Capítulo catorce

El sol aún estaba bajo y se colaba por un hueco de las cortinas cuando Hudson soltó una mano de mi pecho para mirar su reloj.

—Sé que es sábado y que es temprano —dijo besándome el hombro—, pero tengo que ocuparme de un asunto antes de que sea más tarde. Después me dedicaré a hacer estragos contigo sin parar durante el resto del fin de semana.

—De acuerdo. Si tienes que hacerlo…

Yo seguía recuperándome de los dos orgasmos mañaneros, apenas incapaz de formular frase alguna y mucho menos de hacer nada para lo que fuese necesario pensar. Pero sí tenía que ocuparme de una importante tarea. Algo que había estado evitando.

—Yo también tengo que hacer algunas cosas, así que me viene bien. Por suerte para ti.

—Pues sí, por suerte para mí.

Hudson entró en la ducha primero mientras yo corría un poco en la cinta. Cuando terminé de hacer ejercicio, Hudson se había metido en la biblioteca. Me duché y después me senté en el borde de la cama envuelta en una toalla con el teléfono en la mano mientras pensaba en la llamada que tenía que hacer. Hice cuatro intentos de pulsar el botón de llamada y rápidamente colgué antes de reunir el valor suficiente para dejar que la llamada siguiera adelante. A continuación oí el sonido del teléfono al otro lado de la línea y, como sabía que reconocerían mi número, no podía colgar. De todos modos, era probable que no respondiera, así que ¿por qué asustarme tanto?

Me pareció una eternidad, pero por fin mi hermano respondió:

—Dios mío, Laynie, ¿estás bien?

Su preocupación me encolerizó. O no era real o llegaba tarde y mal.

—Claro que estoy bien. ¿Por qué no iba a estarlo?

No había respondido a sus llamadas, pero eso no debería ser causa de preocupación.

—Porque no has estado en el club en toda la semana.

—¿Qué estás diciendo? He ido todos los días.

Parecía exasperado.

—He llamado para preguntar por ti todas las noches de esta semana y nunca estabas. Al principio pensé que les habrías dicho a todos que no te pasaran mis llamadas, pero después di un nombre diferente y llamé desde otro teléfono.

—Joder, Brian, no sabía que lo del acoso fuera algo genético.

—¡Ja!

Su tono no era alegre. Nunca le había gustado que yo bromeara con mi trastorno. Por eso precisamente era por lo que lo hacía.

—No estaba en el club porque ya no trabajo por las noches, imbécil. —Como si eso fuese asunto suyo. Aun así, había algo dentro de mí que no podía evitar contárselo. Quería alardear, buscar su aprobación—. Me han ascendido. Ahora me ocupo del marketing y la promoción. En horario diurno. Tal y como tú querías.

—¡Ah, qué bien! Enhorabuena, Laynie. Estoy orgulloso de ti.

Durante medio segundo me sentí acalorada y con el vello de punta. Entonces, recordé lo mal que se había portado conmigo, que había dejado de ayudarme económicamente, que le había asustado mi relación con Hudson por mis antecedentes obsesivos. Sí, el calor y el vello de punta no iban a durar mucho.

—Me da igual, Brian. No quiero oírlo.

—Lo digo en serio.

—Solo porque te alegras de que ahora esté siguiendo el plan que habías pensado para mí.

Brian pensaba que los turnos de noche y el ambiente del club no eran apropiados para alguien con mi enfermedad, a pesar de que precisamente trabajar en el club era lo que me había ayudado a calmarme. De haber sido por él, me estaría dedicando al marketing de alguna empresa de las que aparecen publicadas en la revista Fortune con un horario diurno, ganando una tonelada de dinero con un trabajo respetable. Pero si hubiese seguido ese camino, me habría aburrido y agobiado tanto que estoy segura de que me habría pegado un tiro la primera semana de trabajo.

—Eso no es verdad. —Casi parecía arrepentido.

Yo casi me sentí mal.

—Espera, ¿has conseguido ese ascenso por Hudson Pierce?

Ahí dejé de sentirme mal.

—No. Para nada. Y gracias por tu pregunta, gilipollas.

—¿Qué esperas que suponga, Laynie? ¿Quieres que cambie por completo mi concepto de ti porque digas que todo es distinto?

