Cuando salí del ascensor de Industrias Pierce, ni siquiera me detuve a anunciarme ante Trish, la secretaria de Hudson, antes de entrar a toda velocidad en su despacho.
—¡Señorita Withers! —Trish vino detrás de mí.
Hudson estaba sentado tras su elegante escritorio negro con el teléfono sujeto entre la mejilla y el hombro y con los dedos apoyados en el teclado. Primero me miró a mí y después a Trish.
—Espera un momento, Landon —dijo al auricular y pulsó el botón de espera—. Está bien, Patricia.
No esperé a oír cómo se cerraba la puerta después de que Trish saliera.
—Termina tu llamada y ven a verme arriba. —Me dirigí al ascensor de la parte posterior del despacho—. Y, para que lo sepas, vamos a discutir.
El ascensor privado llevaba al loft de Hudson, el apartamento de soltero donde él y yo habíamos mantenido muchos de nuestros primeros encuentros sexuales. No había vuelto allí desde que me había invitado a su ático y, aunque podría haber experimentado una oleada de nostalgia, no me sentía más que traicionada y rabiosa.
En el loft solo tuve tiempo de lanzar el bolso sobre el sofá antes de que el ascensor volviera con Hudson. Entró en el apartamento, me vio caminando de un lado a otro y se sentó en un sillón con la atención puesta por completo en mí.
Yo había pensado cien cosas diferentes que decirle mientras iba de camino a su despacho, pero ahora que lo tenía delante la rabia hacía que la lengua se me trabara.
Pero Hudson estaba tan tranquilo y relajado como siempre.
—Se suponía que él no tenía que decírtelo hasta que volviéramos de Japón.
«Él». Hudson ni siquiera pronunciaba el nombre de David. Al menos no fingía no saber por qué estaba tan cabreada.
Eso no me tranquilizó.
—Por suerte para mí, es un buen amigo. Además, en ningún momento he aceptado ir a Japón.
—Touché.
—¿Qué coño estás haciendo, Hudson?
La rabia me hervía por dentro, amenazando con explotar.
Cruzó una pierna sobre la otra y apoyó un tobillo sobre la rodilla.
—Le he ofrecido a David una oportunidad y él la ha aceptado.
—Acordamos que lo hablaríamos más adelante.
—Acordé que podríamos hablar más adelante sobre el futuro de la dirección del Sky Launch y, desde luego, vamos a hablarlo.
Estaba muy calmado y mantenía el control. Eso no hacía más que aumentar mi rabia.
—¡Eso formaba parte de la conversación!
—Deberías haber sido más precisa. —Ni siquiera pestañeó.
Dios, deseé poder lanzarle algo, cualquier cosa. A cambio, le lancé mis palabras:
—Sabías a qué me refería. Sabías lo que pensaba y has seguido adelante sin hacer caso a nada de lo que yo había dicho. Creía que te preocupabas por mí, pero está claro que no, porque no es así como se trata a una persona con la que tienes una relación.
Puso la pierna en el suelo y se inclinó hacia delante, por fin alterado.
—Sí, sabía lo que pensabas. Y tú sabías lo que pensaba yo. Querías que no lo despidiera y yo quería que se fuera. He pensado que ofrecerle un trabajo en otro sitio, que para que lo sepas es el más importante de todo el país, era una solución intermedia bastante buena.
Había lógica en sus palabras y, desde luego, su oferta había hecho feliz a David. Pero eso no cambiaba el hecho de que Hudson se lo había ofrecido sin que yo lo supiera, a mis espaldas.
—Se supone que las soluciones intermedias deben tomarse entre las dos partes. Tú solo no puedes decidir de forma arbitraria cuál es la solución intermedia.
—Y no lo he hecho, de verdad. —Volvió a apoyar la espalda retomando su postura serena—. Ha sido David cuando ha aceptado el puesto. No tenía ni idea de que lo fuera a aceptar cuando se lo he preguntado y, de no haberlo hecho, habría vuelto a ti para buscar una solución apropiada a nuestro problema.
—¡Deberías haber hablado conmigo antes de ofrecerle el puesto!
