Tal y como yo había imaginado, Hudson estaba deseando que empezara mi mudanza inmediatamente. Corrijo: inmediatamente después de hacer el amor otra vez. Con una explosión de excitación que nunca antes había visto en él, lo preparó todo con «su gente» y al final del sábado las cosas, relativamente pocas, que yo poseía las habían metido en cajas y las habían llevado al Bowery. Ocurrió tan rápido que ni siquiera dio tiempo a que la ansiedad por todo aquello me llegara a agobiar y, cuando sentí que empezaba a hacerlo, simplemente me prometí encargarme de ello en mi sesión de Adictos Anónimos del lunes.
Fue fácil deshacer las cajas. Casi todas mis pertenencias cabían en el segundo vestidor del dormitorio, nuestro dormitorio. Solo una cosa, un baúl que había pertenecido a mi madre, encontró su lugar en la otra habitación. Para el domingo por la noche ya estaba totalmente instalada y el dolor de músculos que sentía no era de transportar cajas, sino de otra actividad física.
El lunes llegó demasiado rápido, pero no fue espantoso, pues me encantaba nuestra rutina a la hora de despertarnos. Apagábamos las alarmas de nuestros móviles a la vez, un polvo rápido en la ducha, nos arreglábamos el uno junto al otro en los lavabos gemelos, compartíamos un rápido bocado en la mesa de la cocina… Todo era maravilloso. La todavía emocionante novedad de todo aquello mezclada con la seguridad de saber que aquella situación no era temporal hizo que fuera al club con paso alegre, algo raro en mí, pues yo nunca había sido una persona a la que le gustaran las mañanas.
Como estaba de tan buen humor, empecé mi jornada laboral ocupándome de lo que me parecía que era la más desalentadora de mis tareas: volver a concertar una cita con Aaron Trent. Para empezar, había supuesto que la única razón por la que había aceptado reunirse conmigo era Hudson. Cuando anuló su cita del viernes por la noche, mis sospechas se confirmaron. Lo único que hacía falta era una llamada de mi novio y sabía que volvería a concertar la reunión. Pero quería hacerlo por mí misma.
Como no tenía el número de teléfono directo del despacho de Trent y no quería pedírselo a Hudson, tuve que hacer uso del número de su agencia que aparecía en la página web. Tuvieron que transferir dos veces la llamada hasta que conseguí hablar con la ayudante de Trent.
—Necesito concertar una cita con Aaron Trent. ¿Puede ayudarme?
La voz al otro lado del teléfono sonó jovial y profesional:
—Puedo tomar nota de sus datos, pero tendré que consultarlo con él antes de decidir una fecha.
—Es lógico. —Me pasé la mano por la cara. ¿Por qué demonios había creído que podría conseguir hablar directamente con aquel hombre? Pese a que todo había sido en vano, le di mis datos—. Soy Alayna Withers, del Sky…
—Señorita Withers —me interrumpió en tono jovial y profesional—, no me había dado cuenta de que era usted. El señor Trent ha dicho que si llamaba podíamos volver a acordar una fecha cuando a usted le viniera bien.
—Ah, vale.
Así que después de todo quizá no pensara dejarme plantada. Estaba gratamente sorprendida. No es que creyera que su buena disposición para reunirse conmigo no tenía nada que ver con la persona con la que me estaba acostando, pero también sabía que si lo tenía delante de mí podía impresionar a ese hombre.
Concertamos una cita para una noche de esa misma semana, pero antes de colgar le pregunté algo que no paraba de dar vueltas en mi mente:
—Oiga, ¿tiene idea de por qué el señor Trent canceló nuestra reunión? Sé que no es asunto mío. Es simple curiosidad.
La jovial secretaria pareció sorprendida.
—El señor Trent no la canceló. Llamó una mujer de su club el viernes por la tarde para decir que había surgido algo. Supuse que era usted.
Eso era imposible. Nadie sabía que yo tenía esa reunión por la noche aparte de David y Hudson. Y, según mis últimas comprobaciones, ninguno de los dos era mujer.
—No fui yo. ¿Está segura?
—Sí. Yo misma atendí la llamada.
O alguien había cancelado mi reunión del viernes sin mi permiso o me estaban gastando una buena broma. En cualquier caso, la jovial secretaria no tenía por qué seguir al teléfono mientras yo lo averiguaba.
—Un error mío. Gracias y, por favor, discúlpeme ante el señor Trent por las molestias que le haya podido causar.
