Las fiestas de la libertad
Toda herramienta es un arma,
si se la empuña adecuadamente.
ANI DiFRANCO
El 6 de junio de 1944 comenzó el desembarco de Normandía, la Operación Overload. A primeros de julio, y después de expugnar las defensas alemanas en Avranches, los aliados fijaron el dominio de un importante territorio que partía de la península de Contentin y se prolongaba hasta Cherburgo y Caen. La presencia militar francesa en los momentos iniciales de la descomunal maniobra fue insignificante, pero al mismo tiempo que americanos e ingleses se asentaban en Francia, la Resistencia acosaba a los nazis al sur de París. Con indudable éxito, pues los ejércitos aliados pudieron dirigirse hacia Berlín sin preocuparse de una retaguardia que ocupaba dos tercios de Francia. El día del desembarco, la Agrupación de Guerrilleros Españoles hizo pública de nuevo su posición: «Españoles: a las armas dondequiera que estéis, participad en primera línea, codo con codo con el pueblo francés, en la guerra contra el enemigo común, por la victoria de la Libertad»[1].
Los republicanos españoles fueron especialmente visibles en esa etapa decisiva de la historia de Francia y de Europa, sobre todo en París y el Mediodía, donde la AGE tenía bajo su mando al acabar las luchas contra los hitlerianos casi diez mil efectivos. Combatían en unidades autónomas, aunque en los departamentos en que había pocos resistentes españoles se adhirieron a unidades francesas. Roger Craissac «Capitaine Duguet» y Miguel Ángel Sanz se encargaban de las relaciones entre las FFI, que aglutinaban a todos los guerrilleros, y la AGE. El compromiso de los españoles con la libertad se reflejó en los 38 departamentos que abarcó la Agrupación de Guerrilleros, fundamentalmente en algunos de ellos: Ariège, Bajos Pirineos, Altos Pirineos, Pirineos Orientales, Lozère, Ardèche, Alto Garona, Landas, Gers, Tarn, Hérault, Gard o Charente. Pero, además, los exiliados prestaron notables servicios en el Ejército francés, y unidades anarquistas, vascas y comunistas pelearon en las bolsas del Atlántico. Uno de los dirigentes de la Resistencia, Serge Ravanel, calificó a los republicanos de «generosos, valientes y sacrificados»; los españoles pasaron de indeseables, sospechosos y excluidos, a «hermanos de armas»[2].
Las expectativas a raíz del desembarco aliado auspiciaron un cambio radical entre la población. Un viraje del que se hizo eco con cierta ironía Reconquista de España, portavoz de la UNE. Refiere que una mayoría de franceses y no pocos españoles se negaban a colaborar con los resistentes mediante una expresión repetida mil veces: «déjeme tranquilo». Pues bien, cuando se materializó el ocaso alemán los llamados «déjeme tranquilo» descubrieron repentinamente su pasado antinazi y se apuntaron sin problemas a los festejos de la Liberación. El comandante guerrillero José Antonio Alonso «Comandante Robert» alude también a ese comportamiento: «Cuando llegó el momento de la libertad, había más resistentes que habitantes en Francia». Para guardar las formas, los franceses buscaron afanosamente cabezas de turco que expiaran los comportamientos colectivos; Laval, por ejemplo: ejecutado en 1945. Conviene recordar que cuatro meses antes de la liberación de París, Pétain había sido recibido entusiásticamente en la capital por más de doscientas mil personas; después lo condenaron a muerte.
ESPAÑOLES EN PARÍS
Charles de Gaulle había logrado el 24 de agosto de 1943 en Temará, cerca de Rabat, alumbrar la 2.ª División Blindada (2.ª DB), equipada por los americanos y dirigida por el general Leclerc. Unos 350 exiliados se unieron a la división —otras fuentes los rebajan a dos centenares[3]—, pasando a formar parte del 3er Batallón del Regimiento de Marcha del Chad, unidad de half–tracks. Cuando la «Nueve» se asomó a Europa, continuaba al frente del batallón el comandante Joseph Putz, y también seguían operativas las cuatro compañías «africanas»: 9.ª, 10.ª, 11.ª y 12.ª. En las tres últimas había un tercio de españoles y eran mayoría en la 9.ª, llamada la «Nueve» y gobernada por el capitán Dronne. Los republicanos moderados y algunos socialistas dominaban en la 1.ª y 2.ª secciones, tuteladas por Vicente Montoya y Michel Elías, y los anarquistas, en la 3.ª, dirigida por el alférez Campos. El azar convirtió a la «Nueve» en protagonista de uno de los episodios emblemáticos de la guerra en Francia: la liberación de París. Era un regalo para los republicanos, soldados difíciles de mandar: «El oficial que manifestaba temor era despreciado. Por contra, el que quedaba en pie, impasible bajo un bombardeo, el que daba muestras de entereza en una situación difícil, era respetado y admirado y lo seguían con los ojos cerrados», escribe el capitán Dronne, que no ahorra calificativos hacia los españoles, catalogados de soldados valientes, experimentados y también leales. Pero también mantenían trifulcas y celos entre ellos. Uno de los episodios internos más peliagudos de la «Novena» se planteó con el teniente Van Baumberghen, «Bamba», quien acarreaba problemas con sus compañeros, lo que obligó al mando a trasladarlo a otra compañía, la CHR, también del 3er Batallón. Algo que dolió a Dronne, que sabía de las virtudes del oficial español: «Bamba es inteligente, cultivado. Se formó en la famosa Institución Libre de Enseñanza… Personalmente, le aprecio. Esta superioridad de cultura constituye quizás una de las razones de desconfianza por parte de los elementos menos preparados»[4].
El 11 de abril de 1944 comenzó el traslado de la 2.ª DB a Gran Bretaña, después de ocho meses de duro entrenamiento. El primer convoy salió de Casablanca, y el 20 de mayo partió el segundo desde Mers–el–Kebir. Estuvieron preparándose durante casi dos meses en territorio británico, y el desplazamiento de Southampton a Normandía comenzó el 29 de julio: alcanzaron suelo francés durante la noche del 31 de julio. La División Leclerc no participó por tanto en las batallas iniciales de Normandía y, cuando desembarcó, los americanos ya habían consolidado la brecha de Avranches. El 6 de agosto la «Nueve» entró en combate en la localidad de Ecouché, población que tenía unos mil habitantes; operó con éxito entre las líneas alemanas, especialmente el equipo formado por el anarquista Campos y el austríaco Johann Reiter, brigadista en España, que el 14 de agosto hicieron 129 prisioneros. La hazaña no contó con el beneplácito de Dronne, porque la espectacular maniobra del español y el centroeuropeo —dos genios de la escaramuza— había dejado desguarnecido el flanco izquierdo de la compañía. «A Campos había que frenarlo constantemente, porque de lo contrario terminaba haciendo la guerra por su cuenta. Aunque tenía casi siempre éxito en sus decisiones había que hacerle entender que la guerra era una tarea colectiva, aspecto que a veces olvidaba». Miguel Campos y sus hombres detuvieron el día 17 a varios comandos alemanes que pretendían infiltrarse entre las fuerzas aliadas después de cruzar el río Orne. Los primeros combates costaron la vida al sargento–jefe Constantino Pujol, emigrado económico, quien mandaba el blindado Les Pingouins; también cayeron Luis del Águila y Roberto Helios. El 18 de agosto acabaron las operaciones de limpieza en Ecouché, y la División Leclerc prosiguió con la toma de Alençon y la batalla entre el Sarthe y el Orne[5].
Acantonados en suelo patrio, los responsables de la Francia libre pretendían alcanzar rápidamente París. La táctica del general americano Leonard T. Gerow se basaba por contra en contornear la capital y embolsarla a fin de no perder tiempo en la ruta hacia Alemania: americanos y soviéticos habían empezado la carrera hacia Berlín. Pero los acontecimientos se precipitaban, algunos de manera espontánea, y los parisinos no estaban dispuestos a permanecer al margen del avance aliado; desde el 14 de julio se multiplicaban los paros en la capital, comenzados por los ferroviarios, y el 16 de agosto se convocó una huelga general, seguida mayoritariamente a partir del siguiente día. El 18 se levantaron las primeras barricadas, una tradición parisina, y ese mismo día el PCF llamó a los franceses a la insurrección. El 19 de julio, Henri Rol–Tanguy lanzó su famosa proclama, convertida en holicismo revolucionario: «aux armes, citoyens». Rol–Tanguy había participado en la guerra de España formando parte de las Brigadas Internacionales, y fue comisario de la 14.ª Brigada Internacional. La decisión de los comunistas entrañaba importantes riesgos. Promover un movimiento insurreccional a destiempo podía causar una catástrofe, y además se realizó contra los deseos de los delegados gaullistas en el Comité de Liberación de París, Chaban–Delmas y Parodi; también desautorizaban la acción De Gaulle y el general encargado de la Resistencia, Koenig. Pero los intentos de tregua chocaron frontalmente con los comunistas, que persistieron en su actitud.
En París se realizaron varios intentos de aproximación entre nazis y gaullistas. El mando alemán se comprometía a que sus soldados salieran de París después de un combate de honor (baroud d’honneur), que incluía la rendición posterior de los responsables alemanes; las fuerzas de la Resistencia no debían tomar parte en esa «escaramuza medieval» hasta dos días después. Cuando Dietrich Von Choltitz había enviado una delegación para reunirse con los franceses, recibió la orden de Hitler: «Es preciso que París no caiga en manos del enemigo, si no es convertido en un montón de ruinas». Existe el convencimiento de que, antes del 19 de agosto, el general alemán disponía de efectivos para abortar la insurrección y cumplir los deseos del dictador: 16 000 soldados, tanques, cañones y morteros, incluso aviones en el campo de Le Bourget. Los 20 000 resistentes no disponían de medios para resistir con garantías. ¿Por qué no lo hizo? Fue una derrota psicológica de Von Choltitz y simultáneamente una victoria simbólica de los insurgentes. El 20 de agosto, mientras se negociaba una tregua y algunas detonaciones rompían la aparente quietud parisina, «los bañistas chapoteaban en el Sena encima de unos colchones de agua», según Blake. Una escena impropia de una guerra, pero la situación en París tenía algo de estrambótica[6].
El general Leclerc había enviado por su cuenta el 21 de agosto un destacamento a las órdenes del comandante Guillebon para explorar lo que sucedía en las proximidades de París. Enterado el general Gerow, exigió de manera inequívoca el regreso de la unidad. Pero la contundencia americana no hizo desistir a los mandos franceses, sobre todo al general Leclerc, quien accedió al superior jerárquico, el general Omar N. Bradley, comandante del 12.º Ejército americano. Un avión lo trasladó al puesto de mando para arrancarle la orden de marchar sobre París, y el 22 por la noche Bradley autorizó finalmente que una fuerza francesa entrara en la capital. Según Alberto Fernández, el jefe americano pronunció la típica frase para la historia: «Acabamos de tomar una decisión importante. Los tres tenemos que soportar la responsabilidad de la misma. Yo, el primero por haberla tomado. El segundo, Leclerc, que se encargará de su ejecución; el tercero usted, que nos aportó los informes que nos obligan a tomar la decisión». El tercero era el mayor Roger Cocteau «Gallois», jefe de EM del coronel Rol–Tanguy, enviado por este para que alertara de la situación desesperada de París[7].
La 2.ª DB se puso camino de París el 23 de agosto a las 6 de la mañana. Leclerc dividió la división en dos columnas, una de ataque y otra de defensa. La primera, la de Langlade, marchaba en dirección Versalles, mientras que la columna de reserva la encabezaba Billote y su destino era París. Atravesaron Boucé, La Lande–de–Goult, Alençon, Mamers y Nogent–le–Rotrou; pasaron por los bosques del Perche y las llanuras del Maine, hacia Limours. Pero los americanos, tan pragmáticos, no entendían la táctica francesa y estaban furiosos por la demora en llegar a la capital. De hecho, tanto Gerow como Bradley estuvieron a punto de enviar a la 4.ª División de infantería, situada en el flanco derecho de París, y acabar de una vez con tanta quermés, tanto vino y tanto baile como formaban quienes salían al encuentro de las tropas de Leclerc. Mientras tanto, el coronel Pierre Georges «Fabien», jefe de los FTPF parisinos, atacó ese mismo día a los nazis acantonados en los Jardines de Luxemburgo. En la madrugada del 24 de agosto, la división empezó a moverse velozmente hacia París. La ruta, recomenzada en Limours, seguía por Arpajon, Bourg–la–Reine y Puerta de Orléans. A las 8 de la mañana estaban en Longjumeau, donde la población empezó a vitorear y festejar a los soldados; pero las fuerzas de Putz encontraron resistencia. En esa carrera hacia París de la División Leclerc estaba lógicamente la «Nueve», la compañía española, y en las escaramuzas para expulsar a los últimos soldados nazis en Antony cayó herido el subteniente Montoya, que atacaba el flanco izquierdo de la ciudad; Federico Moreno se hizo cargo de la 1.ª sección. El subteniente Elías, responsable de la 2.ª sección, empujaba con los suyos. La 3.ª sección era cosa de Campos y sus hombres, que consiguieron limpiar el costado derecho de Antony y alrededores, e hicieron prisioneros a 24 soldados alemanes, además de matar a un número superior[8].
En el camino hacia París Dronne se había encontrado con el general Leclerc, descontento con lo que sucedía. «Dronne, ¿qué hace usted aquí?», le preguntó el general. «Mi general, ejecuto la orden que he recibido: volver sobre el eje, al punto donde estamos», le respondió. Entonces Leclerc pronunció la frase definitiva, la que permitió a un puñado de españoles alcanzar París: «Es necesario no cumplir órdenes idiotas». Luego le comunicó el objetivo: «Dronne, vaya derecho a París, entre en París». El capitán entendió a la perfección las intenciones de los mandos franceses: «Era inútil precisar el objetivo. El objetivo no era militar. Estaba claro, era evidente, que en el espíritu del general, el objetivo era psicológico. Se trata de levantar la moral de la resistencia y de la población sublevada». Según el español Jesús Abenza, Leclerc también les arengó: «Soldados de la Francia libre o combatientes extranjeros por la libertad de Francia. Vuestra división, que se ha cubierto de gloria en miles de acciones, debe ser la primera en entrar a París. Porque sé que no retrocederéis y que tendréis en alta estima el honor de la división y el honor de las Fuerzas francesas libres, os doy la orden, a vosotros, la 9.ª compañía de voluntarios extranjeros, de ir a la cabeza de las fuerzas y de ser los primeros en liberar París». Tradición o historia, la carrera de la «Nueve» hacia París empezó a las siete y media de la tarde del 24 de agosto de 1944. Dronne echó mano de la 2.ª sección del subteniente Elías y de la 3.ª, a cargo del ayudante–jefe Campos. También se unieron al destacamento la sección de tanques Sherman del teniente Michard y otra de ingenieros con tres blindados. Quedaban fuera Federico Moreno y sus hombres de la 1.ª sección, atareados en la limpieza de la Croix–de–Berny.
La «Nueve» partió de Antony a las ocho de la tarde, y atravesó Fresnes, Cachan, Arcueil y Kremlin–Bicetre. Cuando alcanzaron la Puerta de Italia, enviaron un mensaje al EM de la división: «Hemos llegado a París a las 20 h 45. Enviad refuerzos». La población ignoraba la identidad de la columna, aunque tendía a pensar que eran alemanes o americanos. Cuando descubrieron que eran franceses, se desataron las emociones atrofiadas durante años. «Vivimos minutos embriagadores, extraordinarios. Pero no debemos retrasarnos. Nuestra misión es enfilar lo más rápidamente posible hacia el corazón de París», explica Dronne. El teniente Granell confirma la actitud jubilosa de los parisinos: «La población civil se abalanzaba sobre nosotros. Vivas, aplausos, aclamaciones. Siempre besos y siempre flores. Las botellas de buen vino francés se vaciaban sobre nuestras cabezas, a manera de bautizo pagano». El objetivo de la columna era llegar al corazón político y sentimental de París, el Ayuntamiento. Ante las dudas sobre el trayecto a seguir, un hombre subido en una motocicleta y una mujer encaramada al vehículo de Dronne se convirtieron en improvisados guías. Episodio espigado entre otros que demuestra que, más que una operación militar en toda regla, la liberación de París tuvo algo de quermés (y anécdota). Pasaron por la avenida de Italia, Vístula, Baudricourt, Nationale, Esquirol y bulevar del Hospital. Pudieron avanzar porque las calles se vaciaban a su paso al creerlos de la Wehrmacht. Pero en cada distrito se repetía el proceso: la población se escondía y luego recomenzaba el jolgorio cuando descubrían su identidad. Cruzaron el Sena por el puente de Austerlitz y por los muelles de la orilla derecha llegaron a la plaza del Hotel de Ville, el Ayuntamiento parisino. Eran las nueve horas y veintidós minutos de la tarde, y empezaba a anochecer. A pesar de encontrarse aislados en el centro de París, y por tanto a merced de los alemanes, otra vez el delirio se apoderó de los habitantes de la capital. El pueblo cantaba La marsellesa, un himno de libertad, y las campanas de las iglesias repicaban sonidos de bienvenida a los liberadores.
El half–track que abría la marcha era el Guadalajara, y su tripulación estaba formada por el sargento–jefe austríaco Johann Reiter, el cabo–jefe Blanco, el soldado Baños y el conductor, Jesús Abenza. Detrás llegaron los otros blindados, también rotulados —tarea delegada en «Bamba», el universitario— con nombres que remitían a la guerra civil: Teruel, Ebro, Gernika, Belchite, Madrid, Santander, Brunete… O tan castizos como España cañí. Otro llevaba un nombre de raigambre hispana con grafía francesa, Don Quichotte. La denominación de este último tiene una explicación: como los tripulantes del blindado, españoles de diferentes regiones, no se pusieron de acuerdo, se decidieron por bautizarlo con uno neutral; lo mismo ocurrió con el Libération. El teniente Amado Granell, segundo del destacamento, encabezaba Les Cosaques. Otros dos blindados, Pingouin y Milady, también estaban tripulados por españoles. Con ellos llegaron tres half–tracks de la sección de ingenieros, y tres tanques Sherman remataban la marcha: Romilly, Montmirail y Champaubert. Según Granell, las fuerzas de la «Nueve» situadas frente al Hôtel de Ville eran 120 hombres y 22 vehículos; Vilanova habla de 126 hombres y 21 vehículos[9].
La «Nueve» vigila la capital
El capitán Dronne fue llevado al salón del Ayuntamiento. Allí le esperaban el presidente del CNR, Georges Bidault, y otros de sus miembros, como Daniel Mayer, Joseph Laniel, Georges Marrane y Léo Hamon. Este último intentó dialogar con los integrantes españoles de la «Nueve», pero reparó que «no hablaban bien francés». Más tarde llegó el jefe de la Resistencia, coronel Rol–Tanguy. La emoción y el barullo dominaban los salones municipales. Entregado Dronne a las cuestiones políticas, permanecía al frente de la «Nueve» el teniente de enlace, el español Granell. No obstante, tiempo después este último publicó un artículo en el que afirma que también él había participado en el recibimiento del Ayuntamiento de París: «Introducidos en un pequeño despacho —escribe Granell—, tuvimos el honor de ser presentados al prefecto de la Seine, monsieur Flouret, quien a su vez nos presentó al presidente del Consejo Nacional de la Resistencia. La figura menuda y resuelta de Bidault produjo en mí un sentimiento emotivo parecido al de la visión de la Tour Eiffel. Georges Bidault, con su pequeña estatura y su gran autoridad, simbolizaba en aquel instante, como lo simboliza hoy, la grandeza de la Francia herida y heroica. A su lado estaba el coronel Rol». Blanco asegura por su parte que fue Amado Granell el primero que entró en París y no Dronne, y mientras que este último refiere que penetraron por la Puerta de Italia, Granell mantiene que lo hicieron por la Plaza Semblat. Blanco alude a la timidez y modestia de Granell, además de su condición de republicano español, para explicar por qué la historia le ha dado una repercusión menor de la que merece. Hasta tal punto era retraído, según Blanco, que tuvo que acompañarlo porque «no se atrevía a ir solo a recibir su Legión de Honor». Alberto Fernández reitera que Amado Granell fue el primero que penetró en París con su sección y quien primero alcanzó el Hotel de Ville. Misterios frecuentes de una tradición que permite versiones encontradas de dos testigos presenciales[10].
La noche del 24 al 25 de agosto fue larga, tensa y vigilante, pese a que no se conocieron incidentes graves, como temían los divisionarios. Aunque los alemanes habían roto la tregua, los mayores problemas fueron ocasionados por los guerrilleros FFI, que exhibían buena voluntad y también una descomunal falta de experiencia. Dronne lo explica: «Me acosan multitudes de responsables FFI; cada uno me pide un tanque, algunos todo el destacamento para ir a hacer una operación en un barrio que le interesa. Al final tengo que enojarme para desembarazarme de ellos». Las primeras luces del día 25 tuvieron un efecto liberador y sedante, y además la situación continuaba tranquila. De hecho, las órdenes de Dronne se orientaron más a vigilar a los franceses que a controlar a los nazis: prohibir a la población encaramarse a los vehículos militares, evitar la aglomeración de los parisinos en torno a los blindados, limitar los robos de armamento. El grueso de la 2.ª DB entraba en París a mediodía del 25, y Dronne pudo entrevistarse con el coronel Billote. Las órdenes eran claras y tajantes: permanecer en la plaza del Hotel de Ville con las secciones 2.ª y 3.ª, el núcleo pionero de la «Nueve» camino de París[11].
Los alemanes se habían atrincherado en lugares estratégicos: Hotel Meurice (donde estaba el puesto de mando alemán), Hotel Majestic (centro de la Gestapo), Palais Bourbon (sede de la Asamblea Nacional), Quai d’Orsay, las Tullerías, Ministerio de la Marina, Plaza de la República, Escuela Militar, Jardines del Luxemburgo, Plaza de la Concordia y Plaza de la Estrella. Una vez establecida la División Leclerc en París, las refriegas más serias sucedieron en la Escuela Militar y en el edificio del Quai d’Orsay, sede del Ministerio de Asuntos Exteriores. El coronel Billote redactó el ultimátum, entregado en la tarde por el comandante La Horie al general alemán Dietrich Von Choltitz, jefe de la plaza de París, quien capituló en su puesto de mando. Luego lo llevaron ante Leclerc, en la Prefectura, donde se firmó la rendición oficial; lo hicieron Von Choltitz, Leclerc y Rol–Tanguy. Pero existe una «tradición republicana» que modifica la «historia francesa». Según aquella, Von Choltitz capituló en la tarde del día 25 de agosto ante un grupo de españoles dirigidos por el comandante La Horie. La operación discurrió en el Hotel Meurice, en la calle Rivoli, donde se encontraban el comandante de París y ochocientos alemanes. El extremeño Antonio Gutiérrez fue quien primero irrumpió en las dependencias del jefe alemán, al que arrebató la pistola, pero quien se negó a rendirse a un hombre sin charreteras y del que sólo escuchó dos palabras: «¡Soy español!». Además de la mayoría de los cronistas españoles, el relato lo recoge Manuel Tuñón de Lara; Vilanova matiza que es una versión sin confirmar[12].
Pero mientras se producían esos «lances de honor» entre los mandos, la gente seguía en la calle y moría en la calle. En las operaciones de «limpieza», los españoles de la «Nueve» se encontraron con paisanos encuadrados en las organizaciones de la Resistencia. Estaban tutelados por el PCE, que tenía su EM en el número 10 de la rué Pépiniére, y levantaron barricadas y lucharon contra los nazis en las calles parisinas; especialmente en las unidades FTP–MOI encabezadas por Rogelio Puerto, con las FFI y en las Milicias Patrióticas. Unos y otros intervinieron en las operaciones de ocupación y defensa de las alcaldías de Montreuil, y de los distritos 10.º, 19.º y 15.º. Combatieron en las plazas de la Concordia, de la Opera y de la República; en la Escuela Militar y en las barricadas de los distritos 9.º, 11.º, 12.º, 14.º, 18.º y 20.º. Aunque circuló como oficial la cifra de 4000 españoles en la Resistencia parisina, en la actualidad las estimaciones la sitúan en torno a unos 500; el peaje insurgente en París había resultado no obstante doloroso. Además de algunos republicanos anónimos, cayó José Barón Carreño «Robert», el español más representativo de la Francia ocupada, en una escaramuza en la Plaza de la Concordia. Era el jefe de los comunistas españoles en París, dirección que completaba Sánchez–Biedma. Estos últimos muertos eran lo que Maurice Kriegel–Valrimont, miembro de la COMAC, denominó «víctimas suplementarias». Llama la atención la presencia de tantos republicanos en París cuando una de las primeras medidas del Gobierno de Daladier había sido la de prohibir a los fugitivos españoles de 1939 residir en el distrito de París; decretos confirmados por Vichy y los nazis. Otra paradoja más. Julio Hernández y su grupo cercaron la embajada española y desplegaron la bandera republicana, que ondeaba de nuevo en París[13].