—He aprovechado la oportunidad cuando se ha presentado. Tú no estabas allí para consultarlo contigo.
—No te atrevas a fingir que no has ido a ver a David hoy con la intención de hacerle esa oferta. —El ánimo alegre de Hudson esa mañana, su necesidad de comprender mi cambio de actitud de la noche anterior… Estaba tanteando el terreno, ahora lo veía claro—. ¡No me puedo creer que no entiendas que eso no está bien!
Estaba gritando. Deseé no hacerlo, deseé poder mostrar tanto control como él. Desde luego, aquello tenía un efecto intimidatorio. Pero yo no era así. Estaba histérica, como loca y vomitaba toda la agitación que sentía dentro por todo el apartamento.
Hudson se puso de pie y se acercó a mí con una ceja levantada.
—¿Estás enfadada porque supones que quiero que ocupes el puesto de David?
En parte sí, pero era por más cosas. Le di la espalda, pues no sabía qué responder.
—Por supuesto, quiero que lo ocupes y estoy absolutamente seguro de que realizarías un trabajo excelente. Pero, si no quieres, espero que me ayudes a decidir quién va a ocupar su puesto.
Me puso la mano en el cuello. Yo me giré y le aparté la mano de un golpe.
—Joder, Hudson. No quiero que nadie ocupe su puesto. Quiero trabajar con David. David Lindt, eso es todo.
—Le estás defendiendo con la pasión de una amante, Alayna. Estás consiguiendo que me cueste creer que es verdad que no hay nada entre vosotros.
Aquel nuevo insulto fue lo peor. Me dolió tanto que me quedé atontada, incapaz de sentir nada que no fuera más que frío, frío, frío.
—Estás actuando como un manipulador, Hudson. —Mi voz sonó tensa, pero baja y tranquila—. Todo lo que me has hecho y me has dicho hoy es una verdadera maniobra psicológica. Creía que ya no hacías esas cosas. Ni siquiera sé cómo reaccionar. Y probablemente sea eso lo que buscabas, así que… misión cumplida.
Él avanzó un paso hacia mí.
—No es justo que me eches en cara mis conductas del pasado cada vez que no estás de acuerdo con mis actos. Para nada estoy tratando de manipularte para que hagas ni sientas nada. Simplemente me estoy aferrando a mi plan…, a ti, Alayna. Todo lo que he hecho ha sido proteger nuestra relación y nuestro futuro. Eso es todo.
—¿De verdad? Pues el futuro de nuestra relación parece ahora mismo bastante endeble, en mi opinión.
Aquello fue de una absoluta frialdad…, tan fría como yo me sentía en ese momento, pero ni siquiera cuando vi que su rostro se contraía como si hubiese recibido una bofetada quise desdecirme. Solo deseé equivocarme.
Volvió a extender la mano hacia mí, pero yo le esquivé colocando brazos delante como una barrera.
—No te acerques siquiera. Intentas resolver todos nuestros problemas con el sexo y esta vez no va a ser así.
Se pasó las manos por el pelo.
—Yo no intento resolver nuestro problemas con el sexo. Pero sí que reconozco que cuando nos peleamos la conexión física nos vuelve a poner en sintonía el uno con el otro.
—Quieres decir que de esa manera soy más fácil de manejar. —Abrió la boca…, seguramente para protestar, pero seguí hablando antes de que él pudiera decir nada—. Ahora mismo no puedo hablar de esto. Tengo que irme.
Cogí el bolso del sofá y me dirigí a la puerta principal. Él trató de agarrarme cuando pasé a su lado, pero le esquivé.
No volvió a intentarlo.
—Alayna, no dejes esto así.
—Ahora mismo lo último que quiero es oírte decir lo que tengo que hacer.
—Alayna, por favor…
El dolor, la súplica que había en su voz… me destrozaba. Pero necesitaba tiempo.
Me detuve con la mano en el pomo sin mirarle. Si le miraba, temía caer en sus brazos. Necesitaba estar en un lugar donde pudiera pensar con claridad. Y sus brazos no eran ese lugar.
—Estaré luego en el ático. Eso es lo único que puedo decirte. En este momento necesito un poco de espacio.
