XVIII

Al ver que el rescate comenzaba a ser inviable, llamé un día desde Kuwait a David Rivas, el mercenario santanderino, para saber si tenía alguna novedad de sus contactos en Basora por si podía saber algo de lo que estaba pasando. Antes de que yo le contara dónde nos encontrábamos, David me sorprendió cuando me dijo:

—Tengo un amiguete del CNI que me ha dicho que la madre y tú estáis en Iraq o cerca de allí… ¿Qué tal va todo?

Me quedé sorprendido al saber que nuestros planes de rescate hubieran trascendido a funcionarios del servicio secreto, aun cuando no recibiéramos ninguna ayuda de los mismos. Al contarle que todo iba mal y que había que empezar a buscar nuevos caminos, David me dijo:

—Mis contactos en Basora me dicen que han visto a la niña y que está muy delgada. Que va muy mal vestida y que al parecer no va al colegio. Estoy esperando que me manden una foto, pero ya te dije que esto llevaría algún gasto.

—Hablando de gastos —le dije por curiosidad—, ¿por cuánto podría salir la operación, ahora que has hablado con tus contactos y empiezas a conocer el terreno?

—Mira, Javier, lo mínimo que puedo cobrar son solo los gastos necesarios. Yo no voy a tener más beneficio que el de la publicidad que me deis en el reportaje. Lo mínimo que le puedo cobrar a Leticia son cien mil euros. Pero te insisto, esto son solo los gastos. Yo no me llevo ni un euro.

A lo tonto, y sin ánimo de regatear, la cantidad se había rebajado a la mitad de lo que David me dijo la última vez y a casi la décima parte de lo que me había dicho la primera.

—¿Se podría pagar cuando Sara esté libre y junto a su madre?

—Eso habría que discutirlo, pero nada es imposible.

Le comenté a Leticia la conversación que había tenido con David acerca de la niña.

—¿Que está delgada y mal vestida? Así la tendrán a la pobre mía estos desgraciados. ¿Tú estás seguro de que la han visto?

—Mira, Leticia, yo hasta que no vea una foto de la niña no me creo nada. Pero este personaje, aunque me da buenas vibraciones por su carácter cordial y su simpatía, no me acaba de convencer. Me parece más un teórico que un práctico. Me han dicho que tenga cuidado, que en este mundillo de los mercenarios hay mucho fantasma y mucho desalmado que trata de aprovecharse de situaciones límites. El secuestro de tu hija es un caso extremo.

Cuando le comenté la posibilidad de recurrir a David Rivas, si todo fallaba como estaba sucediendo, y le planteé si tenía posibilidades de conseguir esa cantidad de dinero, Leticia empezó a hacer cálculos.

—Hombre, mi tío Fernando, el que está en América, anda bien de dinero. Mi madre también me podría ayudar algo, pero lo que voy a hacer es pedirle a mi hermano que rehipoteque su casa y que me preste el dinero. Eso sí, no suelto ni un duro hasta que la niña no esté conmigo.

A pesar de mi desconfianza sobre David, era un contacto que prefería mantener vivo, por si acaso era necesario algún día. Era una filosofía de actuación que me había impuesto desde el principio, tal y como le pedí a Leticia que hiciera. No romperíamos relaciones con ninguna de las personas que fuéramos conociendo, al menos durante el tiempo que tardásemos en recobrar a Sara. Esta era la razón que impedía que le dijera a la cara al doctor, a Martínez y a Antón todo lo que pensaba de ellos y de sus planes.