Capítulo siete

Hudson no estaba dispuesto a dejarme insatisfecha. Cuando llegamos al Jardín Botánico de Brooklyn, yo me sentía agotada y adormilada. Hudson, en cambio, parecía recuperado completamente y exhibía una vanidosa sonrisa en la cara mientras me cogía de la mano para ayudarme a salir de la limusina.

Una atractiva rubia con las uñas pintadas de rosa de los ochenta estaba en la puerta principal comprobando las invitaciones de los asistentes que llegaban al jardín. Dejó entrar a Hudson sin mirar siquiera sus credenciales.

—Pareces tremendamente pagado de ti mismo —susurré mientras entrábamos al recinto.

Él no hizo caso de mi comentario.

—Todo el mundo sabe quién soy.

—No es por eso por lo que pareces encantado.

Me lanzó una sonrisa traviesa.

—Creo que me lo merezco. He hecho muchas cosas en un tiempo relativamente corto.

—Si por «muchas cosas» te refieres a que apenas puedo caminar, sí, tienes razón.

Antes nunca había echado un polvo en un vehículo en movimiento y, teniendo en cuenta mi rígida política en lo concerniente al cinturón de seguridad, no se me había ocurrido que fuera algo que deseara hacer. Sin embargo, Hudson parecía capaz de conseguir que yo deseara cualquier cosa, al menos cuando él formaba parte de ella. Además, las dotes de aquel hombre en un dormitorio también servían en el asiento trasero de un coche y sus técnicas y posturas expertas conseguían que me corriera sin tener que desabrocharme el cinturón en ningún momento.

Recorrimos un sendero hasta el patio donde se estaba sirviendo una cena estilo bufé. Alrededor de nosotros, los agradables olores y aromas del aire fresco me invadieron, consiguiendo relajarme de un modo que era imposible alcanzar en medio del ajetreo de la ciudad. Era increíble que hubiera un lugar así tan cerca del caos de la ciudad de Nueva York.

—¿Y para qué es este evento?

—Está patrocinado por Niños del Futuro —respondió—. Es una fundación que suministra recursos para la acogida de niños. Esta fiesta es en agradecimiento a los que han hecho donaciones.

—¿Cuánto has donado tú? —Me interesaba de verdad saber cuáles eran las causas a las que contribuía Hudson.

—No es cuánto, sino qué.

Le miré de manera inquisitiva.

—He donado un colegio.

Joder. Todo un colegio. Claro que sí.

—Y además varias becas. He venido esta noche para conocer al nuevo director. Quiero que la junta directiva de la fundación sepa que, aunque no participe activamente en el programa, lo sigo de cerca.

Me estremecí ante aquella muestra de omnipotencia. Me empezaba a dar cuenta de que dirigía sus negocios de la misma forma. Dejaba los asuntos en manos de personas competentes, pero nunca se alejaba demasiado y seguía al tanto de la situación. Yo esperaba que confiara en mí lo suficiente como para no estar al tanto de todo lo que pasaba en el Sky Launch. Como, por ejemplo, con quién llegaba a acuerdos para celebrar los eventos.

Dios mío, tenía que dejar de obsesionarme con ese tema. Hudson no se iba a enterar. Todo iría bien.

Cogí una copa de vino de la bandeja de un camarero que pasaba y me la bebí hasta la mitad; agradecí la instantánea sensación de placer.

Hudson mantenía su brazo alrededor de mí mientras saludábamos a la gente del bufé. Me había dicho una vez que nunca comía en esos eventos y ahora entendía por qué. Era demasiado popular para entretenerse comiendo. Decidí esperar a comer con él más tarde y me dediqué a saludar con movimientos de cabeza y sonrisas según él me presentaba. También charlábamos un poco. Sin embargo, como nunca había estado en el Jardín Botánico de Brooklyn, estaba deseando explorarlo. Así que, cuando llegó otro conocido para saludarlo, me excusé educadamente.

—Un momento. —Hudson levantó un dedo ante el hombre calvo con el que estaba hablando—. Alayna, puedes quedarte —me dijo.

El corazón me latía con tanta fuerza que temí que él lo escuchara. Había sido difícil para Hudson dejarme entrar en sus asuntos de trabajo e invitarme a participar en ellos era un gran paso.

—Gracias, pero quería ver esto un poco antes de que se ponga el sol. —Le apreté la mano—. A menos que me necesites…

—No —contestó, aunque había un atisbo de necesidad en su tono. Necesidad como la que yo sentía por él a cada minuto todos los días, el deseo insaciable de estar siempre a su lado—. Solo quería que te sintieras cómoda. Deja que te presente antes de irte. Alayna, este es Aaron Trent. Aaron, esta es mi novia, Alayna Withers. Quizá te resulte más interesante saber que también es la encargada de promociones del Sky Launch.

