Capítulo 22

Como el lector habrá observado, Aph-Lin no favorecía mi intercambio general y sin restricciones con sus paisanos. Aunque confiado en mi promesa de abstenerme de dar informes acerca del mundo de donde procedía, confiaba todavía más en la promesa de aquellos a quienes había pedido no hacerme preguntas. Zee había exigido de Taë la misma promesa. No obstante, Aph-Lin temía que, si se me permitía alternar con extraños, en quienes mi presencia había despertado curiosidad, me sería muy difícil eludir preguntas y averiguaciones. De consiguiente, nunca iba solo; cuando salía, me acompañaba siempre uno de los miembros de la familia de mi huésped o mi amigo el niño Taë. Bra, esposa de Aph-Lin, rara vez salía más allá de los jardines que rodeaban la casa; era aficionada a leer literatura antigua, en la que encontraba romances y aventuras que ya no se escribían, y presentaban cuadros de vida, con los cuales no estaba familiarizada, que interesaban su imaginación. Cuadros, en verdad, de una vida más parecida a la que llevamos, todos los días en la superficie de la tierra, coloreada por nuestras tristezas, defectos y pasiones; que, para ella, eran lo que son los cuentos de hadas y de las mil y una noches para nosotros. Pero la afición a la lectura no impedía que Bra desempeñara sus deberes de dueña del hogar más numeroso de la ciudad. Recorría diariamente las diversas salas y habitaciones, cuidando de que los autómatas y otros dispositivos mecánicos estuvieran en orden; que los numerosos niños empleados por Aph-Lin, tanto en sus funciones privadas como públicas, estuvieran cuidadosamente atendidos. Bra vigilaba también la contabilidad de toda la propiedad, y ayudaba con gran placer a su esposo en los deberes relacionados con el cargo de Administrador jefe del Departamento de Alumbrado; ocupaciones que, necesariamente, la tenían ocupada casi constantemente. Sus dos hijos estaban por terminar su educación en el Colegio de Sabios. El mayor de los cuales sentía fuerte inclinación a la mecánica, especialmente a la relacionada con los autómatas y la relojería, a la que había decidido dedicarse. Por el momento, estaba ocupado en la construcción de un taller y locales para la exhibición y venta de sus invenciones. El más joven de los hijos prefería la agricultura y las actividades rurales. Las horas que sus estudios le dejaban libres, las dedicaba enteramente a la aplicación práctica de tal ciencia, en las tierras de su padre. Se verá, por lo que antecede, cuán completa era la igualdad de rango entre aquella gente. El tendero gozaba, exactamente, de la misma estimación que un gran propietario. Aph-Lin era el más rico de la comunidad; no obstante, su hijo mayor prefería dirigir un taller, a toda otra ocupación, sin que, por tal elección se considerara al hijo menos digno que al padre de la estima de sus conciudadanos.

Este joven se interesó mucho en mi reloj, cuyo mecanismo examinó con gran atención, pues era para él completamente nuevo y quedó muy contento cuando se lo regalé. Poco después retribuyó el regalo con creces en un reloj, de su propia construcción, el cual marcaba la hora igual que el mío, a la vez que por el sistema característico de los Vril-ya. Todavía conservo este reloj, el cual ha sido muy admirado por los más eminentes relojeros de Londres y París. Es de oro, con manecillas y cifras de diamantes; al dar las horas, toca una melodía favorita entre los Vril-ya. Tiene cuerda para diez meses y nunca ha andado mal desde que lo tengo. Como los hijos de Aph-Lin estaban siempre ocupados, mis acompañantes ordinarios, cuando salía, eran mi huésped o su hija.

Consecuente con la honorable determinación, que había tomado respecto a Zee, empecé a excusarme cada vez que ésta me invitaba a salir solo con ella. En ocasión en que la muchacha daba una conferencia en el Colegio de Sabios aproveché la oportunidad para pedir a Aph-Lin que me mostrara su casa de campo. Como ésta estaba a alguna distancia y a Aph-Lin no le gustaba caminar y, por mi parte, yo había discretamente abandonado mis intentos de volar, fuimos allá en una de las naves aéreas, propiedad de mi huésped. El conductor era un niño de ocho años en su empleo. Mi huésped y yo nos reclinamos en cojines y encontramos el movimiento muy cómodo y agradable.

