Capítulo diez

Mirabelle era la dueña de una de las tiendas de ropa más de moda en la ciudad de Nueva York. A pesar de que no necesitaba trabajar un solo día de su vida, la hija mediana de los Pierce tenía buen ojo para el diseño de ropa y había decidido aprovecharse de ello. A su tienda solo se podía ir mediante cita previa y yo había estado a punto de perderme en el paraíso del diseño de moda cuando Hudson me había llevado a comprar un montón de ropa casi dos semanas antes.

Después de decir a Jordan que nos llevara a Greenwich Village, donde estaba situada la tienda de Mira, Hudson sacó su teléfono para llamar a su hermana. Yo escuché con poco entusiasmo su corta conversación.

—Gracias, vamos para allá —contestó él antes de colgar—. Ella no estará —me dijo mientras se guardaba el teléfono—. Se está preparando para la fiesta. Pero Stacy se ocupará de ti.

Solté un gruñido para mis adentros ante la idea de tener que vérmelas con Stacy, la ayudante rubia y demasiado delgada de Mira. Sentía algo por Hudson e incluso había salido con él, al menos en una ocasión. No era necesario decir que yo no le gustaba, los puñales que me lanzaba con sus ojos eran lo suficientemente venenosos como para matar a un ejército.

Además, me ponía celosa. Mira insistía en que Stacy no constituía siquiera una señal luminosa en el radar de Hudson. Pero una noche, cuando estuve acechándole por Internet, había visto una foto de Hudson y Stacy juntos. Se les veía bien. Y apuesto a que ella tenía antecedentes de locura igual que los míos.

Si podía evitar ver a Stacy, me sentiría mucho más feliz.

—Si no va a estar Mira, puede que no debamos molestarnos en ir a la tienda. Podríamos volver a mi casa y coger algo de lo que compramos la última vez.

—No. Tiene que ser algo nuevo. Quiero presumir de ti.

Yo no estaba segura de si eso me ponía contenta o me irritaba. Por una parte, a él le gustaba mi aspecto lo suficiente como para querer exhibirme. Por otra parte, ¿yo era solo eso? ¿Un espectáculo que había que admirar? ¿Era aquello un vestigio de nuestro plan de convencer a todos de que estábamos juntos?

Probablemente no se tratara de nada de eso, sino simplemente de un cumplido de un hombre hacia su mujer. Mis emociones seguían aún demasiado confusas por lo sucedido en los últimos quince minutos, en las últimas veinticuatro horas, y ahora todo tenía un toque de pesadumbre. Parecía que yo no podía tomarlo todo al pie de la letra sin más. En cada gesto había distintas capas, en cada comentario, en cada momento, y a mí me costaba entenderlo todo.

El trayecto de casi cuarenta y cinco minutos desde el Uptown hasta el Village no ayudó. Me abracé a Hudson, cerré los ojos e intenté quedarme dormida, pero no lo conseguí. Cuando Jordan se detuvo por fin delante de la boutique, me pareció que había pasado toda una eternidad.

Hudson no esperó a que nuestro chófer abriera la puerta. Salió y extendió la mano. Siguió agarrándome la mano mientras nos dirigíamos a la tienda y no pude evitar recordar la última vez que habíamos estado allí; también me había agarrado de la mano en aquel momento. Sin embargo, entonces había sido una mentira y ahora era real. Era real, ¿no?

Como si pudiera leerme la mente, Hudson me apretó la mano mientras esperábamos a que Stacy respondiera al timbre. Yo le miré y su labio se curvó con media sonrisa.

Me di cuenta de que le había visto sonreír más en las últimas veinticuatro horas que en las tres semanas que habían pasado desde que le conocí. Sí, era real.

Detrás de él vi a unos albañiles en la tienda de al lado terminando su jornada.

—¿Qué estarán haciendo ahí?

Hudson siguió mi mirada.

