—Preciosa.
Eran las dos y cuarto cuando respondí al teléfono y oí la voz de Hudson. No nos habíamos visto esa mañana. Cuando se levantó yo me quedé durmiendo en su cama, pero dejó mi teléfono junto a mi cabeza y me llegó un mensaje de texto en el que me decía que me sintiera como en casa y que me llamaría después.
Ahora, al escucharle al otro lado de la línea, me daba cuenta de lo mucho que le había echado de menos durante las pocas horas que habíamos estado separados.
—Hola —susurré al auricular—. Me alegra que me llames.
—Te dije que lo haría.
Habíamos tenido tan pocas conversaciones telefónicas que aún me sorprendían y seguía disfrutando enormemente con ellas.
—Me alegran las dos cosas: que lo dijeras y que lo hayas hecho.
—Eres fácil de complacer. —Adiviné la sonrisa en su rostro al otro lado del teléfono—. ¿Qué tal te ha ido el día?
—Espantoso hasta este mismo momento.
Después de que Celia y yo nos despidiéramos, me había enfrascado en la elaboración de paquetes de tarifas para Julia. Aquel trabajo había sido entretenido y me había mantenido la mente ocupada por completo. Aun así, el horror de aquella mañana seguía aferrado a mí como una sombra.
—¿Sí? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? —Hudson se puso en guardia al instante, dispuesto a librar cualquier batalla a la que yo me estuviese enfrentando.
Su reacción me animó a contarle que había visto a Paul, pero inmediatamente me recordé por qué eso sería una mala idea.
—Nada. No pasa nada. Solo que todo es un espanto en comparación con estar contigo.
—Yo siento lo mismo.
Así, sin más, Hudson podía hacer que me temblaran las piernas.
—No sabes lo que provoca en mí oírte decir eso.
—Me lo imagino.
El tono ronco de sus palabras me sugirió que estaba imaginándose cosas mucho más obscenas que las que decía en voz alta.
—¿Qué tal han ido tus reuniones?
Su cambio de tema fue repentino y entonces estuve segura de que había estado pensando en esas cosas más obscenas y que ahora necesitaba un tema de conversación más seguro.
Aunque me encantó la evidente excitación de Hudson, sentí el frío de una sombra cuando mencionó mi reunión anterior.
—Solo me he reunido hasta ahora con una empresa. Y ha ido bien. Tengo que estudiarlo, pero estoy convencida de que vamos a llegar a un acuerdo.
—Por supuesto que sí. ¿Quién no querría trabajar contigo?
—¿Te hago una lista?
Antes de esa mañana, en esa lista habría incluido a Paul Kresh. Era curioso con qué rapidez cambiaban las cosas.
—Sí, hazla. Mandaré que les peguen un tiro a los que figuren en ella. —Algo me decía que solo bromeaba a medias. Quizá menos que eso—. ¿Tienes planes para esta noche?
Abrí el navegador en mi ordenador y cargué una imagen de Hudson para mirarla mientras hablaba.
—Había pensado dejarme adorar por un hombre atractivo y viril. —Pasé el dedo por la fuerte mandíbula de la fotografía que tenía en la pantalla—. Pero puedo cancelarlo si se te ocurre algo mejor.
—Te estás burlando de mí.
—¿Sí?
—Sí y no me gusta. —Su gruñido celoso me excitó—. Una gente que conozco celebra un evento en el Jardín Botánico de Brooklyn y me gustaría ir. Contigo.
—Soy toda tuya, H. Siempre.
—Bien. Te recogeré en el club sobre las seis.
Me miré la ropa que llevaba: un vestido acampanado verde oscuro con unos calados entrecruzados en el abdomen. Tenía cierto toque elegante, pero quizá fuese un poco subido de tono.
—No. Recógeme en mi apartamento. Tengo que cambiarme antes.
—Lo que llevas es perfecto.
—¿Cómo sabes qué es lo que llevo? —Miré a mi alrededor y casi me sorprendió no verle en la puerta del despacho—. ¿Tienes cámaras de seguridad en el club o algo parecido? —No me extrañaría en él. Sentí un escalofrío al pensar qué otras cosas podría haber grabado una cámara. Como mi encuentro con Paul.