—No sé qué es lo que espero, Brian.

Por mucho que quisiera, realmente no podía culparle por comportarse de un modo tan despreciable. Yo había sido una carga y, en su defensa, debo decir que él había estado ahí cuando más lo había necesitado. Al menos en el aspecto económico, aunque no en el emocional. Lo cierto es que probablemente él estuviese tan destrozado como yo.

Pero el hecho de comprenderle no mejoraba la situación. Simplemente significaba que no podía odiarle.

Me eché en la cama y me froté los ojos con la mano.

—¿Y qué era eso tan importante por lo que tenías que llamarme?

Había dicho que había terminado conmigo. Suponía que eso habría acabado con toda comunicación.

Se aclaró la garganta.

—El alquiler del apartamento cumple este mes.

Claro, había que atar los cabos sueltos.

—Lo cierto es que esa era la razón por la que te he llamado. Me mudo. Así que haz lo que tengas que hacer para finalizar el alquiler.

—¿Dónde vas a vivir?

Si le decía que iba a mudarme a la casa de Hudson, le daría un ataque de pánico.

—Eso no es asunto tuyo.

Además, ¿qué más le daba a él?

—Bien, compórtate como una bruja. Seguro que piensas que me lo merezco.

No hice caso de su descarado intento de culpabilizarme.

—¿Qué quieres que haga con las llaves?

—Puedes dármelas personalmente cuando vaya. ¿Cuándo tienes pensado marcharte?

—La semana que viene probablemente.

Conociendo a Hudson, querría verme fuera del apartamento un día después de decírselo. De todos modos, sería una mudanza fácil. Los muebles eran del apartamento.

Pero no quería ver a Brian. No había ningún motivo para hacerlo.

—¿Para qué tienes que venir?

—Para asegurarme de que la casa se queda en buen estado antes de devolverla. Quiero que me devuelvan la fianza.

Me incorporé.

—Estuviste allí el lunes, Brian. Viste el estado en el que estaba. No he destrozado el apartamento después de que te fueras, si es eso lo que estás sugiriendo. ¿Crees que lo haría simplemente porque estoy cabreada contigo?

—No sé qué es lo que harías. —Brian alzó la voz—: Ya no me sorprende nada en lo que a ti concierne.

—Esta conversación no tiene ningún sentido. Envíame un mensaje cuando estés en la ciudad y te devolveré las putas llaves. Por lo demás hemos terminado.

Colgué y lancé el teléfono a la cama.

¿Qué había pasado para que nos separáramos? Yo había creído que la trágica pérdida de nuestros padres nos uniría más, que nos haría sentirnos más comprometidos el uno con el otro. Desde luego que nos queríamos. De eso no había duda. Pero querer a una persona no significa que sea alguien adecuado para ti, no la convierte en una buena persona que desees que esté en tu mundo. Ese había sido un tema muy habitual en la terapia.

No pensé en lo que eso podría significar en cuanto a Hudson y a mí. No era un tema que estuviese dispuesta a abordar. Además, él había sido mi salvación en aspectos que no tenían nada que ver con el dinero y sí con el apoyo real.

Era Brian quien tenía que salir de mi vida. Me dolía pensar en ello en profundidad, así que no lo hice. ¿Y qué si Brian era mi único pariente vivo? No me importaba. No dejaría que me importara.

Me incorporé en la cama y estaba a punto de vestirme cuando sonó el teléfono avisando de que había recibido un correo electrónico. Rara vez recibía correos, pero como aún no me había creado una dirección de correo para el trabajo, había recurrido a mi cuenta personal para enviarle a Julia mi propuesta oficial. Cogí el teléfono tratando de no hacerme ilusiones. Pulsé el icono del correo electrónico y contuve la respiración mientas leía. Cuando había leído el primer párrafo, casi estaba bailando. El correo era de Party Planners Plus. Y eran buenas noticias.

Rápidamente me vestí con unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas blanca y negra, sin ropa interior. Después me dirigí a la cocina para coger algo de comer antes de correr a contarle a Hudson la buena noticia. En la encimera vi que me esperaban medio bollo y un plátano junto a una taza de café. Sonreí ante las infinitas atenciones de Hudson. Sí, mudarme allí era una buena decisión.

Ahora solo tenía que decírselo a él.

