Fueron a comer en coche a Fisherman's Wharf.
—Deberíais dejarme que os enseñara esto —dijo Tim—. Hacer un recorrido turístico.
A Karen le gustó el restaurante. La camarera trajo marisco con salsas sabrosas y mantecosas, y por los ventanales veía la bahía de San Francisco y el Golden Gate. El cielo se despejó y el brillante sol invernal se reflejó en los barcos turísticos alineados en el muelle.
—Pero no somos turistas —dijo Laura—. No tenemos tiempo.
—Bueno, tal vez lo tengáis —dijo Tim—. A lo mejor las cosas no van tan mal.
—¿Cómo nos has encontrado?
—Os busqué. —Karen escuchó que hacía un leve hincapié en «busqué». Añadió—: Y sabía que me buscabais.
—¿Puedes hacerlo?
Tim asintió.
Pero no era el lugar adecuado para hablar de aquello. Karen comía metódicamente, sin fijarse mucho en la comida, y miraba de soslayo a su hermano. Llevaba ropa buena. Tenía una pinta saludable. Y entonces, ¿por qué había estado viviendo en un hotel de mala muerte hacía menos de un año? Algo le había salido bien… pero Karen detectó un tic leve y persistente en un lado de su párpado derecho y se preguntó si no le sucedería algo malo.
Tim se volvió hacia Michael, que había pedido el marisco Monterrey tras estudiar de modo minucioso el menú y no haber encontrado ninguna hamburguesa.
—Debe de ser raro descubrir que tienes un tío después de todos estos años.
Michael se encogió de hombros. Había estado callado toda la mañana, callado pero atento.
—Un poco —dijo.
—A ver si damos una vuelta y charlamos.
—Vale —dijo Michael.
Y Karen sintió una punzada de inquietud.
—En casa —dijo Tim—. Allí es donde he estado.
Después de comer, Laura condujo hasta el extremo de un parque con vistas a la bahía. Se quedaron sentados en el coche con las ventanillas subidas, y Karen vio una hilera de gaviotas que hacían un picado hacía el agua. Allí estaban tranquilos y a solas.
—Supongo que no te referirás a Polger Valley —dijo Laura.
Tim soltó una carcajada y Karen de repente se acordó de los viejos tiempos y del desdén de su hermano.
—¿A eso lo llamas casa? ¿Alguna vez te pareció que lo era? Di la verdad.
—Mamá y papá han admitido unas cuantas cosas —dijo Laura.
—Bueno, ¿y si me contáis lo que sabéis?
Y Laura le contó lo que habían averiguado de boca de Willis y de Jeanne: lo de sus padres biológicos, lo del Hombre Gris. Y Karen repitió la parte que Willis le había contado, lo de la cabaña en la carretera comarcal de las afueras de Burleigh y los cadáveres que había descubierto en ella.
Tim escuchó con atención, cuando Karen acabó, frunció el ceño. Negó con la cabeza.
—Una parte la sabía gracias a otras fuentes, pero llena ciertos vacíos.
—¿Lo sabías? —dijo Laura.
—Me lo contaron.
—¿Cuándo?
—Hace poco.
—¿Quién te lo contó? ¿El Hombre Gris?
Las palabras parecieron suspenderse en el aire frío durante un instante. Karen escuchó los chillidos de las gaviotas.
—Está claro que debo empezar por el principio —dijo Tim—. ¿Queréis la versión larga o la resumida?
—Creo que la corta —dijo Laura tras mirar a Michael una fracción de segundo.
Tim iba delante con Laura, y Karen sólo podía verle la espalda, el perfil cuando se giraba, pero lo observaba con mucha atención para volver a familiarizarse con su aspecto y tratar de ubicar lo que había cambiado. Recordó el niño huraño de las fotografías de su madre. Ya no era hosco. Si acaso, demasiado efusivo.
«A veces habla como un vendedor», pensó Karen.
—Me marché de casa —dijo Tim—. He viajado mucho y he tenido muchos empleos en todos estos años. Pero también he viajado de otra manera, aunque siempre acababa aquí… porque me resultaba familiar, sabía cómo manejarme. Al menos, la mayoría de las veces. Pero tuve los mismos problemas que vosotros. Veía a veces al Hombre Gris… y había algo más. A lo mejor también lo habéis sentido… Es como añorar un lugar que nunca habéis visto. Os juro que jamás pensé que éste fuera mi lugar.
Karen vio que Michael asentía levemente.
—Bueno —dijo Tim—, con el tiempo empecé a beber y enseguida se convirtió en un problema. Estuve ingresado un par de veces y luego descubrí lo que parece que vosotras dos habéis averiguado: no es algo de lo que se pueda huir. —Sus labios se fruncieron en una sonrisa triste y comprimida—. Podemos ir más lejos y más deprisa que los demás, pero no hay modo de huir.
—¿Qué alternativas hay? —dijo Laura.
—Dejar de huir —dijo Tim— e ir hacia allí.
—¿Y eso qué quiere decir…?
—Encontré al Hombre Gris y lo seguí.
En el coche se produjo otro silencio.
—Ya lo había hecho antes —prosiguió Tim—. De niños. Cuando no sabía lo que él quería, cuando confiaba en él. ¿Os acordáis de aquella noche en el barranco… de la antigua ciudad costera?
—Sí —dijo Karen sin querer.
—Bueno, pues viene de ahí —dijo Tim.
Pero ella ya se lo había imaginado.
—Y nosotros también —añadió.
Karen se incorporó en el asiento y quiso negarlo.
