Capítulo ocho

Seguíamos acurrucados juntos cuando la alarma de Hudson nos despertó a la mañana siguiente. Me besó hasta dejarme sin aliento antes de sacarme de la cama con él.

—Prepara la ducha —me ordenó—. Yo haré el café.

Sonriendo, me dispuse a hacer lo que había ordenado. Antes fui caminando torpemente al baño para hacer un pis. Después abrí el grifo de la ducha y esperé a que el agua estuviese caliente y agradable antes de meterme.

Aquello… era… increíble.

No solo la ducha gigante de la que caía el agua sobre mi cuerpo, relajando mis músculos doloridos por el sexo, sino toda aquella rutina. Hacer el amor en mitad de la noche, despertarme con mi amante, preparar la ducha para él, para nosotros… Podría hacer aquello todos los días.

Suspiré suavemente ante aquella idea y me dejé llevar por un brevísimo momento por la precipitada fantasía de vivir con Hudson.

—Bueno, por la expresión de tu cara parece que ya no me necesitas para sentir placer.

Hudson se metió en la ducha y de inmediato me envolvió entre sus brazos, como si quisiera estar constantemente en contacto conmigo, igual que yo.

—Esta ducha es guay —dije desviando al instante mis ojos hacia la semierección que nos separaba. ¿Me hartaría alguna vez de verle desnudo?

—¿Guay?

—Pero no se puede comparar con lo que tú me haces.

Rodeé con mi mano su pene divino y la boca se me hizo agua como siempre al notar su tamaño y su forma.

Él soltó un gemido y se puso más duro dentro de mi mano.

—¿Qué tal si te hago cosas guays mientras estamos en esta ducha tan guay?

Era difícil no reírse viéndole usar un lenguaje coloquial. Resultaba extraño, muy poco propio de él. Y absolutamente irresistible.

—No existe una palabra que describa lo guay que sería eso.

Después de la ducha, nos preparamos para encarar el día. Hudson me adjudicó uno de los lavabos y, mientras yo me maquillé él se afeitó, cada uno tapado solamente por una toalla. De nuevo pensé en lo fácil que sería acostumbrarme a aquella vida. Lo natural que resultaría. Él terminó primero en el baño y cuando salí ya estaba vestido con un traje negro que hizo que las piernas me flaquearan. Dios, aquel hombre era el más delicioso del planeta.

—¿Tienes ganas?

¿Me podía leer la mente?

—Ah, ¿de desayunar?

—Sí, de desayunar. Tienes una mente calenturienta, preciosa. Ya te he dedicado esta mañana más tiempo del que te toca.

Sentí un escalofrío al recordar que había estado apretada contra la pared de la ducha con su polla dentro de mí.

—Bueno, me alegra saber que me tocaba una parte.

—Así es. —Pasó a mi lado en dirección a la puerta del dormitorio y pude oler el aroma de su loción para después del afeitado—. ¿Te apetece tostada y pomelo?

—Perfecto —contesté inhalando su increíble olor—. Te veo ahí fuera.

Me puse el único vestido que quedaba colgado en el vestidor y deseé haber dispuesto de una ropa más profesional para mis reuniones de ese día. Lo cual me obligó a pensar en el asunto que estaba evitando: mi apartamento. Tenía que pasar por allí. También debía decidir qué iba a hacer con respecto al lugar donde vivir. Mi alquiler llegaba a su fin y, como mi hermano ya no me pagaba el alquiler, tendría que buscar algo que me pudiera permitir.

La verdad es que lo más fácil sería irme a vivir con Hudson.

Pero me recordé a mí misma que eso sería una mala idea. «Demasiado pronto, demasiado pronto, demasiado pronto». Además, él ni siquiera me lo había ofrecido.

Una vez vestida y con el pelo recogido en la nuca, me reuní con Hudson en la mesa de la cocina. Él ya me había preparado el desayuno en una taza de café con tapadera.

—No sabía cuándo pensabas salir de aquí, así que te la he puesto en eso —dijo señalando con la cabeza hacia la taza.