Pero antes le daría mi noticia.

Le di tres rápidos bocados al bollo y pelé el plátano, cogí el café y fui hacia la biblioteca.

Hudson estaba al teléfono cuando entré en la habitación, de espaldas a mí con la vista puesta en la ciudad. Su tono era directo y serio mientras hablaba mezclando palabras con otras en japonés. ¡Vaya! ¿Hudson sabía también japonés? Nunca dejaba de sorprenderme y eso me encantaba.

No quería molestarle, así que entré en silencio y me apoyé en el borde de su mesa detrás de él. No debí ser lo suficientemente silenciosa, pues se dio la vuelta para mirarme sin interrumpir un solo momento la conversación. Llevaba puestos unos vaqueros y un polo azul ajustado que le marcaba los fuertes abdominales. Estaba muy atractivo. Joder, siempre lo estaba. Pero aún no me había acostumbrado a su aspecto informal. Me desasosegaba y me volvía sensible. Sobre todo cuando lo escuchaba ocupándose de sus negocios. Siempre decía que mi cerebro le excitaba. Me pregunté si sospecharía que el suyo también me excitaba a mí.

Él se quedó igual de embelesado conmigo y sus ojos no me abandonaron mientras continuaba con su llamada. Quizá el modo en que me estaba comiendo el plátano fuera un poco sensual. No podía evitarlo. ¿Acaso podría actuar de otra manera mientras Hudson estuviera en la misma habitación?

Cuando hubo terminado su llamada, dejó el auricular en la base sobre su escritorio y recorrió mi cuerpo con sus ojos, como hacía a menudo, como si ya me estuviese follando en su imaginación.

Su mirada me excitó al instante. Mi cuerpo vibraba lleno de electricidad y las piernas se me movían con una energía nerviosa.

—¿Interrumpo?

—En absoluto. He terminado por hoy. —Silbó mientras yo movía los labios sobre el último bocado de plátano—. He terminado con el trabajo.

—Parece que tu conversación telefónica ha sido mucho más productiva que la mía.

Me chupé la punta del dedo pulgar fingiendo limpiarme restos de plátano, aunque no tenía ninguno. Cuando me disponía a pasar al dedo índice, Hudson me lo cogió y lo chupó.

—Es increíble cómo he podido concentrarme con tu preciosa boca envolviendo ese plátano. Pero esa era tu intención, distraerme.

Encogí un hombro.

—No tengo ni idea de qué estás hablando.

Su boca se elevó con una sonrisa.

—Una provocación muy maliciosa. —Se sentó en la silla de su escritorio y se giró para mirarme de frente—. ¿Con quién has hablado?

—Con mi hermano. Ha sido duro.

—¿Quieres hablar de ello?

Deslizó las manos por mis pantorrillas haciendo que chispas de electricidad me recorrieran el cuerpo.

—No. —Al menos no en ese momento—. No voy a dejar que me arruine el día. Y este día es fabuloso. ¿Sabes por qué?

—¿Porque estoy a punto de abalanzarme sobre ti?

—Eso también. —«Dios, eso también». El corazón se me aceleró ante aquella perspectiva—. Pero además porque los organizadores de eventos con los que me reuní han aceptado firmar un trato.

—Por supuesto que sí. Eres brillante, ¿recuerdas? —Sus manos pasaron por mis rodillas hacia mis muslos desnudos, rozando con sus dedos suavemente mi piel—. ¿Son los de Party Planners Plus?

Me puse en tensión sin querer.

—Vaya, buena memoria.

Confiaba en que hubiese olvidado los detalles. El hecho de que hubiese prestado tanta atención me hacía más difícil creer que no descubriría que Paul Kresh estaba por medio.

—Solo cuando se trata de ti.

«De eso es de lo que tengo miedo». Pero sonreí para hacerle creer que disfrutaba de su atención, lo cual normalmente era cierto. Pero no en lo que se refería a Party Planners.

—Enhorabuena. Estoy deseando ver lo que haces con ellos.

Se echó hacia delante para darme un beso en la parte superior del muslo, tan cerca y tan lejos a la vez de otros lugares que deseaban su boca de una forma más exhaustiva.

—Yo también.

La respiración se me cortó cuando me volvió a besar. Esta vez eligió la parte inferior del muslo.

