—¿Debería cambiarme o me quedo así?
Era la tercera vez que le hacía a Liesl aquella pregunta en los últimos quince minutos. Ella me había respondido todas las veces, pero no podía recordar qué era lo que había dicho. Mi mente era un revoltijo de agotamiento y nerviosismo. Había conseguido echar una pequeña siesta mientras hacía las maletas y decidí que seguiría descansando durante el largo vuelo. Hasta entonces, tomaba café.
Liesl se dio la vuelta en el taburete de la barra y me agarró por los hombros mirándome directamente a los ojos.
—Laynie, tranquilízate de una puta vez. Me estás volviendo loca.
—Vale. —Un ruido sordo hizo que miráramos hacia abajo. Era el tacón de mi zapato, que rebotaba en el suelo con el tic de mi pierna. Me puse la mano en el muslo para que dejara de moverse—. Vale. Me relajo.
—Gracias a Dios. —Volvió a recorrer con los ojos mi falda cruzada y mi blusa blanca—. Estás de lo más atractiva. Pero deberías ponerte un chándal para el vuelo, para que puedas estar cómoda y babear mientras duermes y todo eso. Después, vuelve a ponerte esto en el baño del aeropuerto.
—De acuerdo.
«Muy bien. Ese era el plan». Habría llevado ya un chándal si no fuera porque estaba esperando a que llegara la persona que iba a alquilar el club.
Aunque tenía planeado cambiar los horarios del Sky Launch, en ese momento no abríamos los domingos ni los lunes. En ocasiones alquilábamos el club para diferentes eventos privados. No sabía mucho sobre aquel alquiler en particular. Lo había organizado David. También se habría encargado de recibir a quien lo alquilaba, pero se había ido a Atlantic City después de cerrar esa mañana para ir a ver el club Adora a escondidas. Yo odiaba admitirlo, pero Hudson le había alegrado la vida a David dándole ese trabajo. Había sido un buen cambio.
Liesl volvió a la barra, donde estaba preparando una especie de adorno para la barra con las varillas de las aceitunas de los cócteles.
—¿Sabes adónde tienes que ir cuando aterrices?
—Mira ha encargado que un coche me recoja y me lleve al hotel de Hudson. —La ansiedad volvió a recorrerme el cuerpo y empecé a caminar de un lado a otro—. Pero ¿y si no está allí? ¿Y si tengo que esperar? ¿Y si no le veo? ¿Y si…? —El estómago se me revolvió al pensar en eso—. ¿Y si está con alguien?
—No va a estar con nadie. Está contigo.
—Pero ¿cómo lo sabes?
—Yo… —se detuvo como si fuera a decir algo y después rectificara— simplemente lo sé.
Refunfuñé. Aquella respuesta no era satisfactoria.
—¿Qué? ¿Es que estamos en el colegio? —Suspiró—. Lo sé por el modo en que te mira. Todos lo saben. Vamos, Laynie, te ha pedido que te vayas a vivir con él. Después de ¿cuánto? ¿Una semana? Está enamorado de ti, chica.
—De acuerdo, de acuerdo. Tienes razón. —Eché un vistazo al reloj que había sobre la barra—. Se supone que los que alquilan esto llegarán en veinte minutos. Deberíamos bajar por si vienen antes.
—Vale. —De repente Liesl parecía tan nerviosa como yo—. Espera un momento.
Mezcló las varitas y después volvió a ordenarlas de la misma forma.
Dios mío, ahora sí que me estaba volviendo loca.
—¡Liesl! ¡Puede que estén esperando en la puerta!
—Ya voy. Ya voy. —Bajó de un salto de su taburete—. Espera. Una cosa más. —Sacó el teléfono del bolsillo de sus pantalones cortos y envió un mensaje—. Vale, vamos.
En mi imaginación, puse los ojos en blanco.
—No tenías por qué haber venido esta noche. Yo sola podría haberme ocupado de esto.
