Capítulo cuatro

Hudson estaba ya en casa, sin la chaqueta, cuando volví al ático esa tarde. Se acercó a mí cuando salí del ascensor y me saludó con un beso exuberante que hizo que me volviera loca.

—Vaya, hola a ti también.

—Llegas tarde —dijo con sus labios sobre los míos.

—¿Y?

—Estaba preocupado.

Su boca recorrió mi mejilla y se detuvo en el lóbulo de mi oreja.

Abrí los ojos tanto por la sorpresa como por lo delicioso de lo que me estaba haciendo en ese punto sensible.

—¿Te preocupaba que me hubiese pasado algo?

—Que no vinieras.

Le empujé hacia atrás para mirarle a los ojos.

—Hudson Alexander Pierce, ¿por qué te preocupaba que te dejara plantado? —Era una estupidez simplemente pensarlo—. ¿No te das cuenta de que soy del tipo de chicas que se aferran a su hombre?

Él volvió a inclinarse hacia delante para acariciarme la nariz con la suya.

—Si te comportaras como la chica lista que eres, ya me habrías dejado plantado hace semanas.

—Qué bien no comportarme como una chica lista.

—Qué bien para mí, sí.

Me soltó y me quitó el bolso del hombro para guardarlo en el armario. Después, entrelazando sus dedos con los míos, tiró de mí para que le siguiera por el recibidor en dirección a la sala de estar.

—¿Sabes una cosa?

Admiré su espalda mientras le seguía, sus firmes músculos visibles a través de la camisa.

—Que no tienes que trabajar esta noche.

Me detuve en seco y mi mano se soltó de la suya.

—¿Cómo es que siempre lo sabes todo?

—No siempre. —Se giró para mirarme con una sonrisa juguetona en sus labios perfectos—. Pero, en lo que a ti concierne, hago un esfuerzo. David me ha llamado esta tarde y me ha preguntado si me parecía bien que te organizaras tus propios horarios.

—Y tú has contestado: «Sí, porque así adaptaré mi agenda a la de Alayna para que podamos follar lo máximo posible». —Me reí por mi terrible imitación de la voz de Hudson.

—Le he dicho que me parecía una buena idea. —Inmediatamente, volví a estar entre sus brazos—. Pero estaba pensando lo que has dicho tú.

Su boca daba vueltas alrededor de la mía, provocándome.

—Te quiero.

Él me apretó más.

—Espero que poder cambiar tus horarios no sea la única razón de tu cariño por mí.

—No lo es, créeme.

Esta vez fui yo quien le besó, lamiéndole el labio superior. Cuando se apartó, tenía los ojos nublados por el deseo.

—La cena está lista, preciosa.

Me llevó al comedor, donde la mesa estaba preparada con un centro de orquídeas blancas, dos candelabros con velas encendidas, una botella de vino abierta y dos servicios preparados en un extremo.

Con un gesto, señaló las velas.

—Quedarían mejor si no hubiese tanta luz aquí.

—Sí, es horrible que tu ático tenga ventanales desde el suelo hasta el techo y que dejen entrar tanta luz del sol —bromeé—. Ahora en serio, es precioso.

Nos quedamos mirándonos a los ojos un momento, atrapados el uno en el otro. Dios mío, si seguíamos mirándonos así, la comida iba a tener que esperar. Yo ya sentía las bragas húmedas.

Al notar el olor a hierbas, dejé de mirarlo para dirigir los ojos hacia la silenciosa cocina.

—¿Dónde está la cocinera? ¿Te ha abandonado?

—No. Ha hecho la comida y después se ha ido. Nuestros platos están en el horno. —Retiró una silla e hizo un gesto para que me sentara—. Supongo que puedo encargarme de servirlos sin su ayuda.

Mantuve los ojos fijos en él mientras me sentaba.

—Cariño, tú no necesitas que nadie te ayude en el servicio.

—Oye. —Me dio un toque en la nariz con el dedo mientras me reprendía—: Primero a comer. Necesito energías para seguirte el ritmo. Pero cuando terminemos de cenar quizá haya postre.

—Un postre picante, espero.

—No hace falta que esperes nada.

Hudson sirvió vino blanco en mi copa antes de llenar la suya. Después, desapareció en la cocina y regresó un momento después con dos platos de comida. Los colocó delante de cada uno de nosotros y, a continuación, se sentó. Cenamos el uno junto al otro en un extremo de la mesa, entrelazando las piernas por debajo. Charlamos sobre cómo nos había ido el día y cuando le conté mis ideas de las despedidas de soltera para el club, él se mostró favorablemente impresionado.

—¿Quieres que te ponga en contacto con mis organizadores de eventos de empresa? Aunque no servirán de mucha ayuda en el terreno de las fiestas prenupciales.

—No, ya tengo algunas cosas programadas.

