Capítulo dieciséis

Hudson se guardó el pañuelo mojado y noté cómo su actitud cambiaba. Me di cuenta de que tomaba distancia.

—Muy bien, Alayna, ¿qué más me tienes que contar?

—¿Qué…, qué quieres decir?

Aún me estaba recuperando de lo terrible de mi última confesión. ¿Qué otra información tenía que revelarle? En ese momento estaba dispuesta a soltarlo todo.

Hudson se quitó la chaqueta, la dobló y la dejó en el respaldo del sofá.

—Cuando hemos empezado esta conversación, creías que estaba hablándote de otra cosa. De otra persona. —Sus ojos se clavaron en mí—. ¿De quién creías que estaba hablando?

Sinceridad. Le debía hablar con sinceridad.

—Pensaba que hablabas de David.

—¿De David Lindt?

—Sí.

Retrocedió hasta apoyarse contra la pared. No me gustó ver que necesitaba un punto de apoyo.

—Me dijiste que no había nada entre tú y David.

—No lo hay. Ya no.

—Pero lo hubo.

—Sí.

Pude ver el dolor en su rostro. Eso me destrozó. Era exactamente lo mismo que yo sentiría si descubriera que había pasado algo entre él y Celia. Quise acercarme a él, abrazarle como él me había abrazado, conseguir que se sintiera mejor.

Di un paso hacia él, pero levantó una mano para detenerme.

—No fue nada, Hudson. Estuvimos más o menos juntos. Pero no de verdad. Ni siquiera salimos juntos ni le contamos a nadie lo nuestro. Fue solo que, cuando trabajábamos hasta tarde solos…, pasaron cosas.

Aquellas palabras dejaron un sabor terrible en mi boca.

—¿Te acostaste con él?

—No. Nunca llegamos tan lejos. —No era la primera vez que abordábamos ese tema—. Ya me lo preguntaste otra vez y también te dije que no. No mentía.

Me lanzó una mirada desafiante.

—También te pregunté si habías querido hacerlo y nunca me diste una respuesta.

—No sé la respuesta. —Pensé en dejarlo así. Pero sabía que siempre quedaría flotando entre los dos si no se lo contaba todo—. Sí. Supongo que sí. Hace tiempo. Pero no ahora. —De nuevo quise acercarme a él. Esta vez me detuve antes de que él lo hiciera—. Ya no hay nada, Hudson. Tienes que creerme.

No habló hasta pasados unos largos segundos.

—Te creo.

—¿Sí?

No pude disimular la sorpresa que se reflejaba en mi tono de voz.

—Sí. No le miras como me miras a mí.

—Por supuesto que no.

—Pero él sí te mira como te miro yo. Del modo que imagino que te miro yo.

—No, no es verdad. —Sí, David sentía algo por mí, pero no se podía comparar con lo que Hudson sentía por mí—. Estás exagerando.

Hudson se incorporó y empezó a caminar.

—No exagero. Eso supone un problema y no puedo permitir que siga ocurriendo.

—¿Qué significa eso?

Conocía la respuesta sin tener que preguntarlo y el miedo me invadió como una fuerte ola.

—Significa que va a tener que dejar el Sky Launch.

—Debes estar de broma.

Como si Hudson fuera de los que bromeaban.

—¿Te parece que estoy de guasa?

—Hudson, no. No puedes hacer eso. —Mi voz sonó más fuerte de lo que me hubiera gustado. Habría preferido permanecer estoica y fría como él, pero yo no era así—. No puedes despedir a David por un estúpido devaneo que tuvimos antes siquiera de conocerte. Él es el responsable del club. Es él quien dijo que teníamos que acabar.

Su mirada furiosa hizo que se me parara el corazón.

—No está intercediendo por ti.

—Pero no puedes echar a David porque nos enrollamos hace tiempo. Aquello se acabó. No es justo. No es justo para David.

Estaba a punto de tener una rabieta. Incluso podría haber golpeado el suelo con el pie.

Hudson volvió a la barra para rellenarse su vaso de whisky.

—Iba a pasar de todos modos. Con independencia de lo que tú y él…

Respiró hondo y supe por el terrible dolor que vi reflejado en sus ojos que estaba pensando en David y en mí juntos. Eran unos pensamientos horribles. Cosas que nunca quise que imaginara. Pero no había nada que yo pudiera hacer. Lo cierto es que yo tenía pensamientos sobre él y Celia igual de espantosos. Era doloroso y desgarrador, pero soportable.