Me dirigí a las escaleras a paso rápido, pero tuve que reducir la velocidad para esperar a Liesl, que caminaba a paso de tortuga.
—Lo sé. Pero he pensado que te vendría bien estar acompañada. No es una buena idea quedarse sola en el club.
Como si no estuviera siempre sola en el club. Era extraño que de repente se preocupara por eso.
—Ha sido un detalle por tu parte.
—Ajá. —Se mordió el labio—. ¿Tienes las maletas preparadas?
—Sí. Jordan las traerá cuando venga a recogerme.
Seguimos bajando por el segundo tramo de escaleras y la pista de baile entró en mi campo de visión.
—Qué co…
El suelo se veía cubierto completamente con pétalos de rosas rojas y blancas. Las luces estaban apagadas y había velas sobre las mesas que rodeaban la pista iluminando el espacio con un resplandor etéreo de un blanco amarillento. Era hermoso y romántico.
Liesl soltó un pequeño grito.
—Impresionante.
No estaba así cuando yo había llegado una hora antes. Liesl había estado conmigo todo el rato, así que no había podido ser ella.
Apareció una silueta entre las sombras con las manos metidas en los bolsillos y aire despreocupado.
—¿Hudson? —Así, sin más, me olvidé de respirar. Al verle allí…, incluso con su ropa arrugada, sin la chaqueta del traje, con la camisa por fuera…, estaba imponente—. ¿Esto lo has hecho tú?
Asintió. Dirigió su atención a mi amiga.
—Gracias por mantenerla ocupada, Liesl.
Yo la miré con los ojos abiertos de par en par.
—¿Tú lo sabías?
Aún no había asimilado del todo que era él quien iba a alquilar el club, que todo aquello había sido por mí.
—Oye, él no dejaba de llamar y tú no le hablabas, así que me metió en todo este asunto de la sorpresa. Me pidió que te entretuviera arriba mientras él preparaba… —señaló con la mano la sala— todo esto. —Su rostro indicaba que se sentía culpable por la traición—. Es mi jefe, ¿qué se supone que tenía que decirle?
—Él no es tu jefe —respondí recordando lo que él me solía decir a mí.
—Yo no soy tu jefe —coreó Hudson a la vez.
Mi ojos fueron hacia los suyos al oír que los dos pronunciábamos nuestra broma particular. Después, los dejé allí, como si no hubiese otra cosa más en el mundo que mirarle a él. Como si lo único que mereciera la pena ver estuviera allí.
Y él me devolvió una mirada con la misma intensidad.
A lo lejos, la voz de Liesl me llegó a través de la bruma.
—Yo me estoy yendo. Vale, gracias.
No estoy segura de si le dije algo a Liesl. Ella ya se había ido. Yo ya estaba sola. Con Hudson.
Una parte de mí quería correr hacia él, pero no me lo podía permitir. Aunque estaba preparada para olvidar todo lo malo que había sucedido entre nosotros, sabía que, si no arreglábamos primero las cosas, no duraríamos. Así que caminé hacia él. Las piernas me temblaban mientras bajaba a la pista de baile y esta vez no era por el café.
Aunque había muchas cosas que se me agolpaban en la punta de la lengua, fue él quien habló primero:
—¿Has hecho las maletas? —Dio un paso hacia mí con una ceja levantada—. ¿Es que vas a algún sitio?
Pude notar la tensión de su voz. Creía que le iba a dejar. Aquello hizo que fuera más fácil pronunciar mis siguientes palabras:
—A ningún sitio en especial. Solo a Japón.
—¿Porque… yo estaba en Japón?
Su expresión era tan esperanzada y adorable que yo me derretí un poco. O del todo.
—Sí. —Le rodeé y me fijé con atención en aquel escenario. Las mesas cubiertas de manteles blancos, las velas que desprendían una fragancia a vainilla—. He pensado que podía poner en práctica mis dotes para el acecho e ir a buscarte.
—Me habría gustado que me encontraras.
Me di la vuelta para mirarle y hablé con indiferencia y coquetería, aunque mis palabras eran en realidad apasionadas y necesitadas.
