zancadas, sin dejar de pensar en Tachyon. Debía de estar en casa, ninguna otra cosa tenía sentido. Pero si estaba en casa, ¿por qué no contestaba al teléfono? Porque estaba muerto, susurró una parte oscura de su mente, y casi podía ver al pequeño alienígena tendido en la moqueta, con la sangre manando entre su largo cabello pelirrojo y manchando su horrible ropa.

En la cocina, el zumbido de los grandes ventiladores de techo llenaba la habitación con un palpitante y regular rumor mientras se esforzaban por vencer el calor de los hornos. Paul LeBarre estaba en un rincón con sus especies, componiendo su propia mezcla cajún para el atún y bramando su descontento a cualquiera que intentara ver qué estaba haciendo. Hileras de patatas cubrían una docena de largas bandejas, cortadas y sazonadas y listas para hornear, y seis orondos lechones estaban siendo aliñados y preparados. Los pinches de cocina estaban limpiando verdura y cortándola con cuchillos finos y afilados y el chef de repostería estaba ocupándose de una tarta de tres chocolates y crema agria recién salida del horno. Hiram lo supervisó todo, probó la salsa de cerezas amargas que estaban preparando para el cerdo, intercambió unas pocas palabras con el encargado de las salsas y se fue casi tan inquieto como cuando había entrado.

¿Y si Tachyon aún no estaba muerto? ¿Y si sólo estaba muriendo? Alguien tenía que comprobar que estaba bien. Pero Fortunato le había advertido que no se fuera, ¿verdad? Si acudía al piso de Tachyon y el Astrónomo atacaba el Aces High en su ausencia y, tal vez, mataba a alguien, no podría soportar los remordimientos. ¿Pero cómo podría soportar los remordimientos si se quedaba aquí y Tachyon moría como resultado?

El Aces High ocupaba toda la planta, todas las zonas donde se sentaban los comensales daban a las terrazas para que pudieran disfrutar de las magníficas vistas que su altitud permitía, en todas direcciones. La cocina, los almacenes, la cámara, los aseos, el montacargas y las oficinas estaban en el centro. Hiram recorrió todo el circuito, supervisándolo todo, asintiendo a su personal aunque su mente estaba muy lejos.

Los camareros eventuales se apiñaban en torno a una de las mesas escuchando al capitán, que les explicaba cómo se hacían las cosas en el Aces High. Eran un grupo heterogéneo, vestidos con vaqueros y chaquetas baratas y cazadoras de los Dodgers, pero una vez que llevaran esmoquin y camisas de seda azul, tendrían tan buen aspecto como los camareros de la casa. En otro lugar, los carritos con la ropa blanca hacían su ronda mientras equipos de ayudantes desplegaban manteles limpios y almidonados sobre las mesas redondas del banquete. Curtis estaba hablando con el sumiller.

Junto a una ventana, vio a Water Lily, de pie junto a su reflejo y contemplando los destellos dorados en lo alto del edificio Chrysler. Llevaba un traje largo de satén azul que dejaba el hombro izquierdo al descubierto. Tenía un aspecto adorable y un tanto triste. Se dirigió hacia ella pero había algo en la expresión de sus ojos que le hizo considerar si era oportuno interrumpirla. Se detuvo un momento, después se dio media vuelta y se fue.

Peter Chou tenía un pequeño despacho junto al de Hiram, en el centro de la planta, pero en vez de una pantalla de televisión en la pared, tenía una docena. Hiram entró sin llamar.

—¿Estamos seguros? —preguntó.

Peter le miró con fríos ojos castaños.

—He añadido algunos hombres. Nadie podrá entrar sin que nos demos cuenta, créeme. —Señaló las pantallas—. Todos los monitores funcionan y también el detector de metales de la puerta principal. Colocaré a seis hombres en planta, en lugar de tres. Estamos lo más seguros posible, al menos contra seres humanos.

—Excelente. Tengo que salir un rato. Intentaré estar de vuelta cuanto antes, pero puede que tarde más de lo esperado. Espera a que me vaya y entonces haz que Modular Man y Water Lily se queden en tu despacho. Explícales nuestro sistema de seguridad, explícaselo con gran detalle. Mantenles aquí dentro, contigo, juntos, todo lo que puedas, preferiblemente hasta que vuelva.

Chou asintió.

Se fue hacia el vestíbulo, llamó al ascensor, se balanceó sobre sus tacones durante un momento y volvió a llamar, como si aquello hiciera que el ascensor viniera más rápido. Cuando las puertas se abrieron por fin, entró a toda prisa y casi chocó con Popinjay, quien salía.

