Tan solo habían pasado unos segundos desde que Celia se había ido y yo me guardara el teléfono en el sujetador cuando Mira salió de la zona de los excusados. Como no había oído ninguna cisterna descargarse ni agua corriendo, me di cuenta de que debía de llevar un rato allí. Su rostro estaba más serio de lo que le había visto nunca y había algo en su expresión que me hizo sentirme inexplicablemente culpable.
—Hola —dije tratando de hacer desaparecer aquella extraña sensación.
Ella me atravesó con sus ojos marrones.
—Estabas hablando con Celia.
—Sí.
Coloqué una mano sobre el tocador en busca de apoyo, pese a que no había hecho nada malo. Estábamos en una reunión familiar, ocho en total. ¿Se supone que no debía hablar con ninguno de los demás invitados? ¿Ni con la única amiga de mi novio?
—Creo que no deberías seguir haciéndolo. —El tono de voz de Mira era tranquilo y nada recriminatorio.
—¿Por qué?
Se ablandó y dando un paso hacia mí recuperó su tono alegre.
—¡Es tu competidora, Laynie! Es decir, Hudson está completamente entregado a ti y a nadie más que a ti, pero Celia va detrás de él. Lleva mucho tiempo imaginándose casada con él. En su cabeza lo da por hecho.
—Lo sé, lo sé.
Una extraña punzada de pena me invadió. Quizá Celia no deseara de verdad a Hudson, pero los demás no dejaban de asegurarlo y la acusaban de algo que ella había superado hacía mucho tiempo. Yo sabía lo que eso suponía, porque los demás habían pensado que seguía loca mucho tiempo después de haberme recuperado.
Tragué saliva y salí en su defensa, sorprendiéndome incluso a mí misma.
—Pero ella dice que no. Que no lo desea, quiero decir. Sí que puede parecer que está colada por él. Aunque lo cierto es que me ha sido de mucha ayuda.
Mirabelle se ahuecó la parte posterior de su pelo corto.
—Vale, puede que sea verdad. Quizá yo esté exagerando. Pero la conozco de toda la vida y no siempre ha sido la mejor de las personas.
Imaginé lo que Mira pensaría cuando Hudson dejó a Celia con el corazón roto y destrozada. Para una adolescente impresionable como debió de ser Mira, sería fácil culpar a Celia de las cosas terribles que rodearon a Hudson. Sobre todo estando tan unida a su hermano.
Pero ahora era una adulta. Tenía que ver que aquella historia iba más allá de lo que ella creía, aunque no conociera los detalles.
—Tampoco Hudson ha sido siempre la mejor de las personas —le recordé.
Un destello de decepción apareció en sus ojos.
—No estoy diciendo que no apoye a Hudson. Me da igual lo que haya hecho o lo que haya sido. De verdad. —Me mantendría a su lado a pesar de la mucha mierda por la que hubiese pasado, igual que él estaba a mi lado después de todo lo que yo había hecho—. Solo digo que todos hemos sido peores personas. —Excepto Mira, probablemente—. Al menos muchos de nosotros hemos sido peores personas —rectifiqué.
—Estoy segura de que eso es cierto. —Se acercó a mí y colocó suavemente la mano sobre mi brazo—. Pero no pienses que Celia es tu única fuente de información, ¿vale? Laynie, si necesitas hablar, llámame. O, mejor aún, habla con Hudson.
La cabeza estaba a punto de estallarme con tantas idas y venidas: acusar a Celia, defender a Celia, confiar en Celia, no confiar en Celia. Lo cierto era que la única persona a la que de verdad tenía que defender era a Hudson. La única persona en la que tenía que confiar era en él.
Sí, era a él a quien debía acudir cuando necesitara a alguien con quien hablar. Era él quien importaba. El único que sabía cómo tranquilizarme.
—Hablaré con Hudson. Buena idea.
Mira sonrió.
—A veces las tengo. Buenas ideas. Y eso a pesar de los despistes por el embarazo.
De repente sentí que llevaba lejos de Hudson demasiado tiempo y ansié verle. Un ansia que desapareció en el momento en que salimos del baño y me encontré a Hudson esperando, con su actitud fuerte y cien por cien masculina y sus ojos resplandecientes al verme. Siempre conseguía que me temblaran las rodillas.
