Capítulo diecisiete

Hudson ya estaba vestido y se movía afanosamente cuando me desperté a la mañana siguiente. Lo observé con un ojo cerrado y, a continuación, miré mi reloj. Ni siquiera eran las seis.

O bien vio que me despertaba o estaba tan en sintonía conmigo que se dio cuenta por mi respiración de que ya no estaba dormida.

—¿Quieres compartir o prefieres tu propia maleta?

Bostecé, con la mente aún nublada.

—Eh… ¿Maleta para qué?

—Para ir a Japón.

Me froté los ojos para despertarme.

—¿Japón? ¿Por qué voy a ir a Japón?

—Porque voy a hacer esa oferta para Plexis y quiero que vengas conmigo.

Me incorporé porque me di cuenta de que debía prestar más atención a aquella conversación. Hudson estaba metiendo sus productos de baño en una maleta colocada sobre un portaequipajes plegable. Un bolso de viaje para trajes estaba ya preparado y colgaba de la puerta del dormitorio.

—¿Exactamente cuándo va a pasar eso?

Hudson dejó de preparar la maleta y puso su sonrisa de infarto, la más salvaje que tenía, de la que rara vez hacía uso y que siempre conseguía que me revolotearan mariposas en el vientre. Claramente, se encontraba de buen humor.

—El avión está listo para salir a última hora de la noche. Es un vuelo largo. Podremos dormir. O también podemos no dormir. —En sus ojos apareció un resplandor de malicia—. Será más fácil adaptarse a la diferencia horaria si permanecemos despiertos durante todo el vuelo. —Su mirada se detuvo en mis pechos desnudos—. Estoy seguro de que se nos ocurrirá algo en lo que ocupar el tiempo.

Con el ceño fruncido, me aparté la sábana de las piernas, me levanté y me dirigí al baño.

—No puedo ir a Japón esta noche.

—¿Por qué no?

—Porque tengo trabajo —respondí mirando hacia atrás.

Al pensar en el trabajo, recordé, de repente, toda la noche anterior: Paul y David, y Hudson pidiéndome que dirigiera el club. Después, la espectacular forma de hacer el amor. No estaba segura de en qué situación dejaba eso todo lo demás.

—¿Qué pasa con el trabajo?

«¿De qué estábamos hablando? Ah, sí. Japón».

—Tengo trabajo. ¿Sabes lo que es? Eso que tú haces cuando vas a un sitio y ganas montones de dinero. Incluso los que no ganamos montones de dinero sí que hacemos la parte de trabajar. De hecho, es aún más necesario para nosotros.

—Cualquier cosa que necesites puedo dártela yo. Tengo la intención de hacerlo.

Yo había dejado la puerta abierta mientras hacía pis, así que podía seguir escuchándole con claridad. Me resultaba agradable tener ese tipo de confianza con un hombre, pero no estaba tan segura de eso que decía que quería darme.

—Oye, acabamos de empezar a vivir juntos. ¿Podemos dar un paso atrás y seguir hablando del asunto que nos traíamos entre manos?

—Está bien. Pero esa conversación terminará teniendo lugar. Pronto.

Sentí que el estómago se me retorcía tanto por el pánico como por la perspectiva. Maldita sea, ¿qué me estaba haciendo ese hombre?

—Tú te organizas tus propios horarios.

Su voz sonaba cerca. Levanté los ojos y le vi apoyado en la puerta.

Arrugué el ceño, aún pensando en lo último que había dicho. La verdad es que necesitaba café antes de entrar en esas conversaciones tan liosas.

—El hecho de que me organice mis propios horarios no quiere decir que pueda irme de viaje de repente.

—Claro que puedes. Yo soy el dueño del club.

—Es curioso cómo finges no serlo hasta que te conviene recordármelo.

Sonrió, pero no protestó.

—Y no creas que hemos terminado nuestra conversación sobre la dirección del club.

Me limpié, tiré de la cadena, me lavé las manos y le lancé gotas de agua al empujarle para volver a entrar en el dormitorio.

Él me siguió mientras me dirigía al vestidor.

—No lo he pensado ni por un momento. Pero ahora mismo estamos hablando de Japón.

