Capítulo doce

Sorprendentemente, la tranquilidad que Hudson me había dado en la azotea continuó conmigo mientras volvíamos al restaurante. Ni siquiera me afectó la mirada enojada de Sophia mientras el camarero retiraba la silla para que yo me sentase.

Sophia bebió un sorbo del líquido marrón que tenía en la mano.

—Ya era hora de que volvierais.

Recordé lo que había dicho Hudson cuando habíamos salido, que me había olvidado una cosa en el coche, y empecé a disculparme usando eso como base de la excusa.

Pero Hudson respondió antes que yo:

—Nos hemos entretenido.

Me apretó la mano antes de soltarme para dejar que me sentara en mi silla. En cuanto estuve sentada, volvió a agarrarme la mano por debajo de la mesa. No se me ocurría ninguna otra ocasión en que se hubiese mostrado tan solícito en público. Y tras la apropiación que había hecho de mi cuerpo unos minutos antes, el poder relajarme con Hudson en un lugar donde no existían las dudas me parecía una posibilidad real.

No solo una posibilidad, sino una realidad.

—¡Laynie! —Mira pareció salir despedida de su silla—. ¡Me alegro mucho de que hayas venido!

La última vez que la había visto se mostró preocupada de que hubiese roto con su hermano. Mi presencia era una confirmación de lo contrario.

—Yo también.

Le devolví la sonrisa y dediqué la misma expresión al resto de comensales, incluyendo la cabeza de Chandler, que estaba inclinado sobre su iPhone, y los Werner. Pero no miré a Celia a los ojos. Noté que ella trataba de llamar mi atención, pero yo no estaba interesada en mirarla. Ella tampoco me había hablado de la cena y eso me hacía desconfiar. Puede que erróneamente, pero aun así desconfiaba.

—Y yo también —dijo Jack guiñándome un ojo.

Tal vez fuera cosa de mi imaginación, pero me pareció que Hudson soltaba un gruñido ante el comentario de su padre. Su afán de protegerme era estúpido en algunas ocasiones, pero también hacía que me sintiera bien.

Sophia se terminó la copa y la dejó sobre la mesa con un golpe para llamar la atención.

—Pues ya hemos pedido la comida.

—Muy bien. Nosotros vamos a hacer lo mismo ahora.

Hudson hizo una señal al camarero, quien se acercó rápidamente. Pidió para los dos con un bonito francés que me hizo sentir que mi entrepierna se humedecía. O más bien que se empapaba.

—Ya que estás aquí, tomaré otro de estos. —Sophia levantó su copa vacía delante del camarero y vi que Mira y Hudson intercambiaban una mirada.

Me sentí muy identificada con lo que estaban sintiendo. La pesadilla de tener un padre alcohólico, las preguntas y las preocupaciones que surgían en cada momento. «¿Va a beber mucho esta noche? ¿Se pondrá ella en evidencia? ¿Nos pondrá en evidencia?».

Salvo que en mi vida ese «ella» era sustituido por un «él». Fue mi padre el que había sido el alcohólico, el que había sido el causante de mi ansiedad. ¿Fue entonces cuando había empezado a preocuparme? Quizá tuviera que hablar de esto con un psiquiatra en algún momento. Aunque, como ya no veía a ningún psiquiatra, quizá debía hablarlo con el terapeuta del grupo al que asistía con cierta frecuencia.

Este pensamiento quedó interrumpido por Hudson, que se inclinó hacia mí para susurrarme al oído:

—Espero que no te importe que haya pedido por ti.

La sensación de su aliento sobre el lóbulo de mi oreja hizo que el vello se me pusiera de punta.

No me importaba. Me había ahorrado la molestia de tener que descifrar el menú. Y escucharle hablar en otro idioma… Suspiré mientras la suave cadencia de sus palabras se repetía en mi memoria.

—Siempre que mi plato no tenga setas, estaré encantada.

—No —contestó riendo entre dientes y aquel sonido hizo que una chispa eléctrica me recorriera el cuerpo—. No me gustaría verte teniendo arcadas en la cena de cumpleaños de mi madre.