Despidiéndose con la mano, Mira se dirigió a la mesa detrás de Celia. Debía de haberse quedado allí tras salir del baño. Imaginé que habría hablado con Hudson. Me parecía bien. Muy bien. Incluso me lo esperaba. No era a ella a quien él estaba esperando. Era a mí. Siempre.
Hudson me cogió de la mano cuando me acerqué a él.
—¿Lista para marcharnos?
A pesar de que no había terminado de comer, lo de marcharnos me pareció una idea divina.
—Pensaba que nunca me lo pedirías.
—Entonces vámonos. —Parecía distraído mientras me llevaba hacia la puerta del restaurante, pero ¿quién no lo estaría después de la cena que habíamos tenido?
Casi habíamos superado el mostrador de la recepción, cuando Sophia nos salió al paso.
—¿Pensabais escabulliros sin despediros como es debido?
Puse los ojos en blanco. Pero Hudson, tranquilo y manteniendo el control como siempre, se limitó a levantar una ceja.
—¿Me estabas esperando aquí para echármelo en cara en caso de que así fuera?
Sophia frunció el ceño, pero su frente repleta de bótox apenas se movió.
—Claro que no. Me he levantado para llamar a mi coche. Es de mala educación usar el teléfono en la mesa. —Su tono era admonitorio. Como si hubiera sido Hudson quien había estado ensimismado con el móvil en lugar de su otro hijo.
Hudson me apretó la mano con más fuerza.
—Ya me he despedido de ti, madre.
—Tú sí. —Hizo un gesto hacia mí—. Ella no. De hecho no recuerdo que haya saludado al entrar.
Sentí que el estómago se me tensaba y en medio segundo se me pasaron por la mente mil respuestas hostiles que darle. Siguiendo el ejemplo de Hudson, decidí permanecer tranquila.
—Usted tampoco.
—No, no lo he hecho.
Su sonrisa era tensa, pero los ojos le brillaban. De repente comprendí que disfrutaba enfrentándose a mí. Si yo era lista, no respondería. Eso la dejaría sin su recompensa.
Pero quizá también me gustara a mí aquel juego, un desafío similar a una buena partida de ajedrez.
—La verdad es que me ha parecido muy inteligente por su parte, Sophia. La velada ha ido bastante bien cuando cada una fingía que la otra no existía. ¿No lo cree así?
—Gracias. Ha sido pura improvisación, puesto que no sabía que ibas a venir hasta una hora antes, cuando Hudson me ha llamado para decírmelo.
Sophia me estaba provocando. Trataba de sacarme de quicio haciéndome saber que yo no figuraba en la lista de invitados. Habría sido una jugada brillante si no lo hubiera sabido antes.
Yo respondí con calma:
—Ah, H, ¿la llamaste? Creía que ibas a darle una sorpresa.
—Sí, telefoneé mientras te vestías. Llegué a la conclusión de que Sophia podría comportarse mejor si estaba preparada.
Hudson había decidido entrar en el juego. Aunque prefería protegerme de las bufonerías de su madre, normalmente le divertía el modo en que yo la trataba.
La espalda de ella se enderezó, una absoluta contradicción con el modo en que debía haberse sentido tras haber recibido una réplica tan lógica a su movimiento.
—Sí, ha funcionado bien. Recordaré para la próxima vez la táctica de la ignorancia mutua.
—Entonces, ¿por fin acepta que va a haber una próxima vez? —Era mi turno: «Jaque».
Su sonrisa se amplió, como si yo hubiese caído en una trampa.
—Soy de todo menos poco realista, Alayna Withers. La cuestión es saber cuántas próximas ocasiones va a haber. Yo estoy en la vida de Hudson de forma permanente. ¿Y tú?
Mi autocontrol flaqueó y los hombros se me tensaron mientras mi cuerpo se preparaba para un combate.
—Madre, para ya —intervino Hudson—. Es tu cumpleaños. Un día feliz para ti. Si estás deprimida, es solo porque no te permites disfrutar de nada.