El sábado 26 de agosto se unió al grueso de la «Nueve» la 1.ª sección de Moreno, que no había podido entrar en París debido a la orden de limpiar la Croix–de–Berny: maldecían la mala suerte de no haber participado en la quermés parisina y aún se preguntaban por qué les habían privado de contribuir a la liberación de la capital. Aunque continuaban las pequeñas refriegas, el día 26 era un día de celebraciones en París. En la hora de los desfiles, la «Nueve» se encaminó hacia la plaza de la Estrella, situada frente a los Campos Elíseos, cerca del Arco de Triunfo. A las tres y diez minutos de la tarde arribó el general Charles de Gaulle, cuya primera acción, respaldado por los blindados de «La Nueve», fue rendir homenaje a la tumba del Soldado Desconocido. Estaba acompañado por los generales Leclerc y Koenig. Cientos de miles de parisinos asistían emocionados a la ceremonia: era nada más y nada menos que el dominio de Francia por los franceses. El general De Gaulle desfiló junto a los miembros del CNR por los campos Elíseos: la protección seguía a cargo de cuatro half–tracks de la «Nueve». Una bandera republicana cruzaba la avenida como agradecimiento del pueblo de París a los españoles[14].
Los diplomáticos franquistas estaban también atentos a lo que sucedía. El cónsul general de España en París, Alfonso Fiscowich, remitió una comunicación a Madrid el 18 de septiembre de 1944, donde aportaba su versión: «En el abigarrado desfile de las tropas que seguían al general De Gaulle en su entrada oficial en París, observó el público con sorpresa las banderas republicanas españolas que adornaban algunos de los tanques que formaban el cortejo. El más curioso o avisado pudo también satisfacer su curiosidad o completar su conocimiento leyendo los nombres con los que habían sido bautizados dichos carromatos evocadores de hechos y batallas de la guerra civil de España, e impuestos en los mismos por sus tripulantes, españoles enganchados en África y recogidos en Francia conforme avanzaban por la metrópoli las tropas desembarcadas del general Leclerc». El 1 de septiembre el cónsul español presentó una queja a las nuevas autoridades, desoída por los franceses[15].
El domingo 27 de agosto la «Nueve» participó en las operaciones de limpieza. Ese mismo día por la tarde la compañía «española» se instaló en el bosque de Boulogne, fabuloso parque al poniente de la ciudad, donde estuvieron acantonados hasta el 8 de septiembre. Había que poner a punto el material para continuar la lucha contra los nazis, y también disfrutar después de cuatro años peleando. Era el tiempo del descanso después de los combates y las emociones. Dronne explica las «delicias» que los republicanos de la «Nueve», al igual que los compañeros de Agrupación, encontraron en el bosque de Boulogne: «Sus acantonamientos son invadidos por olas de jóvenes encantadoras, gentiles, agraciadas, que no exigen muchos cumplidos. Un suboficial un poco estricto las echa fuera; se alejan asustadas, haciendo muecas; pero regresan. Un oficial de EM busca al teniente de guardia para hacerle realizar el servicio de vigilancia bajo las frondas del bosque; lo encuentra bajo una tienda en compañía de una rubia y una morena. Las jóvenes resultan útiles; se ofrecen, con buena voluntad, para coser las ropas, hacer el lavado, cocinar. Traen las pequeñas cosas que siempre se desean, botellas de vino y de licor cuidadosamente economizadas en espera del gran día». Pero la mejor noticia para los sátiros del bosque de Boulogne fue la reincorporación de los heridos: el subteniente Montoya, Fermín Pujol y Sánchez. Martín Bernal «Garcés» —había sido torero en España con el nombre de Larita II— sustituyó como responsable de la 2.ª sección de la «Nueve» al subteniente Elías, herido gravemente en la ocupación de la Central Telefónica Archives. El antiguo matador recibió el elogio de Dronne, su capitán: «Bernal sabía mandar». Los españoles fueron visitados por dos personalidades republicanas, Victoria Kent y el general y científico Emilio Herrera Linares. El 8 de septiembre la «Nueve» abandonó París: la nostalgia invadió no sólo a los franceses sino también alcanzó a los extranjeros que, como los republicanos, habían disfrutado por una vez como huéspedes privilegiados. Pero Berlín esperaba, y antes, Estrasburgo, que actualizaba el «juramento de Koufra»[16].
Cuando la 2.ª DB enfiló hacia Berlín, quedaba claro que París se había salvado. Para los americanos era un problema desviarse hacia la capital, al igual que hacerse cargo de más de cinco millones de personas. Pero desde un punto de vista simbólico fue definitivo: permitió a los franceses pasar de colaboradores de los nazis a auxiliares de los aliados. La ciudad de París también se había salvado por decisión del general alemán Von Choltitz, comandante militar de París, quien consideró que su honor de militar y ética personal le impedían ejecutar la orden que había recibido de Hitler: realizar las más grandes devastaciones posibles y perpetrar las represalias más sangrientas sobre la población. Von Choltitz temía además el juicio de la historia. Pero tal vez lo más decisivo fue que en el momento de la verdad tampoco disponía de hombres para destruir París —el tejido industrial, los edificios más emblemáticos o los 32 puentes del Sena— y al mismo tiempo defenderse de los ataques de la Resistencia. Los relatores proalemanes sostienen que la rendición de París «ha sido transformada por la historiografía francesa en un episodio glorioso y épico, aunque no pasó de ser una bufonada», como asegura Caballero Jurado. Refiere que Von Choltitz no deseaba dar la batalla de París porque sólo disponía de soldados viejos y otros dedicados a funciones administrativas. También se manifiesta crítico con la Resistencia de los parisinos, que entiende no sirvió para nada: los alemanes se habrían retirado igualmente si se hubiera pactado y ello habría ahorrado numerosas muertes. Desde posiciones contrarias, uno de los testigos privilegiados de la liberación de París, Amado Granell, llegó a conclusiones parecidas: «Nos costó más trabajo vencer la admiración de los parisienses que la resistencia alemana». Según Chambard, las bajas francesas hasta controlar París, entre el 18 y 28 de agosto, alcanzaron los 1062 muertos (532 FFI, 130 de la 2.ª DB y 400 civiles) y 7024 heridos (1005 FFI, 310 de la 2.ª DB y 5700 paisanos). Blake concreta que los alemanes tuvieron 2788 muertos, 4911 heridos y 11 000 prisioneros[17].
EL VERANO DE LA LIBERACIÓN
Los guerrilleros representaron una ayuda inestimable para los ejércitos anglo–americanos. «Ningún soldado de las tropas aliadas apareció al sur de una línea trazada desde Nantes a Orléans y a Dijón, y al oeste de una línea que fuera de Dijón a Aviñón», observa Stein. Esa referencia incuestionable ha sido refutada por la historiografía más conservadora, que reduce la Resistencia a un juego de símbolos. Aunque conviene precisar que las diferencias ideológicas y las rivalidades políticas menguaron la eficacia de los ejércitos irregulares y que algunas organizaciones partisanas estaban más pendientes de llenar el vacío de poder dejado por los nazis que de perseguirlos, no puede relegarse la relevancia de su aportación. Contaban para entonces con armamento adecuado. Entre enero y mayo de 1944 habían sido parachutadas a las organizaciones de la Resistencia 45 354 subfusiles Sten, 17 576 pistolas, 10 251 fusiles, 1832 fusiles–ametralladoras Bren, 300 bazokas y 143 morteros. En el caso de los españoles sucedió algo parecido, y su intervención fue especialmente destacada en el Mediodía. Pasado el verano de 1944, también hubo exiliados combatiendo en las bolsas del Atlántico, pero a los republicanos les interesaba sobre todo apuntalar su posición en los territorios fronterizos con España[18].
En los meses de la Liberación, la 1.ª División abarcaba los departamentos de Bajos Pirineos, Altos Pirineos y Gers, y estaba mandada por José García Acevedo, auxiliado por Luis de la Torre en la jefatura del EM y J. A. Moreno en función de comisario; pertenecía a la R4, Región FFI con sede en Toulouse. En Bajos Pirineos actuaba la 10.ª Brigada, que continuaba tutelando Vicuña. El 7 de junio, un día después del desembarco de Normandía, miembros de la unidad pirenaica rindieron un puesto nazi en Ferrières. Fue un acontecimiento fundacional: los españoles de la Resistencia hicieron sus primeros prisioneros alemanes. En una modalidad de lucha en que los detenidos pasaban automáticamente al apartado de bajas, el episodio entrañaba un cambio cualitativo y refrendaba que la guerra había cambiado de signo. Días después del incidente de Ferrières, los republicanos atacaron y rindieron Pé–de–Hourat. Pero no todas las noticias eran positivas, y los éxitos se alternaban con los fracasos. El 27 de junio los alemanes consiguieron que republicanos y franceses se replegaran a las montañas, y seguidamente atacaron la zona del Col de Marie–Blanche. El 17 de julio la catástrofe visitó a los españoles de Bajos Pirineos. La confidencia de dos «milicianos» de Arudy permitió a un destacamento SS de la División «Das Reich», cuyo jefe era Heinz Bernhardt Lammerding, arrestar a un grupo de guerrilleros que convalecían en el pueblo de Buzet y que no disponían de armas para defenderse: 14 republicanos fueron asesinados en el acto y sólo uno pudo escapar a la sarracina. «En presencia de los habitantes del pueblo les cortaron las orejas y los dedos de las manos a machetazos, y terminaron su labor macabra pegándoles un tiro en la nuca», refiere Vicuña. Pagaban la osadía de enfrentarse a los nazis desde mucho tiempo antes, y hacerlo con un coraje que no mostraban los franceses. Poco después fue detenida Emiliana Quitián, enlace de la unidad, a la que torturaron antes de fusilarla; pero los nazis no fueron capaces de sonsacarle noticia alguna.
A mediados de agosto, tanto los guerrilleros como los jefes de la Wehrmacht sabían que la partida estaba jugada: el desembarco aliado en Provenza impedía a los nazis del Mediodía recibir ayuda. Pero los disciplinados alemanes podían vender cara la derrota; unos se acantonaron en Eaux Bonnes, balneario próximo al Col d’Aubisque, y otros lo hicieron en Gabas. En el balneario se parapetaron en un edificio donde fueron sitiados por los españoles con apoyo francés. A pesar de los intentos de romper el cerco, doscientos nazis terminaron por rendirse. Desde Gabas, los hitlerianos pretendían sortear las defensas de los resistentes y pasar a España por Canfranc. Para evitarlo, los republicanos montaron un dispositivo a base de ametralladoras y morteros desde la parte española de la frontera, cuyos pasos dominaban, y después de varios tanteos infructuosos, los hitlerianos comprendieron que la salida era imposible; capitularon el 24 de agosto. La operación les proporcionó abundante material bélico: camiones, radios, armamento de todo tipo…, incluso cañones antitanque. Las armas fueron escondidas y empleadas luego en la invasión del valle de Arán. La rendición de Gabas llevó la libertad a pueblos como Sarrance, Escot, Bedous, Castet, Arudy, Louvie–Jucon e Iceste; la ciudad de Orthez fue liberada por Martín y sus hombres. Los republicanos pudieron desfilar por las calles de Pau, cabeza departamental, entre las aclamaciones de los paisanos. Terminada la tarea, la brigada, que contaba con unos trescientos hombres, se acantonó en Cambo–les–Bains a la espera de noticias sobre España[19].
En Bajos Pirineos se planteó un problema que se repetirá en todos los departamentos con participación republicana: los alemanes se negaban a rendirse a los republicanos. Quizá sus códigos prohibían a los rígidos oficiales nazis capitular ante unos desharrapados: algunos oficiales prefirieron el suicidio. Tal vez habían oído relatos sobre la crueldad de los españoles, dispuestos a cobrarse en los prisioneros todas las tropelías cometidas por los nazis, incluidas las efectuadas en España. «Esperábamos el momento final de la derrota de los alemanes. Pero vimos algo más, mucho más: vimos el miedo más completo de nuestra vida en los rostros de los soldados y jefes alemanes. Nosotros, especialistas de fugas y expertos en las más diversas variedades del miedo, no podíamos imaginarnos que aquellos hombres soberbios, arrogantes y “superiores” pudiesen convertirse en semejante tembladera, verde y sudorosa y suplicante, subhumana, inferior, miserable», refiere Blanco. Vicuña lo solucionó en Bajos Pirineos por la vía del ingenio. Disfrazó a un puñado de combatientes con uniformes franceses y así pudieron rendir a los nazis sin mayores problemas, aunque «cuando los alemanes se percataron de que se trataba de guerrilleros españoles empezaron a temblar. Hubo incluso soldados que se arrodillaron para rezar». Una tesis opuesta mantiene Andrés Prieto Arana, que combatió en La Pointe–de–Grave. Asegura que los soldados alemanes «se rendían al ver nuestra ikurriña. En parte porque les dábamos respeto y en parte porque preferían rendirse mejor a nosotros que a los franceses, para evitar posibles represalias»[20].
La participación española en las operaciones de limpieza contra los alemanes en Altos Pirineos correspondió a la 9.ª Brigada bis, capitaneada por Félix Burguete, quien colaboró tanto con los francotiradores comunistas del Batallón Janot como con los gaullistas del teniente Bernard. Aunque hasta la llegada de Burguete había sido un departamento más orientado hacia los pasos de fronteras y las redes de evasión que a la lucha armada, los nuevos tiempos invitaban al cambio. Pero Burguete fue detenido cuando se dirigía a reunirse con José Cortés, jefe de uno de los batallones. Encarcelado en Saint–Michel, se escapó del «tren de la muerte» que lo conducía a los campos alemanes y pudo combatir en los días de la Liberación. Su puesto en la brigada lo ocupó Emilio Gimeno, y completaban el organigrama dos resistentes venidos de Alta Saboya: Gabriel Vilches y Blanco. El 17 de julio se desarrolló un movimiento insurreccional en la capital, Tarbes. Al día siguiente los alemanes perdieron el control del departamento, y algunos de ellos buscaron la salvación en la frontera española. El grueso se agrupó el 19 en torno al general Mayer, con el objetivo de retirarse en dirección a Toulouse. Los soldados de la Wehrmacht fueron tiroteados por grupos de guerrilleros y el jefe alemán, herido y reducido, aunque sus hombres retrocedieron apenas sin pérdidas; el 20 la ciudad de Tarbes estaba expedita para los resistentes. En el acoso a los nazis habían participado AS, FTPF y un destacamento de guerrilleros españoles, mandado por Rafael López. El desfile de los republicanos del 2.º Batallón por las calles de Tarbes —algunos se cubrían con cascos militares sustraídos a los nazis— forma parte de la «iconografía republicana» más repetida de la Resistencia. La guarnición alemana de Lourdes había capitulado un día antes, al igual que Bagnères–de–Bigorre; los españoles detuvieron en la ciudad más emblemática del catolicismo francés al coronel alemán Kulizscher, encargado de su defensa. En el asalto a Lourdes participó el barcelonés Eugenio Ordeig, con una trayectoria devenida en paradigma. Estuvo en los campos de internamiento de Argelès, Bram y Agde, y en CTE de Ariège y Corrèze. Ingresó en junio de 1944 en la MOI y después combatió como guerrillero en Dordoña y Bajos Pirineos[21].
En Gers procedió con éxito la 35.ª Brigada, acaudillada por el teniente coronel guerrillero Tomás Guerrero Ortega «Camilo». Antes de que el PCE decidiera que «Camilo» tutelara a los guerrilleros republicanos, estaban al cargo de Expósito Plazuelo y Jaume Masip. Eran unos 350 hombres a principios de 1944 y habitaban los maquis de Vic–Fezensac, D’Eauze, Cazaubon y Miradoux, localizados en los alrededores de Mirande–Miélan, Peyrusse–Vieille y Castelnau–sur–Avignon; colaboraban con la AS, el ORA y los FTPF. Guerrero Ortega había combatido al frente de la 227.ª Brigada en la guerra civil, donde perdió una pierna, y pasó por los campos más severos, incluido Le Vernet. En este último fue responsable militar de la organización clandestina del PCE: terminó fugándose para asociarse a la Resistencia, aunque algunos autores aseguran que no escapó sino que salió legalmente. Primero se incorporó a los maquis de Lot–et–Garonne y luego se encargó de las guerrillas de Gers. Raymond Escholier lo definió como «cabeza de revolucionario mexicano, las tradicionales patillas en las mejillas, el pelo enmarañado, la mirada tenebrosa, los dientes resplandecientes de blancura, la piel verdosa, la voz ronca, tatuajes al dorso y una sola pierna. A pesar de esta mutilación, Camilo conduce a toda velocidad, nada como una mariposa, monta a caballo como un piel roja, guía su moto tomando virajes peligrosos patinando en el polvo…». Guerrero Ortega era madrileño, castizo y atrabiliario. Pero también enérgico y despótico, arrogante y perdonavidas, que no se andaba con escrúpulos para enfrentarse con los republicanos que disentían de sus métodos e ideología, ocasionando que algunos se desvincularan de la brigada. El socialista Julián Carrasco «Comandante Renard» y su destacamento marcharon del maquis de Castelnau–sur–l’Avignon el 17 de junio de 1944 porque les resultaba imposible la convivencia con el célebre «Camilo»; días después abandonaban el resto de socialistas y anarquistas. El jefe de la brigada de Gers amaba la acción. O la aventura. Un compañero de guerrillas, asegura: «Si le hubiéramos dejado, “Camilo” hubiera volado todos los puentes de la región».
En el departamento colaboraron eficaz y lealmente españoles y franceses, tanto de la conservadora AS como de los FTPF comunistas. Los republicanos no disponían de armas, y fueron los franceses quienes se las proporcionaron. Las dos unidades fundamentales fueron el Bataillon d’Armagnac, mandado por Caillou y Parisot, y los más de cuatrocientos republicanos de la 35.ª Brigada. El 21 de junio de 1944, se desarrolló a orillas del río Aveyron uno de los hechos de armas más representativos, la batalla de Castelnau–sur–l’Avignon, adonde llegaron los antifascistas después de ser acosados por 1500 alemanes en la Romieu, víctimas de la denuncia de un confidente. Pese al número de atacantes, los republicanos, apoyados por destacamentos franceses y los hombres del coronel inglés «Hilaire», consiguieron replegarse. Como primera medida minaron todos los puntos estratégicos de Castelnau, y, cuando penetraron los nazis, iniciaron la voladura controlada del lugar al tiempo que se retiraban hacia Condom. El pueblo de Castelnau saltó por los aires, y con él lo hicieron numerosos alemanes, que contabilizaron 230 muertos y 350 heridos. Pero la Resistencia sufrió también importantes bajas: 17 muertos (12 españoles) y 29 heridos. Al día siguiente, la aviación alemana atacó a la columna guerrillera, que se alejó hacia la base de Maupas–Estang–Lannemaignan. En agosto proseguían los choques, aunque los nazis se retiraron hacia Mont–de–Marsan, capital de Landas. Los españoles destacaron en las refriegas de Vic–Fezensac, Mirande, Marciac y Condom. A mediados de mes los alemanes sólo resistían en Auch, la capital. La embestida de los maquisards franceses y los guerrilleros de la 35.ª Brigada permitió el 21 de agosto la capitulación de la ciudad gascona. De nuevo se planteó el problema de que los nazis no querían entregarse a los españoles, que registraron 13 muertos en los últimos combates. El generoso, sectario y gallardo «Camilo», alicatado el pecho de medallas ganadas en el campo de batalla, fue expulsado del PCE en 1946. Demasiada personalidad y heterodoxia para manejarse en las rigideces del PCE. Liberado el departamento, se casó en septiembre de 1944 con una muchacha de 17 años, hija de emigrados económicos españoles. Conforme algunos documentos, Guerrero Ortega combatió luego en Burdeos, a las órdenes de «Marta», y en La Pointe–de–Grave, una de las bolsas atlánticas, con la Brigada Carnot de Jean de Milleret[22].
La 2.ª División se extendía por Alto Garona y Tam–et–Garonne, y la gobernaba el vasco Luis Bermejo, quien contó con la ayuda de dos colaboradores sobresalientes: José Aymerich (comisario) y Antonio Caamaño (jefe de EM). El desembarco aliado en las costas mediterráneas en agosto y la expedición de una columna francesa que había partido desde París con el objetivo de recuperar Toulouse, determinó la retirada de los alemanes de la ciudad el 19 de agosto. No obstante, supervivientes y cronistas rindieron homenaje a la 2.ª Brigada de la AGE, capitaneada por Joaquín Ramos, que durante las semanas previas participó en el acoso a los nazis que dominaban la antigua capital del Languedoc. También intervinieron los españoles en el asalto a la prisión de Rempart Saint–Étienne y en la liberación de los detenidos, así como en otras escaramuzas: estación de Matabiau, puente Saint–Michel y en Faubourg Bonnefoy. Todas las acciones estuvieron coordinadas con Serge Ravanel, jefe de las FFI de la R4, la 4.ª región guerrillera. Tomada la capital, los republicanos de la 2.ª Brigada apoyaron las operaciones de limpieza en las villas más importantes del departamento: Saint Gaudens, Isle–en–Dondon, Saint Bertrand de Comminges y Bagnères–de–Luchon; esta última con el auxilio de guerrilleros de Altos Pirineos. Otro episodio reseñable fue que los españoles impidieron el paso a los destacamentos alemanes que por su cuenta pretendían penetrar en España.
La ciudad de Toulouse, capital de Alto Garona, era conocida como la «villa rosa» —por el color de sus edificios— y se convirtió después de la Liberación en la «villa roja», por la omnipresencia de organizaciones republicanas españolas, y en epicentro del exilio español. El nombramiento de Jean Cassou, proclive a los republicanos, como comisario de la República en la ciudad, fue otra noticia excelente. Pero resultó herido gravemente y no pudo tomar posesión del cargo, sustituido por Pierre Bertaux, menos favorable a los exiliados. El consulado franquista informó de la situación entre los dos adversarios políticos de la capital tolosana: «Existe una rivalidad creciente entre el Comisario de la República nombrado, Sr. Jean Cassou, y el Comisario en funciones, Sr. Bertaux, que no parece desear, en manera alguna, ceder el puesto. El primero trata de ponerle trabas en su actuación y ha elegido como motivo principal para ello, la cuestión española, siendo el presidente del “Comité Francia–España” y ocupando un puesto destacadísimo en todas las actuaciones de los exiliados españoles». Un memorándum del cónsul León de Viñals carga contra Cassou, primer traductor de Unamuno al francés, al que llama «hispanófilo comunistoide». La significación de Toulouse entre los refugiados la traduce el pintor Malagón: «Entonces, por enero de 1945, llegar a Toulouse era como pisar tierra española. A la entrada de la ciudad se encontraba el Hospital de guerrilleros, llamado Burrasol, mientras que el Mando Militar de guerrilleros y, junto a este, el Mando de Sanidad, estaban ubicados en la céntrica plaza del Capitol». El 16 de septiembre de 1944, De Gaulle viajó hasta la capital de Alto Garona y exigió que el Estado administrara «el feudo republicano»[23].
Los exiliados estuvieron asimismo presentes en la liberación de la capital de Tarn–et–Garonne, Montauban, gracias a la 4.ª Brigada, dirigida por Teruel, un verdadero especialista en sabotajes. Entre los maquis más sobresalientes del departamento desde finales de 1943 estaban los de Montricourt, Grésigne y Montauban. Los sabotajes fueron incontables durante agosto de 1944, sobre todo contra las instalaciones ferroviarias, postes eléctricos y polvorines. La brigada colaboró activamente en la liberación de Montauban, y los republicanos que participaron en el asalto estaban mandados por A. Canalis, que procedía del maquis de Moissac. El 19 de agosto atacaron a los alemanes que penetraban el núcleo urbano y luego defendieron la ciudad con arrojo. Canalis, manco desde la guerra civil, servía un mortero de importancia capital para los miembros de la Resistencia; fue localizado por los alemanes y herido en el costado, cuello y pierna izquierda. Según Sixto Agudo, el maquis de Grésigne y el de la Montaña Negra participaron a su vez en la liberación de Carmaux, en Tarn. También actuó en el departamento José Vitini y su 4.ª División. El apoyo interdepartamental se repitió en numerosas ocasiones[24].
La 3.ª División desplegaba sus efectivos por los departamentos de Ardèche, Gard y Lozère, que pertenecían a las regiones guerrilleras R1, R2 y R3, respectivamente. Cuando se iniciaron los desembarcos aliados en Francia, los resistentes, significativamente en Gard, abandonaron sus trabajos y pasaron a la clandestinidad. La meta fundamental de los hombres que se fueron al monte consistía en paralizar la producción de las cuencas mineras, sabotear las vías de comunicación y hostigar a los destacamentos alemanes. Unas actividades que causaron numerosas bajas entre los miembros de la Resistencia.