—Tengo prevista una reunión con Aaron Trent mañana. No puedo faltar.

—Aplázala. Él sacará tiempo para ti.

—Eso es de muy mal gusto. —Saqué un par de prendas de ropa interior de algodón normal. No me había duchado todavía y no quería desperdiciar las buenas—. Él piensa que ya la aplacé una vez.

—¿Por qué? Creía que había sido él quien la había cancelado.

—Es una larga historia. —Los ojos de Hudson seguían fijos en mí mientras me ponía un sujetador deportivo—. Y me estás distrayendo de lo que quiero decir.

—Creía que eras tú la que me estaba distrayendo a mí.

—Ya me las he tapado, maniaco sexual. Seguro que ahora puedes mirarme a los ojos.

Se rio. Sí, definitivamente estaba de buen humor.

—Dile a Trent que ha surgido algo y cambia la fecha de la reunión. —Me pasó unos pantalones cortos de deporte—. Lo comprenderá. Yo le obligaré a que lo comprenda si es necesario.

—Ya sabes que quiero ocuparme de él por mí misma.

Me puse los pantalones y encontré una camiseta que iba a juego. Cogí unos calcetines y me di la vuelta hacia él. Me estaba mirando fijamente. No mi cuerpo, sino mi cara, esperando a que continuara. Solté un suspiro. Estaba hablando en serio del viaje. Y yo no. Lo pensé bien durante unos quince segundos.

La idea seguía pareciéndome absurda.

—No se trata solo de él, Hudson. Hay otras cosas en las que estoy trabajando. Y ni siquiera tengo pasaporte.

—Eso ya lo he arreglado.

—Ni siquiera quiero saber cómo lo has hecho.

Volví a empujarle para pasar y me dirigí a la cama. Me senté en el borde para ponerme los calcetines.

Hudson apareció desde el vestidor con unas zapatillas de deporte.

—Gracias.

Siempre era muy considerado, pero sabía que su conducta solícita de esa mañana tenía una motivación. Se me ocurrió que podía rendirme sin más. Pero también podía ser testaruda.

Continué justo donde lo había dejado con una nueva excusa.

—Además, mi hermano va a venir esta semana desde Boston. Tengo que darle la llave de mi apartamento y dejar que me atosigue por algún motivo.

Hudson se agachó para ponerme la zapatilla izquierda mientras yo me ocupaba de la otra.

—Puedo encargarle a alguien que vaya a verlo, ya lo sabes. No tienes por qué ir tú.

Aquello sí que parecía un buen plan, aunque no fuera a Japón. «¿Aunque no vaya a Japón?». Vaya, ya había conseguido que me lo planteara.

Negué con la cabeza.

—Desde luego, tienes una solución para cada excusa que ponga, ¿no?

—Eso te lo puedo asegurar. Así que ¿por qué sigues poniéndolas?

—Porque tengo una vida en la que hay más cosas aparte de ti.

—Odio esa idea.

Levanté los ojos de los cordones de mi zapatilla y le vi haciendo un mohín.

—No te comportes como un niño.

—Quiero que vengas conmigo. Utilizaré cualquier táctica que se me ocurra para conseguirlo.

Extendió una mano para ayudarme a levantarme. Yo la agarré y, al instante, me atrajo para envolverme en sus brazos.

Sí, aquello me gustaba. ¿Cómo había estado todo ese tiempo desde que me había despertado sin tocarle? Hudson se había convertido en algo necesario en mi vida, en mi rutina. ¿Acaso era posible pasar un tiempo alejada de él? ¿Y de cuánto tiempo estábamos hablando?

Siempre en sintonía conmigo, contestó directamente a mis pensamientos no pronunciados en voz alta frotando su mejilla contra la mía.

—Quizá pase fuera varios días. No puedo soportar estar lejos de ti tanto tiempo. Me mata pensar que tú puedas.

Esa era la clase de palabras que siempre había soñado que me dijeran. Yo era la empalagosa. Yo era la que se encariñaba demasiado. ¿Qué era lo que tenía Hudson que mantenía a raya mis obsesiones? ¿Significaba eso que no tenía hacia él unos sentimientos tan profundos como yo creía? ¿Que no le amaba de verdad?