—Más bien lo contrario. —Ahora era yo quien me acercaba a su oído para que solo él pudiese oírme—. Por la forma en que has pedido la comida…, estoy salivando. No sabía que supieras hablar francés.

—Con fluidez.

Abrí los ojos de par en par.

—Di algo más.

Estábamos flirteando, algo que no solíamos hacer delante de los demás, y surgió con tanta naturalidad que me abandoné adonde quiera que eso nos llevara.

Oui. Plus tard, quand tu sois entourée de mes bras, je vais en parler jusqu’à t’en faire frissonner de plaisir.

Su voz áspera mezclada con el deje de aquel acento me volvía loca.

—¿Qué has dicho? —pregunté jadeante.

Me pasó el brazo por encima para acercarme más a él antes de hablar.

—He dicho: «Sí. Más tarde, cuando estés entre mis brazos, voy a hablarte hasta que tiembles de placer».

Mi cara se sonrojó llena de calor.

—¿Sabes que hay otras personas en esta mesa, Hudson? —le reprendió Sophia.

Esperé que esas otras personas no entendieran el francés mejor que yo. Y que su traducción hubiese sido realmente en voz lo suficientemente baja como para entenderla solo yo. Pero los ojos esquivos de Madge Werner al otro lado de la mesa me hicieron pensar que había escuchado a Hudson.

Pues muy bien.

Mira puso los ojos en blanco.

—Madre, déjales en paz. —Normalmente, Mirabelle mostraba una paciencia infinita con Sophia. Quizá se estuviese volviendo más irascible a medida que avanzaba el embarazo—. ¿No ves que están enamorados?

Hudson giró la cabeza para sonreírme. Estábamos todavía muy poco acostumbrados a aquella palabra. Me parecía raro escucharla refiriéndose a nosotros. Y también muy oportuno. Obvio incluso. Claro que sí. ¿Cómo podía haber alguien que no lo viera?

Sophia no lo veía.

—O se están esforzando muchísimo para que yo lo crea. —Se alisó el pelo, pero era tan rígido que se quedó igual.

Mira se apoyó en el respaldo de su silla y colocó las manos en su tripa de embarazada.

—¿Por qué narices iban a querer fingir una relación?

Yo mantuve los ojos en el plato, preocupada de que mi expresión pudiera delatarme. ¿Por qué habría llegado Sophia a esa conclusión? Sí que habíamos tratado de montar una farsa con nuestra relación. Incluso tuve la impresión de que Mirabelle lo sospechaba. Pero también sabía que yo amaba a su hermano y nunca le diría eso a su madre. Mira era del tipo de personas que lo supeditaba todo al amor. Del tipo de personas que pensaban que cualquier obstáculo podría superarse si había amor.

Por primera vez no sentí deseos de reírme ante aquella idea. Sophia cogió la copa de manos del camarero sin esperar siquiera a que la apoyara en la mesa y bebió un largo trago.

—Ni idea. ¿Por qué le gusta a Hudson hacer esa mierda a la gente? Hace mucho que dejé de intentar entenderlo.

Celia se revolvió nerviosa en su silla, pero sus padres no mostraron ninguna reacción. Eso confirmaba que el pasado de Hudson era bien conocido por todos los que estaban en la mesa. No me extrañaba que se refiriera a los Werner como parte de su familia. Si conocían aquellos oscuros secretos, prácticamente es que lo eran.

Aun así, ¿cómo no iban a conocer los secretos de Hudson? Su propia hija había sido víctima de Hudson, aunque no hasta el punto que ellos creían. Él no la había dejado embarazada. Lo que fuera que le había provocado en su cabeza… En fin, todos habíamos tenido personas que nos habían influido para bien o para mal. Culpar a otra persona de tus propias acciones era algo egoísta. Teníamos que ser responsables de nuestros propios actos. Yo lo había aprendido a las malas.

Sophia era responsable de sus comentarios insidiosos, por muchas adversidades que hubiese pasado. Su malicia era desagradable e imperdonable.

Pero Jack era el único que parecía creer que el comportamiento de ella debía contenerse. O al menos el único que decía algo.

—Que sea tu cumpleaños no quiere decir que tengas derecho a ser maleducada.

—No —bufó Mira—. Cree que el simple hecho de respirar ya le da ese derecho.