—¡Tú! —exclamó Hiram—. Fantástico, justo el hombre que esperaba ver. Ven conmigo, vamos a ver al Dr. Tachyon. —Ackroyd retrocedió, de vuelta al ascensor. Hiram pulsó el botón para bajar a la recepción y empezaron a descender.

—¿Qué tal te fue con Gills?

—No muy bien —dijo Popinjay—. Para cuando acabé de tantear a Gills, Bludgeon ya volvía a estar en la calle. Tiene buenos abogados. Creo que van a demandarme. —Torció la boca en una media sonrisa—. Y lo más probable es que a ti también. Gills teme ir a casa. Le hice aparecer en casa de mi hermana, ahí debería de estar más seguro, y sabremos donde encontrarle si le necesitamos.

—¡Maldita sea! ¿No podemos librarnos ni de un solo malo? ¡No sé dónde va a ir a parar esta ciudad!

Ackroyd se encogió de hombros.

—¿Por qué vamos a visitar a Tachyon?

Hiram le lanzó una mirada sombría.

—Me temo… que podría estar muerto.

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Bagabond se inclinó hacia adelante, alejándose del muro de ladrillos del callejón. Se apoyó en un contenedor para mantener el equilibrio. El pasaje olía a basura reciente. Rosemary miraba alrededor con un poco de aprensión.

—Tranquila, estamos solas.

—Tú no tienes que leer los informes de crímenes que yo leo —dijo Rosemary—. No has visto las fotos que los detectives sacan en sitios como éste. No tienes que ir al depósito para comprobar…

—Silencio —dijo Bagabond.

—¿Le tienes?

—Está en la zona alta y bastante hacia el este. Diría que cerca de la plaza Stuyvesant. Bajo el suelo, claro.

—Hoy no creo que nadie se haya dado cuenta siquiera. ¿Aún tiene los libros?

—Por lo que puedo decir, sí. La verdad es que ni se acuerda ni se da cuenta de lo que hay en su tripa; es la ausencia lo que marca la diferencia. Pero no hay razón para que el paquete no debiera seguir allí.

Rosemary avanzó un paso hacia la salida del callejón.

—Está bastante lejos, en especial hoy. Sería mejor que nos pusiéramos en marcha, si hemos de estar en el Haiphong Lily a las ocho. —Sonrió con tristeza a su amiga—. Sólo entonces me haré una idea lo que voy a hacer.

Bagabond frunció el ceño.

—Jack sigue moviéndose, pero tan lento que podemos contactar con él sin dificultad. Deberíamos coger el metro. Los taxis serían un follón.

Vio que Rosemary estaba tensa pero no hizo ningún comentario. Después sonrió.

—No he conocido a ningún otro animal que tenga un hambre tan constante como un caimán. Sólo espero que no sea él quien nos encuentre a nosotras.

Las cejas de la ayudante del fiscal se arquearon.

—Está demasiado preocupado por su sobrina para eso —dijo Bagabond—. Pero, en el nivel superficial de su cerebro de reptil, no lo sabe.

Sacudió la cabeza, mira que pensar en «apetitos», y abrió la marcha para salir del callejón e introducirse entre la bulliciosa turba que celebraba aquel día de fiesta.

Se adentraron en el caos de cánticos, carritos de comida exótica, gritos y rock and roll.

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—El libro no esssssssstá aquí, Tachy. ¿Dónde essssssssstá? —Las explosivas sibilantes indicaban que la paciencia del joker se estaba acabando a toda velocidad.

—Casi un millar de libros y no pueden encontrar ni uno que les parezca bien. Me parece grosero y una crítica a mis gustos.

—O al suyo —apuntó Roulette.

Tachyon echó la cabeza atrás para encararse a cara de serpiente y el repentino gesto le evitó el golpe.

—No sé nada de ese escurridizo libro. Dices que alguien me lo ha dado pero a mí nadie me ha dado un libro hoy. He pasado las últimas seis horas en compañía de esta dama. ¿Me ha dado un libro alguien?

—No.

—Lo tienes tú. —Una vez más la lengua jugueteó por la cara del alienígena y bajó por su pecho—. Lo noté al degustar a la chica, y si tengo que darle una paliza a la negra para obtenerlo, lo haré.

Le clavó en el hombro un dedo índice coronado por una uña increíblemente larga y gruesa y la mujer ahogó un grito. Lo que se avecinaba iba a ser mucho peor que un dedo hincándosele en un hombro entumecido y dolorido, de modo que sería mejor que se preparara.

