He mencionado muchas veces la Varita mágica Vril y mis lectores esperarán, naturalmente, que la describa. Esto no puedo hacerlo con exactitud, porque nunca se me permitió manipularla, por temor de algún terrible accidente, a causa de mi ignorancia acerca de su empleo. Es hueca, y lleva en el puño varios registros, llaves o resortes, por medio de los cuales la fuerza puede ser alterada, modificada o dirigida, según se quiera utilizar para destruir o curar; para romper roca; para disparar vapores; para afectar cuerpos, o para ejercer alguna influencia sobre las mentes. Se lleva usualmente del cómodo tamaño de un bastón, pero es extensible y se puede alargar o acortar a voluntad.
Al usar la Varita se apoya el puño en la palma de la mano con los dedos índice y medio abiertos. Me aseguraron, no obstante, que el poder de la Varita no es igual para todos los que la manejan, sino que ciertas propiedades del Vril dependen de quien la maneja, en afinidad con el fin que se propone. Unos tienen más poder para destruir, otros para curar, etc.; mucho depende de la calma y fuerza de voluntad del manipulador. Ellos afirman que el pleno poder del Vril sólo pueden ejercerlo quienes posean cierto temperamento constitucional, que es hereditario. En tales condiciones, una niña de cuatro años de las razas Vril-ya, puede hacer, con la Varita puesta por primera vez en sus manos, cosas que no podría hacer el más fuerte y hábil mecánico, que no pertenezca a dichas razas, aunque dedique toda su vida a la práctica. Unas Varitas son más complicadas que otras; la confiadas a los niños son más sencillas que las empleadas por los sabios de ambos sexos; las de los niños están construidas para el objeto especial al que los mismos se dedican; el cual, como dije antes, es para los más pequeños el de destruir. En las Varitas de las esposas y madres, el poder destructivo está anulado y en cambio, están cargadas con pleno poder curativo. Quisiera poder decir algo más sobre este singular conductor del fluido Vril; pero sólo puedo decir que el mecanismo del mismo es tan delicado, como maravillosos son sus efectos.
Añadiré, sin embargo, que han inventado unos tubos, por medio de los cuales el fluido se puede hacer llegar a los objetos que haya que destruir a una distancia casi indefinida; me quedo corto si digo que tiene un alcance de 800 a 1000 kilómetros. Por otra parte, las fórmulas matemáticas, aplicadas a tal fin, son tan exactas y precisas que siguiendo las indicaciones de un observador en una nave aérea, cualquier miembro del departamento especial puede calcular sin equivocarse, el carácter de los obstáculos intermedios, la altura a que el instrumento disparador ha de elevarse y la carga necesaria, para destruir en un período de tiempo extraordinariamente corto, una ciudad dos veces más grande que Londres.
En verdad, los Ana son maravillosos mecánicos; en el sentido de aplicar sus facultades inventivas a usos prácticos.
En cierta ocasión, visité, acompañado de mi huésped y de su hija Zee, un gran museo público que ocupa un ala del Colegio de Sabios, en el cual se guardan, curiosos modelos de los torpes y primitivos experimentos de sus primeros tiempos; muchos dispositivos de los cuales nosotros nos enorgullecemos como conquistas modernas. En una sección, vimos abandonados como hierro viejo, unos tubos para destruir la vida por medio de bolas metálicas con polvo inflamable, construidos sobre el principio de nuestras catapultas y cañones, pero muchos más mortíferos que nuestros más modernos instrumentos.
Mi huésped los miró con sonrisa de desdén, algo así como un oficial de artillería miraría a los arcos y flechas de los salvajes. En otra sección había modelos de vehículos y embarcaciones a vapor y un globo que pudo ser construido por Montgolfier. «Tales fueron» —dijo Zee, con aire de sabiduría meditativa— «los débiles intentos para dominar a la naturaleza, desarrollados por nuestros salvajes antepasados como si ya tuvieran un vislumbre de las propiedades del Vril.
Esta joven Gy, era un magnífico modelo de la fuerza muscular, que las mujeres de aquel país alcanzan. Sus facciones eran hermosas, como las de todos los de su raza; nunca en nuestro mundo había yo visto un rostro tan divino y perfecto; pero su afición a los estudios más serios había dado a su semblante una expresión de mentalidad abstracta, que la hacía aparecer severa en sus momentos de reposo; tal severidad imponía, al contemplar su amplio busto y alta estatura. Era alta aun para un Gy; la vi levantar un cañón con tanta facilidad como si fuese una pistola.
