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No dejé de notar que María Inés no había abierto la boca durante todo el relato. Sentada, inmóvil, tomando su cocktail a pequeños sorbos, parecía haber envejecido prematuramente. Justo cuando Federico Alejandro estaba recibiendo la visita del altivo Ramiro, miró el reloj.

—Queridos —dijo—. Tendrán que disculparme, pero me esperan en el teatro Colón para un ensayo. Una verdadera pena, porque encuentro algunas cosas interesantes en tu novela. Si querés, puedo hacer que la lea Raúl Remis, el crítico literario. El te puede ayudar a terminarla.

Le agradecí, mientras ella se levantaba.

—Ah —dijo—, discúlpenme. ¿Vos querías hablar con Fernando, mi hijo? —asentí—. Ya está de vuelta, con Frau Verbotten, su institutriz. Lo dejé en casa escribiendo una ópera. Lo obligo a escribir una por semana. Creo que es un buen ejercicio.

—Seguro —dijo el comisario inspector—, con ese ritmo, no le quepa duda de que va a llegar a ser un gran artista. —María Inés le dirigió una larga e implacable mirada aprobatoria.

—Otra cosa —me dijo María Inés—; esta noche organizo en casa una fiestita informal, para un grupo de amigos artistas… ¿no te gustaría venir?

La situación se volvió repentinamente incómoda. La invitación, obviamente, no incluía al comisario inspector. María Inés se dio cuenta al instante y lo arregló con desenvoltura.

—¿Sabe lo que pasa, querido? —le dijo al comisario inspector—, es que los artistas se llevan muy mal con la policía. Son… son cosmovisiones, weltanschaungs… ¿cómo decirle?… diferentes. Eso es, diferentes —se volvió a mí—. ¿Vas a venir, entonces?

—Sí, creo que sí —dije.

—Bueno, entonces, hasta la noche. Chaucito, queridos —se despidió—. Muy rico el cocktail. Una obra de arte.

La miramos alejarse por la Nueve de Julio rumbo al teatro Colón y los fértiles terrenos inaccesibles para el resto de los mortales. El comisario inspector, aunque no decía nada, estaba secretamente herido en su fuero más íntimo. —¿Qué tienen los artistas contra la policía? —dijo al fin—, ¿o acaso no comprenden que la policía también es un arte? Dése cuenta que para pelearse con los artistas, hay que saber reconocerlos, apreciarlos.

Me pareció conveniente cambiar de tema. — Escúcheme. Yo me voy a ver si pesco al chico ahora. No creo que le moleste que lo interrumpan en la composición de su ópera. ¿Me acompaña? ¿Me espera?

—Lo espero. Mejor vaya solo. En una de ésas, resulta una entrevista verdaderamente creativa.