—Pronto. Tengo una cita a las diez y media con un diseñador gráfico para revisar los nuevos menús y antes de eso quiero asegurarme de tener lista mi presentación para la reunión de esta noche con Aaron Trent, porque tengo una tonelada más de cosas que hacer esta tarde. —Estaba divagando, un poco nerviosa por mi lista de tareas para ese día.

Hudson levantó una ceja.

—¿Una tonelada de cosas?

—Sí. Seguro que Trent quiere un plan de marketing formal y tengo que concertar algunas entrevistas para buscar otro cocinero. —Di un sorbo a mi café—. Y la verdad es que debería ir a mi casa.

—Mi casa.

Aquello no era una pregunta, simplemente repetía mis palabras, pero su tono era más oscuro, de sorpresa. Puede que de decepción.

—A mi apartamento.

—Ya lo había entendido. ¿Para qué?

Ataqué el pomelo con mi cuchara.

—No sé. Tengo que recoger el correo y comprobar algunas cosas. Asegurarme de que la casa está bien. Ya sabes, todas mis cosas están allí.

Sabía que aquella conversación sería incómoda desde que comenzó. Aunque necesitaba ir a mi casa, no deseaba que Hudson pensara que no quería estar con él, que no quería que me volviese a invitar. El mejor modo de afrontarlo era hablar directamente de ello.

—Debo buscar otra muda de ropa si me vas a invitar otra vez a pasar la noche.

Hudson dejó caer su cuchara con un fuerte ruido metálico.

—¿Invitarte a pasar la noche? ¿Qué estás diciendo? Te he dado una llave. Puedes entrar y salir cuando te apetezca.

Me incliné hacia delante con una gran sonrisa en la cara.

—Entonces, definitivamente necesito cambiarme de ropa. Porque a mí me apetece pasar la noche contigo.

—Y a mí también me apetece que pases la noche conmigo. —Se limpió la boca con la servilleta y la dejó sobre su plato—. Y, ya que hablamos de ello, me apetecería que pasaras todas las noches aquí y que todas tus cosas estuvieran también aquí.

Me quedé pasmada. Ahí estaba. Al menos pensé que ahí estaba. Necesitaba que me lo aclarara antes de empezar a alucinar.

—¿Qué estás…? No sé qué quieres decir.

—Sí que lo sabes. Pero lo diré con todas las letras, si así te sientes mejor.

Se puso de pie y llevó su plato al fregadero mientras hablaba. Cuando regresó, permaneció de pie y se apoyó sobre la encimera que estaba detrás de él. Probablemente no era consciente del impacto de su imponente presencia. O puede que sí. Quizá lo hiciera a propósito. Sabía cómo moldear una situación a su favor.

—Sí, explícate. —Mi voz vacilaba, no sabía si emocionarme o aterrorizarme.

—¿Para qué necesitas tu apartamento? Tu alquiler casi ha terminado. Múdate aquí.

Ni siquiera me molesté en preguntar cómo sabía lo de mi alquiler. Si lo pensaba mucho, me preocuparía por la seguridad de mis demás secretos. Además, estaba demasiado estupefacta por lo que había dicho como para pensar en algo que no fueran esas dos palabras: «Múdate aquí».

—Me encanta saber que aún puedo sorprenderte. —Hudson inclinó la cabeza y me miró desde un nuevo ángulo—. Pero preferiría que esta no fuera una de esas veces en que lo hago. ¿Qué hay en este plan que te sorprenda tanto?

Temblando, dejé la cuchara en la mesa. Aunque solo me había tomado la mitad de la fruta, no podía seguir comiendo. Apenas podía formular ningún pensamiento, mucho menos pensar, masticar y tragar.

—Bueno… Eh… Simplemente, es demasiado pronto.

Frunció el ceño.

—Lo es. Qué pena necesitar que pase un largo periodo de tiempo para los momentos más trascendentales de las relaciones. No debería ser tan importante.

—¿No? —Me moví en mi silla para mirarle de frente.

—Yo no lo creo. Como ya te he dicho, cuando tengo un plan me comprometo con él. Mi plan es estar contigo el mayor tiempo posible. Y no solo en el sentido carnal. Mudarte aquí es la forma más lógica de hacerlo realidad.

Me puse de pie y recogí los platos para llevarlos al fregadero. Tuve que acercármelos al cuerpo para que Hudson no oyera cómo tintineaban entre mis manos temblorosas.