Di un paso adelante para estrechar la mano de Aaron.

Aaron la estrechó con fuerza, aunque no era nada comparado con la de Hudson.

—Encantado de conocerte. —Su saludo fue desdeñoso y rápidamente me soltó la mano para dirigir su atención a Hudson—. ¿El Sky Launch? He oído que estabas haciendo cambios en él.

—Yo no. Alayna.

—Estupendo —dijo Aaron, pero su atención seguía fija en Hudson—. Me gustaría hablar en algún momento contigo de lo que mi equipo podría hacer para ti.

Hudson me señaló con un gesto.

—Alayna es la persona indicada. Estoy seguro de que estará encantada de reunirse contigo. Alayna, Aaron es dueño de una empresa de publicidad. Es muy buena. Hemos utilizado sus servicios en muchas ocasiones.

Sentí cierto vértigo cuando me di cuenta de por qué me había pedido Hudson que me quedara.

—Ah, Trent Advertising. No me había dado cuenta de que era usted ese Trent.

Se trataba de una compañía con la que resultaba difícil poder trabajar. Que Hudson me hubiese presentado podría suponer para mí una gran ventaja. Si hubiésemos estado a solas, le habría demostrado a Hudson lo mucho que agradecía aquel contacto.

Por fin Aaron se dirigió a mí.

—Señorita…

—Withers —completó la frase Hudson.

—Sí, señorita Withers. Perdone, nunca se me han dado bien los nombres.

«No, sencillamente no estabas interesado en mí hasta que te has dado cuenta de que podías conseguir algo».

Decidí ponerle las cosas fáciles a aquel hombre.

—Señor Trent, estaré encantada de reunirme con usted. ¿Quiere que llame a su despacho para concertar una cita?

—Me gustaría pasarme por el club cuando esté abierto y estudiarlo a fondo para ver qué ideas se me ocurren para una campaña.

—¿Qué te parece mañana por la noche? —preguntó Hudson.

En un primer momento me desanimó la idea de pasar un viernes por la noche lejos de Hudson. Pero tenía razón al proponer el viernes, porque era una noche perfecta para ver el club en su mejor momento.

Me pareció que a Aaron tampoco le gustaba perderse un viernes por la noche, pero ¿quién le iba a decir que no a Hudson Pierce?

—Por supuesto.

—Abrimos a las nueve, pero, si puede venir, por ejemplo, a las ocho y media, podríamos hablar antes de que haya demasiado jaleo.

Me alegré de tener ya diseñado mi plan de negocio. De lo contrario, tendría que pasarme toda la noche preparándolo.

Aaron se mostró de acuerdo con la hora y a continuación empezó a hablar de algunas ideas de campañas para Hudson. Al ver que allí sobraba, me disculpé de nuevo y me fui a dar una vuelta.

Primero me dirigí al Jardín de Shakespeare con una segunda copa de champán en la mano. Me detuve aquí y allí para admirar las extraordinarias plantas, sus fragancias mezclándose e invadiendo aquel sofocante aire de junio. Desde allí atravesé el jardín japonés del estanque y la colina. Admirada por la tranquila belleza de aquel paisaje ondulante, encontré un banco donde sentarme y disfrutar de la vista durante el crepúsculo mientras daba sorbos a mi copa.

De vez en cuando pasaban otros invitados y, finalmente, apareció un hombre con un traje azul marino acompañado por otro señor mayor de cabello entrecano a juego con su traje plateado de tres piezas. Se detuvieron junto al estanque rodeados por el silencio de los jardines y pude entreoír su conversación.

—¿El trato se cerró el lunes? —preguntó el del traje azul marino—. Joder, es increíble. Eres un cabrón con suerte, ¿sabes?

Cerré los ojos intentando desconectar de aquella conversación que tanto contrastaba con la serenidad del entorno. Pero entonces llegó a mis oídos una palabra familiar:

—Plexis no era algo que él quisiera dejar escapar. Tuve que hacerle frente con uñas y dientes.

Ahora era el hombre mayor el que hablaba. Se refería a la empresa que Hudson tanto quería, la que había intentado evitar que vendieran los accionistas; pero había perdido.

—Por suerte, el resto de la junta no apoyó a Pierce.

«Este tipo debe trabajar para la compañía que ha comprado Plexis y se la ha quitado a Hudson».

—¿Y qué planeas hacer ahora? —preguntó el más joven repitiendo la misma pregunta que yo me estaba haciendo.

—¿Con Plexis? Pues podemos conseguir mucho dinero si la dividimos y vendemos las piezas.

Sentí un nudo en el estómago ante el comentario del hombre del pelo entrecano. Aquello era exactamente lo que Hudson había temido que pasara. Significaría la pérdida de muchos puestos de trabajo.

