CAPÍTULO IV

Vientos de fronda

—¡La resistencia! ¿Comprendes? —repitió Gerbier—.

Duérmete con esa palabra en la mente.

En estos tiempos es la más hermosa de la lengua francesa.

JOSEPH KESSEL

La oposición a los nazis se acentuó a partir de 1942, cuando una serie de acontecimientos quebró la lógica presidida por la hegemonía alemana. Los soviéticos se aprestaban para embestir a la Wehrmacht —la partida acabaría con una humillante derrota nazi en Stalingrado—, y el 8 de noviembre había comenzado el desembarco anglo–americano en el norte de África, pactado entre los aliados y jefes vichystas. Pero antes de que los mandos franceses decidieran unirse a los invasores, siguiendo las consignas de Darían desde Argel, se produjeron «refriegas caballerescas» en Marruecos, con la participación de soldados coloniales, incluidos los españoles de la Legión extranjera; del medio millar de muertos que ocasionaron los dos días de combates, unos doscientos eran republicanos, un balance severo para una «batalla de prestigio». También hubo presencia española en la posterior campaña de Túnez, que duró seis meses. El almirante Darían, colaboracionista por excelencia, siguió como máxima autoridad civil y Giraud, al frente de las tropas francesas. El antiguo «pétainista» mantuvo la legislación de Vichy —incluidas las leyes antijudías— y continuaron al frente de las colonias francesas en la zona los mismos hombres: generales Nogués, Bergeret y Juin. Darían fue asesinado el día 24 de diciembre por un joven monárquico, Bonnier de la Chapelle, a quien Giraud sometió a juicio y mandó fusilar en 24 horas; el militar colaboracionista se convirtió, de paso, en el máximo jefe civil y militar del norte de África. Giraud era también el hombre elegido por los americanos para tutelar a los franceses, quienes simpatizaban sin embargo con los gaullistas. Los españoles de la Legión lo tenían claro: «Giraud era un chaquetero, no valía nada, pero los americanos le preferían porque era más dócil que De Gaulle»[1].

Como respuesta al desembarco anglo–americano, los nazis ampliaron el 11 de noviembre la ocupación sobre toda Francia, acabando con la ficción del Gobierno de Vichy. El control del Midi, el Servicio de Trabajo Obligatorio y la Milicia de Darnand conformaron, en unas circunstancias que giraban de forma acelerada, el marco para la consolidación de un movimiento opositor, tanto político como armado: los franceses fueron obligados por las circunstancias a salir de la indefinición y el adocenamiento. En enero de 1942 alcanzaba tierras francesas, procedente de Londres, Jean Moulin, el hombre de Charles de Gaulle. El dirigente de la Francia libre llevaba el encargo de argamasar a los diferentes grupúsculos de la resistencia antinazi. Las gestiones cristalizaron en el Movimiento Unido para la Resistencia, que el 27 de mayo de 1943 se completó con la fundación del Consejo Nacional de la Resistencia. Por lo que respecta a los republicanos, un acontecimiento excepcional confirmaba lo relevante de su presencia: en el mes de abril de 1942 se creaba el XIV Cuerpo de Guerrilleros Españoles, la primera organización armada de los exiliados en Francia.

PISTOLEROS DE PARÍS

La resistencia en la Francia ocupada contra los alemanes se gestó en el momento del armisticio, durante el verano de 1941. Era una oposición a pequeña escala, insignificante si se quiere, pero de alto contenido simbólico. La capital, tomada por la Wehrmacht, continuaba en su papel de corazón de Francia, y en ella convergieron representantes de todos los partidos y organizaciones antinazis. Los grupos comunistas que operaban en la Francia alemana, y sobre todo en París, actuaron como pioneros contra el fascismo. En el retablo clandestino de luchadores contra la hegemonía hitleriana se constata la presencia de republicanos, pese a que tenían prohibido de manera expresa instalarse en la capital; los acompañaban otros extranjeros, como antifascistas italianos y judíos centroeuropeos. Las circunstancias eran adversas: ni los aliados —significativamente, Gran Bretaña— ni los resistentes ajenos a la órbita comunista estaban dispuestos a entregarles armas. El acoso a la guerrilla urbana parisina será tan radical y profundo, que en la práctica desapareció toda huella opositora hasta las vísperas de la Liberación.

Los comunistas españoles se encuadraron en la organización conocida como Mano de Obra Extranjera, creada en los años veinte bajo los auspicios del PCF. Según Stéphane Courtois, la Confederación General del Trabajo Unitario abrió en 1923 una oficina llamada de la MOE, que tenía como objetivo afiliar a los trabajadores extranjeros; el PCF avaló en el congreso de 1925 una comisión de grupos de trabajo extranjeros. Tiempo después le modificaron el nombre, pasándose a denominar Mano de Obra Inmigrada. En 1938, coincidiendo con la caída de Blum, se produjo un aumento de la xenofobia entre la derecha y la extrema derecha pero también en los ambientes de la izquierda, y para embrollarlo más coincidió esa atmósfera enrarecida con varios asesinatos en los que estaban involucrados extranjeros que habían participado en la guerra de España. La ola de indignación se extendió por todo el espectro político, e incluso partidos considerados de izquierda moderada empezaron a hablar de «indeseables». La llegada de casi medio millón de republicanos españoles agravó una situación ya deteriorada por el aluvión de los perseguidos políticos procedentes de Alemania, Austria e Italia. Tanto los españoles como los centroeuropeos eran además militantes muy politizados y activos. El Gobierno francés estaba cada vez más preocupado del orden y menos de sus «deberes humanitarios»[2].

La MOI fue desactivada por Maurice Thorez y luego recuperada durante la Segunda Guerra Mundial. Consumada la derrota de los franceses, y antes de la invasión nazi de la Unión Soviética, la MOI reanudó sus actividades en la clandestinidad bajo la dirección de Louis Gronowski «Bruno», Jacques Kaminski «Hervé» y Arthur London «Gérard», reemplazado tras su detención por Víctor Blajek. La primera intervención de los republicanos españoles en la resistencia urbana contra los nazis se desarrolló en París y la ejecutaron a través de la llamada Organización Especial, grupos de acción formados por miembros de la MOL La OS tenía como objetivo la protección «de los equipos de distribución de octavillas, efectuar sabotajes, autodefensa y preparación a los militantes en el empleo de armas y de explosivos». A causa de su condición de extranjeros, los integrantes se reunieron por «grupos de lenguas», al objeto de que no hubiera problemas de entendimiento y mejorar la eficacia. El primer sabotaje consistió en el descarrilamiento de un tren en las cercanías de Épinay–sur–Seine el 18 de julio de 1941. La OS, integrada por comunistas extranjeros —en especial brigadistas de la guerra de España— dejó paso en febrero de 1942 a una organización más amplia, los Franco–Tiradores y Partisanos de la MOL Para que el entramado fuera operativo, alimentaron los llamados grupos de acción, constituidos por células de tres personas, los famosos triángulos de la guerrilla urbana comunista que integraban un político, un militar y un técnico. La OS–MOI recabó de los republicanos elementos con experiencia militar en España; los comunistas españoles accedieron a las peticiones de Gronowski y pasaron a formar parte de los grupos de acción. Pero impusieron una cláusula: en el área de Burdeos actuarían por su cuenta, ya que contaban con infraestructura para hacerlo[3].

El enviado político del PCE a París para entrar en contacto con los franceses fue Azcárate, quien se relacionó con el «partido hermano» a través de Gronowski. Recuerda el dirigente español que los franceses consideraban al PCE como un simple apéndice del PCF, mientras que para los republicanos resultaba fundamental la autonomía. El objetivo de Azcárate era establecer unas relaciones de igualdad entre ambas formaciones políticas. Sixto Agudo sostiene por contra que fue Nadal, y no Azcárate, quien puso en relación a los militantes del PCE en París y las regiones de los alrededores con la MOL El aparato político en París lo formaban Emilio Nadal «Henri», que dirigía el PCE, y Josep Miret Musté, a cargo del PSUC y que terminó gobernando las dos organizaciones. Le ayudaron en esa tarea Joan Vilalta y las hermanas Elisa y Josefa Uriz. La primera fue uno de los pocos miembros directores de la oposición antinazi que se libró de la cárcel, al arrojarse por la ventana cuando iban a detenerla[4].

El PCF defendía que la lucha armada debían comenzarla los españoles y los brigadistas refugiados en Francia. Razonaban que, además de curtidos en una guerra reciente, muchos no tenían familia, circunstancia que retraía a los franceses. Pero los republicanos, al igual que los otros extranjeros, arrastraban un problema con relación a los atentados: los rechazaban por razones teóricas. Lenin había condenado el terror individual, y los objetivos delineados por la MOI se traducían en la liquidación de militares alemanes, un acto inequívocamente terrorista. Una actividad delicada, turbadora incluso para activistas que odiaban a los nazis y parecían curados de repulgos, sobre todo después de una guerra que muchos pensaban haber perdido por «blandos» y «legales». Pero no era lo mismo matar a un hombre en combate que hacerlo a sangre fría. Sostiene Azcárate que, en el caso de los españoles, fue Monzón quien zanjó las dudas: «No hay ninguna similitud con la cuestión tratada por Lenin. Ahora estamos en plena guerra y matar a los oficiales del ejército enemigo es una obligación elemental. Matarles de la manera que se pueda». Más o menos es la tesis que mantiene el protagonista de El ejército fantasma, de Joseph Kessel: «Es necesario —dijo Gerbier— que cada uno de nosotros tome parte en las cosas más duras y crueles. Hay que aprender. Eso no es venganza y ni siquiera justicia, sino necesidad»[5].

Aunque las células OS–MOI hundían su genealogía en los meses de la invasión de Francia, la lucha armada se fraguó después del ataque alemán a Rusia. Los grupos OS–MOI de París eran pocos y escogidos, y los comunistas españoles participaron desde el principio. Uno de sus militantes, Conrad Miret Musté —conocido como «Lucien» o «Alonso»—, fue quien primero recibió el encargo de dirigir el aparato militar de esos destacamentos. Había nacido en Barcelona en 1912, en el seno de una familia socialista asociada luego al comunismo, y en 1938 alcanzó el grado de comandante en la guerra civil. Detenido en 1940 y trasladado a la cárcel de La Santé, logró escapar cuando sucedió la invasión alemana y el siguiente paso fue ingresar en la OS–MOI. El 5 de septiembre de 1941, Miret y el coronel Dumont, acompañados de dos mujeres y un resistente alemán, atacaron un garaje de Vincennes ocupado por nazis. Todos los vehículos ardieron, gracias a la gasolina que las mujeres habían transportado por el metro de París. El 19 de septiembre, el barcelonés saboteó con un grupo de asalto otros tres garajes parisinos; los atacaron con botellas de gasolina y cócteles molotov. Pero en noviembre el jefe de la OS fue arrestado en el Campo de Marte, después de la delación de un compañero. Resistió las torturas de la policía y no confesó ni su propio nombre. Una muerte heroica, y como señala Boris Holban, Conrad Miret es un personaje ignorado en Francia pese a lo mucho que hizo por su libertad. Fue reemplazado por Francis Wolf «Josep Boczov» al frente de la OS–MOI[6].