Me soltó y abrazó a Sophia de una forma torpe mientras le daba un breve beso en la mejilla.
Por millonésima vez, me pregunté por aquella relación entre madre e hijo. A mí me había costado mucho menos cortar con mi hermano. Por supuesto, de eso habían pasado solamente dos días. No podía decir lo que ocurriría después entre nosotros. Y de Hudson y Sophia solo podía suponer su pasado. Me habían ocultado los detalles, al igual que la mayoría de los asuntos de la vida de Hudson.
«Tiempo», me recordé a mí misma. Sabría más de él con el tiempo.
Hudson dejó de abrazarla y puso las manos suavemente sobre los hombros de Sophia.
—Hueles a sexo —dijo ella cuando él se apartó.
No pude evitar tomarme aquello como un cumplido.
—Me sorprende que reconozcas el olor.
Sin apartar los ojos de su madre, Hudson volvió a extender la mano para agarrar la mía.
Yo deslicé la palma sobre la suya y absorbí la chispa que siempre recorría mi cuerpo cuando entrábamos en contacto.
La mirada de Sophia se dirigió hacia nuestras manos unidas y de nuevo al rostro de su hijo.
—No soy ninguna mojigata.
Hudson negó con la cabeza, aburrido de aquella conversación.
—No, nadie te acusa de eso. Simplemente me sorprende que puedas percibir nada por encima del olor del bourbon.
«Y jaque mate».
—Vete a casa, Hudson.
—Con mucho gusto.
Subimos en silencio al ascensor y a la limusina. Había demasiadas cosas en las que pensar: Jack y Sophia, Celia y después Mira. Demasiados aspectos de aquella velada sobre los que pensar, motivos para estar confundida y hecha un lío. Lo único sobre lo que no estaba confundida era sobre Hudson. Ya no. No desde que en la terraza me había hecho una especie de truco de magia sexual que había calmado todos mis temores sobre él. Había hecho desaparecer todas mis dudas, había dicho las palabras adecuadas y, por primera vez en…, bueno, por primera vez, pensé que quizá podría ser una chica normal con una relación normal con un hombre normal.
Vale, nunca sería una chica normal y Hudson no sería nunca un hombre normal, pero quizá habíamos encontrado el punto más parecido a lo normal que jamás podríamos alcanzar. Y era increíblemente bueno.
Mientras miraba absorta pasar los edificios por la ventanilla de la limusina, ni siquiera se me ocurrió preguntarme si íbamos al Bowery o si me iban a llevar a casa. Hudson no le había dado ninguna instrucción al conductor. Simplemente di por sentado que pasaría la noche con mi novio. Hudson también debió de darlo por sentado, porque Jordan se detuvo delante de su edificio sin decirme una palabra.
Cuando ya estábamos en el ático y el silencio entre nosotros persistía fue cuando me di cuenta de que no era solo yo la que andaba sumida en mis pensamientos. Hudson también estaba perdido dentro de su cabeza. Él no era raro que estuviese callado y ensimismado. Así era el hombre que había conocido y por el que me sentí atraída al principio. Pero incluso cuando lo veía concentrado en su trabajo, siempre había un atisbo de su atención puesto en mí. Aunque sutil, era inconfundible.
Esta noche era distinto. Salimos del ascensor y, sin decir nada, Hudson se dirigió de inmediato a la biblioteca. Yo le seguí, insegura. Aunque él no había estado en casa desde que llegaron los libros, ni siquiera les echó un vistazo. Fue directo a su escritorio, dejó la chaqueta en el respaldo de su silla y se sentó.
—Tengo que trabajar un poco —dijo sin mirarme—. Probablemente me quede hasta tarde. No me esperes levantada.
—Ah. De acuerdo.
Había en mi voz más sorpresa que dolor. Era la primera vez que estábamos solos y que no estábamos pegados el uno al otro. Resultaba… raro.
Durante varios segundos me quedé inmóvil, sin saber qué debía hacer. El sentido común empezó a imponerse.
—¿Necesitas algo? ¿Una copa quizá?
Revolvió algunos papeles de su escritorio y frunció el ceño al ver uno de ellos.
—Luego me prepararé un whisky.
