Capítulo tres

Uno de los transportistas me vio e hizo un gesto con la cabeza señalándome. El pánico empezó a burbujear en mi pecho mientras Celia se giraba para ver qué era lo que señalaba. Yo me escondí tras la esquina, pero no antes de que ella me viera.

—¿Laynie?

«Mierda, mierda, mierda». No quería verla ni que ella me viera.

Sus tacones golpearon el suelo mientras caminaba por el pasillo en dirección al dormitorio.

—Alayna, ¿eres tú?

Entró en la habitación y me encontró pegada a la pared, todavía vestida solamente con la toalla.

—Hola.

—¡Vaya! —Su sonrisa resplandecía mientras sus ojos recorrían mi cuerpo de arriba abajo, apreciando la falta de ropa—. No esperaba que estuvieses aquí.

Aquello era ridículo. Estaba actuando como si me hubieran descubierto haciendo algo malo, pero no era verdad. Tenía todo el derecho a estar allí y, por lo que sabía, no ocurría lo mismo con Celia.

Enderecé la espalda y me separé de la pared.

—Yo tampoco te esperaba a ti. Hudson no me ha dicho que eras tú quien iba a traer los libros.

Celia negó con la cabeza.

—Él no lo sabía. Los compró a través de mi oficina y yo tenía hoy la agenda libre, así que he pensado que me debía asegurar de que llegaban bien y que podía ayudarles a sacarlos de las cajas si era necesario.

—Tienes una llave.

Sinceramente, aquello era lo único que me pasaba por la mente en ese momento, pero odié lo patético que sonaba mencionarlo. Al fin y al cabo, yo también tenía una llave.

Apoyó el hombro en el marco de la puerta.

—Sí. Desde que me encargué de la decoración. Siempre vamos renovando y pensamos que lo más fácil sería que yo me quedara con una llave. —Sus ojos miraron la cama sin hacer, con las sábanas revueltas tras mi noche con Hudson. Cuando volvió a mirarme, su sonrisa parecía más amplia—. Pero he llamado antes de subir y nadie ha respondido.

—Estaba en la ducha.

—Ya lo veo.

Me guiñó un ojo y supe que se refería a que estaba viendo algo más que a mí envuelta en una toalla. Estaba viendo el panorama en su conjunto.

Pues muy bien. Me alegraba. Así no tendría que sentirme como una imbécil cuando tuviera que explicárselo. Hudson y yo estábamos juntos ahora. Lo que fuera que los demás hubiesen planeado para Celia y Hudson ya no importaba. Era a mí a la que él había elegido. Fin de la discusión.

Salvo que aquella discusión solo había tenido lugar en mi cabeza. Probablemente, aún habría que decir en voz alta algunas cosas más.

Celia parecía estar pensando lo mismo.

—Oye, deja que termine con los transportistas y mientras puedes vestirte. Después, si quieres, charlamos un poco. Parece que hay cosas de las que nos tenemos que poner al día.

Cerró la puerta al salir y yo dejé escapar un fuerte suspiro. No estaba segura de por qué la presencia de Celia me producía tanta ansiedad. No era una amenaza para mí. Pero lo parecía. Yo había sentido celos de ella desde que la conocí. Como era la más antigua amiga de Hudson, lo conocía mejor que nadie. Había sido la única que sabía que Hudson y yo fingíamos ser pareja. Eran íntimos amigos.

Hudson había insistido en que entre ellos solo había amistad. Yo tenía que fiarme de eso o la envidia me destrozaría. Para empezar, toda aquella farsa se había puesto en marcha para que los padres de Celia y de Hudson dejasen de intentar emparejarlos. Si de verdad había habido algo entre ellos, ¿por qué me iban a poner en medio?

Yo acababa de descubrir el día anterior que la razón por la que los Werner y Sophia Pierce estaban tan empeñados en hacer de casamenteros era porque pensaban que Hudson y Celia habían estado juntos en el pasado. Creían que Hudson era el padre del bebé que Celia había perdido. Pero no era así, ni habían estado juntos nunca. La verdad era peor: Hudson había jugado con Celia, la había engañado para que se enamorara de él, la había hecho caer en una espiral de depresión y fiestas salvajes. Así que, cuando terminó quedándose embarazada, él se sintió responsable y afirmó que era el padre.

En cierto modo, Hudson sí había sido responsable. Pero ya no era el mismo hombre de antes. No era tan responsable como para que sus juegos le tuvieran que perseguir durante el resto de su vida. No podía creer eso. De ser así, tendría que pensar lo mismo de cómo me había comportado yo con los demás. Sin embargo, incluso las personas como nosotros, que habíamos estado tan destrozados que habíamos destruido a quienes nos rodeaban, merecíamos nuestra propia felicidad. No teníamos que pasar toda nuestra existencia subsanando nuestros errores, ¿verdad?