—Mirabelle se está expandiendo. Creo que ya casi han acabado. Vendremos a la inauguración. Quiere que vengas.

—¡Vaya! Más ropa para poder elegir. ¿Podrá soportarlo tu cartera?

Me hacía gracia pensar que con su cuenta bancaria podría vestir a un pequeño país. Incluso a uno grande.

Nos estábamos riendo cuando la puerta se abrió. Stacy apenas nos miró mientras se echaba a un lado para dejarnos pasar.

—Estoy terminando con una clienta, pero ya he seleccionado algunas prendas para ti. Están en el probador grande.

Ese fue su saludo.

Volvió con su clienta y yo miré a Hudson para calibrar su reacción por un recibimiento tan frío. Su rostro permanecía inalterado. Lo que estuviera pensando de Stacy no lo mostraba. Quizá fuera verdad que ella no significaba absolutamente nada para él. Pero, si ese era el caso, ¿por qué había salido alguna vez con ella? Aunque solo se tratara de una cita, ¿no habría sentido un mínimo de atracción por ella?

Tras mi pequeño berrinche en la limusina, no me pareció un buen momento para hablar sobre su relación con Stacy. Si es que podía siquiera llamarse así. Pero me apunté una nota mental para preguntarle por aquello en el futuro. Y no solo sobre Stacy, sino sobre todas las mujeres del pasado de Hudson. Porque necesitaba saberlo.

Como Stacy había dicho, había dejado varios vestidos en el probador. A pesar de que temía que por despecho hubiera escogido solamente prendas horrorosas para que me las probara, lo cierto es que eran todo lo contrario. Y no es que Mirabelle tuviese nada ni remotamente feo en sus estantes. Pero aquellos vestidos eran especialmente exquisitos. Pese a su expresión con el ceño fruncido, Stacy debía de haber prestado atención a lo que yo había escogido la última vez que había estado allí y se debió de fijar en lo que me quedaba bien, porque se trataba de prendas que casi parecían hechas a medida según mi estilo. Abrí los ojos de par en par al ver aquella selección, pues muchos de ellos parecían llevar mi nombre y estaba ansiosa por probármelos todos.

Por otro lado, Hudson se fijó en un vestido en especial, uno de satén y de color magenta. Era bastante bonito, pero demasiado sencillo y de color muy claro para lo que yo me pondría en una fiesta familiar.

Señaló los tirantes de quita y pon.

—Este —dijo en tono rotundo.

—No me lo he probado. Ni siquiera sabes cómo…

—Sí que lo sé. —Cogió el vestido por la percha y, tras darme la vuelta para que mirara hacia el espejo, lo sostuvo delante de mí mientras él se quedaba detrás—. Es perfecto.

Yo miré al espejo y traté de imaginarme aquel vestido en mi cuerpo, pero lo único en lo que podía pensar era en la última vez que había estado en ese probador con Hudson, de pie delante de ese mismo espejo. Él hizo cosas increíbles con mi cuerpo en aquel momento, me obligó a mirar mientras me corría perdiendo el control por las atenciones que sus manos estaban brindando a mis pechos y entre mis piernas. Después, me penetró y me tomó con tal fuerza y deseo que me volví a correr.

Mi cara se ruborizó al recordarlo y vi sus ojos reflejados en el espejo.

Hudson se inclinó hacia delante para susurrarme al oído:

—Sé lo que estás pensando. Basta. —Se desabrochó la chaqueta y apretó su cuerpo contra el mío para que pudiera sentir el grosor de su excitación sobre mi trasero—. Yo estoy pensando lo mismo. Y no tenemos tiempo para ocuparnos de esos pensamientos como a mí me gustaría.

—¿Estás seguro? —Eché la mano hacia atrás para acariciar su erección.

Respiró hondo.

—Eres una mujer muy distinta a la que traje aquí la última vez. La que quería que nos abstuviéramos del sexo. —Su voz sonaba tensa, la única señal de lo que le estaban provocando mis caricias hechas a medias con el trasero y con la mano.