La bola de su garganta estaba tan rígida que le oí tragar saliva.
—Me parece bien.
Después me fui.
Antes de que las puertas del ascensor se cerraran supe que quería hablar con Celia. Todo aquello me había pillado desprevenida y la conducta de Hudson me había desconcertado tanto que me trastornaba. No tenía la suficiente experiencia con él como para arreglarlo todo. Necesitaba con desesperación que me aconsejaran.
No contestó a la primera llamada, así que colgué y volví a llamar varias veces. Cuando estaba llamando por cuarta vez, mi teléfono vibró.
«¿Recibiste mi mensaje? Voy a estar en el Waldorf esta tarde. Necesito verte».
Maldito Brian. No había respondido a su anterior mensaje. Qué mal me venía tener que tratar con él precisamente ese día.
«Envíame un mensaje cuando estés y me pasaré por allí».
Pulsé el botón de enviar y a continuación traté de nuevo de hablar con Celia. Esta vez respondió enseguida.
—Hola, soy Laynie. ¿Estás ocupada?
—Eh…, un poco. ¿Qué pasa?
—Es que… necesito hablar contigo. —La voz se me quebró.
—¡No! ¿Qué pasa? Parece como si hubieses estado llorando.
No había estado llorando. Estaba llorando en ese momento.
—Preferiría hablar en persona. ¿Puedes quedar?
Las puertas del ascensor se abrieron en el vestíbulo de Industrias Pierce. Maldita sea. Ahora estaba rodeada de gente. Me eché el pelo sobre la cara deseando haber llevado mis gafas de sol y me dirigí rápidamente hacia las puertas de la calle.
—Podría quedar después. Esta tarde, por ejemplo. ¿Te viene bien?
—No lo sé. —No sabía qué iba a hacer en los próximos quince minutos, mucho menos varias horas después—. Espera que piense. Tengo que ver a mi hermano en algún momento de la tarde. Aunque no quiero. No lo sé.
Me estaba repitiendo, estaba desconcertada.
Salí a la calle y caminé hasta que las puertas de cristal se convirtieron en una pared. Me golpeé con los ladrillos.
—La verdad es que no soy capaz de tomar ninguna decisión en este momento.
—Vale, ya entiendo. Estás enfadada. —Celia parecía estar hablando distraída—. ¿Has dicho que tu hermano está en la ciudad? ¿Brian? ¿Se va a quedar con vosotros en el ático?
—Dios mío, no. En el Waldorf. Es el lugar preferido de Brian en todo el mundo.
—Estoy haciendo un diseño para el vestíbulo del gimnasio Fit Nation en la calle Cincuenta y Uno. Hay una cafetería justo al lado. ¿Qué te parece que nos veamos a eso de las dos? También te queda cerca del Waldorf.
Aunque aún faltaban varias horas, me sentí mejor. No estupendamente, pero sí mejor.
—Perfecto. Gracias, Celia.
—De nada.
Miré la hora antes de guardarme el teléfono. Eran las nueve pasadas. Sentía como si hubiese transcurrido todo un día en una corta mañana. No sabía qué iba a hacer en las siguientes horas.
—¿Señorita Withers?
Levanté la vista y vi a Jordan de pie en la acerca con el Maybach.
—El señor Pierce me ha pedido que le pregunte si quiere que la lleve a algún sitio. ¿Quizá a casa o al club?
Así era Hudson. Siempre pendiente de mí, incluso cuando yo no deseaba nada parecido. Lo cierto es que fue un alivio tener allí a Jordan. Estaba tan confundida que no se me había ocurrido enviarle un mensaje para que me llevara.
Dándole las gracias a regañadientes, me subí al asiento de atrás.
—No quiero ir al ático. Supongo que al club.
Pasé el resto de la mañana revolviendo papeles en la oficina y mirando el cursor parpadeante de mi ordenador portátil. Parecía que no podría concentrarme en nada. En el pasado, cuando me sentía estresada e inquieta, recurría a antiguos hábitos y caía en conductas obsesivas. Aquellos comportamientos me calmaban y me relajaban por su naturaleza compulsiva. Pero, en lugar de necesitar actuar, deseaba encerrarme, encogerme en un ovillo y dormir hasta no sentir nada.