Borré de mi mente aquellos pensamientos de culpabilidad y rápidamente me puse un vestido que pudiera llevar más tarde en el club. Me recogí el pelo mojado en un moño y respiré hondo antes de abrir la puerta.

Los transportistas se habían ido ya y vi a Celia colocando una fila de cajas. Había docenas de ellas, muchas más de las que me había imaginado.

—Vaya, lo ha comprado todo, ¿no?

Celia levantó la mirada y dejó lo que estaba haciendo.

—Siempre hace lo mismo. Pero, como seguramente ya habrás visto, tiene montones de estantes que llenar.

Examiné aquella habitación por primera vez. Había un gran escritorio de caoba en el otro extremo rodeado por una pared de ventanales en curva. Dos sillones y un sofá largo conformaban la zona de descanso en medio de la habitación. Una preciosa chimenea de mármol adornaba el centro de una pared con una gran pantalla plana de televisión encima de ella. El resto del espacio de la pared estaba lleno de estanterías. Más y más estanterías, el sueño de un amante de los libros. Excepto porque solamente una pequeña parte al lado del escritorio tenía algunos volúmenes.

—Pues sí. Esas cajas apenas se van a notar con semejantes estanterías.

—Ha comprado más, pero esto es lo que tenían ahora en el almacén. El resto llegará en los próximos días. Y sí, aún sigue teniendo mucho espacio vacío. Quizá tú puedas ayudarle con el resto.

¿Debía suponer que aquello iba con segundas? ¿Estaba intentando que yo me sincerara y le hablara de Hudson?

Si quería saber algo, tendría que preguntar. Respondí a su comentario con un escueto:

—Quizá.

La ayudé a alinear las cajas contra la pared y a contarlas mientras lo hacía. Veintisiete en total. Supongo que ya sabía cómo iba a pasar la tarde: desembalando libros. Aquella idea me emocionó más de lo que debería.

Empujé la última caja para ponerla con las demás, me di la vuelta y vi que Celia me estaba mirando con los brazos cruzados sobre el pecho y una ceja ligeramente levantada.

—¿Y bien? Hudson y tú.

—Sí. Una locura, ¿verdad?

Celia siempre había sido agradable conmigo. ¿Por qué aquello me resultaba tan incómodo?

—Entonces, ¿es verdad? ¿Estáis juntos de verdad?

—Sí. Ya no hay que fingir. Ahora es real.

Se me hacía raro decirlo. Con otras relaciones mis palabras eran seguramente exageraciones. ¿Estaba exagerando ahora?

No. No exageraba. Aquello era de verdad.

—¿Desde cuándo? —Su pregunta no mostraba incredulidad, sino curiosidad. Incluso emoción—. Estuve con él el lunes y no me dijo que hubiese cambiado nada entre vosotros, aunque parecía tremendamente nostálgico. Pensé que estaría de mal humor por lo que estaba pasando en su trabajo. Pero ahora que te veo aquí creo que era por ti.

Celia había llevado a Hudson en coche desde la casa de sus padres de los Hamptons hasta el aeropuerto para que asistiera a la emergencia que había surgido con Plexis.

—Desde ayer. Cuando regresó de Cincinnati lo hablamos y… —De repente me di cuenta de por qué me sentía incómoda. Aunque Celia y Hudson no habían estado juntos de verdad, ella había creído sentirse enamorada de él. Yo no tenía motivos para estar celosa de Celia, pero ella sí que tenía una buena razón para estar celosa de mí—. ¿Es raro que yo te hable de esto?

—¿Raro? ¿Por qué? —Su cara se relajó al comprenderlo—. Ah, te lo ha contado.

—Sí. —No estaba segura de qué le parecería a ella que yo conociera unos detalles tan íntimos de su vida—. Perdona si eso te hace sentirte incómoda.

—No, para nada. Me sorprende. Él nunca ha hablado de eso con nadie. Ni siquiera estoy segura de que se lo haya contado a su terapeuta. —Se mordió el labio inferior un momento—. ¿Qué te ha dicho exactamente? ¿Te importa que te lo pregunte?

—Por supuesto que no. Es lógico que lo preguntes. Pero ¿podemos sentarnos un rato? —Quizá sentándonos desaparecería la sensación de confrontación que había entre nosotras.

Asintió y nos acercamos al sofá. Me senté mirando hacia ella con las piernas enroscadas sobre el sillón.

—Pues…, eh…, me contó que…, eh…, hizo que te enamoraras de él y que después se acostó con tu mejor amiga. Dijo que todo había sido un juego. Por eso cobra sentido que supieras que él les hacía eso a las mujeres. —Había sido Celia quien me había informado de los juegos psicológicos de Hudson.

—Sí. Hablaba por propia experiencia. —Su voz parecía haber perdido parte de su habitual alegría, pero nada parecía indicar que hablar conmigo le resultara doloroso ni desagradable.

