Laura tampoco podía aguantar más a Abbas. Las constantes discusiones que llegaban a elevar los tonos y los odios hasta límites insospechados la hacían sentirse mal. Veía cómo esa violenta rutina la estaba separando poco a poco de su madre y esto no lo podía permitir ni un segundo más. La antipatía que se profesaban era mutua y el respeto entre ellos se había perdido hacía mucho tiempo. Muchísimo más tiempo del que todos sospechaban, como estaba a punto de descubrirse. Para Abbas, Laura tampoco representaba el ejemplo de persona que su pequeña Sara debía seguir. La consideraba una adolescente mal educada y consentida a la que se le permitía todo, «incluso la inmoralidad de sus vestimentas». La pelea de aquel día llegó demasiado lejos. Tal vez si hubieran intuido la décima parte de sus consecuencias, muchísimas palabras pronunciadas en el acaloramiento no se habrían dicho ese día. Pero ese era el destino.
Una tarde calurosa de verano estaba toda la familia reunida en casa, a excepción de Leticia, que se había puesto a trabajar hacía algún tiempo en la recepción de un hotel. Carlos estaba en su habitación y Laura estaba merendando con su hermana Sara en el comedor viendo la televisión. Laura reprendió con naturalidad a su hermana, advirtiéndole que estaba manchando la alfombra. A Abbas no le gustaron ni el tono ni las palabras que Laura estaba utilizando para dirigirse a su hija y le recriminó que la camiseta de tirantes que ella llevaba puesta «era más propia de putas que de una señorita honorable». Esto fue la gota que rebosó el vaso. Laura ya había escuchado esa palabra en boca de Abbas, pero nunca pronunciada directamente en su cara. Sin pensarlo, Laura se puso en pie, fuera de sí, y se dirigió a él.
—Eres un moro de mierda y un hijo de puta… cabrón… ¡Tú no eres mi padre, tú no eres nadie para decirme cómo tengo que vestirme…! —y Laura siguió soltando por su boca el más largo rosario jamás imaginado de insultos y descalificaciones contra la pareja de su madre. Abbas, con una media sonrisa de ironía, comenzó a acercarse a Laura, que temiendo ser agredida, empuñó el cuchillo que estaba utilizando para merendar y se lo puso a Abbas a la altura del estómago—. ¿Me vas a pegar? Dime, ¿me vas a pegar, cabrón? —decía Laura llorosa, llena de inquina y extremadamente nerviosa, a punto de derrumbarse, mientras sujetaba temblorosamente y a duras penas el cuchillo.
Abbas se detuvo en seco. Sintió un escalofrío por todo el cuerpo, al ver la proximidad del cuchillo y los ojos desencajados de Laura clavados en él. En ese momento desconocía absolutamente a la Laura que tenía delante. No tenía ni idea de hasta dónde podía llegar, ni de lo que era capaz de hacer.
Alertado por los gritos, Carlos salió de su habitación y bajó las escaleras corriendo. Sara, en la otra esquina del salón, contemplaba la escena llorando. Horrorizada, fue a esconderse en la cocina. Carlos cogió a su hermana por los brazos, le quitó el cuchillo y se la llevó hacia el jardín.
—¡Y como siempre, cuando mamá no está delante! ¡Será cobarde! De eso se aprovecha este cabrón —iba diciendo Laura. Su hermano la abrazaba intentando consolarla. Abbas, en silencio, no podía creer todo lo que estaba pasando y lo que estaba escuchando de boca de una adolescente.
—Esta chica está loca. Esta chica está loca —repetía, lleno de estupor por el lamentable espectáculo que había presenciado Sara.
—Eres un desgraciado, Abbas —gritaba Laura absolutamente encendida de ira. Volvió al umbral del comedor y mirándole fijamente a los ojos sentenció—: Te juro, Abbas, que te vas a acordar de esta. Te juro que te vas a arrepentir.
Abbas se marchó de casa para evitar males mayores y se llevó a Sara con él. Laura esperó a que llegara su madre para contárselo. Nada más aparecer por la puerta, Leticia sintió que algo desagradable había pasado al ver la cara de circunstancias de Carlos y el rostro desencajado y lloroso de Laura.
—Pero ¿qué ha pasado aquí? Ya habéis tenido algún lío con Alí, seguro. ¿Qué ha pasado ahora? —dijo Leticia con acierto. No podía ser otra la causa.
—Mamá, no aguanto más a Abbas. O él o yo. No puedo seguir viviendo ni un día más con este moro. Me ha vuelto a llamar puta, mamá, porque llevo esta camiseta —Laura le fue contando con pelos y señales todos los pormenores de la trifulca a su madre. Leticia escuchaba en silencio, mientras pensaba qué actitud tomar, que no pasara por echarle de casa en cuanto apareciera, tal y como le pedían sus hijos mayores.
—Yo hablaré con Alí y vamos a ver qué solución encontramos. ¡Me vais a volver loca entre vosotros y Alí! Me tenéis entre la espada y la pared. No sé qué voy a hacer. Estoy harta de todos vosotros…
La solución de su madre no convencía a Laura, que no dejaba de llorar sentada en una esquina del sillón.