—Pero no descartamos volver a venderla en su totalidad. —El hombre mayor miró al más joven con una ceja levantada—. Si es que recibimos una buena oferta.

—Ah, ¿esperas que yo haga una oferta? —El tipo del traje azul marino dio un paso atrás—. No me malinterpretes. Me gustaría meter la mano en Plexis, pero no tengo ahora mismo ese dinero.

—Simplemente quería tentarte. Por si acaso.

Los dos hombres retomaron su paseo por el sendero y el más viejo me sonrió al pasar.

Esperé a que se alejaran varios metros antes de levantarme de un salto del banco y marcharme en la dirección contraria para volver con Hudson. Aquella era su oportunidad de recuperar Plexis, de convertirla en la empresa que él había imaginado que podría ser. Yo incluso le había ayudado a elaborar algunas ideas preliminares para hacerla rentable. Estaba tan emocionada como esperaba que Hudson lo estuviera, como sabía que estaría.

Tardé un poco antes de encontrarlo en la explanada de los cerezos. Estaba conversando con una llamativa mujer de cabello rojizo, quizá algo mayor que yo. Sentí en el vientre un inesperado nudo de celos y tuve que contenerme para no ir corriendo hasta él.

Me vio acercándome y sus ojos se iluminaron con un cariño que hicieron que aquel nudo desapareciera.

—Alayna.

El modo en que mi nombre salía de su lengua… siempre conseguía volverme loca.

Hudson se giró hacia la mujer y ahora pude ver que definitivamente era mayor que yo, quizá diez años.

—Mira, esta es mi novia, Alayna Withers. Se encarga del departamento de promociones de uno de mis clubes nocturnos.

La mujer se presentó antes de que Hudson tuviese oportunidad de hacerlo.

—Hola. Soy Norma Anders. —Volvió rápidamente su atención hacia Hudson—. No sabía que estuvieses saliendo con nadie, Hudson.

—Lo hemos estado ocultando. Por deseo de ella, no mío. —Su mentira hizo que sintiera un cosquilleo—. Pero por fin la he convencido de que podíamos decírselo a todos.

Norma apretó la boca mientras sus ojos me recorrían de la cabeza a los pies.

—En ese caso, enhorabuena. De verdad, me alegra que hayas dejado a la hija de los Werner. Era demasiado alegre para ti, si quieres saber mi opinión. Además, nunca me he fiado de ella. Tramaba algo, Hudson.

Yo me puse en tensión. Aunque claramente aquella mujer tenía suficiente familiaridad con mi chico como para darle consejos sobre amoríos, había pensado que Celia y Hudson estaban juntos. Yo había creído que aquello solamente lo habían imaginado sus padres. ¿Me estaba perdiendo algo?

Hudson se puso tenso también al oír el nombre de Celia y sentí su impaciencia por alejarse de Norma, por alejarme de Norma.

—Me alegra haberte visto esta noche, Norma. Esos informes…

Ella le acarició el brazo como si lo hiciera de forma automática.

—Te los envío el lunes.

—Gracias, Norma.

Me alegré de que Hudson me atrajera hacia él y me alejara de allí, porque de lo contrario le habría metido a esa mujer un dedo en sus ojos color avellana. O le habría dado un puñetazo.

—La llamas por su nombre de pila, ¿eh? Eso es… nuevo. —Hudson rara vez llamaba a nadie por su nombre de pila, a menos que se tratara de alguien importante para él.

Se quedó perplejo ante mi irritación.

—Nos conocemos desde hace años. Es inevitable tutearla después de tanto tiempo.

—¿Por qué cree que estabas saliendo con Celia?

Parecía que la conversación Celia-Hudson se repetía una y otra vez, pero no dejaba de aparecer nueva información, y ahí estaba yo sacando el tema de nuevo.

—Celia me acompañaba a menudo a fiestas benéficas a las que también iba Norma. Ya lo sabes.

Sentí cómo el rubor me iba subiendo por la parte de atrás del cuello. Yo nunca le había dicho que le había estado acechando por Internet. Es ahí donde había visto sus docenas de fotografías con Celia. Me conocía demasiado bien.

Soltó su mano de mi cadera.

—Norma debió de suponer que éramos pareja. Nunca se me ha ocurrido sacarla de su error.

Sentí un sabor amargo en la boca.

—Porque te gustaba que la gente creyera que estabas con Celia.

—Porque me gustaba que Norma pensara que estaba fuera de su alcance.

—Ah.

Quizá sí pudiera dejar el tema de Celia durante un tiempo. Pero ahora tenía un montón de preguntas sobre Norma.

Pero antes de poder preguntar, él se explicó:

—Norma dirige el departamento financiero de una de mis empresas.