Hudson también lo soportaría.

A pesar de su tristeza, tenía que preguntarle:

—¿Qué quieres decir con que iba a pasar de todos modos?

Negó con la cabeza, dio un trago a su copa y la dejó en la barra.

—No es así como quería decírtelo. Se suponía que debía ser una sorpresa en el momento oportuno. Pero lo cierto es que estoy pensando hacer un cambio en la dirección desde que compré el club.

Me apoyé en el respaldo del sofá y deseé no seguir escuchando, pues era incapaz de detener aquellas inevitables palabras.

—Alayna, quiero que tú dirijas el club.

—Hudson…, no.

—Compré el club para ti.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

—¿Qué estás diciendo? No me conocías cuando compraste el club.

—El simposio…

Le interrumpí.

—Me contaste que ya habías echado el ojo al club. Que el hecho de que yo trabajara allí te influyó. Nunca dijiste nada de que lo compraste para mí.

En mi cabeza volví a revivir todo lo que recordaba sobre nuestro extraño encuentro. Él me había visto en el simposio, pero yo me enteré después. Entró en el bar, una vez. Flirteamos y él me dio una gran propina y me regaló una estancia en su balneario, una conducta que ya en sí misma era psicópata-agresiva. Nada de aquello justificaba la compra de un negocio. Si ese era el verdadero motivo por el que había comprado el club…, en fin, en ese caso él estaba más loco que yo.

—No te lo conté porque no quería parecer demasiado atrevido.

—Pues eso es inevitable.

Continuó comportándose con una impasibilidad irritante.

—No fue tanta locura como parece, Alayna. Fue un negocio. Te vi en el simposio y supe que necesitaba que trabajaras para mí. Como no tenías entrevistas de trabajo con ninguna empresa, tuve que comprar la empresa en la que estabas trabajando. Sí, me sentí atraído por ti. Sí, influyó en mi decisión de conseguir tu talento, pero querer que trabajaras para mí fue la principal razón de esa persecución.

No era la primera vez que ocurría. Había muchos especuladores inteligentes que compraban grandes empresas simplemente para conseguir el control de una mano de obra talentosa.

—Entonces ya tienes lo que querías. Estoy trabajando para ti. No tengo por qué dirigir el Sky Launch para trabajar para ti. —Me pasé las manos arriba y abajo por los brazos tratando de entrar en calor—. Ya cumplo un papel importante y no necesito nada más ahora mismo.

Dio un paso hacia mí y su impasibilidad fue sustituida por la vehemencia.

—Alayna, ¡tienes muchísimo potencial!

—¡Basta ya! Pareces mi hermano. No digas que estoy desperdiciando mi potencial. Estoy desarrollándolo a mi propio ritmo. No estoy preparada para dirigir un club, Hudson.

Mis manos se movían de forma expresiva mientras hablaba, señalándole a él, después a mí y luego lanzándolas a lo loco a los lados.

Hudson contuvo una carcajada.

—Tendrás que estar lista. De lo contrario, otra persona ocupará ese puesto cuando David no esté.

—Entonces, ¡esto no tiene nada que ver conmigo! Es por David. No puedes despedirle. ¡No puedes!

—Es por ti, Alayna. Por nadie más que por ti. —El aspecto calmado que había adoptado después del asunto de Paul Kresh le había abandonado por completo—. Te dije que no te compartiría. No voy a compartirte. Ni con él ni con nadie. Me desviviré por darte todo lo que necesites y lo que quieras, pero esto es lo único que pediré a cambio. Fidelidad.

—Te soy fiel. Nunca he sido otra cosa. No deseo engañarte con David ni con nadie. Soy tuya, como tú has dicho.

—Sí, eso eres. Mía. Debí haberme deshecho de él en el momento en que sospeché que había algo entre vosotros dos.

Recibí lo que estaba diciendo como un golpe en el estómago.

—En otras palabras, no te fías de mí.

—¡No me fío de él!

—¡No importa si te fías o no de él siempre y cuando te fíes de mí!