No. Sí que le amaba. No me cabía la menor duda. Era el hecho de estar segura de sus sentimientos hacia mí, solo Dios sabía por qué, lo que hacía que fuera capaz de mantener la sensatez.

Pero también comprendía aquella mirada suya, aquel anhelo de estar con alguien que no necesariamente te correspondía. Me habían rechazado y desechado muchas veces. Dolía.

Aunque Hudson se iba tan solo a un viaje corto y no para siempre, entendía su necesidad y no podía soportar la idea de hacerle sentirse tan triste.

Pero tampoco podía imaginarme dejándolo todo en suspenso y tomar un vuelo a Japón a la primera de cambio.

—Yo tampoco quiero estar lejos de ti, Hudson. Yo… ¿Puedo pensármelo?

Me mordí el labio inferior mientras esperaba su respuesta con la esperanza de no haberle decepcionado demasiado con mis dudas.

Apretó su frente contra la mía.

—Supongo que sí.

Bien. Se lo había tomado mejor de lo que me esperaba.

—¿Cuándo necesitas mi respuesta?

—En cualquier momento antes de que el avión deje la pista. Sobre las diez.

—Vale. Me lo pensaré y te lo diré esta tarde. ¿Te parece bien?

—Sí. —Colocó las manos detrás de mis pantalones de deporte y me atrajo hacia él—. Sabes que cada vez que me dices que necesitas pensarte algo al final terminas haciendo lo que yo quiero. ¿Cuándo vas a aprender a decir que sí sin más?

Me reí.

—Hoy no.

—Merecía la pena intentarlo.

Nos quedamos abrazados en silencio durante unos largos segundos. Él estaba fuera de sí en el buen sentido, con un estado de ánimo juguetón y tranquilo y su tacto era suave y tierno. Parecía que cualquier situación de crisis que compartíamos fuese seguida por un reencuentro que nos unía más de lo que lo estábamos antes. La noche anterior había sido una de las peores. Pero esto, como la forma de hacer el amor que siguió a la pelea, era estar de lo más unidos.

Al pensar en ello sentí en el pecho calidez.

—Gracias por lo de anoche. Fue hermoso.

—Sí que lo fue. —Dibujó círculos alrededor de mi nariz con la suya—. Mucho.

Me pareció que quería decir algo más, pero no lo hizo. En lugar de eso, me besó con dulzura.

Cuando terminó, se apartó a regañadientes.

—Ya es suficiente. —Me dio un pequeño azote en el culo, como si fuera yo quien había empezado el abrazo. Después se fijó en mi ropa como si la viera por primera vez—. Supongo que no vas a ir directa al club.

Me recogí el pelo en una coleta y me puse alrededor de ella una goma que cogí de la mesilla de noche.

—He pensado en ir primero a correr. A correr de verdad, al aire libre. Antes de que haga demasiado calor.

—Buena idea. —Se miró en el espejo y se enderezó la corbata—. Yo tengo una reunión a primera hora.

—Me lo imaginaba. Normalmente no te vistes tan temprano.

Tenía que ponerse aún la chaqueta y lucía un aspecto de lo más delicioso con su ajustada camisa de vestir de color burdeos y su fina corbata negra. Puede que hasta llegara a lamerme los labios.

—Créeme, preciosa. Si no tuviera otros planes, no te quepa duda de que no estaría vestido. —Como siempre hacía, me recorrió el cuerpo con la mirada, haciendo que la piel me empezara a arder—. Y tú no necesitarías salir a correr para hacer ejercicio.

—Estás muy seguro de que me llevarías a la cama, ¿no?

—¿No? —preguntó levantando una ceja.

—Sí.

Siempre lo conseguiría. Siempre lo conseguía. Por suerte, cuando Hudson me quería llevar a la cama, yo también quería, así que merecía la pena dejarle ganar.

Hudson se puso su chaqueta y salimos juntos del dormitorio. Yo cogí la llave del ático de mi bolso y me la metí en la copa de mi sujetador.

Su boca se curvó con una media sonrisa.

—¿Te lo guardas todo ahí?

Contesté encogiendo un hombro.

—Para que lo sepas, es muy práctico. Deberían hacer sujetadores con bolsillos. Te aseguro que se venderían.

