Capítulo veinte

Cuando me levanté a la mañana siguiente, tenía resaca. Una resaca emocional, supongo, pues no había bebido. Me quité el vestido con el que había dormido y lo sustituí por mi bata. Encontré una jarra de café templado en la cocina y, después de calentarme una taza en el microondas, fui a buscar a Brian.

Apareció en el balcón. Estaba sentado en la mesa hojeando un montón de papeles. Para un caso, supuse. Brian era de los que siempre se llevan el trabajo a todas partes.

—Buenos días. —Miró su reloj—. ¿O debería decir buenas tardes?

—Lo siento. Anoche no dormí mucho. —Me ajusté el cinturón de la bata y me senté enfrente de él.

—Tienes un aspecto terrible.

—Gracias. —Di un sorbo a mi taza e hice una mueca de dolor al quemarme la boca.

—¿Tienes que trabajar hoy?

—Esta noche. —Me iba a reunir con Aaron Trent a las ocho de la noche. Me alegré de haberlo preparado todo antes, porque la verdad es que no estaba en condiciones de trabajar en ese momento—. Gracias por preguntar, papá.

—Tengo que empezar a practicar.

Dios mío, qué hermana tan terrible era. Me había olvidado de que su mujer estaba embarazada. Ni siquiera le había preguntado por ella.

—Por cierto, ¿cuánto le queda a Monica?

Sonrió de un modo que nunca le había visto antes, lleno de orgullo y felicidad.

—Cuatro meses. Sabremos si es niño o niña en unas semanas.

—Qué bien. Aunque también da un poco de miedo.

—Ni que lo digas.

Brian iba a ser padre. Vaya, qué emocionante y qué raro. Y eso significaba que yo iba a ser tía. Aún no había caído en la cuenta. Dios, no estaba lista para ser tía. ¿Cómo podía Brian estar preparado para ser padre?

Di otro sorbo a mi café, esta vez soplando primero. Sí, necesitaba la cafeína para tranquilizarme. Era casi perfecto.

Brian volvió a revolver los papeles que tenía delante y vi el logotipo de una compañía de teléfonos en la parte superior de uno de ellos.

—¿Qué estás mirando?

—El registro de llamadas de Celia. Se dejó aquí la copia. —Dio la vuelta a una página—. Estaba viendo las llamadas que ha hecho. Llamó al Sky Launch una vez. El viernes pasado. Aquí está. —Puso el papel en la mesa y lo giró hacia mí señalando un número que yo conocía—. ¿No es ese el número del club?

—Sí que lo es. Pero nunca me ha llamado al club. Espera, ese número también lo conozco. —Señalé el que estaba encima—. Es el del despacho de Aaron Trent. —Todo cobró sentido—. Qué zorra. Fue ella la que anuló mi reunión con él.

—¿De qué estás hablando?

Celia sabía lo de mi reunión con Trent y lo de la cena de cumpleaños de Sophia. Tenía que haber supuesto que, si Trent cambiaba la fecha de la reunión, yo terminaría yendo a la fiesta. Había provocado una escena. Qué bien se le daba.

Brian seguía mirándome expectante.

—Bah, ya no significa nada. Tenía una reunión y, cuando se canceló, surgieron problemas entre Hudson y yo. Una larga historia. —Mis ojos se desplazaron por la lista y localizaron un número que me sabía de memoria. Estaba por toda la página—. Ese es el número de Hudson.

—Le ha hecho bastantes llamadas.

—Ya lo veo. —Tragué saliva—. No sé qué pensar de esto.

—Ninguna de ellas es muy larga. Y siempre es ella la que llama.

—Ajá.

Eso me consolaba, ¿no? Pero ¿por qué llamaba Celia Werner a Hudson? ¿Por qué con tanta frecuencia? No me gustaban las preguntas sin respuesta.

Me recosté sobre el respaldo y me llevé la rodilla al pecho apoyando el pie en la silla.

—¿Y ahora qué va a pasar? Entre Hudson Pierce y tú. —Brian repitió lo que yo estaba pensando.

¿Y no era precisamente esa la pregunta? «¿Ahora qué va a pasar?».