—Entonces, trabajáis juntos.

Me pregunté cómo habría conseguido ella un puesto tan importante. ¿Se habría acostado con alguien para ir ascendiendo? La familiaridad que mostraba con él me perturbaba.

Su boca se retorció tratando de contener una sonrisa.

—Vaya, Alayna, este atisbo de celos te sienta muy bien.

Yo apreté la mandíbula.

—Esa respuesta no es muy reconfortante.

—Compañeros de trabajo no. Jefe y empleada.

Aunque agradecí que se tomara en serio mi mal humor, su respuesta me molestó. Al fin y al cabo, Hudson era prácticamente mi jefe.

—Esa situación me resulta familiar.

De repente, se detuvo y se giró para mirarme fijamente con sus ojos encendidos con decidida insistencia.

—Yo nunca he sido tu jefe, Alayna. Si acaso, soy yo quien te pertenece a ti.

¡Toma ya!

Independientemente de lo que Norma tuviese con Hudson, ella no tenía lo mismo que yo. Me conmovió ser consciente de eso.

Incapaz de sostener su mirada intensa, dirigí la vista hacia aquella explanada en la que aún no me había fijado. La extensión de exuberante césped estaba flanqueada por enormes cerezos llenos de verdes hojas.

Hudson siguió mis ojos.

—¿Has visto fotografías de estos cerezos cuando están en flor?

—No.

Había visto fotografías del festival de los cerezos de Washington D. C. e imaginé que aquella explanada debía de ser casi igual de bonita.

—Es impresionante. Todos los árboles se llenan de palomitas de maíz rosas. El olor es absolutamente increíble. —Me pasó el dedo pulgar por la mejilla—. Vendremos aquí en primavera.

—Suena muy bien.

Lo decía de verdad. Al mismo tiempo, sentí que el estómago se me retorcía, tanto por la perspectiva de seguir con Hudson en primavera como por la idea de que me pertenecía. Ambas ideas eran absolutamente maravillosas y, también, completamente precipitadas. ¿Podría mantener una relación con él durante tanto tiempo? ¿Podría llegar a estar a la altura de la mujer que claramente él veía en mí?

En lugar de darle más vueltas, mi mente volvió a centrarse en la noticia que al principio me había hecho ir en su busca.

—Oye, tengo que contarte una cosa que podría interesarte.

Hudson colocó su brazo en la parte inferior de mi espalda y me llevó fuera de la explanada.

—No tiene por qué ser ahora —dije al darme cuenta de su intención de que le pasara mi información en ese mismo momento—. Puedes terminar de saludar.

Sentí su boca caliente junto a mi oído.

—El único saludo que me interesa en este momento es el de nuestros genitales.

—Eres insaciable. Ya me has echado un polvo en el coche.

Pero su sugerencia hizo que sintiera un hormigueo en mi piel por el deseo y las expectativas.

—No ha sido suficiente. —Me sacó del sendero a través de un hueco de los setos, hacia un lugar al que seguro que no se permitía la entrada, y me empujó contra un árbol alto, sujetándome allí con la fuerza de su cadera—. Nunca tengo suficiente contigo.

La respiración se me cortó durante un momento de absoluta adoración por el hombre que tenía delante. Ese hombre que se había enfrentado a sus propios demonios para dejarme entrar en su vida, que había rechazado su inclinación innata por mantenerse encerrado y que, en lugar de ello, estaba tratando con todas sus fuerzas de estar conmigo de la forma que los dos queríamos.

Clavé mis ojos en los suyos.

—Te quiero.

Él se inclinó hacia a mí y su nariz acarició la piel de mi mejilla.

—¿Para decirme eso es para lo que me has traído? No me quejo, si es así.

Me reí.

—Has sido tú quien me ha traído y no al revés, tonto. Y no es eso lo que tenía que contarte. Pero me alegra poder aprovechar cada oportunidad para decírtelo.

La boca de Hudson se curvó con una lenta sonrisa, pero un movimiento en el sendero cercano llamó mi atención. Giré la cabeza hacia el pequeño grupo que subía y vi pasar al hombre del pelo entrecano.

—La verdad es que has escogido el lugar perfecto. ¿Ves a aquel hombre de allí?

Hudson miró adonde apuntaban mis ojos.

—¿El de piel bronceada?

—El de al lado. —Le concedí un momento para asegurarme de que lo veía bien—. ¿Le conoces?

—No, que yo recuerde. ¿Debería?

Me encogí de hombros.

—No necesariamente. Pero le he oído por casualidad hablar con otro hombre… —giré el cuello para buscar al otro— al que ahora no veo. En fin, eso no importa. El hombre del pelo entrecano trabaja para la empresa que ha comprado…, adivina qué…, Plexis.