—Ese podría ser nuestro próximo negocio juntos.

Puse los ojos en blanco. Hudson era mucho más ambicioso que yo. Probablemente ese era en parte el motivo por el que él era un multimillonario y yo sobrevivía con mi sueldo.

—Estoy lista. ¿Y tú?

Levantó una ceja.

—Para irnos, pervertido.

—No, tengo que contestar primero unos correos electrónicos. Adelántate tú. —Se giró para dirigirse a la biblioteca y, a continuación, cambió de idea y volvió a darse la vuelta hacia mí—. Espera.

Extendió la mano para cogerme la mía y tiró de mí para darme otro beso, este más profundo, pero más tierno que sexual. Fui yo la que se separó primero y solo porque sabía que si no lo hacía me quedaría pegada a él. Él insistió en darme otro pico.

—¿Qué? —preguntó cuando por fin me soltó.

—Estás muy…, no sé…, muy dulce esta mañana. ¿Qué te pasa?

—Supongo que simplemente soy feliz.

—Me alegro. Me alegro de verdad. —Pulsé el botón del ascensor y, después, tuve una terrible idea. ¿Y si con su comportamiento inusual tenía la intención de hacer que me olvidara del problema con David?—. Oye, lo decía de verdad cuando te comenté que no habíamos terminado la conversación sobre lo de dirigir el Sky Launch.

—Eres una arpía insistente, ¿no? Tendremos mucho tiempo para hablar durante nuestro vuelo a Japón.

Fruncí el ceño.

—¿Quién está siendo ahora el insistente? —Entré en el ascensor—. Hablamos luego. De todo.

La puerta se estaba cerrando cuando su mano la detuvo.

—Alayna.

Pulsé el botón de apertura de la puerta y le miré inquisitiva. Él siguió apoyado en la puerta del ascensor con el entrecejo fruncido.

—¿Por qué… te acercaste a mí anoche?

Su frase era vacilante y sospeché que estaba tratando de pasar de puntillas por las palabras que yo había utilizado. Parecía estar evitando la palabra «amor» con bastante precisión. Lo podía notar.

En cualquier caso, él quería saber qué era lo que había provocado mi necesidad de él la noche anterior. Tenía sentido. Debió de resultar raro que tras haber estado tan enfadada me mostrara tan ansiosa de cariño.

—Es un poco difícil de explicar.

—Inténtalo, por favor.

Apreté los labios y me pregunté si podría expresar con palabras la extraña epifanía que había experimentado.

—Estaba abriendo las cajas y no sé por qué no me había dado cuenta antes, pero vi que los libros que habías comprado, y las películas, eran para mí.

Frunció el ceño aún más.

—Ya te dije que eran tuyos. Sabes que yo prefiero leer en mi Kindle.

—No. Quiero decir que eran los libros que yo quería leer. Que habías pensado muy bien qué era lo que yo quería. Me hizo sentirme bien. Hizo que me sintiera amada. Hizo que sintiera que me amabas.

—Ah. —Se aclaró la garganta y juro que sus mejillas parecieron sonrojarse—. Bueno, sí. Vale.

Se apartó de la puerta, tropezó, recuperó el equilibrio y siguió andando.

—¡Vaya! No tenía ni idea de que contaba con el poder de ponerte nervioso.

Su sonrisa regresó, aunque su rostro parecía aún sonrojado.

—No te acostumbres a ello.

Mi sonrisa continuó durante todo el trayecto hasta el vestíbulo del edificio.

Hacía tiempo que había desaparecido mi sonrisa cuando regresé al ático vacío.

En lugar de conseguir calmarme y ponerme en un estado meditativo, el ejercicio no hizo más que confundirme. Había muchas cosas que poner en orden, muchas emociones en conflicto que vadear. Hudson se había tomado el asunto de Paul bastante bien e iba a arreglarlo por mí. Merecía que yo le diera algo a cambio. ¿En qué podía transigir yo en lo referente a David? No quería que se fuera ni quería dirigir el Sky Launch. Si iba a Japón, ¿le demostraría con eso hasta dónde llegaba mi amor y mi gratitud? Para mí sería un verdadero sacrificio. La verdad es que quería quedarme en la ciudad, preparar un proyecto publicitario con Aaron Trent y empezar de nuevo con otro organizador de eventos.