—Ah, ¿sí? No estaba tan segura.
—Entonces es que eres tonta.
—Gracias.
—Una tonta muy guapa a la que no puedo dejar de mirar.
Yo tampoco podía dejar de mirarle. Menos de una semana separados y sentía como si no le hubiese visto en toda una eternidad. Seguíamos estando separados unos metros. Di un paso adelante hacia él, pero la distancia entre los dos seguía pareciendo igual de grande. No había forma de llegar hasta él sin…, sin decirlo todo.
—Hudson, vi a Celia a escondidas.
Cerró los ojos durante medio segundo.
—Me lo había imaginado.
—Debía habértelo contado. —Me mordí el labio tratando de buscar la mejor forma de explicar por qué había hecho aquello—. Ella se mostró amable y comprensiva y yo necesitaba hablar con alguien. No es ninguna excusa.
Apretó los labios.
—Podrías haber hablado conmigo.
—No siempre se nos da bien hablar.
—Pues eso tendremos que arreglarlo.
Sentí un nudo en la garganta. Él seguía pensando que teníamos una oportunidad. Aquello lo cambiaba todo.
Pero aún quedaban por decir algunas cosas duras.
—Me has hecho daño, Hudson.
Él tomó aire de una forma tan temblorosa que noté cómo su cuerpo se estremecía.
—Lo sé.
—¿Sí?
—Sí. Cambié a David sin consultarlo contigo.
—Bueno. —Había otros asuntos que arreglar. De esa culpa podía liberarle—. Al final es probable que haya sido para mejor. Ha resultado un buen cambio.
—Y no te creí. —Negó con la cabeza mientras miraba al suelo—. Debería haberte creído. —Sus ojos volvieron a mirarme—. Lo siento.
—¿Por qué no me creíste?
Suspiró.
—Me preocupaba más demostrarte que estaba a tu lado. Quería que supieras que te ayudaría, que te buscaría una cura.
—Yo no necesitaba ninguna cura. Lo que necesitaba era que creyeras en mí y no lo hiciste.
—No teníamos muchos antecedentes de ser sinceros el uno con el otro. La duda era algo instintivo.
Me puse rígida.
—Entonces, ¿es culpa mía que creyeras su versión antes que la mía?
—Yo no creí su versión antes que la tuya. Cogí las pruebas y las coloqué en un escenario posible.
Ahora era yo la que miraba al suelo.
—Es verdad.
No había nada malo en lo que él decía, pero eso no aliviaba el dolor de mi pecho.
—Lo que no estás entendiendo, Alayna, es que no me importa.
Mis ojos volvieron de repente a los suyos.
—No me importa si acosaste a Celia, si la llamaste un millón de veces o si metiste una gallina muerta en su cama. No me importa. Yo solo quiero tenerte. Quiero estar contigo. Si estabas enferma, cabía la posibilidad de que te perdiera. Y no puedo. Por mucho que me cueste. Por mucho que sea lo que tenga que hacer. Lo que tenga que decir. Debo tenerte en mi vida.
Se me puso la piel de gallina. Las palabras de Hudson eran tan liberadoras como comprometidas. Me liberaba de muchas de las dudas que constantemente me asaltaban. Su reticencia a creerme no había sido por falta de confianza, aunque desde luego yo no me la había merecido. Había sido su forma de aferrarse a mí. Aunque yo me hubiese vuelto completamente loca, él habría seguido a mi lado. Era casi increíble. Después de años pensando que nadie podría quererme jamás por mis errores, su declaración era más un sueño hecho realidad que cualquier otro aspecto de nuestra relación.
Al mismo tiempo, ahora me daba cuenta del alcance de mis quebrantamientos en el compromiso que habíamos adquirido el uno con el otro. Aunque él seguiría conmigo a pesar de todo, yo le había alejado con secretos y mentiras. Y cuando pensé que había vuelto a caer en sus antiguos hábitos, cuando creí que me estaba manipulando…, lo único que había conseguido era que él se enfadara muchísimo. Había estado enfermo en el pasado, igual que yo, pero le había echado la culpa en lugar de ofrecerle mi comprensión.