—Nunca quise que nos abstuviéramos del sexo. Simplemente pensaba que sería mejor para mí que fuera así.

Aquello fue cuando durante medio segundo creí que tenía una oportunidad de mantenerme alejada de él. Cuando pensaba que podría obsesionarme con él si no mantenía las distancias. Cuando no sabía que ya me tenía dominada.

Colocó una mano sobre la mía para controlar la presión de mi caricia.

—¿Sigue siendo eso lo mejor para ti?

Juntos, acariciamos toda su polla por encima de los pantalones y deseé tocarle la piel desnuda, deslizar mis dedos por su capullo, bombearle con mi puño. Eso era lo que él me provocaba, me ponía completamente cachonda, hacía que me humedeciera y que perdiera interés por todo excepto por satisfacer su necesidad de mí mientras él satisfacía mi necesidad de él.

—Eres lo mejor para mí. —Mis palabras estaban llenas de ansia por él—. En todos los sentidos. A mi lado, dentro de mí…

—Joder, Alayna. Me has puesto tan caliente que…

Llamaron una sola vez a la puerta y apenas tuvimos tiempo suficiente de separarnos antes de que Stacy entrara.

Sus ojos pasaron de los míos a los de él y después de nuevo a los míos.

—Tenía que haber esperado a que me invitarais a pasar.

—Sí, tendrías que haber esperado. —Era la primera vez que veía a Hudson dirigirse a Stacy y lo hizo de forma parca y entrecortada. Se giró para colgar el vestido en el perchero y se abotonó la chaqueta del traje antes de darse de nuevo la vuelta hacia nosotras—. Estaré fuera mientras te cambias, Alayna. —Volvió a señalar con la cabeza el vestido magenta—. Ese.

El rostro de Stacy se mantuvo inexpresivo, pero sus ojos parpadearon mostrando repulsión. Casi sentí pena por ella. Yo había estado igual, abatida por hombres a los que creía gustar. Una parte de mí quiso extender los brazos para consolarla.

Pero entonces el rencor regresó a sus ojos.

—¿Es ese el vestido por el que quieres empezar? —dijo con frialdad y cogió el vestido magenta de la percha sin esperar mi respuesta.

Yo eché las manos hacia atrás para abrirme la cremallera del vestido y lo dejé caer al suelo.

—Sí. Ese es el que Hudson quiere. —Utilicé su nombre como un arma, para dejar claro que era mío—. Cree que me va a quedar perfecto.

Lo cierto es que era verdad. Lo supe en cuanto me metí el vestido por la cabeza. El color me iluminaba la piel y resaltaba mi tono aceituna natural. Era lo suficientemente escotado como para presumir de pechos, un valor del que me sentía orgullosa. A Hudson siempre le había gustado mucho mi escote y seguramente ese era uno de los motivos por los que lo había elegido. Era lo suficientemente corto como para mostrar un poco las piernas, pero su forma suelta solo insinuaba mis curvas en lugar de ajustarse a ellas; a diferencia de muchos de mis vestidos, dejaba más a la imaginación. Era un estilo diferente al mío y quizá por eso me había costado verlo más que a Hudson. Pero él conocía bien mi cuerpo, mejor que yo.

—Tiene razón. Te sienta perfecto.

Me había quedado tan fascinada por mi reflejo en el espejo que la voz de Stacy me sorprendió. Me volví hacia ella y vi que su expresión se había suavizado. Se me pasó por la mente que se estaría comparando conmigo, igual que yo me comparaba con Celia, que estaría midiendo sus defectos ante los míos. Eso era suficiente como para sumir a una persona en una oscura depresión. Al menos era lo que ese tipo de pensamientos provocaba en mí. De nuevo me compadecí de ella. O quizá no fuese compasión, sino algo más. Quizá solidaridad.

Stacy levantó las manos para ajustarme un tirante.