Después de ducharme y vestirme, no había llegado aún a ninguna conclusión. Más tarde, cuando Jordan me dejó en el club poco después de las ocho, recibí un mensaje de Brian.

«Voy a Nueva York. Estaré en el Waldorf. ¿A qué hora podemos vernos?».

—¿Qué te pasa?

Di un brinco al oír la pregunta de David. Me imaginaba que seguiría en el club, pues la alarma no estaba puesta cuando entré, pero no me esperaba que estuviera en lo alto de la rampa de entrada.

Respiré hondo y traté de sacudirme la mayor parte del peso que llevaba sobre los hombros.

—Nada. Solo estoy agobiada por… cosas.

Extendió la mano para coger mi bolso del ordenador con expresión inquisitiva.

Le di el ordenador y pensé que quería contárselo, pues estaba claro que lo de «cosas» no iba a servir. ¡Qué diablos! Quizá hablar de ello me ayudaría a ponerlo todo en perspectiva.

—He dejado mi apartamento este fin de semana —dije mientras me dirigía hacia la oficina—. Y mi hermano quiere verme para que le dé la llave. Pero no nos hablamos desde que empecé a salir con Hudson.

—Ajá.

Sus hombros se pusieron rígidos y el rostro se le retorció por… ¿por qué? ¿Por celos?

Vale, puede que le gustara a David más de lo que creía. Era mucho más fácil adivinar lo que pensaba él que con Hudson. ¿Cómo no me había dado cuenta de lo profundo de su cariño?

Abrió la puerta del pasillo de atrás para que yo entrara.

—Entonces, ¿te has ido a vivir con Pierce?

Pasé a su lado y empecé a subir las escaleras.

—Sí. —En fin, mejor que supiera la verdad. Tendría que aceptar mi relación con Hudson si albergaba esperanzas de ayudarle a conservar su trabajo—. Lo sé, ha sido muy rápido.

—No era eso lo que estaba pensando.

—¿Qué estabas pensando?

—Que yo debería haber sido más rápido.

Sus palabras hicieron que me detuviera en seco. Me di la vuelta para ver si hablaba en serio.

Hablaba en serio. Me estaba mirando como lo hacía Hudson. Yo nunca había reconocido aquella intensidad porque carecía por completo de la electricidad y el ardor que siempre contenía la mirada de Hudson.

Me quedé pálida.

David se aclaró la garganta.

—Lo siento. Ha sido una impertinencia. —Pasó a mi lado y continuó caminando hacia el despacho—. De todos modos, enhorabuena. Me alegro por ti.

Reanudé la marcha detrás de él.

—Yo también me alegro por mí.

Mi voz había perdido su anterior entusiasmo, impactada aún por la declaración de David. Quizá no pudiéramos trabajar juntos.

No soportaba pensar en ello.

—Y estoy estresada —dije cambiando de tema—. Hudson quiere que me vaya a Japón con él esta noche.

David sacó sus llaves y abrió la puerta del despacho. La habitación estaba a oscuras y los ordenadores apagados. Debía de estar saliendo cuando me vio en la entrada.

—¿Y qué haces aquí todavía?

Normalmente los encargados de cerrar salían a las seis y media como muy tarde.

Se encogió de hombros.

—Te estaba esperando. Sí, Hudson me ha contado lo de Japón.

Encendí la luz del despacho.

—¿Qué? ¿Cuándo?

Yo me acababa de enterar de lo de Japón esa misma mañana. Ni siquiera quise hacer caso de la primera parte de lo que me había dicho.

—Hace una hora más o menos. Quería asegurarse de que estaríamos cubiertos sin ti.

¿Hudson había hablado ya con David esa mañana? El día se estaba poniendo cada vez más interesante.

—Aún no le he dicho que sí.

—Pero vas a hacerlo.

No se molestó en ocultar el dolor que había en su voz.

Me dejé caer en el sofá y me rasqué la frente.

—¿Es esa la única razón por la que te ha llamado Hudson?

David se sentó en la parte delantera de su mesa.

—La verdad es que no me ha llamado. Se ha pasado por aquí.