—No estoy segura. —Froté la mejilla contra la seda que envolvía mi rodilla—. Supongo que esperaré a que él vuelva para ver qué ocurre. Puede que unos días separados nos sienten bien. Así nos da un poco de tiempo para pensar.

Tiempo para decidir dónde encajaba yo en la vida de Hudson. Y cómo encajaba Hudson en mi vida.

—Buen plan. —Hizo una pausa—. ¿Sabes? Que él no te crea no significa necesariamente que no te quiera. Confía en mí. Lo digo por mi experiencia.

Lo miré a los ojos.

—Sí, supongo.

Siempre había sabido que Brian me quería, incluso cuando se había comportado como un verdadero gilipollas. Y yo siempre había comprendido sus motivos. ¿Por qué me resultaba tan difícil entender los de Hudson? ¿Porque nunca me había dicho que me quería? ¿Porque aquella idea era demasiado buena para ser real? No estaba segura. Sí, definitivamente, había muchas cosas en las que pensar.

Brian dejó las facturas del teléfono sobre la mesa.

—En fin, hablando de teléfonos, ¿quieres que vaya contigo a comprarte otro?

Eso era lo único en lo que ya había pensado.

—No. Me temo que si lo tengo llamaré a Hudson.

La obsesión seguía siendo una amenaza siempre que pensaba en mi ordenador esperando dentro de mi bolso. Podría acecharle por Internet. Podría tratar de averiguar dónde estaba, qué estaba haciendo. Yo había sido muy fuerte. Lo último que quería era que las falsas acusaciones de Celia terminaran siendo verdad.

Miré a Brian para ver si me había entendido.

—Necesito estar absolutamente desconectada de él para poder aclararme, ¿me comprendes?

—La verdad es que no. Pero si eso es lo que piensas…

—Sí, eso es lo que pienso.

Brian se fue el jueves por la mañana y los días siguientes pasaron en medio de una nebulosa. Sin tenerle por allí para sacarme de mis pensamientos y situarme en el tiempo, perdí la cuenta de los minutos y las horas que Hudson llevaba fuera. Lo único que sabía era que cada segundo que pasaba me parecía una década y cada noche a solas en nuestra cama, un siglo.

David creyó que yo estaba rara porque echaba de menos a Hudson y me sugirió que me tomara unos días de vacaciones, pero el club constituía una motivación para mí. Después de reunirme con Trent, seguí trabajando por la noche en lugar de por el día. Al menos así podía estar tras la barra y encender el piloto automático. Trabajaba largas y duras jornadas y cuando volvía al ático me subía a la cinta de correr hasta que no podía más. Esa era la única forma de quedarme dormida, de agotarme tanto que entraba fácilmente en coma.

Sin mi teléfono, Hudson trató de ponerse en contacto conmigo de los modos más imaginativos: en el club, dejando mensajes al portero y llamando al teléfono del ático, aunque yo nunca contestaba. Me mantuve fiel a mi decreto autoproclamado de que un tiempo separados sería bueno para los dos. Pero a medida que pasaban los días no conseguía llegar a ninguna conclusión. Había esperado esclarecer mis pensamientos con su ausencia. Pero en lugar de eso me sentía perdida.

Fue después de una de las noches más largas cuando apareció Mira. Yo había tardado tanto en cerrar el club que el sol ya había salido. Me había cambiado de ropa para hacer ejercicio y fui corriendo desde el club hasta el Bowery. El tráfico parecía poco denso. Supuse que sería domingo por la mañana.

Mira me estaba esperando en el vestíbulo, sentada en un sofá de la entrada con las manos apoyadas sobre su vientre hinchado. Al verla sentí por primera vez en varios días algo de calidez.

Se puso de pie cuando me acerqué a ella.

—¿Te ha mandado para que veas cómo estoy? —pregunté con una sonrisa.

Le echaba terriblemente de menos y su intento de llegar hasta mí a través de su hermana era un bonito detalle.

A menos que la hubiese enviado para romper conmigo.

La sonrisa desapareció de mi rostro nada más pensarlo.

