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Lo que me inquieta es ese tonito sobrenatural que usted le da a las cosas —dijo el comisario inspector—. Lo sobrenatural siempre me da mala espina. ¡Y los radiotelescopios, y la ingeniería genética! ¿No le parece una exageración? ¿Quién se supone que escribió eso?

—El muerto, por supuesto. Siempre es el muerto el que deja detrás de sí las pistas que permitirán descubrir al asesino que se agazapa entre las sombras.

El comisario inspector me dirigió una mirada de reojo que hizo oscilar los cuadros en las paredes. — Lenguaje del proceso: el asesino agazapado. Bien. Yo también le tengo algunas novedades. Antes de venir pasé por el laboratorio de la policía, y aquí tiene su segunda carpeta.

—Ajá —dije, recibiendo los preciosos documentos—; ¿y sacaron algo en limpio?

—Compréndalos —dijo el comisario inspector—. Es sólo el laboratorio de lingüística de la policía: ¿qué se puede esperar? Están convencidos de que Dostoievsky es el asesino y, por lo tanto, consideran que el caso está resuelto. Hasta me propusieron para una medalla al mérito —una nota de orgullo osciló en su voz sin llegar a encenderse—. De todas maneras, se afanaron bastante, dadas las circunstancias. Probaron con todas las lenguas conocidas: el sánscrito, el arameo, etcétera. Nada encajaba. Llegaron a suponer que se trataba de panfletos subversivos escritos en etrusco, que, como usted sabe, es un idioma no descifrado todavía, y, por lo tanto, ideal para la subversión. Pero finalmente no tuvieron más remedio que rendirse a la evidencia y aceptar que se trata de castellano común y corriente.

—Menos mal que se rindieron.

—Y después dicen que la policía no tiene imaginación. De envidiosos lo dirán. Y en cuanto a la generosidad, ya ve que conseguí que le prestaran los papeles: usted sabe que no es demasiado ortodoxo dejar pruebas… pruebas de cargo en manos de un particular, por más resuelto que esté el caso, así que oficialmente los papeles siguen estando en el Departamento de Policía. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. Y gracias por conseguírmelos.

—En realidad, no sé por qué lo hice. Traerle esos papeles es como echar más leña al fuego. Porque usted complica las cosas, confunde los roles, hace una mezcolanza tal que no sé qué decirle. Y lo peor de todo es que, como buen detective aficionado, quiere aclarar las cosas a toda costa, sin saber que las cosas en realidad se resuelven cuando están suficientemente oscuras.

—Ah, bueno —dije alegremente—. Entonces debemos estar a punto de resolverlas, porque oscuridad no es precisamente lo que falta.

—¿Oscuridad? —se burló el comisario inspector—. ¿Por esa seudohistoria del Paraná Medio? Déjeme de jorobar. ¡Si en la Argentina todas las cosas son así! Se descubre el principio, y el final ya lo sabemos todos. Lo que está en el medio es el asunto. Aquí no existe el sentido de la transición, a nadie le importan un pito las soluciones de continuidad. Y a propósito, y por si le interesa, tengo un dato más: el laboratorio químico no pudo averiguar de qué se trataba la misteriosa mancha de la alfombra, aunque le encontraron cierto contenido en alcohol. Debe tratarse de un buen whisky, aunque en estos tiempos nadie es capaz de reconocerlo. En cuanto a la sangre —las manchas consabidas, si usted recuerda—, determinaron el grupo: cero o algo así, factor Rh no sé cuántos. Un grupo de lo más vulgar.

—Hay que ver si coincide con el tipo de sangre del muerto. Hágalo controlar.

—Ni por asomo. En eso no pienso ceder.

—Bueno —di unos golpecitos sobre las tapas de cartón del Verídico informe— al fin y al cabo, las claves, las pistas o como quiera llamarlas, están aquí, en estas carpetas, pero no deben despreciarse todos los otros elementos que puedan ayudarnos. Tenemos que ir a Las Glorias de Bree, y esta noche a lo de nuestro Mallman Falcón.

—A Las Glorias de Bree lo voy a acompañar, aunque sólo sea por solidaridad literaria. A la cueva del asesino, jamás.

—Sea —dije—. ¿Vamos? Tenemos que llegar antes de que cierren.

El comisario inspector, obediente, se levantó, se arregló el saco y salió conmigo. «Ir a Las Glorias de Bree es como ir al Paraná Medio», murmuraba. «No sirve absolutamente para nada».