Joder, estaba hecha polvo. Todavía. Me había sentido curada con Hudson, pero aún no sabía cómo controlar las emociones. No sabía qué hacían las personas normales cuando estaban dolidas. Me arrepentí de haberme perdido la sesión de terapia de grupo del día anterior. La necesitaba ahora.
O al menos necesitaba a Lauren, mi monitora preferida de las terapias.
Por las noches, Lauren dirigía de forma voluntaria reuniones de Adictos Anónimos y de otros grupos en una iglesia unitaria que estaba cerca. Yo había sido una asidua fiel durante años y hacía poco había pasado a participar solo de vez en cuando. Pero no había conocido a Lauren en Adictos Anónimos. La primera vez que la vi fue en el Centro de Adicciones de Stanton, un centro de rehabilitación donde ella trabajaba como terapeuta. Yo había sido paciente suya durante un corto espacio de tiempo después de incumplir la orden de alejamiento de Paul. Brian, como buen abogado que era, había conseguido negociar que asistiera a ese centro en lugar de tener que ir a la cárcel.
Eran las doce menos cuarto. Si me daba prisa, quizá podría encontrarla en su descanso para almorzar.
Le envié un mensaje a Jordan y en veinte minutos conseguí llegar al centro.
Tomaron mis datos en la recepción y me dieron un pase para la zona de personal. Después de comprobar que el despacho de Lauren estaba vacío, fui al comedor de los empleados y la encontré con un grupo de celadores que se reían junto a la máquina de refrescos.
—Hola, pequeña. —Se separó de sus amigos cuando me vio para darme un abrazo—. Sentí no verte ayer con el grupo.
Sonreí nerviosa, deseando quedarme a solas con ella.
—Lo siento. Me surgió un asunto.
—El hecho de que hayas venido a buscarme aquí me hace pensar que no se trataba de un asunto bueno.
—En parte sí lo fue. Muy bueno. Y en parte, definitivamente nada bueno. —Eché un vistazo a una mesa vacía en la parte posterior de la sala—. ¿Tienes tiempo para hablar?
Levantó en el aire la bolsa de papel marrón que tenía en la mano.
—Siempre que no te importe verme masticar mientras hablas.
—Mastica lo que quieras.
No hablé hasta que estuvimos sentadas a la mesa. A continuación, le conté a Lauren los momentos más destacados de la semana anterior: el cambio en mi relación con Hudson, la mudanza al ático, volver a ver a Paul, los secretos que me había guardado y, por fin, lo que Hudson había hecho en relación a David. Fui rápida, pues sabía que Lauren solo tenía una hora para almorzar. Cuando hube terminado, me sentí exhausta, como si hubiese estado vomitando durante los últimos treinta y cinco minutos.
Lauren cogió una servilleta de papel para limpiarse la boca. Ya hacía rato que había terminado de comer.
—Pues ha sido una semana llena de acontecimientos. ¿Qué has aprendido al contarlo todo en voz alta?
Aquella era una de sus técnicas de terapia preferidas: convertir una sesión de desahogo en una oportunidad única para examinarse uno mismo.
—No lo sé. —Había perdido la práctica con esas cosas. Respiré hondo y me quedé pensando un momento—. Reconozco mi culpabilidad por haber traicionado a Hudson. Yo he sido la primera en tener secretos con él.
Costaba admitirlo, pero era fundamental. ¿Cómo podía esperar que él pensara que ser sincero y franco era para mí algo indispensable?
—Muy bien. ¿Qué más?
Dios, ¿es que eso no era suficiente? Busqué más cosas.
—Me he dado cuenta de que no sé cómo controlar mis emociones. Antes solía engancharme y obsesionarme cuando me sentía mal. ¿Qué se supone que debo hacer en lugar de eso?
