CAPÍTULO V

Ensayo general

La guerrilla era un testimonio de libertad.

JORGE SEMPRÚN

Charles de Gaulle fue nombrado presidente único de la Francia libre en noviembre de 1943, y la Asamblea Consultiva Provisional se reunió en Argel para elaborar las primeras leyes. Aunque los líderes franceses todavía se encontraban en las colonias, el CFLN adquirió el 3 de junio de 1944 la condición de Gobierno Provisional de Francia. Americanos e ingleses, proclives a Giraud y contrarios a De Gaulle, ignoraron a los nuevos mandatarios hasta varios meses después. El beneplácito final constituyó un éxito para la Resistencia, porque las potencias anglosajonas manejaron la hipótesis de tratar a Francia como país derrotado, al igual que hicieron luego con Alemania. Fue el general De Gaulle quien hizo posible que Francia apareciera entre los países vencedores de la guerra: un hombre providencial para la victoria; exactamente igual que lo había sido Pétain tras la derrota. El País de la Razón se entregaba a los Hombres Salvadores. Menos mal que los rusos, primero, y los americanos, después, pusieron la mano de obra. El Comité de Acción Militar, brazo armado del CNR, encargó a los guerrilleros «destruir a los funcionarios afectos a los alemanes. Detener y, en caso de ser necesarios para el éxito de la insurrección, ejecutar a los traidores, “milicianos” de Darnand, Unión Nacional Popular, Partido Popular Francés, dirigido por Doriot, Francistas, etcétera». La batalla final había comenzado[1].

En ese marco favorable, los líderes republicanos —que no la base— proseguían con su afición favorita: las discrepancias. En noviembre de 1943, socialistas y republicanos fundaron en México la Junta Española de Liberación, y en agosto de 1944 —con el apoyo de los libertarios— se constituyó la JEL en Toulouse. En España, mientras tanto, los mismos grupos organizaron la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas. Eran organismos surgidos al calor de la victoria, por la que nada hicieron sus miembros, que lo fiaban todo a la intervención de los aliados. El único partido que había luchado en Francia contra los alemanes y en España contra Franco era el PCE, y también contados militantes de otras formaciones —especialmente, los libertarios— que desconocieron las consignas de sus respectivas corporaciones. Pero los comunistas en Francia pagaron el vértigo de los acontecimientos y la extrema fragilidad de la memoria. En cuestión de meses, pasaron de aparecer entre los vencedores, de dominar en el palenque de la historia, a figurar entre los apestados.

LOS GUERRILLEROS DE LA UNIÓN NACIONAL

Los resistentes republicanos disponían a finales de 1943 de una organización armada sólida y autónoma, pese a que teóricamente dependían de los mandos comunistas de la Resistencia. En el proceso de adaptación a las nuevas circunstancias, se estableció que cada destacamento alumbraría una unidad de tipo batallón, estos formarían brigadas, que a su vez se encuadrarían en una formación regional superior, la división. Silvestre Gómez «Margallo» tutelaba el XIV CGE después de la caída de Ríos, auxiliado por José Cuevas (jefe de Estado Mayor) y Carlos Mera (comisario político); la detención de este último llevó a la comisaría a José Trujillo «Peque». Entre los colaboradores del EM destacaban Luis Walter y José María Caba. Silvestre Gómez estuvo al frente de los guerrilleros republicanos hasta el mes de abril de 1944, cuando se internó en España por orden del PCE. Miguel Ángel Sanz escribe que cuando empezó el año 1944 disponían de 28 brigadas encuadradas en siete divisiones, ampliadas después a nueve, amén de otras dos ubicadas en la Francia ocupada; los resistentes de la UNE eran además los únicos reconocidos por las Fuerzas Francesas del Interior. Un decreto de 25 de agosto de 1944 lo confirmó por enésima vez: «Art. 1.º: Las únicas fuerzas españolas integradas en las FFI son las de la Agrupación de Guerrilleros de la Unión Nacional Española. Art. 2.º: Todas las fuerzas españolas que no formen parte de la Agrupación de Guerrilleros españoles, serán desarmadas y desmovilizadas».

Los departamentos fronterizos encabezaban la aportación militar de los republicanos, aunque los servicios de inteligencia y los diplomáticos franquistas no lo entendían así. Un despacho del cónsul español en Perpiñán al director general de Seguridad aseguraba el 8 de marzo de 1944 que los españoles «solamente contaban con un modesto maquis en Cassagnes, en la Tour–de–France, antigua frontera de España», que además había sido atacado por los alemanes, con el resultado de un muerto y tres heridos. Continuaba V. Vía Ventalló: «Posteriormente se ha constituido otro maquis de mayor raigambre que, según los rumores que circulan, se encuentra situado cerca de Vernet–les–Bains y cuya jefatura se atribuye al tristemente célebre Enrique Líster». Noticia que tiene dos explicaciones posibles. O los servicios de inteligencia franquistas negaban su nombre, o el diplomático no quería ser heraldo de malas noticias. Posiblemente fuera lo primero: localizar a Líster en el sur de Francia por esas fechas rezuma desorientación. El propio cónsul parece que rectifica el 26 de julio de 1944: el maquis acentuaba su importancia. Registra como núcleos significativos de Ariège los de Saint–Girons y Lavelanet; y corrobora sus informaciones con episodios ocurridos en la última localidad, relevante centro manufacturero, donde treinta hombres armados asaltaron el pueblo y desvalijaron las tiendas de comestibles. «Los cuatro o cinco gendarmes del puesto y los habitantes, ya sea por simpatía, ya por miedo, no se movieron y los maquisards se marcharon con su botín a las montañas». Pocos días después atacaron de nuevo, en número de trescientos, tres establecimientos, llevándose una tonelada de azúcar, ropas, calzado y el armamento de los gendarmes; y además, «matando a un soldado alemán que, pasando por allí casualmente, no se dejó desarmar». Al día siguiente, los nazis y la Milicia tomaron el pueblo, donde impusieron el toque de queda desde la diez de la noche. «Peores actividades tienen en Pirineos Orientales, donde en los alrededores de Amèlie–les–Bains no dejan bajar el carbón para los gasógenos y donde matan a todo soldado alemán que se les pone a tiro». La situación parecía empeorar para los alemanes (y los franquistas). El diplomático observa igualmente la existencia de resistentes en Aude, y especifica actividades subversivas en Axat y Lézignan, apoderándose en la primera localidad del racionamiento de la población y en la segunda, de tabaco por valor de 40 000 francos. También advierte la presencia de un importante destacamento en Limoux[2]. Pero Vía Ventalló carecía de información o la ocultaba. Más de treinta departamentos franceses contaban con presencia española, materializada en el despliegue de varias divisiones, especialmente en la divisoria pirenaica.

La 1.ª División, que integraban seis brigadas, fue una de las unidades pioneras y emblemáticas entre los españoles. Conducida en un primer momento por José Antonio Valledor y José García Acevedo, la heredó más tarde Luis Bermejo. La 2.ª Brigada actuaba en Alto Garona (Toulouse) y su jefe era Joaquín Ramos, que repartía el mando entre la 2.ª Brigada y la 35.ª Brigada de la MOI, conocida como «Marcel Langer». Las dos unidades conformaban la «Interregión B», que también abarcaba los destacamentos de la MOI de Tarn–et–Garonne y Lot–et–Garonne. Cuando Ramos operaba con la 35.ª, el jefe de la división, Bermejo, se hacía cargo de la 2.ª. Alto Garona se había constituido en el primer momento como uno de los santuarios de las redes de evasión, cuyo paradigma fue el grupo de Ponzán Vidal, y también se advirtió desde un principio la influencia de grupos armados de otros departamentos vecinos, como Ariège o Tarn. El aspecto más positivo para los guerrilleros fue que, desde 1944, empezaron a recibir armamento procedente de los parachutajes, y el 5 de febrero de ese año se registró un atentado que marcó un hito en la región: el asalto a un tranvía que transportaba soldados alemanes y que se saldó con 40 muertos y 60 heridos. En el departamento adquirió especial protagonismo Toulouse, capital del exilio español hasta la muerte de Franco, pero en la ciudad también hizo mella el colaboracionismo. De hecho, la presencia de guerrilleros tolosanos en la resistencia armada fue mínima hasta los momentos finales de la Liberación. La 2.ª Brigada pasó a formar parte de la 2.ª División cuando se produjo el reajuste definitivo.

La 3.ª Brigada, radicada en Ariège (Foix), fue una de la más representativas de los españoles. Aunque se sucedieron los mandos —Victorio Vicuña, Pascual Jimeno «Royo», Ángel Mateo, otra vez «Royo»—, mantuvo la estabilidad gracias al jefe de EM, José Antonio Alonso «Comandante Robert». La unidad estaba integrada por unos trescientos resistentes, distribuidos en tres batallones. El primero lo gobernaba Femando Villajos «Tostao», con 80 hombres; el segundo, Alfonso Gutiérrez «Alberto», con igual número, y el tercero lo administraba Alfonso Soto «Barbero». Por lo que respecta al global de la guerrilla en el departamento, había tres sectores activos, que correspondían a los distritos de Foix, Pamiers y Saint–Girons. Según el comisario de Información, en Foix estaban los maquis de Montségur, Bélesta, Roquefort y Trimouns; casi todos alimentados por republicanos españoles. En Pamiers se conocía la existencia de los maquis de Manses, Saverdun, Gudas–Herviel, Pastouret y Liquier; con mayoría de españoles y franceses. Y finalmente, la policía detectó en Saint–Girons la presencia del maquis del cantón de St.–Croix y otros situados en Massat, el collado de la Crouzette y el bosque de Riverenet[3]. Las comunicaciones entre maquis se hacían mediante enlaces, sobre todo mujeres. Los principales objetivos militares de esta brigada eran los trenes de mercancías que transportaban alimentos, minerales o armas. Avisados por los trabajadores de las fábricas, los empleados del ferrocarril o incluso por infiltrados en instituciones represivas, como la Prefectura, estaban al tanto de todos los movimientos y disponían del tiempo suficiente para preparar los correspondientes ataques. «El movimiento de los ferroviarios franceses fue uno de los más importantes. Rindieron infinidad de servicios y ayudaron mucho a los camaradas españoles que tenían que trasladarse de un lugar a otro», afirma José Antonio Alonso[4].

En el departamento de Tarn–et–Garonne (Montauban) actuó la 4.ª Brigada. Fueron sus jefes Teruel y Sebastián Castillo, que luego pasó a Landas y fue reemplazado de nuevo por Teruel. La detención de Luis Ortiz de la Torre, jefe de EM de la brigada, representó un duro contratiempo. La unidad, que funcionaba desde 1943, destacó por la calidad y cantidad de los sabotajes aunque los guerrilleros no se prodigaron, más proclives los republicanos de la zona a la actividad política que militar. Montauban era, como Toulouse, un centro de confinados españoles y encrucijada de caminos. No obstante, al abrigo del campo de internamiento de Septfonds se establecieron dos importantes núcleos armados en Borrédom y Vaïssac. A diferencia de lo que acaeció en algunos departamentos vecinos, existieron unas magníficas relaciones entre españoles y franceses de la Resistencia[5].

La 9.ª Brigada bis desarrolló sus actividades en Altos Pirineos (Tarbes). Era su responsable Félix Burguete, al que habían antecedido en el cargo Ricardo Gonzalbo y Rafael López, muertos en combate. Burguete pertenecía a la emigración económica, y había promovido los primeros destacamentos armados en Bajos Pirineos, con Félix Martínez y Luciano Blasco, aunque el personaje decisivo en la formación inicial de la brigada alto–pirenaica fue Ángel Gracia «Sol», quien era al mismo tiempo responsable de la UNE en el departamento. La 9.ª fue una brigada tardía, operativa en los tiempos previos a la Liberación, porque durante años los jefes no consiguieron anudar a los grupúsculos armados que se movían por la zona desde 1941. La relevancia de las redes de evasión y el hecho de que una parte del departamento vecino de Bajos Pirineos estuviera en manos alemanas demoraron la formación de una potente unidad guerrillera. Los maquis principales se situaban en Lannemezan, Bagnères y Saint–Lary, mientras que instalaron el EM en Lesponne–de–Bigorre. Pese a su postrera constitución, desde el otoño de 1944 menudearon los atentados, sabotajes y escaramuzas, especialmente en el triángulo Lannemezan–Campan–Arreau. Pero la pulsión armada menguó con una tragedia significativa, la batalla de la Payolle, que discurrió entre el 30 de junio y el 2 de julio de 1944, cuando los republicanos fueron sitiados por 500 alemanes. El asedio fue de tal intensidad, que se vieron obligados a luchar cuerpo a cuerpo para abrirse paso entre los círculos concéntricos dispuestos por los nazis. La escaramuza se saldó con la muerte de diez republicanos, entre ellos Ricardo Gonzalbo, jefe de la brigada; también perdió la vida una enlace, Tomasa Cebrián Ortega. Otros diez españoles fueron ejecutados posteriormente. Los guerrilleros que lograron escapar se asentaron en Lesponne y, apoyados por los maquis de Lourdes, atacaron Bagnères–de–Bigorre, donde había estado durante cuatro meses el Estado Mayor del XIV CGE. Pero el día 15 de julio de 1944 los resistentes fueron desalojados de las localidades tomadas y de sus bases de Lesponne y Campan. La 9.ª Bis fue una de las brigadas que constituyó luego la 4.ª División[6].

La 10.ª Brigada extendía su presencia por Bajos Pirineos (Pau), y fue su creador Vicuña. La unidad se estableció sólidamente a partir de 1943, desarrollando una trayectoria notable; multiplicaron las acciones hasta tal punto que, entre los órganos directivos franceses de la Resistencia, cundió el temor de que la hiperactividad de los republicanos ocasionara severas represalias de los nazis. Las bases se situaban en el Col Marie–Blanche y en el Pé–de–Hourat, en la vertiente meridional, así como en la carretera de Pau–Laruns, en el poniente. En el Col Marie–Blanche el responsable era Francisco Guzmán Soriano, según atestado policial. Aparte de Vicuña, otros hombres sobresalieron en la vida de la brigada: Ricardo Ozcó, el citado Guzmán, Juan Ventura Blanco e Hilario Borao. O el canfranero Francisco Cavero, que caería tiempo después en Euzkadi cuando realizaba tareas de jalonamiento. En enero de 1944 la brigada efectuó un atentado contra un destacamento alemán en Pau, y eliminó a cinco soldados que se dirigían al aeródromo de Pont–Lons. En una pequeña capital «de provincias», conservadora, morigerada y religiosa, el episodio causó sensación. Como era previsible, los nazis practicaron numerosos arrestos y amenazaron con ejecutar a los detenidos. Aunque no lo hicieron, amedrentaron a los guerrilleros franceses no comunistas —preocupados de que las represalias alcanzaran a sus familias—, quienes, aparte de amenazar sin éxito a los españoles con desarmarlos, los excluyeron desde entonces de los parachutajes. Los republicanos siguieron con sus métodos hasta el final de la guerra y además se las ingeniaron para arrebatar a los franceses las armas que tenían en depósitos secretos. Los sabotajes mantuvieron una cadencia regular hasta la Liberación, sobre todo contra líneas de conducción eléctrica, fábricas y centrales eléctricas[7].

La 35.ª Brigada se estableció en el departamento de Gers (Auch), y entre sus jefes destacaron José Antonio Valledor y J. A. Mendizábal. Pero la historia de esta unidad —abastecida de hombres por el GTE radicado en Auch— está ligada a la biografía de un personaje legendario entre los españoles, Tomás Guerrero Ortega «Camilo». El destacamento más numeroso se encontraba en los bosques de Vic–Ferenzac, en contacto con el grupo inglés «Hilaire». Otros maquis se localizaban en Mirande, Marciac, Ville–Comptal o Condom…, todos ellos relacionados con los FTPF o la AS. Aunque los grupos gaullistas estaban por lo general bien armados e inactivos, no ocurrió así con el Bataillon d’Armagnac, dirigido por Parisot y Caillou, que fueron capaces de entenderse con los comunistas españoles y hacerles partícipes del reparto de armas. El día 6 de junio, coincidiendo con el desembarco en Normandía, un parachutaje arrojó en Gers una impresionante cantidad de armamento; en el bosque de Mazous, los guerrilleros de la 35.ª Brigada recibieron todo tipo de trabajos de guerra por parte de los franceses, que no se arrepentirían: el arrojo y la tenacidad de los republicanos brilló en todo el departamento. El día 7 de junio, los jefes Caillou y «Camilo» decidieron que había comenzado la batalla definitiva por la Liberación[8].

La 3.ª División exhibe uno de los historiales más esplendentes en el combate contra los alemanes, y sus jefes protagonizaron lances que marcaron de manera indeleble el imaginario colectivo del exilio. El jefe de la división era Cristino García Granda y su jefe de Estado Mayor, Carlos Alonso, militar profesional; tutelaban las brigadas 21.ª, 19.ª y 15.ª. En el departamento del Gard, hubo grupos de autodefensa desde 1942 y en un primer momento sus actividades se orientaron hacia la realización de sabotajes. Esa línea de actuación no entraña misterio alguno: la mayor parte eran mineros, disponían de dinamita y apenas contaban con armas convencionales. Los sabotajes eran por tanto obligados; incluso hubo un grupo de dinamiteros a las órdenes de Juan y Pascual Fernández, José Sanz y Sabino Encinas. Los resistentes franceses les mostraron su apoyo desde la primavera de 1944.

La 21.ª Brigada tenía su territorio en Gard (Nimes), y fue su jefe inicial Cristino García, que dejó el puesto a Gabriel Pérez cuando aquel pasó a gobernar la división. La guerrilla emplazó sus bases en los tajos forestales y en los centros mineros. La Grand Combe y Bessègues eran las cuencas hulleras más importantes del Alès, y los guerrilleros simultanearon su trabajo en los pozos con las actividades de la Resistencia, incluidos los jefes, hasta marzo de 1944. Por su parte, la 19.ª Brigada se desenvolvía en el departamento de Ardèche (Privas), y fueron sus responsables Gregorio Izquierdo y Moreno, quien antes se ocupó de la comisaría. Zona boscosa, fue utilizada sobre todo para la creación de chantiers donde pudieran esconderse los refractarios que huían del trabajo obligatorio en Alemania. También para refugiarse los resistentes «quemados» de los departamentos vecinos.

La 15.ª Brigada se ubicaba en Lozère (Mende), una región también de bosques. El primer jefe fue García Acevedo, que luego pasó a dirigir la 1.ª División, reemplazado en la brigada por Miguel López, quien encontró la muerte en el maquis de Bir Hakeim, con el que colaboraba la brigada. El maquis de Bir Hakeim, homenaje a la batalla africana que inauguró una carrera de éxitos para la Francia libre, estaba dirigido por el comandante Barreau y su jefe de EM era el capitán inglés Fowler. El Estado Mayor del XIV CGE decidió que algunos guerrilleros se enrolaran en esa agrupación, porque las relaciones personales entre Barreau y López eran excelentes: los franceses repartían las armas con los españoles. Tanto una cosa como la otra no eran usuales, y la coordinación entre el maquis de Bir Hakeim y la 15.ª Brigada resultó ejemplar. Pero la tragedia se cebó con ellos el 28 de mayo de 1944. Barreau reclamó ayuda a López para recoger un envío de armas que arrojaría un avión inglés. Un destacamento español encabezado por el propio López llegó al lugar convenido, un calvero en el bosque conocido como La Parade. Los guerrilleros se situaron en torno a la pista, mientras los centinelas vigilaban los alrededores, pero observaron muy pronto que el bosque que escoltaba la pista se hallaba infestado de soldados alemanes. Habían recibido una denuncia, y esperaban camuflados entre los árboles. A poco de iniciarse el tiroteo, fue alcanzado de muerte el comandante Barreau, cuando reagrupaba a sus fuerzas, y entonces asumió el mando de las operaciones López, quien dispuso la defensa en circunstancias muy adversas. La retirada se impuso como la única opción, aunque resultaba comprometida.