—Claro que tengo cámaras. Pero no veo lo que graban. Jordan me ha dicho cómo ibas vestida.
—Ah, sí, Jordan.
Era la segunda vez que le revelaba lo que yo hacía. Si Hudson había hablado hoy con mi chófer, ¿le habría contado que Celia había preguntado por mí? ¿Cuánto esperaba Hudson que le contara Jordan?
Me puse en tensión. El estrés de tener secretos con él empezaba a exasperarme y a aumentar mi nivel de paranoia.
—Dime una cosa: ¿Jordan es algo más que simplemente mi chófer?
—No querías un guardaespaldas, así que tuve que buscar un término medio.
La naturalidad de Hudson era casi tan desconcertante como lo que estaba admitiendo.
—¿Así que Jordan me espía?
—Espiar no es una descripción exacta de lo que hace. Te lleva a sitios, se asegura de que estés bien y me informa.
En un primer momento pensé en protestar. Pero después dejé que la idea se asentara y me di cuenta de que no era tan malo que un novio excesivamente cauteloso se preocupara por mí.
Exhalé y dejé que mi ansiedad desapareciera.
—He oído ese suspiro. Dime, ¿qué es lo que te molesta de esto?
—Nada, la verdad. Solo que no le habría tirado los tejos a Jordan tan a las claras si hubiese sabido que después te lo iba a contar. —Era una broma evidente, teniendo en cuenta que había contratado a Jordan para que me llevara en coche porque era homosexual.
—Los dos sabemos que eso no es verdad —me reprendió—. Es la segunda vez que intentas sacarme de quicio. Exactamente, ¿cuál es la razón?
—No la hay. Solo que me divierte oír cómo te vuelves tan posesivo y tan macho alfa.
—Si quieres un macho alfa posesivo, puedo serlo.
Sonreí y me recosté en el respaldo.
—Quiero que seas tú, que ya eres un verdadero macho alfa posesivo, pero, si hay algo más que te estés guardando para ti, dámelo.
—He cambiado de idea. Te recogeré a las cinco y media.
—Vale. ¿Has pensado en hacer alguna parada?
—No. Necesito tiempo para follarte mientras vamos de camino en la limusina sin tener que preocuparnos de llegar tarde.
Me alegré de estar ya sentada. De lo contrario, quizá me habría caído al suelo.
—¿Tienes que marcar tu territorio?
—Tengo que estar dentro de ti. Si no, será incómodo estar empalmado y no poder concentrarme en el trabajo.
Cerré los ojos y dejé que mi mente se llenara de sus planes sucios.
—Entonces, te estaré esperando a las cinco y media.
—Prepárate para mí.
—Lo estaré. —Tenía una cita con otro organizador de eventos, pero era a las cuatro. Había tiempo suficiente—. Habré terminado mi reunión a las cinco.
—Cuando digo que te prepares me refiero a que quiero que estés húmeda.
—Ah. Bueno, estoy segura de que eso no será ningún problema. —Nunca lo era con Hudson, sobre todo cuando mostraba su faceta de macho alfa—. Pero quizá puedas enviarme algunos mensajes sucios cuando estés de camino para que me ayuden a animarme.
—Estoy seguro de que podré hacerlo.
—Genial.
Diez minutos antes de la hora a la que se suponía que iba a llegar Hudson, me envió su primer mensaje y, sinceramente, para entonces ya se me había olvidado. Así que cuando cogí el teléfono lo leí sin estar preparada. Lo cual fue un error.
«Estoy ansioso por saborear tu coño en mis labios».
—¿Va todo bien?
David, que había llegado unos minutos antes, debió de leer en mi rostro la impresión que me había causado el mensaje de Hudson.
—Sí…, estoy bien. Yo… solo…
Sonó un segundo mensaje antes de que pudiera acabar la frase.
«Llevo todo el día pensando en ello. Tu coño. Cómo lo siento, cómo huele, cómo sabe».
Seguido por un tercero:
«Y los sonidos que haces cuando te estoy acariciando y te estoy comiendo».