—Sinceramente, eso le vino mejor. —Bajó la voz como si estuviese contándome un secreto—: Tendría que haber faltado a un baile con su hija y Rachel es del tipo de chicas que no llevan bien las decepciones. Así que se puede decir que le hizo un favor cancelando la reunión.
Ah, así que probablemente Rachel Trent era quien había llamado para anular la reunión. Yo nunca había estado muy unida a mi padre, pero podía entender que ella deseara estar con el suyo. Desde luego, yo había tenido comportamientos igual de manipuladores que los de una adolescente.
Le di las gracias a la jovial secretaria por la información, colgué el teléfono y pasé a los siguientes asuntos de mi lista de tareas. Eran casi las tres cuando sonó el timbre de la puerta de servicio. Vi la imagen en la cámara de seguridad, pues no estábamos esperando ninguna entrega. Era Liesl.
—Ahora mismo abro —le dije por el interfono y a continuación fui corriendo para dejarla pasar.
Abrí la puerta y levanté los brazos para que Liesl me diera un abrazo fuerte. Era una de las pocas personas a las que permitía tener un contacto íntimo y siempre según mis condiciones.
—¿Qué haces aquí tan pronto? —le pregunté con la boca pegada a su pelo—. ¿Trabajas esta noche?
—No. Tengo la noche libre. —Me soltó para chocar conmigo la mano en el aire—. Podemos salir luego por ahí, si quieres.
—Sí que quiero. Tengo terapia de grupo a las cinco y media. ¿Qué te parece después?
—Guay. Acabo de tomar café con unos amigos de aquí al lado. Quieren que vaya con ellos a un concierto. De paso, me he acercado para ver los horarios de la semana que viene. ¿Están ya preparados?
—Sí, creo que los he visto. Sube conmigo.
Subimos las escaleras hasta el despacho. Vi los horarios en la desordenada mesa de David, me giré para dárselos y pegué un brinco cuando vi a alguien en la puerta. Medio segundo después me di cuenta de que era Hudson. Casi había olvidado que tenía su propio juego de llaves.
—¡Hola! ¿Qué haces aquí?
Era una agradable sorpresa verle sin aviso previo en mitad del día, pero también raro.
Su expresión era tranquila.
—Tienes que venir conmigo.
—¿Por qué? ¿Qué pasa? —Di un paso hacia él y me di cuenta de que su cuerpo estaba tenso, tenía la mandíbula apretada y el brillo había desaparecido de sus ojos—. Oye, ¿estás enfadado conmigo?
Antes nunca había estado enfadado de verdad conmigo. No así, con la rabia saliendo de él en oleadas tan densas que casi podía tocarla.
—Coge tus cosas y ven. —Escupió esas palabras como si le costara trabajo hablar civilizadamente.
—Ese tono autoritario es muy excitante. —Liesl ni siquiera se molestó en susurrar.
La verdad es que había veces en que esa actitud autoritaria me parecía excitante. Esta no era una de ellas. Su tono y su lenguaje corporal me asustaron, no físicamente ni de forma intencionada, pero su agitación me indicaba que no tenía control de sí mismo.
Me crucé de brazos en actitud desafiante.
—Hudson, no voy a irme solo porque tú lo digas. Necesito más información.
—Alayna, no voy a hablar de esto aquí. —Estaba temblando. Nunca le había visto tan enfadado—. Coge tus cosas y ven. Ahora.
No era una sugerencia. Ni una invitación. Ni siquiera era una orden. Era una realidad. Era lo que iba a hacer, tan predecible como mi siguiente respiración.
«Se ha enterado».
Aquella certeza me invadió a la velocidad de un rayo, haciendo que me sintiera mareada y débil.
No sabía cuál de mis secretos había descubierto ni cómo, pero en mi mente no había duda de que había averiguado algo y estaba totalmente segura de que, si de verdad me interesaba algo nuestra relación, tenía que hacer lo que él decía. Hudson tenía motivos para estar enfadado conmigo. Motivos muy reales y justificados. Si quería salvar lo que teníamos, tendría que doblegarme ante su ira. Me lo merecía. Se lo debía.
Fui a coger mi bolso, dispuesta a marcharme con Hudson, cuando me acordé de Liesl.
—Yo… estoy con una empleada. Soy la única que se encuentra aquí. David no entra hasta las cinco.
—No pasa nada, Laynie. —Liesl me enseñó la palma de la mano y pude ver que se había escrito con un bolígrafo lo que supuse que eran sus horarios—. Ya tengo lo que necesitaba. Me voy contigo.