Su cara se transformó con una expresión amarga que no había visto antes.

—Hoy he descubierto que me estabas ocultando tanto tu relación con David como tus conversaciones con Paul Kresh, ¿y me hablas de confianza? A buenas horas, Alayna.

«¡Ay!». Pero lo merecía. Sin embargo, David no.

—Ya te he explicado por qué no te conté lo de Paul. Y esto mismo es la razón por la que no te dije lo de David. Porque temía que lo exageraras. Mírate, ¡estás intentando despedir al mejor empleado que tiene el Sky Launch!

—Tú eres la mejor empleada que tiene el Sky Launch.

En otras circunstancias, su fe en mí habría sido un halago.

—Lamento no estar de acuerdo. Yo no valdría una mierda sin David y no quiero su puesto.

Hudson se inclinó hacia delante.

—No se trata de una opción. Tú quieres trabajar en el club y lo vas a hacer en el puesto que yo decida.

La rabia me quemaba por dentro.

—Entonces ¡lo dejo! Porque no puedo trabajar para alguien que es tan claramente celoso y controlador. Y también estás consiguiendo que me plantee seriamente el lugar donde vivir.

—¡No! —Dio un paso adelante y puso su cara junto a la mía—. No te juegues nuestra relación por culpa de una decisión que es buena para el negocio.

Quise empujarle hacia atrás, apartarlo de mí. Al mismo tiempo quería atraerlo y con un beso hacer que desaparecieran todos los celos y la angustia que había entre nosotros. Quería acabar con aquella terrible tensión. Yo había cuestionado nuestra relación, pero no lo decía en serio. No la tiraría a la basura. Haría lo que hiciera falta con tal de que siguiera siendo mío.

Pero aún no iba a mostrar mis cartas. No le toqué. Permanecí inmóvil mientras le decía:

—No tomas esta decisión porque sea buena para el negocio. Estás intentando castigarme.

Abrió los ojos de par en par.

—¿Te estoy castigando concediéndote un ascenso?

—¡Un ascenso que no quiero!

Se dio la vuelta y se apartó de mí, como si temiera lo que podía hacer si seguía estando tan cerca. Cuando hubo dado unos cuantos pasos, volvió a mirarme.

—¿Quieres que yo lo acepte todo de ti, pero tú no piensas hacer lo mismo? ¿Cómo se supone que debo tomarme eso?

—No es lo mismo. —Estaba tergiversando mis palabras, tomando algo que yo había dicho en un momento hermoso y llevándolo a una zona de guerra. Me dolió. Profundamente, hasta lo más hondo. Quise ponerle fin—. Yo no quiero esto, Hudson. ¡No lo quiero!

Me di la vuelta para salir corriendo. No sabía adónde. Solo quería alejarme de él y de la terrible situación en la que me estaba metiendo.

Pero solo había dado unos cuantos pasos cuando me siguió y sus brazos me rodearon la cintura desde atrás.

Yo me retorcí, dándole patadas y manotazos.

—¡Suéltame!

—No. No pienso soltarte nunca.

No debía de referirse a una cuestión física, porque sí me soltó. Me lanzó sobre el sofá y empezó a abrirse los pantalones.

Al instante mi sexo empezó a arder. La idea de que me follara con toda aquella rabia y pasión era muy excitante. Y, sinceramente, lo más probable era que necesitáramos ese contacto, volver a conectar antes de alejarnos demasiado.

Pero yo era testaruda y no estaba dispuesta a rendirme. Me deslicé por debajo de él hasta el suelo y fui gateando hacia los ascensores lo más deprisa que pude.

Su mano fuerte me agarró por el tobillo y me volvió a atraer hacia él. Yo me aferré al suelo, pero ya sabía que era inútil. No porque fuera más fuerte que yo, sino porque él sabía lo que yo quería en realidad, que se apoderara de mí.

Se tumbó sobre mí, sujetándome sobre el suelo, con mis dos manos atrapadas por una de las suyas encima de mi cabeza. Me mordisqueó la oreja.

—Dios, eres desesperante. ¿Cómo puedo desearte tanto cuando me vuelves tan loco?

Haciendo uso de todo su cuerpo, me dio la vuelta debajo de él y apretó su boca contra la mía con un beso feroz, un beso que era enérgico, dominante y lleno de emoción.