En la Madeleine, punto estratégico entre Saint–Hippolyte, Anduze y Nimes, discurrió el 25 de agosto de 1944 la más emblemática de las batallas libradas por españoles en la Resistencia. El destacamento republicano que la protagonizó pertenecía a la 21.ª Brigada, que dirigía Gabriel Pérez, apoyado en esa circunstancia por el jefe de la división, García Granda. Un grupo de guerrilleros —que dirigía Émile Capion «Capitaine Carlo»— se parapetó con sus ametralladoras en el castillo de Tornac, próximo a la localidad de igual nombre y desde donde dominaban el puente sobre la carretera que lleva a Saint Hyppolite, por un lado, y a Anduze, por el otro. Otros cuatro resistentes se resguardaron cerca del puente para volarlo en cuanto recibieran la orden. La maniobra tenía como objetivo emboscar a los nazis. Los puestos adelantados de observación divisaron una alargada y amenazante columna alemana —sesenta camiones, blindados ligeros… y más de mil soldados—, que se dirigía a Nimes. Los republicanos y francotiradores dinamitaron simultáneamente el puente y la carretera a espaldas de la columna, y luego comenzaron a disparar de manera sostenida; los alemanes no salían de su desconcierto, inmovilizados y batidos desde todas las direcciones. Un oficial español trató de negociar pero los nazis se negaron a rendirse. A las cuatro de la tarde, rodeados de muertos y heridos, comprendieron que el tiempo de las armas había pasado.
Durante una tregua de dos horas, dos oficiales hitlerianos fueron llevados a Anduze para negociar su capitulación a los españoles, encabezados por Gabriel Pérez, y en presencia de gendarmes franceses. Mientras dialogaban sus comisionados, los alemanes rompieron el alto al fuego y reanudaron el ataque. No obstante, había llegado en auxilio de los republicanos una compañía de sesenta francotiradores bien armados y dos aviones británicos castigaban la posición alemana. A las siete y media de la tarde los nazis levantaron bandera blanca al tiempo que trataban de huir, pero el ardid no les produjo resultado alguno. Además de las pérdidas en hombres, los alemanes abandonaron una ingente cantidad de material bélico, incluidos blindados ligeros y piezas antitanque. Otra vez planeó la cuestión de que los alemanes querían capitular pero no a los republicanos. El jefe de la columna, teniente general Konrad A. Nitzche, se decidió por el suicidio ante semejante espectáculo. El arqueo final de la batalla de la Madeleine representó un éxito sin paliativos: 32 españoles y 4 FTPF, auxiliados por otras unidades en los compases finales de la batalla, se enfrentaron a 1500 alemanes. Tres horas de lucha, y los nazis dejaron casi cien muertos, 178 heridos y más de quinientos prisioneros; tres españoles resultaron heridos.
En los últimos años se ha desatado una polémica sobre la presencia de Cristino García Granda en la batalla de la Madeleine. Dos antiguos guerrilleros, Pedro Galindo y Ángel Álvarez, refutan en sus obras memorialísticas el protagonismo del guerrillero asturiano. Apoyan sus argumentos en que no pudo estar presente por cuanto salió herido del asalto a la cárcel de Nimes. Pero este episodio había tenido lugar el 4 de febrero y la Madeleine se registró el 25 de agosto, casi siete meses después; tiempo más que suficiente para curar una pequeña lesión, atendida además por médicos. Todos los testimonios y la documentación oficial desmienten la tesis de Galindo y Álvarez. En la información oficial sobre la condecoración que se le otorgó a Cristino García Granda en 1946, aparece como uno de sus méritos la participación en dicha batalla. Tres resistentes la confirman. Luis Fernández, jefe máximo de los españoles en la Resistencia, escribe en Mundo Obrero (2 de marzo de 1946) que Cristino participó en la Madeleine, y además llevó a cabo el 13 de julio de 1944, con 19 de sus hombres, una emboscada en el Col d’Éterime, entre Privas y Aulenas, donde eliminaron a sesenta alemanes. Joaquín Arasanz certifica que Cristino estuvo en la Madeleine y en el recibimiento posterior en la Grand Combe. Falguera especifica que la batalla fue acaudillada por Cristino García, jefe de la división, Emilio Capion, responsable militar del subsector número uno de la R3 FFI, y Miguel Arcas «Comandante Víctor», jefe del maquis Montaigne, de la MOL En la batalla de la Madeleine estuvo presente también Francisco Esteban Carranque Sánchez, que volverá a reunirse con García Granda en el verano de 1946. Ocurrió en Madrid, y ambos se encontraban frente a un pelotón de fusilamiento franquista.
Durante el mes de agosto se efectuaron en Ardèche numerosos ataques de la 19.ª Brigada, que dirigía Moreno, heredero de Gregorio Izquierdo. El 3 de agosto, una compañía de FTPF y los guerrilleros de la UNE acosaron a una columna alemana cerca de Collet de Déze, y mataron a seis soldados e hirieron a seis más; cerca de Vallon, hicieron 58 prisioneros y requisaron un valioso material de guerra. El día 20 de agosto, en la carretera de Vagnas a Vallon–Pont d’Arc, en el bosque des Bruyères —donde se había constituido la primera guerrilla española—, se desarrolló una importante escaramuza: 150 guerrilleros frente a 2000 alemanes fuertemente armados, incluida artillería pesada. Los republicanos consiguieron escapar aunque con dos bajas importantes, Bartolomé Cabré, comisario de la brigada, y Gutiérrez Grillo. En Maisonneuve eliminaron dos compañías motorizadas, y cincuenta españoles atacaron el 21 de agosto el puesto de mando de una división alemana, matando al general jefe de la misma; pero también las bajas republicanas fueron significativas. En el departamento de Lozère, un batallón de la 15.ª Brigada, gobernada por Ángel Méndez, tomó parte el 4 de agosto en los combates de la liberación de Mende, la capital, y de Langogne. En Mende cayeron José Simó Piñol, Félix Aguado, Antonio Carrasco y Pedro Sánchez; el jefe de EM de la brigada, Ángel Méndez, resultó herido de gravedad. El día 25, republicanos y francotiradores liberaron Bagnols, Altier, Saint–Julien–de–Tournel. El 28 llevaron la libertad a Villefort, donde fueron reducidos 200 alemanes[25].
La 4.ª División abarcaba los departamentos de Tarn, Aveyron y Hérault. Dirigía la división José Vitini Flórez, que había reemplazado a Sanz, trasladado al EM de la AGE. Domingo González era el jefe de Estado Mayor y Antonio Fuertes Vidosa, comisario político. Montpellier, capital de Hérault, era uno de los centros de la Resistencia y albergaba además la sede de la 3.ª Región Militar FFI, la R3, dirigida por Gilbert de Chambrun «Coronel Carrell», que anudaba los departamentos de Hérault y Aveyron (además de Pirineos Orientales, Aude, Lozère). Tarn, no obstante, pertenecía a la R4.
En Tarn actuaron conjuntamente los FTP–MOI y la 7.ª Brigada. La unidad española se unió al grupo polaco formando un destacamento que desarrolló una intensa actividad en la región. Andrés García formaba parte de la dirección, mientras que Demetrio Soriano se había instalado con un grupo armado en la Montaña Negra, apoyado por Fernández Albert; en el mes de junio se nombró jefe de la brigada a Soriano. El 16 de agosto, los integrantes de los maquis locales se infiltraron en la villa de Carmaux, donde coparon a los alemanes. La Wehrmacht envió entonces dos columnas para auxiliar a los sitiados, pero fueron rechazadas. En la villa de Castres, donde estaba residenciada la jefatura de la UNE, la guarnición enemiga contaba con 5000 hombres. El 20 de agosto, a las cinco de la tarde, el grupo Vény tomó la estación y sus diferentes servicios; el arsenal fue atacado en el transcurso de la noche. A la mañana siguiente, el destacamento multiplicó las patrullas, lo que llevó a los alemanes a deducir que había tropas muy numerosas asediando la ciudad de Castres: la rendición no tardó en llegar. El ataque definitivo contra los nazis acantonados en Tarn empezó por Gaillac, donde los alemanes de la Kommandantur evitaron el enfrentamiento huyendo durante la noche. Los combates de Gaillac y Albi discurrieron durante los días 21 y 22 de agosto, con grandes pérdidas de la Wehrmacht. Los nazis se hicieron fuertes en el pueblo de Saint–Pons (del vecino departamento de Hérault), donde fueron sitiados por los guerrilleros de Soriano y Fernández Albert, a quienes secundaron los FTP. Los nazis resistieron los días 21 y 22 de agosto en Gaillac, hasta que, viéndose perdidos, los que pudieron optaron por la huida y abandonaron todo el material pesado. El coronel hitleriano terminó suicidándose, y 200 alemanes fueron hechos prisioneros; cinco republicanos sucumbieron en el combate. Mientras tanto, la capital departamental, Albi, ya había sido liberada. El 23 de agosto por la noche, el conjunto del territorio del Tarn estaba libre.
Las bases de los maquis de Hérault estaban desde finales de 1943 en Clermont d’Hérault, Pézenas y Bédarieux. En el departamento combatieron asimismo los españoles y franceses pertenecientes al maquis de Cofra, vinculado a la MOI, cuya proeza más renombrada antes de la Liberación fue un asalto al cuartel nazi de Lodève. Serafín Querol, con dos republicanos y tres franceses, rindió a los alemanes del cuartel sin víctimas. El día 20 de agosto se concretó la liberación definitiva de Montpellier. En el asalto participaron los hombres de la 11.ª Brigada, que ahora estaba en manos del comandante Luis Prats «Navarro». El día 23 de agosto, una columna española de la 4.ª División (Vitini) que se dirigía a Nimes fue atacada por los alemanes y rodeada a pocos kilómetros de Montpellier. La refriega duró tres horas, pero los guerrilleros rompieron el sitio haciendo bajas al enemigo y evacuando a doce heridos graves. Previamente, partisanos de la 3.ª División (García Granda) habían repasado la frontera departamental para auxiliar a los antifascistas de Hérault.
En Aveyron tenía su sede la 9.ª Brigada, conducida por Amadeo López «Salvador», y la mayor parte de los hombres procedía de la cuenca hullera de Decazeville. Como Enrique Ortiz Milla, quien previamente había pasado por los campos de Argelès y Barcarès. Desde el verano de 1943 los hombres de la unidad habían desarrollado una importante actividad, saboteando las minas de Cransac y Bourran. Los ataques a las diferentes empresas de la cuenca discurrieron en una secuencia exponencial, hasta que las autoridades francesas se decidieron por una política represiva que obligó a la mayoría de los guerrilleros «quemados» a trasladarse a los departamentos vecinos. Las fuerzas de «Salvador» se concentraron entonces en Villeneuve de Rouergue, y desde 1944 los golpes de mano y sabotajes se repitieron por todo Aveyron. El 12 de agosto la brigada atacó, en la carretera de Rodez a Decazeville, a un destacamento alemán que había salido de la capital. La cabeza departamental, Rodez, fue liberada definitivamente el 18 de agosto y los guerrilleros republicanos tomaron parte en todos los combates previos, haciendo numerosos prisioneros. Pero las bajas también resultaron significativas, como la del teniente Esteban Bravo; unos cayeron durante los encuentros y otros fueron detenidos y ejecutados por los nazis. Una parte de los españoles se trasladó luego al Tarn, para ayudar al rescate de su capital, Albi. En la liberación de estos departamentos, sobre todo en las ciudades de Albi y Rodez, destacó la presencia del jefe de la 4.ª División, Vitini[26].
La 5.ª División repartía su mínima influencia por los departamentos de Ain, Jura, Alta Saboya, Saboya e Isère; ocupaba un espacio encuadrado en la R1, la 1.ª Región FFI. La unidad estuvo mandada por Francisco García Nieto hasta que fue desplazado al Mediodía, y contaba con cuatro brigadas —Saboya e Isère conformaban una—, aunque en proceso continuado de reorganización. Los combatientes de los territorios alpinos vivieron dominados durante mucho tiempo por las tragedias de Glières y el Vercors; pese a todo, los republicanos participaron con los franceses en los combates de la Liberación. El personaje central en Alta Saboya continuaba siendo Vera, aunque fue Jurado quien reorganizó el maquis de Semnoz con los supervivientes de Glières. Vera participó con sus hombres en la conquista de la capital de departamento, Annecy, ciudad de la que fue comandante militar después de la guerra. Un testigo, Alfonso Martínez, escribe que fue el «primer departamento francés enteramente liberado por nuestros propios medios», los días 15 y 16 de agosto de 1944. Unos cien españoles lucharon en Saboya y participaron en la liberación de Chambéry, la capital, y Annemasse. Los departamentos de Isère, Ain y Jura fueron liberados por los soldados aliados del 6.º Cuerpo de Ejército americano en los primeros días de septiembre. La aportación de los guerrilleros fue por tanto menor, aunque un batallón de la UNE intervino en el asalto al cuartel de los nazis en Grenoble, capital de Isère. En Ain hubo republicanos en los FTPF y en la AS que intervinieron en los sabotajes perpetrados en la región. Antes de la derrota nazi, tuvieron una notable participación en las operaciones de Artemare, Culoz y Bereziat. Una prueba de esa presencia está en los españoles enterrados en el Cementerio Nacional de Val d’Enfer, siete de ellos identificados. En Annecy, capital de Alta Saboya, está ubicado uno de los monumentos más representativos dedicados a los republicanos de la Resistencia francesa, obra del escultor exiliado Baltasar Lobo, y en cuya base está grabada esta leyenda: «A los españoles que murieron por la Libertad»[27].
La 15.ª División reunía los departamentos de Dordoña, Lot y Corrèze —pertenecientes a la R4 y R5—, y la tutelaba Vicente López Tovar. Los españoles tuvieron una destacada intervención desde el mismo día en que se concretó el desembarco de Normandía. Los guerrilleros de Dordoña meridional estaban encuadrados en la Brigada A —conocida también como Grupo Carlos—, capitaneada por Carlos Ordeig, y era el comisario político Juan Jiménez. El centro de operaciones estaba en Montignac, donde alimentaron una escuela guerrillera. Ordeig y sus hombres lucharon en Périgord y Limousin, en colaboración de los FTPF de Lescurey y Guingouin. Los españoles ubicados en la parte septentrional estaban encabezados por Emilio Álvarez Canosa «Pinocho», que tenía su puesto de mando en Excideuil. Su unidad formó parte de los FTPF de la región, y el 1 de julio fue nombrado jefe del 1er Regimiento FTPF de Dordoña–Norte. Las embestidas alemanas le obligaron a evacuar Excideuil, Dussac y Sarlande. A partir de agosto, los hombres de «Pinocho», nombrado el 25 de agosto comandante de una brigada de nueva creación, la 471.ª, participaron en la conquista de Périgueux y Angulema, capitales de Dordoña y Charente.
Los españoles en Lot estuvieron presentes en todos los combates del verano de 1944, y desempeñó un papel destacado la Brigada B, gobernada por Rafael Pérez Candela «Luna» y Ángel López Vacas. Entre la noche del 9 y la madrugada del 10 de abril de 1944 convergieron en Cajarc —a 50 kilómetros de Cahors— 8 maquis, entre ellos dos españoles, Liberté y République, y tomaron el pueblo. A mediodía llegaron 750 alemanes, además de GMR y «milicianos», que asediaron la localidad. Aunque el grueso de los resistentes logró evadirse, algunos miembros franceses fueron detenidos y fusilados en Saint–Michel de Toulouse. Fue una de las primeras tomas de pueblos por parte de los guerrilleros, anterior a la ofensiva del verano: una operación de prestigio; el 23 de julio ocuparon definitivamente Cajarc. Entre los destacamentos que participaron en el rescate de la capital, Cahors, se encontraban el de Carlos Hernández, comisario de la Brigada B, y el maquis de Belvès, dirigido por el anarquista José Cervera, que formaba parte del grupo de «Soleil», controlado por los comunistas franceses. En el mes de agosto, la Resistencia dominaba el departamento.
En Corrèze se movía la Brigada C, que mudó su nombre por el de 13.ª Brigada. La dirigía Cobos, aunque el verdadero artífice de la misma había sido Ángel Fernández. Los últimos choques habidos en este departamento acarrearon tragedias como la de Tulle, la capital, donde fueron asesinadas noventa personas como represalia a una acción de los FTPF, que el 8 de junio habían eliminado a 40 alemanes. Aunque debían ser 120 los ejecutados (tres por cada alemán: ese era el talión nazi), el capellán Jean Espinasse convenció al oficial de que si los enterraban pronto, las SS no podrían contar los muertos. Cuando la capital estaba prácticamente en manos de los guerrilleros, la División SS «Das Reich» irrumpió en la ciudad a sangre y fuego, y los soldados arrestaron a todos los hombres entre los 16 y 60 años. Tres mil personas fueron concentradas en la plaza. Al final se marcharon de la ciudad, pero en el trayecto entretenían el tiempo ahorcando rehenes en árboles y postes eléctricos que encontraban a su paso. Los españoles participaron en la liberación de las poblaciones más importantes: Tulle, Egletons, Brive, Ussel y Neuvic. Especial atención merece la batalla de Egletons, cuando el 14 de agosto un millar de guerrilleros franceses y españoles de todas las organizaciones armadas atacaron y sitiaron a una columna de alemanes, que se entregaron el 18, dejando cien muertos, cien heridos y doscientos prisioneros. Pero el número de republicanos caídos también fue elevado: unos cuarenta[28].
Las cuatro brigadas de la 16.ª División, capitaneada por Miguel del Hoyo, estaban destacadas en los departamentos de Bocas del Ródano, Drôme, Alpes Marítimos, Vaucluse y Var. Excepto Drôme, vinculado a la R1, todos los demás departamentos pertenecían a la R2, la 2.ª Región FFI. En Bocas de Ródano los españoles participaron en la conquista de Marsella, la capital, que había sido durante un tiempo sede de la Delegación del Comité Central del PCE de Monzón. El grupo republicano estuvo a las órdenes de Pascual Jimeno hasta que el 26 de julio de 1944 fue enviado a las guerrillas de Ariège; Miguel del Hoyo, jefe de la división, también fue desplazado a la Francia meridional. En Drôme destacó la intervención de la compañía del capitán Carrasco, quien tomó parte en las operaciones de Montboucher, Bidou, Labegude, Montélimar y la capital, Valence. En las dos últimas localidades también participó el maquis tutelado por Antonio Sanz, instructor en Tolignan; estaba vinculado a la AS, mientras los demás colaboraban con los FTP–MOI. En el Var actuaron minúsculos grupos republicanos pero casi siempre de paso hacia las regiones alpinas, también formando parte de la MOL En Alpes Marítimos, los guerrilleros españoles e italianos intervinieron, bajo la bandera de los FTP–MOI, en la liberación del departamento y también apoyaron el desembarco en Provenza, así como la toma de Castellane. En Vaucluse, la histórica ciudad de Aviñón, la capital, fue liberada con la participación de José Vicente Ordaza y cien de sus hombres[29].
Mateo Blázquez Rodríguez «Marta» mandaba la 24.ª División, que extendía su influencia por los departamentos de Charente, Charente–Maritime, Landas, Gironda y Lot–et–Garonne. Las unidades estaban encabezadas por Práxedes Quílez, «François», Eduardo Casado «Barbas» y Juan Castillo «Sebastián». Los españoles participaron con el Grupo Arthur en la liberación de Agen, capital de Lot–et–Garonne, y de algunas poblaciones importantes, como Villeneuve–sur–Lot, cuyo presidio rindieron igualmente. Intervinieron también, con los francotiradores franceses, en la liberación de Casteljaloux, Bousses, Houilles y Allons. Uno de los combates más conocidos fue el que sostuvieron durante dos días entre Bousses–Arx y Gaborret, y en el que las bajas resultaron cuantiosas. En Landas, por su parte, los republicanos formaron parte de los destacamentos que liberaron Mont–de–Marsan, la capital, y villas como Dax y Saint–Vincent–de–Tyrosse. Más tarde, muchos de estos guerrilleros participaron en la liquidación de las bolsas del Atlántico. La capital de Charente, Angulema, fue liberada con la ayuda de los guerrilleros españoles y la participación decisiva del maquis francés Bir–Hakeim–Foch. La primera acción de calado fue la acometida que efectuaron a los arsenales alemanes de la ciudad, y el material tomado permitió armar a 350 republicanos, que luego tomaron parte en la conquista de Angulema. Un batallón mandado por Fausto Castillo intervino en la conquista de Cognac, la otra ciudad importante del departamento. El mando de la división se trasladó entonces a Lenenac (Landas). La capital de Gironda, Burdeos, también contó con la participación de españoles de la 24.ª División. La actuación más conocida de los republicanos se produjo en la toma del puente de Piedra o de la Bastida. Según testimonio del socialista Pascual Sangüesa, la única baja que ocasionó la retirada de los alemanes de Burdeos fue la del español Pablo Sánchez, quien a pecho descubierto pretendió arrebatarles un cañón instalado en el puente de Piedra y desde donde castigaban una de las zonas de la ciudad. La JEL le puso una placa en el lugar de los hechos[30].
La 26.ª División fue una unidad tardía, de agosto de 1944, fruto de las reorganizaciones en torno a las luchas de Liberación, aunque paradójicamente las brigadas que la integraron habían sido adelantadas en la lucha contra el nazismo englobadas en la 1.ª División. Tal vez fue, con la 3.ª División de Cristino García, la que más renombre proporcionó a los guerrilleros españoles, especialmente la 3.ª Brigada de Ariège, unidad emblemática para la AGE. Mandada por Manuel Castro Rodríguez, el territorio de actuación abarcaba los departamentos de Pirineos Orientales, Ariège y Ande, vinculados a las regiones guerrilleras R3 y R4. Castro estuvo apoyado para la ocasión por Miguel del Hoyo, que procedía de Bocas del Ródano.
Prades era una villa importante de Pirineos Orientales. Emplazada al lado del monte Canigou, fue el eje sobre el que orbitó la lucha en el departamento: albergaba el cuartel general de la Gestapo en el levante pirenaico. Los guerrilleros de la 1.ª Brigada tomaron la localidad durante unas horas el 14 de junio de 1944, pero la verdadera batalla comenzó el 29, cuando entraron en acción un centenar de miembros de la Resistencia. El ataque había sido planificado por el capitán Armando Castillo, después de una minuciosa evaluación de las fuerzas alemanas y de sus artefactos defensivos. El factor sorpresa hizo posible que los españoles tomaran algunos lugares estratégicos: Correos y Telégrafos, estación del ferrocarril, Gendarmería… Fue el comandante Galiano García quien comenzó la acometida al cuartel de la Gestapo, la famosa Ville Marguerite, el enclave que sostenía la presencia nazi en la región. Lograron reducir a los alemanes que se encontraban en el primer piso, y mediante explosiones controladas dañaron severamente el edificio. Pero los hispano–franceses no pudieron concluir la operación porque recibieron noticias de que llegaban refuerzos hitlerianos. El cónsul de Franco en Perpiñán, V. Vía Ventalló, tenía su versión del episodio. Confirma que el sábado 29 de julio llegaron a la villa de Prades, repleta de refugiados y veraneantes, dos camiones de maquisards en número no mayor de sesenta, desvalijaron el banco, el depósito de tabacos y abacerías, y atacaron con bombas de mano y metralletas las oficinas de la Gestapo «cuyos componentes se defendieron tenazmente, rechazando a los atacantes»; los defensores sólo tuvieron un muerto. «Dato interesante que revela el ánimo de las gentes de dicha población es que mientras se retiraban los dos camiones por la calle principal, parte del público les aplaudió y ellos, muy generosos, tiraron paquetes de cigarrillos a sus jaleadores…». Finalmente asegura que entre los guerrilleros sólo había dos españoles, «uno de ellos valenciano». El guerrillero Roberto García refiere otra versión: «Atacamos el cuartel general de la Gestapo, la Ville Marguerite, donde habían jodido a varios españoles. A un capitán nuestro le habían abierto de arriba abajo, vivo. Allí no hubo perdón. No quedó ni uno, ni secretaria ni maría santísima. Nosotros tuvimos dos muertos. De ellos no quedó ni uno. Yo, después, he pensado, bueno, sobre todo aquello, pero cuando está uno allí, que ha visto tantas cosas malas, pues mira, así fue». Otra vez las emboscadas de la memoria.