Todos los ojos se giraron hacia la vivaz morena. Mira nunca decía nada que fuera lo más mínimamente sarcástico. Fue toda una sorpresa.

Adam carraspeó a su lado, ya fuera por darle a entender a ella que dijera algo más o por tratar de aliviar la tensión. No estaba segura.

Ella bajó la mirada, avergonzada.

—Lo siento. No debería haber dicho eso.

—Gracias por la disculpa. Son las hormonas. No sé cuál será la excusa de Jack para hablarme de un modo tan grosero.

Sophia miró a su marido de reojo y yo me pregunté si alguna vez se le habría ocurrido a ella disculparse también en lugar de pedir a los demás que lo hicieran.

No, jamás se le había pasado por la mente. Su expresión permaneció inalterada, ni siquiera cruzó por su rostro un atisbo de remordimiento.

Miró alrededor de la mesa como si desafiara a los presentes a ponerla en evidencia. Nadie lo hizo.

—Chandler —dijo cuando sus ojos se posaron en su cabeza—, deja el maldito teléfono y presta atención. Quiero que disfrutes de la velada con nosotros. Todos juntos.

Pero su mirada me pasó por alto. Estaba claro que ese «todos juntos» les incluía a todos menos a mí.

Después de aquello, el parloteo sustituyó a la discusión más tensa de antes y Hudson y yo dejamos de ser el centro de atención. Disfruté de mi ensalada mientras Hudson hablaba de negocios con Warren y Celia charlaba con Mira y Sophia. Esta incluso se relajó tanto que vi indicios de la persona despreocupada y divertida que debía de haber sido alguna vez. Tanto tiempo atrás que solo un mínimo retazo adornaba su forma de ser actual, oculto ante todo aquel que no la mirara con suficiente atención.

¿Cómo había conseguido yo verlo? Bueno, quizá lo busqué. Quería encontrar a la persona a la que Hudson tanto deseaba complacer, los motivos por los que él la mantenía aún en su vida en lugar de apartarse de ella de una vez por todas como había hecho yo con Brian.

Joder, aquella no era necesariamente una opción mejor. Apartar a Brian de mi vida me había dolido. Era una realidad a la que no había prestado atención durante los últimos días y descarté el impulso de pensar en ello en ese momento. Estaba en una reunión familiar. Por supuesto que pensaría en él, pero eso no significaba que tuviera que mortificarme por ello.

La velada continuó en un ambiente de trivialidad durante el plato principal. El que Hudson había pedido para mí estaba delicioso. Nunca había probado nada parecido. Langosta picada y albóndigas de pescado cubiertas de salsa de eneldo. Deseé lamer el plato hasta dejarlo limpio.

Hudson se había pedido una especie de crêpes de pato. Me dio a probar un trozo que no estaba empapado de la salsa de setas que lo acompañaba. El pato se derritió en mi boca mientras mis labios se deslizaban por su tenedor.

—Divino.

Él me miró con voracidad.

—Yo podría decir lo mismo.

Madge presenció la mayor parte de nuestro espectáculo aquella noche, porque estaba sentada enfrente de nosotros. En ese momento se aclaró la garganta.

Yo sonreí con lo que esperaba que fuera un gesto de disculpa, aunque sentía de todo menos arrepentimiento. Me daba cuenta de que Madge creía que Hudson simplemente estaba tonteando conmigo y que finalmente me dejaría por su querida Celia. Yo quería que nos viera juntos, sabía que eso la irritaba, pero no estaba actuando para ella. Simplemente estaba disfrutando de la velada con mi amor. Era real.

Madge respondió a mi gesto con una sonrisa avinagrada.

Supongo que fingir que yo no estaba allí era una forma de soportarme.

—¡Mira! —exclamó mirando por encima de Celia, que estaba sentada entre ella y Mirabelle—. Solo quedan cuatro meses para que la más joven de los Pierce venga al mundo. ¡Debes de estar muy emocionada!

Las manos de Mira fueron hasta su vientre de forma instintiva.

—¡Sí! —Frunció el ceño—. Pero cuando dices que son cuatro meses me dan ganas de vomitar.