—Está bien, seré razonable. El libro no está aquí, lo he guardado en un lugar seguro.

—Y tú nosssss vasssss a llevar allí.

—Sí, pero tenéis que dejar que ella se vaya.

—No, creo que sssse viene con nosotrosssssssssss.

—Entonces no hay libro.

—Entoncessssssssss le redecoraré la cara.

Sonó el timbre.

Hubo un súbito movimiento de los captores. Tocaron las armas para asegurarse de que todo iba bien y Tommy se dirigió hacia la puerta y luego retrocedió; la serpiente saltó hacia Tachyon pero el alienígena también había visto las posibilidades y canturreó:

—Sí, un momento, por favor.

—Hijo de puta, debería romperte el cuello —siseó el joker cerrando la mano alrededor de la garganta del doctor.

—Sería mejor que le dejaras atender a la puerta —susurró Roulette, pues la sangre afluía a la cara de Tachyon y no parecía poder responder por sí mismo—. Si no, sabrán que algo va mal y volverán con refuerzos.

—Vamossss a essssperar. Puede que ssssea el repartidor de periódicossss o losss mormonesssss.

Pero no era el caso. La voz de un hombre, grave, baja y cultivada pero en la que había unas notas de tensión y preocupación, dijo:

—¿Tach? Tengo que hablar contigo. ¿Va todo bien?

—Dile que sssssí.

—Sssssí. —Tachyon le imitó servicialmente; luego tosió, tratando de aliviar el dolor de su garganta.

—¿Quién essss esssse hombre?

—Hiram Worchester.

—De acuerdo, puedesss ir a abrir la puerta, pero desssshazte de él rápido.

—Mejor será que se limpie la cara —apuntó Roulette en el mismo tono neutro que había mantenido desde el inicio de aquella pesadilla. Estaba tan sorprendida como complacida por su capacidad de control. En su interior, era un manojo de nervios.

—Límpiasela.

Le tiraron un pañuelo mientras Tommy la desataba. A los pocos segundos, las puntas de los dedos empezaron a quemarle cuando el flujo de sangre le volvió a las manos.

—¿Tach?

—Ya voy —respondió mientras Roulette mojaba la tela en el jarrón de la mesita de café y empezaba a limpiarle de prisa la peor parte de la carnicería de su cara.

—El lado derecho no está tan mal —susurró—, pero no dejes que te vea ese ojo morado.

El ojo izquierdo estaba tan malherido que se había hinchado hasta cerrarse por completo.

—Tendré cuidado —dijo en un tono neutro buscado con cuidado, pero el ojo derecho parecía brillar febrilmente, la mirada era resuelta. De nuevo sintió aquella especie de beso en los bordes de su mente. Y ella lo entendió, o al menos esperó o pensó que lo entendía. Ésta podía ser su oportunidad. Le dio un rápido apretón en la mano y la recompensó con una fugaz y dulce sonrisa, que quedó un tanto empañada por el labio partido e hinchado.

Dos de los captores tomaron posiciones en la pared junto a la puerta, uno detrás de Tachyon y un tanto a la izquierda, con la pistola en los riñones del alienígena. Tommy colocó una mano en el hombro derecho de Roulette. El joker reptiliano indicó la cocina con una sacudida de cabeza y la avispa se alejó zumbando. La intensidad del rumor de sus alas disminuyó. Tachyon apenas entreabrió la puerta y se asomó.

—Hiram.

—¿Por qué diantres has tardado tanto?

—Estoy entretenido. —Hizo un sutil énfasis en la última palabra.

—Has descolgado el teléfono. Hemos estado intentando localizarte durante horas.

El joker puso la mano sobre la de Tachyon, intentando que cerrara la puerta, pero el alienígena se echó hacia atrás, abriéndola. El doctor cayó por los suelos y el corpulento e impecablemente vestido Hiram entró en la habitación, quisiera o no.

—Eh —dijo un segundo hombre mientras cruzaba la puerta, y luego cerró la boca de golpe cuando una arma se le clavó en el costado. Cara de serpiente cerró la puerta en silencio.

—Dios mío, Tachyon, ¿qué es todo esto?

—¿A ti qué te parece, Hiram?

Se puso de pie a duras penas y lanzó una agria mirada a la habitación. Dos de los chinos entraron y registraron rápidamente a los recién llegados.

—Están limpios.

—¿Qué hacemos ahora? —se quejó Tommy.

—Ssssssssssssilencio.

El hombre más pequeño esbozó una sonrisa de muñeco de trapo y les señaló con el dedo índice.