—Os guste o no, tiene sentido —dijo Tim—. Independientemente de lo que seamos, el Hombre Gris es uno de los nuestros. Es un hecho insoslayable. Nosotros podemos hacer un truco que nadie más puede hacer en todo el mundo… salvo él. ¿Qué da a entender eso?
—¿Qué has averiguado? —dijo Laura con impaciencia.
—Estamos emparentados —dijo Tim—. Somos una familia. Las relaciones son algo extrañas, pero podría decirse que, más o menos, es tío nuestro.
Michael se fue interesando en la descripción que hizo Tim del mundo del Hombre Gris.
Tim decía que era de donde procedían y era donde habían sido creados. En cierto sentido era importante: era el único hogar verdadero que tenían o que tendrían.
Tim dijo que no era necesariamente un buen lugar. Se parecía a este mundo y no era bueno ni malo con claridad, sino que tenía un poco de todo. No era una utopía, pero ¿quién creía en utopías? Había que aceptarlo con todos sus defectos.
Allí las cosas eran distintas.
La historia había transcurrido con algunas diferencias. Roma y la Iglesia Católica aún dominaban Europa; Norteamérica se había independizado y se había convertido en el refugio de los protestantes oprimidos. No se llamaba Estados Unidos, sino Novus Ordo, el Nuevo Orden de las Américas, una importante potencia económica y militar. Roma llevaba dos siglos celosa del Novus Ordo, pero había una amenaza mayor: las naciones islámicas militantes de Oriente Próximo y África.
El Novus Ordo, una nación hereje, podía experimentar con fuerzas que la Iglesia no quería tocar. Alquimia, magia cabalista, astrología… allí todo era muy diferente, muy real. Fueron los americanos los primeros en darse cuenta de que tal vez existiera la capacidad de pasar a otros mundos, que podía ser una fuerza poderosa y accesible. Puede que, en el pasado, se hubiera presentado al azar en forma de talento innato en gente que no sospechaba que lo tenía, y que salía del mundo en sueños y sin querer, o que lo usaba para huir de sus familias o acreedores. Ahora era posible identificar a esas personas, reunirlas y llevar el poder hasta el límite.
No necesariamente en forma de arma (aunque también existía la posibilidad), sino como investigación. Como una herramienta de aprendizaje.
—De ahí es de donde venimos —dijo Tim—. Al menos, es de donde vinieron nuestros padres. Nuestros verdaderos padres.
—Y el Hombre Gris —añadió Michael.
—Es un experimento fallido —dijo Tim—. Está loco.
—Nos persigue —dijo Karen—. Lleva toda la vida haciéndolo, y mató a nuestros padres.
Los tres adultos y Michael caminaron sobre la hierba de mar de aquel promontorio.
—Y también a la niña de la playa —dijo Michael—. Yo lo vi. Acabó con ella… como si aplastase un insecto.
—Eso no tenía que haber sucedido —dijo Tim con calma.
—Nos ha perseguido todos estos años, y a veces nos ha encontrado —dijo Karen—. Lo normal es pensar que, si hubiera querido matarnos, ya lo habría hecho.
—No entiendo todas sus motivaciones —dijo Tim—, pero quizá no sea tan sencillo matarnos como a los demás. Nuestros padres confiaban en él. Era su hermano y pudo acercarse sin levantar sospechas. Ninguno de nosotros sintió lo mismo.
—Salvo tú —dijo Laura.
Tim le dirigió una mirada burlona.
—Aquella noche en el barranco —dijo ella—, en el callejón. Hablaste con él como si lo conocieras. Tim, si hubiera querido, podría habernos matado en ese momento.
—Creo que quería ganarse nuestra confianza —dijo Tim.
—Parecía contar con la tuya.
—Después de aquello no he vuelto a hablar con él.
—Y lo que nos dio, los juguetes. ¿Sabes que mamá y papá aún los guardaban en un cajón? Y lo que dijo. Siempre me he preguntado por su significado. Era como una maldición o un augurio o algo parecido.
—Producto de la locura —dijo Tim.
—Pareces estar muy seguro.
—He hablado con gente.
—¿Con gente de ese lugar… del Novus Ordo?
—Con gente importante.
—¿Fuiste tan campante y charlaste con ellos?
—Les demostré quién era.
—¿De qué estamos hablando? ¿De una especie de proyecto militar?
—De investigación —dijo Tim.
—¿Y dejaron que te volvieras a marchar?
—Entendieron que no podían detenerme —dijo Tom.
—¿Y te creíste lo que te contaron?
—No hay por qué no hacerlo.
Laura negó con la cabeza.
—Si esto es cierto, entonces seguro que quieren algo —dijo Laura—. Igual que el Hombre Gris.
—Hablé con un hombre que se apellidaba Neumann —dijo Tim—. Un hombre de carne y hueso, no un monstruo. No tenía nada de sobrenatural y dirigía lo que ellos llamaban el Proyecto Plenum. Claro que quieren algo de nosotros. Necesitan nuestra ayuda, y en cierto modo les sirvo de mensajero. Pero, por el amor de Dios, Laura, aquello es algo más. Es nuestro hogar, ¿lo comprendes? Es el lugar que nos corresponde. —Fijó la mirada en ella—. ¿No lo echas de menos? ¿No has querido que existiera?
—Si es nuestro hogar… —dijo Karen, pensando en lo que Willis le había contado—, ¿por qué se fueron nuestros padres?
—Huían de Walker, no del Proyecto.
—Pero antes has dicho que confiaban en él. Así es como los mató.
—Tenían miedo de él, pero seguía siendo de su familia. Lo querían. —Tiró rodando una piedra por la pendiente herbosa hacia la bahía—. A veces sucede. Hay gente que ama a gente que quiere hacerles daño. Es posible.