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—¿Sabe lo que pasa? —dijo el comisario inspector—, que esta novela da vueltas y vueltas sobre sí misma como una calesita y, según parece, no va a ninguna parte. Si no trata de llegar a algún lugar concreto por más buena voluntad que tenga su amiguita, no se la van a publicar.

—En primer lugar, no me gusta que se refiera a Ana como mi amiguita. Y en segundo lugar, no es cierto que no avancemos. Ya nació Enrique.

—Es algo —admitió el comisario inspector.

La caída de Bree asestó el golpe final a Federico, que cayó en un mutismo acentuado y una melancolía efectiva.

—¿Una melancolía afectiva?

—Efectiva, e.

—Qué cuadro clínico tan raro. Nunca lo oí mencionar.

Pues era así. Se encerraba durante largas horas a estudiar, seleccionar o dar un destino aún más incierto a los documentos que había conservado, y que podemos adivinar. Empezó a escribir su gran obra sobre la ciudad de Bree. Le aseguro que da lástima. No hay nada tan patético como un buen hombre escribiendo su gran obra.

—Como usted.

—Como yo. Estoy seguro de que no hay nada más patético que yo. Sin trabajo, y con mi novela a cuestas.

—Es que hay una equivocación —dijo el comisario inspector—. Ustedes, los escritores, se creen que una novela debe ser un resumen, y eso es completamente falso. Una novela es apenas un intento, un punto de partida. Visto así, ya no es tan patético.

—De todas maneras, ya no me considero tan patético. Desde hace algunos días, todo cambió. Ana cambió todo.

—Vuelva a su historia, por favor.

También se sentaba durante largas horas a mirarse en el gran espejo que fulguraba en el living de su casa y que, aunque nadie más lo sabía, era uno de esos espejos que en Bree se utilizaban para consultar la historia de las generaciones. ¿Usted vio ese espejo?

—Claro que lo vi. A mí no se me escapa nada, pese a sus infundios. Estaba colgado en la pared, a la derecha de la entrada. Pero le diré que lo que vi reflejado no fue más que mi modesta persona. Y aunque yo sin duda a alguna generación pertenezco (cosa que la Policía Federal se empeña en no reconocer para impedir que me jubile), supongo que estoy muy lejos de ser la respuesta adecuada a un artefacto de Bree.

—Nadie sabe cuál es y cuál no es la respuesta adecuada a nada, pero sospecho que el funcionamiento del espejo está sujeto a ciertas reglas que no cualquiera conoce.

—Tal vez seria interesante examinarlo —sugirió, vaya uno a saber por qué estrambóticas razones el comisario inspector. Cruzó el bar, y en la barra pidió el teléfono.

—Listo —me dijo—. Listo. Puede seguir con su historia.