Dio un sorbo a su vino y supuse que resultaría difícil dejar que yo llevara las riendas de mi proyecto. Pero cuando soltó la copa parecía resignado.

—Si cambias de idea, dímelo.

La comida estaba deliciosa: pechuga rellena de tomates secos y alcachofas. Unos calabacines salteados y un arroz jazmín acompañaban al pollo. Yo me había quedado toda la tarde en el trabajo concertando reuniones para esa semana y me había saltado el almuerzo. Hasta que empecé a comer no me di cuenta de lo hambrienta que estaba.

—Esto está muy bueno, Hudson —dije cuando mi plato estaba medio vacío—. ¿Dónde has encontrado a esta cocinera?

—Antes era ayudante del chef de uno de mis restaurantes. Las cosas no funcionaban entre ella y otros miembros del equipo, así que ahora trabaja personalmente para mí.

Me quedé pensando un momento en la cartera de negocios de Hudson que conocía.

—¿El Fierce?

—El mismo.

El Fierce era uno de los restaurantes más conocidos de la ciudad. El chef principal tenía fama de ser un hombre realmente duro de pelar. No necesité preguntar si ese había sido el motivo por el que la cocinera se había ido.

Mi mente, que esa tarde estaba centrada en el trabajo, se adueñó de la conversación.

—¿Estaría dispuesta a trabajar en el Sky Launch?

—Y, entonces, ¿quién cocinaría para nosotros?

No hice caso de la oleada que sentí por la forma en que Hudson se refería a nosotros con un «nosotros» e insistí:

—Bueno, pues para eventos privados. No tiene por qué ser a jornada completa.

—Me gusta la forma en que funciona tu mente para los negocios, Alayna, pero ¿por qué no nos olvidamos del trabajo por esta noche? Me gustaría pasar este rato con las otras facetas tan sensuales de mi novia.

Aquello hizo que me callara. Era la primera vez que me llamaba así: novia. Y menudas sensaciones me provocaba. El pecho se me calentó con lo que me parecía un nivel de calor radiactivo que se extendía por mis miembros y me subía hasta las mejillas. «Novia». Yo era la novia de Hudson Pierce.

Fingiendo no saber lo que aquella palabra había causado en mí —y lo sabía, vaya si lo sabía—, continuó con la típica conversación que tenían un novio y una novia tras un día separados.

—Aparte del trabajo, ¿qué tal te ha ido la tarde? He visto que han llegado los libros. ¿Todo bien con los transportistas?

Asentí, me tragué la comida de la boca y después bebí un sorbo de vino antes de responder:

—Sí, han llegado. Y sí, todo bien. Celia vino con los transportistas.

Aunque su mirada permaneció inalterada, dejó de masticar durante medio segundo.

—Ah.

Ya suponía yo que a Hudson no le iba a alegrar que Celia se hubiese pasado por el ático. Desde que se había ido de la lengua con respecto a su pasado manipulador, parecía temer lo que ella me pudiera contar. Por mucho que se lo dijera, Hudson no entendía que no había nada que ella pudiera contarme que cambiara lo que yo sentía por él. Quizá debía haberle ocultado lo de aquella visita, pero no me pareció bien. Ya me estaba guardando para mí mi pasado con David. No quería tener más secretos.

Lo único que podía hacer era convencerle de que podía fiarse de nosotras cuando estuviésemos juntas.

—Me sorprendió. Supongo que estaba en la ducha cuando llamó, así que entró directamente.

Hudson frunció el ceño.

—Tengo que quitarle la llave.

—Sí, es verdad. —No quería preocuparme de que pudiera pasarse siempre que quisiera—. Pero no ha estado mal. De hecho hemos tenido una charla agradable.

Toda la parte superior del cuerpo de Hudson se puso en tensión.

—Eso no me gusta. Nada.

Yo antes solo había visto ese afán suyo de posesión en un par de ocasiones. Era aterrador y excitante; lanzaba relámpagos de hormonas a mis partes bajas, elevando mi excitación a niveles de alerta total.

También era innecesario.

—No te asustes tanto. Ha estado bien.

—No quiero que vosotras dos estéis juntas. Recuerda que según mi guion vosotras no sois amigas —dijo mientras clavaba el tenedor en el aire.

Di un chasquido con la lengua.

—Vamos, eso no es justo. Yo solo quiero sentir que estoy cerca de ti y ella es tu mejor amiga.

Negó con la cabeza una vez.

—Es mi única amiga. Eso es muy distinto.

Le acaricié la pantorrilla con mi pie, esperando suavizar el mal humor que se le había puesto con aquella conversación.

—No me ha revelado ninguno de los profundos y oscuros secretos de Hudson.

—Sí, seguro.