Los guerrilleros se resguardaron entonces en una vivienda abandonada para economizar en la medida de lo posible las escasas municiones que les quedaban. Desde esa posición combatieron con encono al enemigo, al que ocasionaron numerosas bajas. Pero la ofensiva de los alemanes se llevó por delante los puestos avanzados y la propia casa cuando los sitiados agotaron las balas. Quince españoles murieron en el combate. Los supervivientes, en su mayoría heridos, fueron arrestados por los nazis. Entre los más graves se encontraba el jefe español López: lo condujeron a Mende para interrogarlo mientras se desangraba. Como se negó a proporcionar noticia alguna, continuaron torturándolo y luego decidieron fusilarlo. Todavía ensayó un último intento de huida cuando lo conducían al patíbulo, pero el restallido seco de un disparo acabó con una vida ya demediada. Además de López, otros siete españoles fueron ejecutados en Baradoux (Lozère). Entre ellos, tres republicanos que habían participado con éxito en el asalto a la cárcel de Nîmes: Aquilino García, Joaquín Olmos y Manuel Carrasco. Los muertos en combate y los fusilados luego elevaron a 23 las bajas españolas; los franceses perdieron 36 hombres. Fueron condecorados en 1946 a título póstumo, y una placa en La Parade recuerda la inmolación de los republicanos españoles y los maquisards franceses[9].

La 4.ª División estaba encabezada desde enero de 1944 por Miguel Ángel Sanz, quien anteriormente había ocupado la jefatura de EM con su antecesor, Manuel Castro Rodríguez. Sanz tenía como jefe de EM a Domingo González «Gustavo» y a Cobos, de comisario político. En los últimos días de febrero de 1944 la división se transformó en «Interregional D» FTP–MOI, reforzándose con un destacamento polaco que operaba en la zona minera de Carmaux (Tarn) y con partisanos italianos y yugoslavos. Una unidad de desertores croatas que se hallaba en las inmediaciones de Villefranche de Rouergue y georgianos y turquestanos evadidos del cuartel de Castres, también se incorporaron a los maquis republicanos de Aveyron y Tarn. Disponía de 5 brigadas (1.ª, 5.ª, 7.ª, 9.ª y 11.ª), y las dos primeras pasaron luego a formar parte posteriormente de una división nueva, la 26.ª.

La 1.ª Brigada se movía por Pirineos Orientales (Perpiñán), y estuvo mandada primero por Francisco Cámara y luego la heredó Galiano García; Máximo Muñoz «El Gallego» era el jefe de EM. Entre los fundadores destacaron Rafael Gandía «Martín», que procedía de Aude y pergeñó los primeros grupos, Alberto Medrano y Armando Castillo. Los resistentes tenían sus maquis principales en las explotaciones forestales de Renaud, sobre todo en la zona de Céret, controladas por la Compagnie de Produits Forestières Roussignol. El territorio de las guerrillas discurría entre la frontera española y el monte Canigou. Un grupo armado se instaló en la base del emblemático monte y el otro, en Saint–Laurent de Cerdans; el centro de operaciones estaba en la capital. Los republicanos se dedicaron a los sabotajes hasta bien avanzado 1943, aunque también potenciaron los equipos de guías por cuanto era un departamento de pasadores. En mayo de 1944 aconteció una refriega importante, en la que sobresalió el capitán Miguel Sanz Clemente «Chispita», segundo del maquis de Saint–Laurent de Cerdans. Los guerrilleros realizaban un traslado de armamento hacia el monte Canigou, en la carretera de Tech a Serrallongue, cuando fueron sorprendidos por una docena de alemanes. «Chispita» se quedó en solitario para mantenerlos a raya y facilitar la huida de sus compañeros. Arrestado, fue conducido después a las oficinas de la Gestapo en Prats–de–Mollo; interrogado y torturado, mantuvo silencio. Decidieron fusilarlo pero cuando iban a hacerlo, en un recodo de la carretera de Perpiñán a Arles–sur–Tech, se detuvo un autobús de línea del que bajaron dos paisanos y el español aprovechó el titubeo de los nazis para arrebatar el arma al oficial, al que eliminó, y fugarse a un bosque próximo[10].

La 5.ª Brigada se estableció en el departamento de Aude (Carcasona), y fueron sus jefes Antonio Molina —creador de la unidad—, Ángel Fuertes Vidosa y José Gómez «Esparza». La presencia de tres GTE en el departamento —localizados en Carcasona, Bram y Axat— favoreció la leva de guerrilleros republicanos, repartidos en tres maquis: Saint–Colombe y Joucou, en el sur, y Roullens, cerca de Carcasona. Joucou sirvió de depósito central de explosivos, material y armamento. En Roullens la división organizó una escuela guerrillera, dirigida primero por Fernández Albert y luego por Bartolomé Costa. Aude también fue el escenario donde desarrolló sus actividades Eulogio Añoro, zaragozano y cenetista, responsable del maquis de Querigut y que dirigió la arremetida al manicomio de Limoux, donde estaban internados numerosos resistentes. También había una notable presencia de la UNE y tupidas redes de apoyo, enlace e información en las que participaban varias mujeres. En la primavera de 1944 el acoso policial aumentó de tal manera, que los republicanos hubieron de reducir las acciones e incluso varias partidas se refugiaron en los departamentos vecinos. Pons Prades relata que en el GTE de Axat había un equipo español de fútbol que se desplazaba a jugar por toda la zona libre, lo que convertía a los futbolistas en impagables correos de la Resistencia en un tiempo en que la actividad de enlace resultaba muy comprometida. Carcasona adquirió una relevancia incuestionable como encrucijada de vías de comunicación (Perpiñán–Toulouse–París) y como eje de las rutas de evasión pirenaicas[11].

La 7.ª Brigada tenía su territorio de actuación en Tarn (Albi), y Domingo González «Gustavo», Andrés García y Demetrio Soriano se sucedieron al frente de la unidad; la dirección política se encontraba en Castres. En Gaillac vivía el matrimonio Ramos, que, como vimos, resultó fundamental para la evolución y desenvolvimiento de la brigada. Para evitar problemas a los mandos que se acumulaban en la zona —estaba radicado el EM—, se efectuaron pocas acciones armadas hasta bien entrado 1944. Cuando Soriano, jefe de la brigada desde la primavera de ese año, decidió, de acuerdo con los mandos superiores, impulsar los sabotajes en la cuenca minera de Carmaux, los responsables guerrilleros trasladaron la dirección armada a L’Isle–en–Dodon (Alto Garona). Los republicanos de este departamento no contaron con el apoyo de los franceses, que ni siquiera les proporcionaron el armamento indispensable para tareas de autodefensa. Testigo de esa actitud fue el teniente guerrillero Francisco Samaniego Trujillo «Paco», que había pertenecido a la Guardia de Asalto en España. Luego estuvo en Ariège, y también en las invasiones del valle de Arán; en la posguerra pasó a España varias veces llevando propaganda comunista[12].

La 9.ª Brigada actuaba en Aveyron (Rodez), y mantuvo una estabilidad inusual en la jefatura, encabezada por Amadeo López «Salvador». En un primer momento, Aveyron fue un departamento severamente represaliado y ello motivó que muchos de los guerrilleros hubieran de trasladarse a Lot. Pero regresaron cuando el desembarco de los aliados, instalándose por la zona de Villefranche, comarca hullera y por tanto propicia para que auxiliara a un movimiento armado contra colaboracionistas y nazis; destacaban las minas de Decazeville, donde había un GTE de castigo. El establecimiento en la cuenca minera les reportaba dinamita en abundancia y también hombres dispuestos a suplir las bajas habidas en la lucha. Un primer objetivo fue paralizar la producción minera, y una de sus acciones más conocidas significó la destrucción de las locomotoras de las minas de Cransac. La mayor parte de los resistentes pasó a la clandestinidad coincidiendo con el desembarco de Normandía: anteriormente compaginaban maquis y legalidad[13].

La 11.ª Brigada tenía su territorio de actuación en Hérault (Montpellier), y fueron sus jefes José Gálvez, Luis Bermejo y Prats; el primero y el tercero procedían de Aude. Departamento muy activo políticamente, los antifascistas llevaron a cabo una formidable campaña contra el STO que provocó una fuerte represión contra los republicanos, sobre todo en las ciudades de Montpellier y Béziers, focos de la Unión Nacional Española. El área guerrillera se extendía entre Lodève, Graissessac, Bédarieux y Clermont–l’Hérault; las bases más importantes estaban en Valayrac, Les Pascals y Le Mourel. Hasta el 15 de agosto de 1944, cuando el desembarco aliado en Provenza, apenas realizaron sabotajes aunque destacaron los efectuados en las minas de bauxita de Bédarieux. Cuando la brigada estuvo bajo la autoridad de Luis Bermejo, estableció contacto con la AS en Pézenas, lo que permitió a los republicanos recibir armas modernas y en abundancia. Hérault era un departamento «político» rodeado de territorios guerrilleros como Aude, Tarn, Aveyron y Gard[14].

Los jefes de la 5.ª División, desplegada por territorios alpinos, fueron Ricardo Andrés «Richard», eliminado junto a su chófer por una patrulla alemana en un control de carretera, y Miguel Vera Navas, militar de reconocida trayectoria en la Resistencia y jefe de EM de «Richard». La unidad había sido fundada por Francisco García Nieto, quien por orden del PCE se trasladó a la región pirenaica en los albores de la Liberación, junto con Julio Navas Alonso; este último pasó después de la guerra a España, para dirigir las guerrillas extremeñas. Detenido en el verano de 1947 en Madrid, fue fusilado en octubre de ese año. Algunos tratadistas —la unidad no fue homologada por el Boletín Oficial del Ejército francés— diferencian entre la 5.ª División, dirigida por el repetido García Nieto, y los maquis de «Richard» y Vera, vinculados a la AS; pero la mayoría de los estudiosos la relacionan con el XIV CGE. La división se desplegaba por cinco departamentos: Jura, Ain, Alta Saboya, Saboya e Isère.

La personalidad más sobresaliente en el departamento de Jura (Lons–le–Saunier) era Manuel Gutiérrez Vicente «Pierre de Castro», arquetipo del hombre de acción. Había participado en la guerra civil y fue detenido al final del conflicto, pero consiguió escabullirse de un campo de concentración franquista y alcanzar Francia. Estuvo internado en los campos de Argelès y Bram; después trabajó en la Organización Todt. Gutiérrez Vicente había comenzado su participación como resistente en grupos de franco–tiradores dirigidos por Maurice Pagnon. Cuando el 24 de febrero de 1944 Pagnon fue capturado —murió el 10 de marzo a causa de las torturas—, «Pierre de Castro» accedió a la jefatura de uno de los cuatro destacamentos, el conocido como «Pasteur». El 24 de mayo, el mando de los FTP–MOI encargó al español la dirección de dos grupos de guerrilleros, porque no estaban de acuerdo con la actitud pasiva seguida por el jefe anterior, Guignard. El número de resistentes alcanzaba los quinientos y se multiplicaban las solicitudes de ingreso; aunque no se aceptaron demasiadas incorporaciones por falta de armas, el destacamento se convirtió en el «Batallón Maurice Pagnon», compuesto por tres compañías, 93–4, 93–5 y 93–9. La primera se localizaba en Dole y estaba al mando de Gutiérrez, que al mismo tiempo dirigía el batallón. Una vez instalado en Dole, efectuó incontables acciones de sabotaje y destacó por el elevado número de golpes económicos. Pero también figuró como un depredador de alemanes: la compañía del español ejecutó a treinta y siete. El Batallón «Maurice Pagnon» formaba parte de las FFI, Región D Fronteras, incluido después en la 7.ª Región Militar con asiento en Dijón. La compulsiva actividad del grupo motivó la caída de varios activistas, y además que el puesto de mando cambiara de ubicación: de La Chapelle–sur–Futieuse a Mont–Poupée. La hazaña más renombrada del republicano español fue la voladura de la central eléctrica de Chambéry y la detonación de varias toneladas de bombas para aviones y granadas en Crissey (Saône–et–Loire). «Pierre de Castro» fue detenido el 29 de agosto de 1944 por los alemanes. Torturado por la Gestapo, fue conducido primero a la cárcel de Besançon, luego a Dachau y terminó en el campo de exterminio de Mauthausen, donde sobrevivió[15].

La mayor parte de los guerrilleros de Alta Saboya (Annecy) procedía de los tres GTE allí instalados: Savigny, Vacheresse y Annecy. El contingente de trabajadores había descendido de manera drástica por dos factores: unos fueron trasladados a Alemania y otros, los más, escaparon. Los españoles seguían contando en 1944 con cuatro guerrillas: Villard–sur–Thônes (Gabriel Vilches era el jefe, aunque después se trasladó a la divisoria pirenaica), la Combe–d’Ire (Antonio Jurado), Mont–Veyrier (Navarro) y Sainte–Catherine (José Mari Juan). La historia de la resistencia en este departamento está atravesada por un formidable error táctico: el acantonamiento de Glières. Después del desastre en la meseta alpina, los españoles recompusieron la organización. Miguel Vera, Manuel Martínez y Antonio Jurado alimentaron nuevos grupos, bien actuando en maquis franceses, como el de La Chapelle–Rambaud, bien de manera autónoma, como el maquis de Annemasse–Annecy. El 9 de agosto de 1944 fueron detenidos Vera y Martínez. El primero ya lo había sido en junio de 1944, y entonces fue liberado por un comando guerrillero. Condenados a muerte, salvaron la vida porque antes de la ejecución fue liberada la ciudad de Annecy[16].

El departamento de Ain (Bourg–en–Bresse) era perfecto para la guerra irregular, pero su misma idoneidad orográfica dificultaba la organización de los guerrilleros españoles que, en general, colaboraron con los grupos franceses. Tenían sus bases en tres cadenas montañosas: montes de Jura, la Grand Colombier y la Raie. Los republicanos procedían de manera autónoma, aunque favoreciendo siempre la coordinación con los maquis que mandaba el coronel Romans–Petit. A comienzos de 1944 funcionaban dos guerrillas; del total de 400 hombres que integraban estas dos unidades, unos 50 eran republicanos españoles. La historia de los departamentos de Savoie (Chambéry) y de Isère (Grenoble), Alpes centrales, está dominada por la llamada batalla del macizo de Vercors, situado entre Isère y Drôme; otro desatino francés que ocasionó víctimas españolas[17].

La 15.ª División estaba dirigida por Vicente López Tovar, Carlos Ordeig era el jefe de EM y el comisario, Juan Jiménez; este último fue detenido por la policía francesa y ejecutado en Limoges el 4 de marzo de 1944. Neus Català refiere que en la temprana fecha de 29 de diciembre de 1942, el día de su boda, ya había acogido en su casa —futuro punto de apoyo— a dos guerrilleros pertenecientes al maquis de Turnac, en la región de Sarlat, plenamente constituido en marzo de 1943. En los territorios de la 15.ª División se produjo un curioso fenómeno: hubo franceses que se incorporaron en las unidades españolas cuando era habitual lo contrario. En Montignac, en Sarlat, también se instaló una escuela de capacitación militar para la formación de los reclutas, presidida por Carlos Ordeig. Especialistas en todo tipo de sabotajes, entre sus acciones más espectaculares se contaban la incursión contra el campo de internamiento de Septfonds el 5 de marzo de 1944, donde liberaron a varios presos, y la ocupación durante unas horas en abril, y en pleno dominio nazi, de la ciudad de Cajarc[18].

La Brigada A centraba su actuación en Dordoña (Périgueux), aunque los resistentes repasaban constantemente las fronteras departamentales. Había dos unidades guerrilleras que sobresalían sobre el resto, una dirigida por Carlos Ordeig y la otra por el madrileño Emilio Álvarez Canosa «Pinocho». Carlos Ordeig era jefe de EM de la 15.ª División y, al mismo tiempo, encargado de la Brigada A, además de responsable directo del llamado Grupo «Carlos», que se movía por el sureste y penetraba de cuando en cuando en el departamento vecino de Lot. Participó con sus hombres en el asalto a un depósito de máquinas en Périgueux en diciembre de 1943, y desde principios del año siguiente trabajó en armonía con el grupo francés que dirigía «Soleil», donde había un nutrido grupo de cenetistas; efectuaron sabotajes en vías férreas y en fábricas que producían para los alemanes de la Todt. En este departamento se constató la presencia de miembros de la antigua División Azul integrados en las Waffen SS. Ordeig fue uno de los grandes de la Resistencia francesa, porque lo adornaban virtudes en apariencia contradictorias: modestia, eficacia y audacia. Escribe Eduardo Pons Prades que, pese a ser uno de los guerrilleros más destacados, cuando acabó la guerra se retiró y no quiso ni honores ni figurar en el registro de los héroes españoles en Francia. El argumento utilizado era sugestivo pero no frecuente: «sólo hice lo que tenía que hacer».

Emilio Álvarez Canosa «Pinocho» conducía la otra unidad destacada en Dordoña. Había sido comandante miliciano en la guerra civil a las órdenes de «El Campesino» y actuaba en el norte, en los bosques de Sarlande, Vialotte, Born y Lanmary. Su mujer, Carmen Martín Belinchón, participaba como enlace. El grupo de «Pinocho» realizó importantes sabotajes, especialmente contra vías de ferrocarril y convoyes alemanes; también creó en Montignac una escuela guerrillera. Pero en marzo de 1944 los alemanes efectuaron un durísimo contraataque contra la unidad, y tuvieron que trasladarse a su refugio habitual, el bosque de Sarlande. El saldo para los republicanos fue severo, según Pons Prades: once cayeron en los combates y otros tres fueron detenidos y fusilados. Pero los guerrilleros, diezmados, no se amilanaron. El 15 de abril entraron en la capital, Périgueux, y detuvieron al jefe de la Milicia local, al que ejecutaron por su participación en las ofensivas antiguerrilleras. Aunque las unidades de Ordeig y «Pinocho» estaban bajo control del XIV CGE, combatieron solidariamente con los grupos FTP–MOI de la región, primero, y luego con las FFI[19].

La Brigada B se desplegó en el departamento de Lot (Cahors), uno de los territorios donde se contabilizaron más bajas con relación a los efectivos y la actividad armada. Pero fue cuestión del azar: Lot se había convertido en una encrucijada donde convergían las diferentes policías nazis y colaboracionistas. El jefe de la brigada era Ángel López Vacas, y el EM fue asumido por Rafael Pérez. En el origen de los grupos españoles estaban el 508.º GTE de Cajarc y el 554.º de Catus. Los españoles participaron desde el comienzo, teniendo en cuenta que era una región caracterizada por la movilidad de los grupos guerrilleros. A raíz del descubrimiento de unos cartuchos de dinamita en Ficeac, el 11 de agosto de 1942, fueron detenidos en Cahors diez resistentes, entre ellos cuatro españoles, Pablo Llurda, Secundino Barceló, José Escuer Llovet y Luis Hernández Galindo. Por su parte, la Brigada C estaba mandada por Cobos y repartía su presencia por el departamento de Corrèze (Tulle). Era comisario Luis Bueno, muerto en combate el 22 de abril de 1944; heredó el mando Antonio Gómez «Manolo», quien perdió la vida el 3 de junio de 1944. Los maquis estaban situados en el levante, fundamentalmente en Bort–les–Orgues, Marèges y el Aigle. Los guerrilleros contaron desde un principio con la simpatía y el apoyo de una población mayoritariamente de izquierda[20].

Miguel del Hoyo ostentaba la jefatura de la 16.ª División, y fue uno de sus jefes de EM Pascual Jimeno «Royo»; el responsable en los meses de la Liberación era Carrasco. En los cinco departamentos donde operaba la división había resistentes españoles, aunque en proporción desigual: los puntos de confluencia eran Niza y Marsella, y se dedicaron fundamentalmente a los sabotajes. En el mes de mayo de 1944 la unidad vivió un paréntesis porque trasladaron a los jefes más representativos: Miguel del Hoyo, a Pirineos Orientales y «Royo», a la 3.ª Brigada de Ariège. El departamento de Drôme (Valence) acogía dos destacamentos, el de Carrasco, dependiente de la 16.ª División, al poniente, cerca de Montélimar, y el de Antonio Sanz, vinculado a la AS, en el noroeste. El grupo de Carrasco —unos 150 hombres— desplegó una notoria actividad armada en la zona y, cuando se produjo el desembarco aliado en Provenza, le adjudicaron la tarea de cortar la retirada a los alemanes. El de Antonio Sanz estaba integrado por diez hombres, que actuaban como instructores de jóvenes refractarios franceses. La presencia republicana fue menos relevante en Bocas del Ródano (Marsella), como por lo demás en toda esta región. En los departamentos de Vaucluse (Aviñón), Var (Tolón) y Alpes Marítimos (Niza) los maquisards se dedicaban fundamentalmente a los sabotajes y a garantizar puntos de apoyo para los guerrilleros de paso; la presencia del XIV CGE era punto menos que simbólica. La partida más importante en Vaucluse fue la de José Vicente Ordaza, y en el departamento de Var destacó un grupo instalado en Draguignan; los españoles de los departamentos alpinos estaban encuadrados en la MOI, mezclados con otros partisanos de diferentes nacionalidades[21].

