Corría noviembre y había pasado alrededor de un mes de la emisión del reportaje de Diario de… Buscando a Sara. Las imágenes de David Rivas recibiendo el dinero, grabadas con la cámara oculta, fueron las auténticas protagonistas del reportaje y fueron recreadas en infinidad de periódicos españoles. La denigrante imagen del patético mercenario, recibiendo el fajo de billetes de la madre destrozada, hirió la sensibilidad de mucha gente, que reconocieron a David como el autor de otros engaños similares aunque de menor cuantía.
Una mañana, Alberto, director del programa, me informó de que habían recibido una llamada en la redacción. Un supuesto portavoz de una empresa de seguridad llamada Global lamentaba el engaño y la estafa del hipotético mercenario David Rivas y ofrecía sus servicios para rescatar a Sara de forma gratuita. Casualmente, y a través de un amigo de los servicios de información, supe que las mismas personas que habían llamado al programa estaban intentando localizarme porque sabían mi proximidad con el tema. Solo ponían una condición: si la acción salía con éxito y liberaban a Sara, se podía dar publicidad mediática al asunto. Si, por el contrario, fallaba, todo quedaría en silencio.
Con esta premisa, que me pareció realmente interesante, tuve una reunión en Madrid con Jorge, el responsable de la empresa. Vestido elegantemente de sport, con cuerpo de deportista y aspecto de galán cinematográfico. Me contó que la empresa estaba formaba por miembros de un grupo de intervención de élite de la Marina y que ahora querían trabajar por su cuenta y habían montado una empresa de seguridad ubicada en la costa de Cádiz. Una vez que hizo la presentación de la empresa, confesó que rescatar a la niña de Iraq podía ser una magnífica tarjeta de presentación para entrar en este complicado mercado de la seguridad. Le ofrecí toda la información posible que tuviera sobre la ubicación de la niña y todos los pasos dados sobre el caso hasta ese momento. En esta ocasión, fue él quien preguntó si teníamos previsto o en marcha algún operativo similar de rescate forzoso. El trato de Jorge parecía serio y profesional. A continuación empezó a contarme que tenían contactos en la zona del sur iraquí y que no veía demasiado difícil llevar a cabo el objetivo. Su forma de interesarse por el tema y por Sara me pareció sincera, pero siempre quedaba alguna duda del interés real que tenían ellos en la operación. Nadie daba duros a pesetas y ya había antecedentes suficientes para desconfiar. Quedamos en contactar más adelante, en cuanto hubiera noticias. Lo primero que hice fue echar mis redes para saber algo más sobre esta gente, porque a estas alturas, no llegaba a comprender tanta generosidad. Varias fuentes coincidían en lo mismo: el fantasma del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) sobrevolaba algunos miembros de la empresa. Bien como miembros de hecho o como colaboradores. Estos personajes estaban próximos a los servicios secretos del Estado. Así se lo conté a Leticia, que se quedó igual, porque a ella, eso de los servicios de inteligencia le sonaba a película de James Bond. Pero no importaba. No había nada que temer ni que ocultar. Solo había algo que ganar: recuperar el sueño de rescatar a Sara.
Poco tiempo después me llamó Jorge y me expuso el plan. Habían propuesto a la Asociación Internacional de Empresas de Seguridad Privada que financiasen la operación de rescate. Su objetivo era limpiar la sucia imagen que estas compañías tenían en esos momentos, acusadas, principalmente en Iraq, de no respetar a la población civil. La idea de rescatar a Sara se iba perfilando y ya habían hecho algunos contactos en el entorno de Abbas.
«Parece que el padre de la niña está metido en temas de contrabando en Basora. Como en todas las situaciones de posguerra, y más en una zona portuaria y aduanera, el contrabando se convierte en una actividad casi consentida. Parece ser que también hay constancia de la vinculación de Abbas y de algunos de sus familiares con la milicia terrorista».
Aunque prefería mantenerme escéptico con los mensajes triunfalistas de mis paisanos gaditanos, el instinto periodístico me decía que algo volvía a moverse en Basora alrededor de Abbas.