Caí de rodillas bajo el peso de todo aquello. Las lágrimas se agolpaban en mis ojos.
—No sé cómo hacer esto.
—¿Hacer qué?
Se dejó caer delante de mí, a poca distancia. Muy cerca pero, sin sus caricias, muy lejos.
—Tener una relación. —Me limpié las lágrimas que caían por mis mejillas—. No dejo de joderlo todo. Te he ocultado cosas. Te he acusado de haberme manipulado. No he intentado transigir en el asunto de David.
—Nada de eso me importa. —Se acercó un par de centímetros con expresión desesperada—. Pero no pierdas la fe en nosotros. Por favor, no te rindas. No soy nada sin ti, Alayna. Apenas puedo respirar si no estás cerca de mí, si no te toco. Ahora mismo es lo único que puedo hacer por contenerme y no cogerte en mis brazos.
—¿Por qué te contienes?
Mi necesidad de él era indescriptible.
—Porque no quiero recurrir al sexo para resolver esto.
—Me has escuchado. Siempre me escuchas —dije ahogando el llanto.
—Alayna.
Como siempre, el sonido de mi nombre en su boca me encendió y dobló la distancia entre los dos, aumentando mi deseo y mi angustia.
—Te necesito, Hudson. Necesito que me acaricies y que me devuelvas la armonía. Estoy en total discordancia contigo y eso me duele, como si me faltara una parte del cuerpo.
Una débil sonrisa cruzó por sus labios.
—Entonces lo entiendes.
—Sí.
Por fin comprendía que el contacto físico entre nosotros era esencial. Nos acercaba más, nos unía a un nivel tan profundo que nuestras palabras y nuestros actos no significaban nada en comparación.
Extendió la mano, pero la dejó caer antes de tocarme.
—¿Estamos… bien?
—No me voy a rendir, si es eso lo que preguntas. Estoy perdida sin ti. Búscame, Hudson.
—Ya te he encontrado.
A continuación caímos el uno en los brazos del otro y nuestros labios se unieron en un beso que sabía a esperanza, amor y lágrimas saladas. Sus manos sobre mi espalda encendieron mi cuerpo. Necesitaba quitarme la blusa, sabía que la sensación de mi piel en contacto con la suya sería la única salvación.
Hudson supo ver mi necesidad. O quizá fuera su propio deseo el que llevó sus manos a mis botones mientras yo trataba de desabrochar los suyos. Nuestro beso permaneció inseparable mientras nos quitábamos las camisas y después mi sujetador. Entonces, con enorme desgana, dejé su boca para que él pudiera abrirse camino hasta mis pechos. Los cubrió los dos. Primero acariciándolos con los labios y lamiéndolos por el centro antes de concentrarse en un pezón. Tiró de él y chupó durante un largo rato hasta que yo empecé a retorcerme y a jadear. Cuando pasó al otro pezón, yo ya estaba excitada y cerca del orgasmo.
Había estado tan inmersa en la adoración de Hudson que no me di cuenta de que me había quitado la falda hasta que sentí sus dedos en mi clítoris por encima de las bragas, presionando ese manojo de nervios como si se tratara de un botón de descarga. Y lo fue. Yo estaba a punto de explotar. Con un simple movimiento de su dedo pulgar empecé a centrifugar.
Hudson me mantuvo erguida mientras yo entraba en una espiral con mi propia liberación y con la otra mano me arrancó la ropa interior para que cuando yo empezara mi descenso estuviera completamente desnuda.
Cuando recobré la visión, lo vi mirando fijamente la humedad que había entre mis piernas. Sus ojos estaban inundados de deseo y su expresión era salvaje. Qué excitante. Aquello era muy excitante. Nadie me había mirado nunca así antes de él. Nadie me había mirado tan de cerca.