—Ese es un motivo más por el que quizá no sea una buena idea. Parece más bien un plan de negocios. Como si fuera el siguiente paso de una lista. No resulta muy romántico ni nada parecido.

Su voz se volvió más tensa:

—No sabía que necesitaras romanticismo. Sabes que no es propio de mí.

—Oye. —Esperé a que se girara para mirarme con la encimera entre los dos—. Eso es una tontería. Dices que no eres romántico, pero lo cierto es que sí que lo eres, y mucho. —Las cosas que me había dicho la noche anterior, por ejemplo—. No me estaba quejando de tus proposiciones románticas.

—Entonces, ¿de qué te quejas? —Parecía realmente confundido.

—¡De nada! No me estoy quejando de nada.

—Te estabas quejando del modo en que te he pedido que te mudes a vivir conmigo.

—No. —Volví a mirarle fijamente—. Vale, sí. Me estaba quejando. Un poco. Pero no es por eso por lo que te digo que no.

Aquello le pilló por sorpresa.

—¿Estás diciendo que no?

—No. —«Espera»—. Es decir, sí. —Sin embargo, en realidad no quería decir que no. Quería estar con Hudson todo el tiempo, lo mismo que él había dicho que quería estar conmigo. Aun así, el tiempo que llevábamos juntos…—. Es decir, no lo sé.

Hudson rodeó la encimera y colocó una mano en cada uno de mis brazos.

—Alayna, ¿sabes lo que sientes por mí?

—Sí. Te quiero. Lo sabes.

—Entonces, vente a vivir conmigo.

Me mordí el labio y le agarré la corbata de color lavanda.

—Tengo que pensarlo.

Me puso un dedo en el mentón y me levantó la cara, de modo que me vi obligada a mirarlo a los ojos.

—¿Por qué?

—Porque sí.

Me aparté, incapaz de concentrarme con sus manos sobre mí. Incapaz de defender mi postura con la electricidad que surgía entre nosotros, como pasaba siempre que nos tocábamos.

Volví a mirar el fregadero en busca de distracción, eché las cáscaras de la fruta en la basura y agua sobre los platos.

—Esto es muy importante y, sí, nos facilitaría mucho las cosas. No puedo negar que quiero…

—Entonces hazlo.

—Pero no sé si es lo correcto. —Cerré el grifo y sacudí las manos sobre el fregadero. Sin mirarle, admití el motivo esencial de mi vacilación—: Me estoy enamorando demasiado de ti, Hudson. Tan rápido que me asusta.

—¿Te estás enamorando o te has enamorado?

Las dos cosas. Cada vez que estaba segura de que había llegado a mi capacidad máxima de amor por él, de que me había enamorado todo lo que podía, él llegaba y hacía o decía algo espectacular y yo descubría que le quería aún más.

—Las dos cosas. ¿Importa eso?

—Si ya estás enamorada, ¿por qué te preocupa que sea demasiado fuerte o demasiado rápido? Ya ha ocurrido. Así es como me lo planteo yo.

Ahí estaba otra vez: una alusión a lo que sentía por mí sin decirlo de verdad. Eso mismo era un problema, ¿no? ¿Cómo podía vivir con un hombre que ni siquiera podía decir que me amaba?

Respiré hondo y me di la vuelta para mirarlo de nuevo.

—¿Puedes darme un poco de tiempo para pensarlo cuando no esté contigo?

Él se puso rígido.

—¿Estás sugiriendo que te estoy presionando?

—Estoy sugiriendo que me distraes. Y sí, es una presión, lo hagas a propósito o no. Sinceramente, hay aquí cierta manipulación. Y con tu pasado, se me viene a la mente que quizá quieras controlarme y que este es el modo más fácil de conseguirlo.

Su expresión se endureció y yo corrí hacia él y rodeé su cuello con mis brazos.

—Ahora no te enfades, H. No estoy diciendo que me estés manipulando ni que quieras controlarme. Solo digo que necesito tiempo para pensar. Para estar segura. Concédeme eso, por favor.

—Si es eso lo que necesitas… —Su tono de voz era frío y sus brazos permanecían a ambos lados de su cuerpo pese a que yo le estaba abrazando.