Su tranquilidad me animó a seguir.

—Y me contó lo del bebé.

Vi cómo su pecho se elevaba y caía antes de responder:

—¿Qué te ha contado de eso?

—Que no sabías quién era el padre, así que él dijo que era suyo. De ese modo no te repudiarían ni habría escándalo ni nada, puesto que él se sentía responsable de aquella situación.

Aunque aquella información no era nueva para Celia, pues al fin y al cabo lo había vivido, una parte de mí se sentía culpable por hablarle de cosas que Hudson me había contado de forma confidencial.

Otra parte de mí, más poderosa, quería saber más sobre su escabroso pasado y resultaba, cuando menos, difícil sacar nada de él. La inesperada llegada de Celia suponía una oportunidad para saber más cosas y yo no iba a desaprovecharla.

—Eh… Bueno, eso lo engloba todo. —Se dio unos golpecitos en la rodilla con una uña pintada de color melocotón—. Qué tonto Hudson. No debería haberse sentido responsable por nada. Yo era una mujer adulta. Puedo asumir la responsabilidad de mis acciones. Ya no se siente así, ¿verdad?

—Sí. Creo que aún lo piensa.

No lo creía, lo sabía. Esa era la razón por la que se mantenía tan cerrado, la razón por la que le había costado tanto dejarme entrar. Por su madre, su terapeuta o por cualquier otra razón, se había visto condicionado a creer que era incapaz de querer a nadie y las terribles cosas que les había hecho a personas como Celia eran su prueba. Haber manipulado la vida de su amiga, ser la causa de que ella actuara de un modo tan temerario como para quedarse embarazada de un desconocido y que después perdiera a su hijo constituía para Hudson la prueba de que él era una persona despreciable. Porque, en su opinión, ninguna persona decente haría eso.

Pero para mí el hecho de que estuviese tan traumatizado por lo que le había hecho pasar a Celia era la prueba de lo contrario, de que podía sentir. De que le preocupaba lo suficiente como para arrepentirse de sus actos. Eso no demostraba crueldad. Demostraba humanidad.

Celia puso los ojos en blanco.

—Eso es ridículo. Necesita superarlo, de verdad. Prácticamente hace una década de aquello. Es agua pasada.

Yo estaba de acuerdo con ella. Tal vez, por fin, al tener amor en su vida, Hudson aprendería a pasar página.

En cuanto a Celia, yo no estaba tan segura de que lo hubiese conseguido ya.

—Entonces, ¿no sigues sintiendo algo por Hudson?

No me costaba imaginar que albergara un amor no correspondido durante diez años, porque yo era una persona obsesiva. La única razón por la que había superado algunas de mis obsesiones pasadas era porque había asistido a una terapia. No es que Celia sufriera el mismo trastorno obsesivo que yo, pero no era la primera vez que alguien se enamoraba durante años de un amigo sin que nunca pasara nada. Era el tema central de grandes novelas.

¿En qué me convertía eso? En la historia de Celia, ¿yo era la mala?

Posiblemente estaba dramatizando demasiado. Como siempre.

Celia se inclinó hacia delante y puso una mano sobre la mía.

—Claro que siento algo por él, Laynie. Es mi mejor amigo. Le he querido desde que le conocí, que fue incluso antes de aprender a hablar. Pero no estoy enamorada de él. Creo que nunca lo estuve. Él jugó conmigo y yo creí… En fin, ya no lo estoy. Mi madre te dirá otra cosa, pero ella cree lo que le da la gana. Si yo estuviera enamorada de él, dejaría que ese asunto del matrimonio concertado siguiera adelante en lugar de apoyar una farsa para engañar a nuestros padres.

—Sí, eso tiene sentido. —Aparté mi mano de la suya antes de que aquello pareciera algo raro. Ya me sentía rara. Yo no era una persona muy dada a las caricias—. Entonces, ¿no te molesta que estemos juntos?

—¿Molestarme? ¡Me alegro por él! En realidad, por los dos. La verdad es que empezaba a creer que Sophia tenía razón, que él no podría amar a nadie, porque nunca había mostrado inclinación por ninguna chica. Salvo para jugar con ellas, claro. La verdad es que me parecía muy triste. Definitivamente, esto es un cambio a mejor.

Yo quería sentirme igual de feliz que ella. Pero cuando sacó a colación el pasado de Hudson, mis mayores temores volvieron a despertar.

—¿Qué he dicho? —preguntó Celia.

Debió de notar mi expresión de preocupación. Nunca se me había dado bien poner cara de indiferencia.

—Nada.

Probablemente, sería mejor no decir nada. Pero tal vez Celia fuera la única persona con la que podría hablar de ello. La única que me comprendería.

Me revolví en mi asiento y me llevé las rodillas al pecho.