Zee me inspiraba un secreto terror; terror que aumentó cuando entramos en la sección del museo en que se guardan los dispositivos actuados por medio del Vril; porque allí, al mero movimiento de su Varita, a la distancia ponía en movimiento voluminosas y pesadas sustancias. Parecía que las dotaba de inteligencia, como si la entendieran y obedecieran sus órdenes. Puso en acción complicados mecanismos, los ponía en marcha y los paraba y, en un período de tiempo muy corto, convirtió diversas clases de materias primas en simétricas obras de arte, completas y perfectas. Todos los efectos que el mesmerismo, o la electrobiología, produce en los nervios y músculos de los objetos animados, los producía esta joven Gy, con los movimientos de su delgada Varita sobre los resortes y ruedas de mecanismos inanimados.
Al manifestar a mis acompañantes mi asombro ante la influencia que Zee parecía ejercer sobre la materia inanimada, puesto que en nuestro mundo, yo sólo había presenciado fenómenos en los cuales estos organismos vivientes eran capaces de establecer sobre otros una influencia genuina en sí misma, pero a menudo exagerada por la credulidad o el engaño, Zee, a quien estas cuestiones interesaban más que a su padre, me hizo extender la mano y poniendo la suya al lado, me hizo notar ciertas diferencias en tipo y carácter. En primer lugar, el pulgar de la Gy (más tarde observé que era lo mismo en toda la raza, hombres y mujeres) era mucho más grande y más robusto, que el de nuestra especie sobre la tierra. La diferencia es casi tanta como entre el pulgar del hombre y el del gorila. En segundo lugar, la palma de la mano es proporcionalmente más gruesa que la nuestra; la piel infinitamente más fina y suave y de más calor natural. Más notable que esto es un nervio, perceptible bajo la piel, que arranca de la muñeca, rodea la punta del pulgar y se ramifica en el arranque de los dedos índice y medio. «Con vuestra débil formación del pulgar», dijo la filosófica joven Gy, «y la falta del nervio, que habrá usted visto más o menos desarrollado en las manos de nuestra raza, nunca podéis alcanzar más que un poder imperfecto sobre los agentes del Vril; pero en cuanto concierne al nervio, éste no se encuentra en las manos de nuestros progenitores, ni tampoco en las rudas tribus que no pertenecen a la raza de los Vril-ya.
Este nervio se ha ido desarrollando paulatinamente en el curso de generaciones, fortaleciéndose con el continuo ejercicio del poder del Vril; de consiguiente, en el curso de mil o dos mil años, puede que nazca en los más avanzados de vuestra raza, que se dediquen a la ciencia fundamental, gracias a la cual se alcanza el dominio de todas las fuerzas sutiles de la naturaleza impregnadas de Vril”.
«Usted habla» —continuó Zee—, «de la materia como algo inerte y sin movimiento; seguramente sus instructores y tutores no han podido menos que explicarle que ninguna modalidad de materia es inerte y sin movimiento. Cada partícula está en movimiento constante y constantemente actúan sobre ella elementos, de los cuales el fuego es el más visible y activo; pero el Vril es más sutil y cuando es dirigido con habilidad, el más poderoso. Tanto, que la corriente lanzada por mi mano y dirigida por mi voluntad, no hace más que efectuar, con mayor rapidez y potencia, la acción del agente que eternamente obra sobre cada partícula de materia, por muy inerte y reacia que parezca. Si bien una masa de metal no es capaz de originar un pensamiento propio, no obstante, en virtud de su susceptibilidad interna al movimiento, obtiene el poder de recibir el pensamiento del agente inteligente que actúa sobre él; pensamiento que si se le envía con la fuerza suficiente, gracias al poder del Vril, obliga a la masa a obedecer, como si se le aplicara una fuerza corporal. De momento, está animado por el “alma”, que de tal manera se le infunde, que casi se puede decir que vive y razona. Sin esto no podríamos nosotros hacer que nuestros autómatas llenaran las funciones de criados».