Resultaba casi cómico que Liesl no notara la seriedad de Hudson, que diera por sentado que su conducta era normal y que a mí me parecía bien. Pero también sentía demasiada vergüenza como para reírme. Estaba tremendamente abochornada.
Me tragué la enorme bola que sentía en mi garganta y busqué con los ojos a Hudson sin mirarle directamente a la cara.
—Tengo que cerrar todo. He abierto el bar antes para coger un refresco y los ordenadores siguen encendidos.
Las manos de Hudson se cerraron en un puño a ambos lados de su cuerpo. Se le estaba agotando la paciencia.
—Envíale un mensaje a David y dile que te he pedido que salgas rápidamente. Pon la alarma de la puerta. Eso será suficiente. Dudo que a David le importe —añadió con sequedad.
Entonces ¿era por David? ¿Aquel asunto se trataba de él? ¿O yo estaba malinterpretándolo todo?
Me sentía aturdida mientras salíamos. Mis pies se movían de forma automática mientras Liesl charlaba sin parar sobre el nuevo camarero. Estoy segura de que asentí y dije «Ajá» en los momentos pertinentes, porque ella no me reprochó que no le prestara atención.
En la puerta tuve que intentarlo tres veces antes de que mis manos temblorosas introdujeran el código de la alarma correctamente. Salimos a la luz del día, al sol cegador tras la oscuridad del club. Liesl me apretó la mano como despedida.
—Dejamos de momento la noche de chicas. Diviértete con el señor Dominante —dijo moviendo la cejas antes de marcharse en dirección a la parada de metro.
Miré hacia la acera y me di cuenta de que no había ningún coche conocido esperándonos. Cuando volví a mirar a Hudson, él caminaba ya en dirección contraria a varios metros de distancia. Corrí para alcanzarle y reduje la velocidad cuando llegué a su lado. Era más fácil evitar su mirada si iba un paso por detrás de él.
Caminamos en silencio y mi mente se esforzaba en entender la situación. Nos dirigíamos al aparcamiento público. Debía haber venido en su propio coche y probablemente lo habría aparcado en una de las plazas destinadas al club. Normalmente solo conducía por gusto, pero no parecía estar en un momento de «placer». Debía de haber ido sin chófer por otro motivo. Por ejemplo, porque estaba tan alterado que ni siquiera había podido esperar a que lo llevaran. Simplemente se había ido en un ataque de furia. Traté de imaginármelo: él en su oficina, inmerso en su trabajo, cuando… ¿qué? ¿Qué había pasado que le había hecho dejarlo todo y coger el coche para ir en mi busca? Pero ¿no era esa la pregunta del millón? Bueno, era de Hudson Pierce de quien hablábamos. Sería más apropiado decir que era la pregunta de los cien millones.
En el aparcamiento, Hudson pulsó el botón de su llave para abrir y el Maybach anunció su presencia, aparcado, como había supuesto, en una de las dos plazas reservadas para el club, que rara vez estaban ocupadas. Pese a su actitud fría, me abrió la puerta del asiento delantero y me recordó que le enviara el mensaje a David antes de dar la vuelta para ir al lado del conductor.
Escribí un mensaje rápido en el teléfono y confié en que tuviera sentido sin parecer que estaba metida en problemas. Pero ¿no lo estaba? ¿En un enorme problema?
No. ¿Por qué iba a estarlo? Solo porque estaba enamorada de ese hombre, porque teníamos un compromiso tácito el uno con el otro que yo había incumplido con mis secretos… Nada de eso implicaba que tuviese que quedarme sentada como una niña caprichosa esperando su castigo. Era una chica adulta. Por supuesto que tenía que ser responsable de mis actos, pero no me merecía que no me dijese qué pasaba ni que me tratara con hostilidad y rabia.
Acabábamos de salir del aparcamiento cuando decidí pronunciarme:
—¿Qué pasa? —Me respondió con su silencio—. ¿Hudson?
—Aún no estoy preparado para hablar de ello.
La vena de su cuello palpitó. Nunca le había visto así. Ni siquiera cuando me había acusado de estar enrollada con David.
«David». Si tenía que averiguarlo, apostaba a que esa era la causa de su ira. Aun así, actué con cautela, sin delatarme, aunque una parte de mí quería soltarlo todo, contarle a Hudson cada pequeño momento de traición. Pero tenía demasiado miedo a perderle, así que en lugar de eso hice un alegato general:
—No sé lo que he hecho, pero lo siento. Te pido perdón y haré lo que sea por arreglarlo.