—¡Muy bien! Que nadie se mueva un pelo, os tengo pillados.

Hasta Tachyon pareció disgustado, y alguien dijo:

—Calla la puta boca, te acabo de registrar de arriba abajo.

El hombre se encogió de hombros, retiró la mano, estudió el dedo durante un largo instante, luego señaló al joker y dijo:

—¡Pop!

Cara de serpiente desapareció.

Dos de los chinos se agarraron las cabezas y se desplomaron con un suspiro.

—¡Hiram, cuidado! —bramó Tachyon.

El hombretón vaciló un instante y después se dejó caer en plancha entre el sofá y la mesita de café mientras Tommy descargaba su 45 justo al lado de la oreja de Roulette. Se oyó un estallido atronador y el delicado cuenco de la mesita se rompió en mil pedazos, lanzando una cascada de agua y flores sobre la espalda de Hiram y dejando una única gardenia colgada tristemente de la curva de sus anchas posaderas. Al oír el grito de Tachyon, el compañero de Hiram retrocedió un paso, abrió la puerta y se esfumó en el descansillo. Los chinos que estaban justo detrás del alienígena empuñaron la pistola; luego se quedaron roncando en el suelo uno encima del otro.

El doctor se dio la vuelta para encararse a Tommy. Era un cara a cara: el poder de Tachyon frente a la presión de un dedo en el gatillo. ¿Qué sería más rápido? Roulette agarró la silla vacía que tenía al lado y la estampó contra las espinillas de Tommy. Aulló, se le cayó la pistola y fue a por la mujer, con los brazos abiertos como un borracho tratando de abrazar a una amante reticente. Ella retrocedió con gracia y le atizó de nuevo con la silla.

Se oyó un rumor como el de miles de abejas rabiosas y Avispa llegó zumbando con furia desde la cocina. Hiram, revolviéndose en el suelo como una ballena varada, apretó el puño y el joker se estampó contra el suelo, con las alas plegadas como una figura de origami. Tommy agarró la pata de la silla y por un instante se produjo un tira y afloja mientras Roulette intentaba sujetar con fuerza su inadecuada defensa. El chino tanteó su espalda con la mano que tenía libre y sacó un cuchillo. Roulette abandonó su escudo y echó a correr, gritando. La cogió por el pelo y la hizo girar sujetándola contra su cuerpo. Nunca supo si pretendía usarla como rehén o matarla allí mismo, porque de repente su rostro se distendió y soltó un sonoro «qué pifia». El brazo que la sujetaba por el pecho era como una viga de acero y ambos se desplomaron en un revoltijo.

Luchó por zafarse, aunque le daba la sensación de que pesaba varias toneladas. Esto era más de lo que sus desbordados nervios podían soportar. Los gritos que le habían estado desgarrando la garganta se convirtieron en una risa histérica y de ahí degeneraron a sollozos entrecortados.

—Shhhhh, shhhhhhh.

Unas manos suaves le acariciaron el pelo, le limpiaron las lágrimas y la abrazaron.

—Ahora estás a salvo. Ya ha acabado todo.

Apoyó la cabeza en el hombro de Tachyon y respiró hondo, temblorosa.

—¿Qué diablos está pasando aquí? —estalló Hiram en tono soliviantado. Tachyon puso en pie una silla y ayudó a Roulette a sentarse en ella.

—Hiram, mi más profundo agradecimiento, no has podido llegar en un momento más oportuno.

—¿Quiénes son esos hombres?

—No tengo ni idea. Querían un libro. —Los ojos castaños de Worchester se desorbitaron y observó con suspicacia a su amigo, como si sospechara que estaba ebrio.

El compañero de Hiram sacó la cabeza por la puerta.

—¿Deberíamos llamar a la policía?

El alienígena salió a su encuentro y le tendió la mano.

—También te estoy muy agradecido, pero ¿qué les hiciste a…?

Hizo un gesto de impotencia al espacio que pocos segundos antes había contenido a cara de serpiente.

El hombre de traje marrón se encogió de hombros.

—Soy un proyector de teletransportación. Señalo con los dedos y ¡pop!, se van.

—¿Dónde? ¿Dónde ha ido a parar?

—Al servicio de caballeros del Freakers.

—¿Al servicio de caballeros del…?

Se encogió de hombros.

—Sólo puedo enviar a la gente a sitios que conozca.

—Ojalá conocieras The Tombs.

—Oh, lo conozco, pero… —Arrastró los pies, miró el techo, echó un vistazo a Hiram y volvió a dirigirse al doctor—. Hoy ya les he enviado a un tipo y los polis están puteados. No quiero más problemas.