—Es solo que me preocupa que esto sea demasiado bueno como para ser verdad y no dejo de preguntarme si quizá yo…, si él…

—¿Si está jugando también contigo?

Mis ojos marrones se clavaron en sus ojos azules.

—Sí.

Asintió una vez y frunció el ceño.

—Eso es algo que a mí también me preocuparía.

Bueno, no era ese el consuelo que estaba esperando.

—No estoy diciendo que debas preocuparte —añadió—. Simplemente, se me pasaría por la cabeza como una posibilidad. Sobre todo conociendo su pasado y teniendo en cuenta que la unión o la relación que tiene contigo es completamente distinta a nada de lo que haya tenido antes.

—Tú le conoces, ¿qué opinas? —Dios mío, el labio me temblaba al hablar. Qué patética estaba mostrándome.

Volvió a darse unos golpecitos con el dedo en la rodilla.

—No creo que siga con ese juego. De verdad que no. Ha asistido a una terapia y han pasado ya dos años sin que haya tenido ningún… incidente.

Me escribí una nota mental para preguntarle más adelante qué entendía por incidentes. Pero en ese momento no era suficientemente prioritario como para interrumpirla.

—Supongo que puede tener una recaída, pero… —Sus palabras se fueron apagando—. ¿Qué te ha dicho él?

—Que quiere estar conmigo. Que se compromete a hacer que la relación funcione. —O algo parecido que no quería decir. No eran mis palabras y se suponía que no debían ser reveladas ante cualquiera.

Celia se acercó un par de centímetros a mí, como si nos encontráramos en una habitación llena de gente y estuviese a punto de confesar un secreto.

—Deja que te cuente una cosa sobre Hudson y su forma de jugar con las mujeres. Él no miente. Nunca. Eso es lo más brillante de sus técnicas de manipulación. Nunca dice nada que puedas echarle en cara después. Son todo verdades contadas de forma que te hacen interpretar más cosas de las que está diciendo. Te hace creer que te está ofreciendo más de lo que de verdad te ofrece sin decirlo nunca con palabras. ¿Entiendes lo que quiero decir?

—Creo que sí.

Ahora que lo pensaba, sabía exactamente a qué se refería. Hudson elegía sus palabras de una forma muy precisa y se entregaba con tanta cautela que podía ver cómo era capaz de darle la vuelta a una situación de forma que él siempre tenía el control. Supuse que eso sería lo que le hacía tan bueno para los negocios.

—Así que, si te ha dicho esas cosas, yo las creería —me aseguró Celia—. Y nunca antes había traído a ninguna mujer a su ático. Todos lo saben. Incluso Sophia lo sabe. Nunca ha querido que nadie pudiera encontrarle después de…, ya sabes, de romperles el corazón.

Aquello era totalmente lógico. Si eres un tipo que juega con la gente, no querrías que tuviesen acceso a tu vida privada. Yo había sentido casi lo mismo cuando había temido no poder mantenerme alejada de él. No había querido saber dónde vivía para no engancharme a él.

Era curioso que ahora los dos estuviéramos exactamente en una situación en la que nunca se nos habría ocurrido que nos veríamos.

Celia me estaba observando, midiendo mis reacciones. Pude notar que quería decirme más cosas, pero quizá no sabía cómo.

—¿Te ha dicho… lo que siente por ti?

—Sí. —Bueno…—. No. —Pero lo había dado a entender. En ese momento, ni siquiera podía recordar qué era lo que había dicho y la bola de preocupación que tenía en el estómago empezó a ponerse más dura—. Es decir, ha dicho algunas cosas, pero no ha dicho realmente que me quiera.

Pero yo sabía que lo sentía. ¿No?

Celia sonrió.

—No creo que le haya dicho nunca a nadie que le quiere. Ni siquiera a su madre. Así que puede tardar un poco, si es que alguna vez lo hace. No interpretes esa omisión como una señal de nada. —Enderezó la espalda—. No, yo creo que estás bien. Creo que esto es bueno, que es real. —Juntó las palmas de las manos—. ¡Bien! ¡Hudson Pierce tiene novia! ¡Qué emocionante!

—Sí, es emocionante. —La calidez de la situación se extendió por mi cuerpo—. Absolutamente emocionante. —Porque nunca me había pasado nada parecido. Nunca había tenido una relación con alguien que correspondiera a mis sentimientos. Con cada hombre que había pensado que era el único no había tenido nunca la posibilidad de ver si sentía lo mismo antes de echarlo todo a perder enganchándome de él y agobiándole. Y en las ocasiones que había creído estar enamorada en realidad estaba más enamorada de la idea de que alguien lo estuviese de mí. Eso lo había aprendido gracias a la terapia de grupo. Por eso me aferraba al más mínimo atisbo de interés que cualquier hombre mostrara por mí, porque ansiaba desesperadamente ser amada.