Dirigiéndome a mi acompañante dije: «Aph-Lin, supongo que no le desagradará si le pido permiso para viajar durante algún tiempo y visitar otras tribus y comunidades de vuestra ilustre raza. También tengo gran deseo de conocer las naciones que no han adoptado vuestras instituciones y que vosotros consideráis como salvajes. Me interesaría grandemente observar cuáles son las diferencias entre ellos y las razas a las cuales consideramos civilizadas en el mundo que he dejado".

«Es absolutamente imposible» —contestó Aph-Lin— que puedas ir allá solo. Hasta entre los Vril-ya te expondrías a grandes peligros. Ciertas peculiaridades de formación y color, y el fenómeno extraordinario de las barbas y pelos en el semblante, descubren en ti una especie de An distinto, tanto de nuestra raza como de cualquier otra raza conocida de bárbaros todavía existente; lo cual, naturalmente, llamaría la atención, especialmente de los Colegios de Sabios de las comunidades de Vril-ya, que visitaras; todo dependería del capricho de alguno de los sabios el que te acordaran la misma hospitalidad con que te hemos recibido aquí, o que te tendieran en la mesa de disección, con fines científicos. Has de saber que, cuando el Tur te llevó primero a su casa y Taë te hizo dormir, a fin de que te repusieras del cansancio y del dolor, los sabios, convocados por el Tur, estaban divididos en sus opiniones en cuanto a si eras un animal inofensivo o peligroso. Mientras estuviste inconsciente, examinaron tus dientes y se descubrió que no solamente eras granívoro, sino también carnívoro. Los animales carnívoros de tu tamaño son siempre destruidos; pues se les considera peligrosos y de naturaleza salvaje. Nuestros dientes, como seguramente habrás observado, no son como los de las criaturas que devoran carne; Zee y otros filósofos sostienen que, como los Ana, en épocas remotas, se alimentaban de seres vivientes del reino animal, los dientes de los mismos deben haber sido adecuados para ello. Pero, aun siendo así, los dientes se han ido modificando por transmisión hereditaria y adaptando al alimento, con el cual nos sostenemos ahora. Ni siquiera, los bárbaros, que han adoptado las instituciones turbulentas y feroces de los Glek-Nas, devoran carne, como las bestias de presa."

«En el curso de esta discusión, alguien propuso que te disecaran; pero Taë abogó por ti. Por otra parte, el Tur quien en virtud de su cargo, es contrario a todo experimento nuevo, en que no se respete nuestra costumbre de no destruir vidas, salvo en casos probados por el bien de la comunidad, te envió a mí quien, por ser el más rico del Estado, tengo la obligación de dar hospitalidad a los forasteros a quienes se puede admitir sin peligro. Si me hubiera negado a recibirte, hubieras sido entregado al Colegio de Sabios y nadie sabe lo que te hubiera ocurrido. Además de este peligro, podrías encontrarte con algún niño de corta edad, cuyas manos hayan tomado posesión de su varilla de Vril, quien, alarmado ante tu apariencia extraña, en el impulso del momento podría reducirte a cenizas. Taë mismo estuvo a punto de hacerlo al verte por primera vez; pero su padre lo detuvo. De consiguiente, te digo que no puedes viajar solo. Con Zee irás seguro y no tengo la menor duda de que ella te acompañará en un recorrido por las comunidades de Vril-ya vecinas, aunque no a los estados salvajes. Voy a pedírselo».

Ahora bien, como mi objeto al proponer el viaje era escapar a Zee, exclamé prontamente: «No, os ruego que no; abandono mi propósito. Me habéis dicho lo suficiente sobre los peligros a que expongo, para disuadirme. Por lo demás, no considero correcto que una muchacha de cualidades personales tan atrayentes, como vuestra hija, viaje por otras regiones, sin un protector mejor que un Tish, de mi insignificante fuerza y estatura».