Enrosqué los dedos en el pelo de la parte posterior de su cuello.

—¡Hudson!

—¿Qué?

—No te pongas así.

Él permaneció quieto.

—No me estoy poniendo de ningún modo.

—Entonces, ¿estamos bien? —Le besé varias veces por debajo de la mandíbula deseando…, no, necesitando que cediera ante mí, que se entregara a mi abrazo.

Exhaló y por fin me envolvió entre sus brazos.

—Claro que sí. —Me besó en la cabeza—. Siempre.

El chófer de Hudson lo recogió a la vez que Jordan llegaba a buscarme. En el momento en que me quedé sola en el asiento de atrás de mi Maybach, saqué mi teléfono para llamar a Liesl. Tenía que hablar con alguien sobre la propuesta de Hudson de que me fuera a vivir con él y ella era la persona a la que acudía cuando las cosas se ponían difíciles. Sin embargo, me detuve antes de llamarla. Liesl había hecho mi turno la noche anterior. Probablemente seguiría durmiendo. Además, aunque me conocía, no conocía a Hudson. No de verdad. Conocer a Hudson era una parte fundamental para ayudarme a tomar una decisión sensata.

Pero había alguien que sí conocía a Hudson, que le conocía muy bien. Y yo tenía su número de teléfono.

Como Celia no contestó, colgué y volví a llamar, tal y como ella me había dicho que hiciera. Hasta la tercera llamada no pude hablar con ella. Pensé en darle la noticia por teléfono, pero creía que quizá necesitaríamos algo más personal, así que acordamos vernos para comer a la una.

Celia ya estaba sentada cuando llegué al restaurante A Voce. Esperé a que la camarera tomara nota de mi pedido —un té helado y ensalada de pollo y berros— antes de iniciar la conversación.

Aunque había pensado hablar directamente de la invitación de Hudson de irme a vivir con él, fue algo completamente distinto lo que salió de mi boca:

—¿Qué sabes de Norma Anders?

Había irrumpido en mis pensamientos varias veces desde que había puesto la mano sobre la de Hudson y él la había llamado por su nombre de pila.

Celia me miró sorprendida.

—Ah, ya has oído lo de esa zorra.

—¿Quieres decir que Hudson y…?

Se me revolvió el estómago. Quizá no debería haber preguntado.

—Sinceramente, no estoy segura. No es que Hudson hable precisamente conmigo de sus conquistas. Pensándolo bien, diría que no, porque si se la hubiese follado…; perdona, he sido un poco ordinaria, pero ya sabes a lo que me refiero. Si lo hubiese hecho, habría terminado con ella y, desde luego, no seguiría trabajando para él.

Quise aferrarme a las palabras de Celia como a una tabla de salvación y creer que no había forma de que Hudson hubiese estado… intimando… con Norma Anders. Pero había algunas lagunas en su teoría.

—Eso si se acostó con ella cuando todavía…, ya sabes, cuando jugaba con las mujeres. Lleva un tiempo sin hacerlo, ¿no? Unos dos años.

Su frente se arrugó.

—Eh… Sí, claro.

—Así que Hudson podría haberse acostado con ella después de iniciar la terapia y, por tanto, no le habría supuesto un problema mantenerla como empleada.

Celia asintió.

—Te entiendo. Pero sigo sin creerlo. Esa es la cuestión. Norma siempre ha ido detrás de él. Desde mucho antes de que él empezara con la terapia. Y no sabes la cantidad de actos a los que asistí en los que la vi intentando seducirlo. Esa es la razón por la que la llamo zorra. Pero, a pesar de todos sus intentos, él nunca hizo movimiento alguno para jugar con ella.

—Por ese motivo es más probable que él fuera a por ella después de la terapia. Confía en mí, lo sé.

Tenía todo el sentido. La gente con la que yo salí después de la terapia habían sido los seguros, los hombres por los que no sentía nada intenso. Si Hudson no había estado nunca interesado en jugar con Norma, ella habría sido igual de segura.

Por otra parte, Hudson me había dicho más de una vez que nunca había querido jugar conmigo tampoco. ¿Se había abstenido de hacerlo con Norma por similares motivos? ¿Porque sentía algo por ella?