Pero esta vez no estaba desesperada, no me estaba enganchando ni me estaba obsesionando. Al menos no más de lo razonable. Aquello era un claro motivo para alegrarse.

Miré a Celia con una sonrisa.

—No sabes lo bien que me siento por poder hablar de él con alguien. Muchas gracias.

—Apuesto que sí. No hay problema. Cuando quieras. —Hizo una pausa—. ¿Qué tal va todo con Sophia?

—No lo sé. —Más bien no me importaba. La madre de Hudson y yo nunca seríamos amigas. No después de haberme despreciado y haberme llamado puta. No cuando se mostraba tan contraria a que Hudson encontrara algo bueno en su vida—. La última vez que la vi le eché la bronca. Espero no tener que tratar con ella en un futuro próximo.

—Ah. Entonces, ¿no tienes planeado verla? ¿Ni para decirle que estáis viviendo juntos ni nada de eso?

Parecía sorprendida y tal vez con razón, después de todas las molestias que se había tomado Hudson para lucirme ante su madre cuando no éramos una pareja de verdad.

—No, gracias a Dios. Creo que Hudson ha desistido de convencerla de nada. Lo cual a mí me parece bien.

—Desde luego. ¿Quién necesita a Sophia?

Yo no, eso lo tenía claro. Pero Celia, por otra parte…

—Tú te llevas bien con ella.

Habíamos hablado de todo lo demás, podíamos hablar también de Sophia.

—Bueno, yo me guío por esa filosofía de los amigos cerca y los enemigos más cerca. A mí me funciona.

—Sí que funciona. Ella te adora.

Puede que pareciera un poco celosa. Lo cual era ridículo, puesto que yo odiaba a Sophia Pierce.

—Me adora porque adora a mi madre. Además, cree que si estoy con Hudson va a tener acceso absoluto a su vida. Como si yo fuese a compartir con ella todos mis asuntos personales. La tengo camelada, eso es todo.

—Entonces, ¿lo único que tengo que hacer para que se ponga de mi parte es camelármela también?

—Puede ser. —Celia entrecerró los ojos mientras lo pensaba. Después, negó con la cabeza—. En serio, olvídate de ella. No merece la pena. ¿Te han contado lo de esa vez que Hudson le dijo…? —El reloj de pie del recibidor dio una campanada—. Oh, Dios mío, ¿de verdad ya es la una? —Celia miró su reloj—. Sí que lo es. Tengo la tarde muy ocupada. Debo irme. —Se puso de pie y se alisó el vestido—. Siento marcharme tan rápido. Ha sido estupendo charlar contigo.

—Sí, ha estado muy bien. —Odiaba admitirlo, pero me frustraba ver que se iba. Sobre todo cuando estaba a punto de contarme algo sobre Hudson. Celia tenía mucho que ofrecer para poder comprender a Hudson. Ya había hecho que me sintiera mejor y había muchas más cosas que podía conseguir hablando con ella.

—¡Deberíamos volver a vernos! —exclamó Celia casi en el mismo momento en que yo lo estaba pensando—. Toma. —Sacó una tarjeta del bolso y me la dio—. Mi teléfono está ahí. Llámame y podemos quedar a tomar un café. ¿Te parece bien mañana?

—Eso me gustaría. —Cogí la tarjeta y miré lo que ponía: «Celia Werner. Diseñadora de interiores para empresas y particulares».

—Genial. Entonces, llámame por la mañana. —Hizo una pausa—. Ah, y si no contesto vuelve a llamar. Tengo la mala costumbre de dejarme el teléfono en cualquier sitio y si llamas varias veces podré hablar contigo. ¡Y habré encontrado el teléfono! Así salimos ganando las dos.

Me reí por su forma de saber dónde tenía el teléfono.

—Perfecto.

—¡Estupendo! Entonces, hasta mañana. Dale un beso a Hudson. —Empezó a caminar hacia la puerta de la biblioteca y, a continuación, se detuvo y se dio la vuelta para mirarme con la mano pegada al pecho—. ¿Sabes? Ya iba siendo hora de que Hudson tuviera a alguien en su vida y me alegra mucho que sea una persona que le quiere y le comprende, como parece que es tu caso.

Sus palabras y gestos podrían parecer demasiado dramáticos para la mayoría de la gente, pero ella tenía la suficiente clase como para que no fuera así.

—Gracias. Sí que le comprendo. —Probablemente más de lo que él o yo éramos conscientes.

—Sé que es así. —Su expresión se volvió seria—. Él también me ha contado cosas de ti. Espero que no te moleste.

Podría referirse a mi pasado de loca acosadora. En parte era bastante vergonzoso. Había incumplido una vez una orden de alejamiento. Por ese motivo había sido fichada por la policía. Aquello había quedado ya enterrado gracias a Hudson y a mi hermano abogado, pero eso no cambiaba el hecho de que hubiese ocurrido, de que había actuado así. No era más que una parte de una larga lista de las muchas putadas que había cometido.