Conrad Miret Musté dirigía también a los españoles de la MOI, y lo sustituyó en la dirección de los grupos armados republicanos Antonio Buitrago, que había sido jefe de EM en el XIV Cuerpo de Ejército Guerrillero durante la guerra de España. «Un luchador excepcional, valiente y con facultades poco comunes para el combate clandestino», según Mariano Constante. Al igual que Conrad Miret, Buitrago fue detenido por la Gestapo: nunca más se supo de él. El tercer elemento de la cúpula armada fue Luis Montero «Sabugo», quien ahora formaba parte de la dirección política del PCE en la Francia ocupada, junto con Josep Miret Musté, hermano de Conrad, y Francisco Perramón. Pero, cuando este dirigente asturiano asumió la dirección de los resistentes españoles, la OS era historia: puso sus grupos a disposición de los FTP–MOI, la nueva organización comunista que cuajó primero en París y luego se expandió por algunas ciudades importantes —Lyón, Grenoble y Toulouse—; y después por toda Francia. Los franco–tiradores y partisanos parisinos estaban bajo el mando del rumano Boris Holban «Olivier», el checo Karel Stefka y el español Joaquín Olaso «Emmanuel».

Los republicanos fueron adscritos al 2.º destacamento, encabezado por Sandalio Puerto, y del que formaban parte elementos tan destacados como Domingo Tejero —segundo jefe—, Emiliano Fernández, Jorge Pérez–Troya, Rogelio Puerto, Celestino Alfonso, María Llena y Teresa García. Llegó a tener hasta 20 miembros, una de las unidades más numerosas que operó en París. Según Boris Holban, el grupo de Sandalio Puerto actuaba a veces al margen de los MOI y recibía órdenes expresas de los dirigentes políticos del PCE, como cuando atacaron con granadas a un grupo de colaboracionistas del Partido Popular Francés del ex comunista Jacques Doriot, atentado que ocasionó dos muertos y numerosos heridos. Pero también lo hicieron contra soldados alemanes, lo que provocó la detención de uno de sus miembros y el posterior desmantelamiento del grupo. Mientras tanto, en Burdeos había adquirido relevancia Pérez–Troya, quien entró en contacto con el PCE a finales de 1941 y que a partir de 1942 se dedicó a realizar operaciones contra los nazis: asaltos a trenes y vías de ferrocarril, postes de alta tensión e incluso ataques contra cuarteles alemanes. Luego se trasladó a París, como vimos, para incorporarse a los FTP–MOI. Después de la caída de Montero, el último hombre fuerte del comunismo español en París fue José Barón «Robert». Otros republicanos escribieron también capítulos de la pequeña historia de la guerrilla urbana parisina. En agosto de 1941, un muchacho de los Batallones de la Juventud, Alberto Manuel, en unión de Maurice Le Berre, apuñaló de muerte a un oficial alemán. Era su respuesta al asesinato un mes antes de su amigo José Roig, el primer español eliminado por su adscripción a los grupos resistentes[7].

No resultaba fácil mantenerse en una ciudad como París, infestada de policías y agentes franceses y alemanes, colaboracionistas y delatores: una red de complicidades que extendía sus ramificaciones por toda la geografía de la capital. Los nazis habían impuesto además el llamado «Código del terror» frente a la lucha armada. Elaborado por el general Otto Von Stüpnagel, que estaba al frente del Gran París, fue bendecido y avalado más tarde por el mariscal Keitel. En síntesis, y aparte de alentar una sociedad policial, la solución nazi a los atentados pasaba por una receta muy sencilla y de eficacia aterradora: matarían de cincuenta a cien comunistas —o que reputaran como tales— por cada alemán eliminado. Promovieron además ejecuciones rodeadas de una parafernalia y brutalidad ejemplares: se trataba de atemorizar a la población, de impedir cualquier tentación de participar en la resistencia. El primer asesinato de un alemán en París —junto al realizado por Manuel y Le Berre— lo firmó Pierre Georges «Coronel Fabien», antiguo miembro de las Brigadas Internacionales, el 21 de agosto de 1941; el atentado se realizó en la estación del metro de Barbés–Rochechouart en la persona del cadete naval Alphonse Moser. La segunda víctima fue el suboficial Hoffman, muerto a tiros el 3 de septiembre de 1941 en la Estación del Este. También fuera de París, en la Francia ocupada, se produjeron atentados contra los nazis. El 20 de octubre de 1941 un grupo de hombres armados liquidó al teniente coronel Hotz, Feldkommandant de Nantes. Al día siguiente era ajusticiado en Burdeos el oficial Reimers, de lo que se reponsabilizó a los españoles encuadrados en la Todt[8].

El atentado de Pierre Georges significó el comienzo de una nueva fase, vinculada a la decisión comunista de enfrentarse a los nazis, una vez desvanecido el pacto germano–soviético. Los sabotajes contra intereses alemanes y los atentados contra oficiales hitlerianos y colaboracionistas se situaron en el centro de la atención parisina. Habían pasado los tiempos de la confraternización y la flojera. Un símbolo nuevo fue el citado «Coronel Fabien», quien realizó numerosas acciones contra los invasores, individualmente o formando parte de los llamados por los alemanes grupos terroristas. Combatió durante cuatro años en la Resistencia, y fue a morir en Alsacia luchando con el Ejército regular. Los colaboracionistas, por su parte, condenaban los hechos de armas con argumentos a medio camino entre la ingenuidad propia de quien añora el mundo de la caballería medieval y el cinismo más absoluto. Así, subraya Pétain: «Estos atentados son criminales y pueden acarrear nuevas desgracias. Son culpables de ellos los agentes extranjeros, porque el atacar en la oscuridad a soldados que cumplen las órdenes recibidas, no está conforme a la tradición francesa». Ironía suprema de un vendepatrias, terminaba apelando a la dignidad para justificar su postura. Pero no todos los antinazis estaban por la lucha armada. El líder de la oposición política a los hitlerianos, Charles de Gaulle, no era proclive a esas acciones violentas y escribe en sus memorias: «Es con un orgullo muy apagado que nos enteramos de estos actos de guerra llevados a cabo de manera individual, con riesgos inmensos, contra el Ejército del ocupante… Por razones de táctica de guerra muy elementales, consideramos que la lucha debe estar dirigida y que, por otro lado, todavía no ha llegado el momento de entablar la lucha abierta en la metrópoli». Pero De Gaulle adelantó el 27 de octubre de 1942 una posición que modificaba la anterior y representaba un paso adelante en la configuración de la resistencia armada; el general justificaba la eliminación individual de los nazis aunque la táctica le parecía equivocada: los atentados multiplicaban las represalias alemanas[9].

Los republicanos en la Francia alemana

En el territorio ocupado por los nazis, y al margen de París, los republicanos también se organizaban. Además de en Normandía y Bretaña, se desarrolló desde finales de 1940 un mínimo entramado en La Rochela (Charente–Maritime) y Nantes (Loira Atlántica). Antes incluso del asalto alemán a la URSS ya se preparaban grupos de resistencia en el departamento de Gironda, sobre todo en la capital, Burdeos, y desde 1942 los republicanos establecieron grupos de acción en los departamentos de Cher, Morbihan y Yonne. Ciudades como Brest, Lorient, Armentières, Le Havre y Tours contaron igualmente con la participación de los exiliados. Entre los dirigentes de la Francia ocupada, y al margen de París, destacaban Alfonso Hernández y Valeriano Vergés, y luego completaron el equipo dirigente Sergio González, José Pastor y Luis Montero, ya conocido. Entre Bretaña y París el correo era María Vacas. Practicaron sabotajes y atentados contra militares alemanes, por lo que algunos trabajadores españoles de la zona fueron deportados en febrero de 1941 a las islas anglo–normandas de Jersey y Guernesey[10]. Aunque en 1942 aún no se producían en la Francia alemana acciones de envergadura contra los nazis, ya existían grupos organizados de españoles —y otros extranjeros— y franceses que multiplicaban las pequeñas resistencias. Las dos actividades fundamentales eran el reparto de propaganda y los sabotajes por parte de los trabajadores de la Organización Todt. Un ejemplo fueron las acciones de los republicanos que trabajaban en la base de submarinos de Brest. Otros episodios, más simbólicos, evidenciaban que a la altura de ese año las cosas empezaban a cambiar. Los alemanes habían anunciado que por cada compatriota eliminado matarían a diez franceses, cincuenta si eran comunistas, y los resistentes les respondieron en las paredes con otro mensaje: por cada francés muerto, matarían a diez nazis. Muchos ciudadanos celebraron la fiesta nacional poniéndose brazaletes tricolores. La imagen de una Francia unida por el «pétainismo» empezaba a desmoronarse[11].

Los avatares de los españoles comprometidos con la resistencia en la Francia ocupada pueden reflejarse en parte gracias a la peripecia personal y política de José Goytia, destacado comunista en las ciudades de Angulema (Charente), Royan (Charente–Maritime) y Burdeos (Gironda). Recuerda siempre que eligió la Resistencia como agradecimiento a los miles de franceses que, encuadrados en las Brigadas Internacionales, habían acudido a España para luchar contra los fascistas. Cuando se produjo la invasión alemana se encontraba enrolado en una CTE en Gente, y antes del armisticio escapó en dirección a Burdeos alcanzando luego Bayona con unos compañeros. Como no querían retornar a España ni tampoco que los internaran en los campos franceses, decidieron robar unas bicicletas y jugarse el futuro a contracorriente: pasar a la zona ocupada por los alemanes. Llegaron otra vez a Burdeos y posteriormente se desviaron a Gente, donde tenían la CTE antes del armisticio. Pero a los pocos días, el secretario del pueblo les convocó a una reunión en la Alcaldía por indicación de los alemanes. Lógicamente, huyeron: la decisión les salvó la vida, ya que de no hacerlo hubieran formado parte del «tren de Angulema», que terminó con los españoles en Mauthausen.

