Los últimos preparativos

—Ven, Anton —dijo la madre el miércoles siguiente—. Ayúdame a batir la nata.

—Pe… pero si es muy temprano —protestó Anton.

—¿Muy temprano? —dijo la madre—. Van a dar las cuatro.

—A pesar de todo…, mis amigos siempre duermen la siesta.

—¿La siesta?

La madre lo miró de soslayo.

—¡Eso no te lo crees ni tú!

—¡Sí, sí! Cuestión de salud, ¿sabes?

¡Madre mía! No había pensado en absoluto que los vampiros no se levantarían hasta después de ponerse el sol…, ¡y eso significaba que no podrían estar allí antes de las ocho! Y su madre estaba poniendo ya el agua para el café y calentando leche para el cacao…

—Oye, mamá —murmuró Anton poniendo un rostro compungido—. Tengo que decirte algo…

—¿Sí?

—De la visita…, bueno, no vendrán hasta las ocho.

—¿Cómo? —exclamó la madre—. ¿A las ocho? ¡Pero si a esa hora tú ya estás en la cama!

—Sí —dijo apocado—, lo sé…

—¿Y Rüdiger y Anna? ¿No tienen ellos que estar a las ocho en la cama?

—¡Ellos no! —dijo Anton, mordiéndose los labios para no reírse.

—Extraño comportamiento —gruñó la madre sacudiendo la cabeza—. ¿Y qué va a pasar con nuestro café? —Señaló la cafetera y el cazo de la leche sobre la hormilla—. ¡Ahora que estaba todo preparado!

—Lo puedes dejar para más tarde —propuso Anton.

—¿Dejarlo para más tarde? A las ocho no puedo tomar café.

—¿Por qué no?

—Porque entonces no puedo dormir —dijo enfadada.

—¿Entonces por qué sueles tomarlo?

—¡No seas fresco! —le regañó su madre.

—Pues tómatelo ahora —dijo Anton— y después, a las ocho…, ¡zumo de manzana!

Quitó el cazo del fuego y vertió el agua hirviendo en el filtro del café.

—¿Y cómo te vas a levantar mañana para ir al colegio?

—¡Bah…, por una vez!

Echó el cacao en polvo en la leche.

—Pues yo no estoy conforme con eso —dijo ella—, y te lo consiento hoy porque quiero conocer de una vez a tus extraños amigos.

Anton suspiró aliviado.

—¿Y el pastel? —preguntó ella.

—Eh…, me lo puedo comer yo —dijo Anton.

La madre había vuelto a comprar merengues; esta vez ocho piezas.

¡Al fin y al cabo, él se había quedado sin ninguno cuando Udo se los zampó delante de sus narices!

—Está bien, dos trocitos —dijo ella—. Para esta noche haremos bocaditos de queso. ¿Me ayudas?

—¡Claro!

¡A Anton se le quitó un peso de encima! Su madre no sólo había aceptado que sus amigos no vinieran hasta las ocho…, ¡ahora le dejaba comerse dos trozos extra de pastel!

—Aquí tienes; también te puedes beber el cacao —dijo ella ofreciéndole la jarra entera.

¡Bueno, bueno! ¡Esto empezaba bien!

Anton cogió la jarra de cacao y los merengues y se fue a su habitación. Por suerte ya había terminado los deberes y podía ponerse a leer.

¡Y en tres horas y media…, llegarían los vampiros!