Mi cuerpo empezó a calentarse.
—Eh… Hudson viene de camino —conseguí decir—. No me había dado cuenta de que ya era tan tarde.
—Entonces ve terminando. No querrás hacer esperar al jefe.
Me encogí por dentro cuando David se refirió a Hudson como «el jefe». Hudson odiaba que lo hiciera. A continuación, envié un rápido mensaje de respuesta:
«Ya estoy húmeda». Nunca había dicho nada más sincero.
Solo pude cerrar el portátil y levantarme del sofá donde había estado trabajando antes de que apareciera su siguiente mensaje:
«A mí también me la has puesto dura. Tanto que duele».
Di la espalda a David, temerosa de que pudiera adivinar el contenido de los mensajes que estábamos intercambiando si no ocultaba mi rostro.
«¿Qué me vas a hacer cuando estés conmigo?».
La respuesta de Hudson llegó enseguida, pero guardé el portátil en el bolso del ordenador antes de leer lo que decía.
«Primero te voy a dar un azote por haberte burlado de mí hablando de otros hombres».
«¿Y después?».
«Sal y lo verás».
«¿Estás aquí? Qué rápido».
Gracias a Dios, ya había terminado de trabajar. De repente, estaba desesperada por ver a Hudson, encantada de poder marcharme de inmediato.
—Que pases una buena noche, David —dije casi sin prestar atención a su respuesta y salí del despacho leyendo el siguiente mensaje de Hudson mientras caminaba.
«No. Joder, la tengo dura como una piedra por tu culpa, pero no voy a ser rápido». Su siguiente mensaje llegó antes de que tuviese oportunidad de responder. «Sal».
Con el macuto del ordenador en el hombro y el bolso guardado dentro de él, prácticamente me eché a correr. Solo me detuve un instante para enviarle una palabra:
«Corriendo».
Esperé hasta estar a punto de salir del club para leer su última respuesta:
«Sí, te vas a correr».
Me protegí los ojos cuando salí a la luz del sol y vi a Jordan de pie con la puerta del coche abierta. No cualquier coche…, una limusina.
Sorprendida, levanté una ceja y me acerqué.
—¡Cuánto lujo!
Quizá debería haber insistido en ir a casa para cambiarme. Estaba claro que no iba vestida de etiqueta.
Jordan me saludó con un gesto, pero no dijo nada.
Metí la cabeza en la parte posterior del coche y di un grito cuando los fuertes brazos de Hudson tiraron de mí y caí boca abajo sobre su regazo. Sus manos estaban debajo de mi falda acariciándome el trasero antes de que Jordan hubiese cerrado la puerta.
—Bueno, hola a ti también —ronroneé con su caricia.
Me subió la tela del vestido hasta la cintura, dejando al aire mis nalgas cubiertas con un tanga.
—Todo este lujo es simplemente para tener intimidad. Nadie debe ver las cosas que tengo la intención de hacerte de camino a nuestra fiesta.
Estiré el cuello para verle la cara.
—¿Y puedo preguntar qué piensas hacerme?
—Primero esto. —Bajó la mano con fuerza sobre mi trasero y yo ahogué un grito. Hudson ya me había dado antes, pero lo de aquel azote… era nuevo. Y excitante.
Apenas era consciente de que el coche no se había movido aún cuando su mano volvió a bajar, esta vez todavía con más fuerza.
—Uno por cada vez que te has burlado hablándome de otros hombres —explicó.
De repente aquello me pareció típico de dominante y sumisa, como algo que había leído en una novela romántica mala, donde el héroe alfa millonario se pirraba por los látigos y las cadenas. Aunque claramente Hudson era dominante y lo de los azotes era placentero, estaba bastante convencida de que no era un estilo de vida que ninguno de los dos planeara explorar en mayor profundidad. Para Hudson aquella era una forma de control demasiado simple. Él prefería su dominación con una fuerte dosis de manipulación. Al menos era lo que yo creía por lo que sabía de su pasado.
Pero el juego de rol era algo completamente diferente, probablemente más del gusto de Hudson. Decidí probar.