Era demasiado en todos los aspectos. Demasiado y no suficiente. Lo necesitaba dentro de mí. Ansiaba su polla abriéndose paso dentro de mí, inundándome. Completándome.
Hinqué las uñas en la pretina de sus pantalones, demasiado enajenada como para poder quitárselos. Hudson tomó el control y con la rapidez de un rayo se bajó los pantalones lo suficiente como para sacarse su duro, grueso y hermoso miembro.
Yo ya me estaba subiendo encima de él cuando me detuvo mientras maldecía.
—Espera.
Se puso de pie y se quitó la ropa dando patadas y el dolor de su ausencia se alivió con la visión de su desnudez. Así era como más me gustaba vernos: completamente desnudos, sin barreras entre los dos.
Volvió a caer de rodillas delante de mí. Mis manos agarraron de inmediato su vibrante polla. Un hilo de líquido preseminal relucía en su capullo y yo lo extendí a lo largo de todo él.
Lanzó un gruñido.
—Ven aquí.
Hudson se levantó ligeramente y me movió para que le envolviera entre mis piernas, con los pies apoyados en el suelo al lado de cada uno de sus costados, en cuclillas. Por suerte, mis sandalias eran de plataforma. Me servían para guardar mejor el equilibrio.
Su capullo me tocó la vulva y yo me apreté ante la perspectiva mientras de mi mente desaparecía todo pensamiento relacionado con los zapatos. Con suave pericia, él se echó hacia arriba y entró. Yo me deslicé hacia abajo mientras recibía toda su enorme polla dentro de mi coño húmedo.
Dios mío, no había palabras… El éxtasis, la intensidad, la absoluta sensación de estar llena… eran completamente indescriptibles. Perfectamente perfecto.
Movió la cadera hacia mí y yo eché la cabeza hacia atrás ahogando un grito.
—Mira, Alayna.
Su orden volvió a atraer mi atención. Seguí su mirada hacia abajo, hasta el punto donde nos juntábamos. Se salió de mí hasta el capullo, su polla cubierta con mis jugos, y después volvió a entrar con un ritmo constante e hipnotizador.
—Mira cómo mi polla entra y sale de ti.
—Qué excitante. —«Increíblemente excitante».
Aumentó la velocidad y el ritmo de nuestros muslos al golpearse multiplicó por diez el nivel de erotismo. Mi cuerpo empezó a tensarse otra vez, casi a punto.
—Alayna, ¿estás conmigo?
Su pregunta hizo que volviera a fijar los ojos en su cara. Su expresión, aún lujuriosa y primitiva, estaba ahora llena de cariño.
—Siempre —respondí—. Siempre estoy contigo.
Volvió a reclamar mi boca y zambulló su lengua con una ferocidad que reflejaba sus movimientos de más abajo. Yo estaba sin respiración y jadeante cuando me soltó.
—Nuestros pasados siempre van a amenazar con interponerse entre los dos. Pero no habrá nada que nos separe. ¿Sientes eso? —Metió su polla más dentro de mí—. ¿Me sientes dentro de ti?
—Cómo me gusta, Hudson. Me gusta mucho.
—Lo sé, preciosa. Lo sé.
Apretó el brazo para acercarme más a él, de modo que su respiración me provocaba un hormigueo en la oreja mientras me hablaba.
La visión se me nubló. Estaba a punto.
—Mírame. —De nuevo su orden hizo que mis ojos se fijaran en él—. Así de conectados estamos, Alayna. Incluso cuando no estoy dentro de ti, siempre estamos conectados.
Aquellas escuetas palabras fueron el colmo.
—Joder, Hudson, me voy a correr.
Las piernas me temblaban por el esfuerzo de sostenerme encima de él. Y en ese momento se me tensaron con la cercanía del orgasmo.
—Sí, déjate ir —me persuadió Hudson—. Quiero ver cómo me lo das todo.