Sophia carraspeó para mostrar su desaprobación. Dios mío, corregir la forma de hablar de una mujer adulta era más que ridículo. Yo también sentí deseos de vomitar.

Pero Mira ya estaba acostumbrada a Sophia.

—Lo siento, no es la mejor expresión para una cena. Solo quería decir que ojalá que naciera antes. Estoy deseando que esté ya en el mundo en lugar de sentada en mi vesícula.

—Se pasará pronto. Confía en mí.

Al contrario que su mujer, Adam parecía feliz de disponer aún de unos meses para prepararse.

Warren negó con la cabeza al escuchar a Adam. Le dio un codazo a su mujer.

—No es así, Madge. Mira ya no es una Pierce. Será un bebé Sitkin.

Los ojos de Mira miraron directamente a su madre.

—O Sitkin-Pierce si decidimos convertirlo en apellido compuesto.

La expresión de Mira indicaba que aquella conversación ya la habían tenido antes. Mirabelle había mantenido el apellido Pierce para su aventura empresarial, pero lo del apellido compuesto era nuevo. Apostaría todo el dinero de mi cuenta corriente a que aquello era un intento de agradar a Sophia.

Pero no había nada que agradara a Sophia.

—No es lo mismo. Sitkin-Pierce no es Pierce. —Lanzó un suspiro exagerado—. Continúa la línea sucesoria, pero no es lo mismo.

Era curioso ver la preocupación de aquella mujer por un apellido que había conseguido a través de un matrimonio sin amor. Eso demostraba lo materialista que era, lo que le importaban las apariencias. Era el apellido Pierce el que soportaba el peso ante el mundo. Cualquier divergencia disminuía el poder de Industrias Pierce. Al menos en su opinión.

Adam se incorporó en su asiento como si estuviese a punto de protestar.

—Mira no es la única descendiente de los Pierce. Chandler podría tener hijos.

«Y Hudson», pensé.

—En ese caso mantendría el apellido, pero no la sangre —apuntó Jack con indiferencia.

Me llevé una mano a la boca para ahogar un grito. Había rumores de que Chandler no era hijo de Jack, pero no sabía que fuera algo que la familia Pierce hablara abiertamente.

—¿Qué? —Chandler levantó la vista de su regazo, donde trataba de disimular que estaba enviando mensajes o lo que fuera que estuviera haciendo con su móvil.

—Nada —contestó Mira reprendiendo a toda la mesa—. Vuelve a lo que sea que estuvieras haciendo.

Entonces quizá lo sabían todos menos Chandler.

Sophia bebió otro trago de su copa, la tercera de la noche.

—El bebé de Hudson y Celia podría haber tenido las dos cosas.

Yo me puse en tensión. El bebé ficticio de Hudson y Celia provocaba gran discordia en la familia. Aquello había pasado años atrás, pero había tenido tanto peso que no terminaba de desaparecer. La razón por la que Celia no confesaba que el bebé no era de Hudson se me escapaba. Me cabreaba ver a Celia permitiendo que él la salvara de la humillación al coste que fuera. No pude evitar lanzarle una mirada de desprecio.

Celia no vio mi ceño fruncido, pues estaba mirando fijamente a Hudson. O puede que a Jack. Estaban sentados los dos juntos y era difícil saberlo, pero tenía más sentido que mirara a Hudson.

Jack dejó caer el tenedor en el plato y el ruido que hizo sonó fuerte en la tranquilidad del restaurante.

—Ahora no, Sophia. En serio. Maldita sea, no voy a escuchar esto. —Se limpió la boca y lanzó la servilleta sobre su cena a medio comer. A continuación se puso de pie—. Gracias a todos. Ojalá pudiese decir que ha sido una velada encantadora, pero, en fin, lo dejaré ahí. Yo me encargaré de la cuenta antes de salir. Los demás quedaos y disfrutad. Pedid postre. En cuanto a mi esposa, voy a invitarla a pudrirse en el infierno, como probablemente haré yo, porque creo que ya vive allí. Al menos el infierno es el lugar adonde cualquiera que pase un rato con ella piensa que le han enviado.

Se merecía que nos levantáramos para aplaudirle. Pero simplemente recibió miradas boquiabiertas mientras se alejaba de la mesa.

