20

—¿Y? —preguntó el comisario inspector—. ¿Cómo le fue?

—Bien —traté de aparentar indiferencia—. La cena fue exquisita. Ana quedó encantada con la idea de la novela, me prometió publicarla y me hizo algunas sugerencias argumentales, que fueron rápidamente instrumentadas.

—¿Y qué más?

—No pretenderá que entre en intimidades. Ana es una persona maravillosa. Creo que nos comprendemos y nos amamos sinceramente.

—No me diga. Qué rápido que van ustedes, y qué cursi. Está usando los peores recursos de las series televisivas norteamericanas. Cada vez que un policía quiere conquistar a una chica le hace el mismo cuento.

—La literatura es la literatura. Y en cuanto al caso —opté por cambiar de tema—, Ana me confirmó que Álvarez es un agente o un testaferro de las editoriales españoles. ¿Se acuerda de que Carlos Mallman habló desde el principio de ciertas dificultades que tuvo Las Glorias de Bree? Bueno, para sortearlas, se convino en que el complejo editorial español se integraría con un socio, y propusieron a Álvarez.

—¿Por qué iban a proponer a un tipo como Álvarez? No es la persona indicada ni tiene el aspecto apropiado para un negocio editorial.

—No lo sé —me encogí de hombros—. ¿Cómo puede saberse quién es la persona indicada? Y tampoco creo que necesiten presionar mucho, tal como van las cosas. De todas maneras, lo pusieron, y no voy a criticarlo demasiado, porque llegado el momento puede oponerse a que salga mi novela. Por más que no integre el consejo editorial, es uno de los socios, y si él se opone, estamos listos.

Usted estará listo. Yo, que lo sepa, no.

—¿Y no quiere saber las sugerencias de Ana? —pregunté.

—¿Por qué no?

—Bueno. Ana me sugirió que retomara la historia desde el punto de vista de Bree. Es decir: qué pasó con Leonor Omarman, y cómo los acontecimientos internos de Bree evolucionaron hasta precipitar por un lado el acercamiento entre Federico y Diego, e inmediatamente la caída de la ciudad.

—Ajá —dijo el comisario inspector—. ¿Y pudo hacerlo?

—Sin problemas. Usted sabe cómo soy yo. Para escribir novelas por encargo, soy mandado a hacer. Lo que me falta es imaginación: no puedo inventar argumentos por mí mismo, pero cuando me los sugieren… ¿quiere escuchar lo que sigue?

—Cómo no —dijo el comisario inspector—. ¿Hay héroes homéricos?

—Más o menos —admití—. Sólo más o menos.