—No contestas a ninguna de sus llamadas, Laynie. ¿Qué más se supone que debe hacer?

—Ya ha dejado algunos mensajes al portero.

—¿Los has leído?

—No he llegado a tanto. Tenía miedo de lo que pudiera decir en ellos.

Como que tenía que dejar el ático antes de que volviera.

—¿Creías que quería romper contigo? —Se rio—. Para nada. Aunque lo quisiera, yo no se lo permitiría. Y no quiere hacerlo. Créeme.

No me había dado cuenta de lo que me preocupaba esa posibilidad hasta que Mira alivió la tensión con aquellas sencillas palabras. Los hombros se me relajaron y la mandíbula dejó de estar tan tensa. Entonces deseé no haber tirado a la basura sus mensajes.

Pero ahí tenía un mensaje en carne y hueso.

Señalé hacia el ascensor con la cabeza.

—¿Quieres subir?

—Contaba con ello.

No hablamos mientras subíamos al apartamento y lo único en lo que yo podía pensar era en que probablemente apestaría después de haber estado corriendo y que esperaba que Mira en realidad hubiera venido para decirme que Hudson regresaría a casa pronto.

—¿Quieres tomar algo? —le pregunté cuando entramos al recibidor.

—Pues… ¿te importa si asalto tu frigorífico? Acabo de desayunar y sigo hambrienta.

Dejé el bolso y la llave en el suelo.

—Adelante.

Ella conocía el camino y yo la seguí a la cocina. Mientras Mira echaba un vistazo al frigorífico, yo cogí un par de vasos del armario.

—¿Quieres beber algo?

—Agua me vale.

Se apartó del frigorífico con un plato de verduras y un trozo de queso.

Antes de que cerrara la puerta, yo metí la mano, saqué una botella de agua y serví la mitad en cada uno de los vasos. Cuando volví a girarme, Mira se había sentado en la mesa de la cocina. Cogí un cuchillo y un plato para el queso y fui con ella.

—Bueno… La semana pasada hubo por aquí mucha locura.

—Entonces, ¿vamos directamente al grano? ¿No hablamos antes del tiempo?

En realidad me alegraba. No quería ser yo la que pareciera deseosa de hablar de los trapos sucios.

—¿Estás de broma? Me muero por hablar de esto contigo. ¿No sabes que soy una chismosa?

Mira cogió el cuchillo y empezó a cortar el trozo de queso.

—¿Tú tampoco sabías lo del bebé de Celia?

—No. Ni idea. Siempre estuve segura de que no era de Hudson. No sé por qué. Yo apenas tenía catorce años cuando sucedió todo, pero nunca me pareció que estuviera enamorado de ella. Ni siquiera se besaban ni vi nunca nada por el estilo. Y, créeme, yo era de esas hermanas que lo ven todo.

Pude imaginarme a Mira como una adolescente alegre que espiaba a su hermano siempre que tenía ocasión.

—No sé por qué no me cabe la menor duda.

—Pero jamás pensé en que fuera de mi padre. —Cogió un trozo de cheddar y lo puso sobre otro de apio—. Aún me cuesta pensarlo. Es repugnante.

Se estremeció y a continuación dio un bocado a su bocadillo de apio con queso.

Hablando de algo repugnante…

Aparté los ojos de su tentempié de dudoso gusto y fingí mirarme las uñas.

—¿Qué tal lleva tu madre la noticia?

Mira se encogió de hombros.

—¿Quién sabe? Cada vez que empieza a sentir algo que no sea amargura, simplemente se vuelve a llenar la copa de bourbon.

Asentí, sorprendida por su franqueza.

—Brindando por los buenos tiempos.

Lo cierto es que no había pasado mucho tiempo a solas con la hermana de Hudson. Había supuesto que era tan reservada como él, y que ella ocultaba sus verdaderos pensamientos y sentimientos tras un velo de felicidad mientras él los escondía tras unos muros de fría piedra. Quizá me equivocara.

—Mi madre lo superará. O no. Da igual. —Hizo una pausa para terminar de masticar su apio y después frunció el ceño—. Para empezar, no sé por qué se sentía tan apegada a Celia. Lo siento por ella.