Sophia fue la primera en hablar.

—Qué melodramático. —Dio un bocado a su pollo—. Simplemente estaba comentando que tuvimos una oportunidad de tener un nieto Pierce y ya no la tenemos.

—Hablando de dramatismos… —Aunque tenía la cabeza agachada, Adam dijo aquello en voz lo suficientemente alta como para que toda la mesa lo oyera.

Sophia le lanzó una mirada de odio a su yerno, pero fue Hudson quien atrajo la atención de todos.

—Podría tener un hijo con Alayna.

Casi se me atragantó la comida que tenía en la boca. Por supuesto que había pensado que Hudson podría tener un niño, pero ni por un momento se me había pasado por la cabeza que lo tuviera conmigo.

Vale, puede que sí se me pasara por la cabeza por un momento. Pero un momento pequeño. Desde luego, no era una idea que hubiese expresado en voz alta.

Pero cuando Hudson lo dijo, cuando lo hizo en voz alta ante todos, un extraño calor se extendió por mi pecho. No se trataba de un ardor profundo de deseo, sino de algo distinto. Algo relacionado con el amor que sentía por ese hombre mezclado con una pizca de esperanza.

Quise compartir aquella sensación con él, hacerle saber lo que provocaba en mí diciendo aquello, y traté de llamar su atención. Pero estaba concentrado en el plato que tenía delante dando otro bocado a sus crêpes, como si hablar de tener hijos, de tener hijos conmigo, fuera algo cotidiano de poca importancia.

Quizá no quisiera decir nada con aquello. Sentí cómo la burbuja de calor se disipaba al admitir la posibilidad de que simplemente pretendiera exasperar a su madre. Si eso era lo que intentaba, funcionó.

Sophia dejó el tenedor y se giró en su silla. La ira resplandecía en su rostro normalmente frío.

—¿Estáis hablando de casaros y tener hijos? Es pronto para eso. Tremendamente pronto.

—Madre, no seas tan anticuada. No hay que estar casado para tener hijos. —Hudson dio un sorbo a su vino y siguió con su gesto despreocupado. Pero cuando volvió a dejar la copa vi que apretaba la mandíbula, lo único que revelaba que por dentro estaba hirviendo—. La verdad es que de lo que Alayna y yo estemos hablando no es asunto tuyo.

Sophia entrecerró los ojos.

—Has sido tú quien ha sacado el tema.

—Estaba diciendo que podría ser el padre de un niño y que de esa forma continuaría tu valioso linaje y tu valioso apellido.

Su voz sonó curiosamente tranquila y firme a la vez. Imaginé que era el tono que empleaba en la sala de juntas. Era un tono poderoso. Controlado. Increíblemente sensual.

A continuación remató:

—Y la única persona con la que podría imaginarme deseando tener un hijo es con Alayna.

El impacto no fue menor porque le hubiese escuchado anunciar esa posibilidad un momento antes. Quedó flotando en el aire como si cualquier otro sonido hubiese sido silenciado, como si fuera el violín principal en un concierto de cuerda. Un único sonido penetrante que hacía que la gente prestara atención.

Al instante, los tres Werner se revolvieron en sus asientos y, aunque Celia y Hudson no habían formado nunca una pareja y no tenían intención de estar juntos jamás, la tensión que su comentario provocó fue igual de intensa que si el arco del violinista hubiese frotado una cuerda demasiado tirante.

—Hudson, yo…

Mi voz se fue apagando. No tenía ni idea de qué quería decir. Solo quería poner fin a aquella tensión, hacer desaparecer aquel ambiente de odio generalizado que sentí que se dirigía hacia mí procedente desde tantos ojos.

Él se dio cuenta en ese mismo momento. Colocó una mano tranquilizadora sobre mi pierna y me lanzó una mirada de disculpa antes de volver a mirar a Sophia.

—La cuestión es que tienes que olvidar el pasado, madre. —Su tono era más suave, pero seguía siendo firme—. Todavía hay un futuro al que mirar con ilusión. Para todos.