Pasado un tiempo prudencial, otoño de 1940, regresaron a la ciudad de Angulema. A partir de esa fecha establecieron, en compañía de los comunistas franceses, los primeros equipos de acción. Lo más llamativo de todas estas actividades era que aún no se había producido la invasión de la URSS: algo infrecuente en la historia de la Resistencia. Goytia lo explica porque se encontraban aislados y tomaron la decisión por iniciativa propia. También razona el porqué de la lucha armada en un territorio tan peligroso como la Francia ocupada. «En la zona Norte hubo condiciones que no se dieron en la zona del Sur. Una de estas fue que nosotros estábamos en contacto directo con los alemanes. Los numerosos grupos de trabajadores españoles que estaban construyendo el muro del Atlántico sentían a cada momento la presencia física de los nazis. Y esto fue lo que nos permitió empezar la resistencia desde noviembre de 1940». Las condiciones para la insumisión se daban cuando se convivía con los alemanes: sus abusos invitaban a la revuelta. «Así, sólo cuando se acabó el cuento de las dos Francias, y los alemanes lo ocuparon todo, se inició también la resistencia en la parte que estaba teóricamente bajo el Gobierno de Vichy». El primer trabajo consistió en desmantelar una fundición que los nazis pretendían trasladar a Alemania. El grupo de sabotaje se dedicó a cambiar los números y abollar las piezas, con el cometido de que luego fuera imposible encajarlas. «A partir de ahí iniciamos todo tipo de boicoteos, incluido un centro de sementales. También saboteábamos los alimentos de los alemanes: regábamos o meábamos los montones de patatas para que se pudrieran, y a los quesos gruyère y emmental les metíamos basura en los agujeros». En Angulema lo detuvieron en dos ocasiones por indocumentado. El comisario de Policía, «que era una buena persona y posiblemente estaba de parte de la Resistencia», le recomendó que desapareciera, porque de lo contrario acabaría en manos alemanas y él no podría ayudarle. Hasta que huyó, en Charente llevó a cabo sabotajes con Francisco López, Cuadras y Antonio Davo, que estaban en contacto con René Michel, jefe de los FTPF del departamento. Francisco López, que gobernaba a los españoles en Charente, cayó en manos de los alemanes y terminó en los campos de exterminio. «Marché a Royan, uno de los centros del muro del Atlántico alemán, con una intensa actividad y que era una ciudad prohibida. Pese a todo, y gracias a lo bien organizados que estábamos los comunistas, conseguí instalarme»[12].

Un alsaciano que conocía el alemán y trabajaba en las oficinas proporcionó a Goytia una documentación en regla para trabajar, y los amigos franceses le consiguieron un permiso de estancia (séjours). Arreglados los papeles, el partido le envió en enero de 1942 a Burdeos, capital de Gironda, donde existía una meritoria organización comunista: Castillo, Lagos, Quesada, Colina y Orejón. Fue elegido jefe de un grupo armado conocido como R3, y continuó en la dirección cuando los FTP sustituyeron a la OS. Aparte de responsable político —«éramos cuatro gatos»—, Goytia integraba también una célula como técnico: no sólo planificaba las operaciones sino que, en muchos casos, debía ejecutarlas. «Yo he preparado un montón de actividades importantes. Nuestro trabajo en la ciudad se componía de un mínimo de camaradas, y lo primero que había que hacer era ver cómo se podía escapar. La salida era la parte decisiva siempre». Las acciones en la ciudad tenían que ser muy rápidas y por sorpresa, tanto para liquidar a las patrullas alemanas como para hacerse con las armas. En el medio urbano la operación de recuperar armamento resultaba decisiva: al no existir el fenómeno de los parachutajes como en el maquis, las conseguían mediante la intervención directa. Un aspecto que nunca descuidaban era la propaganda, que en ocasiones extraordinarias repartían por las calles bordelesas los propios activistas, ante el asombro de la población.

Goytia y sus hombres perpetraron en septiembre un golpe económico en la zona prohibida de la base de submarinos de Burdeos. Destruyeron todo cuanto pudieron y arramblaron con el dinero y las armas. Los objetivos fundamentales eran los sistemas de comunicación nazis, y algunos asaltos fueron muy osados, como el corte en los cables que efectuaron Goytia y «Teo» delante de la Prefectura de Burdeos. Pero los arrestos se producían de continuo, infiltradas como estaban las sociedades de oposición, provocando la anulación o el retraso de las acciones. Entrado el otoño de 1942 se acumularon las detenciones, unas cincuenta, después de la oleada de arrestos de junio. También se reajustó la dirección de los FTP–MOI de Gironda: Cosme era el responsable militar, Sáez «Teo», el político y Goytia, el técnico: seguían el modelo MOI parisino de los tres integrantes para cada grupo. También a José Goytia le llego la hora: «Soy responsable de varios grupos primero, poco tiempo después me nombraron jefe de Burdeos, y cuando me cogieron en enero de 1943 llevaba dos meses como responsable de cinco departamentos del Sudoeste: Charente, Charente–Maritime, Gironda, Landas, Bajos Pirineos».

Los mayores perseguidores de los FTP–MOI en la región de Burdeos, amén de los alemanes, eran los comisarios franceses Poinsot y Anglade, y los españoles fueron traicionados por un enlace apellidado Mújica. La primera sospecha la tuvieron cuando asaltaron una oficina alemana con el fin de obtener papeles falsificados para nuevos compañeros que se incorporaban a la guerrilla urbana. Mújica no cumplió con sus deberes de vigilancia, desapareció del lugar que le habían asignado y los resistentes se salvaron de casualidad. Al desconfiar de él, pudieron reconstruir toda una serie de anomalías del confidente y también se convencieron de que lo hacía por el miedo que tenía a las torturas en caso de arresto. Goytia fue detenido finalmente en Burdeos, y pudo confirmar que Mújica era el responsable de la mayor parte de las caídas de comunistas españoles y franceses en Gironda; también fueron arrestados «Teo» y Cosme. A Goytia lo torturaron durante tres meses y cada día en la prisión bordelesa, pese a que no consiguieron identificarlo como dirigente guerrillero. Cinco meses después, lo trasladaron a uno de los penales más duros de la Francia ocupada, Romainville, que estaba en París y alojaba a políticos y resistentes[13].

Españoles en las guerrillas parisinas

Pero los activistas extranjeros que exploraban la violencia armada contra los nazis comenzaron a encontrar dificultades insuperables desde 1942. A finales de ese año fueron arrestados dos españoles que habían intervenido de forma relevante en la política y lucha armada parisinas: Josep Miret Musté «Raymond» y Joaquín Olaso «Emmanuel». La detención de estas dos personalidades comunistas se inscribió en las redadas realizadas por la policía francesa entre junio y noviembre de 1942 contra los «terroristas de la Unión Nacional», sobre todo en París, Burdeos y Nantes. El dirigente comunista Miret Musté, que vivía en la clandestinidad con el nombre de «Jean Régnier», había sido conseller de la Generalitat durante la guerra de España y era uno de los responsables del PCE y el PSUC en la Francia ocupada. «Raymond» estaba igualmente encargado del grupo de lengua española y era jefe de reclutamiento de la MOI. En la dirección política le sustituyeron Sánchez Vizcaíno —evadido de La Santé— y Eduardo Sánchez–Biedma «Torres». Miret Musté fue deportado a Mauthausen el 23 de agosto de 1943 y asesinado por los nazis el 17 de noviembre de 1944, después de un bombardeo aliado; resultó herido y lo remató un sicario de las SS. Era hermano de Conrad Miret Musté y estaba recluido en el Kommando de Sbejat[14].

Joaquín Olaso Piera «Emmanuel» fue un personaje relevante de la resistencia parisina y también protagonista de una historia trágica. Nacido en Alicante en 1901, había marchado en 1921 a Francia como emigrante económico. Regresó a España en 1936, con el objetivo de combatir en favor de la República, y ocupó el cargo de inspector general de Orden Público en Cataluña en 1936, cuando era uno de los máximos responsables del PSUC. Con la derrota volvió a Francia en compañía de su mujer, Dolores García, y promovió un grupo comunista en Perpiñán antes de instalarse en París. Convertido en secretario de la embajada de Chile, pudo mantenerse durante un tiempo en la legalidad y escapar a los campos de internamiento. Cuando se constituyeron los FTP–MOI, en junio de 1942, fue nombrado responsable del triángulo de mando, como jefe técnico, con Boris Holban «Olivier» y Karel Stefka «Carol». El técnico estaba encargado de velar por el suministro de armamento, su mantenimiento y transporte, además de controlar a los agentes de enlace. En otras palabras: Olaso se convertía en uno de los tres máximos responsables de la organización armada comunista de París, y reemplazaba a Conrad Miret en la cúpula de la MOI. El 5 de diciembre de 1942 fueron detenidos Olaso y su mujer, Stefka y otros resistentes; del triángulo de la dirección sólo escapó Holban. Marcharon a la deportación el 28 de agosto de 1943, él a Mauthausen y su esposa a Ravensbrück, aunque sobrevivieron a la barbarie nazi. Pero a su retorno en 1945, comprobó que el grupo español le hacía el vacío, puesto que sospechaban que se había venido abajo durante los interrogatorios, con las correspondientes consecuencias para los compañeros. La vida se convirtió entonces en un calvario para el matrimonio Olaso–García. Un día de 1954 los encontraron asfixiados por gas en su domicilio. Rafaneau–Boj se apunta a la tesis del suicidio, Dreyfus–Armand escribe que murió «de forma inexplicada» y Pike insinúa que fue «probablemente asesinado». Es posible que Olaso aportara detalles cuando fue arrestado, y que tal vez su deposición provocó alguna que otra caída. Pero, como sostiene Dreyfus–Armand, una cosa fue su confesión a la policía y otra muy distinta responsabilizarlo de las caídas del segundo semestre de 1942: Olaso fue arrestado cuando ya se había practicado la mayor parte de la detenciones. Martorell aporta noticias sobre el matrimonio Olaso, al que adjudica además planes descabellados. Apunta, en primer lugar, que Joaquín Olaso era el designado por la dirección comunista en México para hacerse cargo de la Delegación del Comité Central en Francia, en manos de Monzón y Carmen de Pedro. En segundo lugar, que existía una animadversión política y personal entre el matrimonio Olaso y la pareja Monzón–De Pedro. La razón por la que, según Martorell, Olaso llegó a la jefatura de los FTP–MOI fue porque, ante las presiones desde México para que contaran con él, «se le encargó conservar los polémicos contactos con la dirección MOI en París»[15].