Al principio me resistí y aparté mi cabeza de la suya. Pero él no se desanimó y su inusual despliegue de emoción me desarmó. Mi cabeza quedó dominada por mi cuerpo, por mi corazón, y me rendí ante él, entregándome a su boca exigente y a sus diestras manos, que ya habían liberado su polla, dura como una roca.

Metió las manos bajo mi vestido y apartó el ligero tejido de mi tanga para clavarme por dentro un largo dedo. Si Hudson no había notado antes mi necesidad, ahora sí. Estaba húmeda e hinchada por él.

Lanzó un gruñido de satisfacción.

—Eso no significa que no esté enfadada.

Fue mi último intento de dejar clara mi postura antes de que sustituyera su dedo por su polla.

Solté un grito ante aquel exquisito pellizco de placer, la increíble sensación de plenitud, casi demasiada y, sin embargo, no suficiente. Necesitaba que se moviera, que me embistiera, que me montara.

—Bien —dijo clavándose más dentro de mí, aún sin moverse como yo deseaba—. Enfádate, tómala conmigo. Yo tengo pensado desahogarme de todas mis emociones contigo.

Y lo hizo. Se vació casi completamente. Debía de haber estado controlándose más de lo que yo imaginaba y su expresión desfigurada mostró el esfuerzo de la lenta retirada. Después se liberó y empezó a aporrearme por dentro con embestidas fuertes e insistentes. Mis caderas se sacudían con cada profunda zambullida al mismo ritmo que sus gruñidos primitivos. Incluso el sonido de la hebilla de su cinturón suelto golpeando contra el suelo hacía que su forma de tomarme pareciera más salvaje, como si fuera un látigo empleado con un animal para que siguiera adelante.

Yo gemí y me apreté alrededor de él en pocos minutos, sorprendida al sentir que el orgasmo me llegaba tan rápidamente solo con la estimulación vaginal. Fue por toda aquella escena, su depravación, su absoluta bajeza. Fue feroz, salvaje e incontrolada. Odiaba que me gustara tanto, que me encantara de un modo tan absoluto.

Puso la mano que tenía libre en mi pelo y tiró de él con la fuerza precisa para producirme placer y dolor. Mi ojos empezaron a cerrarse.

—¡Mírame! —espetó.

Abrí los ojos al instante para mirar los suyos.

—¿No lo ves? —Me sorprendió que pudiera hablar con tanto esfuerzo—. ¿No ves lo que me haces? ¿No ves lo que me haces sentir?

Se movió y ahogué un grito cuando me tocó un punto especialmente tierno.

—¿Sientes lo dura que me la pones?

No sabía si quería una respuesta. Si era así, no creía que pudiera hablar.

Pero volvió a tirarme del pelo.

—¿Lo sientes?

—¡Sí! —grité.

Aumentó la velocidad hasta alcanzar un ritmo frenético que hizo que me volviera loca.

—Tú me haces esto, Alayna.

Trataba de mantener los ojos sobre él, concentrada en sus palabras a través de la neblina de éxtasis que me envolvía. Sus palabras eran importantes y yo quería escuchar lo que dijera tanto como deseaba perderme en el éxtasis que me estaba proporcionando.

Él también estaba a punto. Podía leer su cuerpo como si fuera mío. Pero, aun así, seguía manteniendo sus ojos fijos en los míos.

—Incluso cuando te muestras malhumorada y terca, sigo deseándote. Te deseo siempre. Quiero dártelo todo. Todo lo mío. ¿Por qué no lo aceptas? Acéptalo.

Dio otra larga embestida zambulléndose profundamente mientras se vaciaba dentro de mí con un grave gruñido.

—¡Acéptalo!

Yo gemí mientras se vaciaba haciéndome estremecerme, ampliando mi orgasmo con una segunda oleada de euforia que me provocó escalofríos en la espalda. Perdida en la niebla posterior al orgasmo, mis oídos seguían palpitando con los latidos de mi corazón. Tuve un breve momento de lucidez. ¿Y si era yo, y no Hudson, quien no se dejaba amar intensamente?

Aquella idea pasó veloz y desapareció igual que había llegado. Por supuesto que yo podía aceptar su amor. Era él quien no sabía cómo demostrarlo.