—Es un comienzo. Estoy muy excitada con esto. —Ya no estaba hablando de trabajo.

Hudson me agarró la mano y tiró de mí hacia delante para sentarme a horcajadas sobre él.

—Entonces los dos tenemos hoy buenas noticias.

—Cuéntame las tuyas.

Mis manos recorrían su camisa disfrutando del contacto con la dura superficie que había debajo.

Cerró los ojos con un largo parpadeo y supe que él estaba disfrutando también de mi tacto. Imitó mi movimiento y con la palma de sus manos acarició mis pechos sin sujetador por encima de la camiseta.

—Estaba hablando por teléfono con un contacto de Japón. Le he pedido que lo arregle todo para irme allí los próximos días.

Mis manos se quedaron inmóviles.

—¿Qué? ¿Por qué?

Japón estaba muy lejos. La idea de que se marchara aunque fuese por poco tiempo hizo que el pecho se me encogiera.

—Para presentar una oferta por Plexis.

—¿De verdad? Hudson, ¡eso es estupendo!

—Me puse en contacto con aquel hombre al que oíste hablar. Se llama Mitch Larson. —Hudson continuó manoseándome los pechos mientras hablaba y mi cuerpo se arqueaba al sentir sus manos—. Resulta que no tiene capacidad en su compañía para poder vender, pero lo ha organizado todo para que yo le presente la oferta directamente a su jefe de Japón. No habría conseguido concertar esa reunión de no haber conocido a Mitch. —Gemí cuando me pellizcó los pezones hasta convertirlos en dos picos protuberantes—. Y no habría conocido a Mitch de no haber sido por ti.

Me retorcí intentando sentir presión donde la necesitaba, en la entrepierna.

—Yo ni siquiera habría ido a esa fiesta de no ser por ti.

—Fácilmente podrías no haber prestado atención a aquella conversación o no haberte molestado en contármela. Lo hiciste. Y te estoy agradecido por ello.

Sus manos, aún en mis pechos, me parecían muy lejanas. Las necesitaba sobre mi piel desnuda, ansiaba que me tocara sin que hubiese ningún obstáculo. Enseguida. Tenía que follarme rápido.

Me eché hacia delante para susurrarle al oído:

—¿Hasta qué punto estás agradecido?

—Creo que ya lo sabes.

Se animó y pude sentir su erección, por fin, juntándose con mi clítoris.

Levantó la boca para buscar la mía, pero se tomó su tiempo, acariciándome los labios con la nariz, lamiéndome la curva del mentón. Sus dientes me mordisquearon el labio inferior y no pude seguir resistiéndolo. Coloqué las manos a cada lado de su rostro. Lo inmovilicé mientras aplastaba mis labios con los suyos. Saqué la lengua y le provoqué tocándole los dientes inferiores hasta que me metió la lengua en la boca. Después invadí su boca por completo, chupando su lengua como si fuera su polla, gozando a la vez del gemido que nació en la parte posterior de su garganta.

Sus manos me acariciaban la espalda arriba y abajo, pero aún sin meterse por debajo de mi camiseta. Levanté el trasero dándole a entender lo que quería, lo que necesitaba.

En lugar de seguir mi iniciativa, puso sus manos suavemente sobre mis hombros y me echó hacia atrás. Los dos estábamos jadeando y yo me quedé bastante confundida y tan tremendamente excitada que no podía quedarme quieta.

—Alayna, tengo que decirte una cosa. —Hudson bajó las manos a mi cadera para que dejara de moverme—. Sobre lo de ayer. Sobre lo de mudarte aquí.

Joder, ¿se estaba arrepintiendo? ¿En medio de una sesión de pasión de lo más excitante?

—¿Sí?

—No quiero que estés aquí… —hizo una pausa y me puso nerviosa que hubiese llegado al final de la frase, pero continuó hablando— para poder controlarte. Quiero que estés aquí porque no soporto otra posibilidad. Quiero que estés aquí porque te quiero conmigo. Siempre.

Era perfecto, absolutamente perfecto.

Yo dejé escapar un suspiro tembloroso.

—De acuerdo.

Su cuerpo se relajó y bajó los hombros.

—Bien. Necesitaba que lo entendieras.