—Deja ya de llorar. Ya está bien, Laura… ¿O es que ha pasado algo más de lo que yo no me haya enterado? —preguntó Leticia, viendo que a su hija no se le pasaba el disgusto.
—Que te lo diga ella. Que te lo cuente Laura —le dijo su hijo Carlos.
—¿Que me cuente qué? —preguntó nerviosa Leticia, sentándose junto a su hija.
Laura, jadeante por el sollozo contenido, comenzó su relato:
—Mamá, tú estás muy equivocada con este tío… Abbas no es lo que te parece a ti. Abbas es un cerdo. Es un pervertido… ¿Te acuerdas de lo que te contó mi hermano hace varios años, cuando te dijo que Alí le había toqueteado y había abusado de él y tú no le creíste? Pues bien, mamá…, también lo hizo conmigo, mamá, y cuando yo era muy pequeña. —Un estallido de llanto inconsolable brotó de la garganta de Laura. Leticia estrechaba entre sus brazos a su hija, sin acabar de entender lo que estaba escuchando y sucediendo en esos momentos.
—¿Qué me estás diciendo, Laura? ¿Que Alí pretendió abusar de ti? No puede ser, no puede ser que esto me esté pasando a mí —se repetía Leticia en su interior. Abrazada a su hija, la animó a que siguiera desahogándose—: Cuéntame, hija, cuéntame, Laura. —Laura no podía dejar de llorar—. Cuéntame, Laura, ¿quiso Alí abusar de ti? Dímelo. ¿Abusó de ti ese cabrón?
Laura contuvo por un momento la respiración antes de contestar a su madre:
—Yo no sé si ha querido abusar de mí, mamá, pero me tocaba. Me bajaba las braguitas y me tocaba. Me cogía de la mano para que yo le tocara a él, pero yo no quería, mamá… —gritaba y gemía mientras se volvía a abrazar a su madre.
—¿Te lo volvió a hacer alguna vez más?
—No, alguna vez lo intentó, pero le dije que si lo hacía, te lo iba a decir a ti.
Leticia escuchaba a su hija y notaba que algo se desgarraba en su interior. Sentía asco y repugnancia de haber estado dieciséis años durmiendo junto a un monstruo. Si aquello era verdad, se preguntaba con dolor, cómo podía haber estado tan ciega para no ver que Abbas era un depravado. Carlos se acercó a ellas y Leticia le abrazó fuertemente, sintiéndose culpable de no haber puesto remedio a lo que un día le contó y no quiso creer.
Cuando Abbas volvió de la calle, cargado de bolsas del supermercado, Leticia ya había tomado una decisión, sin esperar siquiera a oír la versión de él. Le dijeron a Sara que se quedara dentro de casa y salieron los cuatro al jardín. Cuando Leticia empezó a contarle todo lo que le había dicho Laura, Abbas se mostró visiblemente nervioso, casi tembloroso, sin ser capaz de mantener la mirada. Abbas trataba de aparentar tranquilidad, a pesar de la horrible acusación oída, y recriminaba fríamente a Leticia que creyera la versión de sus hijos.
—Estos hijos que tú has criado y has educado son unos mentirosos los dos. Eso que dicen es absolutamente mentira. Lo único que pretenden es esto, que tú y yo discutamos y nos separemos. Te aseguro que todo eso que cuentan no son nada más que inventos. No son más que mentiras y calumnias.
Laura, que no había superado aún su estado de ansiedad, gritaba a su madre, tratando de demostrarle que era ella quien decía la verdad.
—Pero mira cómo tiembla, mamá. Si yo estuviera diciendo una mentira, él no estaría así, tan nervioso.
—No quiero saber nada más. Alí, quiero que te vayas cuanto antes de esta casa. Lo nuestro definitivamente ha terminado. —Después de pronunciar estas palabras, Leticia sintió que se quitaba un gran peso de encima y se marchó a su habitación. Pensaba que la verdad auténtica no la sabría nunca, pero su conciencia no le permitía obrar de otra manera.
Leticia estaba preparando ya las vacaciones menorquinas de todos los veranos con su madre y con sus hijos en la playa. Ese verano habían pactado previamente que Abbas se quedaría en Madrid. Esto sirvió para hacer el desencuentro menos violento.
—Cuando vengamos de vacaciones, espero que hayas dejado esta casa y te hayas llevado todas tus cosas. Esto tiene que acabar ya mismo —le dijo Leticia firme y segura, al ver a Abbas entrar en el dormitorio. Mirándola con cara de odio, insistió:
—Todo esto es una horrible mentira. No tienes derecho a tratarme así. Tu hija me odia y se ha inventado esta historia. Pero lo único que pretende con esto es lo mismo que tu hijo intentó hace años: lo que ha conseguido, que tú y yo nos separemos y acabemos así…
Leticia escuchaba sin mirarle mientras se movía por la habitación, fumando ávidamente, hasta que Abbas se acercó a ella, la cogió por los dos brazos con fuerza y mirándola desafiante a los ojos, le dijo:
—Está bien. Me iré, Leticia. Pero quiero que sepas que algún día te arrepentirás de haber creído todas las falsedades que te han contado tus hijos. Te vas a arrepentir de haber tomado esta decisión —sentenció amenazante, mientras salía serio y contrariado de la habitación, susurrando palabras en árabe como hacía siempre que se enfadaba.