Me infundían demasiado respeto los músculos y los conocimientos de la joven Gy para que me atreviera a discutir con ella. Me acordaba haber leído, en mis días escolares, que un sabio, disputando con un Emperador romano, de pronto se quedó callado; al preguntarle el Emperador si ya no tenía nada más que decir, el sabio contestó: «No, César, no hay manera de argumentar contra un razonador que dispone de veinticinco legiones».
Aunque yo tenía la íntima convicción de que, cualesquiera que fuesen los verdaderos efectos del Vril sobre la materia, Mr. Faraday podría demostrar a Zee la superficialidad de su filosofía, en cuanto a la extensión del poder y causas del Vril, estoy seguro que aquella muchacha era capaz de volver el juicio a los miembros de la Academia, uno tras otro, al golpe de su dedo. Todos sabemos que es inútil discutir con una mujer sobre cuestiones que no entiende; pero discutir con una Gy de dos metros de estatura, sobre los misterios del Vril, es lo mismo que querer discutir en un desierto contra el huracán.
Entre las diversas secciones que formaban parte del vasto edificio del Colegio de Sabios, la que más me interesó fue la dedicada a la arqueología de los Vril-ya, la que comprendía una muy antigua colección de retratos.
Los pigmentos y el fondo empleados eran tan durables que hasta las pinturas, ejecutadas en fechas en remotas como los primeros anales de los chinos, retenían gran frescura y color. Al examinar tales colecciones, dos cosas me llamaron especialmente la atención: primeramente, que los cuadros que se decía databan de hacía 6000 y 7000 años, eran de un arte mucho más elevado que las producidas en los últimos 3000 o 4000 años; y en segundo lugar, que en los retratos del primer período los semblantes tenían un mayor parecido con los tipos europeos de nuestro mundo.
En efecto, algunos de dichos retratos me recordaban las cabezas italianas de los cuadros del Ticiano; expresaban ambición y astucia, preocupación o dolor en los surcos que las pasiones trazaron. Aquellos semblantes eran de hombres que vivieron en lucha y conflicto, antes que el descubrimiento de las fuerzas latentes del Vril cambiara el carácter de la sociedad; hombres que se disputaron el poder y la fama, como nosotros hacemos en nuestro mundo.
El tipo de rostro empezó a marcar decidido cambio mil años después de la revolución, originada por el Vril, haciéndose más serena con cada generación, diferenciándose más y más de las de sus desdichados y perversos antepasados; en cambio, el arte del pintor se hizo pobre y monótono.
Pero lo más curioso de la colección eran tres retratos pertenecientes a la época prehistórica; los cuales, según la tradición mítica, fueron hechos por orden de un filósofo cuyo origen y atributos están tan mezclados con simbólicas fábulas como los de un Buddha indio o un Prometeo griego.
A este misterioso personaje, sabio y héroe a la vez, hacen remontar su origen, todas las principales secciones de los Vril-ya.
Los retratos son: el del filósofo mismo, el de su abuelo y el de su bisabuelo y son de tamaño natural. El filósofo está vestido con una larga túnica, la que constituye un traje suelto cubierto de escamas, tomado quizás de algún pez o reptil; pero las manos y los pies son visibles; los dedos de ambos son extremadamente largos y palmados; el cuello es casi imperceptible y la frente es baja y achatada; en manera alguna la frente ideal del sabio. Los ojos son brillantes, pardos y saltones, la boca muy ancha, los pómulos salientes y el cutis barroso.
Según la tradición, este filósofo vivió en la edad patriarcal; en su edad madura, vivía todavía su abuelo y en su infancia conoció a su bisabuelo. El retrato del primero lo hizo, o lo hizo hacer, mientras vivía y el del segundo se hizo de su momia. El retrato del abuelo tenía las facciones y el aspecto del filósofo, sólo que con rasgos más exagerados; no llevaba vestido alguno y el color de su cuerpo era singular; el pecho y el estómago amarillos, los hombros y las piernas de un matiz bronceado mate. El bisabuelo era un magnífico modelo del género braciano; una rana gigante, pura y simple.
Entre los expresivos dichos que, según la tradición, legó el filósofo a la posteridad en forma rítmica y sentenciosa brevedad, se registra el siguiente: «Humillaos, descendientes míos; el padre de vuestra raza fue un Twat (renacuajo), Exaltaos, descendientes míos, porque la misma Idea divina, que se desenvuelve en vosotros al exaltaros, creó también a vuestro padre».