Hudson dejó de agarrarme y observó al hombre una vez más antes de que pasara.

—¿Cómo lo sabes?

—Le he oído. Antes, cuando estaba paseando. Él se estaba jactando de la suerte que tenía de haber arrancado una empresa tan estupenda de las manos de Hudson Pierce.

Hudson se puso rígido.

—Continúa.

Me mordí el labio.

—Tenías razón. Están pensando en desmantelar la empresa.

—Maldita sea.

Hudson no manifestaba a menudo emoción alguna, pero había adivinado que se mostraría enardecido al oír hablar de la empresa que había perdido. Ahora estaba segura. Por ese motivo le di la siguiente noticia de una forma mucho más dulce:

—Pero ha mencionado que podría interesarles venderla si recibían una buena oferta. —Esperé a ver cómo se ponían en marcha los engranajes de su cabeza—. ¿Sabes lo que significa eso? Que lo único que tienes que hacer es aparecer con una buena oferta.

Rápidamente volvió a inmovilizarme, apretando pesadamente su cuerpo contra el mío.

—¿Y qué tal si entro en ti con una buena oferta?

—¡Hudson! —Le empujé suavemente el pecho—. Estoy hablando en serio.

—Y yo también. —Acarició mi mejilla con su nariz.

Nunca podía resistirme cuando se acercaba y mi cuerpo ya estaba ansioso, derritiéndose bajo el suyo, palpitando por la necesidad de estar más cerca. Aun así, mi cerebro seguía buscando respuestas.

—Creía que Plexis era importante para ti.

—Lo es. —Sonrió mientras se inclinaba sobre mis labios.

Yo giré bruscamente la cabeza a un lado y lo miré a los ojos.

—Entonces, ¿por qué lo único que se te ocurre es follarme? ¿Es eso lo único que soy para ti?

Sabía que yo no era para él solamente eso y mis palabras eran más que nada en broma, pero me decepcionaba haberme equivocado respecto al compromiso que Hudson sentía con Plexis.

Me agarró con más fuerza y se volvió a apretar contra mí mientras movía sus labios junto a mi oído.

—No. Ya sabes que tu mente para los negocios me excita muchísimo, sobre todo cuando esa mente tuya está pendiente de mis intereses. Y, como no se me da bien expresar con palabras lo que siento, estoy deseando poder demostrarte exactamente todo lo que me gustas.

Me derretí. Por completo.

Pero mi cerebro seguía buscando más reconocimiento y mi voz sonó suave y llena de deseo:

—Entonces, ¿me agradeces la información?

—Mucho.

Embistió contra mí y su bulto duro me demostró exactamente lo agradecido que estaba.

Yo me retorcí en un intento por tocarle tantas partes del cuerpo con el mío como me fuera posible.

—¿Y te sientes atraído por mí más allá del aspecto físico? —Mis palabras sonaron pastosas.

Pero debí ser lo suficientemente coherente como para hacerme entender, pues él respondió entre besos y lametones a mi cuello.

—Me atrae todo lo tuyo. Tu cuerpo, tu mente, tu descaro… Incluso tu «locura», como sueles decir.

—Tú también estás loco, suponiendo que hayas dicho en serio esto último.

Levantó la cabeza para que pudiera ver la sinceridad en sus ojos.

—Nunca he hablado más en serio, Alayna. Eres la primera persona que conozco que me hace creer que no estoy loco. Esto es lo mejor que me ha pasado nunca. Tú eres lo mejor que me ha pasado nunca.

El mundo se detuvo a mi alrededor y lo único que podía ver, oír y sentir era a Hudson delante de mí, sobre mí, dentro de mi piel, en mis huesos.

—Deberías volver a plantearte eso de que no se te da bien expresarte con palabras, porque lo que acabas de decir ha sido perfecto.

Restregó mi nariz con la suya una vez.

—Ahora no hables más y deja que ocupe tu boca con otros menesteres.

—¿Qué ha pasado con esa buena oferta que tenías? —Encorvé la cadera hacia delante en busca de algo con lo que rozarse para aliviar el deseo que crecía entre mis piernas.

—Paciencia, preciosa. Paciencia.

Sus labios tomaron los míos y los acariciaron, al principio suavemente y después con vehemencia mientras su lengua lamía el interior de mi boca ávidamente. Colocó las manos a ambos lados de mi cara para controlar mis movimientos, provocando dulces suspiros procedentes de mi garganta que él tragaba con su profundo beso. Presioné mis manos contra el árbol y la corteza se me clavaba en la piel en completo contraste con el dulce éxtasis de la boca de Hudson sobre la mía.

Me olvidé de todo menos de él y de su beso arrebatador.

—Disculpen. Disculpen. —Oí vagamente a la mujer que hablaba y apenas me di cuenta de que se aclaraba la garganta—. ¡Disculpen!