—Solo ha dicho que se alegra de que me hayas encontrado. —Hice una pausa para dejar que asimilara mis palabras—. Cree que mereces estar con alguien.

En lugar de suavizarse, su expresión se endureció.

—Ahí tienes un profundo y oscuro secreto de Hudson. —Se inclinó hacia mí y habló en voz baja—: Tan profundo y oscuro que es mentira. Ni te merezco ni te mereceré nunca.

—Cállate. —Puse los ojos en blanco y, después, le acaricié la mano—. Tú te mereces a alguien mucho mejor que yo. No estoy a tu altura y todo el mundo lo sabe.

—Alayna… —Su tono era de advertencia.

Yo entrecerré los ojos.

—¿Y si en lugar de discutir sobre quién merece a quién acordamos que nos ajustamos perfectamente bien el uno al otro y lo dejamos así?

—No quiero que veas a Celia.

Maldita sea, hablaba en serio. Y todo por conseguir información privilegiada tomando un café. Además, ¿quién era él para decirme que no podía ver a alguien?

Pero estábamos tratando de hacer que aquella relación funcionara. Si eso era importante para él…

—De acuerdo, no la veré. Pero yo tampoco quiero que tú la veas.

—Podré soportarlo.

—¿Sí? —Intenté no parecer sorprendida.

—Sí. De todos modos, apenas la veo. A partir de ahora, si tengo que verla, será contigo.

—De acuerdo.

No era tanto sacrificio para mí como para él. No era mi amiga.

—Bien. —Entonces, un brillo malicioso inundó sus ojos—. Sí que nos ajustamos perfectamente bien el uno al otro.

—¿Ahora te estás poniendo travieso?

Dejó el tenedor y miró nuestros platos casi vacíos.

—Es la hora del postre.

—Mantén ese pensamiento en tu cabeza. Ahora mismo vuelvo.

Me limpié la boca con la servilleta y me levanté de la mesa. El baño del vestíbulo no se veía desde el comedor, así que esperaba que Hudson pensara que era allí adonde había ido. Sin embargo, fui al dormitorio principal, a mi vestidor. Cogí el conjunto de lencería del cajón y me cambié lo más deprisa que pude.

Me detuve delante del espejo del dormitorio para ahuecarme el pelo y alborotármelo de la forma más sensual que mis mechones lisos me permitían; vaya, presentaba buen aspecto. El picardías tenía un camisón suelto que elevaba mis tetas, ya de por sí firmes, a una altura desorbitada. Se abría por la mitad y dejaba ver mi vientre plano y el tanga de encaje a juego. Joder, me follaría a mí misma.

Volví al comedor con andares provocativos y encontré la mesa vacía y a Hudson en la barra preparando una copa de espaldas a mí. Torpemente, traté de adoptar una pose de estríper, pero cuando se giró hacia mí solo conseguí ladear la cadera y ponerme una mano en la cintura.

Casi se le cayó la copa, con los ojos abiertos de par en par.

—Joder, Alayna, estás increíblemente buena. Has pasado de la picardía para ir directa a lo pecaminoso.

—Bueno, gracias.

Me acerqué a él con un bamboleo mientras sus ojos lujuriosos no se apartaban de mi cuerpo. Cuando estuve lo suficientemente cerca, le tiré de la corbata para atraerlo hacia mí. Puso expresión de sorpresa, pero dejó que le llevara de vuelta a su silla y le empujara para que se sentara.

Me eché hacia delante para que lo único que pudiera ver fueran mis tetas y le subí las manos por los muslos hasta llegar a su cintura, donde le desabroché el cinturón y empecé a abrirle la cremallera.

—¿Qué estás haciendo? —Su voz era áspera y sus ojos estaban clavados en mi escote.

—Tú me has servido la cena. He pensado que yo debería servirte el postre.

No estaba segura de que me fuera a dejar llevar la voz cantante. Rara vez lo hacía en lo referente al sexo…; ni en lo referente a nada. Pero en lugar de esperar a que me diera permiso, simplemente asumí el mando.

Tiré del talle de su pantalón y esperé a ver si me seguía la corriente. Tras vacilar un momento, se entregó, elevando la cadera hacia mí para que le bajara los pantalones y los calzoncillos. Se los bajé lo suficiente para que quedara a la vista su polla, dura como una piedra.

—Joder, Hudson —repetí su expresión anterior mientras le agarraba la polla—, quién fue a hablar de pecaminoso.

Sujetándole aún con la mano, me arrodillé ante él y le abrí más las piernas para poder meterme entre ellas. Me incliné hacia delante y le acaricié la polla con mis pechos.

Él dejó escapar un fuerte suspiro y yo volví a hacerlo, recorriendo su pecho con mis uñas, clavándolas por encima de su camisa. Tenía los ojos fijos en mis tetas mientras yo acariciaba su pene con ellas.