Las fuerzas alemanas, reforzadas por los «milicianos» y guardias móviles, se apoderaron el 3 de agosto de una de las bases guerrilleras, Velmanya, ocasionando importantes bajas a los insurgentes. Varios españoles fueron detenidos y fusilados; entre ellos, Emeterio Barreda, Pedro Puig y Jaume Romeu. Las pérdidas nazis fueron significativas, y en represalia arrasaron el pueblo de Velmanya. También el cónsul en Perpiñán refiere su personal visión del episodio: «El miércoles 2 de agosto, con cuatro mil hombres y el apoyo de milicianos, buscaron contacto con los maquisards al lado de Velmanya, pueblo que han dejado reducido a escombros y donde, según parece, ha habido varios muertos, ignorando a qué bando pertenecen o en qué proporción entre ambos. Lo que sí es cierto es que los alemanes fusilaron a tres individuos y pegaron con fuego a las cincuenta casas del pueblo, entre las cuales hay una propiedad de un contratista de obras español». Pero fueron los últimos reveses. Los republicanos coprotagonizaron desde agosto la liberación de Prats–de–Mollo, Céret y Amèlie–les–Bains. Y también intervinieron en la conquista de Perpiñán, la capital[31].
En Ariège escribieron los republicanos españoles otra de sus gestas, aunque Temime matiza que se ha convertido en epopeya un incidente más o menos representativo, cuando los alemanes marchaban de retirada. Ciertamente. Pero en el universo de la Resistencia las batallas de Ariège tienen una significación indiscutible. La lucha por la liberación había comenzado al mismo tiempo que el desembarco de Normandía, y el 6 de junio los resistentes atacaron una fábrica de Pamiers y una mina de Castelnau. Fue la señal que inició múltiples escaramuzas a convoyes, voladuras de líneas de ferrocarril y emboscadas contra nazis y «milicianos». El 18 de agosto los alemanes se vieron obligados a evacuar Pamiers, Lavelanet y un pueblo mítico en la organización insurgente de los españoles, Varilhes. En la villa de Pamiers pensaron los hitlerianos ensayar un curioso experimento, el llamado Grupo Activo de Pirineos, unidad contrainsurgente integrada por españoles —incluidos republicanos— al servicio de los nazis y que debía formar parte del Cuerpo de Incursiones del Sur de Francia de la División Brandenburg. El objetivo era alumbrar una compañía para la descubierta y represión de las unidades guerrilleras. «Como era de esperar, la recluta de voluntarios fue muy difícil. Este expediente de última hora tenía que fracasar. No había que presumir en los republicanos españoles ningún interés en retrasar su liberación», concluye el informe del Dr. Wilhelm Alff.
Uno de los hechos de armas más destacados fue la llamada «batalla de Foix», capital departamental y cuartel general de la Gestapo en Ariège. Como en otros territorios del Midi, los españoles habían intentado, aunque en este caso por dos veces y sin éxito, asaltar la cárcel y redimir a los presos políticos. Pero en vez de arrugarse ante el fracaso, la unidad conducida por Pascual Jimeno «Royo», aceptó el reto de atacar la ciudad. «Royo» procedía de Bocas del Ródano, y tomó el mando el 26 de julio de 1944, en las vísperas de la Liberación, cuando sustituyó por orden del partido a Ángel Mateo, enfermo de tuberculosis y corazón, enviado a reposar a Saint Martin d’Oydes. «Royo» estaba auxiliado por José Antonio Alonso «Comandante Robert» en el EM y Pablo Esteve Pina «Montero» en la comisaría; contaba con tres batallones. También formaba parte del EM Jesús Chueca «Maño».
El comandante francés Bigeard, que estaba en el departamento formando parte de la misión interaliada, recibió por radio el 18 de agosto la orden de acometer la ciudad de Foix. La ofensiva, prevista para las cinco de la tarde del siguiente día, contó con el visto bueno de Amilcar Calvetti «Louis», jefe de los FTPF locales. El primer ataque lo llevó a cabo sin mucho éxito un maquis francés, la 310.ª Compañía, que embistió Lavelanet. Mejores resultados obtuvieron el 18 de agosto los grupos FTPF Palmade y Léger en la toma de Pamiers, apoyados por los huelguistas de la fábrica metalúrgica, y bajo la coordinación del teniente coronel Camille Sourys «Aubert», jefe de las FFI del departamento. La planificación del ataque definitivo pasaba por presionar en tres puntos que convergían en la capital: carreteras de Lavelanet–Foix, Baulou–Foix y Saint Girons–Foix. La disposición de las fuerzas republicanas de la 3.ª Brigada era la siguiente: el Estado Mayor y el 1er Batallón de Pedro Abascal Berrocal «Madriles» se encontraban a 15 kilómetros al oeste de Foix, y disponían de 105 hombres; el 2.º Batallón de Alfonso Gutiérrez «Alberto», a 20 kilómetros al sur y 80 hombres, en Montségur; y el 3er Batallón de Alfonso Soto «Barbero», a 20 kilómetros, en la carretera de Baulou, próximo a Rimont. Unos trescientos hombres en total. El 1er Batallón debía tomar la carretera de Toulouse en su camino hacia Foix; al 2.º Batallón le señalaron como objetivo apoderarse de Ax–les–Thermes, después de cortar la carretera de Lavelanet que conducía hasta España, y el 3er Batallón tenía que adueñarse de las carreteras de Saint Girons–Foix, Montségur–Foix y Baulou–Foix. Los apoyaba la 310.ª compañía FTPF.
El 19 de agosto se desarrolló la «batalla de Foix». A la hora convenida sólo estaba en el lugar señalado el 1er batallón, al que acompañaba el EM y la misión interaliada. El batallón, que llevó el peso de las operaciones, tenía un jefe provisional, «Madriles», quien se cubrió de gloria, exhibiendo un valor a prueba de contratiempos y otras menudencias. Problemas de enlace —falta de camiones— y resistencias imprevistas de los nazis provocaron que los otros dos batallones destinados para el ataque quedaran rezagados, el 2.º de Montségur, o fijados al terreno, el 3.º de la Crouzette. El comandante Marcel Bigeard se mostraba partidario de retrasar la ofensiva, pero Alonso, jefe de EM, sugirió que lo correcto era seguir el plan y aguardar la llegada de las otras unidades. Había un puente viejo, el único acceso a la ciudad desde la carretera, y parte del grupo intentó vadear el río Ariège con el agua hasta la cintura para sorprender a los nazis por la espalda. Pero al otro lado del puente había una ametralladora servida por dos hombres que batía el río, y tuvieron que emplear un fusil–ametrallador para neutralizarla y permitir que cruzara el resto. Los guerrilleros atacaron primero la estación de ferrocarril, mientras los alemanes se atrincheraban en las tripas de la ciudad, especialmente en el Liceo. El combate duró tres horas, hasta que un asalto con fusiles ametralladores y morteros acabó con la resistencia de los nazis. Los hispano–franceses recibieron por fin el apoyo del 2.º Batallón, que llegó hacia las siete de la tarde y participó en una batalla que se había alargado durante cuatro horas. El informe oficial habla de unos españoles que, «con una temeridad increíble, entrenados en una larga guerra civil y maestros en el combate de calle, avanzan invenciblemente y sorprenden a los nazis». Las tropas alemanas —27 oficiales y 120 soldados— fueron detenidas, recluidas en un cuartel y respetadas sus vidas. José Antonio Alonso, testigo de los hechos, habla de 29 alemanes, entre ellos un coronel, y 300 mercenarios de diversas nacionalidades. La primera medida que tomaron los republicanos fue excarcelar a los internados. La escaramuza continuaba por las calles, agravada la situación por el anuncio de la proximidad de un convoy nazi procedente de Tarascón. Pero Abascal y algunos guerrilleros fueron al encuentro del tren y rindieron a sus ocupantes, después de ocasionarles veinte muertos y recaudar igual número de prisioneros.
Al día siguiente, 20 de agosto, discurrió la llamada «batalla de Prayols». En el despacho del EM establecido en Foix, los mandos fueron avisados de que una columna alemana se encaminaba a la ciudad. Una sección del primer batallón y otra del segundo, mandadas por «Madriles», el combatiente ubicuo, y un destacamento FTPF, a las órdenes de Calvetti, acudieron enseguida y les tendieron una emboscada en el pueblo de Prayols. Primero, detuvieron a un camión que marchaba adelantado y luego, al resto de la tropa. La columna se componía de unos cien hombres pero la sorpresa fue tan morrocotuda que, pese a que el combate duró varias horas —desde las nueve y media hasta las doce—, al final no les quedó otro remedio que entregarse. Los alemanes tuvieron varias bajas, una los republicanos (José Redondo). Entre los prisioneros de la unidad hitleriana se encontraban cuatro españoles de la antigua División Azul, que fueron reducidos y llevados a Toulouse. La batalla de Prayols había terminado.
El EM recibió el 21 de agosto la noticia de que otra columna alemana que venía del levante en dirección a Foix pretendía pasar a España por Andorra. El encuentro daría lugar a la «batalla de Rimont». Un grupo de jóvenes franceses del pueblo, a veinte kilómetros de Foix, quisieron detenerla pero fueron barridos por los nazis, que devastaron el pueblo —destruyeron las viviendas y los demás edificios: sólo la iglesia permaneció intacta—, fusilaron a seis paisanos y mataron a otros cuatro que trataban de esconderse, violaron a las mujeres y saquearon cuanto tuvieron a su alcance; además tomaron 2 5 rehenes para protegerse de los atacantes franco–españoles. El eco de lo ocurrido en Rimont se escuchó prontamente en Foix y el resto de Ariège, lo que amedrentó a la población, temerosa de que los hitlerianos reprodujeran la actuación de Rimont. Las nuevas autoridades, encabezadas por el prefecto Ernest de Nattes y el presidente del Comité de Liberación, Prosper, decidieron hacer frente a los alemanes. Los guerrilleros, españoles y franceses, desplazaron todas las fuerzas disponibles hacia Rimont, incluso recibieron el apoyo de un grupo de resistentes —unos cuarenta, y entre ellos, Pablo García Calero— que pertenecían a la 5.ª Brigada, con sede en el vecino departamento de Aude. «Pero como los alemanes estaban mejor armados que nosotros y con mejor material, pues tuvimos que recular a otro pueblo seis kilómetros más abajo que se llama Castelnau–Durban», relata Alonso. La batalla duró todo el día.
La ruta sobre Foix parecía abierta para las fuerzas alemanas, superiores en hombres y armamento, que avanzaban hacia La Bastida y Segalas, mientras el 1er Batallón se multiplicaba para tapar los agujeros defensivos. Pero un solo republicano, sentado con su ametralladora en medio de la carretera y «disparando como un poseso», consiguió retardar el avance de los nazis (en realidad, asiáticos de la División Vlassov…, y 22 soldados y oficiales españoles de la antigua División Azul). Ese hombre abnegado y heroico, que no vaciló en afrontar una muerte segura en la carretera de Rimont, se llamaba Máximo Hinguilde Maseira y era natural del pueblo coruñés de Olbeiroa. El sacrificio de ese exiliado desorientó a los alemanes, quienes dedujeron que existía una resistencia importante y permitió a los guerrilleros adoptar una buena posición de combate. Los españoles fueron reforzados por sesenta maquisards FFI y combatientes de Foix. El 22 de agosto, a las cuatro y media de la tarde, los nazis realizaron un último intento de fracturar las líneas franco–españolas. No lo consiguieron y eligieron la capitulación, firmada a las cinco de la tarde. En Rimont los hitlerianos tuvieron 150 bajas y 1200 prisioneros. Observadores aliados calificaron a los españoles de Rimont como creadores de «guerrillas incomparablemente perfectas». Simultáneamente, se había producido la «batalla de St. Girons». En la mañana del día 21 de agosto la escaramuza estaba concluida; con los alemanes habían participado tropas legionarias de Turkestán. Los muertos alcanzaban la docena, y también abundaron los heridos. Entre ellos Ramón Rubio, quien perdió el brazo derecho y que, según la información oficial —negada por otros supervivientes— dirigió la operación de Saint–Girons tras la muerte del comandante Plaisant[32].
Uno de los protagonistas de la Liberación de Ariège, José Antonio Alonso «Comandante Robert», relata el final de las escaramuzas: «Los alemanes no querían rendirse a los españoles, y tuvimos que buscar al comandante Bigeard, porque él y el comandante inglés tenían uniformes del Ejército, y vinieron y cuando se reunieron les dijeron que estaban rodeados, que el Ejército aliado estaba allí, y que no merecía la pena que siguieran. Se rindieron. Dejaron las armas, las recogíamos y después de mucho parlamentar nos marchamos a Foix con ellos. Había una columna enorme. Llegamos a Foix a las dos de la mañana (noche–madrugada del 22 al 23), y aquello no se puede describir: las mujeres en camisón, los hombres en pijama, los niños por la calle porque temían que esa columna llegara a Foix y no sabían si la podíamos contener. Entonces aquello fue increíble: nos gritaban, nos aplaudían, nos besaban, inolvidable, verdaderamente inolvidable. Esa fue nuestra revancha y personalmente tuve el orgullo como español de tener de rodillas delante de mí a los que se consideraban una raza superior».
La dirección de las operaciones fue obra del EM de la 3.ª Brigada —José Antonio Alonso «Comandante Robert», sobre todo—, apoyado por oficiales franceses e ingleses. Una serie de militares y guerrilleros llevó el peso de las batallas de Ariège. Destacar en primer término a «Madriles» y a su 1er Batallón, que se lanzaron al combate en inferioridad de condiciones y mantuvieron los enfrentamientos más duros. No podemos olvidar también a los máximos responsables, al comandante Pascual Jimeno «Royo», jefe de la 3.ª Brigada, y a Calvetti, comandante de los FTPF; también al comisario Pablo Esteve Pina «Montero». Ellos consiguieron con unos 400 hombres terminar con la presencia alemana en Ariège. Finalmente, una mención a los oficiales de la misión franco–británica que encabezaban los comandantes Marcel Bigeard «Aube» (francés) y Probert «Crypte» (inglés). Los dos representantes emitieron el siguiente comunicado: «Los miembros de la misión se sienten orgullosos de haberse batido al lado de los españoles, perfectos guerreros que luchan por un ideal y que con su abnegación y coraje, han liberado el Ariège». Alonso insiste en que Foix y el resto del departamento fueron liberados por el 1er y 2.º batallones de la 3.ª Brigada. El teniente coronel Aubert, jefe de las FFI locales, habla abiertamente de que Foix fue liberada por un batallón de la 3.ª Brigada española, y prometió que los franceses «ayudarán y harán cuanto esté en su poder para que la victoria francesa tenga por consecuencia inmediata la de una España libre». Los alemanes fueron conducidos al campo de Le Vernet.
En las batallas de Ariège perdieron la vida 25 españoles, según informes oficiales, y resultó herido «Madriles»; entre las bajas se encontraban los capitanes Juan Núñez Romero y Cuadrado. José Antonio Alonso, uno de los protagonistas, mantiene que sólo hubo un muerto y dos heridos en Foix, y 12 bajas más en los cuatros días de contienda. En el parte oficial de las batallas de Ariège se dice que hubo 190 muertos enemigos y 1500 prisioneros, entre ellos dos oficiales superiores y 37 oficiales. En el pueblo de Prayols, la Amicale de Guerrilleros erigió un monumento —obra de Manolo Valiente— a la memoria de los españoles que participaron en la Segunda Guerra Mundial y especialmente a quienes combatieron en la Resistencia francesa. En la base hay grabada una cita de Cervantes: «Por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida». Otra frase apunta directamente a los republicanos y a su memoria: «Caminante: di a nuestro pueblo que los españoles supieron combatir por la libertad y morir por ella»[33].
La 5.ª Brigada del Aude también aportó hombres a la lucha contra los nazis. En los días de la Liberación estaba al frente de la unidad José Díaz, auxiliado por Antonio Medina. En junio se produjo la entente entre los guerrilleros españoles, los FTPF y la AS: la unidad FFI resultante estaba gobernada por Jean Bringer. Los republicanos se concentraron primero en Chalabre y el valle de Aude, donde estaba instalado el puesto de mando de la 26.ª División. Los maquis más representativos se situaban en Sainte Colombe–Chalabre, Quérigut y Monfort. El primero, encabezado por Aurito Maestro «Pablo»; los otros, por Eulogio Anoro. Las distintas unidades tuvieron bajas significativas durante el mes de junio, ante el acoso de los alemanes; a mediados de mes fallecía el guerrillero Estanislao Rubíes, mientras protegía la recogida de material procedente de un parachutaje. Pero las circunstancias cambiaron desde julio. El día 28, españoles y francotiradores mataron a 17 alemanes en Roquetaillade y efectuaron importantes sabotajes en Limoux. A cambio, los nazis detuvieron al jefe de los guerrilleros del departamento, Jean Bringer, y al doctor Delteil, benefactor de los republicanos, tanto en los maquis como en su clínica de Carcasona. El 17 de agosto los guerrilleros españoles y franceses tuvieron un duro enfrentamiento con los nazis entre Alet y Formigueres, con significativas pérdidas para los resistentes. A partir del 18 de agosto la única consigna de los alemanes era retirarse hacia el departamento de Hérault, con lo que se convirtieron en un blanco fácil para los partisanos y la aviación aliada: Carcasona fue evacuada por los nazis sin combatir. En las últimas escaramuzas del departamento, entre los días 20 y 22 de agosto —Querigut, Quillan y Cuiza—, destacó igualmente la presencia española. El 22 de agosto el departamento de Aude era un territorio libre[34].
Dirigía la 27.ª División Manuel López Oceja «Paisano», y constaba de tres brigadas: 22.ª (Allier), 16.ª (Loira y Alto Loira) y 24.ª (Puy de Dôme), además de otra unidad pionera, el destacamento de Cantal; dependían de la R6, la 6.ª región guerrillera. En Allier, la 22.ª Brigada estuvo activa desde finales de 1943, alimentada por miembros de la UNE. Los sabotajes y golpes de mano fueron numerosos: asaltos a centrales eléctricas, paralización de minas y ataques a depósitos de armas. Pero las acciones se centraron principalmente en las vías férreas, donde dañaron vagones, raíles y estaciones. El primer combate reseñable se desarrolló el 9 de agosto en la Grande Coulébre, donde perdieron la vida 40 alemanes y 30 resultaron heridos. La 27.ª División de la AGE y los partisanos franceses liberaron entre el 21 y 22 de agosto la más importante ciudad del departamento, Montluçon. Aunque un contragolpe alemán recuperó el enclave, un nutrido grupo de FFI la reconquistó el 26 de ese mes. Los republicanos intervinieron igualmente en la liberación de Moulins (la capital, al norte de la línea de Demarcación), Commentry, Cannat, Varennes y Vichy, la capital del «pétainismo».
En Alto Loira, pese a su debilidad armada, los republicanos de la 16.ª Brigada participaron activamente en la expulsión de los nazis. El mando de la unidad seguía a cargo de Rufino Bastián, un veterano, y la unidad se integró sin problemas en los FFI de la región. Así, los miembros del maquis de Margeride tomaron Langeac y también conquistaron, en unión de los FTPF, Brioude, Brassac–les–Mines, Sagnes, Monistrol–sur–Loire y la capital, Le Puy. Una de las operaciones más importantes se produjo cuando los hitlerianos pretendieron alcanzar Saint–Bonnet (Loira); el botín de los guerrilleros fue notable: 650 alemanes y 150 «milicianos». En el departamento del Puy de Dome, la 24.ª Brigada colaboraba habitualmente con los francotiradores franceses y en ocasiones lo hacía de manera autónoma. El 12 de agosto, españoles y FTPF asaltaron la prisión de Riom y rescataron a 160 detenidos políticos. También estuvieron en la liberación de Clermont–Ferrand, la capital, cuyas líneas férreas y eléctricas habían saboteado en varias ocasiones. El departamento de Cantal, por su parte, había sido un departamento adelantado en la organización de los guerrilleros españoles, pero en las batallas del verano de 1944 apenas participó una pequeña unidad en las refriegas de Aurillac, la capital. Entre los departamentos de Alto Loira, Cantal, Puy de Dôme y Lozère se había producido el descalabro de Mont–Mouchet, que repercutió negativamente en la posterior participación de los guerrilleros en el combate contra los alemanes[35].
Hubo intervención española, aunque de carácter testimonial, en otros escenarios de la lucha contra los nazis. Resultó visible, por ejemplo, en las regiones de Norte–Centro, Borgoña, Poitou–Charentes y Bretaña; algunos autores hablan incluso de la 11.ª División —más nominal que otra cosa, y nunca reconocida como tal en la documentación de la AGE—, que abarcaría los departamentos de Côte–d’Or, Nièvre, Cher, Yonne y Aube. En Côte–d’Or combatió el comandante republicano Luis Ortiz de la Torre, que había operado en Tarn–et–Garonne y se fugó de un tren que le conducía a los campos alemanes. Una vez en libertad, alimentó una unidad con españoles en Châtillon y colaboró luego con el maquis Gorki, dirigido por el soviético Yvan Skripai, donde actuó como comisario. El destacamento liberó el 9 de septiembre el pueblo de Saint–Seine l’Abbaye y la ciudad de Châtillon. Las secciones españolas de Nièvre, por su parte, prosiguieron el combate; los republicanos que se echaron al monte en el departamento se incorporaron a grupos franceses, especialmente en los maquis Camille y Julien. En esos días, las principales unidades republicanas de la mitad norte del país se reagruparon en los departamentos de Cher e Indre, constituyendo la fantasmal 11.ª División. En el departamento de Cher, los grupos españoles encabezados por José Sánchez Guerrero participaron en los combates de la Liberación, especialmente en la localidad de Vierzon. Estaban encuadrados en el 1er Regimiento Popular Berrichon, y el capitán Sánchez Guerrero cayó abatido cuando peleaba en la conquista de Bourges, la capital. Los republicanos estaban enrolados en la Compagnie Espagnole de Guérilleros du Cher. En departamentos cercanos a la 11.ª División, también se rastrea la presencia de algunos exiliados. En Vienne, un destacamento mandado por Francisco Vejar estuvo presente en la liberación de Poitiers y Chabanais; después participó en la expulsión de los nazis de Limoges, capital del vecino departamento de Haute–Vienne. En Yonne, los grupos republicanos participaron en acciones de sabotaje y detención de alemanes con los FTPF comunistas; se tienen noticias de la muerte de cuatro españoles, todos ellos fusilados por los nazis. Finalmente, en Aube, los republicanos que integraban el maquis la Lisière du bois sufrieron la pérdida de 26 compañeros, un registro desproporcionado[36].
En Bretaña, Ille–et–Vilaine albergó una importante presencia republicana, sobre todo en Rennes, la capital, y en la ciudad portuaria de Saint–Malo. Líderes como Luis Montero «Sabugo» o Joaquín Barrios hicieron posible las intervención en el departamento bretón. En Rennes empezó a destacar desde 1943 el destacamento de Pedro Flores, al que se incorporaron evadidos de las islas anglo–normandas; el jefe de EM era Juan Montero «Domínguez» y Justo Marcos García llevaba la comisaría de la unidad. Este grupo efectuó numerosos sabotajes, sobre todo en las líneas ferroviarias. Un centenar de republicanos fue deportado como castigo a las acciones de sus compatriotas. Otros tuvieron menos suerte, y nueve de entre ellos fueron fusilados, con otros 23 franceses; Pedro Flores, como vimos, estaba entre los ejecutados. El grupo de Morbihan, dirigido por el citado Marcos García y que estaba integrado en los FTP–MOI, participó en la liberación de poblaciones como Pontivy y Plouay. Terminadas las operaciones de limpieza fueron trasladados a Lorient, una de las bolsas del Atlántico[37].
Completada la liberación del Mediodía francés, se llevó a cabo en noviembre de 1944 una reestructuración de las unidades guerrilleras españolas pertenecientes a las FFI. La más significativa se concretó en cuatro divisiones. La 26.ª División tenía su sede en Perpiñán, y fue dirigida sucesivamente por Medrano, Manuel Castro Rodríguez y José Aymerich; la 88.ª, residenciada en Toulouse, la encabezó primero José García Acevedo y luego, Antonio Molina; la 102.ª estaba mandada por José Vitini Flórez y tenía su sede en Pau; y finalmente la 158.ª, gobernada por Cristino García Granda y con sede en Tarbes. Posteriormente, les modificaron la numeración: 9.ª, 102.ª, 186.ª y 204.ª, respectivamente. Esta última fue la encargada de poner en práctica las invasiones pirenaicas. A partir de esa base organizativa, se establecieron 11 batallones de seguridad, estacionados en el Mediodía. El EM de la AGE, que agrupaba a unos 10 000 guerrilleros, estaba en Montréjeau, y dependía de la 16.ª y 17.ª regiones militares francesas; según Arasanz, «estábamos en las mismas condiciones que el Ejército regular francés». El mismo testigo asegura que los aliados trataban de que los resistentes se inscribieran en el Ejército para luchar en campo abierto contra los alemanes con el objetivo de que los diezmaran y dejaran de representar un problema para Francia y para Franco. Fueron desmovilizados el 30 de marzo de 1945. Desactivados los batallones de seguridad, la gente de armas más comprometida se desplazó a los chantiers. También continuaron las escuelas de guerrilleros y, además de las que había en los propios maquis, adquirió relevancia en la posguerra la de Tornefolles, un pueblo a veinte kilómetros de Toulouse, por donde pasaron algunos de los más célebres resistentes republicanos en Francia: Cristino García, José Vitini, José A. Llerendi, Fermín Isasa, Eduardo Sánchez–Biedma… todos muertos en la guerrilla antifranquista; y como profesores se alternaron los dirigentes más conocidos: Pasionaria, Carrillo o Santiago Álvarez. Vicuña afirma que «nos daban cursos de guerrilla, pero la verdad es que de eso todos los alumnos sabíamos bastante más que los profesores»[38].