Se dio la vuelta apartándose de mí y se sentó con la espalda apoyada en el sofá. En su rostro solo quedaban rastros de la salvaje pasión que había mostrado un momento antes y su respiración entrecortada era uno de los pocos indicios de que había perdido el control.

De repente me sentí furiosa. Furiosa con él, porque había recurrido a un polvo como forma de poner fin a nuestra discusión, que era lo que hacía siempre. Furiosa de que él esperara que eso iba a cambiar algo. Furiosa conmigo misma por dejarme seducir.

Me apoyé sobre los codos y le lancé una mirada de odio.

—Venga ya, Alayna —dijo con los ojos entrecerrados—. No puedes decirme que no te ha gustado.

Su tono condescendiente me irritó aún más.

—El sexo no es el único modo de demostrarle a una persona lo que se siente.

—Lo sé. Yo he intentado regalarte un club nocturno.

Sus palabras me escocieron, aunque no sabía bien por qué.

Seguía tratando de averiguarlo cuando él se puso de pie y se subió la cremallera.

—Si quieres seguir discutiendo por esto, que estoy seguro de que es así, tendrá que ser después. Tengo trabajo que hacer.

Seguía con el ceño fruncido mucho después de que se hubiese ido. Casi tenía gracia que me sintiera tan enfadada. Había pensado que se desmoronaría al saber que no le había contado nada sobre mi pasado con David y que le ocultaba mis conversaciones con Paul Kresh. Si hubiese enloquecido por ocultárselo, lo habría entendido. Le había ocultado cosas y merecía los sentimientos de desconfianza y dolor que eso provocara.

Pero mis secretos no habían sido lo que nos había puesto en bandos contrarios. Habían sido sus celos y mi negativa a lograr la dirección del club. O bien era cierto que siempre había tenido la intención de regalarme el Sky Launch o me estaba manipulando y quería que lo creyera así para resolver a su manera la situación con David. Las dos opciones eran posibles. Probablemente, nunca sabría con seguridad cuál era verdad. Quizá ni él mismo lo sabía.

Una cosa era segura: yo no iba a permitir que despidiera a David, independientemente de cuál fuera el motivo. Quizá algún día yo estaría preparada y querría encargarme de la dirección del Sky Launch, pero no ahora. No tan pronto. No solo un mes después de haber terminado mi Máster de Administración de Empresas.

Además, no iba a hacerle eso a un gerente tan bueno como David. No estaba bien.

Me puse de pie y me desperecé. La discusión no había terminado, pero si Hudson podía aplazarla hasta la noche yo también. Era poco sano y podría convertirse rápidamente en una obsesión si no tenía cuidado. Eso significaba que debía buscar algo que me mantuviera ocupada.

Miré el reloj y me sorprendí al ver que eran las seis pasadas. Me estaba saltando la terapia de grupo, pues ya era tarde. No tenía fuerzas para hacer ejercicio, así que eso quedó descartado. Había una televisión en la sala de estar, pero prefería las películas a los programas y aún no había visto ningún DVD en ningún sitio. Probablemente Hudson tendría un reproductor con todas las películas en alguna parte. No iba a preguntarlo. Ya me había terminado El talento de Mr. Ripley.

Lo cierto era que debía ponerme a trabajar en la biblioteca. Había llegado otro montón de paquetes el viernes y la habitación estaba llena de cajas sin abrir. Debía haberlo hecho durante el fin de semana, pero había estado demasiado entretenida tumbada desnuda con Hudson sin hacer nada más que follar el uno con el otro. Lo había aplazado durante demasiado tiempo. No importaba que Hudson estuviese ya trabajando ahí dentro, en su mesa. Éramos adultos. Podíamos compartir el mismo espacio.

Aunque la biblioteca era grande, la habitación parecía muy pequeña por la tensión que seguía habiendo entre los dos. Hudson estaba sentado en su escritorio, concentrado en la pantalla de su ordenador. Era como si ni siquiera supiera que yo me hallaba en la habitación. Pero sí lo sabía. Claro que lo sabía. Podía parecer muy centrado, con su mente dividida en compartimentos, pero siempre era consciente de mi presencia en todos los aspectos, lo mismo que yo lo era de la suya. Simplemente, a mí no se me daba tan bien ocultarlo.