—Joder, Alayna, eres increíblemente hermosa. —Resopló, como si estuviese perdiendo el control—. Increíblemente hermosa.

—Tú también. —Esta vez le metí las manos bajo la camisa para agarrarme a su piel mientras acariciaba su polla palpitante con mis tetas—. ¿Te gusta follarme las tetas?

—Me encanta cualquier cosa que me hagas.

—Ah, ¿sí? —Me senté en cuclillas y me eché hacia delante para pasar la lengua a lo largo de todo su miembro.

Él lanzó un gruñido, un gruñido de verdad, y yo me estremecí al oírlo. A pesar de que sus sonidos y reacciones me dejaban absolutamente débil y atolondrada, de repente me sentí poderosa. No podía imaginarme nada en el mundo que fuera lo suficientemente fuerte como para hacer que Hudson Pierce renunciara a su autoridad, nada en el universo que pudiera conseguir que se rindiera ante nadie.

Pero ahí estaba entregándose a mí.

Sí, me sentí muy poderosa.

Volví a lamerle el miembro por el otro lado y después di vueltas con mi lengua alrededor de su capullo mientras le bombeaba con la mano.

Él se sacudió en la silla y sus dedos se aferraron a mis brazos.

—Dios, sí.

Yo deseaba sus manos sobre mi cuerpo, que me agarrara el pelo. Pero sabía que, tal y como lo hacía, si me tocaba, él tomaría el mando. Dirigiría el espectáculo. No tocarme era un regalo y yo lo acepté cortésmente. Golosa.

Moví una mano para acariciarle los huevos, puse los labios encima de su capullo y deslicé la boca sobre su suave y dura polla mientras mi mano agarraba la parte que no me cabía dentro. La bombeé arriba y abajo, chupándola con una pasión insaciable.

Sentí que sus muslos se tensaban a mi alrededor y supe que estaba a punto.

—Alayna, más despacio —me suplicó entre sus dientes apretados.

Yo no hice caso de su petición y seguí tocándole y chupándole para llevarle al orgasmo.

—¡Alayna! —Sus manos volaron hasta mis hombros.

Lo siguiente que supe es que estaba en el suelo y Hudson encima de mí rompiéndome el tanga, arrancándome aquella prenda tan delicada. Entonces se metió dentro de mí, llenándome, estirándome, embistiendo con tal fuerza que creí que me iba a romper.

Dios, aquello me gustaba. Me gustaba mucho.

—Estás impresionante, Alayna —dijo mientras entraba en mí con su rostro sudoroso y contraído por el esfuerzo—. He estado a punto de correrme en tu boca.

—Eso habría estado bien.

Le habría dejado seco y le habría lamido hasta dejarlo bien limpio.

—Pero prefiero con mucho correrme en tu coño apretado. —Sus embestidas disminuyeron el ritmo cuando me agarré a él limitándole el movimiento—. Joder, me voy a correr.

Yo gemí con él cuando su orgasmo hizo que se metiera más dentro de mí mientras mi excitación aumentaba y me llevaba a una suave liberación debajo de él. No fue el tipo de orgasmo que hace temblar la tierra y que me había acostumbrado a tener con Hudson y, en cierto modo, eso hacía que fuera aún más dulce, más delicioso.

Cuando se hubo vaciado por completo, Hudson cayó de espaldas a mi lado y respiró hondo varias veces.

—Perdóname.

Yo me incorporé sobre los codos y le lancé una mirada interrogante. Podía recordar muy pocas veces en las que se hubiese disculpado por nada ante nadie. Y desde luego no por el sexo.

—Me he dejado llevar. No te he prestado la atención que merecías.

Me reí y me di la vuelta para tumbarme sobre su pecho.

—Me encanta que te dejes llevar así. Rara vez lo haces. Es un buen cambio. Por no mencionar lo excitante que resulta.

El pecho de Hudson se elevó con una risa de satisfacción, otro sonido que pocas veces le había oído, y me rodeó la espalda con un brazo.

Yo me levanté apoyándome en el codo.

—Un día me vas a dejar que te la chupe hasta que te corras.

—Sabes que me encanta meterme dentro de ti.

—Dios, a mí también —contesté sonriendo débilmente—. Pero también me gustaría que te corrieras en mi boca. Lo cierto es que lo estoy deseando.

Apretó el brazo alrededor de mi cuerpo.

—Quédate esta noche.

No fue una pregunta, ni siquiera una invitación. Afirmaba que me quedaría y, por supuesto, lo iba a hacer. Pero de todos modos respondí:

—De acuerdo.

¿En qué otro sitio iba a querer estar?

Hudson se había saltado sus habituales ejercicios matutinos, pues nos habíamos quedado dormidos por la mañana. Aunque estaba convencida de que ya habíamos hecho suficiente ejercicio en el dormitorio —y en la cocina y en el comedor—, él decidió meterse en el gimnasio del ático. Como quería tenerlo cerca, fui con él.