Un despacho recibido en el Ministerio de Asuntos Exteriores el 13 de abril de 1945 mantiene que la orden de desmovilización solamente se cumplió en un 50 por ciento. Especifica que los órganos directivos de los guerrilleros seguían en Toulouse y Montréjeau, y que además de los batallones de la UNE, llamados «Voluntarios Españoles», seguían activos «los batallones vasco y anarquista»; asegura que los vascos estaban intentando organizar un segundo batallón de nombre Artaza. Pero el informante estaba confundiendo las unidades guerrilleras que habían participado en el Mediodía con aquellas otras que estaban combatiendo en las bolsas del Atlántico —se refiere a los batallones Gernika y Libertad—, incorporadas al Ejército francés. Para los diplomáticos franquistas era sin embargo más peligrosa la proliferación de comités Francia–España, que tenían por objetivo «establecer relaciones de amistad entre la Francia liberada y la España democrática». Alude a las continuas campañas de propaganda que desarrollan y a los mítines en que intervenían tanto oradores franceses como españoles. Los comités tenían por meta también romper las relaciones diplomáticas con España, y el informe finaliza con una advertencia inquietante: «La mayoría de las autoridades locales francesas pertenece a estos comités»[39].
LA HORA DE LAS RESPONSABILIDADES
Los patriotas y los refugiados antifascistas combatían a los nazis, pero también a los franceses que colaboraban activamente o por omisión con los ocupantes. El encono era incluso mayor contra estos que contra aquellos: desde finales de marzo hasta principios de agosto de 1944 los resistentes realizaron, según Jean Peyber, 16 250 ataques contra franceses colaboracionistas y 422 contra la Wehrmacht. Los números anteriores, aportados por un autor que defendía posiciones colaboracionistas y antigaullistas, no poseen más relevancia que llamar la atención sobre un rumor que recorre la historiografía francesa: la hipótesis de una guerra civil francesa que discurrió simultáneamente a la guerra contra Hitler. Aunque los historiadores más respetados rechazan cualquier pretensión de formalizar siquiera el argumento de una guerra de esa naturaleza, no parece menos cierto que una parte de los franceses luchó activamente al lado de los invasores, sobre todo la Milicia de Darnand, el PPF de Doriot y otros elementos extremistas. Consumada la Liberación, los vencedores estaban abocados a depurar a los elementos filonazis: resultaba imposible mirar hacia otro lado ante la estrecha colaboración, incluso entusiasmo, que algunos mantuvieron con los hitlerianos; se imponía ventilar las responsabilidades de quienes celebraron los triunfos del enemigo y trabajaban para él. Pero prosperaron también de forma paralela políticas de venganza, represalias personales y ajustes de cuentas. Eran los efectos secundarios inevitables de un dislocamiento como el vivido por la presencia alemana, que dividió a la sociedad, a una parte de la misma. El aluvión de gente joven en los días de la victoria provocó la aparición de excesos. «Eran gente valiente, bastante mayor, sensatos, pero luego entró gente más joven. Hubo muchos arreglos de cuentas ajenos a la política. Les llegaron subfusiles ingleses y empezaron a matar a gente inocente por asuntos de tierra con el cuento de que eran colaboradores», testimonia Manuel Bueno Real de Asúa[40].
A primera vista sorprende la contención de los vencedores —los que combatieron en primera línea— después de las terribles condiciones de vida que hubieron de soportar y las arbitrariedades que padecieron de sus propios compatriotas. Los estudios sobre la represión de posguerra nos indican que esa fue la tónica general: la colaboración resultó barata para sus protagonistas. Aunque se refiere a los países del Este, el novelista rumano Mihail Sebastian proporciona en sus diarios perspectiva para entender la moderación: «Estos soldados rusos que pasean por las calles de Bucarest con su sonrisa de niños y su descaro cordial son unos ángeles. ¿De dónde sacan fuerzas para no prenderle fuego a todo, no asesinar, no saquear y no reducir a cenizas esta ciudad en la que viven las madres, esposas, hermanas y queridas de los que han asesinado, incendiado y aniquilado su propio país[41]?». Esa era la cuestión. Las purgas francesas empezaron antes de la victoria contra los nazis. Una ordenanza aprobada el 6 de julio de 1943 por el CLN en Argel declaraba ilegales a los partidos colaboracionistas y justificaba como «legítimos», los actos violentos relacionados con la liberación de Francia. Como suele ocurrir habitualmente, muchos de quienes se extralimitaban en las represalias eran los llamados «resistentes de septiembre», oportunistas de última hora que se unieron a los vencedores: pensaban que sus abusos servían de expiación a sus posiciones anteriores. Antes del desembarco de Normandía, y desde el otoño de 1943, los maquisards ejecutaron a más de dos mil colaboracionistas.
Con respecto al alcance de la depuración, hubo desacuerdos entre los vencedores. Mientras que los gaullistas impulsaban una represión moderada —el CNR precisó que no se podían confundir a las «simples víctimas del mito Pétain con los traidores probados a sueldo del enemigo»—, el PCF era partidario de efectuar un castigo severo. Para los comunistas la sanción debía ser rápida y eficaz, y además les mortificaba, después de lo ocurrido, la «exasperante lentitud» de la justicia oficial. Uno de los comunistas más respetados, Marcel Cachin, sostenía en un artículo de L’Humanité que, después de la liberación de un territorio, «los interminables procedimientos que retrasan el castigo mil veces merecido de los traidores sublevan la indignación legítima de todas las conciencias rectas». No obstante, los comunistas se comportaron durante la guerra como un partido de orden y apoyaron al gaullismo, en contra de lo que parecía la postura lógica: aprovechar su poder y la fragilidad del Estado. Pero la Unión Soviética no estaba por ese tipo de estrategias. Tampoco disentiría el PCF en lo esencial con respecto a la depuración[42].
La pena de muerte alcanzó en los primeros tiempos a responsables de crímenes o delatores que ocasionaron la muerte de patriotas; la aplicación era rápida y sin recurso; el proceso y los tribunales se mantenían secretos. Después de los primeros tanteos, los comisarios regionales de la República trazaron el perfil de los candidatos a la depuración: los miembros de la Milicia, de la Legión de Voluntarios Franceses, del Partido Popular Francés y de la Unión Popular Francesa, amén de los dirigentes de Vichy. La punición se centró en los vichystas, pero también alcanzó a los 569 diputados y senadores que avalaron los poderes excepcionales de Pétain en el verano de 1940; un decreto en abril de 1944 declaró que no eran aptos para la reelección. Las nuevas autoridades manejaban un modelo de represión templado que incluía un punto de tartufismo. Así, el general De Gaulle encontró una salida para los jóvenes que «habían sido engañados por Vichy»: alistarse en la Legión extranjera para combatir en Indochina. Ese cambalache segregaba elementos de perversión comparativa: a los franceses que se alistaban en la Legión se les redimía de sus delitos de colaboracionismo; pero muchos españoles que habían combatido en los ejércitos franceses arriesgando su vida por una Francia libre, también fueron enviados a Indochina para cumplir sus contratos: en caso contrario, eran devueltos a la España de Franco. Herbert Lottman, especialista en la Depuración francesa, expone una aguda observación en su trabajo: la justicia expeditiva de los tribunales populares iniciales ahorró a los tribunales regulares posteriores imponer excesivas sentencias de muerte, con lo que el joven Estado surgido de la guerra se armaba de ponderación y clemencia, toda vez que los colaboracionistas más obscenos habían sido eliminados con anterioridad. Pero tampoco la obra de los tribunales populares fue especialmente arbitraria y muy distinta en realidad a los consejos de guerra; la diferencia residía en la rapidez: los juicios interminables de los militares que afrentaban la memoria de los supervivientes que habían combatido el nazismo[43].
La justicia de los vencedores no discriminó por género —«todo miliciano probado debe ser condenado a muerte y ejecutado, cualquiera que sea su edad y su sexo»—, aunque en la práctica las condenas de los tribunales contra las mujeres resultaron más benignas; la imagen de mujeres rapadas fue una de las iconografías omnipresentes durante los meses que siguieron a la evacuación alemana. Todas aquellas francesas que habían mantenido relaciones (sexuales o afectivas) con los nazis, delatado a patriotas o pertenecido a la Milicia eran candidatas al rapado; en los dos últimos supuestos, la ejecución representaba otra posibilidad cierta. El corte al cero era un acto simbólico, de expiación, que en ocasiones constituía un sucedáneo de las ejecuciones mismas. Algo que no le gustó a los españoles, como Luis Royo, de la 2.ª DB: «Nos chocó mucho ver que las mujeres que habían colaborado o que se habían acostado con alemanes las paseaban por la calle pechos al aire. A nosotros no nos gustaba eso, porque nos parecía que era una reacción franquista». Un reciente libro ha desvelado un secreto largamente ocultado: la existencia de 200 000 niños, fruto de las relaciones consentidas entre francesas y alemanes durante la Ocupación, conocidos como los «hijos de la vergüenza» o «hijos de la colaboración horizontal», y sometidos a una lapidación moral durante años; a ellos no les alcanzó amnistía alguna. Pero la represión sólo afectó a una parte de los responsables. Como en todas las épocas convulsas, los desaprensivos esquivaron la depuración y se auparon al carro de los vencedores. Santiago Blanco narra un episodio que puede multiplicarse por mil: «Lo que nosotros queríamos era localizar unos cuantos gendarmes y varios policías franceses. Como presidente de la Junta Española de Liberación, acompañado por tres compatriotas, fui a la alcaldía en pos de un comisario. Un perro, un perseguidor de los españoles. Entré sin llamar, abriendo la puerta de un golpe. Y allí estaba mi comisario conversando con el teniente Roland, que ya era capitán. Cuando le dije que a ese perro había que liquidarlo, Roland se asombró y me dijo que estaba equivocado, que el comisario había prestado “relevantes servicios a la Resistencia”. Era para vomitar»[44].
Resulta inexacto magnificar la represión. En una ciudad como París sólo hubo 3500 detenidos, la mayoría por parte de las FFI, y dispusieron de un juicio con todas las garantías procesales. Ravanel, jefe FFI del Alto Garona (4.ª Región Militar) obligó a permanecer en sus cuarteles a los gendarmes de la zona «para evitar cobros de viejas facturas». Durante la purga más reglamentada, los tribunales juzgaron a 124 750 personas, de las cuales 767 fueron ejecutadas por traición o contactos con el enemigo en tiempo de guerra, y más de 38 000 sentenciadas a penas de prisión. También millares de funcionarios fueron expulsados o degradados. El Comité de Historia de la Segunda Guerra Mundial estima que se contabilizaron entre 8000 y 9000 ejecutados de manera extrajudicial, y Paxton anota 4500 muertes a la Resistencia. Las cifras más recientes avalan la moderación represiva; entre 1944 y 1951 se pronunciaron 6700 condenas a muerte, 1500 de las cuales se cumplieron; 2700 colaboracionistas pagaron su felonía con trabajos forzados a perpetuidad; 25 000 sufrieron diversas condenas de cárcel; 3500 encartados fueron degradados y 6700, absueltos[45].
Los españoles y la depuración
Las autoridades difundieron la especie de que los tribunales populares que impartieron más condenas habían sido los dominados por los FTP–MOI, es decir, los extranjeros encuadrados en unidades guerrilleras comunistas. Era un intento por parte de los franceses, incluidos el propio PCF, de quitarse de encima la enojosa responsabilidad de las ejecuciones. Una actitud que definía a Francia como país de elipsis y metáforas: pancistas cuando la ocupación nazi y que luego, cuando era preciso ensayar la represión, querían presentarse con las manos incólumes. Lógicamente, esa acusación arrojaba ceniza sobre los extranjeros que pelearon contra el nazismo, especialmente los españoles, quienes arrastraban el cliché de genuinos matarifes. Según el testimonio de Pierre Taittinger, el 90 por ciento de los guardias que custodiaban a los colaboracionistas en el campo de Drancy eran españoles escapados de la guerra civil, comunistas sobre todo: otra vez los republicanos como chivos expiatorios de los ajustes de cuentas entre franceses. Esa proporción de españoles en Drancy, en los límites con Alemania, resulta una falacia; más todavía: una estupidez[46].
Los alemanes y colaboracionistas habían sembrado de sangre el Mediodía francés, donde la presencia republicana era más importante. La historiadora Rafaneau–Boj levantó acta de una parte de esas tropelías. Como represalia por el descarrilamiento de un tren en Valiure (Gard), los nazis ahorcaron en marzo de 1944 a 17 muchachos en los árboles que corrían paralelos a la carretera de Nimes, y no permitieron descender los cadáveres hasta pasadas 18 horas. Las víctimas de los alemanes se sucedían conforme se incrementaba la oposición: 40 ejecutados en Saint–Hyppolite–Lasalle, 39 en Sault… Los alemanes fusilaron en Corrèze a 55 patriotas seleccionados entre 3000 detenidos… En Dax (Landas), siete patriotas fueron asesinados y paseados durante horas por la localidad. Los departamentos de Lot, Dordoña y Haute–Vienne padecieron la retirada de la División «Das Reich», con las correspondientes ejecuciones. Conocemos los datos de las matanzas de Oradour–sur–Glâne y Tulle; en la mayoría, con participación de los colaboracionistas franceses. La represión se imponía por sí misma. Paul Eluard lo proclamó en un célebre poema de 1945: «Los que han olvidado el mal en nombre del bien / Los que no tienen corazón predican el perdón / Les son indispensables los criminales. / Creen que se precisa todo para hacer un mundo (…)/ No hay piedra más preciosa / Que el deseo de vengar al inocente (…)/ No hay salvación en la tierra / Mientras se pueda perdonar a los verdugos»[47].
El historiador americano Louis Stein, autor de un libro imprescindible sobre los republicanos en la Resistencia, escribe que en Ariège se desarrolló una lucha sin cuartel entre antinazis, incluidos los españoles, y los colaboracionistas. Los alemanes, por ejemplo, destruyeron el pueblo de Rimont, y un asalto contra el maquis de Roquefixade costó la vida a 30 partisanos. Pero los guerrilleros no se anduvieron con remilgos. En Pamiers ejecutaron entre 60 y 80 colaboracionistas en unos días, y los arrestos eran masivos, hasta que Bertaux, comisario regional con sede en Toulouse, nombró prefecto del departamento a Ernest de Nattes, quien ilegalizó los tribunales populares y liberó a muchos prisioneros. Los datos aportados por Lottman matizan, no obstante, la tesis de Stein. En Ariège, un departamento donde los españoles protagonizaron la Liberación y luego mantuvieron una cierta cuota de poder, los tribunales populares condenaron a siete colaboracionistas antes del 6 de junio, a 79 entre el 6 de junio y el 20 de agosto, y a 42 después de la última fecha. Un total de 126 ejecutados. Nada que ver con una represión desbocada. «La única acusación grave recogida durante su viaje por los responsables de la Oficina Central para los Refugiados Españoles procedía de Dordogne, donde los exiliados españoles, ex maquis, estaban con frecuencia implicados en atentados contra algunos colaboracionistas que la opinión pública consideraba que no habían sido suficientemente castigados», escribe Dreyfus–Armand. En los chantiers de los españoles funcionaron tribunales de justicia pero desconocemos cuántas ejecuciones pudieran atribuírseles; en caso de que las hubiere. José Antonio Alonso, uno de los máximos responsables de la guerrilla en Ariège, exhibe una opinión contundente: «Los guerrilleros de la 3.ª Brigada no participaron en la depuración del Ariège, ni hubo español alguno en los tribunales populares. La consigna que se dio a todos los hombres de la brigada fue “que los franceses laven la ropa sucia entre ellos”». No obstante, el propio Alonso finalizó, según L’Ariège Libre, la primera alocución después de la victoria con vivas a los aliados y un «mort aux traîtres». Obviamente, era una expresión retórica pero evidencia el estado de ánimo de aquellos momentos de máxima tensión[48].
El franquismo estaba muy interesado en la evolución de los acontecimientos en Francia, porque entre los depurados había españoles partidarios del régimen y contrarios a la República. El cónsul de España en Estrasburgo envió el 10 de marzo de 1945 una comunicación al embajador en París sobre el arresto de españoles por parte de las Comisiones de Depuración. Menciona las detenciones arbitrarias en el Mediodía y expone el caso de José Alonso, de Thionville, detenido entre el 19 de septiembre de 1944 y 12 de febrero de 1945, y al que no interrogaron ni una sola vez durante ese tiempo. Además le fue requisado «un coche Licorne que había rodado solamente 2000 kilómetros». Pocos días antes, 2 de marzo de 1945, el embajador de Franco en París, Miguel Mateu, informaba al ministro de Asuntos Exteriores sobre «la ordenanza excluyendo a los súbditos de los países neutrales de las penalidades establecidas para casos de relaciones económicas con los alemanes durante la ocupación». Apuntaba luego que de todas las inculpaciones de colaboracionismo, «la de mantener relaciones económicas con el ocupante es la más frecuente. Como no diferenciaban extranjeros de españoles, resultaba que no pocos españoles eran detenidos y recababan ayuda a la embajada. Una norma que excluya de ese comercio a los súbditos de un país neutral favorecerá a los españoles»[49].
Un memorándum del cónsul de Sète (Hérault), Ramón Ruiz del Árbol (8 de septiembre de 1944) radiografía algunos aspectos de la depuración: «La retirada de las tropas alemanas de la región y, por ende, la “liberación” de la misma por el “maquis” ha originado un estado de descomposición social enorme. Las denuncias se suceden y las cárceles se llenan de “colaboracionistas”. No se conocen asesinatos. Han comenzado las “cours martiales” a funcionar y condenado por ellas a diferentes penas a las personas más destacadas de la administración de Vichy. El último prefecto de Montpellier, Monsieur Reboulleau, fue fusilado. (…) Los españoles refugiados toman parte activa y ejercen el control en numerosas ciudades. En Béziers aparecieron anteayer tres camiones de guerrilleros españoles con bandera republicana y fuertemente armados. El departamento de Aveyron, donde el Ejército francés comienza a organizarse, está en sus manos. Por todas partes se tolera la bandera republicana y numerosas inscripciones murales invitan a restaurar la República en España. Las autoridades no se atreven a tomar medidas que impidan tales desmanes». Pero en realidad los republicanos, como veremos más adelante, fijaron la vista en las representaciones diplomáticas del franquismo. La depuración les interesaba menos: era ciertamente cosa de franceses.
En otro comunicado del cónsul de Bayona al ministro de Asuntos Exteriores (18 de mayo de 1945), se apunta que en la ciudad se colocaban bombas en los comercios y domicilios de personas de ideología derechista o «colaboradores», y aparecían pintadas en las puertas y escaparates de gran número de comerciantes, con cruces gamadas y palabras amenazadoras. En los establecimientos de algunos españoles considerados franquistas habían rotulado, debajo de una esvástica, expresiones como «Viva Franco» y «Arriba España». «Para el próximo viernes he sabido que se proyecta una manifestación organizada por prisioneros y obreros repatriados de Alemania, en protesta de la falta de alimentos, vestidos, etc., los cuales reprochan a otros franceses que mientras ellos han estado deportados y prisioneros estos se han enriquecido con los ocupantes, dando lugar todo ello a los atentados anteriormente mencionados y a que reine una atmósfera de intranquilidad». Una nota del gobernador civil de Guipúzcoa (7 de julio de 1945), que aludía a los republicanos, señala que «en un pueblo cercano a Burdeos hacían cuanto querían, incluso cometieron crímenes a su capricho»[50].
El cónsul en Perpiñán manifiesta que recibió a la viuda de Eugenio Gracia, asesinado en la noche del 15 al 16 de julio de 1944 en el caserío de La Casasse, en el municipio de Castelnau–Durban, porque trabajaba para los alemanes. «Los maquisards discutieron en francés desde las once de la noche hasta las tres de la mañana y acabaron, según mis informes, por asesinarle con la metralleta junto con otro hombre, y prendieron fuego al caserío, donde además pereció carbonizado un niño de pocos días», concluye. Deducimos por lo anterior que no eran resistentes españoles. Un personaje tan poco simpático para con los republicanos como el periodista César González Ruano escribía el 27 de agosto de 1944 en su crónica desde Banyuls: «Hay aquí muchos paisanos con armas, que controlan la frontera, con cierto aire ausente, sonambúlico. No han sido, en general, violentos. Sin que hayan llegado fuerzas regulares, han mantenido un orden que nadie, concretamente en la zona de que ahora me ocupo, ha querido tampoco romper». No era de la misma opinión el embajador en París, Miguel Mateu, quien explica a Madrid la existencia de «patrullas de incontrolados rojos que se han dedicado a toda clase de desmanes en ciertas regiones de Francia». Anécdotas elevadas a categoría[51].
LAS BOLSAS DEL ATLÁNTICO
En su fulgurante avance hacia Berlín los aliados dejaron atrás importantes reductos enemigos, algunos fuertemente armados, que se comunicaban además por mar con Alemania. Eran las llamadas bolsas del Atlántico, la posterior «guerra podrida». Los efectivos nazis alcanzaban los 14 000 hombres en la Rochela, 4000 en Le Verdón —localidad de La Pointe–de Grave—, 12 000 en Royan, 30 000 en Lorient y 25 000 en Saint–Nazaire. Los alemanes dominaban por tanto el estuario de Gironda y el estratégico puerto de Burdeos, lo que dificultaba o impedía el tráfico fluvial. En esos frentes olvidados, que costaron muchas vidas a causa de decisiones más políticas que militares, pelearon miles de republicanos: voluntarios procedentes de las unidades africanas del general Leclerc, miembros de la AGE encuadrados en unidades regulares, y dos batallones de perfiles definidos: Libertad y Gernika.
El Batallón Libertad lo integraban anarquistas provenientes del maquis de Rochechouart, que gobernaba Ramón Vila Capdevila, y el de Belvès, comandado por José Cervera. Fue constituido en la localidad de Villeneuve–sur–Lot, y contaba con el aval de los responsables cenetistas; desconocemos cuáles fueron los artificios teóricos para aceptar la incorporación en una fuerza regular cuando hasta entonces la CNT había dificultado o literalmente impedido la aportación libertaria a la guerra de guerrillas contra los alemanes: un tipo de movimiento más cercano a la «idiosincrasia» anarquista. La opinión del guerrillero Vicuña sobre los libertarios era especialmente severa: «Los cenetistas, a diferencia de la Brigada de la UNE en Burdeos, que algo había luchado, aunque durante poco tiempo, no hicieron ninguna resistencia, sólo mercado negro». Sorprende en cualquier caso la actitud del MLE. Durante toda la guerra mantuvo una postura antimilitarista, agitando la revolución como pretexto para no involucrarse en la lucha, y rechazó a los militantes que colaboraron con los servicios de espionaje aliado o se enrolaron en la UNE. Cuando al fin la victoria parecía asegurada, se apuntaron a los desfiles promoviendo un batallón anarquista asociado a un Ejército regular. Como escribe Stein: «El Comité Nacional de la CNT emprendió entusiásticamente la tarea de reabastecerse para un papel más importante en el esfuerzo de guerra». El cónsul de España en Bayona, Urbano Feijoo de Sotomayor, introduce una perspectiva nueva en su comunicación de 14 de mayo de 1945 al ministro de Asunto Exteriores: «En una reciente visita hecha a un español que se encuentra detenido en la prisión de esta ciudad, nos ha manifestado que se ejerce sobre ellos una gran coacción para obligarles a que se enrolen en la llamada Brigada Libertad con el fin de sostener el maquis español, recibiendo frecuentemente la visita de un rojo español que viste el uniforme de oficial del Ejército francés, quien les promete incluso la liberación inmediata si se alistan en dicha brigada»[52].