Respiré hondo y me arrodillé junto al montón de cajas que estaba más alejado de él. Enseguida me quedé ensimismada en la tarea de abrir paquetes y ordenar por orden alfabético, disfrutando de la emoción de descubrir el título de otro libro. Muchos de los que había comprado Hudson eran muy buenos. Clásicos y contemporáneos. Muchos ya los había leído, muchos los quería leer y muchos quería volver a leerlos.

Después de abrir la caja de los DVD me di cuenta. No fue enseguida. Al principio me sorprendió ver que había películas en vez de libros, pero sencillamente continué con otras cajas y abrí los paquetes sin prestar mucha atención a los títulos. Hasta que saqué Cowboy de medianoche, la película que Hudson y yo habíamos visto cuando estuvimos en los Hamptons. El había sacado la lista de las mejores películas según el Instituto de Cine Americano, que yo iba viendo poco a poco, y me había dicho que escogiera alguna que no hubiera visto. Elegí Cowboy de medianoche.

Me impactó verla en la caja. Repasé los títulos que ya había colocado en las estanterías para asegurarme. Sí, era verdad. Todas esas películas aparecían en la lista del Instituto de Cine Americano. Y los libros… Fui corriendo a echarles un vistazo, prestando más atención esta vez. Los hermanos Karamazov, Ana Karenina, Trampa 22, Beloved…, todos ellos títulos incluidos en la lista de los mejores libros. Le había confesado a Hudson que quería leerlos todos antes de morir. Y él me los había comprado todos. Sin excepción.

De repente me invadió la emoción. Era raro que eso me conmoviera, pero fue lo que pasó. Antes de decidir que quería comprometerse conmigo, antes de pedirme que fuera a su ático y, claro, antes de proponerme que me fuera a vivir con él, había comprado una biblioteca llena de libros y películas diseñada específicamente a mi gusto.

No me había dicho que me quería. Quizá nunca me lo diría. Pero ¿había algo en ese hombre que no fuera una muestra de lo mucho que me amaba?

Ya me encontraba a medio camino de su mesa antes siquiera de darme cuenta de lo que estaba haciendo. Debió de oírme llegar, porque, aunque no me miró, giró su silla para abrirse un poco hacia mí. Quizá inconscientemente se había sincronizado conmigo, como a menudo me ocurría a mí con él. Era agradable pensar eso.

Caí a sus pies y después apoyé la cabeza sobre su pierna.

Él se movió y estoy segura de que se sorprendió.

—Hazme el amor —dije acariciando mi rostro sobre su pierna—. Por favor, hazme el amor.

Contuve la respiración mientras esperaba su respuesta. Le oí pulsar el ratón unas cuantas veces y, a continuación, dejó las gafas sobre el escritorio, las gafas que solo se ponía cuando leía o cuando trabajaba con el ordenador, porque tenía una ligera hipermetropía. Había algunas cosas que ya sabía de él.

Entonces se agachó y me alzó junto a él con un movimiento fluido.

Meciéndome en sus brazos, me llevó al dormitorio, a nuestro dormitorio, sin que ninguno de los dos pronunciara una sola palabra. Me tumbó en la cama. En silencio, con la misma ternura, me desvistió y después él también se quitó la ropa.

Se tumbó encima de mí y me besó, cada centímetro de mi cuerpo desde la cabeza a los pies. Se detuvo en alguna zona nueva, acariciándome el ombligo, el punto detrás de mi rodilla y la zona sensible de mi coxis. Colmó de atenciones cada parte de mi piel, adorándome como nunca lo había hecho antes y, sin embargo, cada toque, cada caricia me parecía familiar. Como estar en casa.

Cuando por fin se colocó entre mis piernas, entró en mí con una lenta precisión. Y fue con caricias dulces y lánguidas como me llevó al orgasmo. No una vez ni dos, sino tres veces.

La última me miró a los ojos y sostuvimos la mirada mientras yo sentía la oleada de euforia. Después, él se unió a mí con un gemido bajo, como si su clímax diera vueltas dentro del mío, con las miradas aún fijas el uno en el otro. Incluso cuando se me quedaron los ojos vidriosos al llenarse de fuegos artificiales, solo podía verle a él y solo podía ver amor. Mucho amor.