—No importa. Tú no eres la responsable del mal gusto de tu madre.

Se rio.

—Lo sé, pero es vergonzoso. Celia es una zorra. —Mira apoyó la espalda en su silla—. Siempre ha sido…, no sé…, falsa. Nunca me he fiado de ella, pero, aun así, no me puedo creer que te haya hecho esto.

Ahora me tocaba a mí encogerme de hombros.

—Ha sido culpa mía. No porque la haya acosado, sino porque no hice caso de las advertencias de que no me relacionara con ella.

—Sé que no la has acosado. —Mira puso los ojos en blanco—. Por favor. ¿Crees que no lo sé? ¿Por qué ibas a hacerlo? Tú no eres para nada así.

Su confianza en mí era sorprendente. Y también absolutamente equivocada. Había supuesto que mi pasado obsesivo ya era algo conocido por toda la familia Pierce. Me alegró saber que no era así.

Pero estaba harta de tanto secreto y amargura con mis problemas.

—Creo que te equivocas. Sí que soy así. Antes solía hacer esa mierda a todas horas. Me refiero a acosar a la gente. Tengo antecedentes.

Mira entrecerró los ojos para estudiarme.

—No me extraña que tú y Hudson seáis tan buenos el uno para el otro.

Mi boca se curvó con una sonrisa ante su inesperado comentario. Esa era exactamente la razón por la que yo había pensado que no era buena para Hudson. Qué interesante que ella tuviera una opinión distinta.

—De todos modos, ya no haces esas cosas, ¿verdad?

—No.

—¿Lo ves? Y a la que yo conozco es a la que eres ahora. Así que no vuelvas a corregirme. —Sonrió mientras cogía otro trozo de queso, esta vez sin apio, gracias a Dios—. Además, yo estaba en aquel baño. No la acosaste lo más mínimo. Se lo he dicho a Hudson, por cierto.

Era la segunda persona que me había defendido ante Hudson. Aunque me alegraba de ese apoyo, deseé no necesitarlo.

Aun así, me moría por saber su reacción.

—¿Te ha creído?

—Por supuesto que sí. —Abrió sus ojos marrones de par en par—. ¿Es eso lo que te pasa? ¿Crees que él no sabe que no hiciste esas cosas? Claro que lo sabe.

—¿Por lo que tú le has contado?

—Sí.

—Eso es lo que creía.

Se sonrojó.

—Es decir, quizá no haya sido por mí. Probablemente te haya creído sin… —Interrumpió la frase—. Mierda. —Se pasó la mano por el pelo corto—. Se lo habría imaginado si no estuvieses evitando sus llamadas.

—Mi teléfono está roto.

—¿Y las veces que ha llamado al club?

—Vale, esas sí las estoy evitando. —Me crucé de brazos y, de repente, me puse a la defensiva—. No es que no quiera hablar con él. Es…, es complicado.

Me mordí el labio por dentro. ¿De verdad era tan complicado? Amaba a Hudson y Hudson…, bueno, yo sabía que me amaba. ¿Era eso suficiente? No había forma de saberlo sin hablar con él.

Y yo había estado evitando eso mismo como si se tratara de la peste.

Lancé un suspiro.

—Hay algo más. He hecho algunas cosas que no debía. Y él ha hecho otras que tampoco debía haber hecho. Hay muchas cosas que arreglar y que hablar y creo que lo que tenemos que decirnos debe ser en persona.

—Pues ve a verle.

—¿A Japón? —pregunté sorprendida.

—¿Por qué no? Lo que dices tiene sentido. Las cosas importantes hay que hablarlas cara a cara. Es más difícil salir huyendo. Sí, deberías ir con él.

El rostro de Mira se transformó con su entusiasmo.

Aunque adorable, su idea era una locura.

—¿No va a volver pronto?

—No parece que vaya a hacerlo. La gente con la que está negociando avanza a paso de tortuga.

—Ah.

Se me cayó el alma a los pies. Si de verdad era domingo, ya habían pasado cinco días desde que Hudson se había ido. No creía que pudiera soportar muchos más.