Aquella idea me volvía loca de celos.

Y no me daba ninguna respuesta con respecto a si ella era o no especial para él, ahora o en el pasado. Si de verdad quería saberlo, tendría que vigilar a Norma más de cerca. Me escribí una nota mental para hacer una búsqueda en Google cuando tuviera tiempo libre.

Después borré la nota mental.

¿Qué demonios estaba pensando? Lo de acechar por Internet era cosa de la antigua Alayna Withers. No iba a rebajarme a ese nivel. Hudson me quería con él. Siempre. ¿Qué otra prueba necesitaba para saber que yo era la única mujer importante de su vida?

Detuvimos la conversación para dejar que la camarera nos sirviera. Cuando volvimos a estar a solas, continué como si no hubiésemos parado:

—Probablemente tengas razón. No sé por qué me preocupo, la verdad. Es a mí a la que le ha pedido que se vaya a vivir con él, no a ella.

—Exacto. —Su sonrisa desapareció—. Espera, ¿qué? ¿Te ha pedido que te vayas a vivir con él? ¡Eso es genial!

Era genial. Absolutamente genial. Por primera vez me permití sentirlo en lugar de pensar solo en el miedo. Pero actué con despreocupación, encogiéndome de hombros, como si no fuese para tanto.

—No sé. Es demasiado pronto. ¿No es demasiado pronto?

—Anda ya. ¿Hay normas para estas cosas? —Celia hablaba con el tenedor lleno de ensalada en la mano—. Cuando Hudson sabe lo que quiere, no duda.

Intenté no sentirme molesta porque Celia conociera tan bien a Hudson.

—Él me ha dicho algo muy parecido. —Tragué—. Cuando le he contestado que no.

—¡No le has dicho eso! —Ahogó un grito y su expresión se correspondió con su exclamación de sorpresa.

—Sí. Bueno, le he dicho que me lo pensaría.

Celia estaba más que emocionada.

—Y ya te lo has pensado y vas a decirle que sí. ¿Cómo es que no le has dicho que sí? ¡Se trata de Hudson Pierce!

—Yo no le quiero por eso. —Al menos no porque fuera Hudson Pierce, el multimillonario magnate de los negocios conocido en todo el mundo. Sino porque era quien era: único y especial en muchísimos aspectos.

—Con más razón aún tienes que decirle que sí. Por eso exactamente es por lo que te quiere a ti. No estás inmersa en el espectáculo que le rodea. No puedes imaginar a qué pocas personas les pasa eso. —Se echó su pelo rubio, que llevaba suelto, a un lado de la cabeza—. Dios mío, Alayna, eres perfecta para él. Tienes que irte a vivir con él. Le destrozarás si no lo haces. Está claro que te quiere.

¿De verdad estaba tan claro?

—Aún no me lo ha dicho.

—¿No lo ha hecho ya? Te ha pedido que te vayas a vivir con él… Yo creo que eso es muy parecido a decirlo. Es la única forma en que Hudson puede hacerlo.

Del mismo modo que Hudson había necesitado demostrarme la noche anterior lo que sentía por mí con su cuerpo, porque no podía decirlo con palabras.

Vale. Puede ser que Celia tuviera razón.

O simplemente conocía a mi novio mucho mejor que yo.

—Maldita sea. —Yo había querido comportarme esta vez de una forma responsable. Quería manejar aquella relación con cuidado, no joderlo todo como hacía normalmente y tanto Hudson como Celia me daban razones convincentes para lanzarme a la piscina—. Necesito una casa nueva donde vivir.

—¡Venga ya! Entonces es perfecto. Como si fuera el destino.

Había sido muy oportuno conocer a Hudson justo cuando Brian había decidido dejar de mantenerme. Nunca había creído en el destino ni en la suerte, pero puede que sí tuviera que reconocer que de alguna manera estábamos hechos el uno para el otro. O, en su defecto, que Hudson tenía un sentido de la oportunidad impecable. Cualquiera que fuera la razón, nos habíamos encontrado y pensar en lo grande que era todo aquello me dejaba sin habla.

—No puedo seguir hablando de esto. Me estoy poniendo nerviosa y sensible.