—No, no digo que de acuerdo, que te entiendo. Bueno —admití—, eso también. Pero lo que quería decir era que de acuerdo, que me vengo a vivir contigo.

Hudson me miró sorprendido.

—¿Sí?

Una oleada de calor me recorrió el cuerpo.

—¿Por qué te sorprendes tanto? Creía que estabas acostumbrado a salirte con la tuya. Apuesto a que siempre consigues lo que quieres.

—Casi siempre. Pero a menudo tengo que luchar por ello antes. Y estaba dispuesto a pelear por esto. Por ti. Ha sido mucho más fácil de lo que pensaba.

—Probablemente porque yo ya había decidido aceptar. Pero, aunque no fuera así, me habrías convencido con esto. —Coloqué las manos sobre su cara—. Hudson, yo también quiero estar contigo siempre. Y no me importa si la gente dice que es una locura o que es demasiado pronto, porque yo ya estoy loca y ya estoy locamente enamorada de ti.

—Alayna.

Su voz sonó ronca e intensa, como si la pronunciación de mi nombre llevara mucho más peso del que debiera. Como si tuviera muchos significados que Hudson no era capaz de expresar. Con aquella única palabra me condujo a un estado emocional que no había sentido antes, una emoción profunda y arraigada y, a la vez, elevada y eufórica. Era volver a enamorarse de alguien a quien ya amaba hasta la médula.

Se movió rápidamente, me quitó la camiseta con un único movimiento y después me levantó junto a él de la silla lo suficiente como para sacarse la polla. Envolví su miembro duro con mis manos, acariciándolo con una especie de loca desesperación mientras él me besaba hasta dejarme sin sentido. Con su rostro aún concentrado en mí, atacó con sus manos mis pantalones cortos, agarrándolos como si fuera a desgarrarlos. Tras unos segundos de delirio, abrió el cajón de arriba de la mesa detrás de mí y revolvió a ciegas hasta que encontró lo que buscaba: unas tijeras.

Entonces me cortó los pantalones.

Nunca imaginé que fuera tan increíblemente excitante que me cortaran la ropa ni que nadie fuera a hacerlo de verdad. Una cosa era que me arrancara el endeble tanga, pero coger unas tijeras, cortar tan cerca de mi piel… Me puse más húmeda y excitada de lo que había estado nunca, llevada por su rabiosa necesidad de tenerme desnuda para él.

Cuando apartó la tela rasgada, puso las manos debajo de mi culo y me subió encima de él. Yo estaba tan húmeda que me deslicé sobre él con toda facilidad, enfundándole por completo.

—¡Dios, Hudson!

Podía sentirlo entero desde ese ángulo, con su palpitante polla golpeándome la pared de la vagina, haciendo que me retorciera encima de él. Me eché hacia delante apoyándome en las rodillas para poder salirme de él de nuevo, levantándome y bajando a una velocidad frenética que recordaba más a la forma en que Hudson me montaba, no a la que le montaba yo.

El orgasmo me llegó sin aviso, apareciendo de la nada y recorriéndome todo el cuerpo, haciendo que redujera la velocidad. Traté de mantener el ritmo mientras sus oleadas me invadían, agitándome y rompiéndome hasta que me rendí con un largo grito de placer.

Apenas me di cuenta de que la silla giraba hasta que sentí que la mesa me presionaba la espalda. Hudson tomó el control de la situación. Embestía dentro de mí con destreza y precisión mientras mis piernas le envolvían la cadera a la vez que cambiaba nuestra posición y el asiento que tenía debajo le servía para caer sobre él más que como un verdadero apoyo.

Cuando recobré la visión, vi los ventanales que tenía detrás de mí. Aunque estábamos en la planta superior del edificio y era poco probable que nadie estuviese mirando, había alguna posibilidad y ser consciente de ello hizo que la situación adquiriera un mayor nivel de erotismo, intensificándose exponencialmente cuando Hudson se vació dentro de mí con un gruñido profundo y primario.

No se concedió ni un momento para recuperarse y me tumbó sobre la mesa. Apartó la silla y se arrodilló entre mis piernas mientras sujetaba mis tobillos al borde del escritorio. Me quedé desnuda y completamente abierta delante de las ventanas, delante de mi amante. Estaba a punto de llegar a mi segundo orgasmo antes de que la lengua de Hudson empezara a tocarme.