Volvió a mirarme y nuestros ojos se cruzaron. Entonces, en lugar de decirle yo lo que sentía al escucharle hablar de un futuro conmigo, fue él quien me lo dijo a mí. Me lo dijo con aquella larga y silenciosa mirada, acariciando arriba y abajo mi pierna con su mano, de un modo que era más reconfortante que sexual. Con aquella mirada lo dijo todo. Lo mucho que creía en nosotros, lo bien que estábamos. Lo mucho que me amaba, aunque no pudiera decirlo aún con palabras.

Entonces las lágrimas que antes había conseguido mantener a raya inundaron mis ojos.

—Si me perdonas —dije interrumpiendo nuestra mirada—, tengo que ir al baño.

Me dirigí al baño y ocupé un excusado antes de que las lágrimas se derramaran. No fueron muchas. Unas pocas. Cada una de ellas feliz, dulce y llena de promesas. De amor.

Oí que se abría y cerraba la puerta del baño unas cuantas veces antes de haber terminado con mi pequeño llanto. Oriné y tiré de la cadena y, después, tras lavarme las manos, me dirigí al tocador para retocarme el maquillaje.

Por suerte, el llanto de felicidad no me estropeaba el rostro tanto como el de tristeza. Seguí sonriendo como una tonta mientras me inclinaba hacia el espejo para darme unos golpecitos sobre la pequeña mancha de rímel que tenía debajo del ojo izquierdo.

—Estás perfecta —dijo alguien detrás de mí.

Miré de reojo y vi el reflejo de Celia en el espejo.

Mi sonrisa desapareció de inmediato.

—Necesitas un toque de brillo de labios. Tengo un poco si quieres. —Abrió su diminuto bolso y sacó un lápiz de labios.

—No, no quiero nada de ti.

La empujé para pasar por su lado y me dirigí a la puerta. Pero ella me agarró del brazo.

—Oye, ¡espera!

Solté el brazo de su mano, pero me detuve. Podía escuchar lo que tuviera que decirme, cualquiera que fuera su gran excusa para haber mantenido en secreto la cena de cumpleaños de Sophia.

Me crucé de brazos con una actitud de exagerado aburrimiento y le hice un gesto con la cabeza para que hablara.

Por una vez, la siempre serena Celia parecía incómoda y no paraba de cambiar el peso de su cuerpo de un pie a otro.

—No voy a esperar toda la noche. Habla.

Tenía la frente arrugada por la confusión.

—¿Por qué estás enfadada conmigo? He notado la tensión durante toda la cena. Ni siquiera me has mirado. Por eso te he seguido aquí. ¿Por qué estás enfadada?

—No te hagas la tonta, Celia. No te va.

—No me hago la tonta. Explícamelo tú. —Sus brazos colgaban a ambos lados del cuerpo, en una postura completamente abierta, como si no tuviese nada que ocultar—. Por favor.

—Celia…

¿Me estaba comportando de una forma ridícula? ¿Otra vez? Quizá me estaba dejando influir por la críptica advertencia de Stacy sobre aquella belleza rubia.

Suspiré y decidí explicarme:

—Hoy te he visto y no me has dicho nada sobre esta cena. Sabías que yo no me había enterado, porque te he contado que no tenía pensado ver a Sophia y que tenía una reunión esta noche. Sin embargo, todo este tiempo has estado diciendo que me apoyas. —Mi tono de voz fue calmado, sincero, menos acusatorio de lo que había pensado. Quizá estuviese aprendiendo de Hudson.

Celia repitió mi suspiro.

—Tienes razón, tienes razón. —Se miró los zapatos y murmuró—: Pensaba que debía hacerlo así. —Volvió a mirarme a los ojos—. No te he dicho nada, tienes razón, y debería haberlo hecho. Pero estabas feliz y radiante y las cosas te estaban yendo bien. Cuando me he dado cuenta de que Hudson no te había hablado de la cena, no he querido sembrar cizaña entre los dos.

—O lo querías para ti esta noche.

—¡No! Ya te lo he dicho: no voy detrás de Hudson.

Se pasó una mano por la frente, delicadamente, como si no quisiera estropear la base de su maquillaje pero estuviera tan acostumbrada a aquel movimiento cuidadoso que no tenía que pensar en ello. Era una pura sangre de los pies a la cabeza. Yo no estaba para nada a su altura.