El Batallón Gernika, por su parte, alcanzó un importante valor simbólico y resume la actitud del Ejecutivo vasco en el exilio, que maniobró con inteligencia y una ética flexible durante el conflicto. Contó en el Béarn con la simpatía de los nazis, colaboró abiertamente con los ingleses y americanos, y no dudó en aprovecharse de la AGE para sus propósitos. Le benefició el prurito racial de los nazis y el anticomunismo de los ingleses, además de la ingenuidad de los comunistas de Bajos Pirineos. Al mismo tiempo, los nacionalistas evaluaron la posibilidad de alumbrar una unidad específicamente vasca. Entre otros intentos destacó el acuerdo, avalado por De Gaulle el 22 de agosto de 1941, para constituir el Tercer Batallón de Fusileros Vascos, proyectado para 300 hombres —llegó a tener 80 alistados— y dirigido por Servando Marenco. Pero la unidad de los euskaldunes fue disuelta el 23 de mayo de 1942 por presiones de los ingleses, quienes emplearon el pretexto de que el destacamento se encontraba en territorio británico y el convenio Churchill–De Gaulle impedía el acantonamiento de fuerzas extranjeras al servicio de la Francia libre. En realidad, los ingleses seguían con su política de paños calientes: mantener con Franco la neutralidad y los negocios; el Foreign Office ya emitía señales favorables a la dictadura. Los sucesivos intentos fracasaron porque los nacionalistas exigían el «reconocimiento de la soberanía vasca» y los aliados —significativamente, Gran Bretaña— no querían problemas en la Europa meridional.
Liberado el Mediodía, los vascos cumplieron el sueño largamente acariciado descontar con una unidad propia, aunque nadie les garantizó contrapartidas. Era el Batallón Gernika, y lo integraban doscientos cincuenta hombres. Pero el grueso del destacamento nacionalista se nutrió de una traición: un pecado original para un partido que se reclamaba cristiano. El bilbaíno Luis Fernández, máxima autoridad de la AGE, y el guipuzcoano de Orio Victorio Vicuña, responsable de los resistentes en Bajos Pirineos, decidieron alimentar una brigada de vascos, dentro de la UNE, para cuando llegara el momento de penetrar en España. Por experiencias previas sabían de las dificultades de grupos que habían entrado en Cataluña y Euzkadi desconociendo el idioma y las costumbres. El destacamento euskaldún parecía una solución interesante; las guerrillas se movían sobre todo en zonas rurales, justo donde se hablaban más las lenguas nacionales. La AGE no exigía que fueran comunistas, interesaba sobre todo que fueran vascos y hablaran el euskera. Nombraron jefe a Pedro Ordoki, y el hombre de confianza de los comunistas era José Gómez «Esparza». Irundarras los dos. El comandante Ordoki pertenecía al partido Acción Nacionalista Vasca, y la base de operaciones estaba situada en Pau. Pero hombres e impedimenta se pusieron a disposición del Gobierno de Euzkadi, con excepción de los comunistas más concienciados. Uno de los promotores de la unidad, Vicuña, critica ferozmente el método que utilizaron las autoridades vascas en el exilio para avituallar la unidad. «Les dimos las mejores armas, los mejores equipos de origen alemán, por los que muchos habían dejado sus vidas luchando y los mandamos para el aprendizaje a Sauveterre de Béarn. Y de la noche a la mañana desaparecieron sin decir nada, llevándose las armas y los camiones. Tenían que haber hablado como hacen los hombres, con limpieza y con claridad, pero se fueron como hacen los ladrones, apoyándose en la oscuridad de la noche para irse a Burdeos y ponerse a las órdenes del coronel Druilhe, del Ejército francés». La orden de desvincularse de la AGE e incorporarse a las bolsas del Atlántico procedió de Jesús María de Leizaola; el batallón incluía un capellán: el padre Iñaki Azpiazu[53].
El asalto a los últimos reductos alemanes
Comunistas, anarquistas y nacionalistas vascos fueron concentrados en Le Verdón y La Pointe–de–Grave: estaban mal armados y manejándose en una guerra de trincheras para la que no estaban preparados; luego fueron equipados por los americanos. Antonio Vilanova escribe que el número de republicanos ascendía a 3000 en La Pointe–de–Grave y Royan, y otros 3000 en las demás bolsas atlánticas; Stein coincide con las estimaciones de Vilanova, y Rafaneau–Boj eleva a 10 000 el número españoles en la costa atlántica. Cifras a todas luces exageradas, que no cuadran con las unidades participantes. Habían llegado de Dordoña, Altos Pirineos, Charente, Alto Garona, Landas o Bajos Pirineos. En La Pointe–de–Grave, tanto el batallón vasco como el anarquista estaban encuadrados en el 8.º Regimiento Mixto Marroquíes–Extranjeros, que integraban además un Batallón Marroquí, dirigido por el comandante Laborde de Nogués, y la 31.ª Brigada de la 24.ª División de la AGE (370 guerrilleros), que mandaba Eduardo Casado «Barbas». Al frente del 8.º Regimiento estaban los comandantes Laborde de Nogués y Chodzko, legionario este último; todos dependían de la autoridad del coronel Jean de Milleret «Carnot», jefe de las FFI. Todos ellos terminaron encuadrados en la llamada Brigada Carnot o del Médoc. Una orden de 23 de agosto de 1944 ofrecía a los guerrilleros antifascistas la posibilidad de incorporarse al Ejército; aceptó el 35 por ciento. El día 25 de septiembre de 1944, el general Koenig integró las fuerzas del Médoc en los Ejércitos aliados, en el llamado Frente Oeste, lo que significaba la defunción oficial de las FFI en el territorio. Pusieron al frente al general Larminat, que tenía su PC en Cognac[54].
La contraofensiva de las Ardenas (16 de diciembre de 1944), conducida por el mariscal Von Rundstend, evidenció que las bolsas alemanas del Atlántico representaban un peligro y durante el invierno de 1944–1945 fueron sometidas a un severo acoso. Pero no todos los militares franceses sostenían opiniones idénticas. El coronel Langlade ha declarado que en realidad fue una operación de prestigio e incluso una empresa «personal» del general Larminat, innecesaria porque la caída definitiva del nazismo habría comportado automáticamente la rendición de esas bolsas y además sin pérdidas humanas y costes materiales. De hecho, así sucedió en los dos núcleos más importantes, Lorient y Saint–Nazaire, además de La Rochela. Para De Gaulle, esa «guerra podrida» era una manera de «entretener» a los guerrilleros, que se habían convertido en una formidable fuerza militar y política, y que se adivinaban además como adversarios. Finalmente, el hecho de que Francia «se liberara a sí misma» tal vez fue otra razón, una más. Otra batalla simbólica de los franceses.
El asalto final sobre La Pointe–de–Grave y Le Verdón comenzó el 14 de abril de 1945 y se prolongó hasta el 19 de ese mes; el día 14 la brigada del Médoc, unos 13 000 hombres, penetró en ambos reductos alemanes. En el ataque destacó el empuje del batallón cenetista, que tuvo varias bajas —incluida la del capitán Gomis—, cuando se encontraban atacando los pueblos de Montalivet y Soulac. Por su parte, el batallón vasco logró tomar el cabo de Pratz. Uno y otro consiguieron un botín de 200 prisioneros. Pero la acción decisiva la efectuaron 60 aviones franceses y 260 británicos y americanos que arrasaron las defensas alemanas; y la Marina aliada, que martilleaba desde la costa. Los nazis estaban condenados porque no podían recibir refuerzos: capitularon el 20 de abril. Las bajas de los atacantes en La Pointe–de–Grave y Le Verdón fueron significativas. Fuentes francesas hablan de que la brigada Carnot tuvo 7 oficiales y 190 soldados muertos; 32 oficiales y 811 soldados heridos; 5 desaparecidos. Los alemanes contaron 600 muertos y 320 heridos, amén de 300 prisioneros, entre ellos 60 oficiales. Jiménez de Aberasturi proporciona las siguientes cifras sobre las bajas de la Brigada Carnot: 400 muertos o desaparecidos y 1000 heridos; los alemanes, 600 muertos y 320 heridos, además de varios oficiales suicidados; y unos 3000 prisioneros, entre ellos 60 oficiales. No existen cifras fiables sobre las bajas del Batallón Libertad ni de los guerrilleros de la AGE; se habla de 200 heridos. Los euskaldunes, por su parte, se aliaron con la suerte. El Batallón Gernika sólo tuvo cinco muertos: un socialista (Juan José Jausoro), un comunista (Félix Iglesias) y tres nacionalistas (Antón Lizarralde, Prudencio Orbiz y Antón Mújica); y 35 heridos.
Los batallones vasco, anarquista y de la AGE desfilaron el 21 de abril de 1945 en Cognac ante Charles de Gaulle, quien revistó a los soldados franceses y guerrilleros que habían rendido los reductos atlánticos. Una docena de españoles recibió la Cruz de Guerra, y la ikurriña también fue condecorada: el presidente Aguirre llegó desde París para felicitar a los integrantes del batallón. Las autoridades negociaron con los representantes del Gobierno vasco para que la unidad se incorporara a las tropas francesas en Indochina o formara parte del contingente que Francia aportaría a la ocupación de Alemania. Las expectativas de los vascos se vieron absolutamente defraudadas: habían combatido para que les reconocieran su soberanía y como pago querían deshacerse de sus fuerzas enviándolas lejos de su territorio: se negaron. El general Larminat tuvo palabras de elogio para los nacionalistas: «Esta unidad se comportó durante la ofensiva actual con la bravura tradicional del pueblo vasco». Pero el propio jefe del batallón introduce algunas opiniones discordantes sobre la combatividad de los gudaris, como recoge Mikel Rodríguez. El comandante Ordoki se quejaba en un mensaje a la Delegación del Gobierno vasco (febrero de 1945) de que entre los miembros del Batallón Gernika se encontraban jóvenes que habían atravesado la frontera de la Euskal–Herria «peninsular» durante esos meses para enrolarse, cosa que no hacían los veteranos, lo que desmoralizaba a los muchachos —algunos se habían apuntado a la Legión extranjera ante la falta de empuje de los gudaris—, y prosigue: «Esta falta de calor de quienes han luchado en Euzkadi y tienen la responsabilidad moral de ser guías y maestros, induce a esta juventud a creerse víctimas de un engaño ya que efectivamente en sus horas de paseo se encuentran con los “exiliados”, ex gudaris vascos, dedicados en su mayor parte a las venta ilícita de artículos de contrabando, como chocolate, café, etc., con los que obtienen pingües beneficios, que les permiten una vida de vicio y despilfarro, olvidando su misión de patriotas en momentos en que la Patria les llama. Frases como estas son muy corrientes: “No hablamos de la Brigada Baska, ni de Euzkadi, hablamos de chocolate, café”. Es contestación a una pregunta de un gudari de esta Unidad a un ex gudari de la guerra de Euzkadi»[55].
Los voluntarios españoles también combatieron en las bolsas de Lorient y Saint–Nazaire. Dirigidos por Justo Marcos García, destacaron sobre todo en las posiciones de Hennebont, donde perdieron a cinco de sus hombres, Melhuet, Bramelin y Kernevez. Tanto Lorient como Saint–Nazaire sólo capitularon con el final de la guerra, poniendo de manifiesto en parte la naturaleza política de las batallas del Médoc[56].
CAMINO DE BERLÍN
Los españoles alistados en el Ejército francés no sólo participaron en la liberación de París y las bolsas del Atlántico, sino que continuaron la guerra hasta alcanzar Berlín. Lo hicieron tanto los legionarios de la 13.ª DBLE como los voluntarios del Regimiento del Chad, pertenecientes a la División Leclerc, que ahora marchaban encuadrados en la Agrupación del coronel La Horie. Estos últimos abandonaron la vida regalada del bosque de Boulogne y se aprestaron a reanudar el combate. Participaron en la conquista de Vittel, Dompaire, y el 12 de septiembre tomaron el fuerte de Andelot, donde discurrió una sangrienta batalla para los nazis: 800 prisioneros y 300 muertos; también murió el sargento español Blanco. Estuvieron asimismo presentes en los combates de Alsacia y Lorena, los más duros y difíciles en que participaron unidades francesas y, por ende, los españoles. El 16 de septiembre de 1944, atravesado el río Mosela, la «Nueve» fue sometida a un severo ataque, y en las escaramuzas resultó herido el subteniente Montoya, reemplazado en el mando por Federico Moreno, quien demostró notables aptitudes para la guerra; antes de llegar a Berlín fue ascendido a oficial y condecorado con la Cruz de Guerra con Estrella de Plata.
Los alemanes multiplicaron las resistencias cuando los aliados se presentaron en sus fronteras, y emplearon para ello las mejores unidades, dotadas de impresionantes medios técnicos. La presión hitleriana era de tal ímpetu y persistencia, que los aliados repasaron el río Mosela. El 18 de septiembre, volvieron a cruzarlo para tomar definitivamente la margen «alemana» del río. En la batalla fue herido Martín Bernal; días antes lo había sido Fermín Pujol. El 26 de septiembre, el general De Gaulle se acercó hasta Nancy, capital de la región de Lorena, para alentar a sus hombres y condecorar a los militares más destacados en las batallas del Mosela. Las unidades donde marchaban encuadrados los republicanos se mantenían en vanguardia, y las bajas menudeaban. En la batalla de Badonvillers murió el coronel La Horie, aquel que en París había rendido al coronel Dietrich Von Choltitz; también encontró la muerte Manuel Bullosa, que conducía el blindado Ebro cuando la «Nueve» llegó al Ayuntamiento de la capital. Otro personaje de la Liberación de París, el teniente Amado Granell —«psíquicamente afectado», según Dronne— fue dado de baja por enfermedad.
El 23 de noviembre conquistaron una plaza importante, Estrasburgo, donde la «Nueve» penetró con un batallón de la 79.ª División americana. La toma de Estrasburgo, capital de la región alsaciana, cerraba un círculo para el general Leclerc, quien tres años antes había pronunciado el «juramento de Kufra», cuando prometió luchar hasta la reconquista de Estrasburgo. En aquellos momentos difíciles las palabras de Leclerc sonaban a baladronada, pero el tiempo las convirtió en realidad. Había españoles en Kufra cuando Leclerc especificó su promesa, y para ellos Estrasburgo representaba una metáfora de España. Pero en los combates de los siguientes días, otra noticia de muerte empañó el ánimo; el 28 de noviembre, en Grussenheim, había caído el coronel Joseph Putz, el responsable del Regimiento de Marcha del Chad; un militar idolatrado por los republicanos, antiguo brigadista. Los meses finales de 1944 los empleó la División Leclerc en comprometidas operaciones de limpieza entre los Vosgos y el Rin. La durísima contraofensiva nazi del 16 de diciembre, la citada batalla de las Ardenas, provocó que los aliados abandonaran Estrasburgo para eludir el embolsamiento. El 1er Ejército francés ocupó las posiciones de la División Leclerc; pasado el impulso nazi, Estrasburgo regresó a manos francesas. El día 20 de enero, los voluntarios republicanos de la «Nueve» y los legionarios de la 13.ª DB de la Legión Extranjera luchaban en las mismas trincheras. Era la primera vez en cuatro años que distintas unidades del Ejército francés con tropas españolas peleaban unidas contra los alemanes. La guerra anudaba voluntades.
La 13.ª DBLE, que había descrito un itinerario espectacular —de Narvik al continente africano, de Siria a Nápoles—, desembarcó en Provenza el 15 de agosto de 1944, y marchaba encuadrada en el 1er Ejército francés, gobernado por el general De Lattre de Tassigny, quien había participado con los ejércitos aliados en la conquista de Córcega. La efectuaron el 7.º Ejército americano y el 1er Ejército francés, que, según Luis Reyes, integraban la 1.ª División Francesa Libre, la 1.ª Blindada, 2.ª Marroquí, 3.ª Argelina y 9.ª Colonial. La 13.ª DBLE participó también en la ofensiva de la Línea Gustav, la divisoria que partía en dos Italia, y que tenía su eje central en Montecasino. Americanos, franceses, polacos y republicanos españoles lograron fracturar esa línea, y la segunda, llamada Hitler, encaminándose hacia Roma; el 3 de julio de 1944 participó en la liberación de Siena. Cuando se preparaba para tomar Florencia, recibió la orden de concentrarse para desembarcar en Provenza. Participó en la limpieza de reductos alemanes en el levante francés siguiendo la ruta del valle del Ródano, Tolón, Nîmes, Valence, Lyón, Autun, Besançon, Belfort y Colmar; también intervino, como vimos, en la conquista definitiva de Estrasburgo. Atravesaron el Rin y siguieron por Stuttgart, Lindau y Bregenz. El Regimiento de Marcha legionario perdió, según Crémieux–Brilhac, el 72 por ciento de sus efectivos (506 muertos, 1411 heridos, 24 desaparecidos).
Cuando el 3 de marzo de 1945 la División Leclerc fue retirada de la primera línea para que sus hombres repusieran fuerzas, llevaba más de ocho meses combatiendo de manera ininterrumpida; el 25 de abril se reincorporó a la actividad bélica. Los españoles de la «Nueve» tenían un nuevo jefe; Dronne había sido ascendido a comandante y su nuevo capitán era Dehen. La «compañía española» ya era un pálido reflejo del pasado; faltaban Dronne, Granell, Campos…, y el comandante Putz. La División Leclerc cruzó el Rin el 27 de abril, y continuó su progresión hacia Berlín. Los efectivos se dividieron en dos direcciones. Un regimiento participó en las conquistas de Augsburgo y Múnich, mientras el otro tomaba Sigmaringen, enclave significado por cuanto había servido de refugio para los miembros del Gobierno de Vichy. En el mes de mayo de 1945, cuando el grueso de las fuerzas francesas fue enviado a liquidar las últimas resistencias alemanas en la costa atlántica, la «Nueve» se dirigió a la villa de Berchtesgaden. Pese a la oposición de las fuerzas de élite alemanas, los expedicionarios pudieron continuar avanzando hasta el Nido de Águilas de Hitler. Aunque les habían precedido otras fuerzas en el reducto hitleriano, los españoles completaron el círculo de la libertad. Algunos republicanos, como Martín Bernal y Federico Moreno, mantuvieron con vehemencia que habían sido ellos los primeros en alcanzar el Nido de Águilas, antes que americanos e ingleses. La misma tesis mantiene un superviviente de la «Nueve», Daniel Hernández.
Las pérdidas republicanas de la División Leclerc en territorio francés y alemán resultaron desproporcionadas. Así, de los 144 españoles que desembarcaron en Normandía sólo llegaron a Berlín 16 hombres, aunque algunos de quienes no llegaron a territorio alemán —Granell, quizá Campos— no murieron en combate. Otros exiliados procedentes de Rusia llegaron también durante esos días al corazón de Alemania. Venían encuadrados en el Ejército Rojo y procedían de la Unión Soviética. Así, mientras Franco mantenía el poder en España a sangre y fuego, dos mínimos ejércitos de republicanos convergían en Berlín para liberar el mundo. Mientras los soldados españoles contribuían a la caída del régimen de Hitler, los republicanos que habían llegado a Berlín de manera voluntaria u obligados para trabajar asaltaban la embajada franquista y arbolaban la bandera tricolor. El protagonista de la acción fue Emilio Vilaró Ustrell.
Aunque algunos republicanos acompañaron al Ejército francés hasta el Nido de Águilas de Hitler, la mayoría seguía pensando en España las veinticuatro horas del día. No albergaban la menor duda de que el final de los nazis acarrearía la liquidación del franquismo. Por si acaso, continuaban acumulando armas con destino a la lucha que, según todas las previsiones, arrojaría a Franco del poder. No eran sólo los guerrilleros del sur de Francia quienes escondían material bélico para la batalla definitiva, sino también los enrolados en el Ejército francés. De hecho, el ayudante–jefe Campos había incorporado clandestinamente en la «Nueve» a seis anarquistas que coordinaba Joaquín Blesa y que tenían como única función conseguir armas y municiones para el futuro, aunque en noviembre Campos rompió el pacto sin que los interesados conocieran las razones. Porque todos los exiliados estaban de acuerdo: la guerra importante era la que acabaría con el franquismo[57].
LIBERTAD PARA LOS MUERTOS
La posición de los españoles en Mauthausen (y en el campo anexo de Gusen) había sido especialmente comprometida hasta finales de 1941, un tiempo en que se registraron la mayor parte de las muertes. Desde 1942 la situación mejoró notablemente, y se evaluó la posibilidad de alumbrar comités de resistencia. Incluso se dio el caso de un Kommando donde trabajaban solamente republicanos, gracias a un polémico libertario llamado César Orquín i Serra, que colaboró con los SS aunque defendió esa actitud porque significaba una mejoría para él y sus compatriotas. Obviamente, un comportamiento de ese tipo resultaba cuando menos polémico. Orquín fue kapo jefe del Kommando César, integrado mayoritaria o exclusivamente por españoles y que estuvo vinculado a los campos anexos de Ternberg, Wagrain, Vöcklabruck y Schlier. El comunista Constante, superviviente de Mauthausen, orilla los matices cuando se refiere a Orquín: «A César, en recompensa por su colaboración, los SS lo nombraron capo jefe de un comando exterior, el primero formado en Mauthausen, el de Ternberg, compuesto solamente de españoles, y aunque en aquel grupo no hubo el ensañamiento que existía en el campo central, debido a que necesitaban de la mano de obra de los españoles, siempre estuvo a las órdenes de los SS imponiendo castigos que ejecutaba él mismo. El compañero Begueria, el de las Cinco Villas, me relató en 1945 lo que había sido la vida en aquel comando, explicando meticulosamente la conducta de aquel indigno español. Le advirtieron de que sería juzgado por los prisioneros al finalizar la contienda». Los avisos pudieron existir, dado que Orquín permaneció en Austria después de la liberación en vez de regresar a Francia. Francisco Cornelias, un cenetista deportado en Mauthausen que también se mantuvo en Austria, expone una posición diametralmente opuesta del jefe del Kommando César: «Orquín era un libertario, pero iba a su aire, estaba convencido de su proyecto de mejora de la organización desde dentro. Lo consiguió, aunque las pugnas con los comunistas fueran terribles porque estos dominaban el comité interno». Tal vez quien mejor ha conseguido retratar el dilema moral del hombre que trata de corregir una organización criminal desde dentro fue otro superviviente de Mauthausen, el novelista Amat–Piniella, en su K. L. Reich 21. En el Kommando César también hubo un kapo español de suerte trágica. Se llamaba Carlos Flor de Lis Peinador, quien llegó al campo de Mauthausen en compañía de su padre, Abilio Flor de Lis Adiego, muerto en Gusen el 8 de enero de 1941. Carlos Flor de Lis, que por la edad tal vez no supo administrar con mesura su poder en el Kommando, fue ejecutado por sus antiguos compañeros; lo mataron en la estación de Ternberg[58].
La resistencia en Mauthausen
El primer paso para organizarse en Mauthausen consistía en ocupar algún puesto de responsabilidad o, en su defecto, trabajar en lugares sensibles del campo. Aunque el fotógrafo Boix sostuvo en el juicio de Nuremberg que «para ser kapo había que ser ario, ario puro», sabemos que hubo kapos y prominenten no alemanes; también españoles. Lope Massaguer apunta que algunos kapos republicanos exhibieron un comportamiento más humano, incluso a costa de recibir castigos por ello. Pero también hubo cabos de vara españoles que, cuando llegaron al cargo, apenas se diferenciaron de los más brutales. Tenían en contra la juventud y unas circunstancias adversas, una amalgama que producía un combinado explosivo. Un kapo republicano, Josep Pallejà Caralt «Negus» fue condenado a muerte por un tribunal en Toulouse; Paul Tillard escribe que atacaba sobre todo a los franceses, como venganza por su internamiento previo en los campos del Midi. Actuó en los campos anexos de Schwechat, Floridsdord y Mödling. Otros cinco kapos fueron juzgados por los americanos en Dachau. Laureano Navas García, de Gusen, fue condenado a cadena perpetua y luego absuelto; Félix Domingo Burriel «Loco» fue absuelto después de una leve condena; Indalecio González González «Asturias», Oberkapo —jefe de kapos— de Gusen, fue condenado a muerte, que le fue conmutada; Moisés Fernández Pascual, condenado a veinte años, y Joaquín Espinosa Muñoz, de Gusen, a dos. Tomás Urpí, que participó en la eliminación de republicanos en Gusen, fue ejecutado por un asturiano en los albores de la liberación: el kapo había asesinado a su padre. Según Montserrat Roig, Urpí, que «escribía poesías y le molestaban los gritos de los agonizantes», fue uno de los kapos que peor recuerdo dejaron entre los supervivientes republicanos. La organización del PCE les advirtió de que serían ajusticiados si proseguían con su actitud. Pero los vivos no tuvieron fuerzas o ganas u oportunidad para eliminar a los asesinos, aunque tampoco la Justicia fue especialmente exigente. Como escribe Pike, 15 000 SS fueron responsables de la muerte de 200 000 personas en Mauthausen y no llegaron a 200 los condenados a muerte. Personajes como Schulz, jefe de la Gestapo en Mauthausen, o Ganz, responsable de Ebensee, eludieron la horca[59].