—Gracias, señor. Gracias por vuestros azotes —dije con una voz afectada y sumisa.
Hudson se rio.
—¿Quieres otro más por burlarte de mí?
O no lo estaba entendiendo o no había entrado en el juego. Volví a probar con el tono sumiso.
—No me burlo, señor. Disfruto de mi castigo, si a usted le complace.
—Ah, así que estamos jugando a eso, ¿no? —«Se le ha encendido la lucecita»—. En ese caso, otro más porque me complace. —Volvió a darme otro azote y su sonido me excitó tanto que me retorcí en su regazo—. Y otro por el secreto que te has estado guardando.
Me quedé sin respiración. Estábamos jugando. No podía hablar en serio. Aun así, el miedo se apoderó de mi vientre al pensar en las cosas que podría haber descubierto.
—¿Qué secreto, señor?
—Que te gusta que te den azotes. Puedo oler desde aquí lo húmeda que te has puesto.
Una mezcla de alivio y excitación me recorrió todo el cuerpo.
—Sí, señor. Me gusta.
Su dedo se deslizó bajo el tejido del pequeño triángulo de mi entrepierna y se metió en mi coño.
—Ya lo creo que sí. Estás empapada.
Retiró la mano, me azotó una vez más y me acarició la zona para calmarme el picor antes de sentarme a su lado. A continuación, extendió la mano para coger el cinturón de seguridad y lo puso por delante de mí.
—Insisto en que te lo pongas cuando vamos en coche. Tengo que proteger lo que es mío.
Sonreí. En realidad, era yo la que insistía en que nos pusiéramos el cinturón en el coche. El hecho de que mis padres hubieran muerto en un accidente automovilístico me había dejado clara la importancia de la seguridad. Pero fue un buen detalle por su parte. Menudo personaje. No era la primera vez que atisbaba en él que le gustaban los juegos. Quizá ese pequeño juego de rol fuera un modo de representar el papel que durante tanto tiempo había interpretado con otras mujeres.
Como Hudson parecía estar disfrutando de aquella broma, continué con mi representación:
—Pero, señor, ¿cómo voy a poder complacerle si me tiene sujeta?
—¿Estás cuestionando mi decisión? —Sus ojos centellearon con un brillo de malicia—. Porque soy capaz de volver a ponerte sobre mis rodillas.
—Estoy segura de ello, señor.
Él había disfrutado con los azotes tanto como yo.
Sus ojos se entrecerraron, pero me dejó en donde estaba. Después de que los dos nos hubiésemos puesto el cinturón, Hudson apretó el botón del intercomunicador.
—Jordan, estamos listos.
Cuando el coche se incorporó al tráfico, Hudson me miró con párpados pesados.
—Gírate todo lo que puedas en tu asiento para mirarme.
Hice lo que me ordenó y me giré todo lo que me permitía el cinturón de seguridad. No tenía ni idea de lo que había planeado, adónde iría con ese juego, y la incertidumbre hizo que mi cuerpo se estremeciera.
Con una mano alrededor de mi nuca, me acercó a él para besarme con brusquedad. Oí cómo su otra mano abría la cremallera de sus pantalones mientras acariciaba el interior de mi boca con largos lametones de su lengua. Continuó con su asalto varios minutos, y me dejó los labios hinchados e irritados cuando me apartó de sí tirando de mi pelo.
Como si se tratase de una fuerza magnética, mi atención se vio atraída por su increíble polla, desnuda y preparada.
Me tiró del pelo hasta que mis ojos volvieron a los suyos.
—Mírame.
Mi parte de sabelotodo quería contestar que mi mirada ya estaba fija en él, en una parte deliciosamente excitante de él. Pero sabía a qué se refería y mi parte de sabelotodo no entraba en el papel que estaba representando, así que mantuve la boca cerrada.
—Buena chica. —Su mano seguía enredada en mis mechones—. Ese beso ha sido para marcar la pauta. Ahora me la vas a chupar. Y quiero sentirlo igual que ese beso.
—Vale. ¿Ahora mismo? —Dios, qué mal se me daba ser sumisa.