—Tiene buen gusto.

Su tono indicaba que no estaba hablando del vestido. Estaba insinuando algo más. La conexión que sentí con ella, aunque parezca raro, hizo que yo insistiera:

—Pero…

—Pero ¿qué? —preguntó arrugando la frente.

—Creía que ibas a decir algo más.

Apartó la mirada mientras se ocupaba de ajustarme el pecho del vestido.

—No es de mi incumbencia.

—Adelante. Podré soportar lo que tengas que decir, sea lo que sea.

¿Había parecido demasiado ansiosa? No sabía qué esperaba conseguir de aquella conversación. Puede que no fuese más que curiosidad.

Era mentira. Estaba obsesionada. Por muy «bien» que yo estuviese, por muy sana que me encontrase, siempre me vería arrastrada a escarbar más, a saber todo lo que pudiera sobre la gente que me atraía. Esta vez no era diferente. Stacy tenía algo que decir sobre Hudson, algo que podría darme nueva información sobre el hombre al que amaba. Tenía que seguir escarbando.

Como no dijo nada más, la animé:

—Sé que saliste con Hudson.

Soltó una carcajada sarcástica.

—¿Eso es lo que te ha contado?

Respiré hondo, esperando elegir las palabras que la animaran a seguir hablando.

—Él no me ha contado nada sobre ti. Os he visto a los dos juntos en una fotografía de un evento o algo así.

—Ya. —Asintió como si supiera exactamente a qué foto me refería—. Fui su acompañante esa noche. Nunca salimos juntos.

—¿Acompañante? —Mi mente saltó rápidamente hacia putas y prostitutas de lujo.

—No de ese tipo de acompañantes. Nunca me he acostado con él.

Un enorme peso desapareció de mi pecho al oír su respuesta. Sabía que Hudson se había acostado con otras mujeres. Por supuesto que lo había hecho. Pero no quería darle vueltas a eso. Porque, si lo hacía, no podría pensar en otra cosa más que en él con quien fuera compartiendo las intimidades que los dos compartíamos ahora. Así que saber que Hudson y Stacy no habían tenido nunca esa relación era un alivio.

Una vez desaparecida esa preocupación, podía concentrarme en lo otro que me inquietaba. Si no habían salido juntos, si no se habían acostado, pero Stacy mostraba tanto desprecio…

Entonces lo entendí.

—Ah, creo que ya lo comprendo.

Ella había sido una de sus víctimas. Una de las mujeres con las que Hudson había jugado. Habría conseguido que se enamorara de él diciendo o haciendo cualquier cosa y después la habría rechazado. Aquello me ponía enferma y odiaba que me pasara eso. No quería sentir repugnancia por lo que Hudson había hecho. Quería amarle lo suficiente como para pasar por alto todo lo demás.

Pero era humana y, aunque le quería por encima de todo, no resultaba agradable pensar en las cosas que había hecho y el dolor que había provocado a gente.

Me aferré a aquella idea. Si yo me sentía así conociendo su pasado maltrecho, Hudson debía sentir un gran dolor por tener que soportar el peso de aquellos errores. Desde luego yo también sufría por el daño que yo misma les había causado a otros: mi tensa relación con mi hermano, lo que había perjudicado a los hombres de mi pasado. Paul…

Descarté de mi mente el nombre de mi antiguo amante y volví a centrarme en Stacy.

—Sí, quizá lo comprendas —dijo—. Y quizá Hudson haya cambiado. Pero debo advertirte…

—No necesito que me adviertas de nada. —Era absolutamente demencial la forma en que pasaba de animarla a hablar a ponerme a la defensiva. Me mordí el labio y cuando volví a hablar traté de adoptar la postura calmada e incitante que tenía antes—. Me refiero a que él ya me lo ha contado todo. —«Espero».

Dando voz a mi temor, Stacy levantó una ceja y preguntó sin rodeos:

—¿Lo ha hecho?