Otra de las unidades pioneras fue la 27.ª División, que aportó algunos de los mandos más destacados a las organizaciones armadas de los españoles en Francia; entre ellos, Silvestre Gómez «Margallo», uno de los fundadores del XIV CGE. Al final fue Ricardo Serveto «Pachín» quien se hizo cargo de la división, integrada por tres brigadas (16.ª, 22.ª y 24.ª) y el destacamento de Cantal. Por lo que respecta a la 16.ª Brigada, encabezaba Rufino Bastián, comprendía los departamentos de Alto Loira (Le Puy) y Loira (Saint–Étienne). El Alto Loira era un departamento atravesado de influencia religiosa y contrario a cualquier movimiento insurgente; hostil a los republicanos asentados en el departamento. Como estaba rodeado de departamentos más proclives a la Resistencia, de cuando en cuando hicieron acto de presencia mínimos grupos de guerrilleros franceses en donde había algún que otro español. Todos ellos terminaron participando en la catástrofe de Mont–Mouchet.

La 22.ª Brigada estaba radicada en el departamento de Allier (Moulins), cuya capital era Vichy, epicentro del colaboracionismo francés. El GTE de Moulins nutrió a un pequeño destacamento capitaneado por José Corzo, que adquirió proporciones respetables desde 1944, aunque ya a finales de 1943 había efectuado importantes acciones. La principal base estaba en el bosque de Civrais; también contaba con apoyos en Montluçon, una ciudad industrial en las estribaciones del Macizo Central. Antes de la Liberación, los resistentes destruyeron locomotoras (Montluçon), sabotearon minas (Bussières–les–Mines), descarrilaron trenes (Moulins) y atacaron depósitos de explosivos en varias localidades; y en junio ejecutaron a un militar nazi en Villefranche d’Allier. En Puy–de–Dôme (Clermont–Ferrand) operaba la 24.ª Brigada, que gobernaba «El Riojano»; los republicanos habían combatido al principio en unidades francesas. Poco a poco fueron pasando a la ofensiva, y los destacamentos participados por españoles realizaron más de cien acciones entre finales de 1943 y marzo de 1944. Destacaron la paralización de dos fábricas de material de guerra y la demolición de dos canalizaciones de agua. Finalmente, las bases del destacamento de Cantal se encontraban en el departamento de igual nombre, pionero de las guerrillas; en las últimas fases de la guerra la organización armada se articuló en torno a Aurillac, la capital[22].

Antes de la Liberación se formaron dos nuevas divisiones, la 11.ª y la 24.ª, que tenían su territorio de actuación por lo general en la Francia ocupada. La 11.ª División abarcaba las regiones de Borgoña, Champaña y Centro, especialmente los departamentos de Côte–d’Or, Yonne, Aube, Nièvre, Cher e Indre. En ocasiones, sus miembros penetraban en Bretaña y Normandía. Debido a su debilidad numérica, los republicanos se relacionaron con los FTP–MOI. Entre las bases más importantes podemos citar las de Vierzon, Bourges, Argenton y Châteauroix.

Côte–d’Or (Dijón) estaba en la Francia ocupada y era un departamento boscoso y forestal, adecuado para esconder huidos y como base de la guerrilla organizada. Lo más característico fueron los sabotajes a las líneas férreas que partían en todas las direcciones, incluida Alemania, puesto que Dijón era una encrucijada de caminos. En junio, el coronel soviético Yvan Skripai estableció en el bosque de Châtillon un maquis integrado por rusos y españoles, que fue bautizado como Máximo Gorki, homenaje al célebre escritor ruso. El comisario de la unidad era el español Luis Ortiz de la Torre, quien había luchado anteriormente en Tarn–et–Garonne, donde fue detenido y luego enviado a la deportación. Escapó del tren que lo llevaba a Alemania y se incorporó al maquis de Châtillon, donde luchó hasta la victoria final. La huida de Ortiz de la Torre remarca la relevancia de la organización de los ferroviarios franceses, la Résistance–Fer, que ayudó a quienes viajaban en los trenes hacia los campos de exterminio nazi. En las guerrillas de esta zona, en Fôret de Saint–Léger, cayó el leonés Teodoro González «Fernando» en junio de 1944.

Nièvre (Nevers) se encontraba en la parte dominada por los nazis. Era una región también de bosques y lugar de paso hacia la zona no ocupada. En los embalses de Pannesière–Chaumard, Chaumecon y Crescent actuaron algunos equipos de sabotaje, como el de Agustín Hernández y Francisco José Águilas, que tenían su refugio en el bosque de Montreuillon. Incorporados al maquis Camille a raíz del desembarco de Normandía, los dos jefes guerrilleros cayeron en combate; Águilas aguantó en solitario la embestida de los nazis, lo que permitió la salvación del destacamento. Agustín Hernández murió el 3 de agosto de 1944, en una ofensiva efectuada por los alemanes contra el maquis de Châleaux. El 12 de enero de 1945, tres compañeros que habían combatido junto a él, Fulgencio García, Jerónimo Gómez y Ruiz Castilla, reclamaban a un miembro del PCE que se pusiera en contacto con los familiares del muerto, pues era «propósito de ciertos elementos ya aludidos que desertaron del grupo de los españoles que actuábamos en el sector, y que pretenden trasladar por su cuenta, de acuerdo con los familiares, los restos del citado maquis al cementerio». Era una lucha por los cadáveres y su repercusión simbólica. Posiblemente, una discrepancia más entre comunistas y anarquistas.

En Aube (Troyes), en la Francia alemana, estaba ubicado el maquis conocido como de la Lisière du bois, donde había numerosos españoles, 26 de los cuales murieron en los combates habidos hasta la Liberación. Alumbrado en 1942 gracias a las gestiones de Baudiot «Marius», Couillard «Bihel» e Ibáñez «Nando», llegó a tener tres mil hombres después del desembarco de Normandía. Pero la tarea fundamental de los republicanos hasta el prólogo de la Liberación consistía en no caer en manos de las policías alemana o francesa y eludir el trabajo obligatorio o los campos de concentración. El departamento de Yonne (Auxerre) también estaba enclavado en la zona alemana, y españoles procedentes del 63.º GTE, situado en Cravant, se incorporaron a los maquis de Pontigny, base de los guerrilleros de la AGE. En la línea de Demarcación se hallaba el departamento de Cher (Bourges), donde los republicanos actuaron en el 1er Regimiento Popular Berrichon[23].

La 24.ª División prolongaba su territorio de actuación a través de un largo pasillo atlántico que discurría por las regiones de Charente y Aquitania, desde la Rochela hasta Pau, en la frontera española. La mayor parte del territorio estaba ocupada por los alemanes desde el armisticio y Vichy gobernaba el resto. A finales de 1943, un acuerdo entre José Barón «Robert», responsable de los resistentes españoles del Norte, y el comandante Juan Castillo «Sebastián», fundador del maquis de las Landas, estableció las bases de una futura división. La integraban el maquis de Labouheyre (Landas), Dax (Landas), el grupo de Bajos Pirineos, además de los destacamentos que se movían en Angulema, Burdeos y La Rochela. La división se dedicó a organizar sabotajes, sobre todo en las bases de submarinos. Los tres centros de resistencia más destacados eran La Rochela y Burdeos, en la costa, y Mont–de–Marsan, en el interior. El hombre fuerte de la unidad y uno de los guerrilleros decisivos de la región fue Mateo Blázquez Rodríguez «Marta». Desde el verano de 1944 tuvo de comisario político a Enrique Corachán «Vicente», y Julio Martínez ocupaba el cargo de jefe de EM. «Marta» logró escapar desde Alemania, adonde había sido deportado, e incorporarse a las guerrillas en Lot–et–Garonne. Antes de pasar a la cúpula de la 24.ª División, «Marta» y «Sebastián» fueron igualmente instructores en el Grupo FTPF Arthur, integrado por jóvenes franceses y que operaba en Lot–et–Garonne.

La 20.ª Brigada (también llamada 1.ª Brigada bis) estaba ubicada en Charente (Angulema), y la dirigía Práxedes Quílez. En su origen, los grupos españoles eran de autodefensa aunque luego se abonaron a los sabotajes. El primer resistente destacado fue Francisco López, quien entró en contacto con los resistentes franceses; fue detenido en enero de 1944. Torturado salvajemente, lo condujeron a Compiègne al objeto de ser deportado a Alemania; consiguió escapar en agosto y reincorporarse a la lucha; fue sustituido por Juan Martín, Davo y Cuadras. Pero la presión policial era tan impresionante, que los nuevos jefes caían como cumpliendo un guión previsto de antemano. Primero, Cuadras, que terminó en Buchenwald; luego, en junio de 1944, Martín, detenido por la Gestapo; la caída de este arrastró la de varios miembros de su equipo, especializado en la voladura de líneas de ferrocarril. Después del desembarco aliado, la brigada fue armada convenientemente para que pudiera intervenir en la Liberación. No decepcionaron a sus anfitriones, y atacaron prácticamente todas las líneas férreas que partían de Angulema; también sostuvieron enfrentamientos constantes con las patrullas alemanas. Entre los guerrilleros más destacados se encontraba el vallisoletano Dionisio Martín Sayalero «Huesca», quien primero fue jefe de EM y luego responsable máximo de la brigada. «Huesca», que empezó su vida de guerrillero dirigiendo un destacamento en Bajos Pirineos, efectuó un atentado contra Otto Weddigen, reclutador de españoles, después de escapar a la deportación en un tren que lo conducía desde Le Vernet. Actuó a las órdenes de Castillo, después en el Grupo Arhur, y combatió asimismo en la liberación de Houilles, Casteljaloux y Allons en junio de 1944; nombrado jefe de la 20.ª Brigada de la 24.ª División, participó en la liberación de Mauléon, Tardets y Montory, localidades todas de Bajos Pirineos. Finalmente se incorporó a la 4.ª Brigada de la 24.ª División, en Angulema, participando en los combates de las bolsas de Royan.

La 13.ª Brigada (2.ª Brigada bis) se asentaba en Gironda (Burdeos), era su responsable «François» y tenía como jefe de EM a Germán. Había sido creada a principios de 1944. Aunque Burdeos era un eje cardinal entre París y la zona libre, ni la capital ni el departamento eran lugares idóneos para que prosperara una guerra irregular. El instrumento más lógico contra los nazis eran los sabotajes, muchos de ellos realizados con explosivos caseros. En Gironda había muchos españoles y sin embargo la actividad puede catalogarse de perfil bajo. La razón radicaba en la vigilancia y control que la Gestapo desplegó en torno a los republicanos, considerados «peligrosos comunistas».

La 31.ª Brigada (3.ª Brigada bis) se manejaba por el departamento de Charente–Maritime (La Rochela). El jefe era Eduardo Casado «Barbas» y el comisario político, Alba. Los españoles trabajaban por lo general en la Organización Todt; la resistencia empezó a un ritmo débil y pasó después a los sabotajes de las diferentes fábricas. La policía alemana, apoyada por la francesa, sabía de la importancia de la oposición y efectuaron movimientos represivos para erradicarla. Hubo republicanos fusilados, y varios grupos terminaron en los campos de exterminio alemanes o en las islas anglo–normandas, también en manos de los hitlerianos. Por su parte, la 4.ª Brigada actuaba en las Landas (Mont–de–Marsan) y litoral de Bajos Pirineos, entre las zonas ocupada y libre. La brigada estaba capitaneada por Juan Castillo «Sebastián», auxiliado por Cazalla, como jefe de EM, y el comisario Álvarez. Contaban con el apoyo de un destacamento dirigido por Francisco Díaz de la Muela; un enlace, Conrado Patiño «Cuenca», conectaba los dos sectores. Aunque los españoles trabajaban sobre todo en las zonas costeras, se vieron obligados a concentrarse en Mont–de–Marsan, en contacto con los guerrilleros de Gers. En realidad, los activistas terminaron confluyendo en un territorio a caballo de cuatro departamentos: Gironda, Lot–et–Garonne, Landas y Gers[24].

Además de estas divisiones, también se detectó una presencia significativa de republicanos en Ródano–Alpes, Borgoña, Bretaña, Normandía y Centro–Norte. Por lo que respecta al departamento de Ródano (Lyón), se constituyó en eje de la oposición de la región, sobre todo en Lyón, luego una de las capitales de la Resistencia a escala nacional. Pero en Ródano se produjo también la mayor concentración de policías de Francia con la excepción de París, lo que entrañaba dificultades para organizar y mantener grupos armados. En la región de Borgoña, sobresalió la aportación de los resistentes en Saône–et–Loire (Maçon). La agrupación armada republicana se gestó en un hospital para presos cercano a la capital, La Guiche, según Pons Prades, y fue posible gracias a Francisco Ferrer, quien acabó en el establecimiento de salud en enero de 1944, después de haber pasado antes por hospitales (Toulouse), cárceles (Montauban) y campos de internamiento (Noé y Le Vernet). Después de entablar relaciones con españoles del exterior que trabajaban en las minas, promovió el 23 de marzo de 1944 un golpe contra el sanatorio, que estaba rodeado de alambradas y custodiado por guardias móviles. Los francotiradores y partisanos de la zona desarmaron a los guardias y después se retiraron. Con ellos lo hizo Ferrer quien, con Alejandro Cabello, montó un pequeño destacamento antes de que fueran trasladados por la dirección a la zona pirenaica[25].

También en la región de Bretaña se detectó presencia republicana, aunque más testimonial que otra cosa. Actuaban por los departamentos de Finistère, Côtes–du–Nord, Ille–et–Vilaine y Morbihan. El mando más conocido era el capitán de los FFI Pedro Flores Cano, fusilado el 6 de junio de 1944 en el cuartel de Colombier de Rennes con ocho compañeros. El grupo de Pedro Flores —a quien quemaron los ojos antes de fusilarlo— había realizado operaciones de castigo en Rennes, Saint–Malo, Brest y Saint–Nazaire. Además llevó adelante acciones individuales audaces, como ejecutar a un oficial alemán en 1943, ponerse su uniforme y colocar después una bomba en el cine Royal, al que asistían exclusivamente elementos nazis. También se registra la aportación de Ramón Garrido Vidal. En general puede decirse que la lucha fue muy dura, ya que era una zona ocupada; la ausencia de bosques y la presencia de autonomistas bretones —que se apoyaron en los nazis para defender sus reivindicaciones nacionalistas— empeoraban las condiciones.

La organización clandestina en Côte–du–Nord (Saint–Brieuc) había nacido durante 1942. Los españoles se habían incorporado a las unidades francesas, bien FTP o Cuerpos Francos, tanto de este departamento como de los vecinos. En Finistère (Quimper) e Ille–et–Villaine (Rennes) hubo destacamentos de republicanos adscritos a grupos también franceses. En enero de 1944 surgió un destacamento especializado en sabotajes en Saint–Malo, pero la evolución de la unidad fue trágica: los jefes, Medina y «Chato», fueron fusilados por los alemanes; la mayor parte de los integrantes, detenidos el 22 de marzo, deportados a Alemania. En Finistère se organizaron grupos de defensa y propaganda, y se incorporaron después en las unidades francesas que lucharon en Lorient, en las bolsas atlánticas. En Morbihan (Vannes), también en Bretaña, destacó el sargento Justo Marcos García, que actuaba en los alrededores de la capital; fue comisario del 11.º batallón de los FTP–MOI de la 5.ª Región Militar. El grupo de Morbihan efectuó numerosos sabotajes[26].

En Pays de Loyre había presencia española en los departamentos de Mayena (Laval), Sarthe (Le Mans) y Loira Atlántica (Nantes). En Loira Atlántica, la Unión Nacional disponía de siete grupos de sabotaje, que procedían de los GTE de Nantes y Saint–Nazaire, y cuyas acciones habían precedido a la fundación de la propia UNE. Según Alberto Fernández, empezaron a actuar en diciembre de 1940, por lo que nos encontraríamos ante verdaderos adelantados: «Acaso hayan sido los primeros españoles que entraron en lucha». Los republicanos detenidos en este departamento bajo dominio nazi fueron deportados a las islas anglo–normandas. También actuaron españoles provenientes de Mayena. Por lo que se refiere al Sarthe, el guerrillero Gutiérrez, escapado de la base submarina de Lorient, consiguió organizar un grupo armado en Le Mans que colaboró con los francotiradores. Con respecto a la región de Normandía y departamentos limítrofes, la presencia más significada de españoles correspondía a los departamentos de Orne y Eure. Un maquis representativo de Orne (Aleçon) se ubicaba en el bosque de Ecouves, dirigido por Gutiérrez, quien también actuó en Sarthe, y tenía como objetivo de sus sabotajes las líneas férreas y las canteras de la región. El centro de la resistencia en Eure (Évreux) estaba en Pacy–sur–Eure, y era su jefe Fidel Marín. El pacto tácito entre españoles y policías franceses proclives a la Resistencia permitió a los españoles manejarse con cierta comodidad por el departamento y colaborar con los aviadores parachutados en la preparación de las invasiones aliadas[27].

En la región Centro–Norte, los diferentes departamentos estaban administrados por la guerrilla francesa, que se desplegaba por las regiones de Centro, Limousin y Poitou–Charente. La presencia republicana devino puramente testimonial. El departamento de Indre (Châteauroix) estaba en la línea de Demarcación, un nido de agentes franceses y extranjeros. Lo más reseñable fue la colaboración entre los militares franceses y los escasos republicanos en el 1er Batallón, mandados por el teniente López de la Manzanara. En Haute–Vienne (Limoges) había una presencia limitada de españoles, que colaboraban con los FTPF y la AS. Con los primeros, dirigidos por el coronel Guingouin, trabajaban los republicanos comunistas, adscritos a la Unión Nacional; con los segundos, los libertarios. En el departamento de Creuse (Guéret) existen noticias de un grupo tutelado por Pablo Salas, que tenía su base en el GTE de Guéret y se dedicó a las actividades de sabotaje. En Vienne (Poitiers) confluyeron un grupo de portugueses y otro de españoles que procedían de los Regimientos de Marcha. Internados una vez que se firmó el armisticio en el campo de concentración de Rouillé, algunos escaparon formando unidades que combatieron duramente a las patrullas nazis desde junio de 1942[28].

Con el desembarco de Normandía, el 6 de junio de 1944, empezaron a cambiar las cosas tanto cualitativa como cuantitativamente para la Resistencia en general y para los españoles en particular, que incrementaron en gran número las partidas guerrilleras. Los enrolados cobraban diez francos al día, además de ropa y comida, y en determinadas regiones funcionaron escuelas de entrenamiento. Algunos republicanos se apuntaron por la soldada, otros por oportunismo y la mayoría, porque el combate se había generalizado y el sueño de liberar España parecía un proyecto viable. El alistamiento de los españoles también fue posible porque, finalmente, disponían de armas —los parachutajes se multiplicaban—, lo que hizo posible que pasaran de reservistas a activos. Según Caballero, «entre 1941 y 1944 se enviaron a la resistencia francesa 104 500 subfusiles, 409 000 granadas de mano y 307 000 toneladas de explosivos. Pero el grueso de esos envíos se efectuó entre el otoño de 1943 y el verano de 1944». Posiblemente, la cifra sea exagerada. De todos modos, los republicanos, al igual que los comunistas franceses, fueron marginados regularmente hasta el verano de 1943 en el reparto de estos envíos masivos de armamento[29].