—¿Para decirte que me va a llevar a Japón?

Hudson había dicho que tenía una reunión a primera hora. ¿Por qué no había mencionado que era con David? ¿O es que su encuentro con David había sido una casualidad?

—No, para hablar de otras cosas.

El miedo se me metió en las venas.

—Ah, ¿sí? ¿Qué cosas?

Fingí mirarme las uñas, optando por una conducta distante cuando lo que sentía era todo lo contrario. Lo cual era una estupidez, pues era imposible que Hudson hubiese hablado con él cuando me había prometido que antes podríamos seguir discutiendo el tema. Además, David no continuaría allí si le hubiese despedido.

Aun así, no pude evitar la ansiedad esperando la respuesta de David.

Se encogió de hombros y me pareció una demostración de calma igual que la que yo estaba adoptando.

—Ha dicho que iba a traspasar el acuerdo con Party Planners a Industrias Pierce. Tiene algo que ver con un conflicto de intereses.

El nudo de mi estómago se deshizo, al menos ligeramente. Claro. Hudson tenía que ocuparse de Paul.

—Se ha llevado todas las copias del contrato. —David me miró esperando mi reacción—. Pero ha dicho que tú ya lo sabías.

—Sí.

Vaya si lo sabía.

—Siento que hayas perdido ese contrato.

Noté que David me estaba poniendo a prueba, asegurándose de que Hudson no estaba metiendo las narices en el negocio simplemente porque podía. Lo cierto es que me pareció un bonito detalle.

Pero también completamente innecesario.

—Bah, no pasa nada. Cuantas más cosas he sabido de esa empresa, más me he ido dando cuenta de que al final no era lo que más nos convenía.

Los hombros de David deberían haberse relajado, si es que estaba interpretando bien sus movimientos, pero no fue así.

—¿Y eso es todo lo que Hudson y tú habéis hablado? —Estudié su expresión atentamente—. Hay algo más. Puedo verlo en tu cara. —La bola de temor regresó.

David se acercó al sofá y se sentó en el brazo, mirándome, con un pie sobre un cojín.

—Bueno, se supone que no debo decirte esto hasta que vuelvas de Japón, pero no me parece bien tener secretos contigo. Además, estoy muy emocionado y tengo que contárselo a alguien.

—¿Qué pasa?

Mi voz era apenas un susurro y las manos se me pusieron blancas de tanto retorcerlas en mi regazo.

—Me ha ofrecido un ascenso. —Los ojos le brillaban y su excitación era evidente—. Director general de Adora, su club de Atlantic City.

La visión se me nubló durante medio segundo y tuve que apoyarme en el respaldo del sofá para mantener el equilibrio.

—¿Qué le has contestado?

Era imposible que no viera que estaba temblando y que no lo notara en mi voz.

—Le he dicho que por supuesto, Alayna. Ese sitio es mundialmente conocido.

O puede que fuera ajeno a mi desolación. Y yo estaba de lo más desolada. No solo porque la idea de perder a David me parecía horrible, sino por lo que Hudson había hecho, cuando me había dicho expresamente que aún no había decidido nada. Me dieron ganas de vomitar.

Me concentré en el problema más inmediato: convencer a David de que se quedara.

—Pero aquí no hemos hecho más que empezar. El Sky Launch podría convertirse en el nuevo Adora. Contigo y conmigo…

—Estoy seguro de que va a ser el nuevo Adora. Incluso más grande, con el dinero de Pierce y con tus ideas. Pero yo no soy de los que crean proyectos. Yo soy de los que dirigen lo que otros han creado. Adora es el mejor ascenso en mi carrera que jamás me habría esperado. —Me miró avergonzado—. Se supone que empiezo dentro de dos semanas.

—Eso es muy pronto. Y vas a tener que mudarte a Atlantic City.

Las lágrimas me obstruían la garganta.

—Si no te conociera, diría que me vas a echar de menos. —Su tono de voz era esperanzado.

—Claro que te voy a echar de menos, tonto. —Tuve el suficiente control de mí misma como para añadir el siguiente comentario—: Has sido un jefe estupendo. La verdad es que has sido tú quien me ha inspirado para querer seguir en el negocio de los clubes nocturnos.