A continuación regresó a su ordenador y desaparecí de su vista.
Yo podría prepararle un whisky. De hecho quería hacerlo, pues así me sentiría útil, deseada. Como si hubiera un motivo para estar allí.
Pero el tono de Hudson había sido concluyente. Por algún motivo, no quería que yo se lo sirviera. Aunque no le hiciera caso y se lo preparara, ya sabía que no me lo agradecería. Probablemente ni se daría cuenta.
Le preparé la copa de todos modos y la dejé en la esquina de su mesa. Me vio, sabía que me había visto. Pero, tal y como había supuesto, no dijo nada.
Estaba en otro sitio, en algún lugar muy lejano. Un lugar donde no estaba dispuesto a llevarme.
Me metí en el dormitorio y me senté al borde de la cama, aún sin hacer desde la noche anterior. Hudson Pierce, tan insultantemente rico y poderoso, ni siquiera tenía a nadie que fuera a hacerle la cama a diario.
Un pensamiento banal, pero fue lo primero que se me pasó por la mente.
Después empezaron las preguntas, el interrogatorio constante del que mi mente no parecía cansarse. ¿Qué era lo que había provocado aquel comportamiento distante de Hudson? ¿Había sido la última conversación con su madre? ¿Toda la noche en general?
Puede que simplemente tuviera que trabajar. Él pensaba que yo tendría que haber estado toda la noche en el Sky Launch. No había planeado tener que distraerme. Y yo no debía esperar que tuviera que hacerlo. Nos habíamos conocido el uno al otro, pero eso no quería decir que el resto de nuestras vidas tuviera que detenerse. Aún teníamos cosas que hacer, obligaciones. Sobre todo un hombre como él.
Estaba segura de que no era por mí, que no era por nosotros. Él me había declarado que era suya. La última vez apenas dos horas antes. Era suya. Ese comportamiento no era por mí.
Otra prueba, si es que la necesitaba, era que me había llevado a su casa cuando fácilmente podría haberme dejado en la mía. Me quería allí, aunque no pudiera estar conmigo del todo. Yo lo sabía. Lo sabía.
Respiré hondo y dejé que mis músculos en tensión se relajaran al soltar el aire.
Después me liberé.
Me liberé de todo: los pensamientos, las preocupaciones, las dudas… No iba a volverme loca. Ya no. No más obsesiones. No más análisis. Simplemente me liberé.
La claridad se impuso. Las personas cambiaban de humor. Yo seguía siendo prácticamente una desconocida para Hudson. Las relaciones eran algo nuevo para los dos. No podía esperar que ninguno de los dos se comunicara a la perfección con el otro. Teníamos que aprender y eso requería tiempo.
Teníamos tiempo.
Miré la puerta vacía pensando qué hacer. ¿Ver la televisión o leer un libro? Había muchos entre los que elegir. Podría ir con Hudson a la biblioteca, dedicarme a sacar libros de las cajas.
Pero mi instinto me decía que él necesitaba su espacio. Aunque él no me había hecho caso cuando le pedí que me dejara sola en la terraza, esa misma táctica no funcionaría en sentido inverso. A Hudson no le gustaba que le manejaran como a mí. A mí me encantaba que él lo hiciera. Lo adoraba. Lo ansiaba.
Pero Hudson… Sus muros no eran tan fáciles de sortear. Había montañas. Tenía que escalarlas con cuidadoso sigilo y firmes asideros. A veces tenía que pararme en una cornisa y esperar a que el tiempo mejorara antes de retomar la escalada. Algunas veces, llegaría a la cumbre de una y él estaría allí, esperando, expuesto, y juntos disfrutaríamos de las sobrecogedoras vistas.
Ahora mismo yo me encontraba en una cornisa. Esperando tranquila.
Me reí en silencio. ¿Quién iba a pensar que yo sería capaz de esperar tranquilamente a un hombre? Pero ahí estaba, sin actuar como una loca, sin importar adónde quisiera ir mi cabeza.