LOS RESISTENTES ANARQUISTAS

Aunque la mayoría de los libertarios esquivó la presencia activa en la guerra contra Hitler, siguiendo las recomendaciones de su organización, no fue menos cierto que hubo cenetistas entre los legionarios que pelearon en África y después por los campos de batalla europeos; también destacaron en las redes de evasión pirenaicas. Incluso algunos de entre ellos, escrúpulos ideológicos y rencillas personales al margen, combatieron en unidades comunistas. De todos modos, la resistencia armada frente a la barbarie nazi no fue precisamente la etapa más gloriosa de la CNT en particular y del MLE en general. Ensimismados en sus batallas internas, apartaban de la organización a los compañeros que se atrevían a colaborar con el PCE, o simplemente a los que apuntaban a la lucha contra los nazis como una necesidad a la vista de las circunstancias. Quienes conjuraron el apoliticismo que preconizaban los líderes dominantes y al mismo tiempo no estaban dispuestos a cooperar con los comunistas, se encuadraron en unidades de la Resistencia dirigidas por gaullistas, miembros de la conservadora AS. Lo relevante para esos anarquistas era que no estuviesen hegemonizadas por el PCF, el PCE u organizaciones delegadas, como la UNE: los odios estaban por encima de la operatividad. Tampoco los comunistas facilitaban la colaboración: exhibían unas reticencias a ser mandados por los anarquistas digna de mejores empeños[30].

La mayor aportación cenetista a la Resistencia francesa se produjo en el departamento de Cantal, concretamente en el pantano del Aigle, en el Macizo Central. Había anarquistas partidarios de la unidad con UNE y otros en contra; pero la organización estaba claramente por el concurso con los franceses y el rechazo de los comunistas. No obstante, todavía en 1944 esos resistentes se mostraban desnortados con respecto a la lucha armada. La organización libertaria ubicada en esa parte de Francia celebró una conferencia que acabó con dos resoluciones fundamentales. La primera desaconsejaba la participación escudándose en el secular apoliciticismo libertario: «Nuestra organización no colaborará masivamente con el maquis hasta que se produzca el hecho insurreccional del pueblo francés». La otra formaba parte de la teología anarquista y acentuaba la anterior: «Cuando se produzca el desembarco y con él el levantamiento del pueblo francés, nuestros militantes que quieran intervenir en la lucha lo harán en unidades específicas mandadas por compañeros. Estas unidades no serán empleadas como fuerza de choque, sino en actos de sabotaje». Antonio Vilanova, analista ponderado y ecuánime, denuncia las posiciones atolondradas de los líderes libertarios, que parecían habitar repúblicas arbóreas. La actitud de los dirigentes cenetistas —al igual que acaeció con republicanos burgueses y socialistas— provocó que algunos militantes contravinieran sus consignas y que otros muchos no comprendieran el porqué de esos planteamientos. El corolario fue que algunos militantes se apuntaron en la Resistencia donde podían; pero la mayor parte se inhibió de la lucha siguiendo las directrices de sus organizaciones: pesaban mucho en sus conductas personales[31].

Los libertarios del Macizo Central se decidieron por la lucha. A partir de los grupos de trabajadores extranjeros de la zona, y bajo la dirección de J. Montoliu y Manuel Barbosa, alimentaron cuatro destacamentos guerrilleros de una docena de hombres cada uno. Barbosa y su destacamento se movieron con éxito en Salers, Saint–Paul y Mauviac. Posteriormente, y dirigido por José Guzmán González, el llamado batallón del pantano del Aigle alcanzó los cien hombres; la compañía libertaria dependía teóricamente de la 13.ª División de Auvernia, presidida por André Decelle «Comandante Didier». También hubo destacamentos anarquistas en Limousin, en contacto con los grupos de Yves Tate, que estaban dirigidos por Casto Ballesta, José Varas y Emilio González. Tate fue detenido y Ballesta se convirtió en el máximo dirigente de los grupos con el comandante Pariste. En el departamento de Isère operaba otro grupo libertario dirigido por el almeriense Mateo Alfonso, quien se enfrentó en la ciudad de Grenoble, en plena calle, a un destacamento alemán.

En el límite de los departamentos de Dordoña y Lot–et–Garonne despuntó el maquis de Belvès, conducido por el francés «Soleil». Uno de sus destacamentos más importantes lo encabezaba el anarquista José Cervera, y lo integraban correligionarios españoles. No obstante, cuando el comandante quiso promocionar a Cervera como teniente de la unidad, los comunistas franco–españoles lo rechazaron por cenetista. Estos luchadores antinazis seguirían en la brecha después de la Liberación del Midi, y participaron igualmente en los combates que se desarrollaron en las llamadas bolsas del Atlántico, enrolados en el batallón Libertad. En Lot, el «Comandante Philippe» creó con los republicanos no comunistas el maquis Liberté–République–Fraternité cerca de Figeac; en Gers, españoles ajenos a la UNE combatieron en el Batallón Armagnac del capitán Parisot, en el destacamento Soulès de la AS o en el grupo de Julián Carrasco «Comandante Renard», socialista, establecido en Castelnau–sur–Avignon. Elementos anarquistas combatieron también en los departamentos de Tarn, Tarn–et–Garonne y Aveyron[32].

En Haute–Vienne sobresalían los maquis de Limoges y Sereilhac; también el grupo francés Veny, de tendencia socialista; todos ellos facilitaron la integración de los anarquistas de Haute–Vienne y departamentos vecinos. Pero destacó por encima de todos un guerrillero legendario en Francia —lo bautizaron como «el demonio español»— y luego mito absoluto de la resistencia antifranquista, Ramón Vila Capdevila, anarquista, quien en Francia utilizó el nombre de Ramón Llaugí Pons y fue conocido como «Capitaine Raymond». Natural de Peguera, en la comarca del Berguedà, había pasado por los campos de concentración de Saint–Cyprien y Argelès, amén de participar en las redes de evasión pirenaicas, como magnífico guía que era. Intervino en la insurrección cenetista de Frigols en 1932, y durante la guerra perteneció al SIEP Detenido por la Gestapo en Perpiñán, se salvó de la repatriación o de la deportación porque los nazis lo liberaron a cambio de que se enrolara en la Organización Todt; fue conducido a una mina de bauxita en Bédarieux (Hérault). Trabajó para los alemanes hasta febrero de 1944, cuando los resistentes franceses le advirtieron de que la Gestapo tenía orden de detenerlo. Consiguió huir, entablando rápidamente relaciones con la Resistencia. Enviado a Limoges, capital de Haute–Vienne, se unió al grupo Menessier; antes había participado como dinamitero en destacamentos de Gironda y Charente. Más tarde ingresó en el maquis del bosque de Rochechouart, donde alcanzó fama como experto en explosivos. Empezó con un grupo de dieciocho hombres y al finalizar la contienda mandaba cerca de cien. Tal vez haya sido uno de los activistas que realizó más sabotajes y atentados contra los alemanes; sólo comparable a Manuel Gutiérrez Vicente «Pierre de Castro». A pesar de su condición de anarquista, su unidad dependió durante una época de un destacamento FTPF, mandado por Bernard Le Lay, comunista, quien lo promovió a la jefatura de los españoles. No todos los jefes comunistas eran complacientes con los cofrades y arbitrarios con los adversarios ideológicos.

Entre sus acciones destacaron la voladura de un tren alemán cerca de Angulema, donde murieron numerosos soldados, y el asalto a un convoy blindado, que ocasionó importantes bajas. En uno y otro asaltos reunieron cantidades considerables de armas, incluida una ametralladora antiaérea, «que jamás se había capturado al enemigo». Pero su acción más conocida, sobre todo por las repercusiones, se tradujo en la voladura de un tren que se dirigía a Normandía sobre un puente del río Vienne, a la altura de Saint Jumen. Perecieron muchos miembros de la famosa División Panzer SS «Das Reich», y circula la sospecha de que a resultas de este atentado los alemanes cometieron una de las mayores atrocidades de la Ocupación: el exterminio del pueblo de Oradour–sur–Glane (Haute–Vienne), cuyos habitantes —incluidos mujeres y niños— fueron asesinados o quemados dentro de la iglesia del pueblo; el arqueo final elevó a 642 las victimas, de las que sólo 51 pudieron ser identificadas: un autentico revoltijo de cuerpos inertes. Del total de muertos 240 eran mujeres y 252 niños. Carme Juanòs, militante del PSUC, fue una de las mujeres asesinadas; varias familias republicanas, refugiadas en Oradour, encontraron la muerte. La matanza la perpetró la 2.ª División Panzer de las SS, la «Das Reich», que procedía de Toulouse, y la decisión partió del general SS Lammerding. Este jefe alemán ordenó destruir la villa de Oradour–sur–Vayres (Haute–Vienne), pero el responsable de la unidad encargada de efectuar las represalias se equivocó y convirtió Oradour–sur–Glane en una silueta mellada, un dédalo de ruinas. La contrarrepresalia no tardó en llegar. Vila Capdevila había dejado los FTPF comunistas y se había enrolado en la AS, gaullista, en un grupo de doscientos hombres mandados por el capitán Marc. El grupo atacó a una sección de la División «Das Reich» en Oradour–sur–Vayres. Los alemanes, que estaban acampados en el pueblo, fueron asediados por los guerrilleros, que comenzaron una ofensiva sostenida. Aunque muchos nazis lograron evadirse, otros fueron quemados en el interior de las viviendas del pueblo, donde se protegían de los disparos de los partisanos: los nazis debían expiar la matanza del otro Oradour.

Vila Capdevila se especializó en sabotear trenes cuando atravesaban algún puente de la geografía francesa. Lo hacía acompañado o solo, le resultaba indiferente. Profesional de la dinamita, una audacia sin límites le proporcionó el respeto absoluto de sus compañeros, franceses o españoles, libertarios o comunistas. Para el partisano catalán, más allá de las ideologías, estaba el objetivo de aniquilar a los nazis alemanes y a los «milicianos» franceses: ese debía ser el cometido de todas las personas honradas. Siguió en la lucha hasta mayo de 1945, encuadrado en el batallón Libertad, integrado por anarquistas, que combatió en las bolsas del Atlántico, concretamente en Royan y La Pointe–de–Grave, hasta la victoria final. Después inició otro prolongado combate contra el franquismo, una lucha individual a la que puso punto final la muerte. Localizado en las montañas de Creu de Perelló, a veinte kilómetros de Manresa, Vila Capdevila fue alcanzado por dos balas en la madrugada del 7 de agosto de 1963, en el camino de Coll de Frons a Balsareny. Más de 200 guardias civiles de la 231.ª Comandancia de la Guardia Civil sitiaban al guerrillero. Para entonces ya no era el «Capitaine Raymond», sino el «Caraquemada» del franquismo. O «Pasoslargos». O «Jabalí». Así lo motejaban los compañeros de muerte y sueños. Llevaba combatiendo 26 años, y como escribe Antonio Téllez Solá: «En Francia, nuevamente, sus compañeros de lucha guardaron prudente pero incalificable silencio. Ni una sola voz se levantó para explicar al mundo quién era el caído. El régimen dictatorial de España segó su vida, pero el MLE hizo el trabajo de sepulturero»[33].

ERRORES FRANCESES, MUERTOS ESPAÑOLES

En los maquis convivieron desde su nacimiento dos orientaciones tácticas. La primera se inscribía en el modelo basado en la movilidad, los grupos reducidos y el ataque fulminante acompañado de una rápida retirada: la guerra sin líneas de frente. Los republicanos se decidieron lógicamente por esta vía: la juzgaban como algo natural, lógica; casi una tradición española. La segunda, ensayada en Francia, mantenía la tesis de concentrar a grupos numerosos de guerrilleros en orografías difíciles que impidieran teóricamente las embestidas enemigas o al menos facilitasen la defensa: el objetivo era establecer «territorios liberados». Fue un método patrocinado desde Londres y puesto en práctica básicamente por la AS gaullista y la ORA giraudista. Los FTPF comunistas no eran partidarios de esa modalidad de lucha, basada en los atrincheramientos, y cuando participaron fue más por solidaridad que por convicción. La postura de las autoridades franco–británicas, avalada por los gaullistas del interior, que decidieron las concentraciones de guerrilleros, provocaron tres importantes tragedias de la Resistencia: Glières, el Vercors y Mont–Mouchet. La decisión sólo permite dos explicaciones plausibles. O lo hacían para distraer fuerzas alemanas cuando se estaban planificando los desembarcos aliados, tanto en el Atlántico como en el Mediterráneo. O se reducía a cuestiones políticas de los responsables de la Francia que seguían a De Gaulle: el hecho de que los maquis ocuparan permanentemente un territorio trasladaba una imagen de que se combatía a los alemanes desde el interior de Francia. Esta ultima hipótesis transformaría un error en crimen a causa de la prioridad de los criterios propagandísticos sobre los militares; sobre la vida en definitiva. Y entre los muertos hubo numerosos españoles, que aceptaron el estado de cosas por camaradería, aunque sabían del riesgo y de la inutilidad de la acción[34].

La primera catástrofe de esta modalidad guerrillera sucedió en la meseta de Glières, un desierto de hielo en la macizo de la Vanoise, próximo a la ciudad de Annecy, capital de Alta Saboya. Estaba rodeado de los valles de Thorens, Thônes y Borne; el acceso parecía imposible, pues ninguna carretera practicable atravesaba su estampa imponente. El primer organizador del maquis fue el comandante Vállete d’Osia, quien en febrero de 1943 había fundado una escuela de mandos en Cluses. Detenido en octubre, consiguió escapar al norte de África; fue reemplazado por el capitán Romans. Los dos eran militares de carrera, aunque el último pertenecía a la reserva. Un miembro de la misión interaliada que fue lanzado en paracaídas sobre el plateau de Glières, Cantinier, registró que existían diferencias entre los miembros de la AS y los FTPF, aunque estos últimos representaban una minoría. El desencuentro fundamental era la táctica a seguir, pero los refractarios que se negaban a trabajar en Alemania terminaron atestando el monte de reclutas sin experiencia alguna: había que hacer algo.

En el mes de noviembre de 1943, con las primeras nevadas, se tomó en Londres la decisión de mantener a los guerrilleros en la meseta: continuaban pensando que era un paraje impenetrable y donde podían realizarse además parachutajes de hombres, alimentos y armas. La decisión final correspondió a los franceses. La orden de concentrarse llegó en enero de 1944 para la AS, y los FTPF simplemente fueron invitados a unirse. El 29 de enero de 1944, el capitán Théodore Morel «Tom» había reunido a 120 guerrilleros en Glières, un escondrijo de soledad, frío y muerte. Los concentrados tenían problemas de intendencia, y acarreaban a hombros alimentos, armas y madera: se vieron obligados incluso a robar los esquís de los turistas de las estaciones cercanas para ayudarse en el transporte; el español José Caballero confiesa que estuvieron entre ocho y diez días prácticamente sin comida, y también alude a indecisión y flojera de los mandos franceses. En los últimos días de febrero y comienzos de marzo de 1942, aviones aliados lanzaron casi mil contenedores con armamento, recogidos con dificultades durante varios días, con la ayuda de 67 guardias móviles prisioneros. También subieron a Glières más asociados de la AS y también francotiradores. Ante el rumbo que tomaban los acontecimientos en torno a la meseta, los alemanes sustituyeron a los italianos, de quienes no se fiaban por su manifiesta incompetencia. Los nazis acordonaron el valle desde febrero, destruyendo antes todo cuanto encontraban a su paso: el pueblo de Corlier por ejemplo fue incendiado y los vecinos, asesinados; había que eliminar los puntos de apoyo.

Entre los guerrilleros que participaron en la operación se encontraban miembros de cuatro maquis españoles: el de Mont–Veyrier, dirigido por Jorge Navarro; otro mandado por José Mari, instalado en los altos de la Colombière; el grupo de Antonio Jurado, que estaba en Doussard, y finalmente, el de Semnoz, mandado por Gabriel Vilches; todos confluyeron en Glières. El EM de las FFI, con remite de Londres, confirmó al comandante Vera que los españoles —«tez morena, aspecto rudo, antiguos combatientes del ejército republicano…»— tenían que concentrarse en el altiplano. Los republicanos reunidos formaron la Sección Ebro, mandada por Vilches y compuesta por 56 activistas que aguantaron hasta el final. El testimonio de Ángel Gómez, un superviviente, permite que conozcamos, siquiera tangencialmente, la participación de los exiliados en Glières. Fueron ubicados en el centro, en dos chalés, y asignados como batallón de reserva, listos para ayudar en cualquier punto de los diez kilómetros de meseta. Cuando se llevó adelante la ofensiva final, los españoles se encargaron de la defensa de Petit–Bornac. Gómez no escatima elogios a la actitud de los republicanos: «Un español que no pesaba ni 50 kilos y que no pasaba de un metro cincuenta, tiró cinco balas y se cargó cinco tíos». También refiere que, cuando se decretó la retirada de los resistentes, los alemanes no querían atacar la posición de los republicanos: no se creían que sólo eran medio centenar por la forma en que se defendían y porque barruntaban que eran tiradores de élite.

El encargado de las fuerzas represivas francesas, que hostigaban a los concentrados en Glières, era el coronel Georges Lelong, intendente de policía de Vichy que odiaba a los FTPF, comunistas, pero que mantenía una cierta tolerancia con la gaullista AS. Al frente de los alemanes estaba Jeewe, quien concedió al intendente un plazo para resolver el problema de la meseta. Entonces se entabló una negociación entre Lelong y los responsables gaullistas, encabezados por Clair. El intermediario era el cura de Trufy, que pertenecía a la Resistencia. Lelong pretendía que los militantes de la AS traicionaran a los FTPF, que los abandonaran en la meseta, para que los nazis los exterminaran después; Clair se negó. Fracasadas las conversaciones, los guerrilleros fueron embestidos en febrero por las GMR y la Milicia de Darnand, aunque las fuerzas represivas francesas no consiguieron desalojar a los partisanos ni negociando ni combatiendo. Lelong presentó la dimisión a Darnand, que no la aceptó. Pero los atrincherados en Glières recibieron pronto una pésima noticia. El 9 de marzo, en un asalto al pueblo de Entremont, había caído el capitán Tom Morel, asesinado por el comandante Lefévre, responsable de los GMR, que se había rendido pero al que ingenuamente los resistentes le habían permitido conservar el arma reglamentaria. Morel, subido a la meseta por los republicanos españoles, fue enterrado el 13 de marzo, y lo reemplazó el capitán Anjot. El 25 de marzo se desarrolló un ataque masivo de los «milicianos», pero tuvieron que retroceder; desde dos semanas antes, la aviación hitleriana machacó metódicamente la meseta.

El cerco de los nazis se estrechaba cada vez más y comenzaron las defecciones, iniciadas por catorce hombres: una reacción lógica. Los guerrilleros de Glières estaban condenados, y la meseta se convertiría en una tumba para hombres dispuestos a morir por el honor de Francia: grandes palabras para un enrocamiento sin sentido. En un último intento de salvación, Anjot reclamó a los mandos FTPF de Lyón que le enviaran dos mil maquisards que estaban acantonados en Alta Saboya, pero no recibió contestación. Al contrario, los francotiradores de Glières recibieron la orden de retirarse, que contravinieron en su mayoría. La hermandad de los guerrilleros estaba por encima de las organizaciones: ni la AS se mostró dispuesta a negociar con los «milicianos» el abandono de los FTPF, ni estos aceptaron dejarlos cuando la situación era insostenible. El 24 de marzo la sección Ebro republicana rechazó una ofensiva de los «milicianos», y la artillería alemana batió durante el 25 toda la meseta, cuyos defensores apenas disponían de alimentos. El 26 atacaron de nuevo los «milicianos» de Lelong, y de nuevo fueron rechazados. Ese mismo día entraron en combate las fuerzas nazis, apoyadas por 1500 «milicianos», 2000 GMR y 800 gendarmes. El peso del asalto lo llevaban los alemanes, mientras que los franceses cumplían funciones auxiliares. Los primeros penetraron por Monthiévret, y a las embestidas de los soldados se unieron las incursiones de los Stukas. El 29 por la noche Anjot decretó el repliegue general, una vez que tanto él como el teniente Joubert «creyeron haber salvado el honor». Aunque retórica, la pregunta era: ¿Cuántos muertos costaba el honor de Francia? Guerra de caballeros, fuera del tiempo y ajena al espacio que habitaban. O morían todos, o Glières no tendría sentido. El español Caballero argumenta que la derrota se debió a la división entre gaullistas, giraudistas y comunistas. Pero es una explicación parcial: sin apoyo aéreo y un incremento notable de los efectivos, armas y hombres, los acantonados en Glières estaban derrotados de antemano. El heroísmo y la unidad no hubieran mitigado el manifiesto desequilibrio entre los contendientes.