—Exactamente lo que estás haciendo. Enfrentarte a ello de una forma constructiva. —Lauren se echó hacia delante y juntó las manos sobre la mesa delante de ella—. Escúchame, cariño, estar sana no significa que dejes de sentir cosas. Siempre las sentirás, buenas y malas, dependiendo del día y dependiendo del momento. Eso se llama vida. Estar sano es hablar de tus emociones, escribirlas, darte cuenta de que no tienes que hacer nada para cambiarlas. A veces, simplemente hay que vivir con ellas.
—Pues vaya mierda.
—¿Verdad que sí? —Volvió a apoyarse en el respaldo de la silla—. Hay otra cosa que quiero dejar clara y que no sé si estás viendo.
Lauren solía evitar señalar problemas que sus pacientes no habían identificado. Creía que si alguien no podía ver aún el bosque era porque no estaba preparado para enfrentarse a ello. Si iba a hablarme de eso, es que era algo fundamental. Retorcí las manos en mi regazo.
—¿Qué es?
—Hudson. No le conozco personalmente, pero su comportamiento me resulta familiar.
Por un instante, me pregunté si lo habría conocido en algún periodo de su terapia. Yo casi no sabía nada de sus programas de terapia. Supuse que era posible.
Pero después me di cuenta de lo que quería decir Lauren. Sentí cómo la sangre me subía a la cara.
—Quieres decir que te parece igual que yo. Como yo era en el pasado.
—Celoso, manipulador, mentiroso —enumeró extendiendo un dedo por cada uno de aquellos terribles adjetivos.
Al oír aquellas palabras en sus labios, sentí que el estómago se me ponía en tensión.
—No es así en realidad. Estás haciendo que suene peor de lo que es.
No estaba bien reducir a Hudson a ese comportamiento tan canalla. Él era mucho más que eso.
—No estoy haciendo que suene a nada. Son atributos que tú utilizaste para describirte a ti misma durante la terapia. —Lauren ladeó la cabeza—. ¿Por qué crees que eras así?
Una oleada de recuerdos me envolvió, cosas que prefería no recordar sobre mí misma, emociones que había sentido, causas de mis comportamientos. Siempre había odiado zambullirme en los recuerdos para aprender algo. Me hacía sentir náuseas y mareos.
Cerré los ojos para concentrarme.
—Porque sentía que nadie me amaba. Porque estaba desesperada por conseguir al hombre que quería. Porque no creía que hubiese otro modo de llamar la atención.
—¿Crees que pueden ser las mismas razones por las que Hudson ha actuado así?
Abrí los ojos. Las palabras que él me había dicho antes se repitieron en mi cabeza: «Simplemente me estoy aferrando a mi plan…, a ti, Alayna. Todo lo que he hecho ha sido proteger nuestra relación y nuestro futuro».
No tenía ninguna duda de que había hablado sinceramente, que creía que estaba haciendo lo mejor para nosotros. No había sido la mejor forma de actuar, pero su intención era buena. Conmovedora, de hecho. ¿Era esa una excusa suficientemente buena para actuar así?
Lauren me leyó el pensamiento.
—Mira, yo no justifico su comportamiento. Ni el tuyo. Parece como si los dos tuvierais mucho trabajo que hacer antes de saber cómo funcionar juntos. Simplemente te estoy dando cierta perspectiva. Parece que habéis podido conectar el uno con el otro porque los dos venís de lugares similares. Quizá deberías hacer uso de esa experiencia para comprender de dónde viene él. Al menos es un comienzo.
Arrugué los labios.
—Entonces, ¿qué? ¿Simplemente le perdono?
—No. También puedes alejarte.
Lo dijo con toda la facilidad, como si ese propósito no fuera para tanto.
«Dejar a Hudson». Ni siquiera podía contemplar esa idea. Me destrozaría.
Lauren se quedó mirándome.
—Probablemente deberías separarte. Pero veo que no es algo que esté en tus planes.
—No. No quiero dejarle. Y me aterroriza pensar que ahora mismo él pueda creer que estoy haciendo exactamente eso.
Sonrió.
—Entonces vas a tener que perdonarle. Pero no tiene por qué ser de un modo incondicional. Dile que le entiendes. Agradécele sus buenas intenciones. Después explícale lo que pasará si vuelve a hacer algo parecido.