Nos separamos cuando por fin nos dimos cuenta de que había alguien hablándonos.

—Disculpen, pero el césped es una zona vedada excepto para… —La voz de la mujer se interrumpió—. Ah, señor Pierce. No me había dado cuenta de que… ¿Alayna?

Aún un poco aturdida, me giré hacia la voz.

—¿Julia? ¿Qué estás…? —Julia había dicho que tenía un evento ese mismo día—. ¿Tu empresa es la que se encarga de esto hoy?

—Sí.

Las buenas sensaciones que se habían extendido por mi cuerpo durante el dominante beso de Hudson desaparecieron de repente. Aquel era el evento de Julia. Julia estaba allí mismo. Y si Julia estaba allí, Paul también debía de estar.

Tragué saliva con esfuerzo.

—Eh…, vaya. Qué coincidencia.

¿Yo parecía distraída? ¿Nerviosa? ¿Aterrada?

Hice un gesto hacia Julia.

—Hudson, esta es Julia Swaggert. Es la dueña de Party Planners Plus. Me he reunido hoy con ella. —«Y con el antiguo objeto de mi acoso, Paul Kresh, que más vale que no esté por aquí cerca o me moriré»—. Julia, este es Hudson Pierce.

La normalmente segura y confiada Julia parecía alterada.

—Yo… Señor Pierce, es un honor conocerle. Estoy muy emocionada con la posibilidad de que nuestras empresas trabajen juntas.

Su rostro se iluminó de placer y me di cuenta de lo mucho que aquel trato significaba para ella. Comprendí por qué Paul estaba tan dispuesto a correr el riesgo de que yo estuviese cerca de él.

Como había hecho antes con Aaron, Hudson desvió la atención hacia mí.

—Está en buenas manos con Alayna. Ella se ocupa de todos los negocios con el club. Yo no soy más que un nombre que figura en los papeles. —Me acarició suavemente el brazo—. Si me perdonáis las dos, he visto a alguien con quien debo ir a hablar.

No había nadie cerca de nuestro escondite e interpreté las palabras de Hudson como una excusa para dejarme trabajar. Nunca me había sentido más agradecida. No solo porque me dejara completamente al mando de mis negocios, sino porque, después de irse, la posibilidad de que Paul apareciera en la conversación o en la vida real no era tan amenazadora.

Julia se quedó mirando a Hudson mientras se alejaba. No la culpé. Estaba bueno por delante y por detrás.

—Así que tú y Hudson Pierce… —Movió las cejas—. ¿Es simplemente un calentón bajo la luz de la luna o el paquete completo?

—Pues las dos cosas. Estamos juntos, si te refieres a eso con lo del paquete completo. —Pero no quería hablar de mi novio. Quería saber del suyo—. Hablando de estar juntos, ¿dónde se encuentra Paul?

Frunció los labios.

—Estará por ahí. Normalmente se queda entre bambalinas en este tipo de acontecimientos.

—Ah, claro. —Pero se encontraba allí. Lo cual significaba que yo tenía que irme—. Bueno, creo que Hudson estaba a punto de despedirse…

—Si, eso parecía. Qué suerte tienes.

Su suspiro hizo que me preguntara cuánto tiempo hacía desde que ella y Paul no se ponían juguetones. No le presté demasiada atención. Pensar en Paul y en sus relaciones era lo último que deseaba. Lo más opuesto al modo en que me comporté cuando le conocí.

—Bueno, yo también debería volver —dijo con desgana.

Pero yo ya había salido por el hueco del seto. Me di la vuelta para despedirme de nuevo.

—¡Qué bien haberte visto trabajando! Se te da bien.

—Gracias.

Rebosaba de ansiedad mientras buscaba a Hudson. Paul Kresh estaba por allí. Teníamos que irnos. Teníamos que irnos antes de que Hudson descubriera que mi mayor error había vuelto a entrar en mi vida.

Solo había recorrido unos cuantos metros del sendero cuando Hudson salió de un arbusto cercano y me agarró de la mano para llevarme hacia la puerta del jardín.

—Tenemos que irnos. Ahora. —Su tono era enérgico, impaciente.

«Joder». Lo había descubierto. ¿Nos había oído hablar? ¿Habría supuesto que cualquier Paul del que hablara sería Paul Kresh?

Yo fingí no saber nada por si acaso me equivocaba, esperando equivocarme.

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

El corazón se me detuvo mientras aguardaba su respuesta.

En lugar de contestar, me cogió la mano y la colocó sobre su polla todavía dura.

—¡Dios mío!

Confiaba en que mi exclamación hubiera parecido más de asombro que de alivio. Sobre todo porque en parte era de asombro. Siempre me sentía impresionada ante el pene de Hudson. Incluso en medio de una crisis personal.