La huida se convirtió en desbandada, y Anjot fue asesinado cuando se retiraba; las ejecuciones entre los prisioneros fueron generalizadas. Henri Noguères sostiene que en el combate murieron 155 guerrilleros, 30 desaparecieron y 150 cayeron prisioneros. Entre estos últimos, la mayoría fue deportada a Alemania —incluidos el capitán José Mari y otros tres españoles— o fusilada. Otros autores hablan de 83 ejecutados y de 42 muertos en combate; en el cementerio de Morette, cerca de Thônes, 150 lápidas evocan un fracaso táctico. Ocho españoles de la Sección Ebro perdieron la vida en la meseta de Glières. El noveno fue el obrero cacereño Félix Belloso Colmenar, que trabajaba en la serrería de Entremont y suministraba comida a los sitiados; fue detenido por los alemanes y fusilado el 31 de marzo de 1944. Escaparon de la batalla 293 franceses y 47 españoles. Chambard escribe que los alemanes perdieron 700 hombres durante los combates y los «milicianos», 150. Lelong, detenido en París después de la Liberación, fue llevado a Annecy para ser juzgado, pero lo secuestraron los FTPF el 16 de octubre de 1944 y lo ejecutaron.

El maquis de Glières se convirtió en el símbolo de la Resistencia, y como icono de heroísmo ayudó tal vez a la causa de la Liberación. Testigo privilegiado de Glières fue el guerrillero Alfonso Martínez, que se manejaba con su grupo en la periferia de la meseta; posteriormente disfrutó el privilegio de participar durante los días 15 y 16 de agosto en la liberación de dos localidades fundamentales de Alta Saboya, Thônes y Evian. Participó en la eliminación del jefe «miliciano» Zani y se movió por Bernex, Lajoux y Abondance. Martínez reprueba a quienes criticaron la operación de Glières: «Algunos militares franceses desaprobaron severamente esta operación. Pero sin embargo no nos causa ningún efecto dichas críticas. Pues de lo que sufrimos es realmente de la ausencia de cuadros, y mientras la mayor parte de los militares profesionales permanece confortablemente instalados en sus domicilios desde la derrota de 1940, los jóvenes combatientes tenemos que aprender en pleno combate el arte de practicar la guerrilla». Otra forma de analizar la realidad. José Ángel Valente dedicó unos versos a los republicanos de Glières: «No reivindicaron / más privilegio que el de morir / para que el aire fuera / más libre en las alturas / y más libres los hombres». Cosas de poetas idealistas. Después de la masacre de Glières, los españoles supervivientes se reagruparon en Semnoz[35].

Las tragedias del Vercors y Mont–Mouchet

Un episodio parecido se registró en el macizo del Vercors, al suroeste de Grenoble, entre los departamentos de Isère y Drôme, otra geografía idónea para establecer un «territorio liberado». Tenía 45 kilómetros de largo por 20 de ancho, protegido por una muralla natural: otra barrera infranqueable. El principal ideólogo de acantonarse, Pierre Dalloz, lo veía claro: «El valor militar de este país es sensacional. Bastarían una docena de destrucciones muy fáciles de llevar a cabo y de defender, para impedir toda entrada a los carros blindados». La tesis de Dalloz fue confirmada y aplaudida por el propio Jean Moulin, jefe de la Resistencia francesa, por el general Charles–Antoine Delestraint, a cargo de la AS, y también por uno de los responsables de la resistencia lionesa, Yves Farge. A finales de febrero de 1943 se aprobó desde Londres la concentración, transmitida por la BBC mediante contraseña: «Los montañeses deben seguir escalando las cumbres». Contaban con varios miles de hombres divididos en cinco subsectores, además de 15 mandos y 450 exploradores. Pretendían los estrategas que el maquis del Vercors no fuera estático sino que permitiera los movimientos en el interior del macizo.

En agosto de 1943, los franceses habían decidido que la concentración del Vercors ya no tenía marcha atrás. Pero entonces comenzó el carrusel de cambios en la jefatura del acantonamiento alpino. Yves Farge, cuya mujer e hijos habían sido detenidos, se vio obligado a marchar de la zona y entregó el mando al capitán Alain Le Ray. Este último dimitió y le sustituyó Geyer. La paradoja era que nadie de entre quienes idearon el maquis del Vercors, políticos o militares, estaban en condiciones de dirigir a los guerrilleros: habían muerto (Moulin), huido (Farge), dimitido (Le Ray) o estaban arrestados (Delestraint). El mando a la hora de la verdad correspondió a François Huet, auxiliado por Geyer, supervisados por Descour, coronel de la AS, y especialistas británicos y americanos. El 13 de noviembre de 1943 se iniciaron los parachutajes. Dispusieron además de un importante arsenal: los aviones aliados habían lanzado unos 1500 contenedores con armas y explosivos, e incluso se había habilitado una pista de aterrizaje en la propia meseta. Comenzado el año 1944, surgieron los primeros incidentes con los alemanes, quienes tampoco les acosaron porque de momento no representaban problema alguno mientras estuvieran concentrados; al contrario, parecían facilidades para los nazis. En el mes de abril de 1944 los resistentes fueron sitiados en el macizo por fuerzas exclusivamente francesas: gendarmes, guardias móviles y «milicianos».

Desde Argel les prometieron 4000 soldados aerotransportados, aunque Londres no les garantizaba ametralladoras pesadas y morteros. Entre finales de junio y principios de julio de 1944 se registraron importantes parachutajes, incluidos dos contingentes de paracaidistas procedentes de Argel. El 6 de junio se efectuó la movilización general: entre 4000 y 5000 maquis. Estaba claro que ignoraban que el desembarco aliado en Provenza —su única posibilidad de supervivencia y éxito— no se realizaría hasta el mes de agosto, y tampoco llegaron los refuerzos en la medida de lo recabado. El 10 de junio, una orden de Koenig desde Londres pedía que se pusiera fin a las movilizaciones: «Frenar el máximo todas las actividades de guerrilla. De momento, imposible abastecernos en armas y en municiones. Romper todos los contactos según posibilidades, para permitir fase reorganización. Eludir grandes reuniones. Constituir pequeños grupos aislados». Pero el 13 de junio, a las nueve de la mañana, comenzó la incursión de los alemanes por Saint–Nizier; los guerrilleros se replegaron. El 15 de junio los nazis repitieron la ofensiva a las cinco de la mañana. El asalto había sido tan fulminante, que a las diez los mandos tuvieron que ordenar la retirada de los primeros anillos defensivos. El 22 de junio, una columna motorizada alemana consiguió penetrar sin problemas en el Vercors pese a la oposición de algunos destacamentos. En vez de sacar las oportunas conclusiones, los jefes guerrilleros se limitaron a reforzar las defensas.

Aunque el asedio se estrechaba, hubo una especie de tregua durante casi un mes, ya que a los alemanes se les acumulaba el trabajo por toda Francia. El 11 de julio los defensores del Vercors recibieron la felicitación del máximo responsable de la guerrilla francesa, el general Koenig. Fue un mal presagio, pese a que el 14 de julio aviones americanos lanzaron otros 860 contenedores. Pero los nazis estaban decididos a eliminar el foco armado, y el general Pflaum ordenó el asalto definitivo. Los aviones alemanes castigaron duramente la meseta, mientras que por tierra multiplicaban las operaciones de comando. El 21 de julio, los mandos franceses ordenaron otro repliegue hacia el interior, mientras que los 15 000 hombres de la Wehrmacht atacaban por tierra y aire, apoyados por las fuerzas represivas de Vichy. El 22 de julio los alemanes conquistaron Die, y en el hospital asesinaron a todos los enfermos. Entre el 22 y 23 de julio de 1944 se produjo la caída clave, el sector Valchevrière. La partida estaba jugada: los atacantes controlaban todos los pasos y se aprestaron a realizar una sarracina. El comandante Huet dio esa misma noche la orden de dispersión y retirada; y un mensaje: «Lamentamos, amargados, que se nos haya dejado solos y sin ayuda a la hora del combate». Había pasado el tiempo de las grandes palabras. Los asediados trataban de huir por los resquicios que les permitía la zona o afrontaban la muerte intentando causar el mayor daño posible a los hitlerianos.

El día 24 de julio se había dado por finalizada oficialmente la batalla por parte de los responsables alemanes, que arrasaron los pueblos de la zona, asesinaron a parte de sus habitantes (260 campesinos) y ejecutaron a todos los maquisards detenidos. Cayeron un total de 750 guerrilleros. El desastre del Vercors lo protagonizaron miembros de la AS y la ORA. Los FTPF comunistas estuvieron ausentes de un tipo de lucha en la que no creían: la experiencia de Glières había sido suficiente. Varios centenares de republicanos, según Vilanova, participaron en Vercors, y varios de entre ellos perdieron la vida. Los diferentes testimonios los aproximan a sesenta. Pons Prades relata un episodio conmovedor, cuyos protagonistas fueron los españoles de un destacamento dirigido por el libertario Antonio Sanz e integrados en el maquis conocido como «As de Piques». Al comprobar que pasaban aviones alemanes, y conocer su destino, decidieron por su cuenta y riesgo acercarse hasta el Vercors para aportar su solidaridad. Y aunque, cuando llegaron, ya nada se podía hacer por la victoria, penetraron en el macizo para facilitar la huida de los hombres allí sitiados; dos de sus guerrilleros fallecieron en la operación. Ningún maquis francés, y la situación era de dominio público, repitió ese movimiento instintivo de auxiliar a los compañeros[36].

La tercera tragedia guerrillera discurrió en Mont–Mouchet, en el macizo Margeride, en Auvernia, que se desparrama por los departamentos de Cantal, Alto Loira, Lozère y Puy de Dôme. Los voluntarios que subieron al Mont–Mouchet eran paisanos ajenos a cualquier experiencia militar: una operación esperpéntica, inexplicable, puro voluntarismo. En la orden de leva se pedía a los aficionados a la guerra que se acantonaran provistos de vestimenta, tienda de campaña e incluso vehículos. Los responsables de la Resistencia movilizaron a los antifascistas a través de los ayuntamientos, reclamando la incorporación de franceses de todas las edades y condición social. Los comunistas FTPF, que se oponían a estos «maquis de masa», tardaron bastante en decidirse. Dirigía todo el coronel Coulandon «Gaspard», y el jefe de EM era el coronel Garcie. Se trataba de crear un foco estable de insurgencia para cuando tuvieran lugar las invasiones aliadas, y mantener una base para iniciar el ataque de la Resistencia. Coulandon esperaba la ayuda de fuerzas aliadas, que no llegó. Aunque los aviones americanos arrojaron abundante material, sólo un tercio de los resistentes disponía de armas. En Mont–Mouchet se concentraron 3000 miembros de la AS, grupos FTPF y la 16.ª Brigada española, integrada por 60 hombres. Pertenecía a la 27.ª División y la encabezaba Rufino Bastián. Algunas fuentes elevan a 10 000 los resistentes en los momentos de la ofensiva final. En el bando contrario, había entre 11 000 y 13 000 alemanes, apoyados por GMR.

El 2 de junio un millar de SS embistió el reducto, con la orden de exterminar a sus defensores; fracasaron y sufrieron además importantes pérdidas. Los maquis habían recibido grandes cantidades de armamento de los aliados, que el 6 de junio desembarcaron en Normandía. Pero el verdadero combate no había comenzado. El día 10 de junio se concretó el ataque, con unos 8000 alemanes en línea, que emplearon carros de combate y aviación. Destruyeron todos los pueblos por los que pasaron y fusilaron a los hombres en edad militar. En la madrugada del día 11, otros 4000 o 5000 alemanes entraron en acción. Ante la magnitud del despliegue, se comunicó a todos los defensores que a las diez de la noche, aprovechando la oscuridad, se efectuaría el repliegue. Aunque el grueso de los guerrilleros logró retirarse, en el campo de combate quedaron 350 muertos, 35 españoles entre ellos, el 10 por ciento del total, mientras cubrían la retirada. Las bajas alemanas fueron cuantiosas: 1400 muertos y 1700 heridos. Aunque los dígitos tienen una relativa fiabilidad, los concernientes a los alemanes por lo menos[37].

«LOS BARROTES DE LAS PRISIONES…»

La primera relación de los españoles en libertad con las cárceles francesas fue preventiva y terapéutica, y la establecieron las mujeres. Eran las famosas «primas» que tenían casi todos los cautivos republicanos, a quienes visitaban para llevarles comida y ánimos: los detenidos repetían la solidaridad repartiendo los alimentos que entraban en la prisión. Las enlaces españolas también introducían dinero para casos de necesidad. Por ejemplo, cuando los prisioneros trataban de evadirse de la cárcel o cuando lo hacían en los continuos traslados de unas a otras: el dinero les servía para sobornar a guardianes y, en caso de escapar, para subsistir hasta que les fuera posible esconderse en un maquis o un punto de apoyo de confianza. La prensa antifascista era otra de las peticiones más habituales de los internados, que las mujeres satisfacían en ocasiones, aunque resultaba una tarea ardua: primero, había que conseguir las publicaciones —cometido nada fácil— y luego, introducirlas al margen de las pesquisas de los carceleros.

Pero los republicanos también promovieron acciones más radicales. Uno de los episodios más repetidos en los meses previos a la Liberación, o coincidiendo con ella, estuvo relacionado con asaltos a cárceles donde se encontraban recluidos activistas antinazis. Los prisioneros políticos en los penales corrían un serio peligro, sobre todo cuando los alemanes ocuparon toda Francia: podían ser torturados, deportados a los campos de exterminio o simplemente asesinados. Por consiguiente, uno de los objetivos prioritarios de los guerrilleros pasaba por excarcelar por la fuerza a los detenidos. Lo recogía el Himno guerrillero: «Somos nosotros quienes limamos / los barrotes de las prisiones / de nuestros hermanos». En algunas cárceles, los vigilantes pertenecían a la Resistencia, lo que permitía atacar desde el exterior con menores riesgos. También facilitaban la huida de prisioneros que aparecían en las listas de la deportación, o eran candidatos a la liquidación extrajudicial.

Uno de los pasajes más destacados tuvo como protagonista a la Maison Centrale de Force, penal conocido como la Centrale de Eysses, situada en Villeneuve–sur–Lot (Lot–et–Garonne), que era un viejo caserón insalubre y lóbrego, un recinto–fortaleza para prisioneros considerados peligrosos. Había empezado a recibir detenidos a partir de 1943, cuando todo el país estaba ocupado por los alemanes, y albergaba a 1200 hombres, incluidos 60 españoles. Procedían de las cárceles de Nimes, Marsella, Grenoble, Montauban, Tarbes… Las condiciones médicas e higiénicas presentaban aspectos deplorables: el 70 por ciento de los internos tenía alguna enfermedad; severas en ocasiones. Pero como sucedía en los campos de internamiento, los arrestados prosiguieron con sus actividades políticas. Los republicanos aprovecharon incluso la coyuntura para constituir la UNE en el interior del presidio y establecieron relaciones fluidas con todos los demás inquilinos, franceses y de otras nacionalidades; brigadistas muchos de ellos. Los dirigentes más destacados entre los españoles eran Félix Llanos —colaborador de Monzón—, Miguel Portolés y Juan Antonio Turiel, que conformaban la dirección. Ramón Garrido Vidal «León Carrero Mestre» y Ángel Huerga Fierro pertenecían a un comité de reserva; el primero había sido responsable del medio millar de resistentes en los departamentos de Côtes du Nord, Morbihan, Sarthe y Finistère.

Los presos políticos consiguieron aliviar las condiciones de vida en Eysses, además de imponer la separación con los comunes; las vejaciones y malos tratos se redujeron. La comida mejoró notablemente, en parte debido a la solidaridad; la dirección clandestina estableció que los paquetes que entraban del exterior se repartieran entre los detenidos, o en razón de las necesidades de los enfermos o más necesitados. Empezaron también a normalizarse aspectos tan importantes como el servicio postal y las actividades educativo–culturales; llegaron a editar revistas, y se ponían al día gracias a Radio Moscú y Radio Londres, presentes en la penitenciaría de manera clandestina. También vigilaban los excesos de la dirección, como el intento de deportar hacia Alemania a un grupo de compañeros que ni siquiera había sido juzgado: una huelga en el comedor, el apoyo de los ferroviarios en el exterior y el enfrentamiento a pecho descubierto con gendarmes y GMR abortaron la arbitrariedad.

El sueño de todos los políticos en Eysses era la evasión, y para hacerla posible formaron un grupo escogido de 156 prisioneros que fue conocido como el «batallón de Eysses». Con la ayuda de los guardianes antinazis introdujeron armas en la prisión, y planificaron una maniobra combinada entre el interior y el exterior para la huida. Medio centenar de hombres protegerían desde la calle la escapada e impedirían la llegada de refuerzos. La intervención la conducían «Kleber» y Serge Ravanel, jefe nacional de los Cuerpos Francos de Liberación, dependientes de la COMAC. El encargado en el interior era el brigadista François Bernard. El plan falló, entre otras razones, porque el responsable de los cuerpos francos de Toulouse, Joyeux–Joly, se negó a entregar armas a «Tánger», que había escapado de la cárcel para coordinar el ataque desde el exterior, y se interrumpieron los contactos. Ravanel explicó más tarde que la negativa de Joyeux–Joly a proporcionar armas a «Tánger» se basaba en la ideología comunista del último. Pero los detenidos de Eysses continuaron por su cuenta con el plan de evasión.

Las cosas se enredaron el 3 de enero de 1944, cuando 54 detenidos, políticos y comunes, escaparon de la prisión después de haber sobornado a funcionarios: la huida se había preparado y ejecutado al margen de la organización. Las consecuencias no se hicieron esperar, y la primera fue la llegada de un nuevo director, el «miliciano» Schivo, amigo de Darnand. El nuevo responsable multiplicó las defensas de la prisión y el número de carceleros, amén de endurecer las condiciones. Pero los políticos no estaban dispuestos a pudrirse en Eysses, y el proyecto continuó activo. Comenzó a ejecutarse el 19 de febrero de 1944, aprovechando la visita de un inspector de prisiones. Cuando recorría la cocina del establecimiento penitenciario fue detenido por los residentes políticos con el jefe de la prisión, coronel Schivo, y algunos acompañantes. Desnudaron a los rehenes, y salieron al patio vestidos de oficiales. La llegada imprevista de los comunes, que regresaban de trabajar, alertó a los guardias móviles y desbarató el plan inicial; era el comienzo de una tragedia. Los guardianes bloquearon las salidas y empezaron el asalto contra los insubordinados; los presos por su parte no consiguieron abrir una brecha en el muro de la cárcel, que era su tabla de salvación. Los refuerzos nazis complicaron todavía más la posición de los antifascistas, quienes pese a la inferioridad numérica y de armamento se mantuvieron sin rendirse durante toda la jornada. Uno de los jefes de la evasión, François Bernard, había sido herido en las primeras escaramuzas.

La situación era desesperada, y fue entonces cuando los españoles realizaron un último intento, suicida a todas luces, como era la toma de uno de los miradores. Dirigidos por Félix Llanos, una docena de republicanos efectuaron el primer ataque, que repitieron hasta en cinco ocasiones. Pero ni tenían armas adecuadas para asaltar el lugar ni medios mecánicos para agrietar el muro; y la ayuda del exterior no llegaba. Unos y otros aguantaron hasta el día siguiente, cuando agotaron las municiones después de 24 horas de lucha. En la cárcel se personó el propio Darnand, jefe de la Milicia, y prometió que no habría represalias si liberaban a los rehenes. Pero un joven prisionero no pudo resistir las torturas y facilitó la relación de los cabecillas. El tribunal de guerra se reunió tres días después, y doce antifascistas heridos fueron fusilados (la prensa colaboracionista habló de veintisiete). Entre los ejecutados —llegaron al cadalso cantando el Chant du départ: «sepamos vencer o sepamos perecer»— se encontraban los comunistas catalanes Jaume Serot y Beltrán Serveto Doménech; fuentes del PSUC añaden dos más: Antoni Dolores Beltrán y Bernard Roy i Rourana. Otros detenidos involucrados en la operación fueron deportados a los campos de exterminio nazis. El 30 de mayo de 1944, los alemanes de la División SS «Das Reich» les condujeron fuera de la prisión —algunos tuvieron que hacer los siete kilómetros hasta la estación de Penne d’Agennais caminando, y Ángel Huerga Fierro fue asesinado en el trayecto porque no pudo aguantar la marcha—, luego pasaron por Compiègne y desde esa estación enfilaron hacia Dachau el 20 de junio de 1944[38].

