—¡Que no es moro, mamá, que Alí es árabe!
—Pues árabe, hija, ¿qué más da?
—¿Y qué tiene que ver que sea árabe, mamá? ¿Y qué tiene que ver eso? Yo le quiero, él me quiere y ya está, que es lo que realmente me importa a mí y lo que te debe importar a ti. ¿No te casaste tú con un inglés? ¿Y qué pasó? Nada. Pues esto es lo mismo.
—¿Vas a comparar a Charles, que es todo un señor, con ese moro? ¿Vas a comparar a Charles, con la clase y el dinero que tiene, con ese… mamarracho…, que seguro que no tiene dónde caerse muerto? Por favor, Leticia, estás absolutamente loca si sigues con ese hombre… —le dijo Carmen a su hija, mientras se atusaba su melena rubia teñida en el espejo del recibidor de la casa.
Leticia, cansada de discutir, dándose por vencida, agachó la cabeza en un gesto de impotencia, encendió un cigarrillo y dio media vuelta.
—Anda, hija, dame un beso, que me voy. A ver si dentro de poco me das una alegría y me dices que has cambiado de novio. Que estos moros, al final, te lían alguna… —añadió Carmen jocosamente mientras bajaba el tono frívolo de sus palabras. Leticia, desoyendo la provocación y haciendo que no la había oído, se giró nuevamente, se acercó hasta la puerta y la abrió. Ayudó a su madre a ponerse el abrigo en silencio y sin ganas la besó.
—Adiós, mamá —susurró sarcásticamente, y cerró la puerta.
Mientras apuraba el cigarrillo, Leticia se quedó pensando en las palabras que acababa de escuchar de boca de su madre. Al fin y al cabo, conociéndola, se esperaba esa agria reacción. Llevaba tiempo retrasando el momento para decirle a su familia, y a su madre especialmente, que su pareja era árabe; pero no tenía más remedio que hacerlo si quería normalizar su situación. Se aproximaban las Navidades, eran días de cenas y de encuentros familiares y quería que Abbas se fuera introduciendo poco a poco entre los suyos. Leticia deseaba que las próximas Navidades fueran más familiares, más entrañables, que fueran distintas a las de los últimos años. De repente sonó el teléfono en el comedor rompiendo súbitamente sus pensamientos. Apagó apresuradamente el cigarrillo y cogió el auricular.
—Dígame —una voz grave y amable sonó al otro lado de la línea. La voz que precisamente, en ese justo momento, Leticia necesitaba escuchar—. Hola, Alí…
Su expresión malhumorada se convirtió lentamente en una encendida sonrisa de felicidad, de satisfacción. Buscó el paquete de tabaco en el bolsillo de su blusa vaquera, encendió otro cigarrillo y se sentó relajada sobre el sillón que había junto al teléfono.