Encarcelados Olaso y Stefka, fueron sustituidos por Alik Neuer y Boris Milev. Pero los arrestos no interrumpían los atentados, que mantuvieron un ritmo sostenido. El jefe de los FTP en la región parisina, Joseph Epstein «Coronel Gilíes», estaba de acuerdo con esa política. Eran varios los destacamentos que integraban la MOI a comienzos de 1943; aparte de otros servicios, los FTP–MOI disponían de cuatro destacamentos y un equipo especial. Contaban además con servicio médico, enlaces, dirección… Desde junio de 1942 hasta noviembre de 1943, efectuaron 229 acciones en París. Entre los grupos de acción destacaba el de Missak Manouchian «Georges», que había ingresado en el 1.er destacamento en febrero de 1943; en julio sustituyó a Neuer como técnico de los FTP–MOI y en agosto reemplazó a Holban como responsable militar: una carrera meteórica para un activista sobresaliente. Manouchian —emigrante económico en Francia desde 1924— era judío, poeta y armenio. Paul Eluard le escribió versos inolvidables a «este extranjero de aquí que escogió el fuego porque creía en la justicia». Pero la personalidad de Manouchian también fomentaba desencuentros con sus compañeros de la MOI, sobre todo con Holban. Las memorias de este último alimentan la sospecha de que uno de sus objetivos consiste en desmontar el mito Manouchian, creado, según él, por la mujer del armenio, Méline Manouchian, con la ayuda de autores como Philippe Robrieux y Philippe Gamier–Raymond[16].

En el equipo de Manouchian participaba el español Celestino Alfonso «Pierrot», que se había iniciado en el grupo de Sandalio Puerto. Zamorano de Ituera de la Zamba, carpintero de profesión y emigrante económico en Francia, regresó a España en 1936 para participar en la guerra civil, alcanzó el grado de teniente y después marchó a Francia; ingresó en los MOI en enero de 1942. Bien recibido en el grupo «por su valor, su entusiasmo y su experiencia», Alfonso formaba parte de la élite de los FTP–MOI, el destacamento especial, en el que también se distinguieron Spartaco Fontano «Paul», Léo Kneler «Marcel», Raymond Kojitski «Pivert» y Marcel Rayman «Chapaiev». Intervino en numerosas acciones, algunas de las más importantes realizadas en París. El atentado que entrañó una mayor repercusión fue dirigido contra el Standartenführer Julius Von Ritter, coronel de las SS, uno de los ayudantes más sanguinarios del Gauleiter Fritz Sauckel, responsable de las levas de mano de obra en los países ocupados. El ataque se llevó a cabo el 28 de septiembre de 1943. Alfonso, pistola en mano, disparó repetidamente sobre Ritter y el chófer, que murieron; lo acompañaban Rayman y Kneler. Florimond Bonte escribe que disparó Alfonso y lo remató Kneler, y Arséne Tchakarian «Charles» sostiene que también él estaba allí: desvaríos de la memoria que busca un lugar en la historia. Rayman, Fontano y Alfonso ejecutaron el 21 de julio de 1943 en pleno centro de París, en la calle Marie–Louise, a un delator, y el 2 de octubre 1943 Alfonso y sus camaradas acometieron a un autobús alemán que se dirigía al aeropuerto: perecieron varios SS alemanes.

Otra de las acciones más notables (y polémicas) fue perpetrada el 28 de julio de 1943. Conforme a la tradición de la Resistencia, el golpe se dirigía contra el general nazi Von Schaumburg, comandante del Gran París y perseguidor implacable de los antifascistas. Los autores de la acción habrían sido Spartaco Fontano, Marcel Rayman y Celestino Alfonso: el llamado «triángulo heroico» de los MOL El militar alemán habría sido ejecutado en las proximidades de la plaza del Trocadero, cuando su coche se detuvo un instante al doblar la esquina de la avenida Paul Doumer, momento que aprovechó Rayman para arrojar una bomba que destrozó a los cuatro ocupantes del auto; el ejecutor pudo retirarse sin problemas gracias al apoyo de Alfonso y Fontano. La versión de Holban modifica sustancialmente la anterior. En contra de las afirmaciones de Méline Manouchian y Arséne Tchakarian, Holban sostiene que Alfonso no participó; fue Kneler quien lanzó una granada contra el coche del general. Pero el atentado en realidad no tuvo como destinatario a Von Schaumburg, que había sido reemplazado y estaba destinado en Hamburgo; murió el 4 de octubre de 1947 en un hospital de la ciudad. Su sustituto era el general barón Von Boineburg–Lengsfeld. Pero tampoco ese general ocupaba el auto, sino un hombre de su Estado Mayor, el teniente coronel Maurice Von Ratibor und Corvey. Holban sostiene que no hubo ni muertos ni heridos[17].

El destino de los extranjeros de la MOI estaba sellado desde un principio, y la detención o la muerte eran una cuestión de tiempo. En noviembre de 1943, nazis y colaboracionistas —incluidos los «milicianos» de Darnand— arrestaron a doscientos activistas, entre ellos Epstein, Manouchian y Alfonso; había también algunas mujeres entre los apresados. El juicio central se celebró el 21 de febrero de 1944, y los protagonistas fueron veintitrés hombres y una mujer. Varios de ellos eran judíos y también antiguos miembros de las Brigadas Internacionales que combatieron en la guerra civil española: el rumano Boczov, y los polacos Geduidig, Grywcz y Epstein. Previamente, habían sido torturados durante tres meses. «Este juicio es definitivo. No habrá recurso. Será confirmado por el jefe de la justicia alemana», remarcó el presidente del tribunal. Jueces, acusadores y defensores eran alemanes. Los FTP–MOI parisinos asumieron con orgullo sus responsabilidades, y el mismo día del juicio fueron ejecutados en Mont–Valérien. Se salvó la mujer, Olga Bancic «Pierrette», originaria de la Besarabia, que estaba embarazada. Conducida a Alemania, fue decapitada con hacha el 10 de mayo de 1944 en la ciudad de Stuttgart; a su hija le puso de nombre Dolores, en homenaje a Pasionaria. Al siguiente día de la ejecución «de los veintidós» apareció el famoso «affiche rouge» (cartel rojo), y una masiva campaña de prensa contra «el ejército del crimen». El cartel acusaba a diez resistentes. Diez fotografías. Diez rostros. Diez leyendas. Una de ellas decía: «Alfonso, español rojo, siete atentados»[18].

Los diplomáticos españoles permanecían atentos a lo que pasaba en Francia. Una comunicación del omnipresente Lequerica al ministro de Asuntos Exteriores (27 de septiembre de 1941) se acompaña de un título explícito: «La agitación en París». Al margen de la retórica autoritaria del diplomático, los despachos radiografían la situación en Francia desde la perspectiva de los nazis. «Las medidas enérgicas del Gobierno alemán parecen de momento eficaces. Haría falta una población verdaderamente irritada para suscitar un tanto por ciento de asesinos inquietantes. Y la población francesa, increíblemente bien tratada por el ocupante alemán, no responde a tales exigencias previas». Pero le matiza que al mismo tiempo se «acogían los crímenes con benevolencia y hasta con simpatía». Las autoridades de Ocupación pedían a los franceses que no se atentara contra las tropas nazis —«soldados que cumplen con su deber»— y advertían de que los ataques «agravarán la situación del país y ponen en peligro a muchos inocentes». El embajador manifiesta su desconcierto por la actitud de Vichy y de sus «blandos» tribunales, y no comprendía cómo no juzgaban y ejecutaban a los dirigentes comunistas. Exhibe su sorpresa ante la condena y posterior indulto por parte de Pétain de dos dirigentes del PCF, Roberto Marchadier y Marcel Lemoine. Anota que los alemanes, debido al pacto de no agresión, al principio no persiguieron a los comunistas y que ahora el monstruo les ha crecido. «A pesar de todo, repito, no estamos ante un pueblo decidido al sacrificio violento ni donde exista el apoyo que la guerrilla urbana precisa para causar perturbaciones de algún valor al Ejército alemán». Califica a los resistentes de «pistoleros de París»[19].

Un segundo despacho de Lequerica al ministro de Asuntos Exteriores (16 de diciembre de 1941) abunda en que «los atentados contra el Ejército alemán creo sinceramente, como le comuniqué antes, no encontraban eco ni simpatía en el pueblo francés. Propendemos mucho los españoles a asimilar nuestra naturaleza más violenta e indómita a la de este pueblo y a interpretar con arreglo a ella los acontecimientos de Francia». El embajador persevera en las comparaciones entre franceses y españoles: «Y sin embargo el gaullismo francés constituye en su inmensa mayoría una reacción platónica y cómoda de la misma burguesía media deseosa en el 39 de declarar la guerra por motivos de dominación y de satisfacciones económicas. Héroes irreductibles, fugitivos en montañas abruptas, disidentes aventureros, es fauna que nuestra imaginación española atribuye al gaullismo, sin existir apenas». Pone el ejemplo de los marinos franceses en Inglaterra que se niegan a seguir a De Gaulle, aunque no les gusten ni Laval ni Darían. «¿Falta de heroísmo? No, no sería justo interpretarlo así. Diferente manera de reaccionar de la nuestra. Con los atentados pasa lo mismo. A la Francia media no le gustan, aunque haya fracciones de la opinión del país en contacto con Inglaterra y Rusia para ejecutarlos sin ambiente». Las tesis de Lequerica y el cambio posterior lo refleja Kessel en la novela El ejército fantasma. Aunque es un texto de ficción, plasma la intrahistoria del momento: «Los franceses no estaban preparados ni dispuestos a matar. Sus temperamentos, su clima, su país, el estado de civilización a que habían llegado, todo eso los alejaba del derramamiento de sangre. Recuerdo muy bien que en la primera época de la resistencia nos parecía algo muy difícil decidir un asesinato a sangre fría, una emboscada o un atentado»[20].

Al margen de las acciones armadas de la MOI, también fue delineándose en París y el resto de Francia el perfil de la Resistencia como un movimiento amplio frente a los nazis. El 11 de noviembre de 1940 —fecha de referencia: el día en que se firmó el armisticio de la Primera Guerra Mundial— se registró la primera manifestación contra los nazis en París por parte de un grupo de enseñantes y alumnos. Fue un episodio liminar de la oposición de intelectuales contra la ocupación que surgió en la capital, iniciada por profesores del Museo del Hombre de París. Estaban encabezados por los emigrados rusos Boris Vildé, etnólogo, y Anatole Levitsky, de tecnología comparada, quienes acuñaron la palabra Résistance, convertida luego en fetiche verbal del antinazismo, y editaron un periódico con ese nombre a partir del 15 de diciembre de 1940. Eran movimientos individuales y en general conservadores. Rusia estaba todavía en paz con Alemania, y L’Humanité aparecía como un periódico pacifista. Vildé y Levitsky fueron juzgados y ejecutados con otros cinco colegas en febrero de 1941.