El éxito acompañó por contra a los españoles que asaltaron la cárcel de Nîmes, donde se hacinaban numerosos prisioneros que aguardaban la deportación a los campos alemanes. Fue una de las operaciones de mayor fortuna y trascendencia entre las efectuadas por los republicanos. La intervención estuvo gobernada por un trabajador de las minas de la Grand–Combe reconvertido en jefe guerrillero, García Granda. Los preparativos comenzaron a finales de 1943, y la fecha resulta esencial para entender la importancia del episodio. El asalto a la cárcel de Nîmes no fue parte de la quermés triunfal, cuando los alemanes se retiraban precipitadamente del Mediodía durante el verano de 1944, sino que aludimos a una situación estable y con los nazis en el pleno control de la situación; dominando sin rivales el Mediodía francés.

Estamos por tanto ante un hecho de armas relevante. Además era una prisión de máxima seguridad y con una desventaja adicional para asaltarla: se ubicaba en el centro de la ciudad, entre el caserío.

Cristino García se trasladó con 18 de sus hombres a Nîmes, incluidos sus dos lugartenientes, Gabriel Pérez y Carlos Alonso. Habían introducido previamente armas en la prisión gracias a la ayuda de Odette Capion. Pedro Vicente, oficial de la 21.ª Brigada que se mantenía en la legalidad, alquiló un piso cerca de la cárcel y a doscientos metros de los cuarteles de la Gestapo y de la Milicia francesa. Los republicanos se habían concentrado en la vivienda el 3 de febrero, y el día 4 a las ocho de la mañana se presentó inopinadamente la Gestapo. Los recibió la mujer de Vicente, y la madurez y entereza de la joven de dieciocho años hizo posible que los policías creyesen la versión de que se encontraba sola en casa; los guerrilleros esperaban acontecimientos detrás de una puerta vidriera, con las pistolas amartilladas. Pero se libraron de la indagación policial y pudieron efectuar la operación en la noche del 4 de febrero, en colaboración con los FTPF. La ejecución fue rápida, apenas media hora. Contaron con el concurso de un preso, contactado anteriormente, quien abrió la puerta para que entraran los guerrilleros. Después de neutralizar a los guardias de la cárcel —alguno fue eliminado—, recorrieron las celdas y liberaron a 50 presos. La operación se complicó porque el grueso de los detenidos eran comunes y hubo que seleccionar a los políticos. Al final aconteció otro importante contratiempo: Cristino resultó dañado en la pierna izquierda; fue operado al día siguiente por los doctores Fayot y Cabonat, miembros de la Resistencia, y durante la convalecencia estuvo alojado en casa de una militante conocida como «Fina». Los historiadores de la guerrilla registran un muerto entre los asaltantes. Arasanz, que en sus memorias se apunta como participante de la operación, escribe que se efectuó sin baja alguna, que excarcelaron a 76 hombres y que la herida de Cristino se la hizo con su propia arma cuando forcejeaba con el guardián de la puerta principal. Reconquista de España (6 de octubre de 1944) terció en la polémica: la liberación afectó a 43 detenidos políticos, incluidos algunos brigadistas, y cita a Nîmes como una verdadera plaza fuerte, con 12 000 soldados alemanes y 3000 «milicianos» de Darnand[39].

También se saldó con éxito el ataque a la cárcel de Castres, dirigido por el comandante Antonio Caamaño, uno de los contados guerrilleros con formación universitaria. A pleno día y sin ayuda exterior, lograron escaparse 36 hombres y dos mujeres del servicio británico de información; fue una maniobra apoyada desde el interior, que contaba con la complicidad de un guardián. José Antonio Alonso sostiene que la cárcel no fue asaltada sino que un carcelero dejó salir a los cautivos. A Caamaño le había dedicado Max Aub un poema cuando fue trasladado de Le Vernet a la cárcel de Castres: «Cambias campo por grilletes / porque ya las alambradas / son cárceles muy delgadas / para tan buenos jinetes». Pero otras prisiones fueron también atacadas antes de la Liberación. El 10 de junio de 1944 los hombres de «Pinocho», con francotiradores comunistas, allanaron el penal de Nontron y rescataron a 80 internados políticos, entre ellos destacados dirigentes del PCF, españoles de la Resistencia y al cenetista Germinal Esgleas, compañero de Federica Montseny. El 5 de julio, un centenar de guerrilleros acometió la cárcel de Villefranche de Rouergue, liberando a los reclusos. Asimismo tuvieron éxito operaciones similares en las cárceles–fuertes de Gaillac, 16 de junio de 1944, y Aix–en–Provence. El ataque a esta última fue realizado el 5 de mayo de 1944 por guerrilleros y FTPF, y se liberaron a todos los presos políticos[40].

Los asaltos a las cárceles, cuando estaba próxima la Liberación, encontraban todo tipo de facilidades por cuanto los vigilantes sabían que la correlación de fuerzas se había modificado y se imponía la búsqueda de un aval para cuando los nazis fueran derrotados. Incluso algunos capellanes de las prisiones rindieron beneficios a la Resistencia; Carmen Buatell cuenta cómo fusilaron a un cura en la cárcel de Baumettes, de Marsella, porque era un decidido antifascista. En los días de la Liberación, los republicanos españoles asaltaron el penal de Foix. Habían llevado a cabo tentativas a mediados de junio y julio, que terminaron en fracaso. El tercer intento, que coincidió con la liberación definitiva de la ciudad, lo ejecutaron miembros de la 3.ª Brigada. También en los momentos previos a la liberación de Alto Garona, los guerrilleros españoles participaron en el asalto a la penitenciaría de Rempart Saint–Étienne de Toulouse. Se efectuó el 19 de agosto, y la operación fue ejecutada durante el reparto del rancho del mediodía; en media hora y sin bajas. A las seis de la tarde comenzó la lucha por la liberación de Toulouse, que se concretaría durante la noche del 19 al 20. El golpe lo dirigió el jefe de los resistentes republicanos, Luis Fernández, arropado por 18 guerrilleros de la 2.ª Brigada y francotiradores de la MOL También dirigió con éxito Fernández uno de los sabotajes más devastadores efectuado por los españoles, la voladura de un tranvía en Toulouse, una acción que costó la vida a 3 5 oficiales de la Luftwaffe. Días antes, otro atentado de parecidas características había ocasionado la muerte de 40 alemanes. Eran vísperas de muerte. Y de esperanza. Y de fiesta[41].

LA AGRUPACIÓN DE GUERRILLEROS ESPAÑOLES

La consolidación de la Resistencia francesa tuvo su punto de inflexión en diciembre de 1943, cuando el Consejo Nacional de la Resistencia creó las Fuerzas Francesas del Interior, dirigidas por Koenig y brazo armado que reunía a todos los grupos que combatían a los nazis. Las agrupaciones fundamentales eran los FTPF, la AS, la ORA y los FTP de la MOI, ya conocidas. Las tres primeras, específicamente francesas; la última cobijaba a todos los exiliados o refugiados en Francia que se decidieron por la Resistencia. La COMAC se encargaba de enlazar al CNR con los FFI, los dirigentes políticos con los hombres de armas. La base de la nueva organización era departamental, en cada uno de ellos había un jefe militar y un jefe de EM. Una serie de delegados, nombrados desde Londres, se encargaba de administrar sobre todo el armamento enviado mediante parachutajes. Como señala Stein, el objetivo de estos comisionados era impedir que los comunistas dominaran las fuerzas de oposición y representaran un peligro para el gaullismo en el futuro[42].

Los españoles encuadrados en la MOI se avinieron a la nueva situación, pero siempre con matices respecto a los demás extranjeros —polacos, italianos, centroeuropeos…— que también engrosaban la Resistencia. Con los aliados preparándose para invadir el territorio metropolitano, los republicanos modificaron nuevamente en mayo de 1944 la organización armada. Surgió así la Agrupación de Guerrilleros Españoles, que pretendía aprovechar la «atmósfera de insurrección» que dominaba la vida francesa. La decisión fue tomada por los órganos políticos del PCE en Francia y perseguía dos objetivos: mantener la autonomía orgánica de los combatientes españoles y al mismo tiempo, a través del mando FFI en la región, tener presencia en la organización nacional guerrillera francesa creada a finales del año anterior. La decisión era muy importante, porque permitía a los republicanos desvincularse hasta cierto punto de la MOI y efectuar sus propias decisiones estratégicas al margen del PCF: como había defendido Azcárate, no querían aparecer como una delegación de los comunistas franceses. Pretendían en definitiva participar como grupo autónomo en las FFI sin tener que rendir cuentas a los FTP–MOI; el resultado más visible fue que empezaron a recibir armas por parte de los responsables políticos de la Resistencia. Otros efectos entrañaron un componente simbólico: en los brazales de los guerrilleros brillará el anagrama UNE–FFI, y a la bandera republicana se unirá la Cruz de Lorena. Todo este proceso había reforzado a los españoles de la UNE y especialmente las pretensiones de Monzón. Por una parte, este último disponía de una relevante organización armada de obediencia comunista para intervenir en España; por la otra, los guerrilleros actuaban en la práctica como un pequeño ejército extranjero que auxiliaba en la liberación de Francia y Europa. Acabada la guerra, pensaban pedir a cambio que esos países les ayudaran a librarse del tirano. La AGE estaba dividida, al igual que el XIV CGE, en divisiones y brigadas[43].

Luis Fernández fue confirmado como responsable máximo de los guerrilleros españoles para la nueva etapa. Estaba asistido por dos curtidos y capaces militares de procedencia miliciana: Juan Blázquez «General César», comisario político, y Miguel Ángel Sanz, jefe de Estado Mayor; el primero fue reemplazado por José Antonio Valledor. El bilbaíno Fernández había sido sargento durante la guerra civil, y luego en Francia se convirtió desde un principio en personaje central entre los resistentes españoles después de su paso por el campo de Gurs, tanto por su actividad en los chantiers con los hermanos José Antonio y Modesto Valledor como por ocupar todos los cargos posibles hasta alcanzar la jefatura máxima. Comunista ortodoxo, sirvió primero a Monzón y después a Carrillo, quien lo eligió como miembro del Comité Central aunque luego fue rebajado a suplente. Por su parte, Blázquez era un comunista aranés que provenía de un entorno acomodado, dominaba varios idiomas y era un militante de reconocida capacidad. Alcalde de Bossòst durante la guerra, se opuso a cualquier ajuste de cuentas por motivos ideológicos; llegó a comisario general de la 60.ª División. Finalizada la contienda pasó a Francia, y recorrió los campos de internamiento de Noé y Le Vernet, de donde huyó para incorporarse a la Resistencia. Tendrá una importancia capital en las invasiones pirenaicas. Miguel Ángel Sanz mandó una división en el XIV CGE, pero fue sobre todo hombre de EM y representante de los españoles ante los organismos franceses; más tarde se convirtió en un cronista ejemplar de los republicanos de la Resistencia. Los nuevos responsables de la AGE fijaron el puesto de mando en una granja de Gaillac, en el departamento de Tarn. Se establecieron enlaces permanentes entre la organización de refugiados españoles y los estados mayores de Ravanel, jefe FTPF en la región militar de Toulouse, y Gilbert de Chambrun «Coronel Carrell», homólogo de Montpellier. Para que la coordinación no se resintiera, Sanz fue nombrado por la UNE delegado del movimiento guerrillero ante el Estado Mayor Nacional y los Estados Mayores Regionales de las FFI. Fue reemplazado en el EM de la AGE por José García Acevedo, jefe de la 15.ª Brigada (Lozère) y después responsable de la 1.ª División[44].

La agrupación guerrillera de los republicanos en Francia estaba en el verano de 1944 preparada para intervenir activamente en los combates de la Liberación. Por fin estaban bien vistos por los otros resistentes, incluidos los franceses conservadores, y también por los ciudadanos. Habían demostrado hasta el hastío que eran valientes y experimentados luchadores que además dominaban como nadie las técnicas de la guerra de guerrillas, la temida guerrillakrieg de los alemanes; el azar venía por una vez en su ayuda. El desembarco de los aliados en Normandía provocó un incremento del número de guerrilleros, entre los franceses y los extranjeros; la Liberación estaba cerca, ya nadie tenía dudas del resultado final y, como escribe Rafaneau–Boj, los cambios de ese tipo «estimulan los ánimos patrióticos». La propia historiadora señala una causa todavía más relevante: «Es muy probable que a otros, cuyo pasado reciente no es en absoluto irreprochable, se les presente ahora la ocasión de adquirir un certificado de buena conducta a bajo precio». Hubo otra razón de peso. Cuando los resistentes fueron aceptados oficialmente como auxiliares del Ejército francés, recibían comida y una paga muy superior a la media de los trabajadores; convertirse en guerrillero devino para muchos españoles (y franceses) en un empleo interesante.

Algunos datos permiten evaluar la importancia de la AGE. El 6 de junio de 1944 encuadraba a 3400 guerrilleros (312 oficiales y suboficiales, 2128 soldados y 930 en situación de reserva) en los nueve departamentos pertenecientes a la R4 de los FFI (Bajos Pirineos, Altos Pirineos, Alto Garona, Lot–et–Garonne, Lot, Tarn–et–Garonne, Tarn, Gers y Ariège), y el 18 de agosto, es decir, en vísperas de la liberación de la región, ascendieron a cerca de 4000 (419 oficiales y suboficiales, 3164 soldados y sólo 350 en situación de reserva). La otra región de la Resistencia donde los republicanos tenían una mayor presencia era la R3, con capital en Montpellier, y que abarcaba los departamentos de Pirineos Orientales, Aude, Hérault, Lozère y Aveyron. En toda Francia, había unos 10 000 en el mes de agosto. La AGE–FFI mantenía la presencia española en 31 departamentos franceses, aunque de manera desigual; en algunos, puramente simbólica. Pero en otros departamentos también había republicanos encuadrados en los grupos de resistentes controlados por los franceses[45].

El vértigo de los acontecimientos y la propia dinámica de la clandestinidad, aparte de las bajas, acarreaban cambios constantes en las unidades. Cuando estaba a punto de desencadenarse la embestida definitiva contra los nazis, algunas divisiones fueron sometidas a proceso de redefinición con el fin de adaptarlas a espacios geográficos concretos y mejorar de paso su eficacia. Las modificaciones afectaron principalmente a la 1.ª y 4.ª divisiones, de las que surgieron dos nuevas, la 2.ª y la 26.ª. La 1.ª División continuaba bajo el mando de José Antonio Valledor, hasta su paso a la dirección de la AGE, y la integraban las siguientes unidades: 10.ª Brigada (Bajos Pirineos), 9.ª bis (Altos Pirineos) y la 35.ª Brigada (Gers). La 4.ª División estaba dirigida por Vitini, y la componían la 7.ª, 9.ª y 11.ª brigadas, ubicadas respectivamente en Tarn, Aveyron y Hérault. La 2.ª División, encabezada por Luis Bermejo, se desplegaba ahora por Alto Garona (2.ª Brigada) y Tarn–et–Garonne (4.ª Brigada). Finalmente, la 26.ª División, gobernada por Manuel Castro Rodríguez, estaba formada por las brigadas 3.ª, 1.ª y 5.ª, repartidas por Ariège, Pirineos Orientales y Aude. Los mandos y guerrilleros más destacados de toda la Francia no ocupada fueron concentrados en la zona pirenaica por dos razones. La primera, porque era el territorio ideal para iniciar el ataque contra los alemanes en desbandada; la segunda, estaban cerca de España, el objetivo verdadero de todos ellos.

MUJERES A LA INTEMPERIE

Ana Pujol fue testigo y protagonista de una de las acciones más asombrosas y conmovedoras del exilio español en Francia, que recoge Federica Montseny en sus memorias. Un acontecimiento que confirma el valor y la conciencia política de las mujeres republicanas. En el mes de marzo de 1941 se había recibido en el campo de Argelès una orden para deportar a los brigadistas a los campos de internamiento en el norte de África. La noticia suscitó emoción, por cuanto se tenía por cierto entre los refugiados que el destierro en las posesiones francesas en África septentrional representaba una especie de antesala de la muerte para los líderes considerados izquierdistas y peligrosos por el régimen de Vichy. Era el caso de los internacionales, que llevaban años combatiendo el fascismo por Europa y que ahora iban a ser entregados a las autoridades coloniales, ajenas a los escrúpulos legales de las metropolitanas. Curtidos de experiencias anteriores, los extranjeros de la guerra civil se resistían a embarcarse con destino a Marruecos, Argelia y Túnez.

Los brigadistas, no podía ser de otro modo, recibieron el apoyo de los republicanos de Argelès. Un apoyo moral. Pero entonces ocurrió algo insólito para la época, porque fueron las mujeres quienes se amotinaron contra la medida. «Los hombres vacilaban y no se atrevían —refiere Ana Pujol—, temiendo las consecuencias del levantamiento. Y las mujeres decidimos llevar nosotras la lucha, aconsejando a los hombres que permaneciesen en segundo término. Y fue el campo de mujeres el que se levantó, en una protesta tan unánime y tan violenta, que las propias fuerzas que nos guardaban cogieron miedo. En pocos minutos, la avalancha de mujeres avanzando hacia el reducto donde se intentaba sacar a rastras de sus barracas a los internacionales rompió las alambradas y lo arrolló todo». Desde el exterior del recinto llegaron elementos armados para poner orden, pero se encontraron con una muralla de españolas protegiendo a los internacionales. «Con las uñas, con los dientes, con las bocas, nos batíamos con los senegaleses y con los gendarmes. Nos cogían por el pelo y nos arrastraban por el suelo. Nos agarrábamos a las piernas de los guardias, les mordíamos y les hacíamos caer por tierra». Los brigadistas permanecieron en Argelès: las republicanas habían vencido.

Días después, un impresionante dispositivo militar —que incluía barcos de guerra vigilando la operación desde la costa— consiguió sacar del campo a los internacionales. Aunque resistieron con decisión, no pudieron impedir el traslado. Reducidos y deportados los brigadistas, los responsables policiales ajustaron cuentas con las españolas. Aquellas que fueron consideradas cabecillas de la rebelión terminaron en los campos de castigo de Mont–Louis y Rieucros. Pero hubo otra importante lección de solidaridad. Ana Pujol se confiesa satisfecha de la intervención de las refugiadas, y también exhibe un orgullo absoluto cuando asegura que no hubo ni una sola traición, que nadie denunció a quienes dirigieron la revuelta, y que las detenidas fueron simplemente señaladas por las autoridades y guardias del campo: ninguna protestó cuando fue arrestada como responsable sin haberlo sido efectivamente. Las españolas representaron Fuenteovejuna en el campo francés de Argelès, y era una función de alto contenido dramático: les podía ir la vida en ello. No obstante, para ellas resultaba obligado lo que habían hecho: pagaban «la deuda de honor contraída con los hombres que, de todos los países de la tierra, habían acudido a dar su vida por la revolución española». El escultor Manolo Valiente, testigo del suceso, confirma que efectivamente las republicanas se abalanzaron sobre los guardianes y los desarmaron para impedir que se llevaran a los brigadistas. «Después se desahogaron con nosotros llamándonos “¡cobardes!, ¡gallinas!, ¡maricones!”, por no habernos sublevado. Eramos sólo unos doscientos, la inmensa mayoría ancianos o heridos. Nos faltó valentía»[46].