Al principio los kapos eran delincuentes comunes y reputados criminales, excelentes para utilizar contra los detenidos políticos y raciales. En los años finales, los políticos reemplazaron a los de triángulo verde y negro; unos habían sido eliminados y otros, enviados al frente. A comienzos de 1944 la organización de los presos adquirió relevancia, y los españoles dentro de ella, sobre todo en el campo central. Unos republicanos que mantuvieron en Mauthausen la solidaridad por encima de las ideologías y la nacionalidad, y que los compañeros evocan con gratitud: «Sean cuales sean sus defectos, siempre se comportaron como hombres dignos», asegura Christopher Burney. Además de emboscar militantes entre los kapos y prominente, fue decisiva para la organización clandestina la llegada de guerrilleros procedentes del maquis francés a partir de 1943. Los nuevos internados aportaron un estado de ánimo nuevo, y recibieron la consideración de héroes que habían caído luchando contra los nazis. Pero además del aliento que llevaron a quienes languidecían en los campos, los miembros de la Resistencia se convirtieron en elementos centrales de la organización. El novelista Amat–Piniella lo refleja en sus memorias noveladas: «Estos hombres traían el aire limpio del maquis, venían templados en la abnegación y el heroísmo de la lucha clandestina, eran los heraldos de la ola liberadora que estaba desgarrando el muro del Atlántico». El primer guerrillero español capturado que llegó a Mauthausen fue Felipe Amable Martínez, desplazado al Kommando de Ebensee, donde se puso al frente de la oposición antinazi. Por el campo austríaco pasaron destacados miembros de la Resistencia, como Josep Miret Musté, Olaso, José Goytia, Luis Montero o José Ester Borrás. La entrada de los dos últimos en la armería resultó fundamental para conseguir alguna que otra pistola. Pero también hachas, cuchillos, picos…, todo lo que podía tener cierta contundencia.
En 1944 se consolidó un comité de Unión Nacional integrado por dos comunistas —Ángel Sánchez y Fernando Fernández Lavín—, dos anarquistas —José Ester y Melchor Capdevila— y dos republicanos o socialistas. Esta organización derivó en el Frente Nacional Español, gobernado por los comunistas. Ese año se creó también en Mauthausen el primer Comité Internacional, del que formaban parte, según Constante, «los austríacos Kohl y Dürmayer, los checos London y Hoffman, el francés Rabaté, el italiano Pasetta, el alemán Franz Dahlen y algunos más; todos dirigidos, a petición de ellos, por nuestro compatriota, el guadalajareño Manuel Razola Romo», secretario general del PCE en el campo. El objetivo fundamental, aparte de dinamizar la actividad política, radicaba en la constitución de un destacamento militar al que recurrir en caso de que los nazis pretendieran efectuar una eliminación masiva. La unidad armada surgida en septiembre de 1944 se llamó Aparato Militar Internacional y desarrolló una actividad relevante mientras aguardaban la llegada de los libertadores. Los representantes españoles en el AMI fueron Luis Montero, Fernando Lavín y Miguel Malle, que procedía de las guerrillas de Bajos Pirineos; también adquirió relevancia el comandante Joan Tarrago. Joseph Haber lo tenía claro sobre el comportamiento de los republicanos: «Eran los mejores». Los comunistas administraban la información del campo, y también los minúsculos grupos armados. La AMI asumió en la práctica del control de Mauthausen cuando, a partir del día 3 de mayo, las SS abandonaron el campo y los americanos todavía no habían tomado posesión del establecimiento. La jefatura oficial correspondió en esos peligrosos días a Andréi Pirógov, y el español Miguel Malle ocupó una posición de relieve[60].
Hacia la libertad
Los últimos días de Mauthausen resultaron especialmente peligrosos. Ziereis entregó el 3 de mayo de 1945 el mando a la policía de bomberos de Viena, todos ellos elementos nazificados. Los SS huyeron del campo: los jefes, los oficiales y los de a pie, y el 4 de mayo ya no había presencia de esbirros hitlerianos. Se mantenían por contra unos 66 534 internados, que continuaban muriendo a un ritmo de medio millar al día. Una patrulla americana de las fuerzas del general Patton, integrada por 64 miembros y encabezada por los sargentos Albert S. Kosiek y Harry Saunders, llegó el 5 de mayo a Gusen y después a Mauthausen. En el campo principal, los cautivos derribaron el águila de bronce con esvástica de los garajes, y los americanos, después de las emociones del momento, marcharon a las cuatro y media de la tarde. Algunos de los internados no soportaron encerrados ni un minuto más y eligieron una salida sin garantías. La noche del 5 al 6 de mayo no se produjo una catástrofe gracias al Comité Internacional que presidían el doctor Heinrich Dürmayer y el militar Andréi Pirógov, comunistas. Aunque los SS habían marchado de Mauthausen, esperaban noticias acantonados en las proximidades, con el peligro que ello entrañaba. El comité, además de defender el campo de un posible ataque, tenía que mantener en pie el único puente que permanecía transitable entre Linz y Viena: una comunicación vital. Posiblemente esa noche hubo choques entre los internados y los SS, o entre grupos de internados. Pero había que sobreponerse y mantener el orden entre una población cautiva dominada por una gran excitación, amén de amparar a los miles de rusos ubicados en la enfermería en condiciones extremas y que apenas podían moverse. Los americanos volvieron a media mañana del 6 de mayo. Era una unidad mandada por el teniente coronel Seibel, quien volvió a marchar y regresó definitivamente por la tarde. Una de las anécdotas más emocionantes de la liberación fue la pancarta de bienvenida que saludaba a los salvadores desde la torres de entrada del campo. Estaba redactada en español, ruso e inglés, y la había rotulado el pintor Francesc Teix Perona, capitán del Ejército republicano. Mientras tanto, el Himno de Riego se mezclaba con La marsellesa. Los americanos tuvieron problemas con el Comité Internacional encabezado por los rusos, incluso salieron a relucir las amenazas. Todos coinciden en la deficiente reacción americana ante lo que vieron el 5 y luego la manera de acometer el problema de la alimentación durante los días siguientes, que ocasionó numerosos muertos[61].
El último campo del «archipiélago Mauthausen» bajo control nazi fue Ebensee. Reunió en los últimos días a casi veinte mil hombres, porque agrupó a deportados de otros campos anexos. La tragedia sobrevoló el Lager porque concurrían en él unos dirigentes nazis brutales, encabezados por Julius Antón Ganz, que estaban dispuestos a la aniquilación, y una importante resistencia. El Comité Internacional reparó el 6 de mayo en que los nazis querían exterminar a los supervivientes, y para ello pretendían que los internados, con el pretexto de protegerlos de los bombardeos aliados, se introdujeran en los túneles. Lo rechazaron, como antes se habían negado a realizar un traslado masivo a un campo alemán, y el día 5 se amotinaron; los SS marcharon después de quemar la documentación existente. Ebensee fue liberado el 6 de mayo por el capitán Timothy C. Brennan. También en Mauthausen y Gusen, los campos principales, se habían promovido planes para acabar con los cautivos. En el primero, ametrallándolos en la plaza principal. En Gusen estaban preparadas las cargas de dinamita para detonarlas una vez que los cautivos se hubieran introducido en los túneles.
Mauthausen y sus campos anexos fueron los últimos liberados, y se acumularon todo tipo de problemas. Entre ellos, recibir internados de otros campos. En las últimas semanas, procesiones de moribundos deambulaban acosados por los SS. Los aliados presionaban en las fronteras y se producían verdaderos éxodos desde los campos de internamiento situados en Polonia hasta Austria y Alemania. En el trayecto morían la mayor parte de los hombres y mujeres: agotados, asesinados por los vigilantes si no mantenían la marcha… y si no habían muerto cuando alcanzaban el destino previsto, eran eliminados. El colmo de la desgracia les correspondió a los cautivos de Bergen–Belsen y Neuengamme, que fueron embarcados en cuatro buques y luego bombardeados por los aliados. A Mauthausen llegaron internados procedentes de Auschwitz, Buchenwald, Sachsenhausen… y algunas mujeres de Ravensbrück, entre ellas las compañeras de Ester Borrás y Olaso; Alfonsina Bueno y Dolores García, respectivamente. A Mauthausen arribaron también miles de judíos a partir de 1945, acantonados fuera del campo y al aire libre. Los últimos días de Mauthausen y sus campos anexos fueron una calamidad por falta de organización, que incluía la ausencia de comida —o alimentos inadecuados— y las muertes que se multiplicaban en el caos: Vilanova sitúa en 4147 los muertos de la última semana[62].
Administrado Mauthausen por los americanos, los internos se dedicaron a la tarea de destrozar todo lo que encontraban a su paso y especialmente los símbolos e instrumentos de su desdicha: esvásticas, lábaros, horcas, crematorios… En algunos casos, la demolición les perjudicaba: borraban huellas para la historia y también para sancionar a los responsables de sus padecimientos. Era una terapia inevitable: tantos sufrimientos durante tantos años necesitaban una válvula de escape para conjurar una explosión de cólera. Antonio García García asegura que un comandante dio a los presos veinticuatro horas de «carta blanca» para sancionar a los nazis. Apunta que sobre todo los jóvenes rusos —los más castigados entre los políticos: literalmente, víctimas de un genocidio— detuvieron a varios SS y kapos, a quienes hicieron cavar fosas, los obligaron a bajar a ellas y después los ametrallaron. «Los nazis odiaban profundamente a los rusos. A diferencia de los judíos, que acataban la muerte con una sumisión absoluta, eran rebeldes, contestatarios y no se resignaban ante las situaciones adversas», observa Lope Massaguer. Parecía llegado el tiempo de la venganza. Pero no fue algo habitual: los detenidos no disponían de fuerzas para el odio. El filósofo austríaco Jean Améry, miembro de la Resistencia deportado en Auschwitz, lo expresa sin contemplaciones: «Quien ha sufrido el tormento no podrá ya encontrar lugar en el mundo, la maldición de la impotencia no se extingue jamás. La fe en la humanidad, tambaleante ya con la primera bofetada, demolida por la tortura luego, no se recupera jamás»[63].
Algunos jefes y kapos de Mauthausen fueron ejecutados por los concentrados, que no querían arriesgarse a que escaparan a la justicia. El responsable máximo de Mauthausen, Franz Ziereis, intentó pegarse al terreno aunque fue descubierto el 23 de mayo por una patrulla de americanos y prisioneros españoles y checos. El jefe nazi fue tiroteado cuando intentaba escapar; herido de gravedad en el vientre, los estadounidenses pudieron interrogarlo durante varias horas y el fotógrafo Boix, fijar para siempre en sus placas la agonía del hombre que dispuso de la vida de miles de republicanos españoles durante más de cuatro años. Ziereis dio las últimas boqueadas el día 24 de mayo en el hospital americano instalado en Gusen I. Para la historia de los españoles en los campos de exterminio, lo más revelador fue su declaración antes de morir y que recoge Bermejo: «El internamiento de los republicanos españoles en Mauthausen se había realizado con la anuencia de las autoridades francesas de Vichy y el Gobierno de Franco». El otro hombre fuerte de Mauthausen, el Schutzhaftlagerführer Georg Bachmayer, actuó de manera más radical: se suicidó después de haber asesinado a su familia. Un modelo repetido por varios jerarcas nazis de toda condición; Franz Seidler, Legerleiter de Gusen, también se quitó la vida tras matar a su familia[64].
Polémicas españolas
Una de las aportaciones decisivas de los españoles, trascendental para la justicia y para la historia, fue la conservación y traslado desde el campo de Mauthausen hasta una casa de confianza del pueblo de un conjunto de fotografías —negativos y positivos— que constituyeron una pieza acusatoria de primera magnitud en los juicios de Nuremberg. También esta memorable actuación, objeto de una excelente monografía de Benito Bermejo, ha causado una agria e intensa polémica entre los supervivientes. Felipe Yébenes Romo, secretario de los comunistas en Mauthausen, asegura que fue él quien transmitió a Boix, que trabajaba en el Erkennungsdients (servicio de identificación fotográfica), la orden de esconder los negativos. Mariano Constante, deportado y autor de importantes testimonios, se presenta asimismo como personaje decisivo en la orden de guardar los negativos, el proceso de esconderlos y la decisión de sacarlos del campo y llevarlos a una casa de la aldea de Mauthausen. La versión canónica mantiene que el fotógrafo Boix, que trabajaba en el laboratorio fotográfico del campo desde 1941, realizó copias de los negativos que ocultaron él mismo y otros españoles bien situados en la jerarquía del campo y pertenecientes a la organización comunista. Posteriormente, Boix se las entregó a unos jóvenes españoles del Kommando Poschacher —trabajaban en la cantera propiedad de Antón Poschacher como aprendices: procedían de la expedición de Angulema—, quienes podían acercarse al pueblo en los ratos libres pero tenían prohibido acceder al campo central. El contacto entre los españoles de Mauthausen y los jóvenes Poschacher se realizaba por medio de otro grupo de republicanos que salía todos los días del campo central hasta la estación. David W. Pike asegura que fueron los jóvenes comunistas del PSUC Jacinto Cortés y Jesús Grau, que llevaban la comida desde el campo hasta el Kommando Poschacher, quienes sacaron los negativos en un cesto de comida con doble fondo y que se encargaron de esconderlos en la cantera. Los muchachos republicanos se enteraron en el mes de febrero de 1945 de que los trasladaban a Linz, a veinte kilómetros de Mauthausen; arreglaron el problema entregando las fotos a una señora del pueblo con la que mantenían una cierta confianza, Anna Pointner. Cuando la liberación, recogieron las fotos Manuel San Martín, Boix y Jesús Grau. O Jacinto Cortés, según otras fuentes. Con el tiempo, Boix las llevó a París. A la colección inicial, añadió fotos tomadas durante los días de la liberación[65].
Pero existe otra versión de los años setenta que impugna la anterior, y es su autor Antonio García Alonso, comunista y catalán como Francisco Boix, que también trabajaba en el Erkennungsdients desde 1941. «Revelaba las películas y supervisaba las copias y ampliaciones», escribe Pike. García Alonso no sólo se presenta como el verdadero protagonista de la salvación del material fotográfico sino que se dedicó a denigrar la memoria de Boix, acusándolo de cobarde. Una acusación que se volverá contra él; Joaquín López Raimundo cargó luego contra García Alonso: «Porque no tenía más que (…) un miedo exacerbado, era una cosa fuera de lo normal». García Alonso se declaró oficialmente autor de las copias, que escondía con el conocimiento de Boix. A finales de 1944, enfermó y fue llevado al Revier, y entonces Boix decidió hacerse cargo de las mismas y sacarlas de Mauthausen. El testimonio de García Alonso está lleno de agujeros. Negó por ejemplo la relevancia de Boix en el Erkennungsdients y orilló la presencia en ese servicio de otro español, José Cereceda. La documentación certifica la presencia en el servicio fotográfico de Cereceda y de Boix; este último era además secretario del servicio de identificación desde comienzos de 1944 —colocó entonces a Cereceda—, y estaba por encima de García Alonso. Cereceda achaca las declaraciones de este a sus celos y resentimiento hacia Boix, al que el deponente adorna con importantes virtudes. Como suele ocurrir reiteradamente, los vivos imponen sus versiones sobre el silencio de los muertos. Las fotos de Mauthausen, más allá de los méritos individuales de quienes las consiguieron y sacaron del campo, resultaron un material precioso y único[66].
El galimatías de los números también alcanza a Mauthausen. Pero existen fuentes fidedignas para conocer con un cierto rigor los republicanos que habitaron el campo. Mariano Constante asegura que en un listado al que tuvo acceso figuran más de 5000 muertos españoles, y observa que en esa lista sólo estaban relacionados los «residentes» en el campo, aquellos que tenían matrícula. Pero no aparecían registrados los que no estaban matriculados —los Noche y Niebla— o quienes murieron en los viajes desde Francia a Alemania. La contabilidad más fiable de Mauthausen procede de dos catalanes —Casimir Climent Sarrión y Josep Bailina Sibele— que trabajaban desde 1941 en las oficinas de la Gestapo en el campo (Politische Abteilung), cuyo jefe era Karl Schulz. Cuando Climent Sarrión reparó en la relevancia de la documentación que manejaba, duplicó las fichas y las escondió entre otras nuevas. Tampoco obedeció la orden de Schulz de quemar toda la documentación cuando los aliados estaban en las proximidades del Danubio: era un tesoro de valor incalculable. Climent y sus amigos hicieron luego ocho copias, que distribuyeron entre diferentes instituciones. Pike introduce también la presencia de Juan de Diego, un prominenten que trabajaba en la Lagerschreibstube (oficina general de la Administración) y ayudó a salvar los archivos que inventariaban a quienes morían de forma violenta, ya que se encargaba de registrar las defunciones, como Lagerschreiber III que era. Los españoles comunicaron al Comité Nacional Español la existencia de listas en el campo central y sus Kommandos: unos 5500 compatriotas. El mayor problema para ajustar las cifras definitivas residía en que Climent y Bailina entraron a trabajar en las oficinas el 28 de marzo de 1941, y que por lo tanto no estaban asentados los españoles muertos hasta esa fecha, lo que implicaba la ausencia en el arqueo de las víctimas entre agosto de 1940 y marzo de 1941. Tampoco figuraban los muertos en los stalags y frontalags, además de algunos de los eliminados en el castillo de Hartheim. Había un último problema: algunos republicanos recibieron el número de matrícula de otros paisanos muertos, con lo que se reducía automáticamente la cantidad de internados o muertos.
La aportación de Sarrión y Bailina fue, pese a todo, decisiva para fijar el número de internados en Mauthausen y campos anexos, así como las bajas. Según José Borrás Lluch, el número de muertos españoles alcanzó los 4761, 3893 de los cuales perdieron la vida en el campo anexo de Gusen, y el resto, en Mauthausen, castillo de Hartheim y diferentes Kommandos. También confirma algo sabido desde un principio por los supervivientes: la mayor parte de los fallecidos —4521— se contabilizaron entre 1941 y 1942. Un guarismo nos ofrece perspectiva para comprender la mortandad de esos años: en 1944 sólo hubo 69 muertes y 18 en 1945; conforme a los datos de la FEDIP, desde agosto de 1940 hasta enero de 1942 los nazis exterminaron al 60 por ciento de los españoles internados. Pero las estadísticas más devastadoras se refieren a Gusen. Desde el 24 de enero de 1941, fecha de la llegada de los primeros españoles a Gusen, hasta el 31 de diciembre de 1942, el total de los internados ascendía a 5150. Durante el mismo período, 4160 republicanos habían sido exterminados; más del 80 por ciento. Para Casimir Climent hubo 7186 cautivos en Mauthausen, 4765 muertos. El Instituto de Historia Cronológica de Múnich en Mauthausen eleva el número de internados, 7211, y de muertos, 4813. Michel Fabrégat modifica las cifras anteriores, y escribe que de 7288 españoles que llegaron a Mauthausen, 4676 murieron en los campos, el 64 por ciento. Los números empiezan a casar[67].
Otros campos de exterminio
Los republicanos en otros Lager habían conocido la libertad entre finales de abril y comienzos de mayo de 1945; antes que Mauthausen. Como en Buchenwald, un recinto de importancia para los españoles y el primero liberado. Aunque no fue un campo de exterminio en el sentido duro del término, las brutalidades formaban parte del paisaje. Desde 1937 hasta 1945 pasaron por él 240 000 personas y encontraron la muerte 56 000; la mayoría pereció en la cantera, la enfermería o en Dora–Mitelbau, uno de los Kommandos que reunió el campo, destinado a partir de 1943 a la fabricación subterránea de los cohetes. A Buchenwald fueron deportados los «doscientos terroristas de la UNE». Un inquilino del campo, el joven Jorge Semprún, luego célebre escritor, confirma la realidad de una organización entre los detenidos que les permitía, por ejemplo, disponer de noticias sobre lo que sucedía allende los muros. También enfatiza sobre un aspecto ampliamente conocido, que los comunistas dominaban el poder paralelo del campo, lo que entrañaba una importante obligación: «Tener el poder significaba tener la responsabilidad de los barracones». Pero no todos los internados de Buchenwald eran del PCE; había republicanos de otras ideologías. Como Vicente Moriones Belzunegui, mugalari navarro, secretario de la CNT del Norte, que se reincorporó después a la lucha antifranquista. Semprún cifra el número de supervivientes republicanos entre 100 y 150. Eugen Kogon, por su parte, asegura que el 12 de abril, día de la liberación, había registrados 200 españoles[68].
También hubo republicanos en el campo de Dachau y en sus Kommandos; la mayor parte procedía del penal francés de Eysses —63 resistentes de los 80 detenidos españoles en la prisión francesa—, que llegaron al campo el 20 de junio de 1944. El responsable del comité político español en Dachau era Félix Llanos, y varios de los insurrectos de Eysses terminaron en el Kommando de Allach, entre ellos Miguel Portolés, destacado dirigente del PSUC y miembro del Comité Internacional. Otros expedicionarios murieron en Dachau o sus Kommandos: Manuel Bonet, Joaquín Barrios, Alberto Sánchez, Ricardo Díaz, Azagra… Otra expedición destacada de republicanos había sido conducida al campo central en 1942, y formaban parte de ella miembros de la Resistencia francesa. El gallego Garrido Vidal ha relatado los últimos días en los Kommandos de Dachau; entre el 24 de abril y el 30 por la mañana los habían trasladado por los Kommandos de Kaufering, Landsberg y Allach, caminando y agotados. Cuando llegaron los americanos a Allach, había 50 supervivientes españoles. Dachau fue liberado el 29 de abril de 1945 por el Ejército americano, y quedaban 267 supervivientes españoles. Una bandera republicana confeccionada por el catalán Lluís Sunyer ondeaba en la entrada cuando arribaron los libertadores. Joan Martorell, deportado en Dachau, sostiene que vio llorar al general francés Leclerc, bajo cuyas órdenes combatieron muchos republicanos, cuando visitó a los franceses y españoles[69].
El campo de exterminio por excelencia era Auschwitz–Birkenau, y los hornos crematorios se encontraban en Auschwitz II (Birkenau), en un bosque de abedules; se calcula que perecieron un millón de personas en cada uno de los tres campos principales ubicados en territorio polaco, además de otro millón en los campos anexos. El 17 de enero 67 000 supervivientes fueron trasladados por los SS hasta los campos en Alemania ante la proximidad del Ejército soviético. La mayoría de ellos murió a causa de las penalidades extremas del itinerario. O despedazados por los perros lobos. O asesinados por sus vigilantes; cuando la liberación, sólo había en los tres campos unas 5000 personas. En este campo aconteció el 18 de marzo de 1944 un episodio insólito: la boda entre un brigadista austríaco, Rudi Friemel, miembro del 4.º Batallón de la 11.ª Brigada Internacional, y una refugiada española, Margarita Ferrer Rey, que vivía en libertad; se habían conocido en 1938 en el pueblo catalán de Falset durante los ajetreos de la guerra civil. Aunque el enlace se efectuó en la oficina del registro civil del pueblo de Auschwitz, después celebraron la fiesta en el campo: regalos, marcha nupcial, banquete en el comedor de los SS, fotografías de rigor y noche de bodas en el burdel. Después de un intento de evasión, Friemel fue ahorcado el 30 de diciembre de 1944. Unos doscientos españoles, de los quinientos que pasaron por el archipiélago Dachau, el campo central y sus Kommandos, consiguieron sobrevivir.
La presencia de republicanos en otros campos de exterminio puede considerarse, a salvo de nuevas investigaciones, como testimonial. En el de Sachsenhausen–Oranienburg hubo más de un centenar de españoles, y sobrevivieron 26, entre ellos el ex jefe del Gobierno republicano Largo Caballero, quien murió poco después, en 1946. En el campo de Flossenbürg, en la frontera checo–germana, perecieron 14 españoles. En uno de los campos más duros de Polonia, Treblinka, conocemos la presencia de dos españoles, Joaquín García Ribes y otro llamado «El Maño»; intentaron fugarse, con una veintena de presos, y el segundo perdió la vida. Según Neus Català, también había españoles en Ravensbrück, un campo de mujeres. Finalmente, estaba el campo de Noderney, ubicado en la isla anglonormanda de Alderney (Aurigny), frente a la península de Cottentin (Normandía). Los últimos prisioneros que salieron de la isla fueron 20 españoles, dedicados a trabajos especiales[70]. Por lo que respecta al número total de republicanos internados en los campos, Alberto Fernández y Miguel Ángel Sanz coinciden en 12 000 internados y 10 000 muertos. El primero contabiliza en esa cifra total a los «mil españoles víctimas de los bombardeos aliados en las fábricas» y quienes desaparecieron en las cárceles de la Gestapo, además de aquellos que murieron en el transporte y en el castillo de Hartheim. Según Vilanova, basándose en las aportaciones de Casimir Climent, hubo un total de 8189 españoles en los campos de concentración (7189 en Mauthausen y sus Kommandos, 1000 en los demás campos), con 5015 muertos (4815 en Mauthausen, el 67 por ciento, y 200 en los otros campos). Unas cifras razonadas y razonables[71].