El gimnasio se encontraba en la parte de atrás del apartamento, junto al dormitorio principal, y estaba equipado con una cinta de correr, una elíptica, una máquina de remo y otra de pesas. Me puse un sujetador deportivo y unos pantalones cortos que saqué de mi vestidor y fui a la cinta. Hudson empezó en la elíptica y pasó a las pesas para hacer la mayoría de sus ejercicios.

Yo siempre había sido una buena corredora. Normalmente me recorría Central Park o las manzanas que había entre el club y mi apartamento, pero correr con la visión de los gemelos y los brazos de Hudson flexionándose mientras hacía ejercicio en la elíptica suponía toda una proeza, incluso para mí. Reconozco que tropecé un par de veces.

Después de la gimnasia, nos duchamos y nos instalamos en el dormitorio. Hudson se puso unos calzoncillos y yo cogí una de sus camisetas y unas bragas. Hudson abrió el ordenador portátil para revisar unos correos electrónicos del trabajo y yo me acurruqué con un libro de los que habían llevado ese día. Había varios de los que Hudson había comprado que yo no había leído y que formaban parte de la lista que tenía pendiente de los mejores libros de todos los tiempos.

Cuando llevaba leyendo el tiempo suficiente como para perderme en los primeros capítulos de mi libro, me di cuenta, de repente, del silencio que me rodeaba. Hudson ya no estaba escribiendo. Levanté los ojos y vi que me estaba mirando.

Sentí un escalofrío en los brazos.

—¿Qué?

—Te sienta bien mi camiseta.

—Lo sé.

Sus labios se curvaron con una sonrisa sensual.

—Estás aún mejor sin ella.

Me reí.

Levantó el mentón para señalar mi libro.

—¿Qué has cogido para leer?

Levanté el libro para que viera la cubierta.

El talento de Mr. Ripley. Interesante. Un libro sobre un sociópata de verdad.

Un inesperado frío me recorrió el cuerpo. La madre de Hudson me había dicho que él era un sociópata, incapaz de sentir empatía ni amor, distante y ensimismado. Le había mostrado mi disconformidad con vehemencia. Yo había visto lo contrario. Hudson me quería y se preocupaba por mí como nadie en mi vida lo había hecho.

Aunque no le había contado a Hudson nada de aquella conversación, estaba segura de que «sociópata» era un término que Sophia habría usado abiertamente delante de él. Me pregunté si él creía que esa era una descripción exacta de sí mismo. Era difícil sacar ese tema y hablar con él de ello cuando yo sabía tan poco sobre lo que había hecho realmente en el pasado. Solo conocía los hechos en términos generales: que manipulaba a las personas, que jugaba con ellas.

Si era sincera conmigo misma, sabía cuándo un terapeuta podría calificar de sociópata a alguien con ese tipo de hábitos.

Yo no tenía suficiente información. Aunque confiaba en Hudson y en lo que sentía por mí, había aún muchas cosas que desconocía.

Dejé el libro abierto sobre la mesilla y me giré para mirarle.

—Hudson, ¿puedo preguntarte una cosa?

Cerró su portátil, lo dejó en la mesilla de su lado de la cama y encendió la lámpara.

—Sí, le haré cosas endiabladas a tu cuerpo, pero solo si prometes hacerle cosas endiabladas al mío.

Yo me reí entre dientes.

—Te estoy hablando en serio.

—Yo también. —Sus ojos resplandecieron mientras recorría con ellos mis piernas desnudas y volvía a mirarme a la cara—. Pero tanta maldad puede esperar. Pregúntame.

—Estaba pensando… —Me pasé los dientes por encima del labio inferior mientras pensaba cómo abordar el tema—. Celia me dijo que manipulabas a las mujeres, como si hubiera más aparte de ella. ¿A qué se refería exactamente? ¿Qué hiciste?

Apretó la mandíbula.

—Creía que habías dicho que simplemente habíais charlado de cosas sin importancia.

—Eso hemos hecho. —Me apresuré a corregir su error—: Hoy no lo ha mencionado en ningún momento. Ni nada parecido. Te lo prometo. —Respiré hondo—. Fue antes, en el desfile benéfico de tu madre, y he estado pensando en ello. Debería saberlo, ¿no crees? Si vamos a ser abiertos y sinceros el uno con el otro, tengo que saberlo.

—No, no tienes por qué. —Se puso de pie y, por un momento, creí que iba a salir de la habitación, pero simplemente apagó la luz del techo y volvió a la cama.

—Sí que tengo que saberlo.

—Ni hablar —respondió con rotundidad. Caso cerrado.

Pero yo no estaba dispuesta a aceptarlo. Me pasé las piernas por debajo hasta quedar de rodillas.