Dejó reposar su pregunta durante un momento, haciéndome dudar. Recogió del suelo el vestido que yo había llevado puesto.

—Créete lo que quieras. Lo único que te digo es que no es quien dice ser. —Colgó el vestido sin dejar de hablar—. Da igual lo que él te diga, es mentira.

Yo ya había pasado por aquello: él me dice que no me va a mentir. Si le creo, podré creer todo lo que diga; pero si eso es ya mentira…

—Sin embargo, no se trata solo de lo que me haya dicho —pensé en voz alta—. Me ha mostrado quién es. Y Celia me ha dicho…

Stacy se quedó inmóvil.

—¿Celia Werner?

Asentí.

Su rostro se volvió serio.

—No te creas tampoco nada de lo que ella te diga. Están juntos.

—Son amigos. —Quise que el tono de mi voz fuera seguro, pero sonó débil y de nuevo a la defensiva.

—Están juntos. —Su tono sí sonó firme—. O lo estaban. Eso también puedo demostrarlo si…

La puerta se abrió interrumpiéndola. Al contrario que Stacy, Hudson no llamó. Simplemente ocupó su lugar en el mundo. Me encantaba eso de él.

—Maravillosa.

Me deseaba y yo lo podía notar en cada parte de él, desde su postura hasta el brillo de sus ojos y la emoción de su voz.

Todo aquello de lo que había estado hablando con Stacy voló de mi mente. Las piernas me temblaron de deseo y cualquier duda que hubiese tenido desapareció. Estaba allí mirándome fijamente. ¿Cómo no iba a estar segura? Segura de él, de mí. De nosotros.

—Gracias —respondí ruborizada. Podía sentir el calor en cada parte de mi cuerpo extendiéndose hacia él—. Es precioso. Has elegido bien.

—Sí. Te elegí a ti.

¿Cómo era posible mantenerme de pie cuando sentía como si cada parte de mí se hubiese caído al suelo de tanto placer?

Él vio lo que estaba provocando en mí y sus labios se curvaron con una sonrisa cómplice.

—Se lo lleva puesto.

Sus ojos no me dejaron ni siquiera mientras le hablaba a Stacy.

«Stacy».

Nuestra conversación volvió a mi cabeza al instante y las dulces sensaciones que Hudson me había provocado perdieron su intensidad. Debía quitármelo de la cabeza, permitirme a mí misma perderme en aquel lugar feliz y cálido.

Pero Stacy había dicho que podía demostrarlo.

—Hudson, estaré en un minuto. Tengo que refrescarme la cara.

Él asintió y yo me di cuenta de que tenía la intención de esperarme mientras me volvía a maquillar. Pero quería que saliese de allí, aunque fuese una mala idea.

Vi los zapatos que llevaba puestos antes sobresaliendo bajo el anaquel donde los había dejado.

—¿Te importa elegirme otros zapatos, H? Esos no pegan mucho.

Siguió mi mirada hacia los zapatos que me había quitado.

—No, no pegan. He visto unos tacones plateados que te van a quedar increíbles.

Al igual que yo, Hudson tenía buen gusto para los zapatos. Era otra de las cosas que adoraba de él.

—¿Me los traes?

No tuve que decirle que le dejaría que me follara luego con los zapatos puestos. Él ya lo sabía. De todos modos, sería él quien lo decidiría. Podía dominarme cuanto quisiera. No suponía ningún problema para mí.

—Claro, cariño.

Me guiñó un ojo y yo sonreí ante su expresión cariñosa. Estaba tan poco acostumbrado a esas palabras de afecto que todas sonaban forzadas en su boca. Excepto cuando me llamaba preciosa. Esta palabra le salía con absoluta naturalidad.

Abrió la puerta y salió a por los zapatos. Stacy se dispuso a ir detrás, pero alargué el brazo para agarrarla.

