VI

Sara estaba en casa, a escasos kilómetros de su madre, viendo cómo reinaba cierto nerviosismo en el ambiente. Su abuela, su tía Imán y la mujer de su tío Hazen no dejaban de hablar en un tono apenas audible. Algo había oído acerca de que su madre iba a volver a venir a verla, pero no podía imaginar ni por un momento que aquello fuera verdad. Ahora la necesitaba más que nunca. Desde que Sara había cumplido once años, la vida se había hecho bastante más dura para ella. Sara, aunque niña, ya estaba casi en edad de poder casarse. Por lo tanto, estaba en condiciones de asumir responsabilidades y labores más serias dentro de la casa. Todos en la familia se lo hicieron saber. Tenía, entre otras, la obligación de hacerle todas las noches la cena a su hermano Alí y de servírsela al resto de la familia.

El verano anterior había estado junto a su madre apenas dos horas y casi no hablaron. No la había vuelto a llamar por teléfono, como Leticia le había prometido. Abbas se había encargado de que esas conversaciones fueran imposibles apagando el teléfono. Su padre había llegado a casa en compañía de Lemia, su nueva esposa. Se mostraba serio como siempre y ciertamente absorto en sus pensamientos, como lejano. Se dirigió a Sara.

—Hija, mañana viene tu madre a verte. No hace falta que te recuerde lo que te dije este verano pasado, pero no lo olvides. No hables ni le digas nada, ni a tu madre ni a nadie que venga con ella. No digas ni dónde vivimos, ni dónde está tu colegio, ni nada de nada… Recuerda que ella ha enviado a gente extraña, a gente mala, para que te secuestre, y nadie debe saber dónde vivimos. ¡Sabes que ella no te quiere como te queremos nosotros aquí! Así que ya sabes, mañana iremos al juzgado para que la veas. Iremos todos contigo, tus hermanos, tu abuela, tus tíos y yo. Debes estar muy tranquila.

Sara escuchaba en silencio. No sabía cómo reaccionar. La noticia de la llegada de su madre le producía tanta alegría como desasosiego. Temía manifestarla externamente, por miedo a que su padre y todos los que la rodeaban se pudieran enfadar. Su abuela la observaba fijamente, mientras oía las palabras de su hijo. Al acabar, se acercó a él, le tomó del brazo, y en tono tranquilo le dijo:

—Hijo. Mañana vístete bien y elegante —suplicó Zequie a su hijo Abbas, mirándole a los ojos—. Mañana ponte esa ropa que te trajiste de Madrid, la que te pusiste el día de la boda.

Sara esa noche dio muchísimas vueltas en el camastro en el que dormía, junto a su abuela y su hermana. Inconscientemente, pensaba si había llegado el momento de regresar a España. ¿Qué la esperaría al día siguiente? Sentía muchos deseos de volver a abrazar y besar a su madre, pero su padre no se podía enterar de esto. Sus ojos se nublaban. Algo le hacía pensar que su vida y su destino estaban irremediablemente en Iraq y que su padre nunca le permitiría volver con su madre a España.

Leticia tampoco durmió bien esa noche. Los nervios por el encuentro inminente con su hija horas más tarde, la serenata canina de cada madrugada y la dureza extrema de la cama la mantuvieron en vela toda la noche. Cuando bajé a las siete de la mañana a desayunar, Leticia, rigurosamente vestida de negro y tocada en su cabeza por un hiyab, llevaba un buen rato en la cafetería desayunando. Desde los amplios ventanales del hotel se veía una aparente ciudad despierta y activa, con un tráfico denso y ruidoso. Basora aparecía iluminada por un sol alto —amanece a las cuatro de la mañana—, más propio del mediodía que de las primeras horas de la mañana del sur de Europa. Ahmed y el profesor Asad se encontraban con nosotros. Solo temamos que esperar que viniese el coronel de la policía para ser escoltados hasta la sede de los juzgados. El encuentro de Leticia con su hija debía producirse desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde, y parecía que esta vez se iban a cumplir las condiciones de la sentencia. Pero la puntualidad y el cumplimiento de los horarios prefijados, incluso por mandamiento oficial, no forman parte de los compromisos habituales. Tal vez sin mala intención en la mayoría de estas gentes.