—Hudson, lo entiendo. De verdad. Tú quieres ignorarlo y dejar esos temas en el pasado. Pero siempre temerás que yo no pueda quererte pese a todo si no me das la oportunidad de demostrarte que sí.

Se quedó de pie al borde de la cama con los ojos entrecerrados.

—Pero ¿qué pasa si no es así? ¿Se te ha pasado por la cabeza que quizá haya hecho cosas que jamás podrías perdonar?

—No hay nada que…

Me interrumpió.

—Eso no lo sabes.

Cambié de táctica:

—¿Hay algo que yo haya podido hacer que consiga que… —«dejes de amarme» es lo que pensé, pero se me hacía raro decirlo en voz alta sin más cuando él mismo aún no me había dicho nada— tus sentimientos hacia mí cambien?

—No es lo mismo.

—Eso tampoco lo sabes tú.

Para ser justos, él sabía muy poco sobre lo que yo había hecho antes. No había querido contárselas, no quería que él conociera el modo tan terrible en que había invadido las vidas de otras personas. Comprendía absolutamente que no quisiera remover el pasado.

—Entonces, cuéntame tú.

Tragué saliva, pero no dejé que mi rostro reflejara mi inquietud.

—¿Lo que sea?

Él se sentó en la cama enfrente de mí.

—La orden de alejamiento contra ti la presentó Paul Kresh. ¿Quién era?

Cerré los ojos durante medio segundo. Hudson había leído los informes policiales. Por supuesto, recordaría los detalles.

Mi vacilación le sirvió de estímulo.

—¿Ves? No puedes contármelo.

—Fue un tío sin más —espeté. No era estúpida. Si quería que él me contara algo, yo tendría que hacer lo mismo—. Solo un tío que se fijó en mí en una discoteca.

—Te lo follaste.

Otra vez respiré hondo.

—Sí.

El ojo de Hudson se movió con un tic.

—Continúa. —Su voz era tensa.

—Me llevó a su casa. Y después de…, en fin, después, quería que me fuera. Pero yo me hice la borracha y me quedé toda la noche.

—Y luego ¿qué?

—Luego, registré sus cosas mientras él dormía y encontré unas invitaciones de boda. Tenía una prometida. Ella había salido de la ciudad el fin de semana o algo así y yo era solo un ligue. Pero él no sabía que yo llevaba semanas colada por él. Le había visto con ella y no me había importado. Cuando le vi solo esa noche, le mostré que estaba disponible.

Las manos me sudaban. Me las había estado agarrando formando una bola. Me las sequé con la sábana mientras seguía hablando.

—Por supuesto, quería que me fuera, aparentar que no había pasado nada. Quería que me olvidara de dónde vivía. No me dio su número de teléfono, pero yo lo conseguí también mientras dormía. Me envié a mí misma un mensaje desde su teléfono para así tenerlo.

Me detuve tratando de recordar qué había sentido, lo desesperada que había estado para que Paul formara parte de mi vida.

—No podía dejarle escapar. Creía que… —Mi voz se fue apagando al recordar—. No sé lo que creía.

Hudson se giró de forma que su espalda se quedó apoyada en el cabecero.

—Sí que lo sabes. Dímelo.

Yo me senté a su lado y estiré las piernas delante de mí.

—Creía que era mi alma gemela. Que yo estaba destinada a estar con él o algo así. Sin ni siquiera haber hablado con él. Lo sé, una locura. Fue una locura. —Me quedé mirándome los dedos de los pies—. Estaba loca.

—No lo estabas. Solo deseabas que te quisieran.

El tono dulce de Hudson hizo que le mirara a los ojos.

—Sí —contesté, pero quería decir muchas más cosas que «sí, deseaba que me quisieran».

Lo que quería decir era: «Sí, nos entendemos el uno al otro. Sí, nos comprendemos. Sí, no éramos locos ni sociópatas ni personas horribles». Solo deseábamos que nos quisieran.

—En fin. —Me alisé el pelo por detrás de la oreja—. Yo no tenía trabajo. Vivía de mi herencia, que ya ha desaparecido, así que disponía de mucho tiempo para esperar en la puerta de su apartamento y seguirle al trabajo. Todos los días. Durante meses. ¿Dos? ¿Tres? No recuerdo exactamente. Un día le dije al guardia de seguridad que era mi novio. Le convencí para que me dejara entrar en su despacho a la hora del almuerzo. Cuando Paul volvió, yo le estaba esperando. —Bajé la mirada—. Desnuda.

El tic de Hudson en el ojo regresó.

—Me echó, H. Llamó a seguridad sin darme la oportunidad de ponerme algo de ropa. —La garganta se me cerró ante aquel recuerdo tan humillante—. Después de aquello, solicitó la orden de alejamiento.