LA UNIÓN NACIONAL ESPAÑOLA

La política seguida por los comunistas españoles (y franceses) varió radicalmente con la invasión nazi de la Unión Soviética el 22 de junio de 1941. Dos días después, PCE, PSUC y JSU rubricaban un primer «llamamiento a la Unión Nacional». El texto recuperaba una estrategia atravesada de lógica después del paréntesis que representó el pacto entre soviéticos y alemanes. El 1 de agosto se registró un segundo llamamiento que establecía las líneas maestras que los comunistas españoles, y en general el comunismo internacional, adoptarán durante los años siguientes. La nueva política, un Frente Amplio que reemplazaba al llamado Frente Único, sólo excluía a los franquistas y a los republicanos casadistas. Un texto titulado «Programa Político–Militar para cuadros de la Agrupación de Guerrilleros», que se debatía en las escuelas de maquis españoles en Francia, matizaba las novedades del nuevo programa: «La diferencia existente entre la UNE y el Frente Popular es que este es sólo y exclusivamente la unión de todas la fuerzas antifascistas y la UNE es la unión amplia de todos los españoles sin distinción de ideas políticas o credos religiosos. El Frente Popular tiene la misión de contrarrestar la potencia de las fuerzas más o menos reaccionarias de un país que, sin haber abolido el régimen existente, desvirtúan las leyes y las aplican en beneficio propio sin tener en cuenta para nada a las fuerzas populares, democráticas y liberales del mismo país. Por el contrario la UNE, que reúne bajo su bandera a todos los patriotas, tiene como misión liberar al país de un régimen impuesto por la fuerza, cuyos gobernantes han vendido el país a potencias extranjeras». El objetivo era aglutinar a todos los republicanos en Francia y a los antifranquistas en España para acabar con la dictadura[21].

El 16 de septiembre de 1942 cristalizó el penúltimo paso para la consolidación de la política de la Unión Nacional. La dirección del partido en Moscú y México realizó una nueva convocatoria a la unidad de los elementos antifranquistas, y ese mismo día, redactado por Pasionaria y firmado por el Comité Central, aparecía el «Manifiesto de la Unión Nacional». Lo más significativo del texto era que abría el abanico del antifranquismo a los monárquicos y carlistas, por una parte, y se potenciaba la lucha armada en España, por la otra; la nueva táctica sólo excluía la presencia de franquistas y falangistas. El objetivo inmediato era impedir que la España de Franco entrara en la guerra a favor de los hitlerianos. El documento provocó efectos secundarios, como fue el rechazo de las instituciones republicanas en el exilio. Gregorio Morán observa que en la política de bandazos propia del PCE de la época, se pasaba del derechismo de romper con la legitimidad del régimen del 14 de abril solicitando unas Cortes Constituyentes hasta el izquierdismo de potenciar en el interior de España un movimiento guerrillero. Pero no fue menos cierto que el nuevo procedimiento fue bien recibido entre los exiliados de a pie. En medio de un conflicto mundial, la nueva posición del PCE colocaba además en una tesitura delicada a sus rivales, que no estaban organizados en Francia ni en España. Lógicamente, el manifiesto tenía en cuenta las circunstancias existentes y también invitaba a combatir a los nazis en Francia. Esta última tesis la presenta Alberto Fernández, quien explica que una de las resoluciones convocaba a la lucha contra los hitlerianos[22].

Pero la llamada a la unidad desde Moscú no se quedó en mera propaganda política, sino que fue asumida hábilmente por Monzón en Francia y se plasmó en la fundación de la Unión Nacional Española, el organismo que tuteló la oposición al franquismo durante la guerra mundial. Convocada por el periódico Reconquista de España, la «reunión de Grenoble» (7 de noviembre de 1942) entrañó el nacimiento oficial de la UNE. Diferentes cronistas apuntan que tal vez la conferencia se celebró en Montauban o Toulouse, y la referencia oficial a Grenoble tenía por objetivo desorientar a las fuerzas policiales francesas. Los comunistas difundieron la existencia de la nueva organización al mismo tiempo que divulgaban la presencia en la misma de todas las agrupaciones del exilio, una verdad a medias. Entre los once asistentes a la convocatoria había, en efecto, miembros de los partidos políticos y sindicatos más representativos, pero no era menos cierto que, con la excepción del PCE y el PSUC, podían considerarse elementos irrelevantes en sus propias organizaciones y asistían además a título individual. Pese a todo, la UNE fue capaz de tejer en un período de tiempo reducido una formidable red política y guerrillera en Francia, y luego en España. También permitió a los exiliados en Francia agruparse para combatir el fascismo y recuperar, de paso, una autoestima militar y revolucionaria lastimada durante la guerra y la experiencia de los campos de internamiento[23].

El periódico Reconquista de España se convirtió en el órgano oficial de la UNE y también fue el soporte utilizado para anunciar que en la reunión se había aprobado un documento titulado «Doctrina, Programa y Acción de la Unión Nacional». Posteriormente fue expurgado para su publicación, a finales de 1943, con un epígrafe significativo: «Programa de la Unión Nacional para la salvación de España». La UNE era el banderín de enganche para los republicanos que estaban decididos a combatir a los nazis, pero en el programa apenas se aludía a Francia. Entre los puntos más relevantes del «Manifiesto de la UNE» estaban los siguientes:

«1. Ruptura de todos los lazos que atan España a Hitler y a los países del Eje. Adhesión a los principios enunciados en las Conferencias de Moscú y Teherán.

2. Depuración del aparato del Estado, principalmente de soldados falangistas en el Ejército que no puedan probar que lo han sido a la fuerza.

3. Amnistía para todos los perseguidos por Falange por motivos políticos, nulidad de las sanciones impuestas por las jurisdicciones (tribunales militares, responsabilidades políticas, masonería y comunismo, fiscalía de tasas) y reparación de los daños causados con injustas sanciones administrativas y penales.

4. Restablecimiento de las libertades de opinión, prensa, reunión, asociación, de conciencia y de práctica privada y pública de cultos religiosos.

5. Política de reconstrucción de España que asegure las fundamentales condiciones de vida política, económica y social a todos los españoles; revisión de fortunas ilícitamente amasadas durante el período franquista.

6. Creación y preparación de las condiciones necesarias para convocar elecciones en las que los españoles pacífica y democráticamente designen una Asamblea Constituyente ante la que rinda cuentas el Gobierno de UNE y que promulgue una carta constitucional de libertad, independencia y prosperidad para España».

En el documento general se ponía de manifiesto una vez más el oportunismo político del PCE al defender el «accidentalismo constitucional», con el pretexto de que la forma de Estado no fuera una barrera insalvable para la formación de una plataforma amplia contra el franquismo. Los llamados republicanos burgueses —y el propio Negrín, quien seguía comportándose como jefe del Gobierno, pese a que las Cortes republicanas habían depositado la legalidad en manos de Diego Martínez Barrio— abominaron lógicamente de esa perspectiva; también los socialistas, aunque luego rectificarían de manera ventajista en otras circunstancias. Pero la creación de la UNE, que había comportado un importante trabajo previo, se reveló como un éxito inmediato: el PCE la vendió como un organismo unitario y como tal fue asumido por muchos republicanos; la posterior identificación entre la Unión Nacional y las guerrillas españolas que combatían en la Resistencia reportó a los comunistas una posición de privilegio. En la fundación de la UNE también se juzgó como esencial el apoyo de los comunistas franceses, aunque un testigo privilegiado de la época, Azcárate, asegura que en el sur de Francia el PCE era más fuerte que el PCF, y que este partido tenía complejo de inferioridad con respecto a los españoles. Agudo escribe que el PCE estaba organizado por esas fechas en el Mediodía, especialmente en los departamentos de Pirineos Orientales, Aude, Ariège, Alto Garona, Altos Pirineos, Bajos Pirineos y Gers. La «zona pirenaica» estaba gobernada por Ángel Gracia, Sebastián Zamuz, Justo Montaña y el propio Agudo. A fines de 1942, cuando el Comité de la UNE se hizo cargo de la región, el PCE disponía de organizaciones en las capitales y en los principales núcleos de población; al comenzar el año 1943, la región pirenaica contaba con más de dos mil militantes, de los más o menos cuatro mil afiliados en la Francia de Vichy[24].

Como correlato de lo que estaba acaeciendo en Francia, Monzón regresó a España en noviembre de 1943 para constituir la Junta Suprema de Unión Nacional, proyectada a imagen y semejanza del Consejo Nacional de la Resistencia francesa. Pero las circunstancias eran muy diferentes, y frente a la realidad de la oposición allende los Pirineos, en España —pese a la existencia de bolsas de huidos en las comarcas montañosas— no había un movimiento político e insurgente parecido: un notable error de cálculo que tendría graves secuelas. Las razones de por qué se trasladó para organizar la JSUN el más importante de los dirigentes del momento en Francia, lo explicó la prensa partidista: «No podía residir en otro sitio, puesto que como organismo dirigente de la lucha contra Franco y Falange, es desde el interior de nuestro país como mejor puede cumplir su alta misión, organizando las acciones de acuerdo con la situación real y las características propias de la región en donde se ha de actuar y orientando políticamente a nuestro pueblo». El repetido Azcárate ha manifestado años más tarde: «Para qué engañarnos: la Junta Suprema era, en realidad, una invención. En ella había algunos republicanos y socialistas dispuestos a cooperar con los comunistas, pero era un fenómeno de ínfimas minorías. Presentar ese grupo de personas de buena voluntad como Junta Suprema fue un engaño y un gravísimo error, que tuvo la consecuencia perversa de crear una nueva escisión en el campo democrático español»[25].

El secretariado inicial de la UNE estaba formado por el doctor Juan Aguasca, Olivo y Miguel Cubel; el delegado del PCE en la organización era Jesús Martínez y José Paz representaba a los guerrilleros. Cubel, anarquista, fue miembro del Comité Nacional de UNE desde noviembre de 1941 hasta septiembre de 1943, cuando fue arrestado. Las especiales circunstancias provocaron constantes modificaciones de la dirección. Cuando en 1945 se decidió su disolución, la UNE estaba presidida por el general José Riquelme, era secretario el doctor Aguasca y formaban parte del comité los socialistas Julio Hernández y Enrique Santiago, el comunista Jesús Martínez y el republicano Serafín Marín Cayre. El arraigado anticomunismo de partidos y sindicatos del exilio comportó un lastre para la UNE. Pese a todo, un número significativo de socialistas, anarquistas y republicanos se incorporaron a la UNE —en ciertos casos, con cierta incomodidad—, ante el rechazo sin alternativas de las direcciones de sus partidos y sindicatos. Entre los nombres más prominentes se encontraban el poeta Rafael del Bosque, el pedagogo Antonio Gardo Cantero y la diputada Julia Álvarez, socialistas; libertarios como Alier Ventura, Antonio Ruiz, Crescencio Muñoz y Eulogio Añoro; o el teniente coronel Manuel Gancedo Sáenz, de Izquierda Republicana. Los socialistas en Francia elaboraron un documento en el que rechazaban adscribirse a la UNE porque decían que la dirección del partido estaba en España: una justificación, nada más. Encabezaron la negación Enrique de Francisco, Pascual Tomás, Rodolfo Llopis y Gabriel Pradal. A Julia Álvarez, como represalia por su actitud prounionista, se le prohibió participar en el 13.º Congreso del PSOE celebrado en septiembre de 1944 en Toulouse. La mayor parte de los republicanos ilustres del exilio respaldó moralmente a la UNE, entre ellos dos celebridades mundiales: Pablo Picasso y Pau Casals; según un informe del Ministerio de Exteriores franquista, el pintor malagueño había donado medio millón de pesetas para la financiación de la UNE[26].

