Capítulo 18

Por la mañana, Karen bajó con Michael y Laura en ascensor a la cafetería donde les esperaba Tim. Era una mañana neblinosa. La bruma se daba contra la ventana de cristal cilindrado y el otro extremo de la calle se perdía en capas de niebla.

—Se trata de saber lo que queréis. Para empezar, ¿por qué habéis venido a buscarme?

—Para averiguar lo que somos y para hacer algo con respecto al Hombre Gris —dijo Laura.

Había pasado la hora punta del desayuno y el salón estaba casi vacío. Un hombre con un cubo y una fregona parecía bailar un vals sobre el suelo embaldosado. Karen se sentó con Michael en la curva central de un reservado de vinilo y por el momento se contentaba con que su hermana llevara el peso de la conversación.

—Bueno, ya tenéis una parte —dijo Tim—. Sabéis lo que sois y de dónde venís. En cuanto al Hombre Gris… os aseguro que no podréis encargaros de él sin ayuda.

—¿Sin tu ayuda?

—Sin la ayuda de la gente que le creó.

—La gente de la que nos hablaste… El Novus Ordo.

—En efecto.

—Quieres que vayamos allí.

Laura le lanzó una mirada a Karen, que hizo un gesto con la cabeza a modo de acuse de recibo.

—Sería lo más prudente —dijo Tim—. A lo mejor, lo único que se puede hacer. ¿Qué más opciones tenéis?

—Pero tenemos que confiar en tu palabra acerca de todo esto.

Tim se echó atrás. Su gesto era cauto.

—No sé si me gusta lo que estás sugiriendo.

—Ha pasado mucho tiempo, eso es todo. La última vez que te vio alguno de nosotros eras de la edad de Michael. ¿Te acuerdas? Un adolescente de mal genio enfundado en una cazadora de cuero. Eras un resentido.

Tim consiguió adoptar cierto aire de indignación.

—Es decir, que no confías en mí.

—Me refiero a que pides mucho si quieres nuestra confianza. Voy un día por la calle y de repente sales y dices: «hola, hermanita, ¿qué tal?». Pero han pasado veinte años, Timmy. La gente cambia. Creo que es normal que nos preguntemos quién eres y qué quieres de nosotros.

Tim negó con la cabeza. Karen pensó que parecía triste, pero también dejaba traslucir, de manera muy sutil, el desdén que solía expresar con tanta facilidad,

—Bueno, no es ninguna novedad —dijo Tim—. Llegáis al límite y luego os echáis atrás. Así es como habéis vivido las dos. Resulta fácil poner excusas, pero eso no va a resolver vuestros problemas.

Laura parpadeo.

—¿A qué viene eso? No sabes nada de nosotras.

—Puede que sólo tuviera quince años, pero tenía ojos en la cara. Tengo memoria.

—Míralo desde nuestro punto de vista —dijo Laura—. Trata de hacerlo.

Tim pareció contener una respuesta.

—Lo intento, pero no tengo claro qué es lo que queréis.

La camarera trajo café en un recipiente humeante. Karen vio que Michael ofrecía su taza y se preguntó cuándo había empezado a beber café—. A lo mejor llegaba con la pubertad, como afeitarse.

Trató de centrar su atención en la conversación pero no lo logró. No había un lugar más seguro que la cafetería de un hotel, pero se sentía intranquila, expuesta…

—Al menos me gustaría saber dónde nos metemos —dijo Laura.

—Es una ciudad vieja —dijo Tim con paciencia—. Se llama Washington y está a orillas del Potomac pero no se parece mucho a la ciudad que conocéis con ese nombre. Es invierno y el clima es más frío que el nuestro, con lo que podéis esperaros que nieve. Hay un edificio que se llama Instituto de Investigación para la Defensa, un centro gubernamental y allí hay gente que quiere hablar con vosotros.

—¿Pueden ayudarnos?

—Me dieron a entender que pueden enseñaros la manera de viajar sin dejar rastro; fundamentalmente, es un método para despistar a Walker.

—¿A ti ya te han hecho ese favor?

—No. Todavía no.

—Luego tenemos que confiar en su palabra.

Tim adoptó un gesto de resignación.

—Allí no pueden retenernos. No hay castigo alguno, sólo una recompensa. Está claro que no quieren darla demasiado pronto.

—¿Tanto nos necesitan?

—Para su trabajo. No es nada malo. Necesitan que cooperemos.

A Karen se le pasó algo por la cabeza.

—¿Cómo sabemos que no está trabajando para ellos?

Laura y Tim se volvieron para mirarla. Se ruborizó, pero prosiguió.

—Me refiero al Hombre Gris. Podría trabajar para ellos. Él es el castigo.

Laura se lo pensó y asintió meditabunda.

—Puede ser. ¿Qué opinas, Tim?

—Estáis obsesionadas —dijo—. ¿Cuántas veces tengo que decíroslo? Hablamos de gente razonable, no de monstruos.

Karen se terminó el café. Tim dejó dinero para pagar el desayuno y una propina desmesurada.

—Os he contado todo lo que sé —dijo—. En resumidas cuentas, voy a volver pronto y creo que deberíais acompañarme.

Era un ultimátum y Karen lo detectó en su voz. Era una exigencia o una petición o una mezcla coercitiva de ambas. Tim no había cambiado.

Se hizo el silencio.

—Yo voy —dijo Laura de repente.

Karen la miró boquiabierta. Tim parecía igual de sorprendido.