Me quedé mirando su rostro tratando de buscar el más ligero cambio en su expresión con la esperanza de captar sus pensamientos. Pero no lo conseguí. Sus facciones estaban petrificadas.

¿Me dejaría entrar alguna vez?

Hudson se llevó el dedo índice a la cara y se rascó la punta del mentón.

—Pero eso no es todo, ¿verdad? Tu informe dice que incumpliste la orden.

Sentí que mi cara se sonrojaba.

—Yo…, eh…, sí. —Dios, hablar de aquello era vergonzoso. Solo con pensarlo ya deseaba esconderme en un agujero. De todas las cosas estúpidas, idiotas y locas que había hecho, esa había sido una de las peores—. Me hice amiga de Melissa.

Él asintió comprendiendo de inmediato.

—Su prometida.

—Sí. Me apunté a su clase de pilates y me hice amiga de ella. Así que empezó a invitarme a salir con ella y sus amigas. Al final terminé en una fiesta en la que también estaba Paul. Se quedó lívido. Y tuvo que decidir si no hacerme caso o denunciarme. Si me denunciaba, Melissa se enteraría de lo de aquella noche. Yo no iba a dejar la situación tal cual, así que me denunció. Y ella rompió con él.

—Se lo merecía.

—Puede ser.

Yo no estaba tan segura. Sí, había engañado a su prometida, pero eso no justificaba mi comportamiento.

—En mi opinión, se merecía algo peor. —Aunque Hudson estaba ocultando su reacción ante lo que le había contado, sus pequeñas muestras de apoyo me ayudaron a sentirme más cómoda—. ¿Y Paul fue el único con el que te pasó esto?

«No. Ni mucho menos».

—Fue el único que acudió a la policía.

—Entiendo. —Hudson se quedó en silencio durante unos segundos, asimilándolo todo. Por fin, frunció el ceño y me miró directamente a los ojos—. ¿Por qué piensas que esto iba a cambiar lo que siento por ti?

—¿Estás de broma? ¿No te preocupa que me quede colgada de ti de la misma forma?

—Espero que sí te quedes igual de colgada de mí. —Me pasó el brazo por encima del hombro—. Paul era un puto gilipollas que no se dio cuenta de lo que tenía delante. Yo sí. Quiero que estés colada por mí.

—¡Estoy colada por ti! —Me giré para darle un beso en el hombro—. Pero ten cuidado con lo que deseas. Si me vuelvo loca por ti, querrás que me vaya.

Movió la cabeza y me acarició con la mejilla la parte superior de la cabeza.

—Yo nunca te echaría. No a propósito.

Aquello era agradable, que me abrazara y me dijera que me quería a su lado. No podía pedir más.

Sin embargo, seguía sintiendo que Hudson no comprendía la gravedad de mis actos.

Me eché hacia delante y giré todo mi cuerpo para ponerme enfrente de él escondiendo las piernas debajo de mí.

—Pero ¿qué pasa si empiezo a dudar de ti? Eso ya ha pasado también antes. A veces no me fiaba de nada de lo que me decía mi novio, aunque fueran cosas sin importancia. Entonces me ponía a fisgonear y a invadir su intimidad y les hacía daño a los demás.

—Entonces, simplemente tendré que asegurarme de que no tengas motivos para dudar de mí. —Levantó una mano delante de él—. Fisgonea. Aquí no hay nada que tenga que ocultarte.

Ahí estaba mi billete de vuelta a donde habíamos empezado la conversación.

—Me estás ocultando tu pasado.

Soltó un gruñido.

—No estoy ocultando mi pasado. Sencillamente no hay nada de lo que merezca la pena hablar. Es desagradable. ¿Por qué quieres hacer hincapié en las cosas malas?

—No es hacer hincapié, sino compartir y, después, seguir avanzando.

Él negó con la cabeza.

—Yo te he contado el mío. No es justo.

Esta vez le fulminé con la mirada durante un rato.

—Vamos. Lo que sea. Una sola cosa.

Estaba desesperada. Abrirme a él había sido duro y no estaba recibiendo la recompensa con la que había contado.

Le miré con ojos suplicantes y muy abiertos.

—¿Una cosa y me dejas en paz?

Asentí con entusiasmo.

—Vale, una cosa. —Suspiró—. Se trataba de un juego. Siempre era un juego. Y mi favorito era el mismo que jugué con Celia. Intentaba que una mujer se enamorara de mí y, cuando lo conseguía, terminaba.

Se quedó callado y durante medio segundo temí que no fuera a contar más.