No me provocó ni actuó con lentitud, como solía hacer cuando me comía, sino que me chupó y me lamió el clítoris con urgentes caricias de su lengua. Me corrí al instante y, aun así, él continuó. Aquello fue demasiado…, demasiado intenso para mi aguzada sensibilidad y mis caderas se movieron con sacudidas.

—Otra vez —dijo Hudson antes de retomar el ataque.

—¡No! —Me retorcí, pero sus manos me sujetaron los tobillos con firmeza—. No puedo soportarlo.

—Otra vez —insistió y fue imposible convencerlo de que desistiera.

Retomó su asalto apartándose de la palpitante bola de nervios para sumergir la lengua por mi agujero.

Mis manos volaron a su cabeza y las apreté sobre su pelo mientras él me llevaba a otro clímax y su lengua lamía mi raja regresando de nuevo a mi clítoris y, después, volviendo a sumergirse en mi coño.

En algún lugar de la parte de mi cerebro que podía seguir formulando algún pensamiento supe lo que estaba haciendo. Me estaba dando las gracias, demostrándome lo feliz que le había hecho al decidir irme a vivir con él. Su propio orgasmo había llegado rápidamente, pero podía empalmarse otra vez. Lo sabía por experiencia propia. Probablemente ya la tendría dura de nuevo por lo mucho que le excitaba comerme. Pero en lugar de meterse dentro de mí me estaba regalando todo el placer. Era un mensaje y yo lo recibía alto y claro.

Aminoró la velocidad, pero su ardor continuaba. El siguiente orgasmo me llegó con renuencia y él me lo sacó con una dedicación dulce e interminable hasta que me volví completamente loca, estremeciéndome mientras el calor se extendía por mis piernas y me hacía encoger los dedos de los pies.

Hudson permaneció entre mis piernas hasta que me tranquilicé, lamiéndome y agasajándome con una suave adulación mientras mi ritmo cardiaco regresaba a la normalidad.

Después se puso de pie y me llevó hasta el sofá para tumbarme allí.

Se quedó mirándome con los ojos aún entrecerrados mientras se desnudaba. Yo tenía razón: volvía a estar empalmado, con la polla dura y palpitante. Se tumbó a mi lado y me rodeó con sus brazos. Me acarició el pelo con sensuales caricias a la vez que me hablaba al oído en voz baja:

—Sé que da miedo y que nuestra situación no ha sido la ideal, pero tú eres lo mejor para mí. No hay nada en este mundo que sea tan importante para mí como tú. Yo puedo ser lo mismo para ti. Lo sé. Y te agradezco mucho que me des la oportunidad de demostrártelo.

Me moví para poder mirarle.

—No tienes que demostrarme nada. También eres ya lo mejor para mí.

Me hizo callar y me besó en la frente.

—Todavía no. No he podido darte aún todo lo que necesitas.

Mi mente trató de imaginar qué era lo que él podría pensar que yo necesitaba y que no me había dado. Las dos palabras. Aquello era lo único con lo que podría conformarme. Pero las sabía aunque él no las pronunciara. Las sabía con cada poro de mi ser.

—Está bien, Hudson. Es…

—No —me interrumpió—. Pero necesito saber que lo estoy intentando y no voy a dejar de hacerlo hasta conseguirlo. ¿Me oyes? No pierdas la fe en mí —dijo en tono vehemente y en su rostro se reflejaba la desesperación.

—No voy a perder la fe en ti. —Levanté la mano para acariciarle la cara y él se inclinó sobre ella—. ¿Por qué iba a hacerlo? Te quiero, Hudson. Te quiero mucho.

Cerró los ojos con fuerza, casi como si mis palabras le hicieran daño.

—No merezco tu amor. No creo que lo vaya a merecer nunca.

—Te mereces más de lo que yo pueda darte jamás.

—Tenemos opiniones distintas al respecto. Habremos de aceptar que no estamos de acuerdo. Otra vez. —Me empujó el hombro—. Date la vuelta —ordenó.

Me giré de cara al respaldo del sofá y al instante sentí la gruesa erección de Hudson presionándome por detrás. Levanté la pierna, le rodeé con ella y él se deslizó dentro de mí otra vez.

—Esta vez vamos a ir más despacio —susurró besándome el cuello.