—¿De verdad? No tenía ni idea. —Se movió para sentarse a mi lado—. Yo también te voy a echar de menos, Laynie. Y no solo porque me haya encaprichado de ti, sino porque eres una buena amiga.

Su descarado flirteo tuvo sentido en ese momento. Estaba hablando sin rodeos. ¿Por qué no? Iba a irse pronto. Iba a irse por Hudson.

Dios, cómo me dolía la cabeza. Lancé un suspiro y miré a David.

—No te has encaprichado de mí.

—Tienes razón. Estoy completamente enamorado de ti.

Me quedé sin aire en los pulmones. Tuve que levantarme y apartarme, poner distancia entre los dos. El hombre con el que me había ido a vivir ni siquiera me había dicho que me quería. Y me había traicionado a lo grande. ¿Qué estaba haciendo yo con Hudson? ¿Estaba loca? ¿Debería salir corriendo con David?

Por supuesto, la respuesta era que no. Por muy enamorado que David estuviera de mí, no compensaba lo mucho que yo lo estaba de Hudson. Incluso después de lo que había hecho.

Gracias a Dios, no tuve que decirlo en voz alta.

—Lo entiendo —dijo David—. Simplemente necesitaba que supieras lo que realmente siento antes de irme.

Me giré para mirarle.

—Y ahora debes ser consciente de que tengo que hacer esto. No puedo quedarme aquí contigo. Y Adora…

Asentí. Yo también lo entendía.

—Pero me tienes al otro lado del teléfono. Puedes llamarme siempre que necesites algo. Tanto si te surge alguna pregunta sobre el Sky Launch como si quieres escuchar mi voz.

Me apoyé sobre la mesa y me agarré solo al borde.

—¿Te ha dicho quién va a ocupar tu puesto?

—Lo ha dejado entrever. Los dos sabemos que serás tú. —Puso sus ojos a la altura de los míos—. Vamos, sabíamos que esto iba a pasar desde el momento en que empezaste a verte con él.

—No. Yo no sabía que iba a pasar. De verdad que no.

Mi relación con Hudson había sido complicada desde el principio, sorprendente en cada momento. Aun así, ni en sueños me había imaginado que su intención era dejar el club en mis manos. Me habría sorprendido mucho menos si hubiese querido que me quedara encerrada en su ático, haciendo de esposa sumisa. Y esa ya me parecía una idea bastante impactante.

—No estoy diciendo que no esté justificado. Te mereces dirigir el club. De verdad.

La sinceridad de David me conmovió. También hizo que me enfadara más con Hudson. Aunque David estuviese contento por su ascenso, aunque probablemente lo mejor era que se trasladara a otro sitio, lejos de mí, seguía sin parecerme bien cómo había resuelto aquella situación. Me había mentido. Me había engañado.

Tenía que ir a hablar con él. Me enderecé y me coloqué bien el vestido.

—Oye, acabo de recordar que tengo que ir a recoger el nuevo diseño de los menús.

—Creía que los de Graphic Font lo enviarían por correo electrónico.

Tenía la mente tan agitada que no supe poner una buena excusa.

—Sí. O sea, ya lo han enviado. —Me detuve para poner en orden mis pensamientos—. Quiero verlo impreso. Ver su grosor y todas esas cosas. En fin, no estoy segura de cuándo volveré.

David sonrió.

—Ya no tienes que responder ante mí.

Aparté la mirada para ocultar una mueca de dolor.

—¿Nos damos un abrazo?

Esta vez no me negué. Me fundí en su abrazo y me pareció más cálido de lo que recordaba.

—Gracias, David. Por todo.

Escondí la cabeza en su hombro. No iba a llorar. Estaba demasiado enfadada para hacerlo. Pero sí sentí una explosión de cariño.

Me aparté antes de que él lo malinterpretara, antes de dejarme arrastrar por la necesidad de que me consolaran.

—Felicidades. Me alegro de que las cosas te estén yendo tan bien.

Le envié un mensaje a Jordan para que me recogiera. Después, cogí el bolso y me guardé toda la rabia y la pena, conteniendo las emociones en lo más hondo de mi estómago. Guardándolas para Hudson.