Pero la alternativa era una locura.

—No puedo irme a Japón. No tengo tanto dinero.

—Yo pagaré los gastos.

—No. No pienso dejar que me pagues el viaje a Japón. En serio.

Mira frunció el ceño y se puso la mano en lo que probablemente había sido su cintura.

—Tengo casi tanto dinero como mi hermano, ¿sabes? Un viaje a Japón es una nimiedad y no estoy fanfarroneando. Solo quiero que te quede claro.

Abrí la boca para seguir protestando.

—Pero, si eso supone un problema de verdad —continuó antes de que tuviese oportunidad de hablar—, cárgalo a la cuenta del Sky Launch. Al dinero de Hudson. Para empezar, él quería que fueras.

No era mala idea del todo. No la mejor, pero tampoco mala.

Pero ¿y si no quería verme allí?

Aunque quizá era por eso por lo que había enviado a su hermana. Miré a Mira con recelo.

—¿Te ha enviado él para que me convenzas de que vaya a Japón?

—¡No! —Parecía horrorizada—. No le concedas a él el mérito de una idea mía.

Pero sí quería concedérselo. Así me daría menos miedo presentarme allí sin previo aviso.

—Piénsatelo —dijo Mira con mirada soñadora—. ¿No sería una sorpresa increíble?

Me imaginé intercambiándonos los papeles, con él apareciendo y sorprendiéndome.

—Sí, podría serlo. —«Más que eso»—. Le echo de menos.

Eso fue lo único que Mira necesitó oír.

—¡Laynie, se está muriendo sin ti! Lo noto en su voz. Está hecho un manojo de nervios. No puede comer, no puede dormir…

—¿Te lo ha dicho él?

—¡Estoy segura!

Me metí un trozo de cheddar en la boca para no reírme.

—¿Te ha dicho alguien alguna vez que eres una romántica empedernida?

—Eso no significa que no lleve razón con respecto a Hudson.

—Puede que no.

Aunque no podía imaginarme al tranquilo y sereno Hudson comportándose como nada parecido a un manojo de nervios.

Mira suspiró. A continuación, sus ojos se iluminaron.

—¿Sabes? Le ha dicho a Celia que quiere que desaparezca para siempre de su vida. —Dijo esto con indiferencia, pero se le notaba que sabía que era una gran noticia.

—¿Qué? —Me costaba escucharme por encima de los latidos de mi corazón—. ¿Lo dices en serio?

Asintió.

—¿Por qué no has empezado por ahí?

—Supongo que debía haberlo hecho.

¡Joder! Eso lo cambiaba todo. Todo.

—¿Qué más? Cuéntame todos los detalles.

—No sé más. No estaba allí. Fue aquí el día que pasó todo. Mi padre me lo ha contado. Me ha dicho que ella estaba hecha polvo.

—¿Y eso fue antes de que él creyera que yo era inocente?

—Sí.

—Entonces, ¿por qué le dijo que no quería volver a verla?

Mira se inclinó hacia mí, al menos todo lo que le permitía la bola redonda de su vientre, y su expresión era alegre.

—Esto es un cotilleo de tercera mano, pero mi padre me ha contado que Hudson le dijo a Celia que estaba claro que ella no era buena para ti y que esperaba que se mantuviera al margen de tu vida de ahora en adelante. Ni llamadas, ni pasarse por el club, ni por el ático, ni acudir a eventos familiares. Completamente fuera de tu vida. —Dio tres golpes en la mesa con el dedo al pronunciar las palabras «completamente», «fuera» y «vida»—. Y dijo que como tu vida es la de él, eso significaba que tampoco él podría estar cerca de ella.

—No me lo puedo creer.

Me había quedado absolutamente fascinada con sus palabras. Desde luego, a esta chica se le daba bien contar chismorreos.

—Pues créetelo. Claro que sí. ¿Por qué lo dudas? Ya te he dicho que él te quiere. Te tiene puesta en un altar. Haría lo que fuera por tenerte a su lado. ¿No te das cuenta?

Movía las manos en el aire mientras hablaba, pero mis ojos permanecían fijos en su cara.

