Pasaban los días y seguíamos sin tener noticias de David, lo que venía a confirmar mis temores y empezaba a intranquilizar a Leticia, que comenzaba a tomar plena conciencia del engaño-estafa y sentía la obligación moral de contárselo a su madre y a su tío Fernando, los que habían puesto el dinero.
Durante la tensa espera, Leticia recibió en su casa una inesperada carta de la embajada iraquí en Madrid. En ella la convocaban a pasar por sus oficinas con la mayor brevedad posible con el fin de que recogiera una documentación oficial que se le debía entregar personalmente. Pensamos que el motivo de la citación sería concedernos el visado solicitado hacía tiempo, tal y como lo hicimos también en Kuwait. Por un momento se nos ocurrió pensar que el hipotético viaje de David a Iraq tendría algo que ver con la convocatoria de la embajada, pero nuestras dudas quedaron pronto disueltas.
Nos presentamos en la embajada iraquí, donde fuimos recibidos protocolariamente por Tania, una kurda encantadora, que era la cónsul; por Husain, encargado de Negocios y máximo responsable de la embajada, y por Kasim, un simpático intérprete iraquí. Reunidos en el despacho principal de la embajada, Husain le entregó a Leticia dos documentos en árabe, con sus correspondientes traducciones al castellano. El primero era una denuncia formulada por Abbas Alí Husain, padre de su hija, en los juzgados de Basora, con el texto siguiente:
«… Que la demandada es su mujer y se casó con ella legalmente, y se divorció de ella ante un clérigo, y debido a no querer entrar en la religión musulmana solicita legalizar el divorcio y costear todo el procedimiento legal del juicio. Firmado: Abbas Alí Husain según la custodia legal de su hija Sara (sic)…».
El segundo documento era una citación para la celebración del juicio de divorcio que se iba a celebrar, en menos de quince días, en los juzgados de Basora. La citación no dejaba lugar a dudas de la particular manera de dictar justicia en Iraq.
«Se ruega a la demandada asistir a los juzgados o enviar a quien la represente. En caso contrario se procederá a tomar la resolución sin su presencia según lo establece la ley».
La sorpresa fue mayúscula para Leticia, que no podía creer lo que estaba escuchando. En la denuncia constaba que se aportaban acta matrimonial, acta de divorcio y otros documentos. Abbas pretendía legalizar el divorcio de un matrimonio que jamás se había producido. Incluso legalizar un divorcio que tampoco tuvo lugar.
—Esto es una gilipollez —dijo Leticia, poniendo en un apuro al intérprete porque ni sabía ni quería traducir esa palabra—. Yo no he estado casada jamás con este señor y esto es una mentira más de las suyas.
El encargado de negocios iraquí y la cónsul pusieron cara de póquer al escuchar al intérprete, como si con ellos no fuera la historia, sin saber qué responder.
—Nosotros solo le comunicamos una orden judicial que viene de nuestro país. Todo lo que usted tenga que decir, lo tendrá que decir delante del juez —dijo Tania.
—Nuestro deber es comunicárselo oficialmente y transmitir que usted está enterada de la notificación —añadió el encargado de Negocios, tratando de agilizar el trámite.
Sin poder reprimir mi indignación por lo que estaba escuchando, me dirigí a los diplomáticos.
—Pero es que ustedes son los transmisores de una falacia y como representantes diplomáticos de un Estado de derecho, deberían conocer qué documentos entregan. Abbas Alí Husain, el demandante, es el secuestrador de una niña española de nueve años, posiblemente con la connivencia de esta embajada. ¿Ustedes, encima, quieren contribuir a dar oficialidad a este crimen? Me parece absolutamente injusto —les increpé vehemente, sin saber si el intérprete sería capaz de traducir con exactitud mis palabras.