Las organizaciones libertarias

No todos los republicanos que combatían a los alemanes con las armas estaban encuadrados en la UNE. Existían refugiados y agrupaciones, sobre todo anarquistas, que se negaron, asociándose a organizaciones francesas. El caso más conocido fue el de los anarquistas del pantano del Aigle —entre los departamentos de Cantal y Corrèze, en el Macizo Central—, que se vincularon a la Resistencia a través de M. Rebatet, ajeno a la organización comunista. Eran unos 200 libertarios; 600 contando a los de Bort–les–Orgues. Posteriormente, surgió un «campo de acogida» en el puy Molent, en los montes de Auvernia, donde se recibía a refugiados dispuestos a encuadrarse en la Resistencia: el cometido esencial consistía en lograr una ocupación legal a los españoles perseguidos; el jefe de ese maquis era José Guzmán González y la mayoría de sus integrantes, cenetista. A partir de la agrupación del Aigle, los anarquistas reconstruyeron en parte la organización a través de una primera asamblea regional celebrada en septiembre de 1942 y otra posterior en mayo de 1943. Ampliaron también su red de acción y establecieron contacto con Marsella y Montpellier; pero seguían manejándose entre el caos, la división y el anticomunismo. El 6 de junio de 1943 se celebró otra reunión en Mauriac (Cantal), donde se reprodujo la división entre «políticos» o «colaboracionistas» (partidarios de que CNT y MLE apoyaran la lucha contra los nazis) y los «apolíticos» (defensores de la inhibición de los militantes libertarios). Pilar Claver refiere el desconcierto libertario: «Nos topamos con varios compatriotas, bastantes de la FAI, que siempre te respondían que la oposición a los nazis “era cosa de franceses”». El 19 de septiembre de 1943 se desarrolló el Pleno de Tourniac, también en Cantal, y se tomaron tres decisiones: ignorar las decisiones del Consejo Nacional del Movimiento Libertario; rechazar la participación en la UNE y, sobre todo, impugnar el proyecto de que los libertarios se presentaran a unas elecciones a Cortes Constituyentes. Juan Manuel Molina fue nombrado secretario general, instalándose en Montpellier. En el pleno de Muret, marzo de 1944, se intentó otro acercamiento entre las dos facciones anarquistas, y se nombró a Francisco Carreño secretario general. Lo más decisivo fue el traslado de la sede a Toulouse[27].

Existen indicios para colegir que los anarquistas de Cantal colaboraban al principio con la Unión Nacional Española pero la dirección de la CNT, que había desaparecido del escenario político durante tiempo, recuperó el control de los militantes libertarios y una de las medidas fundamentales consistió en cortar la colaboración con la UNE. Antes se había celebrado una última reunión para impedir la fractura definitiva. Por la CNT asistieron dos dirigentes barceloneses y un miembro de la dirección nacional de España. Por el PCE, Sixto Agudo, Ramiro López «Mariano» y Ventura Márquez. En teoría la reunión concluyó con resultados positivos, pese a la oposición del dirigente nacional libertario, que rechazaba la presencia del democristiano Manuel Giménez Fernández en la organización unitaria. Las conclusiones pasaban por la unidad de acción de los republicanos, tanto en Francia contra los nazis como en España contra los franquistas. El documento fue firmado en México por Carrillo, de las JSU, y por Serafín Aliaga, de las Juventudes Libertarias. Algunos cenetistas, sobre todo asturianos, eran partidarios de la Unión Nacional. Habían colaborado con la izquierda marxista en la revolución del 34 y durante la guerra civil, y no habían vivido los enfrentamientos derivados del golpe de Casado. Pero en la práctica la ruptura fue imparable. El dislocamiento del exilio permitía negociar en Francia, rubricar en México, avalar en Moscú y quebrantar los acuerdos en España. Los libertarios incumplieron el pacto, pero Agudo también critica el retraimiento de la Delegación del Comité Central monzonista y achaca esa actitud a la ausencia en Francia de algún miembro de Buró Político. Resultan plausibles los razonamientos de Agudo, pero los anarquistas, el grueso de ellos, sentían una animadversión casi patológica contra la UNE, considerada el brazo ejecutor del PCE. José Borrás no dudó en hablar de la UNE como de un organismo «fantasmagórico» y otro compañero de ideología, Muñoz Congost, la describe como un «engendro comunista en el que participan por intereses diversos un puñado de ambiciosos, al margen de sus organizaciones y pretendiendo representarlas». Un participante de las guerrillas francesas, el historiador Eduardo Pons Prades, sintetiza los desacuerdos entre anarquistas y comunistas: «Un anticomunismo asaz primario, en la mayor parte de los casos, por parte de los libertarios, y una suficiencia, que no pocas veces rayaba en la insolencia, en no pocos militantes comunistas»[28].

REPUBLICANOS AL SERVICIO DE DOS EJÉRCITOS

Los republicanos fueron rechazados en el Ejército regular francés: además de la negativa universal de las fuerzas nacionales a enrolar extranjeros, era una hipótesis contemplada con horror por los patrioteros mandos franceses. Como ya vimos, sólo fueron admitidos en las fuerzas mercenarias: la Legión extranjera y los Regimientos de Marcha de los Voluntarios Extranjeros. Pero la fractura francesa provocó además una anomalía que afectó gravemente la posición de los españoles. La existencia simultánea de dos gobiernos hizo posible que los republicanos combatieran durante un tiempo en dos legiones extranjeras al servicio de dos Francias políticas irreconciliables: la que seguía a Pétain y aquella que asentaba el general De Gaulle. En más de una ocasión el azar deparó a los exiliados una última y desagradable sorpresa: la de matarse unos a otros otra vez, pero ahora peleando al servicio de dos ejércitos extranjeros.

Uno de los mayores expertos de la contribución republicana al Ejército francés, Jean–Louis Crémieux–Brilhac, la describe como «numéricamente modesta, brillante, agitada y costosa» en vidas. Este autor, al igual que Denis Peschanski, mantiene que de los 3500 españoles que combatieron en el Ejército de la Francia libre en el período 1940–1945, perecieron unos 1000. Antes de la derrota francesa frente a la Wehrmacht, los datos oficiales a 25 de marzo de 1940 registraban la presencia de 6000 españoles en la Legión y los Regimientos de Marcha. Cuando llegó el armisticio, los miembros de los RMVE fueron desmovilizados porque habían aceptado un contrato «por la duración de la guerra»; no fueron licenciados, por contra, los legionarios, que habían estampado su firma por cinco años. A partir de la división de Francia, los legionarios se repartieron entre las fuerzas de Vichy y Londres, capital provisional de la Francia libre. Pese a que los legionarios y voluntarios españoles recorrieron combatiendo varios continentes, y formaron parte de numerosas unidades que cambiaban de nombre y de mando conforme variaban las circunstancias, tres fueron las unidades que acogieron la contribución mayoritaria de los españoles: la 13ème demi–brigade de la Légion Étrangère de la Francia libre —conocida como la 13.ª DBLE—, la Legión y la División Leclerc. Lógicamente, no sólo existió una relación fluida entre las tres unidades sino que incluso intercambiaron personal. La animadversión de los legionarios republicanos a Vichy y la simultánea fragilidad del proyecto gaullista favorecían todo tipo de experiencias[29].

Cuando en julio de 1941 regresó a tierras Africanas, después de combatir en Siria y Líbano, la 13.ª DBLE contaba con 300 españoles; entre ellos, cuatro suboficiales. En el mes de abril de 1942 se unían en El Guetta el Ejército americano y el 8.º Cuerpo inglés procedente de El Cairo. Un mes después, los republicanos en el norte de África tuvieron una sobresaliente intervención en la batalla de Bir Hakeim, en pleno desierto. En el origen de la batalla se encontraba la pretensión del mariscal Erwin Rommel de conquistar Tobruk, pese a la inferioridad de sus fuerzas alemanas e italianas. Para apoderarse de la posición tenía que romper la línea Gazala–Bir Hakeim, defendida por los franceses, una maniobra de la que se encargaron los mussolinianos, lo que rebajó el mérito del episodio. Combatiendo al lado de los británicos y franceses gaullistas, los españoles no volvieron la cara a un choque en que se llegó a la pelea cuerpo a cuerpo. El 27 de mayo los italianos comenzaron la ofensiva. «¡Vamos, como en Guadalajara!», gritaban los soldados republicanos, quienes, según el relato de Fernández, afrontaron a pecho descubierto los carros italianos, a los que se encaramaban disparando por las oberturas. «Aquello fue duro: teníamos que sostener el flanco izquierdo al 8.º Ejército británico y se lo aguantamos, aunque de 3500 que éramos murieron más de mil; nos venían los tanques italianos por delante y los alemanes por detrás; era como en la guerra de España, a base de pozo de tirador, botella de gasolina y ¡zas!, tanque fuera», recuerda Fermín Pujol. Los mussolinianos detuvieron el asalto, y sobre el terreno quedó abundante material bélico y también numerosos muertos y prisioneros. Aunque Rommel consiguió apoderarse de Tobruk, la tenaz resistencia permitió a los ingleses evacuar a su Ejército y disponerse para el golpe definitivo.

En septiembre de 1942, en una batalla decisiva para la suerte de África, El–Alamein, cayó un jefe muy querido de los españoles, el teniente coronel Amilikvari, y en mayo de 1943 la 13.ª DBLE estuvo presente en la conquista de Túnez, junto a ingleses y americanos. En este episodio, uno más, los republicanos de la Legión de Vichy resultaron muertos por la acción de los republicanos de la Francia libre, y viceversa; luego fueron acantonados en Egipto. Entre abril y octubre de 1942 se habían incorporado 300 nuevos legionarios, desertores de los regimientos de Giraud, y otros que escaparon de Sidi–Bel–Abbès, incluidos cien españoles. La 13.ª DBLE participó desde diciembre de 1943 hasta junio de 1944 en la campaña de Italia. Luego se integró en la 5.ª División Blindada Francesa de Jean Lattre de Tassigny (formada por las brigadas de Koenig y Cazaud). Desde abril de 1940 hasta mayo de 1945 la 13.ª DBLE registró 882 muertos, más de un tercio de su número medio[30].