—Eso no suena demasiado mal.
Lo cierto es que me parecía maravilloso comparado con perderlo del todo.
—Pero sé consciente de que tendrás que ser coherente con lo que digas. Si dices que le dejarás si vuelve a hacerlo, tendrás que dejarle.
—No quiero pensar en eso.
Me guiñó un ojo.
—Estoy segura de que no quieres. Además, él puede ponerte condiciones. Si descubre que te estás guardando más secretos, por ejemplo. En ese caso podría dejarte.
—Supongo que será mejor sincerarme del todo con él antes de que ponga ninguna condición.
Tenía que contarle que me había visto con Celia a sus espaldas. Sinceramente, ese era el menor de los secretos que me había guardado y tenía pocas dudas de que me perdonaría por ello. Aun así, tenía que aclararlo todo.
Lauren levantó una ceja.
—¿Hay más cosas que no le hayas contado?
—Lo sé, lo sé. No me mires así. —Puse los ojos en blanco, consciente de lo mala que parecía mi situación—. Crees que los dos estamos bien jodidos, ¿no?
—No. No es para tanto. Quizá algo jodidos.
Me reí y ella se rio conmigo. Vaya, qué buena sensación: reír y tranquilizarme. Tenía que encontrar el modo de hacerlo más a menudo.
Lauren se puso de pie y supe que había llegado la hora de irme. La abracé y le di las gracias. Le prometí que iría a la reunión del grupo del siguiente lunes. A continuación me marché.
Tras mi charla con Lauren ya no sentía la necesidad de hablar con Celia. Traté de llamarla para anular nuestra cita, pero, a pesar de intentarlo varias veces, no respondió. No pasaba nada. Utilizaría nuestra cita en la cafetería para decirle que iba a sincerarme con Hudson. Así la pondría sobre aviso.
Llegué a la cafetería diez minutos antes, pero media hora después Celia no había aparecido. La llamé varias veces, le envié mensajes, pero no respondió. Esperé otros treinta minutos y luego decidí pasarme por el Fit Nation. Me había dicho que estaba trabajando allí. Quizá estaba liada.
Una vez dentro, fui directamente a la recepción.
—Hola. Estoy buscando a Celia Werner. Se supone que está haciendo un trabajo de diseño aquí. ¿La ha visto?
El hombre que me recibió era más o menos de mi edad y tenía la constitución de un levantador de pesas.
—Conozco a Celia. —Sus ojos se iluminaron como si estuviese algo enamorado de ella. En fin, era todo un bombón. Era probable que todos los hombres reaccionaran así ante ella—. Pero no ha venido en todo el día.
—¿Estás seguro?
Me había dicho claramente que estaría trabajando allí.
—Sí.
—Ah.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Teniendo en cuenta lo poco que conocía a Celia, no tenía motivo alguno para llegar a ninguna conclusión preocupante. Quizá fuera algo que hiciera a menudo: faltar a sus trabajos y dejar plantada a la gente con la que había quedado. Tal vez le había surgido algo. No sabía nada de su vida personal. Pero había algo en aquella situación que me inquietaba. Algo que no lograba identificar.
Dejé mi número en recepción por si se pasaba más tarde. Después decidí olvidarme de Celia y me preparé para enfrentarme a mi tormenta.
Cuando Jordan me recogió, esta vez estaba preparada.
—Llévame al Bowery.
Eran casi las tres. Podría encargar a alguien que le diera mi llave a Brian cuando me enviara su mensaje. Tenía suficiente tiempo para hacer las maletas para ir a Japón y ordenar mis pensamientos antes de que Hudson volviera a casa. Después hablaríamos, con sinceridad, diciendo toda la verdad. Si él reaccionaba mal, yo aún podía renunciar al viaje. Sin embargo, Hudson tenía que saber que yo también me había comprometido con aquella relación. Tenía que saber que estaba totalmente inmersa en ella.
Pero cuando llegué al ático no estaba vacío, que era lo que me esperaba. Oí una acalorada conversación cuando entré en el vestíbulo. Sentí que el estómago se me retorcía cuando reconocí aquellas voces. Era Hudson. Y Celia.