Desde un punto de vista social, y aunque en el exilio había mujeres pertenecientes a la burguesía y alguna que otra destacada representante de los medios intelectuales o políticos, la mayor parte estaba vinculada a las capas populares, obreras y campesinas; sobre todo las que permanecieron en Francia. Muchas de ellas tenían una mínima preparación política, y en el caso de las mujeres de más edad era habitual el analfabetismo. Pero todas habían vivido con la República lo que Manuel Vázquez Montalbán ha denominado la «cultura de la emancipación»: estaban imbuidas de un profundo sentido de la solidaridad y un deseo de saber próximo a la compulsión. Las refugiadas llevaron a cabo una toma de conciencia política al margen de convicciones tradicionales largamente incubadas, y apoyándose en el encadenamiento de episodios que sucedían en derredor y ante los que era obligado inhibirse o involucrarse. Como observa Ingrid Strobl, frente al evasivo y cobarde «¿Qué podríamos haber hecho?», las mujeres vinculadas a la Resistencia tuvieron clara desde el principio la pregunta correcta: «¿Qué otra cosa podríamos haber hecho?». Y fueron esas mujeres de extracción popular quienes sufrieron los desastres del exilio y también se erigieron en apoyo fundamental de los combatientes de la Resistencia. Las mujeres que venían de la burguesía o de los ambientes intelectuales —María Teresa León, Constancia de la Mora, Silvia Mistral, Isabel O. de Palencia o Concha Méndez— manejaban las suficientes influencias para alejarse del polvorín europeo y alcanzar América en condiciones aceptables. Conjuraron el internamiento en los campos y las cárceles, y luego tuvieron la suerte de ser ellas, y no las verdaderas protagonistas, quienes contaron la historia. La mayoría de estas republicanas de procedencia acomodada marchó a México, adonde reemigraron 8000 según cálculos de Pilar Domínguez. Dos mujeres prominentes que permanecieron en Francia, Federica Montseny y Victoria Kent, apenas tuvieron incidencia en la lucha de los españoles, pese a que la primera era uno de los líderes anarquistas más relevantes; cierto que anduvo durante la invasión alemana entre cárceles y confinamientos. De Victoria Kent permanece una foto en sepia cuando visitó a los españoles de la División Leclerc en el bosque de Boulogne, una vez liberado París[47].

Como en otros movimientos insurgentes del pasado siglo —la guerrilla antifranquista, por ejemplo—, las mujeres fueron las grandes desconocidas: proscritas de un exilio ninguneado; unas españolas que se asomaron al mundo —una mayoría no había salido de sus pueblos o ciudades— en tiempos especialmente turbulentos. Aunque en el caso concreto de la Resistencia aceptaron la función de «agentes subalternos», dedicadas básicamente a las decisivas funciones de enlace y puntos de apoyo, estuvieron presentes en todos los episodios relevantes del exilio republicano. Compartieron los momentos difíciles de los campos de internamiento franceses, desafiaron los peligros de la guerrilla y pagaron el precio insoportable de los campos de exterminio nazis. El general Charles de Gaulle señaló a las mujeres como «infraestructura de la Resistencia». En la muy posterior fecha de 1975, André Malraux, un antinazi de primera hora, manifestó: «Los que han querido confinar a la mujer al simple papel de auxiliar de la Resistencia, se equivocan de guerra». Ellas también exhiben su memorial de agravios: «Para ellos, la honra; para nosotras, el olvido», protesta Regina Arrieta. Guerras de género atravesando un conflicto de clases. En determinados contextos, las mujeres refugiadas tuvieron incluso que sobreponerse a los roles dispuestos por los partidos. Mercedes Yusta ha rastreado la documentación del PCE referida a las mujeres y concluye que, en teoría al menos, las tareas adjudicadas a las mujeres en la Resistencia apenas diferían de las encomendadas a la Sección Femenina durante el franquismo. En la UNE hubo supuestamente una «sección femenina» y guerrilleros españoles de Bajos Pirineos solicitaban «madrinas de guerra guapas y castizas». Entre las mujeres exiliadas, y aunque las había procedentes de todas las regiones españolas, prevalecían, según María Fernanda Mancebo, las catalanas, aragonesas, navarras y vascas. Solían ser jóvenes y muchas de ellas llegaron a la Resistencia o sus aledaños menores de edad, como Carmen Torres (15 años), Josefa Bas (16 años) o Alfonsina Bueno (17 años). Las mujeres políticamente más activas procedían o se afiliaron a los partidos comunistas español o catalán, o a sus juventudes[48].

Las refugiadas conocieron rápidamente los aspectos más dolorosos y sórdidos del exilio. Nada más cruzar la frontera, una parte de ellas fue separada de sus padres o maridos —y también de los hijos, si estos eran mayores de edad— y conducida a departamentos septentrionales. Aunque en algunos recintos se encontraban teóricamente mejor atendidas que en los campos generales, la situación de desarraigo se hacía en muchos casos difícil de sobrellevar. Aisladas del conjunto de los españoles, fueron explotadas, humilladas y acosadas. Pese a todo, mantuvieron por lo general conductas irreprochables. Como observan acertadamente Rose Duroux y Raquel Thiercelin, los historiadores han orientado sus estudios hacia los campos de concentración y orillado los centros de albergue distribuidos por todo el centro y norte de Francia, donde vivieron más de cien mil mujeres separadas de sus familias cuando entraron en Francia. Miles de historias individuales, miles de pequeñas tragedias. Miles de esperanzas[49].

En los campos de internamiento franceses

En los campos sobre la playa y en los que luego tachonaron el Midi francés, también había españolas. Republicanas a la intemperie, y no es sólo una frase. Actividades habituales, como hacer sus necesidades o mantener la higiene imprescindible, se mudaban en operaciones especialmente humillantes para unas personas comprometidas políticamente pero de costumbres a la vieja usanza; pese a que fueron consideradas por las francesas como portadoras de una revolución de costumbres que cuestionaba su código de valores. El doctor Pujol lo resume con precisión: «Obligadas a vivir en monstruosa promiscuidad, amontonados todos por millares en un espacio relativamente reducido, sin un árbol, una piedra, un muro tras el cual guarecerse, su pudor fue sometido a dura y terrible prueba. Estaban forzadas a realizar sus funciones fisiológicas ante todos. Se reunían por grupos y las unas amparaban a las otras mientras vaciaban su organismo. La mujer española, púdica por educación y por temperamento, sufrió cruelmente en esos meses»[50]. También hubo campos específicos de mujeres, como el de Rieucros —clausurado en 1942—, adonde llevaban a republicanas consideradas políticamente peligrosas, las insumisas.

A las refugiadas no se les ahorraron en unos y otros campos ni el acoso sexual ni las violaciones. Según Rafaneau–Boj, en el campo de Argelès numerosas españolas tuvieron niños negros, y todas confesaron haber sido violadas por los soldados senegaleses, «lo que parece verosímil cuando se tiene en cuenta el odio y la aversión que sentían todos los refugiados frente a las tropas coloniales». En Rivesaltes se denunció un permanente acoso sexual a cambio de comida; también se produjeron violaciones. Pero no siempre eran abusos, y en determinados casos algunas no pudieron sustraerse a una especie de prostitución puntual. En los recintos exclusivos de mujeres, las hubo que se acostaron con sus guardianes para aliviar su condición y sobre todo para que no denunciaran a sus hijos cuando alcanzaban la edad en que ya podían estar en los campos generales. Claro que rechazar los requerimientos de un guardia podía comportar el traslado a campos de castigo o simplemente la violación. Las circunstancias lo dominaban todo, lo explicaban casi todo: acceder a los deseos de los guardianes era en ciertos casos la única posibilidad de seguir viviendo[51].

Pero las españolas eran inflexibles con las compatriotas que facilitaban las relaciones con los guardianes o no guardaban las normas exigibles en tales casos: la palabra dignidad se convirtió en el fetiche verbal del exilio francés. Una dignidad ahormada a partir de las pautas de la época y el conservadurismo ético de las formaciones izquierdistas. El doctor Pujol, con un lenguaje propio de los tiempos, lo confirma: «Hubo muy pocas que descendieran de la estima de sí mismas, que olvidaran lo que debían a su propio decoro. Y si alguna lo olvidó, si alguna, acuciada por el hambre o por el vicio, tuvo complacencias con los gendarmes, con los oficiales franceses, con cuantos tenían derecho de pernada sobre ellas, ¡cómo las otras les hicieron pagar duramente su ligereza!». Pero el puritanismo también concernía a los mandos de las organizaciones guerrilleras, dispuestos a corregir cualquier comportamiento relacionado con la libertad sexual y afectiva de los militantes. Incluso entre españoles. Y no se andaban con bromas. Ángel Granada, comisario de brigada en el Tarn–et–Garonne, cuenta cómo después de la Liberación compareció en consejo de guerra junto con su jefe, acusado este último de haberse acostado con enlaces. El superior fue destituido y Granada, enviado al valle de Arán como soldado raso. Pero las pruebas al decoro y la dignidad de las españolas se sucedían sin interrupción. Como relata el propio doctor Pujol, se dio el caso de que «a la llegada de un grupo de mujeres a un refugio, se obligó a las españolas a desnudarse y a ser duchadas a la vista de todos los concejales reunidos en la casa de baños para presenciar el espectáculo»[52].

Una parte de la prostitución francesa de la época se alimentaba de la trata de blancas con muchachas extranjeras refugiadas: polacas, checas, italianas, judías centroeuropeas o españolas. Ocurría que muchas mujeres habían perdido a sus familias y se encontraban a la deriva en Francia; víctimas políticas y económicas, aparecían como las candidatas ideales para los proxenetas. «Y a las chicas jóvenes, con presiones de todo tipo, se las envolvía en una tela de araña que las empujaba por mal camino», anota el comunista Sixto Agudo. Exactamente lo mismo que ocurrirá con algunas mujeres republicanas que habían quedado solas en España, durante la primera posguerra, y que tenían que seguir viviendo. Según Mangini, las opciones barajadas por las españolas eran «continuar su interminable nomadismo por el sur de Francia, volver a España o establecerse en un burdel de Marsella o París». El cónsul franquista en Bayona, José María Bermejo, informaba el 1 de enero de 1941 a Madrid que las familias de los emigrados de México pasaban por dificultades en Francia, «ya que desde septiembre de 1940 no reciben dinero de sus familiares en América ni de las organizaciones, y viven de la caridad». Afirma que mujeres y niños estaban desvalidos, «en una situación verdaderamente angustiosa, incluso trágica». Y continuaba su nota: «Desgraciadamente, muchas muchachas españolas, algunas casi niñas, se dedican a la prostitución». Como ocurría en todas las comunicaciones de los diplomáticos franquistas, no faltaban el paternalismo y la moralina: «Ellas no son responsables de las faltas o delitos que hayan podido cometer sus maridos». Joaquín Gálvez, un testigo del exilio, afirma de manera contundente: «No he conocido ningún caso de prostitución, ni con franceses ni con alemanes»[53].

Las republicanas del campo de Rivesaltes fueron obligadas en el verano de 1942 a trabajar en las vendimias. Ana Pujol recuerda: «Nos llevaban a todas a una sala del Comisariado central, nos hacían poner en línea y ante nosotras desfilaban los patronos, eligiendo las que se les antojaban. Unos preferían las más fuertes; otros las más agraciadas. Nosotras, como esclavas, esperábamos ser cedidas, sin que tuviéramos derecho a protesta alguna, a elección de condiciones y de personas. Eramos consideradas verdaderas siervas de remensa». De esa explotación laboral se aprovechaban todos: los patronos que disponían de mano de obra barata y también el Estado francés, que se ahorraba la alimentación y recaudaba el beneficio correspondiente a su trabajo. Algunos patronos se comportaban con normalidad, y hubo campesinos que manifestaron comprensión hacia las refugiadas. No era lo habitual. Así lo afirma la repetida Ana Pujol: «Otras cayeron en manos de verdaderos sátiros, que esperaban adquirir trabajadora y amante a la vez. ¡Qué batallas tuvimos que librar, a bofetada limpia, con esta bestialidad de los hombres! Para ellos, nosotras éramos criaturas inferiores. Decirles que teníamos un hogar, un marido al que queríamos y respetábamos; que en España nuestra situación era parecida a la de sus mujeres, sus madres, sus hermanas o sus hijas, era perder el tiempo. ¡Cuántas vergüenzas, tuvimos que sufrir y cuántas lágrimas de rabia tuvimos que derramar!». Las mujeres eran el eslabón débil de la cadena represiva, y los desaprensivos aprovechaban la situación. Lola Casadella evoca la humillación que suponía formar para que los patronos —toscos y brutales en muchos casos— eligieran la mercancía: «Nos miraban los dientes y los brazos, como si fuéramos caballos». La misma Casadella introduce una puntualización: los campesinos franceses pertenecían a un sindicato católico[54].

En abril 1940 fueron clausurados los refugios y albergues para mujeres y niñas. Las alternativas que les presentaban resultaban comprometidas: regresar a España, reemigrar a un tercer país o la clandestinidad. No era fácil conseguir papeles y regularizar la situación en Francia. Las mujeres no conformaban un colectivo interesante para la economía francesa, y si no disponían del apoyo de una familia establecida en el país, la situación empeoraba radicalmente. Aunque también participaron en las CTE. En la Ferme de Pechou había 92 mujeres encuadradas en compañías femeninas que trabajaban en una fábrica de pólvora, y que después sirvió de refugio para mujeres con niños cuyos maridos estaban en los grupos de trabajadores. Las mujeres de las compañías cobraban 5 francos diarios, menos que los hombres, además de comida y habitación. La precariedad recorría los escenarios que recogían la presencia de españolas; Lina Bosque rememora cómo se hacían blusas con los paracaídas con que los aliados realizaban los parachutajes. Una imprudencia, por otra parte, puesto que los servicios policiales estaban en condiciones de reconocer su procedencia. Pero de alguna manera tenían que vestirse[55].

Muchas mujeres, explotadas bárbaramente o violentadas por los patrones, no aguantaban la vida que les imponían sus patrones y se escapaban. A no pocas de ellas les raparon el cabello, lo mismo que hacía Franco en España con las vencidas e igual que harían después los resistentes con las francesas que habían sido complacientes o colaborado con los nazis. También recibían una dura sanción quienes se escapaban de los campos de internamiento. Adelita del Campo, que estuvo en Bram, confirma que a varias de las mujeres que huyeron les raparon el pelo y las encerraban luego en una cerca al aire libre durante quince días; la comida se componía de un poco de pan y agua, además de bacalao. Ya antes les habían advertido: «¡No se crean ustedes que por ser mujeres les vamos a tratar mejor. Si alguna de ustedes se escapa, ya sabe lo que le pasa!». Pero las exiliadas no sólo se resistían a pasar al mundo de la marginalidad —siempre fue una minoría— sino que lucharon contra la explotación laboral, como Pilar Claver, que no se calla a la hora de señalar que «los hombres tenían menos moral que nosotras»[56].

También hubo una importante presencia de mujeres republicanas en el norte de África; el campo de internamiento de Ben Chicao por ejemplo acogió a unas cuarenta mujeres. Las españolas del Magreb estaban más politizadas que las «francesas», y casi todas pertenecían al PCE o sus juventudes. Entre ellas se encontraban las compañeras de miembros del Buró Político y el Comité Central, que se vieron beneficiadas en los viajes hacia la Unión Soviética y América. Un número notable pertenecía a los comités provinciales del PCE. Ante la petición para salir hacia la URSS, los encargados elaboraban informes sobre las refugiadas, al igual que sobre los hombres: la impronta estalinista. Algunos ejemplos: «Posee condiciones de agitadora» (sobre Lupe Canto Sanjuán, Comité Provincial de Alicante), «Muy popular entre las mujeres» (sobre Isabel García, del CP de Murcia); «Es activa y muy responsable» (sobre Teresa Rodríguez Cabo, del CP de Alicante); «Muy inactiva» (Esperanza Maciá, CP de Alicante). Pero las republicanas en África también realizaron un destacado apoyo a los movimientos antifascistas locales. En Orán destacaron Carmen Tortosa y Mercedes Coello, así como Isabel Gamboa y Manoli Rodríguez. Como enlaces entre prisiones se distinguieron las hermanas Cervantes, y Remedios Martínez fue condenada a muerte en rebelión en 1942. Pero la más representativa fue Francisca Morales «Camarada Paca», quien estuvo con toda su familia al servicio de la Resistencia; la mayoría de los miembros de la familia pasó por campos de concentración y presidios[57].

Mujeres en la Resistencia

Las españolas también participaron en la Resistencia, pero la historiografía del combate contra Hitler apenas se ha interesado por ellas. La historiadora francesa Rafaneau–Boj lo ha enunciado con exactitud: «Sombras en el ejército de la sombra, se las desconoce por completo y se ha infravalorado su actuación». No se tiene recuerdo de ellas, «desaparecieron sin nombre», reitera Mancebo. Algunas mujeres ocuparon, no obstante, puestos relevantes en el organigrama guerrillero: Nati Molina «La Peque» y Carmen —otra mujer sin apellido: una más— formaban parte del EM de la AGE y su misión consistía en asegurar la comunicación entre las diferentes unidades. Las refugiadas que acumulaban una militancia previa, comprometidas en la lucha por la emancipación y la igualdad, asumieron la participación en la lucha armada como el episodio capital de su existencia. Regina Arrieta, que perteneció a la dirección de la MOI en Toulouse, expresa el sentimiento de muchas de ellas: «A mí me pareció que mi vida comenzó el día que pasé a formar parte de la Resistencia para luchar contra el ocupante nazi». Pero hubo mujeres que se apuntaron a la Resistencia por solidaridad, porque allí estaba su gente, más allá de cualquier consideración ideológica; la guipuzcoana Maruchi Anatol confesó haberse involucrado en política «por humanidad». Aunque algunas exiliadas estuvieron en los maquis y otras manejaron las armas, las guerrilleras representaron siempre una singularidad. La contribución más importante de las republicanas se plasmó en su tarea como enlaces y en el mantenimiento de los puntos de apoyo. Tanto una actividad como la otra comportaban muchos peligros: la cárcel, la tortura, los campos de exterminio o la muerte. Neus Català escribe que eran conscientes, cuando se enrolaban en la Resistencia, de que «teníamos un 90 por ciento de posibilidades de caer. Pero caía uno, y sabíamos que diez nos reemplazarían». Natividad Álvarez, residente en Alès (Gard), fue un personaje básico en la lucha armada por cuanto su casa fue el centro de las reuniones que dieron lugar a la formación de los primeros grupos armados del departamento. Detenida por la Gestapo y deportada a Ravensbrück, sobrevivió a la guerra y a los campos de exterminio[58].

La primera ocupación de las enlaces en la Resistencia consistió en llevar comida, ropa y regalos a las cárceles. Las «primas» que tenían los prisioneros españoles efectuaron una contribución inestimable, y en no pocas ocasiones les salvaron la vida. La tarea más habitual durante las guerrillas se relacionaba con la información: acarrear mensajes, establecer contactos entre los diferentes maquis y registrar los movimientos de los alemanes. Llevaban los recados caminando, y en ocasiones eran muchos kilómetros de trayecto: los autobuses y tranvías estaban prohibidos a causa de las inspecciones periódicas de la Gestapo y la policía francesa. Para recorrer distancias muy largas utilizaban bicicletas. El proceso normal consistía en que un miembro del EM entregaba un mensaje a la enlace, quien lo trasladaba al batallón correspondiente. También hacían funciones de estafeta postal. Otra de las actividades cotidianas de las enlaces era distribuir la propaganda: periódicos clandestinos, panfletos y octavillas. Para ello debían sortear los controles de los guardias franceses y las policías alemanas. Pero realizaban otras tareas peligrosas, como transportar armas y municiones. O guardar a los perseguidos; las mujeres conocían casas que no estaban «quemadas» para esconder a los compañeros en apuros… Las enlaces debían acreditar destacadas cualidades: valentía, discreción y una resistencia física capaz de superar pruebas muy duras.

Las republicanas también recogían y luego transmitían a los maquis las consignas que los jefes de la Resistencia en Londres emitían a través de la BBC. En ocasiones, siguieron al pie de la letra las recomendaciones radiadas. Como cuando Radio Londres invitó a que, en determinados días, todo el mundo paseara por delante de las oficinas administrativas y policiales alemanas. Aunque los franceses manifestaban miedo, las refugiadas no vacilaban: «¡Ahí nos tienes a toda la españolada paseando por las calles de Angulema!», exclama Pilar Claver. Otro hecho evidencia la valentía y la militancia radical de algunas mujeres españolas en Francia. Cuando pasaban los soldados de la División Azul y paraban en las estaciones de la Francia ocupada, entonando sus cánticos falangistas y antisoviéticos, penetraban en las estaciones con sus salvoconductos para arengar a los voluntarios. Como declara la repetida Claver, cuyo testimonio recoge Català, se formaba un auténtico «guirigay». Pero también evoca con orgullo que más de un divisionario se inclinó por quedarse en Francia, y ellas los escondían para trasladarlos después a puntos de apoyo seguros. Un recuerdo de Ana Delso nos sirve para calibrar el entorno en que se manejaban las españolas. En cierta ocasión bajaron al pueblo de La Salle–en–Beaumont los guerrilleros FFI y recabaron voluntarios para llevar un mensaje a otro pueblo. Nadie dio un paso adelante. «Las pocas personas presentes se niegan a aceptar esta misión. Es demasiado peligrosa. Avanzo y me ofrezco voluntaria. Los resistentes me miran. Soy la única mujer del grupo. Como no poseo ningún medio de locomoción, les pido que requisen una bicicleta en el pueblo»[59].