—Así que le hemos perdido y nunca sabré de qué libro hablaba.

—Diría que hoy es la menor de nuestras preocupaciones —dijo Hiram.

—¿Por qué?

—Si cierta persona mostrara más responsabilidad y no descolgara su teléfono, no tendría que preguntar.

—No seas quisquilloso.

—Tachyon, he tenido un día bastante complicado…

—Claro, el mío ha sido mejor…

Se contemplaron en silencio; después Worchester suspiró y se pasó una mano por la calva y se alisó la barba. Tachyon sonrió y dijo en tono más amable:

—¿Empezamos de nuevo?

Se apretó el cinturón del batín y se sentó en el brazo del sofá.

—Venga, ¿qué te trae por aquí?

—Perdón, pero… ¿y qué pasa con… estos… gorilas? —preguntó Roulette.

—No tienes por qué preocuparte, dormirán unas cuantas horas.

—¿Y él? —Señaló a la avispa.

—Pesa como trescientos kilos —respondió Hiram—. Dudo que vaya a ninguna parte.

—Ah —dijo ella con voz débil.

—El Astrónomo está arrasando la ciudad —dijo Hiram—. Temía que ya hubiera dado contigo. Ya sabes lo de Aullador, claro. Chico Dinosaurio también está muerto, hecho pedazos en la Tumba de Jetboy, y la Tortuga fue atacada y parece que se estrelló en el Hudson, no le han visto desde entonces.

Worchester sostuvo al diminuto doctor cuando se tambaleó y le ayudó a acomodarse en el sofá.

—¡Brandy! —espetó, y Roulette se obligó a que la tensión volviera a sus rodillas y obedeció—. Siento expresarlo tan crudamente pero no hay un modo bueno de dar noticias como éstas.

—No puedo creerlo… La Tortuga, ¿dices? ¡Y ese chico! —Tachyon se tapó la cara con las manos.

Worchester les describió los sucesos en la tumba en pocas y brutales palabras.

Roulette ni siquiera se dio cuenta cuando Hiram le cogió la copa de sus nacidos dedos. Estaba viendo a un muchacho de rostro afilado, guapo pese al montón de granos en la barbilla, burlándose de los mayores.

Se preguntó cuáles serían sus sueños y objetivos, y sintió la angustia de sus padres. Emitió un sonido desgarrador, que era tanto un grito agónico como un sollozo, y cayó en la oscuridad.

Por desgracia, no estaba vacía. En ella aguardaban el cuerpo retorcido de su hijo y los ojos ardientes de su amo.

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Fortunato llegó hasta una mujer de mediana edad que vigilaba la entrada de los estudios de sonido de la NBC. Por el enorme ventanal de su derecha veía la pista de patinaje del Rockefeller Plaza.

No obtenía ninguna percepción de que Peregrine estuviera en el edificio, pero era un as, y era posible que le estuviera bloqueando de algún modo.

—Lo siento, caballero, pero no podemos dar sin más ese tipo de información sobre nuestros presentadores.

Fortunato la miró fijamente a los ojos.

—Llámala —dijo.

Su mano se movió involuntariamente hacia el teléfono y entonces vaciló.

—No está en el edificio. Esta noche es Letterman quien hace el programa.

—Dime dónde está.

La mujer sacudió la cabeza; su pelo rojo, muy permanentado, la siguió en cada movimiento.

—No puedo. —Parecía estar a punto de llorar—. Tenía que asistir a una cena importante esta noche y por eso no está aquí para la grabación.

—Está bien. Gracias, ha sido muy amable.

La mujer sonrió tímidamente.

Fortunato apoyó la cabeza contra las puertas del ascensor mientras descendía hasta la planta baja. Aún no habían encontrado el cadáver de la Tortuga; el piso de Peregrine estaba vacío; y nadie había visto a Jumpin Jack Flash en semanas.

El juego había durado diecisiete años y ahora le quedaban sólo doce horas. «Me está dando una puta paliza», pensó Fortunato. La única vez en que había conseguido herirle fue cuando destrozó aquella puta máquina y detuvo a TIAMAT.

Estaba exhausto. Había pasado toda la noche en vela con el espejo de Hathor, yendo de aquí para allá en vano desde entonces. «Tienes que darle la vuelta. Contraatacar, hacerle daño», se dijo.

Lo ansiaba con tanta intensidad que podía saborearlo.

Pero ¿cómo podría encontrar a alguien a quien ni siquiera podía ver? ¿Cómo?

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