No hice caso de aquel destello de envidia y me centré en sus palabras.

—Oye, Laynie, estoy de tu lado. De verdad. ¿No ves lo que podría haber pasado si te lo hubiese dicho? Se lo habrías contado a Hudson y, después, tendrías que haberle explicado cómo te habías enterado y eso significaría que tendrías que haberle confesado que habíamos estado hablando de él a sus espaldas. ¡Y él te ha traído de todos modos! Todo ha salido bien. ¡Todo va bien!

—Sí, todo va estupendamente —respondí antes de asimilar de verdad sus palabras. Una vez lo hice, vi la verdad que había en lo que me decía. Sinceramente, si hubiésemos intercambiado nuestros papeles, probablemente yo habría hecho lo mismo.

Me mordí el labio.

—Dios mío, lo siento mucho. Yo solo… No sé en quién confiar. Es como si hubiera mucha gente en nuestra contra.

Su expresión se relajó y su preocupación fue sustituida por una sonrisa reconfortante.

—Eso no es para nada cierto. Sophia está en contra vuestra. Es la única. Y mis padres, pero ellos solo intentan hacer lo que creen que es mejor para mí. Es una tontería propia de padres. Es obvio que no entienden nada.

Lo que quería decir es que no entendían que ella nunca había estado con Hudson. No se daban cuenta de que el bebé no era de él.

—¿Por qué no se lo dices? Han pasado varios años, tú misma lo has dicho. ¿Por qué no confesáis Hudson y tú la verdad sobre el bebé? —Me había hecho esa pregunta desde que lo supe. Eso resolvería muchos problemas—. Si de verdad te importara su felicidad, contarías la verdad y le dejarías libre.

—Parece que eso sería lo correcto, ¿verdad? —Los ojos se le pusieron vidriosos mientras pensaba, quizá recordando. Cuando volvió a centrar su atención en mí, su expresión era de disculpa—. Es…, es difícil. No puedo decir nada más que eso. Lo siento. Ojalá pudiera. Pero implica a más personas aparte de mí. Tienes que confiar en mí. Esto es lo mejor para todos. Incluso para Hudson.

Me molestaba que hubiera algo de aquella situación que yo no supiera, algo que Hudson hubiera preferido no contarme. Pero puede que Celia no estuviese más que inventando excusas, que no estuviese lista para contarles la verdad a sus padres.

—Como ya te he dicho, no sé de quién fiarme.

—Alayna…

Sentí horror al oírle pronunciar mi nombre. Nadie me llamaba Alayna aparte de Hudson. No era ella quien lo debía utilizar, sino él.

La puerta se abrió detrás de nosotras y entró una mujer. Las dos nos quedamos en silencio hasta que ocupó uno de los retretes vacíos.

—Este es un mal momento. Pero tienes mi número. Llámame si necesitas algo. Para solucionar las cosas o simplemente para hablar.

Yo vacilé. Aquella velada había aprendido muchas cosas y una de ellas era la facilidad con la que tener secretos entre Hudson y yo podría hacer que nos apartáramos. No quería seguir mintiéndole. Quizá aquella fuera una buena ocasión para poner fin a mi amistad con Celia. Puede que incluso para confesar las citas para almorzar que habíamos tenido hasta entonces.

Como si notara mi renuencia a hacer las paces, Celia puso una mano sobre la mía.

—Deseo que todo le vaya bien a Hudson más de lo que te puedas imaginar. Créeme.

Celia me dedicó otra sonrisa centelleante y blanca antes de salir del baño.

Me saqué el teléfono del sujetador y pensé en borrar su contacto. Desde luego sería lo más seguro. Pero por otra parte me había servido para obtener información que me faltaba. Y era importante para Hudson. No quería causarle problemas abriendo una brecha entre ellos dos.

Qué curioso. La antigua yo habría hecho precisamente eso. La antigua yo, la que era antes de la terapia, habría obligado a Hudson a elegir. Ella o yo. Ahora, por muy agradable que me resultara la idea de librarme de los Werner, no deseaba forzar ningún ultimátum.

Además de ser tremendamente poco práctico e insano, estaba segura de que Hudson no lo aceptaría.