Y me dejé ir, apretándole con mi coño mientras el orgasmo me desgarraba con la fuerza de un terremoto. Mientras mi cuerpo se convertía en gelatina, Hudson se echó conmigo sobre el suelo y, a continuación, empezó a aporrearme para terminar él, enterrando sus pelotas mientras su orgasmo salía en una erupción caliente y larga.
Cuando se dejó caer, se quedó dentro de mí, acariciándome el pelo y susurrándome:
—Eres hermosa, Alayna. Absolutamente hermosa. Te he echado de menos. Mucho.
Yo le pasé los dedos por la mejilla, por su barba desaliñada de dos días.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad.
—Yo también te he echado mucho de menos. —Le besé el cuello antes de chuparle suavemente la nuez. Aún con la euforia de después del orgasmo, fue sorprendente que, de repente, recordara dónde se suponía que debía estar yo en ese momento—. ¡Mierda! Tengo que llamar a Mira para decirle que anule mi viaje.
Hudson sonrió.
—Ya me he encargado de eso.
—¿Te lo ha contado? ¡Se suponía que tenía que ser una sorpresa!
—No me lo ha contado Mirabelle. Ha sido Jordan. Lo único que me ha dicho es que tenía que volver a organizar tus planes para esta noche. Sí que habría sido una sorpresa. —Dio vueltas a mi nariz con la suya—. Si no te llego a sorprender antes yo.
—Y qué maravillosa sorpresa ha sido.
—He tenido suerte de que no me hayas echado a patadas. ¿Sabes? Fantaseaba con follarte en este club desde la primera vez que te vi.
Por algún motivo, aquello hizo que me sonrojara.
—No puedo decir que yo no haya tenido la misma fantasía.
Sonrió y me dio un beso casto, probablemente tan consciente como yo de que cualquier cosa más intensa nos conduciría a otra sesión de sexo. Esta sospecha quedó confirmada con sus siguientes palabras.
—Por muy agradable que haya sido haber satisfecho esa fantasía, preferiría llevarte de vuelta al Bowery y follarte en nuestra cama.
—Eso suena estupendo. Porque, por muy bonito que sea todo esto, estoy pringosa y tengo pétalos de rosa pegados en el culo y en las piernas.
Hudson se rio y su polla se retorció dentro de mí al moverse.
—Los efectos colaterales de los gestos románticos.
—Más vale que te salgas antes de que se te vuelva a poner dura.
—Ya casi se me ha puesto.
Se salió de mí y, desde luego, mostraba ya otra semierección.
Se puso de pie y, después, me ayudó a levantarme y a quitarme los pétalos del culo. Tras terminar de vestirnos, Hudson encendió las luces del club para que yo pudiera apagar las velas.
—¿Lista para ir a casa?
Me estremecí al oír el dulce sonido de la palabra «casa». «Nuestra» casa. Se había convertido en una cueva solitaria durante los días que él no había estado. Ahora podría recuperar su antigua gloria.
—Mientras tú estés allí, no habrá otro lugar donde prefiera estar.
Me quité un pétalo de rosa que me había quedado en el brazo y eché un vistazo a la sala.
—¿Y qué hacemos con este lío? —Entonces, antes de que él respondiera, lo hice yo—: Deja que adivine: tienes gente.
Se encogió de hombros.
—Tenemos gente.
Lo cierto es que no me asustó su manifiesta declaración de que estábamos unidos de un modo aún más profundo del que ya creía. Había sido sincera con Mira cuando le dije que no podía pensar en esas cosas, pero quizá no me pareciera mal que otras personas lo hicieran.
Hudson cogió su chaqueta de la barandilla de la pista de baile. Sacó su teléfono de uno de los bolsillos y escribió algo. Un mensaje para que nos recogieran, supuse.
—Ah —dijo mientras metía la mano en otro bolsillo de la chaqueta—. Casi se me olvida. Esto es para ti. —Me dio un teléfono casi idéntico al que había roto.
—Estabas seguro de que no me había comprado otro, ¿verdad? —dije riéndome.
Me guiñó un ojo.