La Legión extranjera en África del Norte era la más importante cuantitativamente en los comienzos de la guerra civil francesa, y la integraban destacamentos legionarios reagrupados después del armisticio. El número de españoles resultaba significativo, puesto que algunos continuaban pensando que las fuerzas mercenarias constituían una alternativa mejor que los campos de internamiento o los trabajos forzados en el norte de África; desde el otoño de 1940 hasta el mismo período de 1942, los republicanos aportaron el 40 por ciento de los nuevos reclutas. Los legionarios entraron en combate cuando los aliados, a finales de 1942, desembarcaron en el norte de África, y antes de que los generales Giraud, Noguès y Juin se pasaran al bando anglo–americano, siguiendo las directrices del colaboracionista Darían. Aceptada la rendición y embarcados los antiguos vichystas en la guerra contra los alemanes, los citados generales organizaron a los legionarios en dos unidades: 1.er Regimiento de Extranjeros de Infantería y 3.er Regimiento Extranjero de Marcha. Participaron después en la batalla de Túnez, una campaña que concluyó en mayo de 1943, y donde coincidieron con la 13.ª DBLE. Eran unos 6500 soldados, el 30 por ciento españoles. Mal armados, suplían las deficiencias materiales echándole coraje a las acciones, y el correlato resultó inevitable: un alto número de bajas, en algunos casos por encima de toda lógica. El 1 de julio de 1943, el general Juin reestructuró a los supervivientes en el Regimiento de Marcha de la Legión Extranjera, compuesto de tres unidades: 1.er Regimiento de Infantería de Marcha, 1.er y 3.er Regimientos de Extranjeros. Estas unidades se convirtieron con el tiempo en el regimiento de infantería de tiro de la 5.ª División Blindada del general Lattre de Tassigny. La división, como vimos, combatió en Italia y luego formó parte del desembarco en Provenza. En el otoño de ese año participó en los últimos combates en Francia y luego se internó en Alemania hasta la rendición de los nazis[31].

La tercera unidad donde recalaron los republicanos españoles, y la más conocida, fue la llamada División Leclerc, una agrupación tardía. Después de producirse con éxito el desembarco aliado en África, el general Giraud creó los Cuerpos Francos de África, unidad irregular abierta a todo aquel que quisiera alistarse. Los dirigía el general Joseph Goislard de Montsaber, y entre los mandos de los 5000 voluntarios destacaban el comandante Joseph Putz y el capitán Miguel Buiza; el primero, jefe de EM de la 35.ª División Internacional en las Brigadas Internacionales; el segundo, capitán de corbeta cuando se inició la guerra civil y último jefe de la escuadra republicana. Buiza fue nombrado capitán de la Compañía Extranjera de los Cuerpos Francos, integrada en alto número por españoles, procedentes muchos de ellos de los campos de trabajo de la línea férrea Colomb–Béchar. La unidad de choque combatió en el frente tunecino entre diciembre de 1942 y el 7 de mayo de 1943, y las fuerzas de Buiza tomaron la cota 84, que abrió el camino del puerto de Bizerta, uno de los últimos focos de resistencia vichysta en el Magreb. A este cuerpo llegó Luis Royo Ibáñez, después de escapar de la Legión; luego pasó a la célebre «Novena», aunque tuvo el infortunio de que su destacamento fuera enviado a silenciar un cañón alemán en la Croix de Berny y cuando regresaron al acantonamiento de la compañía, dos secciones ya estaban camino de París. El 10 de julio de 1943, y debido al elevado número de deserciones que se estaban produciendo, De Gaulle consiguió que el general Giraud permitiera a los soldados de los CFA elegir libremente entre las Fuerzas Francesas Combatientes o el 19.º Cuerpo de Ejército del general Juin. Los 2200 soldados que se agruparon después de los combates de Túnez se repartieron entre los dos grupos, excepto los españoles, 350 de los cuales optaron por la unidad puesta en marcha por el general Leclerc. Los republicanos, muy politizados, no eran muy proclives a Giraud, al que consideraban pétainista. «Y luego no nos gustaba la Legión: allí los oficiales eran más nazis que los mismísimos alemanes, y el ambiente: la Legión recoge a la vez aventureros, locos y mercenarios, y nosotros no éramos ni lo uno ni lo otro: éramos republicanos españoles que queríamos combatir el fascismo», recuerda Royo. Leclerc había estado desde el principio al lado de Charles de Gaulle.

La 2.ª División Blindada se constituyó oficialmente el 24 de agosto de 1943 en Temará, cerca de Rabat. Agrupaba a unos 16 000 hombres, bien armados, y disponía además de 160 tanques Sherman, 80 carros de combate ligeros y 204 half–tracks; 700 cañones, 2000 ametralladoras y 4200 vehículos. Incluía un regimiento de infantería motorizada y otro de ingenieros, tres de artillería y otros tres de tanques, un regimiento de spahis marroquíes y el 501.º Regimiento de carros de asalto, además de transmisiones e intendencia. Constaba de tres agrupaciones tácticas, encabezadas por los coroneles Dio, Langlade y Malagutti, quien fue sustituido por Warabiot en Inglaterra, camino de Normandía. A efectos de los republicanos, presentaba la máxima relevancia la Agrupación Malagutti, donde estaba encuadrado el 3.er Batallón del Regimiento de Marcha del Chad, mandado por Putz, que encuadraba al grueso de los republicanos, anarquistas la mayoría. El 3.er Batallón del Chad disponía de cuatro compañías: la 9.ª, 10.ª, la 11.ª y la CHR 12. En la «Nueve», también llamada «compañía española», la mayor parte eran republicanos y en las demás, aproximadamente un tercio. El capitán de la «Nueve» era Raymond Dronne y los ayudantes, españoles. El teniente Antonio van Baumberghen «Bamba», madrileño de Chamberí, servía de oficial adjunto, y los jefes de sección eran Montoya, Elías y el ayudante–jefe Miguel Campos. Este último fue el que consiguió, junto con Putz, que muchos republicanos rechazaran la unidad giraudista y se enrolaran en las fuerzas que seguían a Leclerc. Campos era un verdadero agitador, capaz de atraerse a los compatriotas, sobre todo a sus compañeros libertarios. Había desertado de la Legión vichysta en Camerún y se incorporó después a las fuerzas gaullistas. Otros destacados suboficiales eran Fermín Pujol y Federico Moreno. La mayoría de los españoles operaba con half–tracks, que eran camiones de nueve toneladas, de ruedas delanteras y orugas traseras; estaban blindados, llevaban de seis a nueve hombres con armas ligeras y pesadas: ametralladoras, bazokas y cañones. El RMT constituía la punta de lanza de la División Leclerc, junto al 501.º Regimiento de tanques. Antes de embarcar hacia Inglaterra, se entrenaron duramente ocho meses en territorio marroquí[32].

Aunque los relatos y análisis se llenan de elogios hacia la valentía, la lealtad y la experiencia de los españoles, pastorear a los republicanos en aquellos momentos no era un destino especialmente buscado por los oficiales franceses: la fama de extremistas e indisciplinados les acompañaba por los campos de batalla. El propio Dronne, que fue escogido para mandar la «Nueve» porque hablaba castellano, explica: «Para decir la verdad, la compañía inspiraba sospechas en todos, y nadie deseaba tomar el mando». Dronne también dejó escrito en sus memorias de guerra que no era fácil mandar a los republicanos, porque exigían que los jefes fueran capaces de hacer lo que mandaban, y además se imponía explicarles los porqués de la acción: despreciaban a los capitanes araña. La mayor parte reclamaba además que sus jefes se hubieran posicionado contra los alemanes y vichystas desde el principio. Tal vez era una secuela de la guerra civil, donde el Ejército miliciano había desmantelado las cadenas tradicionales de mando. «No tenían espíritu militar —concluye Dronne—. Eran casi todos antimilitaristas, pero eran magníficos soldados, valientes y experimentados. Si abrazaron nuestra causa espontánea y voluntariamente, fue porque era la causa de la libertad. Realmente, eran luchadores por la libertad».

El desembarco aliado en el norte de África provocó que algunos internados en los campos, recuperado el estatuto de derecho común, se unieran a sus compañeros españoles de la Legión. Otros republicanos, por contra, desertaron de las unidades mercenarias para instalarse como ciudadanos en el norte de África, con la vista siempre puesta en América o excepcionalmente en la guerrilla antifranquista. Afínales de 1943, numerosos españoles se encontraban estragados de combatir en los cuerpos expedicionarios, que les abrían pocas expectativas; querían convertirse en ciudadanos, lejos de unos campos de batalla que no habían dejado desde 1936. Otros, más realistas y concienciados, analizaron el devenir de la guerra y dedujeron que la mejor manera de acabar con ese peregrinaje tal vez fuera alistarse en los grupos guerrilleros que combatían en el sur de Francia. Lo cierto fue que continuaron las deserciones de los republicanos que combatían en el Ejército francés: era un proceso lógico. Porque nadie ponía en duda su valor. Un documento oficial, recogido por el especialista Crémieux–Brilhac, los califica de «tropa magnífica, legendaria»[33]. Demasiado valientes, en ocasiones. El general Simón evoca su coraje y su furia en el combate, al igual que su anticlericalismo y la pasión por la política.

ESPAÑOLES EN EL NORTE DE ÁFRICA

Al mismo tiempo que unos españoles servían en el Ejército francés y otros peleaban en la Resistencia, la vida política seguía su curso. Tanto en Francia como en territorio norteafricano, los republicanos estaban estrechamente vigilados por los franquistas, a quienes el desembarco aliado interrumpió la alucinación de un imperio en el Magreb a costa de Francia. Un memorándum comunista apunta que la invasión en Marruecos, Argelia y Túnez «se ha efectuado de la manera más normal y pacífica. De hecho la gente militar del interior estaba de acuerdo con los que habían de desembarcar». Continúa explicando que los aliados, a la vista de que los vichystas no tenían medios para defenderse, hicieron una entrada «de tipo simbólico, rehuyendo hacer el menor daño posible al pueblo y desechando también el contacto con él». El aspecto negativo fue que americanos e ingleses habían pactado con las autoridades de Vichy, que siguieron en sus puestos: «Magistratura, cuerpos represivos, las organizaciones fascistas trabajan como antes y los antifascistas, también como antes, continúan en los campos y cárceles». La secuela más llamativa en ese estado de cosas lampedusiano fue la situación de los republicanos más comprometidos. Feliciano Páez escribe a Pasionaria que «hasta el mes de julio de 1943, es decir, hasta ocho meses después del desembarco angloamericano, no han sido puestos en libertad todos los emigrados antifascistas españoles»[34].