—Has dicho que podrías demostrarlo. —Deseé que mi susurro no hubiera sonado tan tembloroso como a mí me había parecido. ¿De verdad estaba haciendo aquello? ¿Estaba cediendo a mis dudas sobre Celia y Hudson? Aquella no era una actitud muy sana. Muy bien podía ser el principio de una espiral hacia la pérdida de control. O quizá ya lo había perdido, pues aunque sabía que era un error no pude evitar preguntar—: ¿De verdad puedes demostrarlo?

—Sí. Aquí no, pero…

—Dame tu teléfono.

Se sacó el teléfono del bolsillo y yo introduje mi número antes de devolvérselo.

—Envíame un mensaje.

Era una mala idea alimentar mis dudas con lo que Stacy me tenía que contar, que según ella eran pruebas. Pero por otro lado mi mente imaginaría un montón considerable de cosas terribles que Stacy podría contar para demostrar que la relación entre Celia y Hudson iba más allá de la amistad. Probablemente la prueba verdadera fuera menos dañina.

Al menos eso es lo que no paraba de repetirme a mí misma.

Llegamos al restaurante unos minutos después de las ocho. Esta vez Hudson esperó a que Jordan nos abriera la puerta de la limusina, quizá por las apariencias. Yo nunca había estado en aquel restaurante ni sabía nada de él. Ni siquiera conocía su nombre. Solo sabía que habíamos vuelto al Uptown. Subimos en el ascensor al piso superior cogidos de la mano en silencio. Yo iba callada porque estaba nerviosa. Nerviosa por tener que relacionarme de nuevo con Sophia, sobre todo si ella no sabía que yo iba a aparecer en la fiesta de su cumpleaños.

No sabía por qué Hudson estaba callado. Quizá también estuviese nervioso.

—Señor Pierce —saludó el encargado—, su grupo ya está en la mesa. Por aquí.

Le seguimos al interior del restaurante en dirección a uno de los ventanales con vistas a la ciudad, donde las copas de los árboles eran lo que más llamaba la atención. La familia Pierce estaba dispuesta alrededor de dos mesas juntas. Examiné sus rostros mientras el dueño del restaurante colocaba un servicio más para mí, la invitada inesperada. Chandler, el hermano adolescente de Hudson, y Sophia, con su rostro inexpresivo. Después estaba Jack, el padre de Hudson, un hombre verdaderamente encantador. Me sorprendió que estuviese sentado junto a su mujer, pues la detestaba de una forma descarada. Enfrente de ellos estaban Mira y Adam.

Esos deberían haber sido todos, pero cerca de mí, dándome la espalda y por eso no los identifiqué al principio, estaban Warren y Madge Werner. Y Celia.

Me puse en tensión, con demasiados pensamientos encontrados en mi cabeza, emociones tan fuertes que se extendían por todo mi cuerpo. Hudson no me había invitado, no había querido que acudiese a aquel acontecimiento, pero Celia había figurado en la lista de invitados desde el principio. ¿Era esa la verdadera razón por la que no me había hablado del cumpleaños de Sophia? Los dos habíamos acordado no verla. Sí, yo había incumplido ese acuerdo, pero al menos no iba a tener ninguna oportunidad de encontrármela. Además yo no había estado prácticamente prometida con esa mujer. ¿No me había invitado Hudson a esa cena por aquel estúpido acuerdo o era porque quería estar a solas con ella? Bueno, a solas no, pero sin mí.

Tampoco Celia, en la que yo había confiado y con la que había establecido lazos afectivos esa tarde, me había mencionado lo de la cena.

Mis ojos pasaron desde la rubia hasta el hombre que estaba a mi lado. Su rostro permanecía inalterado. Por eso era por lo que había estado en silencio. Sabía que yo me enfadaría.

Y así fue.

No podía soportarlo. Tenía que huir de allí.

—Creía que habías dicho que estaría solamente la familia —dije con los dientes apretados.

A continuación me di la vuelta y me fui.