Un taxi hizo sonar el claxon cuando Hudson cambió de carril y se puso delante de él.
—Alayna, no puedo hablar de esto mientras conduzco.
Aceleró para cruzar el semáforo en ámbar y me agarré a la guantera.
—Sí, buena idea. Concéntrate en conducir, porque me estás asustando.
La mirada que me lanzó fue de auténtica furia.
—Bien. Tal vez sí que debas estar asustada.
Después de aquello, no volví a abrir la boca. Su forma de conducir no mejoró ni siquiera en silencio y agradecí que hubiese poca distancia hasta el Bowery. Ni siquiera sabía que había un aparcamiento subterráneo hasta que entramos por el túnel y aparcamos al lado de su Mercedes. «Vaya. Me había preguntado dónde lo guardaba cuando no lo usaba».
Desde que estaba con Hudson me había acostumbrado a que me abrieran la puerta, pero salí rápidamente en el momento en que el coche se detuvo. Puede que él estuviese enfadado y quizá me lo mereciera, pero no debía mostrarme acobardada.
Subimos en el ascensor en absoluto silencio. En el ático, Hudson fue directamente al bar. Yo le seguí con los brazos cruzados y esperé a que decidiera que estaba «listo para hablar».
Se sirvió un whisky y se bebió la mitad antes de mirarme.
—Dime una cosa. Pero piénsalo bien antes de responder, porque quiero creer lo que me digas —dijo con un tono de voz tranquilo y comedido.
Me apoyé en el respaldo del sofá, preparándome.
—¿Sigues enamorada de él?
«Así que se trataba de David». Se me escapaba cómo Hudson podía haberlo descubierto. No me imaginaba a David acercándose a su jefe para contarle las aventuras sexuales que había tenido conmigo. Sobre todo cuando David había puesto fin a ellas concretamente para que Hudson no lo supiera nunca.
Sin embargo, lo había averiguado. No importaba. Lo que sí importaba era dejar las cosas claras ahora.
—No. Nunca he estado enamorada de él.
Hudson cerró brevemente los ojos, casi como si se sintiera aliviado. Pero cuando los volvió a abrir seguía en ellos la frialdad de antes.
—Pues lo que quiera que fuera…: atracción, obsesión. ¿Sigues sintiendo eso por él?
—Nunca he sentido nada de eso por él. Era una opción segura. Tonteamos unas cuantas veces. —Hice un gesto al ver la expresión de dolor de Hudson—. Hasta ahí llegamos. De verdad. No era más que un tío con el que tenía química, pero no la suficiente como para volverme loca. —«No como contigo. Nunca como contigo».
—Entonces, ¿por qué solicitó una orden de alejamiento?
Un silbido de aire me atravesó los oídos y me dejó aturdida. Mareada.
—Espera, ¿de quién estás hablando?
La única orden de alejamiento que había tenido era respecto a Paul. Y el secreto de que estaba trabajando con Paul era mucho más grave que el asunto de David.
Apreté los dedos en el sofá por detrás de mí mientras esperaba a que pronunciara el nombre que sabía que diría:
—Paul Kresh.
—Ah. —Asentí despacio durante varios segundos—. Ah. —No podía decir nada más. No reaccioné. No tenía excusa—. Te has enterado de lo de Paul.
Apretó los dientes. Pude oír cómo rechinaban.
—Como ya sabes que estoy al corriente de tu pasado con Paul, debes estar refiriéndote a que me he enterado de que es socio de Party Planners Plus.
Negué con la cabeza.
—¿No lo sabías?
Había esperanza en su tono de voz. Deseaba que yo no lo supiera.
Pero no podía mentirle. Una cosa era ocultárselo y otra muy distinta mentirle directamente.
—Legalmente no es socio, así que la pregunta no es correcta.
—Maldita sea, Alayna. No le des la vuelta a las cosas. Porque me gustaría pensar que nunca harías algo tan estúpido como firmar un acuerdo que podría obligarte a colaborar con alguien a quien se supone que no debes acercarte por mandato judicial. La Alayna que conozco nunca actuaría de forma tan descerebrada.
Pero sí había firmado ese acuerdo. Esa misma mañana, de hecho.
—Supongo que en realidad no me conoces.
Dio un golpe con su vaso vacío sobre la barra.
—¡Esto no es un juego, joder!