Parpadeé. Varias veces.

—Me ha elegido a mí por encima de Celia. Incluso cuando pensaba que me había vuelto loca otra vez. Eso…, eso es mucho.

—¡Sí! ¡Es mucho! ¡Es muchísimo! —Golpeó la mesa tan fuerte que el cuchillo salió volando hasta el suelo. No le hizo caso y clavó los ojos en mí—. Y ahora ¿qué vas a hacer tú para estar a la altura de eso?

Me puse de pie. Necesitaba dar vueltas por la habitación.

—Vale. —Me pasé las manos por el pelo, pues se me había deshecho la coleta—. Voy a Japón.

Un sonido entre un alarido y un jadeo inundó la habitación. Lo más sorprendente es que venía de mí. ¿De verdad acababa de decir que iría a Japón a darle una sorpresa a Hudson? Dios mío, sí. Y ni siquiera quería retractarme.

Mira dio un brinco con un chillido.

—¡Sí!

—Hoy es domingo, ¿verdad? —En mi mente yo ya estaba haciendo las maletas y elaborando una lista con los preparativos para el viaje—. No puedo irme hasta esta noche. Hay una persona que va a alquilar el club y había quedado en recibirla. Podría irme justo después. Como a las ocho, más o menos.

—Perfecto.

Dejé de dar vueltas.

—Esto te va a parecer ridículo, pero ni siquiera sé cómo viajar fuera del país. Estuve una vez en Canadá. Hasta ahí han llegado mis viajes al extranjero.

—Yo me encargo de todo —dijo Mira riéndose—. ¿Tienes pasaporte?

Asentí.

—Hudson me consiguió uno. Lo dejó en la mesilla. ¿Lo necesitas?

—No, lo necesitas tú. Asegúrate de llevártelo. —Movía los ojos como si estuviese elaborando su propia lista—. ¿Tienes una tarjeta de crédito del Sky Launch?

—Sí.

Fui corriendo, pero corriendo de verdad, hasta el recibidor, donde había dejado mi bolso.

—Aquí la tienes —dije cuando volví y le pasé la American Express que tenía para gastos de trabajo relacionados con el club.

—¡Bien! —Mira me dio un abrazo y lo cierto es que no me molestó—. ¡Esto es muy emocionante! Siempre he querido tener una hermana. Vais a tener unos bebés muy guapos.

—Oye, ve más despacio. —Aquello hizo que el abrazo terminara de pronto—. Nadie ha dicho nada de… —Me llevé las manos a la cara—. Ni siquiera puedo terminar la frase.

—Lo siento. Soy una optimista.

Dejé caer las manos y la señalé con un dedo.

—Guárdate para ti tu optimismo a partir de ahora, ¿vale?

Puso los ojos en blanco.

—Vale. —Pero pestañeaba como si tuviera algo más que decir—. Es decir, no está bien. Tengo que saberlo porque soy muy entrometida. ¿Quieres todo eso? Ya sabes, niños, matrimonio… El paquete completo. —Se mordió un labio—. Con Hudson.

No sabía qué decir. La respuesta era complicada y aquella conversación ya había hecho que me pusiera a sudar.

—Escúchame, Mira. —Aún no sabía lo que iba a decir. Entonces escupí toda la verdad—: Antes lo deseaba tanto que creía que cada tío era ese paquete completo, que cada hombre era el mío. Y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de que creyeran lo mismo de mí. Y cuando digo cualquier cosa lo digo literalmente. Y no cosas muy buenas. —Sentí que un suspiro salía tembloroso mis pulmones—. Así que ahora no me permito pensar en ello, ni siquiera para fantasear durante unos segundos ni para probar a ver qué se siente. Por lo tanto, la respuesta es: no me lo preguntes. No puedo. —La voz se me quebró—. Simplemente no puedo.

Mira ni siquiera pestañeó.

—Entonces no lo haré. Yo fantasearé lo suficiente por vosotros dos.

—Gracias —respondí.

—De nada. —Sonrió. A continuación, me ahuyentó moviendo las manos—. Ahora ve a hacer las maletas. ¡Tenemos que llevarte a Japón!