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Como ya vimos, la derrota de Ramiro repercutió sobre Federico Alejandro, que fue readmitido por los poderes de Bree, y al que le fue encomendado, que, apoyado por el dinero y el prestigio de su familia, defendiera la causa de la ciudad ante el gobierno de la Nación. Las relaciones entre el gobierno y Bree estaban, como sabemos, bastante deterioradas.

Allí, Federico Alejandro se encontró con una sorpresa: la Chola se negaba terminantemente a secundar esos planes, e intempestivamente se fue a Europa para seguir su campaña cultural en las márgenes de los ríos —propensión escolar, dijo el comisario inspector, qué quiere. No se puede luchar contra la propensión escolar— desde donde por mucho tiempo le siguieron llegando a Federico postales con la torre Eiffel, la torre de Pisa.

—Donde la Chola le comentaba con frases desvaídas las alternativas de su profesión, y etcétera y etcétera —completó el comisario inspector—. Aquí se le trastrocó el rollo. Veremos qué dice su diosa protectora, si está dispuesta a publicarlo así. Parece una indecisión.

—Es que es una indecisión —me defendí—. De este viaje de la Chola depende todo el destino de la novela. Es muy importante.

El comisario inspector suspiró. ¿Cómo se puede saber lo que es importante y lo que no es importante?

—Esto es importante, y hay que ver lo que me costó. Usted recuerda que la Chola había tenido un hijo para ese entonces.

—No recuerdo —dijo el comisario inspector—. Me repugna recordar.

—Bueno, pues había tenido un hijo. Y hay que ver lo que me costó poner que la Chola se fue a Europa sola, es decir sin el bebé.

—Qué propensión escolar —se maravilló el comisario inspector—. Admirable, realmente. Ése es el lado malo que sembró Sarmiento. Cuando la propensión es más fuerte que los instintos maternales. ¿Usted se imagina adónde iríamos a parar si la propensión escolar se extendiera?

—Trato de imaginarme.

—A la despoblación —concluyó el comisario inspector—. Como si ya no estuviéramos bastante despoblados. No sólo fuga de cerebros y tutti quanti, sino bebés y bebés internados en orfanatos para que se construyan escuelas a lo largo de los ríos extranjeros. ¿A usted le parece?

Dije que no, que no me parecía.

Federico tardó en reponerse del shock que le produjo la partida de la Chola y la pérdida del bebé, cuyo paradero nunca pudo averiguar, hasta que, finalmente, se casó por segunda vez.

Pero aunque cierta perversa lógica, frecuente en los mitos, podría exigir que Federico se casara con Leonor Omarman, no fue así. Federico se casó, como sabemos, con Beatriz Elizalde Ríos.

—Qué fluvial que es todo este asunto —dijo el comisario inspector—. Verdaderamente, muy fluvial.

Poco después, nació el primero y único hijo que tendrían, a quien todos le auguraron un destino venturoso, cosa que, como sabemos, el mismo destino se encargó de desmentir. El niño, que fue llamado Enrique, no es otro que el que acaba de ser asesinado a manos de no sabemos quién.

—Sabemos perfectamente quién —corrigió el comisario inspector—. Todo esto es muy lindo, pero como usted puede ver, después de no sé cuantos capítulos, estamos igual que al principio.

—¿Qué principio?

—Igual que cuando estábamos frente al cadáver de este niño sobre el que tantas bendiciones parecen derramarse.

—No lo crea —dije, ofendido—. Aunque reconozco que todavía no vislumbramos la solución.

—Claro, lo malo es que no sólo no vislumbramos cuál es la solución. Lo malo es que ni siquiera vislumbramos cuál es el misterio.

—¿Cómo que no sabemos cuál es el misterio? —me quedé con la boca abierta—. ¿Acaso no se produjo un asesinato?

—Eso no es un misterio —dijo el comisario inspector con la autoridad que da la experiencia—. Hay un hombre asesinado, hay un asesino, eventualmente hay también un policía. El asesino asesina al asesinado, y el policía atrapa al asesino. ¿Quiere decirme dónde está el misterio?