Capítulo 11

Al tratar de reconciliar mis conocimientos con la existencia de dilatadas regiones bajo la superficie de la tierra, habitadas por seres que, si bien diferentes en ciertos aspectos, eran similares a nosotros en lo fundamental del organismo, nada me tenía más perplejo que la contradicción que tal existencia establecía en relación con la doctrina en la cual, según creo, muchos geólogos y filósofos concuerdan, de que, no obstante ser el sol para nosotros la gran fuente de calor, a medida que penetramos más y más en la corteza de la tierra, mayor es el calor; pues, según se dice, éste aumenta a razón de un grado por pie, comenzando a cincuenta pies de profundidad. Sin embargo, en los dominios de la tribu que nos ocupa, en los terrenos más altos, tan relativamente cerca de la superficie, me explicaba que hubiese una temperatura adecuada para la vida orgánica; pero las hondonadas y valles de aquella región eran menos calientes de lo que los filósofos hubiesen considerado posible a tal profundidad; ciertamente no más calientes que el sur de Francia o de Italia. Según me contaron muchos, había vastas extensiones inmensamente más profundas, en las cuales uno habría de creer que únicamente las salamandras podrían vivir y, sin embargo, estaban habitadas por innumerables razas organizadas como la que nos ocupa.

No puedo en manera alguna explicar un hecho tan en contradicción con las leyes de nuestra ciencia, ni tampoco pudo Zee ayudarme a resolver el problema. Esta únicamente conjeturó que los filósofos no habrían tenido en cuenta la gran porosidad del interior de la tierra; la inmensidad de las cavidades e irregularidades, las cuales servían para crear corrientes libres de aire y frecuentes vientos y los diversos modos en que el calor se evapora y se disipa. Ella concedió, sin embargo, que había una profundidad en que el calor se consideraba intolerable para la vida organizada, conocida por la experiencia por los Vril-ya, aunque sus filósofos creían que incluso en dichos parajes se encontraría, activa y abundante, alguna modalidad de vida; vida sensible, vida intelectual, si los filósofos pudieran penetrar en ellos. «Dondequiera el Supremo Bien edifica» —decía ella— «allí seguramente pone habitantes. Él no ama las habitaciones vacías». Añadió que muchos de los cambios de temperatura y de clima se debían a la habilidad de los Vril-ya, para cuyos cambios habían utilizado con éxito el agente Vril. Zee me describió un sutil medio vivificador llamado Lai, que se me antoja idéntico al oxígeno etérico del Dr. Lewins, en el cual actúan todas las fuerzas correlativas comprendidas bajo el nombre de Vril; y afirmaba que dondequiera tal medio pudiera expandirse lo suficiente para que todas las modalidades del Vril pudieran actuar ampliamente, se podía obtener una temperatura adecuada para las más elevadas formas de vida.

Dijo también que sus naturalistas creían que, mediante la acción de la luz, constantemente aplicada, y el gradual mejoramiento del cultivo, se obtuvieron originalmente flores y vegetación, sea de semillas traídas de la superficie de la tierra en las primeras convulsiones de la naturaleza, o importadas por los primeros que buscaron refugio en las cavernosas hondonadas. Añadió que, desde que la luz de Vril había reemplazado a todos los cuerpos luminosos, los colores de las flores y del follaje se habían vuelto más brillantes y la vegetación había adquirido mayores proporciones.

Dejando estas cuestiones a la consideración de personas más competentes para tratar de ellas, voy a dedicar algunas páginas a las muy interesantes cuestiones relacionadas con el lenguaje de los Vril-ya.