Normalmente, me habría sentido humillada al saber que alguien conocía mis antecedentes. Pero en ese momento, con todo lo bueno que me estaba pasando con Hudson, no fue así.

—No, no me molesta. Sorprendentemente.

—Bien. —Sonrió—. No se lo voy a contar a nadie, por supuesto. Pero me alegro de saberlo. Así veo lo perfecta que eres para él, por lo que tú misma has sufrido. Estoy de tu parte.

—Gracias. Te lo agradezco mucho.

Me guiñó un ojo.

—Bueno, me voy. ¡Buena suerte!

Me quedé en la biblioteca pensando en la visita de Celia un largo rato después de que se marchara y de grabar su número en mi teléfono. Estaba deseando tomarme ese café con ella y lo cierto era que aquello me ponía nerviosa. Por mucho que supiese que ella podía ser una fuente de información privilegiada sobre Hudson, también estaba segura de que él no se alegraría demasiado por ello. Tendría que ver cómo se lo decía.

De todos modos, ¿de verdad podría tener algo de malo tomar un café?

Decidí posponer mi decisión hasta el día siguiente.

Eché de nuevo un vistazo a las cajas y me dispuse a abrir alguna y empezar a vaciarlas para llenar las estanterías. Hudson me había dicho que me sintiera como en casa y eso evitaría ponerme a fisgonear. Aunque me había dado permiso, no era la más sana de las conductas.

Encontré un abrecartas en uno de los cajones de Hudson y, arrodillada junto a una de las cajas, lo usé para rasgar la cinta de embalar. Molière apareció en primer lugar junto con un ejemplar de Shakespeare. Debajo encontré varios clásicos más, desde Dante hasta Dickens. Me senté sobre mis talones y miré hacia las estanterías, imaginando un plan para organizar la biblioteca.

«Mi biblioteca».

Hudson no había dicho que fuese mía, pero no pude evitar pensar que lo era. Me encantaban los libros. No solo las historias que contenían, sino la sensación de tenerlos en mis manos, la suavidad de las páginas, las palabras concentradas en un mismo sitio. A Hudson no le atraían los libros tradicionales. Obviamente. Sus estanterías desnudas eran una prueba de ello. Lo leía todo en su libro electrónico. Aquellos eran mis libros. Y yo los había adoptado y estaba segura de que Hudson no objetaría nada. Solo los había comprado para engañar a su madre, aunque yo dudaba de que Sophia visitara el ático muy a menudo.

Además, entre las muchas mentiras que le había contado a su madre, Hudson le había dicho que yo me iba a mudar a vivir con él. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que eso se convirtiese en realidad?

No, no podía pensar en eso. Tal y como me había dicho antes a mí misma, era demasiado pronto y no estábamos preparados.

Pero ¿tenía algo de malo fantasear con ello unos minutos? Imaginar que vivía con él en aquel ático. Y más cosas. Que dirigía el club con Hudson a mi lado. Aparecieron destellos de anillos de compromiso y cortejos nupciales en mi ensoñación. ¿De verdad era tan malo desear algo así?

Sí. Sí que lo era. Tenía que dejarlo ya, porque las fantasías podían conducir a la fijación. Necesitaba una obsesión sustitutiva. Otra cosa con la que mantener la mente ocupada.

Traté de volver a concentrarme en los libros, pero, de nuevo, mi mente viajó al futuro: bodas, el club y fiestas.

Fue entonces cuando se me ocurrió. Dejé mi tarea y busqué el teléfono para llamar a Jordan. Necesitaba que me llevara a un sitio.

—¿Despedidas de soltera? —David Lindt se recostó en su silla de despacho y se balanceó de un lado a otro.

No sabía si iba a encontrar a David en el Sky Launch tan temprano, pero había tenido suerte. David era el gerente del club y, como Hudson le había confiado la dirección del negocio, era a él a quien tenía que acudir para proponer cualquier mejora.

Esa era la razón por la que yo había ido más de seis horas antes de que empezara mi turno, para compartir con él mi genial idea.

—Sí, despedidas de soltera.

—¿En serio? ¿Esa es tu gran idea?

—Vamos, ¡es perfecta! —Levanté las manos para darle más énfasis. Era una buena idea, pero contársela tranquilamente no parecía haber funcionado para convencerle—. Estamos en temporada de bodas y las salas burbuja son el lugar perfecto para estar en privado pese a estar rodeadas del ambiente del club. Sabes tan bien como yo lo que pasa en esas habitaciones.