—¿Crees que no lo sé? —Levanté la voz para ponerla al nivel de la suya—. Soy yo quien tiene la orden de alejamiento. Soy yo la que entiende la gravedad de la situación. —Me había golpeado con un dedo el pecho con tanta fuerza cada vez que había mencionado la palabra «yo» que supe que me saldría un moratón.
—Entonces ¿por qué? —Sus ojos me miraban suplicantes—. No podías estar tan desesperada por firmar un acuerdo. Había creído…, había esperado que no supieras que Kresh estaba prometido con Julia Swaggert…
—¿Prometido? Creía que simplemente estaban saliendo.
La expresión de su rostro indicaba que mi comentario era desafortunado.
—Eso no importa, lo sé —me corregí rápidamente—. No quiero que parezca que me interesa, porque no es así. No me interesa, Hudson. No me importa qué hace ni con quién está. Es solo que cuando hablamos no me dijo que estaban prometidos.
—¿Has hablado con él?
Pensaba que no podría enfadarse más. Resultó que estaba equivocada.
—Por todos los santos, Alayna, más te vale que me digas que ha sido por teléfono.
«Mentir, mentir, mentir». Era la canción que había en mi mente y que repetía el mismo estribillo. Me obligué a ignorarla.
—No. Fue en persona.
Dio un paso hacia mí con las manos levantadas, como si fuese a retorcerme el cuello.
—¡Joder, Alayna! ¿Qué coño estabas pensando?
—¡Deja de gritarme para que te lo pueda explicar!
Aunque sabía que no me iba a pegar, su rabia no ayudaba. Y estaba tan enfadado que temía que no pudiese ver más allá de su rabia; que pusiera fin a lo nuestro. Necesitaba una señal de que aún era posible que no hubiéramos terminado.
—Estoy esperando.
Su volumen era más bajo, pero su actitud no había cambiado en lo más mínimo.
—No voy a decir nada hasta que te calmes. Me estás asustando.
Me miró como si le hubiese dado una bofetada.
—Muy bien. —Se pasó una mano por el pelo—. Pero esto es lo máximo que me puedo calmar.
Tragué saliva.
—Yo…, eh…, tuve la reunión con Julia. El jueves. No sabía que tuviera una relación con Paul. Pero luego, al final, él apareció y me pilló completamente desprevenida. —Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando recordé el momento en el que le había visto en el club, el impacto que sentí—. Actuó como si no me conociera, así que yo le seguí la corriente. Entonces Julia fue al baño. Paul me dijo que no quería echar a perder el trato por ella y que teníamos que fingir que no nos conocíamos.
Di un paso hacia Hudson. Odiaba la expresión de su rostro y estaba deseando que se tranquilizara.
—Le dije que no podía trabajar con él, Hudson, y él contestó que tenía que hacerlo. Me aseguró que Julia se moría por trabajar con Industrias Pierce, que esa era su forma de entrar en contacto y que si yo lo fastidiaba todo… —Me mordí el labio y me supo a sangre—. Me dijo que se lo debía.
—Alayna, tú no le debes nada, joder.
Su tono seguía siendo hostil, pero menos.
Sentí que los ojos me picaban.
—¡Sí! Le arruiné la vida.
—Engañó a su prometida. Fue él quien se arruinó la vida.
—Pero no fue solo eso. Y lo sabes.
—Aun así, no le debes una mierda. Estabas enferma. No eras responsable de lo que hacías.
Me quedé pensando en eso. Sí que estaba enferma. No tenía control de mis actos. Eso lo sabía. Lo había aceptado durante la terapia.
Pero eso no cambiaba nada.
—No importa. Aunque no se lo debiera, me chantajeó. Podría decir que yo había preparado la reunión únicamente para estar con él. Es decir, no es verdad, pero podría parecerlo. —Me reí entre dientes—. Incluso tú has creído que era así. Luego apareció otra vez aquella noche en el Jardín Botánico. Podía parecer que le he estado siguiendo. ¿Quién va a creerme a mí antes que a él?
Había evitado mirarle a los ojos, pero en ese momento lo hice.
—Si violo otra vez esa orden de alejamiento, podría terminar en la cárcel.
Por no mencionar lo que podría pasarle a Hudson en los medios de comunicación. Sería el hazmerreír de la ciudad.
—Alayna…
Acortó la distancia que había entre los dos con dos pasos rápidos y me rodeó con sus brazos.
No me había dado cuenta de lo cerca que estaban mis lágrimas de la superficie hasta que me sentí segura entre sus brazos. Lloré suavemente sobre su hombro, no solo por lo que había hecho y por la presión que había sufrido ocultándolo, sino porque me estaba abrazando. Eran lágrimas de alivio.