Aph-Lin me relató esta fábula mientras observábamos los retratos de los batracios. No pude menos de replicarle: «Usted se burla de mi supuesta ignorancia y credulidad, como de un Tish sin cultura; pero aunque estos horribles mamarrachos tengan gran antigüedad, y fueran hechos como ruda caricatura, supongo que ninguno de vuestra raza, aun de las épocas más atrasadas, puede creer que el biznieto de una rana llegara a ser un sentencioso filósofo; o que sección alguna, no diré de los exaltados Vril-ya, pero ni siquiera de las más degradadas razas humanas puede tener su origen en un renacuajo».
«Perdone usted» —replicó Aph-Lin—, «en lo que llamamos ‘Período de discusión o filosófico’ de la historia, que tuvo su apogeo hace unos siete mil años, existió un naturalista muy distinguido, que demostró a satisfacción de numerosos discípulos, las analogías y coincidencias anatómicas en estructura entre un An y una rana, como prueba de que de la una debe haberse desarrollado el otro. Ambos tienen enfermedades que les son comunes; y están sujetos a los mismos microbios parásitos en los intestinos y, lo que es extraño, el An tiene en su estructura una vejiga nadadora, que ya no le sirve, pero que es un rudimento que prueba claramente su descendencia de la rana. Tampoco existe argumento alguno contra esta teoría en la relativa diferencia en tamaño; porque todavía existen en nuestro mundo, ranas de dimensiones y estatura no inferior a la nuestra y todavía eran más grandes miles de años antes».
«Entiendo» —interrumpí yo—, «porque ranas tan enormes, según nuestros geólogos (quienes quizás las vieron en sueños) se dice que fueron distinguidos habitantes del mundo superior antes del Diluvio y tales ranas son las que probablemente se han perpetuado en los lagos y marismas de vuestras regiones subterráneas. Pero le ruego que prosiga».
«En el período de discusiones, era corriente que uno de los sabios contradijera lo que otro afirmaba. En efecto, era creencia en aquellos tiempos, que la razón humana sólo podía mantenerse a la debida altura, ejercitándola en constantes contradicciones. De consiguientes, mientras una Escuela filosófica sostenía que los Ana descendían de la Rana, otra Escuela lo negaba, afirmando que ésta, la Rana, era a todas luces, el desenvolvimiento mejorado del An. En apoyo de su tesis, esta última Escuela alegaba que la forma de la rana, tomada en conjunto, era más simétrica, que la del An. Aparte de la bella conformación de los miembros inferiores, los flancos y hombros de la mayoría de los Ana eran casi deformes y ciertamente mal proporcionados.
Por otra parte, la rana puede vivir en la tierra, lo mismo que en el agua; lo cual es un gran privilegio, que participa de esencia espiritual, que ha sido negado al An; puesto que el atrofiamiento de la vejiga natatoria, prueba en éste la degeneración de su desenvolvimiento más elevado de las especies. Además, las razas primitivas de los Ana hasta una época relativamente reciente, estaban, según parece, cubiertas de pelo. Barbas hirsutas deformaban los rostros de nuestros antepasados, las que se extendían en desorden por mejillas y barba; pelos, mi pobre Tish, como los que están desparramados por tu rostro."
«Pero el empeño de las razas superiores de los Ana —continuó Aph-Lin— durante incontables generaciones ha sido borrar todo vestigio de conexión con los vertebrados peludos; y consiguieron eliminar gradualmente las denigrantes excrecencias capilares, mediante una ley de selección sexual. Las Gy-ei, naturalmente, prefieren a la juventud de rostros tersos y suaves. El grado de la Rana en el orden de los vertebrados se pone de manifiesto en que carece, en absoluto, de pelo; ni siquiera lo tiene en la cabeza. Nace ya sin pelo; perfección que ni el An más bello ha podido alcanzar todavía, a pesar de incontables edades de cultura. La Escuela, a que me refiero, puso de manifiesto la maravillosa complicación y delicadeza del sistema nervioso y de la circulación arterial de la Rana, los cuales la hacen susceptible de un grado de sensibilidad al gozo, mucho mayor que el de nuestra estructura física inferior, El examen de la mano de la Rana (si se me permite emplear tal expresión), explica la mayor susceptibilidad de ésta al amor y a la vida social en general. En efecto, si amables y afectuosos son los Ana, mucho más lo son las Ranas. Como digo, estas dos escuelas filosóficas, discutieron entre sí; afirmando la una que el An es el tipo perfeccionado de la Rana; mientras la otra sostenía que la Rana era un desenvolvimiento más elevado del An. La opinión de los moralistas difería de la de los naturalistas; pero la masa de ellos estaba de acuerdo con la Escuela que daba la preferencia a la Rana. Decían, muy plausiblemente, que en conducta moral (o sea, la adherencia a las reglas mejor adaptadas a la salud y bienestar del individuo y de la comunidad) no cabía duda en cuanto a la vasta superioridad de la Rana».