—Sí, ahora.
Inhalé su olor tan característico y me incliné hacia delante, deseosa como siempre de metérmela en la boca. Mi acostumbrado ritual cuando le chupaba la polla incluía muchos lametones y provocaciones, pero si la pauta era imitar su beso, tenía que suponer que quería que me saltara los preliminares. En lugar de lamer, que es como normalmente habría empezado, rodeé su pene con las dos manos y le chupé el capullo.
Interpreté su leve siseo como una señal de aprobación.
Apretándole la base con una mano, cubrí mis dientes con los labios, ahuequé las mejillas y le bombeé con la otra mano y la boca a la vez. Su voz sonó tensa mientras me animaba:
—Así, Alayna. Justo…, ah, Dios…, justo así.
Me encantaba darle placer, me encantaba complacerle. Se le fue poniendo más gruesa mientras yo aumentaba el ritmo, chupando ávidamente, pasando la lengua por la gruesa rugosidad de su miembro mientras subía y bajaba.
—Sí, Alayna. Cómo me gusta.
Pero él seguía teniendo el control. Y yo quería volverlo loco.
Moví mi mano libre para cogerle las pelotas y se las amasé suavemente con la palma de la mano, en absoluto contraste con el modo frenético en que le trabajaba el miembro con mis labios y mi lengua.
—Dios… Alayna…
Fue entonces cuando tomó los mandos. Metió los dedos entre mi pelo y dirigió mi cabeza para que me moviera a su ritmo, empujándome hacia abajo para que me la metiera cada vez más dentro y embistiendo con su cadera hacia arriba mientras me follaba la boca.
Yo apreté la mano sobre la base de su polla, ansiosa y ávida por que se corriera. Estaba muy dura y a punto, y solo pensar que me pudiera parar antes de que llegara al final logró que deseara con más desesperación su orgasmo. Me retorcía del deseo, excitada por su necesidad tan primaria. Lancé un gemido grave y profundo y la vibración del tono dio vueltas en mi cabeza y sobre su miembro.
Hudson apretó los dedos sobre mi pelo.
—¡Joder! —exclamó—. Me voy a correr. Tómalo, Alayna. Tómalo todo.
Volví a gemir, en parte porque no podía contener la excitación y en parte para llevarlo a él más al límite.
Y funcionó.
Se vació dentro de mí con un largo gruñido de placer mientras sus caderas se elevaban con fuerza. Mi puño bombeó mientras él no dejaba de correrse. Y me lo tragué todo. Justo como él había pedido, como yo había querido, aunque estuve a punto de atragantarme y apenas podía respirar. Tragué hasta la última gota y le limpié con lametones mientras él se estremecía debajo de mí.
Cuando terminó, su mano se relajó sobre mi nuca y yo me incorporé para mirarle. Al instante me atrajo para volver a besarme, esta vez con más dulzura que antes, y el sabor de su boca se mezcló con el de su semen hasta que lo único que pude reconocer fue un sabor que era único y nuevo, pero todo Hudson.
—Gracias —murmuré sobre sus labios. Él había estado jugando al señor y maestro, pero había sabido complacerme. Yo había querido saborearle, había anhelado que terminara dentro de mi boca. No porque me gustara especialmente hacer mamadas, sino porque quería sentir cada experiencia con Hudson: las buenas, las malas y, sobre todo, las carnales. Se lo agradecí por el regalo que suponía y eso hizo que aquel episodio fuese aún más maravilloso.
Se recostó en su asiento y acarició mi pelo con su cara.
—Alayna…
Adoraba cómo pronunciaba mi nombre, siempre me parecía que decía muchas más cosas con aquellas únicas tres sílabas. Como una oración, como una piedra angular. Me hacía darme cuenta de que era hermosa. ¿A quién quería engañar? Era precisamente eso lo que me hacía ser hermosa.
Sus ojos grises se clavaron en los míos durante largos segundos.
—¿Qué se siente al pertenecerme?
No sabía si seguía jugando o no. Para mí el juego había terminado. Respondí con sinceridad:
—Estoy perfectamente.