Leticia me miraba, sin salir de su asombro, ante el anuncio del juicio de divorcio, maldiciendo a Abbas. Temía lo peor. Temía que aquello fuera el definitivo principio del fin, que significara no volver a ver jamás a su hija Sara. Tanto Husain como Tania quisieron poner punto y final a la reunión y pidieron que Leticia firmara un documento en el que se daba por enterada de la citación del juicio. Le dije a Leticia que no firmara nada, porque debíamos estudiar los documentos, que también venían escritos en árabe. Una simple excusa para demorar el trámite, ante la eventualidad de que David pudiera rescatar a la niña. En mi fuero interno y a la vista de los acontecimientos, había más posibilidades de ganar el juicio en Basora —es casi imposible que una mujer gane un divorcio en un país árabe— que de que David sacara a la niña de Iraq. De mala gana aceptaron nuestras condiciones los representantes diplomáticos, que no nos quisieron dejar ni una fotocopia hasta que Leticia no firmara el «recibí».
Continuábamos sin tener noticias de David. Ni respondía a ninguno de los dos teléfonos de contacto. Ni a llamadas ni a mensajes. Ni siquiera el de Situaciones de Urgencias, tal y como figuraba en la página web de High Security Solutions, su empresa ¿de seguridad? Mis amigos tampoco sabían nada de él y las comunicaciones con Iraq eran difíciles pero no imposibles. La duda era saber si realmente habría viajado hasta allí.
Nos volvimos a presentar en la embajada pasados dos días, para recibir oficialmente la documentación y para que Leticia firmara el acuse de recibo. Nuevamente fuimos recibidos por los dos máximos representantes iraquíes, Tania y Husain, muy cordialmente. Se iban a quitar un tremendo problema de encima. El gesto de cortesía de los dos diplomáticos cambió repentinamente de expresión cuando Leticia les dijo que iba a asistir al juicio en Basora, para demostrar que todo era una mentira. Ella no estaba casada con Abbas y la denuncia y el juicio para legalizar el divorcio era una farsa en toda regla, que se había inventado el padre para quedarse con su hija.
—Señora, en nuestro país una mujer que tiene un hijo y no está casada puede ser considerada una prostituta. Eso no es bueno para usted —dijo en tono cínico Husain, mirando al intérprete y evitando así encontrarse con la mirada de Leticia—. Además, la ley musulmana suele dar la custodia de los menores a la madre, si tienen menos de doce años. Yo le aconsejaría que dijera usted que es musulmana y así existe una posibilidad de que le den la custodia de su hija.
La duda que nos surgía era si el juicio se iba a celebrar ante un tribunal civil o ante un tribunal islámico que aplicara la sharia o ley musulmana. Todo dependía de la configuración o forma de Estado que hubiese decidido el nuevo gobierno. Abiertamente, le pregunté a los dos diplomáticos si Iraq era una república islámica:
—No —dijo la cónsul.
—Sí —contestó el embajador accidental. Ambos se miraron contrariados y empezaron a hablar a la vez, tratando de justificarse, mientras el intérprete intentaba traducir lo que podía.
—Quieren decir que no está declarada oficialmente como tal, pero que el islam está muy implantado en los tribunales de justicia.
Si era triste confiar en unos diplomáticos que no sabían definir la forma política del Estado que representaban, más desolador era que Leticia se tuviera que someter a la decisión de un tribunal islámico para recuperar a su hija. Nos despedimos, solicitándoles que nos facilitaran el visado para entrar a Iraq, con fin de asistir al juicio en Basora.
—Tengo que decirles que ahora mismo desplazarse a Iraq es muy, muy peligroso —nos aconsejó Tania—. Las condiciones de seguridad son mínimas, por no decir inexistentes. Hay secuestros y atentados indiscriminados todos los días y en cualquier lugar. No hay lugar seguro ahora mismo en Iraq para un extranjero. Deberían buscarse alguna forma de protección para ir porque nosotros no podemos garantizársela.
—Tranquila, nuestro gobierno nos protegerá. El ministro de Asuntos Exteriores nos ha prometido ayuda en el caso de que tuviéramos que ir a Iraq y esta es la ocasión —le comentamos a la cónsul, no sin cierto orgullo.
—Está bien. Cuando tengamos los visados les llamaremos para que vengan a recogerlos —se despidió muy atentamente Tania, ofreciéndonos su ayuda para cuando la necesitáramos.