Sin embargo, continuó y los ojos le brillaban al recordar:

—Pero una vez quise comprobar si podía conseguir que una persona se enamorara de otra, de alguien que no le interesara. Conocía a un tío, Owen, que era un verdadero gilipollas. Un verdadero gigoló. Y a una mujer, Andrea. Una chica, en realidad. Estaba en mi club de tenis el segundo año de facultad. Muy tímida, sencilla, poco atractiva. Descubrí que sentía algo por mí. Sentir algo por mí era algo muy peligroso. —Me miró fijamente—. Sigue siéndolo.

Puse los ojos en blanco.

—No lo es. Sigue.

—La lie con Owen. No solo organizándoles una cita, sino más. Hice de casamentero silencioso. Los junté. Convencí a Owen de que me estaba haciendo un favor si la sacaba por ahí unas cuantas veces. Mientras tanto, le conté historias de lo increíble que era Andrea, de que su verdadera belleza estaba en el interior. Y ocurrió… Se enamoraron el uno del otro. Completamente. Sinceramente.

Pestañeé. Dos veces.

—Es una bonita historia.

—Después me la follé y le enseñé a Owen las fotografías.

—¡Dios mío!

Me llevé instintivamente la mano a la boca. No estaba preparada para aquello e inmediatamente sentí vergüenza. Había tratado de ser comprensiva. Él había intentado sorprenderme. Ganó él.

Hudson continuó como si yo no hubiese reaccionado de ninguna manera:

—Andrea intentó decirle a Owen que había sido un error, que yo la había engañado; lo cual era cierto. No la violé. Nunca he violado a nadie. Pero él no la escuchó. Estaban los dos… destrozados. Ese es el mejor modo de describirlo. Andrea dejó la facultad en mitad del semestre. Nunca más volví a saber nada de ella.

—¿Y Owen? —Mi voz sonó mucho más débil de lo que me hubiese gustado.

—Empezó otra vez a acostarse con cualquiera que tuviese dos piernas. Lo último que supe es que tenía VIH. No sé. Le perdí la pista.

Se quedó mirándome, del mismo modo que yo le había observado antes, y supe que estaba averiguando lo que pensaba. Se dio cuenta de lo que sentía. No pude permanecer tan impasible como él se había mostrado. No pude ocultar mis emociones.

Sus facciones se oscurecieron.

—Te advertí que no te iba a gustar escucharlo. Te he dicho que…

—Solo dame un segundo para asimilarlo —tartamudeé, avergonzada por tener que necesitar ese tiempo.

Le había dicho que su pasado no iba a cambiar lo que sentía por él. ¿Lo había cambiado? Dejé a un lado lo horrible de aquella historia y me concentré en Hudson, el hombre que había cometido ese horror. ¿Saber eso cambiaba lo que yo sentía por él?

Mi pausa fue demasiado larga para él.

—¿Lo ves, Alayna? ¿Ves por qué tu pasado no significa nada para mí? Comparada conmigo, tú fuiste un ángel. Hiciste daño a otros porque querías demasiado. Yo hice daño a otros porque podía.

Le miré rápidamente a los ojos. No, mis sentimientos por él no habían cambiado. Si acaso se habían vuelto más profundos. ¡Qué solo, triste y destrozado debía sentirse un hombre que se ve empujado a destruir a la gente que le rodea! ¡Y cuánta fuerza y valor debía tener ese mismo hombre para tratar de ser después una persona distinta!

Me coloqué en su regazo antes de que hubiese pasado un segundo, subida a horcajadas sobre él, con las manos apoyadas a ambos lados de su cuello.

—No. —Posé mis ojos sobre los suyos y lo repetí—: No. Has hecho daño a otras personas porque no tenías ni idea de lo que era el amor de verdad. Estabas tratando de comprenderlo del único modo que sabías. Perdono mil cosas peores que hayas podido hacer. Puedo perdonártelo todo. —Le acaricié la mejilla con la palma de la mano—. Porque te quiero. Te quiero demasiado, como siempre te he querido, pero esta vez no me arrepiento ni deseo retractarme, porque tú lo necesitas. Así que tómalo, H. Acéptalo de mi parte.

Enterró la cabeza en mi cuello y suspiró, un profundo suspiro que sonó tan atormentado como liberador. Le rodeé con los brazos y le acaricié el pelo mientras le susurraba su nombre al oído.

Enseguida, buscó mis labios y desaparecimos en un beso muy dulce y lánguido que no acababa, sin perder su ímpetu ni volverse desenfrenado.

Fue un buen rato después cuando nos deshicimos de la ropa y nos deslizamos hasta quedar tumbados aunque Hudson me puso encima de su cuerpo. Y lo mismo que el beso no había tenido fin, hicimos el amor despacio, sin prisas, tomándonos y entregándonos el uno al otro hasta altas horas de la madrugada, cuando estuvimos seguros de que el recuerdo de nuestros cuerpos juntos ardía con más fuerza y más luz que los terribles recuerdos que habíamos compartido de nuestro pasado.