En mi opinión, las burbujas eran el plato fuerte del Sky Launch. Aquellas diez estancias circulares rodeaban la circunferencia de la segunda planta y estaban completamente cerradas para garantizar la privacidad. O más bien para dar una sensación de privacidad. Se trataba de una ilusión, pues cada una de las burbujas tenía también una ventana que daba a la pista de baile que estaba abajo y si mirabas por ella podías ver todo lo que ocurría al otro lado. En numerosas ocasiones, las cosas que ocurrían en esas habitaciones no eran recomendadas para menores y con mucha frecuencia eran directamente pornográficas.

Sin embargo, se había descuidado la promoción de las burbujas durante todo el tiempo que yo llevaba trabajando en el club. A mí me habían ascendido, en parte, por la promesa de buscar modos de hacer un mejor uso de aquel elemento tan distintivo. Promocionarlas para despedidas de soltera era un plan perfecto.

Pero David no parecía compartir mi punto de vista.

—Aquí ya hemos celebrado antes despedidas de soltera. No muchas, pero sí unas cuantas.

—Y siempre han ido bien, ¿no?

—Las clientas siempre han quedado encantadas.

Retorció la boca mientras pensaba. Observé su constante movimiento nervioso y sus caras raras y me pregunté por un momento cómo había podido sentirme atraída alguna vez por aquel hombre.

La respuesta fue que no me había sentido realmente atraída. No del todo. David había supuesto una opción agradable cuando me asustaba demasiado ir detrás de ningún hombre que de verdad me excitara. Había supuesto que podría tener un futuro con él. Había imaginado que estar con alguien como David era la cura para mis obsesiones. El hecho de no quererle de verdad me mantendría alejada de mi escandalosa conducta del pasado.

Y era bastante mono. No nos habíamos acostado, pero habíamos estado bastante cerca y nunca nos había costado mucho excitarnos.

Todos mis pensamientos respecto a David desaparecieron cuando Hudson entró en mi vida. Abandoné la seguridad por la realidad y, a pesar de los altibajos que acarreaba amar a Hudson, no me arrepentía de ello lo más mínimo.

Sin embargo, David sí se arrepentía. Quería algo más entre nosotros y me lo había dicho justo el día anterior. Pero sabía lo que yo sentía. Sabía a quién pertenecía mi corazón.

Ahora, se llevaba el bolígrafo a la boca y mordía el extremo ya masticado.

—¿Cómo conseguirías que la gente reserve las burbujas para eso? —preguntó con el bolígrafo entre los dientes.

Marketing. —Claro. Ese había sido el tema en el que más hincapié se había hecho en el Máster de Administración de Empresas que acababa de hacer y estaba deseando ponerlo en práctica. Era eso lo que yo podía ofrecer al club, mis conocimientos—. Nunca hemos anunciado esas salas para un mercado específico. Están infrautilizadas y son un espacio desperdiciado en comparación con el uso que se les podría dar. Si ofrecemos las burbujas en paquetes diseñados específicamente para futuras novias, creo que podríamos llamar la atención.

—Sí, le veo potencial. —«Por fin»—. ¿Qué tienes pensado?

—Necesito un poco de tiempo para planificarlo más en serio, pero estoy pensando que podría concertar una reunión con organizadores de bodas. Si les puedo ofrecer un buen trato, se lo dirán a sus clientas. Quizá podríamos darles una comisión u ofrecerles a cambio un porcentaje de las reservas. Pero primero tenemos que diseñar algunos paquetes de ofertas. Si incluimos bandejas de comida y un número de consumiciones en el bar, tendremos algo que vender.

Detrás de mí, mi teléfono sonó avisando de que había llegado un mensaje. Se había quedado sin batería de camino al club justo después de enviarle un mensaje a Hudson con mis planes para esa tarde. Por suerte, tenía un cargador de repuesto en la oficina junto a los archivadores y lo había enchufado nada más llegar.

—Y bien, ¿qué opinas? —pregunté mientras iba a por el teléfono.

—Creo que vas bien encaminada. Vamos a hacerlo.

Sonreí triunfante antes de mirar mi mensaje.

«He llamado a la cocinera. ¿Estarás en casa para cenar?».

«No me lo perdería por nada del mundo», respondí. Que escribiera «en casa» me hizo sentir el mismo vértigo que por la mañana.

—¿Es Pierce?

La pregunta de David interrumpió mi euforia.

—Sí, es Hudson.

—¿Ha pasado algo bueno?

Hasta ese momento no me di cuenta de que estaba sonriendo.

—Todo es bueno.

Dejé el teléfono para que siguiera cargándose y volví a la silla en la que había estado sentada.

—Vamos a vernos para cenar. No te preocupes, ya habré vuelto cuando comience mi turno.

—La verdad es que quería hablar contigo sobre cambiar tus horarios. —David se puso de pie, rodeó el escritorio y se apoyó en una esquina—. Te he ascendido para que puedas hacer planes de ese tipo. Ya tenemos suficientemente cubierta la gerencia. Si necesitamos otra persona (y estoy seguro de que será así si tus planes funcionan, como sé que ocurrirá), Sasha está preparada para ser la encargada. Tu don, lo que le aportas al Sky Launch, son tus ideas comerciales. Necesito tus trucos de magia. Esa no es mi especialidad.