—No respondías a ninguna de mis llamadas ni a mis mensajes. Esperaba que fuera porque seguías sin teléfono.
—Seguía sin teléfono para no derrumbarme y llamarte.
—¿Debería esperar una explicación?
—No. Son cosas mías. Gracias por el teléfono. Ha sido todo un detalle. —Me agarré a su brazo y juntos nos dirigimos a la entrada del club—. Oye, ¿has recuperado Plexis?
—Sí. Pero eso no me habría importado si no te hubiera recuperado a ti.
Maldita sea, eso que había dicho era muy dulce. Solo dos semanas antes, él se mostraba completamente cerrado conmigo y me contaba muy poco de sus verdaderos sentimientos. Y pensar que podría haberme perdido toda la belleza que él tenía que ofrecerme si le llego a dejar escapar. Por suerte, yo me había quedado allí para recibir todo lo bueno.
Alcé la vista hacia él.
—Nunca me has perdido, ¿recuerdas?
—Es verdad. No te he perdido.
Habíamos llegado a la puerta y él se giró para mirarme. Aquellos deslumbrantes ojos grises…, podría quedarme en ellos toda la vida. No perdida exactamente, sino más bien encontrada.
—Te quiero, Hudson Pierce.
Él absorbió mis palabras inhalándolas físicamente mientras tomaba aire. Pude ver perfectamente cómo le afectaban. Las necesitaba igual que yo necesitaba sus caricias. Le cambiaban de una forma que no era exactamente tangible, pero que sin duda era real. Eso compensaba el hecho de que no hubiese sido capaz todavía de responder a mi declaración.
Se estremeció.
—Sal. Jordan debe de estar esperándonos. Yo pongo la alarma y cierro.
Hudson necesitaba un momento a solas. Lo comprendí. Él también provocaba el mismo efecto en mí.
Salí y vi a Jordan esperando con el Maybach.
—Buenas noches, señorita Withers. Siento decirle que ha perdido su vuelo.
Le guiñé un ojo.
—Tendrá que ser en otra ocasión, supongo.
Me metí en el coche y me desplacé hasta la otra ventanilla para dejarle espacio a Hudson. Mientras esperaba, encendí el nuevo teléfono que me había regalado. Sonreí al ver el fondo de pantalla. Era una fotografía que habían publicado de los dos besándonos en el desfile de moda al que habíamos asistido. Busqué en la agenda y vi que él había conseguido pasar mi número y mis datos personales al nuevo teléfono.
Un momento después, el teléfono sonó anunciando la llegada de mensajes de texto. Tenía diecisiete en total. Les eché un vistazo y vi que la mayoría eran de Hudson y uno de Brian, probablemente de antes de que supiera que tenía el teléfono roto.
Fruncí el ceño al ver dos mensajes de un número desconocido. Abrí el primero.
«El archivo de vídeo es demasiado grande para enviarlo. Ponme un mensaje si quieres verlo en persona».
Confundida, pasé al siguiente mensaje de ese número.
«Por cierto, soy Stacy, de la tienda de Mirabelle».
«Ah, Stacy». Me había dicho que tenía pruebas de Hudson y Celia. Una razón para no fiarme de ella.
Me reí en silencio. A buenas horas. Cualquier prueba que Stacy tuviera de lo bruja que era Celia resultaba del todo innecesaria. Lo había aprendido a las malas.
Aunque me picaba la curiosidad.
—¿Va todo bien? —preguntó Hudson mientras se metía en el asiento de atrás a mi lado.
—Todo va perfectamente.
Apagué el teléfono y me lo metí en el sujetador. El mundo exterior no me interesaba lo más mínimo si tenía a Hudson a mi lado. Estaba empezando a ver que podría seguir así durante un largo tiempo. Hudson tenía razón: estábamos conectados. Nada podría separarnos. Ahora sí estaba convencida de ello.
Me abroché el cinturón de seguridad y me recosté en el recodo de su brazo pensando que la perfección era algo a lo que me podría acostumbrar.