Hudson me abrazó aún más fuerte.
—¿Por qué no acudiste a mí? Yo nunca permitiría que te ocurriese nada malo. Nunca. Eso ya lo sabes, ¿no?
Giré la cara para que mis palabras no se perdieran en la tela de su chaqueta.
—Tenía miedo. De lo que él pudiera hacerme. De lo que podría hacerte a ti. —Sus largas caricias a lo largo de la espalda me hacían más fácil hablar, más fácil confesar—. Quería que estuvieras orgulloso de mí, del acuerdo que había cerrado.
De repente me apartó y me sujetó los brazos.
—Yo siempre estoy orgulloso de ti, Alayna —dijo inclinándose para mirarme a los ojos—. Siempre.
Aquello me desbarató. Otra vez.
Me agarré a su camisa por debajo de su chaqueta abierta.
—Debería habértelo contado. Lo siento mucho. No sabía qué hacer y quería decírtelo. Por favor, no te enfades conmigo.
Me hizo callar suavemente.
—No. No llores, preciosa. —Me abrazó para consolarme—. Solo estoy enfadado porque te has puesto en peligro —explicó cuando me calmé—. Me has asustado. No te imaginas lo que he sentido cuando he visto en mi mesa la documentación y me he dado cuenta de lo que pasaba. ¿No sabes que no podría soportar que te pasara nada malo? —La voz se le quebró.
—Sí que lo sé.
Era exactamente lo que yo sentiría si le pasara algo a él.
—Y estoy enfadado porque no has acudido a mí.
—Quería hacerlo. De verdad. Pero Ce… —Estuve a punto de mencionar a Celia, pero me interrumpí justo antes de decir su nombre. No me parecía un buen momento para añadir ese secreto a la batidora—. Pero no quería meterte en mis problemas.
Me aparté y busqué un pañuelo de papel por allí.
Hudson se sacó del bolsillo un pañuelo de tela. ¿Quién demonios llevaba pañuelos de tela? Me quedaban aún muchas cosas por saber de ese hombre.
—No seas tonta —dijo mientras me limpiaba los ojos—. En primer lugar, soy el dueño del Sky Launch, así que me considero el responsable legal de todo lo que pase allí en lo concerniente a los empleados y las personas con las que se relacionen.
No lo había pensado.
Me pasó suavemente el pulgar por la mejilla.
—Pero lo más importante es que, si te metes en cualquier lío, yo también estaré metido. Soy tuyo. Y eso significa que estoy atado a ti en todos los aspectos. En los buenos y en los malos. Si no entiendes eso, es que no existe ninguna oportunidad para lo nuestro.
Oh, Dios mío. Sentí como un golpe la enormidad de todo aquello. Había puesto en peligro todo lo que teníamos, a nosotros mismos.
—La he cagado de verdad. —Sentí que me quedaba pálida—. Cielo santo, Hudson.
Me levantó el mentón con un dedo y me dio un beso en la nariz.
—No la has cagado. Puedo arreglarlo, ahora que lo sé.
—¿Qué vas a hacer?
Tuve la breve visión de unos hombres vestidos con gabardinas reuniéndose con Paul en un callejón oscuro. Por desgracia, esa imagen hizo que una sonrisa apareciera en mi rostro.
—Nada ilegal, si es eso lo que estás pensando tú.
Vaya, qué bien me leía la mente.
—Ofreceré a Party Planners Plus un acuerdo con Industrias Pierce a cambio de poner fin al contrato con el Sky Launch. Pierce es una marca más importante y puede ofrecer un precio mejor. Seguirán trabajando con la marca Pierce. Kresh no podrá quejarse de nada.
—Bien pensado. Gracias. —Si desde el principio hubiese recurrido a Hudson, habría llegado a un arreglo como ese y yo no habría puesto a nadie, a mí, en una situación peligrosa. El estómago se me retorció por el asco que sentí por mí misma—. Lo siento, Hudson. Siento que tengas que arreglar mis problemas. Soy una idiota.
—Calla. —Sus brazos volvieron a rodearme, abrazándome y consolándome, aunque eso era lo último que me merecía—. Deja de sentirte culpable. Es nuestro problema, ¿recuerdas? Y quiero arreglarlo. Es algo que puedo hacer. Deja que lo haga.
—De acuerdo. —Tomé aire y dejé salir toda mi preocupación y mi remordimiento al soltarlo—. De acuerdo. Dejaré que lo hagas.