A lo que Aph-Lin replicó, dejando escapar un suave sonido sibilante lo que más se aproxima a nuestra carcajada y que un An adulto se permite:

«Perdóname mi descortés, aunque momentánea, libertad de reírme al oír la observación seriamente hecha por mi huésped. No puede menos de divertirme la idea de que Zee, a quien tanto gusta proteger a otros, a quien los niños llaman su Guardián, necesite un protector contra los peligros, que pueda traer la audaz admiración de los hombres. Has de saber que nuestras muchachas solteras están acostumbradas a viajar solas por otras tribus, a fin de ver si encuentran algún An que les guste más que los de su tribu. Zee ya ha hecho tres de esos viajes; pero, hasta ahora, su corazón está incólume».

Aquí se me ofrecía la oportunidad que yo buscaba y, mirando al suelo, dije con voz trémula: «¿Prometéis, mi bondadoso huésped, perdonarme si lo, que os voy a decir os ofende?».

«Di únicamente la verdad y no me puedo ofender; si llegara a ofenderme eres tú quien debes perdonarme y no yo a ti».

«Muy bien, entonces, ayudadme a abandonaros; aunque desearía conocer más de vuestras maravillas y disfrutar más tiempo de la felicidad de vuestro pueblo, os pido que me permitáis volver a mi país».

«Me temo que hay razones que me impiden complacerte. En todo caso nada puedo hacer sin permiso del Tur y éste, probablemente, no lo va a conceder. No careces de inteligencia; aunque no lo creo, puedes haber ocultado el grado de poder destructivo que vuestra gente posee. En otras palabras, tu vuelta a tu país puede traernos algún peligro, y si el Tur tiene esta idea, su deber sería destruirte o encerrarte en una jaula por el resto de tu existencia. Pero ¿por qué deseas abandonar un estado de sociedad que, tan cortésmente, concedes que es más feliz que el vuestro?».

«¡Oh, Aph-Lin! Mi contestación es sencilla. Es que no quiero, aun contra mi voluntad, traicionar vuestra hospitalidad; quiero evitar que por un capricho de la libertad proverbial en vuestro mundo, entre el sexo opuesto, del cual ni siquiera una Gy está libre, vuestra adorable hija llegara a considerarme a pesar de ser un Tish, como si fuera un An civilizado y….

«Te cortejará, como su prometido», añadió Aph-Lin gravemente y sin señal alguna de sorpresa o desagrado.

«Vos lo habéis dicho».

«Eso sería una desgracia», añadió mi huésped, después de una pausa, «considero que has obrado como debías en advertirme. Como tú dices, no está fuera de lo común que una muchacha soltera tenga gustos, en cuanto al objeto que anhela, que parezcan caprichosos a otros; pero no hay poder capaz de obligar a una Gy a seguir un curso opuesto al que ella misma decida seguir. Todo lo que podemos hacer es razonar con ella; pero la experiencia me enseña que es en vano que el entero Colegio de Sabios trate de disuadir a una muchacha en cuestiones que conciernen a su elección en amor. Lo siento por ti; porque tal matrimonio sería en contra del bien de la comunidad; puesto que los vástagos de tal matrimonio adulterarían la raza. Incluso podrían venir a este mundo con dientes de animales carnívoros; lo cual no podría permitirse. Zee, como Gy, no puede ser dominada; pero tú, como Tish, puedes ser destruido. Te aconsejo, por tanto, que resistas sus insinuaciones. Dile claramente que no puedes retribuir su amor. Esto ocurre constantemente; más de un An, muy ardientemente perseguido por una Gy, la rechaza y da fin a sus persecuciones casándose con otra. El mismo camino está abierto para ti».

«No», contesté yo, «puesto que no me puedo casar con ninguna otra Gy sin perjudicar igualmente a la comunidad y exponerme al caso de criar niños carnívoros».

«Esto es verdad. Todo cuanto puedo decir, y lo digo con todo el cariño, debido a un Tish y con el respeto debido a un huésped, es francamente esto: Si cedes te convertirás en ceniza. He de dejar que tú sigas el mejor camino que puedas, para defenderte. Quizás será mejor que digas a Zee que es fea. Esta aseveración, en los labios de quien ella enamora, generalmente es suficiente para enfriar el entusiasmo de la Gy más ardiente. Aquí está mi casa de campo».