Puse mi flirteo a pleno rendimiento, porque sabía que era la forma más fácil de salir de allí.

—También me puedes follar aquí, en el jardín.

—No me tientes. Estoy a punto de tumbarte sobre ese banco de allí, pero puede que no sea de muy buen gusto. Y no me gustaría empañar tu reputación. —Clavó los ojos en mí—. Además, lo que tengo guardado para ti va a mantenernos ocupados la mayor parte de la noche y estoy seguro de que la Sociedad Botánica de Brooklyn preferirá cerrar antes de que yo haya acabado.

Al instante necesitaba cambiarme de bragas.

—Ah, vale.

—¿Supone algún problema?

—Ninguno en absoluto.

Casi estábamos en la entrada del jardín cuando Hudson lanzó una maldición.

—¿Qué pasa?

—Estoy viendo a alguien con quien debería hablar. ¿Te importa?

Yo estaba caliente, necesitada y desesperada por que saltara sobre mí, así que sí, me importaba. Pero al mirar a Hudson supe que a él le importaba más.

—Teniendo en cuenta cómo estás andando, creo que es a ti a quien más le afecta.

Me lanzó una mirada dolorida y empezó a acercarme hacia un grupo de caballeros que estaban charlando cerca.

Entonces lo vi por el rabillo del ojo. Giré la cabeza para asegurarme de que era él. Lo era. Paul Kresh en carne y hueso. Dos veces en un mismo día, ¿quién lo iba a decir? Por suerte no estaba con los hombres con los que Hudson tenía que hablar, pero sí cerca de la oficina de información hablando con un camarero que sujetaba una bandeja de copas de champán vacías.

Me dispuse a mirar a otro lado, pero no fui lo suficientemente rápida. Nuestros ojos se cruzaron desde lejos.

—Hudson, te dejo hablar con tus colegas. Voy a buscar el servicio de mujeres.

Me atrajo hacia él.

—Quizá vaya a buscarte cuando haya terminado aquí —me susurró antes de darme un beso en la frente.

Sentí cómo el rubor se extendía por mi cuello, pese a que sus palabras habían sido bastante inocentes comparadas con su habitual forma de hablar. Pero yo estaba ya tan excitada que cualquier cosa que él hiciera o dijera suponía un detonante. También era algo inadecuado. No quería estar alterada ni cachonda cuando hablara con Paul. Seguramente supondría que era por él.

Respiré hondo varias veces para calmarme mientras me acercaba a Paul. Él esperó a que yo estuviera a dos metros de distancia antes de hablar.

—¿Debería preocuparme de que me estés acosando? ¿Otra vez?

Puse los ojos en blanco.

—No te molestes en explicármelo. —Hizo un gesto señalando al hombre que yo acababa de dejar atrás—. Ese es Hudson Pierce, ¿verdad? Si estás con él, ya entiendo por qué has venido aquí.

Intenté que no me molestara que él tuviera tanta información personal sobre mí. De todos modos, Julia habría terminado contándoselo.

—Sí, es Hudson. Estamos saliendo.

—Ajá.

Vi cómo su cerebro se ponía en marcha. Me había pasado meses memorizando cada detalle de él, así que me daba cuenta de lo que estaba pensando.

—Oye, no hay nada que puedas conseguir con esta información, Paul. Él sabe de ti y de mi pasado, sabe lo de la orden de alejamiento y si tienes intención de…

—¿Qué mierda de intención voy a tener? Estás actuando como si te estuviese chantajeando o algo parecido. Lo cual es bastante osado viniendo de alguien que se esposó desnuda a mi mesa.

—Yo diría que es una suposición bastante justa teniendo en cuenta que me acabas de chantajear esta misma tarde.

—Eso… no ha sido un chantaje… exactamente. —Se rascó la nariz, como Pinocho ocultando una mentira—. Ha sido una severa persuasión.

—Independientemente de cómo lo llames, se trata de una presión y no me ha gustado.

—Oye, Laynie…

—Lo sé, lo sé. —No necesitaba que tratara de convencerme, presionarme ni como demonios quisiera calificarlo. Yo ya lo había entendido—. Quieres este trato por Julia y como, en realidad, yo también quiero trabajar con ella, lo he aceptado. Pero no quiero ningún tipo de interacción contigo. Punto. Nada. No quiero tropezarme contigo en ningún evento, ni que aparezcas por mi club ni que me llames. Ninguna de esas cosas. Quiero que se cumplan los términos de la orden de alejamiento. Esto no puede volver a arruinarme la vida, ¿de acuerdo?

—Bien. Lo que tú digas. —Pero se veía un brillo de victoria en sus ojos—. No volveré a fastidiarte. Esto solo nos afecta a ti y a mí.