—Mañana —añadió.

Más miradas.

—Bueno, ¿por qué no? —preguntó—. Cuanto antes, mejor, ¿no? Pero sólo uno de nosotros —añadió—. Sólo irá uno, y seré yo. Si todo parece ir bien, volveré y traeré a los demás. —Clavó la mirada en su hermano—. ¿Te parece bien?

Se hizo un silencio aún más prolongado. Tim miró a Laura, a Karen y finalmente a Michael.

«Nos observa para ver si somos sinceros», pensó Karen.

¿A qué venía aquella desconfianza? ¿De qué tenía miedo?

—Creo que os estáis pasando de cautos, pero no pasa nada… Por algo se empieza.

—No tienes por qué hacerlo —dijo Karen.

—Ya lo sé —respondió Laura.

Habían vuelto a la habitación del hotel. Michael se daba una ducha y Karen se había quedado a solas con su hermana.

—Es peligroso —dijo Karen—. Me da mala espina.

—Joder, a mí también. Pero no soy el primer premio. Creo que Tim está moralmente obligado a traerme de vuelta. Por lo tanto, me voy a dar un paseo, y a lo mejor es un engaño pensado para atraernos… pero es posible que me entere de algo.

—Estamos suponiendo que nos miente y que podría trabajar para el Hombre Gris.

—Al menos es posible. Nunca entendí la relación que mantenían.

—Entonces es demasiado peligroso. No puedes ir.

Laura dio un suspiró y echó la cabeza atrás.

—¿Qué otra opción nos queda? ¿Seguir huyendo? No quiero hacerlo. Estoy harta. Además, nunca ha ido detrás de mí. Walkcr me dejó en paz en Turquoise Beach. No va a por mí.

Karen pensó que aquello era cierto, pero también espeluznante; las implicaciones eran aterradoras.

—¿Y a por quién va?

—Ni a por ti ni a por mí —dijo Laura—. Creo que… en última instancia, quieren a Michael.

«No, por favor», pensó Karen.

A lo mejor Tim no mentía y todo era cierto; a lo mejor no pasaba nada.

Karen estaba tumbada en la cama y quería creerlo.

«Tal vez sea cierto, y exista un lugar que podamos considerar nuestro hogar», pensó.

No el tipo de utopía que Laura se había propuesto encontrar en su pueblo en el extremo del continente, ni el Paraíso, ni un lugar especialmente bueno… sino el hogar, un hogar auténtico y real donde sentirse a gusto.

Eso estaría bien.

Pero pensó en el sueño, que no era un sueño, del barranco detrás de la casa en Constantinople y la oscuridad de un callejón adoquinado en una ciudad costera vieja y llena de humo. Pensó en las fábricas y almacenes solitarios y en los edificios negros de obsidiana. Pensó en la nieve que había empezado a caer.

Era el tipo de mundo al que Tim habría ido voluntariamente. Karen había escuchado las especulaciones de su hermana acerca del talento que compartían. Era un talento tan amplio o tan limitado como la propia imaginación, en otras palabras, como el alma. Recordó cómo era Tim de pequeño y supuso que había abierto puertas a muchas de aquellas Tierras tristes, lúgubres y frías. A lo mejor no podía abrir otro tipo de puerta… de toda la maraña de posibilidades, nada más que callejones oscuros y urbes gélidas.

Cuando por fin se dormía, se acordó de lo que le había dicho Laura. Quieren a Michael. Las palabras resonaron en su cabeza.

«A mi hijo no», pensó. «Por favor, a Michael no».

Y pensó en el Hombre Gris todos esos años atrás, en los regalos que les había hecho, los regalos que habían aceptado, los regalos que habían languidecido en un cajón cerrado durante tres décadas.

Los reinos de la Tierra.

¿Qué significaba eso?

La más bella del país.

Un acertijo.

Tu primogénito.

Se durmió temblando.

Laura, en la cama de enfrente, pensaba en cosas parecidas.

Walker le había regalado un espejo, el mismo espejo que había encontrado en el escritorio en Polger Valley… el espejo que ahora podía imaginarse con claridad. Era un espejo barato de plástico rosa y el cristal cromado se había oxidado con los años. Pero era evidente lo que pretendía Walker. Era su manera de decir que era presumida, que su maldición era la vanidad.

Y era verdad. Ahora lo sabía. Su vida se había ceñido a aquello. Las drogas eran un espejo en el que se había mirado durante un tiempo. Turquoise Beach era un espejo, un espejo mágico que sólo proyectaba reflejos agradables. Emmett era un espejo, y Laura se había mirado en los ojos de él.

Y Laura pensó con amargura que todo aquello no valía una mierda y que por eso estaba allí, sola y perdida en aquella orilla del tiempo.

«Por eso tengo que ser yo», pensó. La lógica era aplastante. Por eso se había ofrecido a acompañar a Tim. Era buena idea, pero también un gesto.

«Dejadme que me arriesgue por alguien. Por Dios, dejadme que me preocupe por alguien por primera vez».

Pero tenía miedo.

No pasaba nada. Lo normal era tenerlo. Se enfrentaba a verdades duras, a confrontaciones finales, a secretos definitivos.

«No voy a dormirme», pensó. «Estoy demasiado tensa».

Pero el sueno se le echó encima de improviso. Se durmió, igual que Karen y la noche pasó, y cuando se despertaron el sol brillaba y la cama de Michael estaba vacía.