Las españolas tenían miedo, y lo consignan para que nadie las confunda con heroínas de novela. Lo superaban porque deducían que estaban en el bando correcto y lo exigía su militancia, tejida a base de sacrificios, lealtades y fe. Mucha fe. Y además del miedo, las republicanas también destilaban odio y deseos de venganza: los fascistas habían destruido sus familias y arruinado completamente sus vidas. Ingrid Strobl lo ha expresado sin adornos: «La venganza era un motivo legítimo y movilizador para continuar luchando en una sima de aflicción y desesperanza». Y continúa: «Venganza y odio. Quien no cerrase los ojos ante el terror del fascismo, quien no mirase para otro lado, sino que hiciera suya la confrontación, seguro que no lo hacía sólo por sentimientos nobles y sublimes». Pero había momentos en que las dudas y la desesperanza imponían su ley en el ánimo de esas mujeres decididas. Ellas trataban de reponerse, y lo hacían de las maneras más insospechadas. «Sentada en un banco —relata Neus Català—, veo llegar una columna de cinco ciclistas con una inconfundible pinta de refugiados españoles. Sus bicis, cargadas con enormes bultos y en perfecta formación militar. El primero en vanguardia, a 25 m, los tres del medio, el grueso del pelotón, y el quinto cerrando la columna, 25 m detrás. ¿Quién podría imaginarse que se atrevieran a tal cosa los “rojos españoles”? Pasar por el centro de la ciudad, y además delante de la Kommandantur. Me sentí orgullosa y emocionada. Qué valientes son nuestros guerrilleros. Resistieron 32 meses de guerra en España y ahí los tienes, mal vestidos y peor calzados, sin pan muchas veces y durmiendo al azar de alguna cabaña, y no se sienten vencidos. “Tienes que aguantar, Neus, tienes que aguantar, eres un granito de arena en esta colosal guerra, pero necesaria. Tu puesto es la lucha”»[60].

Los textos de las escuelas guerrilleras confirman la presencia de las mujeres como enlaces: «Siempre que sea posible, se emplearán mujeres por ser menos susceptibles de sospechas ante los ojos del enemigo, pero teniendo en cuenta que los que pueden dar mejores resultados hoy son los “espíritus simples” y los niños, ya que la mujer es conocida en estas actividades». No era habitual la presencia de niños en función de enlaces, lógicamente. Pero las mujeres lo hicieron con gusto, pese a su posición subalterna en las organizaciones: sabían que su lucha era la misma. Català escribe que no puede acusar a los hombres cuando también dieron sus vidas por la causa de las mujeres, «cómo sentirse enfrentada a ellos si yo sé que los hombres de mi generación han sufrido como yo». Pero algunas mujeres protestaban por las contradicciones de los varones. Como Lina Bosque: «Una cosa que me hizo mucha gracia fue que pedí el ingreso en el Partido, pero me dijeron que era demasiado joven. Es decir, que para eso me encontraban demasiado joven, y no lo era para hacer todas aquellas cosas que me hacían hacer [para la Resistencia]». Lucía Rueda expresa de manera terminante la posición de las refugiadas: «No hay que olvidar que, en las luchas sociales, las mujeres éramos la retaguardia de los hombres. Si los metían en la cárcel nosotras debíamos sacar la familia adelante y además llevarles su paquete. Nosotras no teníamos retaguardia». Aparte de secundar la lucha contra los nazis, eran madres y cuidaban de sus hijos; llevaban adelante y de manera simultánea el papel de trabajadoras, madres y militantes. Cuando Regina Arrieta tuvo que subir al maquis, dejó el hijo a cargo de su hermana: entraban en juego las redes familiares y de solidaridad. Jesusa Bermejo, que actuó con la Resistencia, constata: «La policía siguió visitando mi casa, pero se quedaba poco tiempo, al ver el panorama de tanto crío; los cinco de la hermana muerta, la de mi hermana en la cárcel y los dos míos, todos muertos de hambres y llenos de sarna». Una y otra vez, las republicanas insisten en su rol de madres: nadie quiere que se transmita ni por asomo la imagen de que la lucha por la libertad cancelaba las responsabilidades con los hijos. El estrépito de la batalla no interrumpía los lazos familiares ni alteraba las obligaciones y la jerarquía de los deberes. Una parte de las mujeres que colaboraba en la Resistencia tenía a sus maridos o padres formando parte de la misma. Así María Martínez, que era el contacto más importante con el mando central del maquis de la Crouzette, tenía padre, madre, cuñado y tres hermanos en el monte[61].

Conocemos la identidad de varias enlaces. Ello no quiere decir que fueran las más activas, ni siquiera representativas; simplemente sobrevivieron y sobre todo ejercieron su derecho a contar su historia u otros la contaron por ellas. Algunos nombres: Serafina Vélez, Carmen Royo, María Martínez, Herminia Muñoz… en Ariège. José Antonio Alonso recuerda sobre todo a la primera y a la última: «Tenían un coraje y un valor extraordinarios. Recorrían todo el Ariège en bicicleta, con los mensajes escondidos en la tubería del sillín o manillar. A pesar del peligro, jamás vacilaron en cumplir su misión. Herminia tenía 17 años, y vivía con sus padres. Serafina vivía con su marido, que era responsable político en el departamento». En la 3.ª División destacaron Esperanza Rodríguez y Carme Casas. Mercedes Núñez «Paquita Colomer», una de las enlaces más destacadas de la 5.ª Brigada, fue detenida en Carcasona y conducida a la deportación. Emiliana Quitián, enlace de la 10.ª Brigada, también detenida; aguantó las torturas sin aportar noticia alguna a sus verdugos y luego la fusilaron; condecorada a título póstumo. También fue ejecutada Juana Martínez, enlace de la Brigada B en Lot. Elemento destacado fue Carmen Blasco, una de las mejores enlaces, valiente y capaz de sobreponerse a las circunstancias más adversas. La recompensaron con la Cruz de Guerra después de coordinar la mensajería entre Bajos Pirineos y Altos Pirineos; pertenecía a una familia donde todos sus miembros —padres y cuatros hijos— estaban involucrados en la lucha armada[62].

Algunos puntos de apoyo estaban mantenidos por mujeres. Eran casas que se transformaban en refugios seguros para los resistentes. En ellas se reunían los guerrilleros; se elaboraban los panfletos y la prensa clandestina, que luego se imprimía mediante el método cliché–ciclostil o multicopista; también se preparaban los botiquines de urgencia; se fabricaban explosivos caseros. En los puntos de apoyo se acogía a los heridos o se escondía a quienes estaban perseguidos o «quemados». Eran tan importantes, que se aprecia su valor diseccionándolo en sentido contrario: ocasiones hubo en que españoles o españolas perseguidos recorrieron varias localidades sin encontrar a nadie dispuesto a cobijarlos por miedo. Celia Llaneza cuenta cómo en Fumel nadie le quiso dar cobijo, incluidos los camaradas del partido, porque todo el mundo sabía que estaba siendo buscada y no querían complicaciones. También las exiliadas participaron en las redes de evasión pirenaicas. Algunos nombres para la historia. Lucía Rueda, de la Antena Marítima. O Segunda Montero, enlace entre Sète y Toulouse de la red Ponzán. O Pilar Ponzán, colaboradora de su hermano Francisco en la red de evasión Pat O’Leary. Una guipuzcoana de Irún, Maruchi Anatol, era uno de los agentes más considerados de la Red Comète[63].

Algunas mujeres participaron en la resistencia empuñando las armas. Existen testimonios de que eso ocurrió en Condom, Saint–Étienne y la Madeleine. No era lo habitual. Luisa Alda «Pilar», que había sido agente de enlace entre los grupos de saboteadores en Alençon, tomó parte en los combates previos a la liberación de Sées. Celia Llaneza, enlace de la 35.ª Brigada de Gers, participó en las refriegas de Castelnau y La Romieu. En el departamento de Aude combatió una mujer, Rosario Regina, que primero estuvo en el maquis de Monfort y luego en la 5.ª Brigada. Carmen Buatell formó parte del primer grupo guerrillero hispano–francés en la región de Marsella. También perteneció a los FTP–MOI Isabelle Ickovic, española, esposa de Salomón Ickovic, brigadista en España. Entre las mujeres que combatieron con la 3.ª División estaba Pilar Vázquez, quien entró en España cuando las invasiones pirenaicas y se internó con los guerrilleros hacia tierras aragonesas. Mujer de extraordinaria inteligencia, despabilada y valiente, escapó del asedio que los franquistas tendieron al grupo guerrillero en Morillo de Monclús (Huesca). Al comprender que habían sido delatados y que no existían posibilidades de romper el cerco, se disfrazó de lugareña para simular que estaba haciendo las tareas cotidianas de la casa: así logró superar el asedio de las fuerzas de represión franquistas. Admirada por los resistentes, participó como delegada en el Congreso Mundial de la Juventud Democrática celebrado en Moscú. Recibió siempre los parabienes y el recuerdo admirado de sus compañeros de armas que sobrevivieron, quienes aluden a que su caso acreditaba que «donde llega un hombre, llega una mujer». Hubo republicanas que nunca aceptaron la marginación que significaba su ausencia de los maquis. Neus Català observa: «No había para nosotras otra discriminación que la falta de armas, aunque estas hubieran sido transportadas por nosotras». Soledad Alcón, refiriéndose a la peligrosidad, señala: «No he participado en ningún combate, pero a veces me habría gustado esconderme en algunas de aquellas montañas donde nuestros guerrilleros recibían material y orientaciones». Los resistentes no querían a las mujeres en el monte, y Regina Arrieta refiere que cuando subió al maquis fue recibida cordialmente excepto por un oficial de la Marina española «que no toleraba la presencia de las mujeres en las guerrillas». Pero no era usual que las mujeres estuvieran permanentemente en los maquis. Lo confirma Victorio Vicuña: «No había mujeres en los mismos destacamentos. Aunque yo prefiero jugarme la vida en el monte que estar en una carretera con el peligro de caer en manos de las patrullas»[64].

Españolas en los campos de exterminio

Las republicanas tampoco escaparon a los campos de exterminio nazis. Aunque hubo españolas en Flossenbürg, y posiblemente en otros campos, el grupo más numeroso radicó en Ravensbrück, un Lager destinado a mujeres y niños pero no menos temible que los habilitados para los hombres. Conocemos las peripecias trágicas de las españolas gracias sobre todo a Neus Català, benemérita cronista de Ravensbrück. La transportaron al campo en un tren con otras mil mujeres, ochenta en cada vagón; algunas llegaron muertas. Alcanzó territorio alemán el 3 de febrero de 1944, a las tres de la mañana y 22 grados bajo cero. Català había sido punto de apoyo y enlace, detenida en Francia y torturada; su marido, Albert Roger, fue también arrestado. Llevados a la cárcel de Limoges (Haute–Vienne), cuya especialidad en torturas era «arrancar la piel de los detenidos, clavar un hierro al rojo en el talón hasta atravesar el hueso o romper la espina dorsal a palos». En la cárcel leyó grabadas con las uñas este mensaje: «Camarada, tú que ocuparás mi sitio cuando yo haya dejado de existir, di al mundo, si te salvas, que los antifascistas vamos a la muerte con la frente alta, con fe absoluta en la Victoria, ¡Viva Francia!». La familia Roger–Català muestra hasta qué grado funcionaba la solidaridad. Su compañero prefirió ser detenido con ella aun pudiendo escapar y lo pagó con la vida —murió en el campo de Bergen Belsen—, y Neus Català pudo evadirse de la cárcel pero no lo hizo porque temía que represaliaran a los familares de su marido. O a las gentes del pueblo donde vivían, Tournac[65].

En el campo de Ravensbrück, Català y sus compañeras vivieron el vademécum de la infamia: internadas que eran obligadas a estrangular a otras presas, mujeres extraordinarias que perdían la identidad y pasaban de personas a cuasi animales… Y la constatación de que, antes de liquidarlas, y siguiendo las pautas laborales del nazismo, encima las explotaban en beneficio de oligopolios como los Krupp, Siemens o IG Farben. El espanto que tenían las jóvenes agraciadas de terminar en los prostíbulos del campo para distracción de los kapos, el peor de los castigos, y ante el que muchas mujeres preferían el suicidio; en los barracones se prometían unas a otras suicidarse en caso de que fueran requeridas para una actividad que como personas concienciadas políticamente consideraban inaceptable. También eran acosadas por las mujeres SS, lesbianas o no, que cometieron crímenes increíbles para satisfacer sus apetitos sexuales. Dos jerarcas nazis, Irma Griese (Birkenau) e Ilse Koch (Buchenwald), fueron condenadas a muerte en Nuremberg. Las mujeres eran constantemente denigradas como militantes y como personas. Primo Levi habla del «pudor violado» de las mujeres, común a todos los Lager. Expone un ejemplo. «Las mujeres de Birkenau cuentan que, una vez conquistada, una escudilla (una gruesa escudilla de porcelana esmaltada) tenía que servirles para tres usos diferentes: para conseguir el potaje cotidiano, para evacuar en ella de noche (cuando estaba prohibida la entrada en la letrina) y para lavarse cuando había agua en los lavabos». Una sucesión de imágenes indescriptibles: las chimeneas siempre en acción, las cenizas de los cuerpos utilizadas como abono; la grasa recuperada en un reguero especial y que serviría para lubricar la maquinaria. Los instrumentos de aniquilación estaban a la vista: la enfermería, que era un lugar de muerte, la cámara de gas, el horno crematorio. Siempre el horno crematorio. Alfonsina Bueno Ester traslada la pregunta que se hacía una desgraciada camino del horno: «¿De qué color será la llama que me consumirá, será ocre, azulada, amarilla? La mía será rojo vivo, seguramente». La situación era tan devastadora para las internadas, que envidiaban a las que por la noche habían tenido sueños hermosos, reparadores. Pese a que el despertar fuera todavía más atroz[66].

Mal alimentadas, explotadas salvajemente, humilladas hasta límites que desbordan la imaginación más pervertida, malvivían en los barracones como animales. A las tres de la mañana, a pasar lista en la Appellplatz. La comida, infame: agua sucia que sustituía al café por la mañana, y agua con unas rodajas de nabo a mediodía, y agua con una patata por la noche. En este campo se registraron además inimaginables experiencias médicas, especialmente con niñas gitanas. A los recién nacidos los ahogaban en un cubo de agua. O «los cogían por la cabeza y los pies y de un tirón los descoyuntaban». Neus Català señala que en los campos de exterminio la mayor parte de las muertes se debían a lo que los jerarcas nazis catalogaban como «muerte natural»: enfermedades contagiosas, hambre, torturas, inyecciones de bencina, fusilamientos. O despedazadas por los perros, ahorcadas, apaleadas, ahogadas en letrinas o aplastadas por las vagonetas. Pese a todo, las internas seguían saboteando la producción[67]. También se produjeron motines, como en el Kommando Schoenenfeld. Lo comenzaron las españolas y fueron secundadas por las soviéticas y luego, por las demás mujeres del campo. Todas reivindicaron a gritos su condición de presas políticas. Fueron golpeadas sin piedad[68].

En la Unión Soviética también las españolas, militantes comunistas, evidenciaron un deseo de compromiso. La más célebre de ellas se llamaba María Pardina Ramos «Marusia». Había nacido en 1923 en el barrio madrileño de Cuatro Caminos, y en Rusia fue educada en la casa de niños de Moscú. Luego trabajó como obrera en Leningrado, donde la sorprendió la invasión hitleriana. La joven madrileña reclamó inmediatamente su incorporación al frente, ruego que fue atendido pese al recelo inicial de las autoridades. Su misión consistía en penetrar en territorio enemigo para recoger a los soldados heridos. En una de esas acciones cayó mortalmente herida, en el invierno de 1942. Condecorada con la Orden de la Bandera Roja. Otras enfermeras españolas que tuvieron presencia en la guerra: Agustina Esteban Burriel, Elena Imbert Lizaralbe, María Fernández «la Aragonesa». En el cerco de Moscú las mujeres, incluidas las españolas, apagaban las bombas incendiarias arrojadas por los alemanes subidas a los tejados. Las republicanas en Rusia, como en el resto de los países, apenas participaron directamente en los combates. Las funciones adjudicadas se centraban casi siempre en sanidad, enlaces y radiotelegrafistas de las unidades guerrilleras. Esta última función era especialmente importante y arriesgada. Daniel Arasa ha recogido el testimonio de republicanos supervivientes que aseguran haber recibido la orden de matar a la radiotelegrafista en caso de correr peligro de detención: las claves constituían el tesoro de las guerrillas. Una de las radiotelegrafistas más conocidas fue Joana Prat Gubernán[69].

Las republicanas que protagonizaron la gesta del combate contra los fascismos no fueron condecoradas, como los hombres, y tampoco consiguieron en muchos casos papeles de su participación y por tanto no pudieron acogerse a los beneficios correspondientes. Hubo excepciones, aunque sólo recibieron la calderilla. Maximina Losa, enlace de la 4.ª brigada, fue condecorada con la Cruz de Guerra; un premio que recibió asimismo Celia Llaneza, de la 35.ª Brigada de Gers. No fueron las únicas. También merecieron su cuota de homenajes una vez finalizada la guerra. Desfilaron en Montluçon, y Teresa Gebellí de Serra —responsable política de los guerrilleros de la zona— era la abanderada republicana ante la que se inclinó el jefe de la Resistencia, monsieur Franc, quien dijo: «Yo saludo esta bandera con el ferviente deseo de que pronto ondee en su país». Pero el galardón más recordado por las supervivientes pertenecía al territorio de las emociones: el gozo del deber cumplido. La fortaleza de las españolas se muestra en que después de las terribles secuelas que para muchas de ellas tuvo su compromiso con la guerrilla, seguían dando por buena su postura. Aunque su mayor orgullo, como para los hombres, era haber aguantado las sesiones de torturas sin haber denunciado a sus compañeros guerrilleros, enlaces o puntos de apoyo. Camino del campo de exterminio alemán de Ravensbrück, Català mostraba el contento «de haber cumplido estrictamente mis deberes en la Resistencia, de haber resistido los interrogatorios sin denunciar a nadie». La visión de las torturas, aunque fueran de los otros, no eran fácilmente tolerables: había que escuchar los gritos de los otros torturados, taparse con mantas teñidas de sangre ajena, lavar la ropa de los hombres que llevaban carne pegada. Secundina Barceló: «Íntimamente sentía una gran satisfacción y orgullo de haber tenido la pujanza moral y física de haber resistido a la bestia nazi y a sus métodos bárbaros y salvajes de intimidación. Sabía que había cumplido con mi deber y que nadie había caído en manos de los nazis por mi culpa». Pero la incomprensión hacia las republicanas prosiguió una vez derrotados los alemanes. Neus Català guarda un amargo recuerdo de la Cruz Roja. Había sobrevivido al campo de exterminio de Ravensbrück, y cuando llegó a Francia era incapaz de entender el «recibimiento»: «Fuimos acogidas por unas indignas representantes de la Cruz Roja francesa, cuya bienvenida fue: ¡Si os hubierais quedado en vuestros hogares lavando los pañales de vuestros mocosos, nada os hubiera ocurrido!»[70].

Un retazo de vida nos puede servir de colofón para calibrar las conductas de las republicanas, entender la jerarquía de sus valores. Ana Delso relata en sus memorias que la enviaron con dos cartas vitales a un pueblo, con el encargo de destruirlas en caso de apuro. Para que no se perdiera el mensaje y poder trasladar verbalmente el contenido en caso de peligro, leyó las dos cartas. Cuando publica sus memorias, 55 años después, escribe textualmente: «No desvelaré el contenido de este texto; aunque después de todo el tiempo transcurrido la cosa no tiene importancia, para mí se trata de una cuestión de ética»[71]. Todo un proyecto de vida.

La mujer es el sujeto negado de la historia del exilio. De la resistencia contra Hitler. De la nostalgia itinerante de la patria. Los seres invisibles de una historia de olvidados. ¿Quién quebrará ese silencio de muertos?