Los trenes de la muerte
También destacó la presencia de españoles en otro episodio dramático relacionado con los campos de exterminio; nos referimos a los llamados «trenes de la muerte». Cuando los aliados asentaron las cabezas de puente en el continente, la Gestapo y la policía de Vichy trataron de conducir a territorio alemán a los prisioneros más notorios entre los que estaban recluidos en los establecimientos penitenciarios franceses. El convoy número 7909 transportaba 2166 prisioneros —100 hombres por cada vagón de carga—, entre ellos a 65 españoles. El destino era Dachau, y en un trayecto de 905 kilómetros invirtió casi 80 horas. Había partido de Compiègne–Royallieu, estación inicial de los deportados, a las 9.15 horas del 2 de julio de 1944 y llegó a las 16.30 horas del día 5, entre calores, sabotajes y muerte. El joven español Andrés González, que cumplió dieciocho años en el viaje, alcanzó Dachau con 97 cadáveres en su vagón; fue el único superviviente, y en el trayecto contempló todas las miserias posibles. Vio a los jóvenes aplastar a los más viejos por un poco de aire, a la gente enloqueciendo entre sus excrementos, observó cómo los tenedores atravesaban los cuerpos hambrientos. En un vagón iban varios activistas que procedían del penal de Eysses, supervivientes de la rebelión —entre ellos, el valenciano Miguel Portolés—, tipos duros y veteranos de situaciones extremas, que consiguieron escapar al caos de otros vagones. De los 2166 expedicionarios llegaron vivos a Dachau 1630; de los 65 españoles, 40. Ocurría que, amén de las adversas circunstancias, con los detenidos políticos y raciales viajaba también la escoria de la sociedad. Algunos autores señalan que el hecho de que fueran delincuentes comunes mezclados entre los políticos estaba planificado para agravar aún más las condiciones del viaje. Lo que no descartaba que presos políticos y judíos pudieran comportarse como seres abyectos en circunstancias extremas; como sucedió en el vagón donde iba el citado Andrés González, en otros compartimentos sólo sobrevivieron los más jóvenes, fuertes y listos. El viaje siempre estaba dominado por una atmósfera de irrealidad: sed y hambre, suciedad y violencia; y una sensación de orfandad. Como escribió el deportado Albert Cannac: «¡Mientras esto ocurría, las buenas gentes de Europa dormían con la conciencia tranquila y el alma en paz!».
El día 3 julio de 1944 partió otro tren con deportados de la estación de Toulouse, y su destino era también Dachau. Un viaje todavía más atroz que el anterior. Llevaba los últimos internados de los campos de Noé y Le Vernet —mutilados, ancianos, enfermos, jóvenes de la Resistencia…—, militares profesionales españoles internados en la prisión de Perpiñán —los coroneles Salabert, Eleuterio Díaz–Tendero, Miguel Sánchez Redondo y Velasco, además del doctor Parra—, detenidos de la cárcel Saint Michel —entre ellos, 45 mujeres y 25 integrantes de la 35.ª Brigada FTP–MOI—, y una serie de personalidades francesas del mundo de la cultura y la ciencia; unos 700 hombres y mujeres. Desde Toulouse se dirigió a Burdeos, después a Angulema, donde fue atacado por la aviación aliada, y regresó a Burdeos, donde bajaron a los viajeros, a quienes encerraron en una sinagoga entre el 12 de julio y el 8 de agosto. A resultas de las huidas que se produjeron en Angulema, fusilaron a diez viajeros. El tren volvió de nuevo a Toulouse, y llegó a Dachau después de un trayecto que discurrió por Carcasona, Montpellier, Montélimar y Lyón. Cuando abrieron los vagones, la mayor parte de los pasajeros estaba muerta. Un deportado español en Dachau, Joan Martorell, los vio llegar en tal estado, que observa con lógica de desolación: «No comprendimos por qué los alemanes no los habían matado antes». Uno de los que escapó fue Ángel Álvarez, que se reincorporó a la Resistencia. En el tren del que huyó viajaban, aunque lo desconocía, su madre y su hermana Arlette. El padre de Álvarez había muerto en el frente de Aragón, y su hermano Amador pasó del penal de Eysses a Dachau. Félix Burguete, jefe de las brigadas de Aude y Altos Pirineos, también consiguió escapar, así como otros españoles, franceses e internacionales. Llegaron a Dachau 479 personas, 285 extranjeros; 171 españoles, entre ellos. La única noticia positiva fue el apoyo que tuvieron de los ferroviarios y sus familias, que les introducían comida y medicinas por los ventanucos de los vagones, cuando se detenían en las estaciones[72].
Los problemas para los internados no acabaron con la liberación. Algunos de esos problemas eran figurados y difíciles de entender retrospectivamente; otros afectaban a cuestiones básicas. Entre muchos supervivientes no sentó bien que sus libertadores fueran americanos; hubieran preferido ser salvados por los rusos, y esa actitud era incluso más generalizada entre las mujeres. La sobrecarga ideológica favorecía representaciones de la realidad extremadamente sesgadas. Mercedes Bernal, que estuvo en Elbe, relata: «Fuimos liberadas por los americanos. No se portaron nada bien; eran tan salvajes como los mongoles; no puedo hablar bien ni de los unos ni de los otros. Fueron horribles. Nos metieron en vagones de ganado como cuando fuimos al campo. Venían a tirarnos chocolates u otras golosinas y luego, con el fusil, hacían bajar a las que se les antojaba. No guardo ningún recuerdo agradable de mi liberación». Carmen Buatell, deportada en Ravensbrück, refuerza esa impresión: «Caímos en manos de los americanos, estos americanos de m., que nos trataron muy mal; ni agua nos dieron de beber. Nos fuimos a la jefatura a reclamar y nos echaron casi a patadas. Gracias a que encontramos a los rusos, que nos acogieron, y nos llevaron a un hospital». Ramón Garrido Vidal, internado en el Kommando de Allach, adscrito a Dachau, manifiesta: «Había muchos que creían que los americanos traían con ellos el oro y el moro, pero de no haber salido a requisar por los alrededores hubiéramos atravesado una difícil situación. Ni siquiera han llegado aún medicamentos, cosa realmente indispensable teniendo en cuenta el deplorable estado en que nos encontramos todos». Pero no todos los republicanos de los campos albergan sentimientos negativos. Conchita Ramos guarda un buen recuerdo de ellos: «Organizaron bien las cosas»[73].
Sobrevivir a los campos de exterminio para los apátridas españoles sólo significaba continuar con vida. De momento. En el primer año de libertad, murieron la mitad de quienes escaparon a los campos. Los republicanos verificaron además que, tras varios años de degradación y desesperanza, sus libertadores seguían considerándolos indeseables, que nadie quería hacerse cargo de ellos. El único país que parecía tener unas ciertas obligaciones morales era Francia: habían sido detenidos en ese país y al servicio de su Ejército o de su Administración. Poco a poco consiguieron retornar. En algún caso, gracias a un golpe de suerte. La llegada de Roger Guérin, que conocía a los españoles de la Resistencia, hizo posible que los republicanos de Sachsenhausen–Oranienburg fueran trasladados a Francia. Un superviviente, Felipe Nogueral, recoge sus palabras: «Es un honor para Francia ser la patria de adopción de unos hombres y unas mujeres que fueron los primeros en Europa en enfrentarse con los nazis y los fascistas». Ramón Buj Ferrer asegura que las autoridades los aceptaron finalmente porque razonaban que Francia era una estación de paso hacia España, orillando en sus análisis la realidad de la dictadura franquista. La unidad y la determinación de los republicanos para quedarse en Francia obligó a los franceses a reconsiderar su posición inicial. Pero representaba otra decepción más. Como no estaban dispuestos a cruzar la frontera, algunos fueron internados en un campo para desplazados en Châlons–sur–Marne.
Los repatriados de los campos nazis llegaban a París y eran alojados provisionalmente y clasificados en el Hôtel Lutétia. Los deportados franceses tenían una prima de repatriación: 1000 francos y 8 cajetillas de «gauloises». Si eran españoles, aunque hubiesen sido deportados por Francia, no recibían dinero ni tabaco. En el campo de Récébédou, con el apoyo de la Spanish Refuges Aid, se levantó la llamada Colonia Don Quijote, donde fueron llevados 586 españoles liberados de Mauthausen. Pero los supervivientes molestaban a casi todos. «Fuimos recibidos en algunos medios como apestados peligrosos», recuerda Joan Martorell, deportado en Dachau. En una reunión con Dolores, en Toulouse, «se nos acusó de sospechosos por no haber muerto matando…, me pareció lamentable». Y eso lo decían quienes huyeron de Francia antes de escuchar el primer tiro. «La teoría era que si habías sobrevivido es que habías colaborado con los nazis». Los políticos ya estaban ensimismados en sus querellas particulares, incluidos quienes habían desaparecido durante la guerra. Los deportados también echaron de menos que las autoridades republicanas en el exilio, incluso los partidos, les acogieran como se merecían. La única institución que exhibió un comportamiento adecuado fue el Gobierno vasco, que pagó cinco mil francos a cada uno de los euskaldunes supervivientes —murieron 64 vascos— de los campos de exterminio. Las autoridades francesas permitieron hasta octubre de 1945 el regreso de los deportados españoles. Desde esa fecha, exigieron la documentación propia de un extranjero[74].
Los republicanos que escaparon a la muerte no fueron bien tratados. Ni por los libertadores en general, ni por quienes los recibieron. Era un tiempo de soldados y de héroes, y las víctimas resultaban molestas. La salida de los campos no les garantizaba a la mayoría una vida de normalidad. Como escribe Català: «Los más afectados física y psíquicamente murieron o se dejaron morir; algunos se suicidaron. ¿Quién podrá llegar al fondo de nuestra tragedia, si nosotros mismos no somos capaces de expresarla?». El americano Pike aporta un dato para la desolación: José Sala, superviviente del Kommando de Steyr, se suicidó una hora después de la liberación. Importantes secuelas psíquicas y físicas acompañarán a los supervivientes, y el suicidio tachonará puntualmente las vidas de estos hombres y mujeres. Una parte de ellos se decidió por el silencio más absoluto. De hecho, una mayoría nunca habló de lo ocurrido; otros recorrieron los psiquiátricos para recomenzar la vida; varios terminaron en la locura, como Casimir Climent: uno de los españoles decisivos para la memoria de Mauthausen la perdió él mismo. Pero había que vivir. «Y es que sentaba bien, en definitiva, estar vivo», escribe Jorge Semprún. Pero lo peor de todo era el estigma que llevarán para siempre. En la lucha clandestina siempre queda una sombra de duda sobre quien sobrevive a una caída, el que derrotó a la no vida de los campos de exterminio[75].
EL DESORDEN DE LOS NÚMEROS
Los resistentes españoles tuvieron su momento de gloria durante los meses posteriores a la Liberación. El 17 de septiembre de 1944 desfilaron en Toulouse ante Charles de Gaulle miles de guerrilleros FFI, entre ellos 3000 españoles. Pero fue sólo un acontecimiento espigado entre innumerables celebraciones que siguieron a la expulsión de los nazis, y cuando una especie de fraternidad universal atravesaba la geografía francesa. Más de doscientos republicanos recibieron condecoraciones de las autoridades de la Victoria, y a varios de ellos se les concedió la Legión de Honor. Pero la tradición también sobredimensionó la contribución de los republicanos en la Resistencia. El guerrillero y cronista Alberto Fernández consigna en su obra sobre los maquis en Francia, que uno de los mandos de la AGE le comunicó que se habían entregado a las autoridades 60 000 hojas de desmovilización correspondientes a otros tantos guerrilleros españoles. La cifra mágica empezó a circular y a repetirse en otros textos, y el cómputo sólo recogía a los guerrilleros tutelados por el UNE. Quedaban al margen todos aquellos republicanos encuadrados en agrupaciones francesas, y tampoco incluía a los integrados en la MOI de París, como los españoles que lucharon en el Grupo Manouchian. El correlato era inevitable: «Había pues, aproximadamente, cien mil españoles en las filas de la Resistencia en Francia —unos 60 000 en el Ejército, unos 25 000 a 30 000 en los maquis—, el resto en los trabajos citados más arriba». «El “resto de los trabajos” se refiere esencialmente a enlaces, puntos de apoyo y servicios de evasión». Computa a todos los republicanos que de una manera u otra se comprometieron activos contra los alemanes y colaboracionistas franceses. Por tanto, la exageración es en realidad un severo problema de conceptos[76].
Según Manuel Tuñón de Lara, al finalizar la Liberación el número de españoles encuadrados en la AGE alcanzaba los 12 231, 10 231 guerrilleros activos y los 2000 restantes eran encargados de los puntos de apoyo, redes de evasión e información. Habría además unos 5000 en el MUR y en unidades independientes, 3000 en el sur y 2000 en el norte. Otros 4000 participantes en la Liberación de París. El arqueo final alcanzaba los 21 231 hombres. Añade a esta cifra de guerrilleros, 1000 hombres de la División Leclerc, 5000 en la Legión Extranjera, 10 000 de los Regimientos de Marcha, a quienes había que añadir muertos en combate y deportados… Asegura el maestro de historiadores que unos 50 000 españoles participaron de una u otra forma —incluidos enlaces— en la Segunda Guerra Mundial: el 25 por ciento de los españoles en edad de combatir. En la misma línea argumental están los guarismos aportados por el historiador y guerrillero Pons Prades, quien mantiene que antes del desembarco de Normandía —la mayor parte de los guerrilleros se apuntaron en los días finales de la Liberación— había 12 000 guerrilleros republicanos, más un millar en organizaciones francesas, y dobla los números anteriores en caso de contabilizar a quienes participaban de una u otra forma en la Resistencia y no estaban armados. El militante comunista Sixto Agudo contabiliza 4000 guerrilleros en el Midi, y sitúa la participación de los republicanos encuadrados en las FFI en torno a los 20 000 hombres. Stein recoge las contabilidades propuestas por autores extranjeros, que en algún caso incrementan las españolas: «Anthony Edén declaró que tres de cada cinco maquisards eran republicanos españoles, pero esta proporción parece demasiado elevada. Los cálculos de Pierre Bertaux de 60 000 guerrilleros españoles son probablemente los más aproximados a la realidad. Unos 25 000 españoles murieron en el combate, incluyendo tanto a los que se hallaban en los campos de concentración y el Ejército regular, como a los del Maquis». Rafaneau–Boj escribe que 3500 españoles estuvieron enrolados en la Legión y los RMVE, y 20 000 guerrilleros en territorio francés, distribuidos así: 10 000 en la AGE, 5000 en el MUR y 4000 en París; contando a los inscritos en los GTE, Todt y STO los españoles «activos» durante la guerra alcanzarían los 40 000. La historiadora francesa reintroduce un apartado interesante: el de aquellos que no se registraron en la Resistencia pero que participaron como auxiliares de la misma, generalmente mujeres, y que pusieron sus vidas en peligro como los combatientes: enlaces, correos de propaganda y armas, responsables de puntos de apoyo… Un motivo de debate por cuanto nunca aparecen en las estadísticas, que sólo explican parcialmente la realidad[77].
Resulta evidente que no existió un intento de manipular la participación de los españoles en la guerra contra Hitler. Si aceptamos la figura del resistente en sentido amplio —trabajadores obligados, enlaces, deportados, etcétera—, las cifras anteriores se aproximan bastante a la realidad. Si partimos de parámetros más exigentes, esas magnitudes no corresponden a lo ocurrido sino al estado de ánimo de un momento concreto en que la euforia se había convertido en factor de cálculo. El gigantismo de los números no es patrimonio de los republicanos españoles. Ocurrió igual en Francia. «Pocos años después de la guerra, se distribuyeron unas doscientas cincuenta mil cartas de “combatientes voluntarios de la Resistencia”». Al evocar esta cifra, Henry Bailly–Guerchon, secretario general de los Voluntarios de la Resistencia, exclama: «Si realmente hubiésemos contado con doscientos cincuenta mil resistentes, nos habríamos dado cuenta de ello». De todos modos, por la propia naturaleza de la lucha se impone precisar que, en contra de algunos intentos totalizadores, resulta imposible determinar con exactitud los españoles que estuvieron en la lucha contra Hitler, y lo más honrado consiste en hablar de aproximaciones con un elevado porcentaje de error. Utilizar las fuentes oficiales para reducir al mínimo la presencia española en Francia no resulta serio, por cuanto esos números estaban igualmente manipulados por intereses políticos o partidistas. Conociendo la trayectoria intelectual y personal de los autores que asentaron magnitudes sobredimensionadas, podemos deducir que no existió un intento de exagerar la presencia de los españoles en los campos, la Resistencia o la reemigración. Las cifras eran resultado del caos que significó el exilio masivo y una guerra de guerrillas que ni lleva un contable para hacer estadillos ni dispone de técnicos para efectuar un inventario final. Entre tanto bizantinismo de quienes reducen la historia a un asunto de contables, algunos historiadores introducen un ramalazo de cordura. Como Temime: «Hay que evitar las disputas de números en las que se complacen muchos historiadores, y que finalmente camuflan los verdaderos problemas y las realidades. Y es precisamente a estas realidades a las que hay que tratar de llegar». Un agente republicano refleja las dificultades para perfilar los números del exilio, incluso por aproximación: «Se da el caso de varios individuos que han vivido en la misma época en un mismo campo y hacen estimaciones cuyas cifras varían de por ejemplo 15 000 a 20 000. Otros dan cifras astronómicas, las que le vienen a la imaginación». Después de la Liberación, también se hinchó el número de guerrilleros con el objetivo de acceder a los beneficios administrativos y económicos derivados[78].
Miguel Ángel Sanz, uno de los personajes decisivos de la Agrupación de Guerrilleros, hace ya años que realizó una crítica ponderada de los números que circulaban en los ambientes del exilio. Combinando la documentación existente y el testimonio de sus compañeros de lucha, corrigió las cifras previas para situarlas en parámetros más lógicos. En primer lugar, y en contra de las tesis de Stein, laminó el mito de que cuatro departamentos franceses (Ariège, Bajos Pirineos, Altos Pirineos y Pirineos Orientales) «habían sido liberados exclusivamente por españoles». Matiza con buen criterio que en esos departamentos la presencia española fue muy importante, incluso decisiva —caso de Ariège—, pero que pelearon hombro con hombro con los franceses. «¡No ha habido ningún departamento liberado exclusivamente por españoles!». Elimina también otra de las leyendas contables de la Resistencia: los famosos 4,000 republicanos que combatieron en las barricadas parisinas. Sanz señala que una cifra optimista alcanzaría los 500 combatientes en París y además especifica de dónde procede el error. Fue el jefe guerrillero francés Charles Tillon quien en 1962 habló de 4000 españoles en el París insurrecto en su libro sobre los FTP–MOI. Sanz apunta que él mismo repitió esa magnitud, con la correspondiente cita, y además explica por qué lo hizo. «En aquellos tiempos estábamos completamente olvidados y si el jefe nacional de los FTP exageraba nuestra participación en la insurrección cuando nadie nos citaba en ningún libro ignorando nuestros combates en todos los departamentos no quise desmentirlo aunque debiera haberlo hecho». Finalmente, en el mismo trabajo, Sanz establece tres magnitudes que han permanecido estables hasta hoy: los españoles intervinieron en más de 600 operaciones de relieve, participaron de manera significativa en los combates de 31 departamentos y en agosto de 1944 el número de guerrilleros —se habían incorporado la mayoría de quienes estaban en la reserva— alcanzaba los 10 000. Efectivamente, parece existir un acuerdo en fijar en unos 10 000 el número de guerrilleros españoles en la Resistencia francesa. Guy Laroche, coronel de las FTP, habla igualmente de 10 000 «guérilleros» españoles. También Pierre Montagnon insiste en esa cifra, y en la relevancia de los republicanos en los departamentos pirenaicos. Igualmente hubo entre los exiliados muchos oportunistas de los últimos días, los repetidos «resistentes de septiembre». O simplemente republicanos que se alistaron para seguir comiendo. Javier Rubio, por su parte, observa que mientras la proporción de españoles en las unidades militares regulares en 1940 era insignificante —85 divisiones francesas por una española si hubieran estado unidos—, no lo fue su participación en las guerrillas, pues aportaron un tercio de los guerrilleros de la Francia libre. También por comparación. Como observa Dreyfus–Armand, en el verano de 1944 entre el 8 y el 10 por ciento de los refugiados españoles se encontraban comprometidos con la Resistencia. Por lo tanto, desde un punto de vista porcentual la participación española fue más representativa que la de cualquiera de las comunidades exiliadas en Francia —con la excepción de la polaca— y con una implicación comparativa mayor que la de los propios franceses[79].
El grueso de la guerrilla española se ubicó en el Macizo Central, los Alpes y el Sudoeste —en especial los departamentos fronterizos—, estuvieron presentes en 68 de los 96 departamentos franceses (aunque en 29 de ellos la intervención fue testimonial); y participaron activamente en la liberación de 49 ciudades. También estuvieron en París, así como en el Vercors, Glières y Mont–Mouchet. Hubo presencia republicana en las bolsas del Atlántico: Lorient, Royan, Le Verdón y La Pointe–de–Grave. Lucharon en los Regimientos de Marcha y en la Legión extranjera. Asimismo fueron decisivos en las redes de evasión. Sixto Agudo afirma que los guerrilleros hicieron 1907 muertos a los alemanes, varios centenares de heridos y 4200 prisioneros. France d’Abord, órgano clandestino de los FTP, publicó un resumen de la actividad de los republicanos en la Resistencia: máquinas de ferrocarril destruidas, 80; puentes destruidos, 150; líneas de conducción eléctrica, 600; centrales eléctricas destruidas, 6; ataques a fábricas, 20; sabotajes importantes en minas de carbón, 22; combates librados, 512; prisioneros enemigos, 9800; muertos enemigos, 3000; prisioneros resistentes liberados, 190[80].
También se engordó el número de españoles muertos en los campos de Europa. Un manifiesto de la FEDIP (abril de 1969) hace el siguiente balance: 25 000 fallecidos en combate —incluyendo a quienes pelearon en las tropas aliadas y los maquis—, 10 000 en los campos de exterminio, casi todos ellos en Mauthausen. Un total de 35 000 republicanos caídos. Habría que añadir a los muertos en los campos de internamiento franceses y las víctimas indirectas, como los trabajadores que perdieron la vida cuando los alemanes invadieron Francia; también entre quienes fueron enrolados en los organismos de trabajo obligatorio y los que fueron llevados a Alemania encuadrados en la Organización Todt. Geneviève de Gaulle Anthonioz mantiene la cifra de 35 000 víctimas estimadas entre los republicanos durante la Segunda Guerra Mundial en los diferentes apartados, desde los combates hasta los campos de exterminio. Félix Santos matiza esos números; habla de 6000 muertos en Mauthausen; otros 6000 en los ejércitos regulares; dice desconocer los muertos en el maquis e introduce un espacio geográfico nuevo: 300 muertos entre los incorporados al Ejército soviético que combatió a los alemanes. Pero las cifras anteriores no se sostienen. Por ejemplo, sabemos que los muertos de Mauthausen no alcanzaron los 5000. Tampoco pudieron morir 6000 españoles en los ejércitos regulares si el número de encuadrados en los mismos no superó los 4000 una vez comenzada la guerra. Por lo que respecta a las bajas de los guerrilleros, fueron mínimas. Según Ferran Sánchez Agustí sufrieron 234 bajas; Sixto Agudo rebaja la cantidad y sitúa en 162 los muertos. Rafaneau–Boj también inventaría a los muertos: «Un millar de víctimas en las filas del ejército, seiscientas en los de la Resistencia y al menos diez mil de los doce mil deportados a los campos de la muerte. En suma, unos doce mil muertos»; 25 000 para José Borrás. La historiadora Dreyfus–Armand, con su rigor habitual, aporta la cifra de 10 000 muertos republicanos en la experiencia francesa entre 1939–1945. Pero es de nuevo Emile Temime quien introduce el necesario sentido común cuando hablamos de números: «Las pérdidas en vidas humanas son prácticamente imposibles de cuantificar»[81].
En el momento de la Liberación, Eisenhower, el jefe de las fuerzas aliadas, habría de rendirles el siguiente homenaje: «Nuestro Estado Mayor estima que el valor de la ayuda que aportaron las FFI a la campaña de liberación representa el equivalente humano de quince divisiones y que, gracias a esta ayuda, nuestra rapidez de avance a través de toda Francia se vio enormemente facilitada. La intervención de los maquis permitió retrasar el avance de los alemanes y, algunas veces, logró incluso destruir o movilizar por completo su potencial militar». Pero no todos lo vieron de ese modo. Haciéndose eco de una historiografía ultraconservador, Caballero Jurado escribe que la llamada Liberación fue en realidad «un cómico simulacro de batalla, una celebración teatral, y a continuación se inició la tragedia de la venganza»[82].