«La historia entera de aquella época pone de manifiesto la inmoralidad general de la raza humana; el absoluto desprecio, que, aun los más famosos y encumbrados, demostraban por las leyes aceptadas como esenciales para la felicidad y bienestar general y de ellos mismos. En cambio, ni el crítico más severo de la raza Rana es capaz de descubrir en las maneras de ella, la más ligera desviación de la ley moral aceptada por todos. ¿Cuál, después de todo, puede ser la utilidad de una civilización, si el objetivo que persigue no es la superioridad en conducta moral; la prueba por la cual se ha de juzgar el progreso de la misma?».
«En fin, los adherentes a esta teoría suponían que en algún período remoto, la raza Rana había sido el desenvolvimiento mejorado de la humana; pero que, por causas imposibles de conjeturar de manera racional, no conservaron su posición original en la escala de la naturaleza; mientras que los Ana, a pesar de su organización inferior, consiguieron aventajarlos, en razón de sus vicios, tales como ferocidad y marrullería; como ocurre a menudo en la misma raza humana, en la cual, tribus completamente bárbaras, por dichos vicios se han impuesto y han destruido o reducido a la insignificancia a tribus, de mayores dotes intelectuales y de más avanzada cultura».
«Desgraciadamente, tales discusiones se mezclaron con cuestiones religiosas de aquella época y como la sociedad estaba entonces administrada por un gobierno de los Koom-Posh; que, por ser de los más ignorantes, era el de los más levantiscos, la cuestión empezó a discutirse en la calle, dejando de lado a los filósofos. Los líderes políticos se dieron cuenta de que la cuestión de los Rana, tomada por el populacho, podía convertirse en el instrumento más valioso para satisfacer sus ambiciones. Durante mil años las guerras y las masacres se repitieron sin interrupción; durante ese largo período los filósofos de ambos bandos fueron asesinados y el gobierno de los Koom-Posh mismo llegó felizmente a su fin; ascendiendo en su lugar una familia que demostró positivamente que descendía del aborigen renacuajo. Esta dinastía dio Regentes despóticos a las varias naciones de la raza An. Estos déspotas desaparecieron al fin de nuestras comunidades, al mismo tiempo que, con el descubrimiento de Vril, se establecieron instituciones pacíficas, bajo las cuales han prosperado todas las razas Vril-ya».
«¿Y ahora, ya no existen discutidores o filósofos que renueven la disputa; o es que todos ellos aceptan que el origen de vuestra raza es el renacuajo?».
«No; tales disputas» —contestó Zee, con una desdeñosa sonrisa— «pertenecen a la Era negra de los Pah- bodh; ahora sirven para diversión de los infantes. Una vez conocemos los elementos de que están compuestos nuestros cuerpos; elementos comunes a los más humildes de los vegetales, ¿qué puede significar el hecho que el Omnisciente haya combinado tales elementos de una manera o de otra, a fin de crear aquello, a lo cual Él ha dado capacidad para recibir la idea de Él Mismo, junto con las diversas maravillas del intelecto a que tal idea ha dado nacimiento? El An comenzó, en realidad, a vivir como An, al recibir el don de tal capacidad y, con ella, la facultad de saber que, por muchas edades que transcurran acumulando sabiduría, nunca podrá combinar los elementos, a su disposición, como para formar un renacuajo».
«Dices muy bien, Zee» —dijo Aph-Lin—, «bastante es para nosotros, mortales de corta vida, llegar a la seguridad razonable de que descienda o no el An del renacuajo, la posibilidad de volver a serlo no es para él mayor que para las instituciones de los Vril-ya caer de nuevo en el palpitante tembladeral y período de lucha de un Koom-Posh».