—Dile eso a Hudson. No le gustaría descubrir que he firmado un contrato donde estés tú implicado ni siquiera de lejos.

De repente me di cuenta de que si no quería que Hudson se enterara de lo de Paul no podía decirle tampoco que me había visto con Celia. Esto abriría la puerta a que se enterara de las cosas de las que ella y yo habíamos hablado. Por ejemplo, Paul. Y no había forma de que Hudson aceptara algo así sin protestar.

—¿Por qué le iba a importar? Mientras nos ciñamos al terreno profesional y mantengamos las distancias que has dicho, esto no tiene nada que ver con él.

—Porque aunque tanto tú como yo sabemos que casi todo lo que pasó entre nosotros fue culpa mía…

—¿Casi todo? ¿Qué tal si dices todo?

Le lancé una mirada severa.

—Engañaste a tu prometida.

Paul se encogió de hombros.

«Menudo gilipollas».

—En cualquier caso, Hudson no te considera inocente. Y no es porque yo haya dicho nada en tu contra, sino simplemente porque… —No pude terminar la frase, no tenía la respuesta—. No sé por qué. Por alguna razón, él ve la parte buena que hay en mí. —Una parte buena que empezaba a dudar de que existiera realmente.

Paul se rio.

—Qué raro, teniendo en cuenta su fama de psicópata.

Di un paso adelante, invadiendo su espacio personal.

—¿Sabes qué? Tienes que cerrar la puta boca. No es ningún psicópata. Y yo tampoco. Sin embargo, tú sí que eres un gilipollas. Aún puedo echarme atrás con respecto a esta mierda. Adelante, di lo que quieras de mí, tengo a Hudson Pierce de mi parte.

—¿Y estaría encantado de que todo el mundo conociese el pasado delictivo de su novia? Sería el hazmerreír. Sobre todo cuando yo les cuente a todos que te pusiste en contacto con Party Planners Plus para poder volver a trabajar conmigo.

El corazón se me desplomó como si hubiese caído desde una tercera planta.

—Pero eso no es cierto.

Volvió a encogerse de hombros con la actitud despreocupada de quien tiene las mejores cartas.

—A la gente no le va a importar si es verdad. Le encantan los cotilleos, especialmente si son sobre la élite.

Sentí un sabor agrio en la boca.

—Creía que esto no era un chantaje.

—Todavía no lo es. —Me miró a los ojos—. ¿Tendría que serlo?

Un escalofrío me recorrió la espalda. Estaba atrapada, tal y como había intuido antes, pero ahora lo sabía con certeza.

—Muy bien, Paul. Aceptaré el trato, pero con las condiciones que he dicho. —Por detrás de él vi a Hudson acercarse a nosotros—. Ahora me voy. Sonríe y vete en la otra dirección.

No supe si hizo lo que le dije, porque le dejé para dirigirme hacia Hudson antes de que él se acercara más.

—Hola. —Sentí que la voz no me salía del cuerpo y que estaba aturdida, y no en el buen sentido.

—¿Encontraste el baño?

—Pues no. —Por suerte no había necesitado ir de verdad—. No pasa nada, puedo esperar a que lleguemos a casa.

Traté de ir con él hacia la salida, pero Hudson miró inquisitivo en la dirección en que iba Paul.

Pensé algo rápidamente y le conté una historia antes de darle la oportunidad de que preguntara.

—Es uno de los trabajadores de la organización de eventos. Estaba tratando de sacarle algo malo de Party Planners.

Me miró extrañado.

—Parecía una conversación bastante acalorada.

—Sí, se ha mostrado muy apasionado con lo que me decía. —Entonces me di cuenta de que probablemente era yo la que parecía acalorada—. Supongo que me ha contagiado. Dice que es una empresa estupenda. Estoy deseando más que nunca trabajar con ellos.

Sentí el peso de aquella mentira en la lengua y mi vientre se retorció por el ácido que provocaba. Aquello hizo que me preguntara cómo había pasado tantos años mintiendo y manipulando a la gente para poder acercarme a hombres que no me querían. Había resultado muy fácil en aquel entonces. Ahora, con el hombre que sí quería estar conmigo, me parecía algo repugnante y desagradable.

Hudson me creyó, lo cual hizo que me sintiera aún peor.

—Eso es estupendo. —Me atrajo hacia sí—. ¿Quieres saber lo que yo deseo más que nunca? Llegar a casa. Para ser más exactos, llevarte a casa. Por lo menos al coche.

—Yo también.

Lo que fuera que tenía pensado hacerme me haría olvidarme de todo lo demás. Haría que me olvidara de mis secretos, del chantaje y de las promesas que había incumplido. Al menos esperaba que así fuera.