Me puse de pie y me miré en el espejo del tocador. ¿Tenía un aspecto diferente? Paul había dicho que sí. ¿Me brillaban más los ojos? ¿Mis permanentes círculos oscuros bajo los ojos estaban más claros de lo habitual? ¿Era ese el aspecto de quien está mentalmente sano? Porque, aunque mi reflejo no mostraba que hubiese cambiado nada, esa yo era completamente nueva y sorprendente.
Así que, pese a que el actual estado de ánimo de Hudson era desconcertante y misterioso, yo me sentía bien. Fuerte.
Me iba a mudar a esa casa. Si Hudson iba a tener episodios de aislamiento, prefería encontrarme cerca de él físicamente, aunque estuviera lejos emocionalmente. Además esa noche habíamos demostrado que podíamos capear el estrés y siempre parecía que lo soportábamos mejor juntos.
Eran las diez pasadas, pero decidí ponerme a correr. Me cambié y entré en el gimnasio del ático, donde pasé cuarenta minutos en la cinta. Después me di una ducha rápida. Más tarde, tras debatirme entre un camisón, una camiseta o simplemente las bragas, decidí quedarme desnuda y meterme sola en la cama. De ese modo quería enviar un mensaje a Hudson: «Estoy sin ropa por ti. Desnuda para ti. Basta de muros, basta de ocultar emociones».
Cuando viniera conmigo más tarde, lo vería. Comprendería lo que no podía decirle en ese momento, un eco de las palabras que él me había repetido antes una y otra vez: «Estoy contigo. Estoy contigo».
Me desperté más tarde en la habitación a oscuras, tumbada a mi lado de la cama con el brazo de Hudson alrededor de mí, su mano acariciándome el pecho. En silencio, me besaba el hombro y el cuello.
Suspiré. Aunque estaba medio dormida, mi cuerpo se puso al instante en armonía con el suyo, preparado, anhelante. Deslicé la mano entre mis piernas, me acaricié el clítoris y él se introdujo dentro de mí con suavidad. Un momento después encontramos nuestro ritmo y nuestra pesada respiración fue el único sonido mientras nos movíamos juntos hacia el mismo objetivo.
Cuando estaba llegando al orgasmo, mis dedos anhelaron recorrer de arriba abajo el paisaje del pecho de Hudson. Echar la mano hacia atrás para agarrarle el culo no era suficiente. Sentía las manos vacías y por mi mente pasó la vaga idea de que aquella postura reflejaba el estado de nuestra relación. Los dos mirando hacia delante, avanzando juntos hacia un objetivo único, pero Hudson no estaba del todo al alcance de mi mano. Mis manos se estiraban buscando algo que no podían atrapar.
Terminamos casi a la vez y nos quedamos allí tumbados un rato sin movernos ni hablar. Cuando nuestra respiración se fue calmando, rompí el silencio:
—¿Dónde estabas antes?
Me acarició el pelo con su nariz.
—¿Importa eso? Ahora estoy aquí.
Le había dicho a Mira que hablaría con Hudson. Pero ¿qué se suponía que tenía que hacer cuando él se encerraba en sí mismo? Incluso ahora, en medio de esa intimidad, había una parte de él que permanecía cerrada.
Y puede que eso fuera lo mejor. Porque las partes suyas que sí abría eran luminosas y cegadoras, como un faro en la oscuridad. Así que dejé que mis preguntas se esfumaran, evaporándose en la nada mientras él me daba la vuelta para que le mirara, acoplándome a su cuerpo debajo de él. Quizá nuestra conversación no fuera necesaria ahora. Hablaríamos de la mejor forma que sabíamos, con el tacto físico, balanceando nuestros cuerpos con olas simultáneas. Juntos.
—Mon amour. Ma précieuse —me dijo al oído—. Ma chérie. Ma bien-aimée.
Me hablaba en francés. Había dicho que lo haría después, con mis piernas rodeándole. Así que subí las piernas alrededor de sus caderas, basculando mi cuerpo hacia el suyo.
Aunque no eran necesarias las palabras, las murmuraba una y otra vez mientras volvíamos a hacer el amor. Entre los besos que me daba en el cuello y en la boca, mientras entraba y salía de mí al ritmo de la hermosa poesía de su lengua.
—Je suis avec toi. Siempre. Estoy contigo, ma précieuse.