Celia sonrió con los ojos igual de llorosos.

—Pero vas a decir que sí, ¿verdad?

Le respondí con un movimiento de la cabeza casi imperceptible.

—¡Lo vas a hacer! —Celia juntó las manos—. Me dan ganas de abrazarte. Me gustan los abrazos. Pero estamos comiendo en un restaurante, así que puede que quede un poco raro. Tendré que conformarme con esto. —Puso su mano sobre la mía y la apretó.

Agradecí en el alma que estuviésemos en un restaurante, porque a mí no me gustaban mucho los abrazos. El apretón de manos fue suficiente concesión y, la verdad, bastante agradable. Me gustaba tener una amiga que comprendiera de verdad lo que me estaba pasando. Eso es lo que Celia era ahora para mí: una amiga.

Seguía sonriendo cuando apartó su mano de la mía.

—¿Cuándo se lo vas a decir? ¿Esta noche?

—No. No lo creo. Tengo una reunión a las ocho y media, pero antes él me va a llevar a cenar temprano, a las seis; no quiero decírselo con prisas.

Frunció el ceño.

—¿Tienes una reunión? ¿Esta noche?

—Sí. ¿Por qué te parece tan raro? —¿O no estaba entendiendo su expresión?

—No es raro. Solo que es horrible que tengas que trabajar un viernes por la noche. ¿El hecho de estar acostándote con el jefe no te da ciertos privilegios?

Me reí.

—Eso sería lo lógico. Fue Hudson quien concertó la reunión y a caballo regalado…

—Ah. Interesante. —Se pasó el dedo índice por las cejas, como si se hubiesen salido de su sitio—. ¿Y con quién te reúnes?

—Con Aaron Trent.

—Vaya, menudo tanto, Laynie. —Por un momento pensé que iba a chocarme la mano en el aire—. Entiendo que no te puedas quejar por haber conseguido una reunión con Aaron Trent. Aunque tengas que trabajar el viernes por la noche.

—Ese es el privilegio que consigo por acostarme con el jefe. Buenos contratos. Le debo mucho a Hudson. —Pensé en lo que acababa de decir—. Aunque no le gusta que me refiera a él como mi jefe.

—¿Por qué no me sorprende?

—Así que le diré por la mañana que me voy a vivir con él. No a lo grande. Así puedo pensar algún modo especial de decírselo.

Al menos me aseguraría de que tuviéramos tiempo para celebrarlo después, porque no habría modo de entablar esa conversación sin que me atacara a continuación. No es que me quejara de eso.

—Oye, ¿puedo pedirte el teléfono un segundo? —Celia mantuvo la mano en alto expectante.

—Sí. —Desbloqueé la pantalla y se lo pasé con cierta curiosidad.

—Gracias. El mío está un poco tonto. No suena la mitad de las veces y supongo que esa es la razón por la que nunca contesto al teléfono. —Marcó unos números en mi teléfono y esperó—. ¿Ves? No suena. —Pulsó la rellamada y probó de nuevo—. Nada. Supongo que tendré que hacer algo con él. Gracias.

—No hay de qué. —Recuperé mi teléfono y me lo guardé en el sujetador—. Ah…, al final no le conté a Hudson que nos vimos ayer.

—¿Pensaste que sería una conversación demasiado difícil?

—No surgió. Y después de lo de hoy…

—No vas a contárselo —terminó la frase por mí—. Yo tampoco lo haría. Es decir, no es que te anime a guardar secretos, pero lo cierto es que esto no tiene tanta importancia. Aunque Hudson sí se la daría.

—Mucha. —Sobre todo teniendo en cuenta cuál era el tema de la conversación—. Así que ¿lo mantenemos en secreto?

—No diré una palabra. Juramento de meñique.

—Juramento de meñique. —Levanté el dedo en el aire imitándola.

Esperaba que aquellos juramentos valieran de algo en el mundo rico y exótico de Celia Werner y Hudson Pierce. Porque las cosas me estaban yendo muy bien en la vida y eso quería decir que tenía mucho que perder. Solo hacía falta que una de las dos se fuera un poco de la lengua para echar abajo mi precioso castillo de naipes.