—¿A qué te refieres? —pregunté con el ceño fruncido.

—Me refiero a que te pongas tus propios horarios. Yo te necesito cuarenta horas a la semana, lo cual no es ningún problema para ti, que eres una adicta al trabajo. Pero puedes organizártelas como te convenga. Concierta esas reuniones con los organizadores de bodas. Además me gustaría seguir avanzando con tu idea de ampliar el horario y nuestros servicios. Para eso va a ser necesaria también mucha planificación diurna. Tendrás que reunirte con cocineros y con el resto del personal. Va a ser mucho trabajo.

Sentí como si mis ojos se salieran de sus órbitas.

—¿En serio? Es decir, ¿en serio quieres que haga todas esas cosas y que me ponga mi propio horario?

Aquel era el trabajo de mis sueños haciéndose realidad. Todo el tiempo que había estado peleándome con mi hermano Brian por desperdiciar mi formación y las oportunidades laborales que había rechazado con las mejores empresas que aparecían publicadas en la revista Fortune… Esto hacía que cada duda y cada sufrimiento hubiese merecido la pena.

—Sí, en serio. Yo no bromeo con esta mierda. Empieza por tomarte esta noche libre.

—No seas ridículo. No se puede llevar la barra de arriba con una sola persona.

—Va a estar Liesl. Ya está cubierto.

Por supuesto, Liesl aceptaría hacer un turno por mí. Era mi única amiga en la ciudad. Mitad despistada, mitad genio, representaba todo lo que yo no era: libre, despreocupada y coqueta, no le agobiaba encariñarse demasiado. Aunque éramos polos opuestos, ella me entendía mejor que nadie y era mucho más generosa conmigo de lo que me merecía.

—Ya me sustituyó todo el tiempo que estuve en los Hamptons. No puedo obligarla a hacer eso.

—Se ha ofrecido voluntaria. Hemos contratado a una camarera nueva y Liesl está decidida a encargarse de que reciba una «buena preparación». Son palabras suyas, no mías. Si vas a empezar a tener reuniones mañana, tendrás que acostumbrarte a estar despierta durante el día. Ahora mismo eres una especie de vampira. —Recorrió mis piernas con su mirada—. Una vampira bronceada, pero vampira al fin y al cabo.

Me reí, ocultando mi incomodidad ante el obvio deseo que había en su mirada. Me puse de pie para ponernos al mismo nivel. De lo contrario, me habría sentido como si él no estuviese mirando nada más que mis tetas.

—Gracias, David. Gracias, gracias, gracias. Yo… —No tenía palabras para expresar lo agradecida que estaba por aquella oportunidad—. Simplemente, gracias.

—Te lo mereces. —Se incorporó y dejó caer los brazos a ambos lados—. ¿Un abrazo?

—Eso ya me causó problemas la última vez.

Hudson había irrumpido en ese momento y se había enfadado bastante. No era un hombre al que le gustara compartir a su novia. Yo conseguí calmarle convenciéndole de que mi abrazo con David había sido inocente, lo cual era cierto por lo que a mí respectaba. Aun así, Hudson sospechaba que había algo más entre David y yo. Y, cobarde de mí, no había tenido el valor de admitir que tenía razón. David y yo teníamos un pasado. Pero, comparado con lo que sentía por Hudson, me parecía un detalle sin importancia.

Extendí la mano hacia David.

—¿Te conformas con un apretón de manos?

Asintió y me estrechó la mano. La sostuvo mucho más tiempo del debido y su pulgar me acarició la piel provocando que unos escalofríos indeseados me recorrieran los brazos.

Me aparté con la esperanza de que no lo notara. Aunque yo no sentía nada por David, mi cuerpo seguía reaccionando al suyo. Era del montón, pero atractivo, con unos ojos de color azul apagado y el pelo rubio oscuro y rizado. Hacía ejercicio, y tenía un cuerpo fornido. Nunca había sido mi tipo y mi reacción se debió probablemente a la fuerza de la costumbre. Pero fue suficiente para hacerme sentir el peso de una repentina culpabilidad. No debería ocultarle a Hudson mi pasado con David. Me había apresurado a acusarle a él de tener secretos en nuestra relación y ahí estaba yo haciendo exactamente lo mismo. Estaba mal y lo sabía.

También sabía que no se lo iba a contar. No creía que él me permitiera seguir trabajando con David si sabía que compartíamos un pasado y, si lo descubría por sí mismo, mi silencio podría servirme de defensa. Le explicaría a Hudson que no le había contado nada porque no había nada que contar. Lo comprendería.

Quizá, si seguía diciéndome eso a mí misma, finalmente me lo creería.