Con la perspectiva de diez meses desde el desembarco (31 de agosto de 1943), José Antonio Sangroniz, cónsul general español en Argel, evalúa la situación política. La comunicación resulta interesante por cuanto refleja la percepción del franquismo con respecto a los diferentes segmentos de población. Sobre los argelinos de origen europeo (pieds–noirs) manifiesta que les daba lo mismo que mandaran vichystas y alemanes que los aliados; lo único que les interesaba era «comer, vivir lo mejor posible y volver al estándar de 1936–1939. No se atisba vibración patriótica, ni hay grupos que vivan dentro de un clima de heroísmo o desprendimiento». Con relación a los nativos asegura que se mantenían al margen de la política y explotaban las ventajas materiales de la ocupación, sobre todo en lo relativo al aumento de salarios. Apunta sin embargo que la élite indígena estaba encantada con las promesas americanas de igualdad y democracia, pero «los ingleses, más cautos, tratan de deshacer lo que hacen los americanos». Finalmente, por lo que respecta a los franceses metropolitanos, señala que existe una animadversión entre giraudistas y gaullistas, que «libran diaria y violenta batalla»: el Gobierno biconsular. De los informes del PCE se desprenden conclusiones parecidas. En general, los franceses no eran colaboracionistas recalcitrantes pero tampoco les molestaban especialmente los ocupantes; y desde luego, no estaban dispuestos a sacrificarse en una lucha contra los opresores. Lo había intuido el poeta Rimbaud: «Mi raza no se sublevó nunca más que para saquear». La situación ocasionó paradojas estruendosas: la derecha olvidó la Patria y la izquierda se hizo patriótica. En palabras de Sangroniz: «La derecha se declaraba colaboracionista, al igual que la mayor parte de la prensa. Se basaban en el “bien posible” y en “el mal menor”. Los intemacionalistas se transforman en nacionalistas en tanto que los nacionalistas de siempre, toman, a pesar suyo, el aspecto de rendidos servidores del enemigo»[35].

Pero a los diplomáticos franquistas les importaban más los movimientos de los republicanos, especialmente los comunistas, que las líneas maestras de la política internacional. Vigilaban sobre todo lo que ocurría en Orán, epicentro del exilio español, y Argel, donde todos los partidos mantenían delegaciones. Un prolijo despacho del consulado de España en Orán (1 de diciembre de 1943) describe la posición del franquismo con respecto a los expatriados en el norte de África, además de procurar información sobre las organizaciones republicanas; noticias que podemos confrontar con fuentes comunistas. Según los datos del cónsul, Bernabé Toca, la distribución de militantes entre las diferentes formaciones políticas y sindicales era la siguiente: PSOE y UGT contaban con 7000 afiliados; 4000, el PCE; 2400, CNT y FAI, y 400, Izquierda Republicana. El comunista Feliciano Páez rebaja a 5000 el número de refugiados españoles en África del Norte, 1000 de los cuales pertenecían al PCE, distribuidos por Orán (416), el Marruecos francés (300) y Argel (215). Algunos estaban en libertad; otros, en los campos de trabajo y cárceles; amén de ocho condenados a muerte. El diplomático anuncia también que los dirigentes más representativos habían escapado a la Unión Soviética y América; la misma tesis mantiene Páez, quien escribe a Pasionaria que no había políticos relevantes porque eligieron la reemigración americana. Esa decisión tuvo como correlato que los militantes de base quedaran en manos de «elementos carentes de personalidad», según el cónsul Bernabé Toca. Señala a Eustaquio Cañas como el líder más descollante entre los socialistas pero a renglón seguido matiza que había sido expulsado del partido «por sus concomitancias con los comunistas». El PCE estaba dirigido, según el cónsul, por un Comité Provisional, y entre sus dirigentes más distinguidos cita a Francisco Barberá, Antonio Solana e Isidro Calvo, chófer y ayudante de Líster; pero Páez asegura que la jefatura del PCE correspondía en esa época a Lucio Santiago. Los elementos más conocidos de la CNT eran José Pérez Burgos, Valerio Mas Casas y Pedro Herrera Camarero; estos dos últimos habían sido consejeros de la Generalitat y el primero, deportado desde Francia. De Izquierda Republicana destacaban José Rodríguez, ex gobernador de Alicante, y el ex diputado Alonso Mayol[36].

Como en la metrópoli, también en el norte de África, y sobre todo en Orán, los conflictos viajaban con los republicanos. «Las relaciones entre los diferentes partidos en que se agrupan los refugiados han sido, en general, buenas; pero los comunistas siempre han sido mirados con recelo por los demás», explica Bernabé Toca. Esa desconfianza, según el representante de Madrid, venía dada por las ventajas que contaban los comunistas entre la emigración política. En un principio, la ayuda de los soviéticos les permitió soportar mejor las privaciones comunes a los exiliados. Producido el desembarco aliado, los militantes del PCE fueron apoyados también por sus correligionarios franceses, con lo que obtuvieron una posición de privilegio entre los republicanos. El PCE, el PCF y el Partido Comunista de Argelia firmaron el 8 de diciembre de 1943 un acuerdo de colaboración, y lo más notable fue que los comunistas españoles en Argelia quedaban asociados al PCA, vínculo que les permitía manejarse en la legalidad. Según el diplomático español, los comunistas «no hacían partícipes de las ventajas que iban obteniendo a los demás refugiados; y llegó a su apogeo cuando estos comprendieron que, como resultado del afianzamiento del comunismo en Argelia, su situación de inferioridad con respecto a aquellos adquiría caracteres de permanencia». También informa el diplomático que el 1 de diciembre se celebró un referéndum —auspiciado por los británicos— para determinar quién debería hacerse cargo de la futura República española: «Los comunistas eligieron a Negrín; la UGT, el PSOE y la CNT, a Prieto; y todos estuvieron de acuerdo en que Miaja debía formar parte del Gobierno». Juegos de artificio[37].

El cónsul franquista de Orán, Bernabé Toca, refiere que los dirigentes del PCE siempre enseñaban la carta de la unión pero que escondían los triunfos: «Hubo un intento de unidad por parte de los comunistas, que implicaba el control de exilio español pero fue rechazado por todos los demás, y quienes lo hicieron a título individual fueron expulsados de sus organizaciones». El partido comunista intentó al menos en tres ocasiones acaparar a los republicanos del Magreb: mediante la UNE, a través del control de la «Casa de la Democracia» y con la edición de un periódico. No lo consiguió. Incluso los demás protestaron oficialmente porque la publicación comunista España Popular llevaba el subtítulo «Al servicio de la Unión Nacional». Los comunistas, por su parte, se quejaban de que la relación entre los refugiados republicanos se limitaba a la ayuda mutua y de que habían sido incapaces de concertar organismos unitarios; culpa de ese fracaso a que en la zona residían muchos casadistas, que saboteaban los intentos de unidad. Aspecto en el que coincide el cónsul cuando alude a la «descomposición orgánica y la intransigencia de buena parte de los elementos dirigentes de las demás organizaciones». El 14 de mayo de 1944, el secretario del PCE del norte de África envió un último mensaje de unidad a los responsables en la zona de la CNT. Expone que los comunistas se mostraban dispuestos a olvidar los desencuentros pasados; incluso aceptan que «la liberación de España ha de ser la obra de todos los españoles patriotas, y que por lo tanto, para ayudar a nuestros compatriotas de España, es preciso, imprescindible, la Unión Nacional de todos los españoles antifranquistas en el África del Norte». La misiva no tuvo éxito, puesto que las posturas seguían irreconciliables; los comunistas continuaron lamentándose del acoso de la policía y de las delaciones que practicaban contra ellos los demás partidos del exilio[38].

En los medios políticos del norte de África destacaba también la presencia de la Delegación Nacional del Servicio Exterior de Falange, sobre todo en Argel, que contaba con el respaldo de las autoridades colaboracionistas. Mediante sumarios confidenciales conocemos una parte del entramado franquista. El lugar de reunión general de los falangistas y colaboradores eran un establecimiento de bebidas —propiedad de Ronda, tía a su vez de uno de los secretarios del consulado español— y dos viviendas de la ciudad. El cometido inicial de los falangistas consistía en fomentar la deserción de los españoles enrolados en los ejércitos aliados, entregarles documentación y trasladarlos a España; o, en su defecto, que pudieran vivir en Argel. La explicación de su labor era sencilla: «No podemos dar soldados a los aliados, enemigos de nuestra España», aunque la propia Ronda tenía un hijo en la Legión. La responsabilidad recaía en cuatro delegados, y el «trabajo femenino» lo realizaban «dos chicas judías». Universo de contrasentidos. Pero el muñidor de todo el aparato de Falange en Argel era el «padre Julián» y, según el memorándum, también «un instructor de la Falange Española llamado Joaquín Rodríguez; este elemento ha sido en España jefe de la Falange de Zaragoza, y es el nexo de unión con Melilla. Es capitán del Ejército franquista, y cada quince días va a España». En las sucesivas reuniones fueron perfilándose las metas. La primera era influir en los elementos de la emigración política, facilitándoles para ello cuanto necesitaran en el orden económico y moral, ya que, según palabras del propio padre Julián, «un refugiado político tiene más importancia que cien individuos de la emigración económica de la colonia». El segundo consistía en actuar de contrapunto de los partidos republicanos e impedir que los izquierdistas se unieran a los aliados para acabar con el régimen franquista.

El informe señala que ya habían reclutado 33 refugiados políticos distribuidos entre Casablanca, Orán y Argel; la aportación de los desertores republicanos resultaba capital: «El trabajo de estos individuos es facilitar datos a la Falange sobre el movimiento de la emigración política española, así como de los elementos dirigentes». En un segundo documento, los medios comunistas identificaron a una parte de los responsables del grupo de Falange: «Presidente, el padre Julián, cura de la iglesia española de esta plaza; secretario, Manuel Ronda, que es además secretario del consulado; vocal, un señor llamado Roncho. Asiste el cónsul como representante oficial de la Falange exterior». En la reunión de 5 de marzo de 1943 se aprobaron los siguientes puntos: «1. Hacer un trabajo intensivo acerca de la emigración política, pues se considera de más valor a esta emigración que la económica. Este trabajo lo realizan los cuatro jefes de sector. 2. Proteger a todos los desertores de los ejércitos aliados, sin distinción de nacionalidad. La responsabilidad de este trabajo lo lleva Ronda. Tan pronto la Falange tiene conocimiento de una deserción ponen al sujeto en contacto con dicho Ronda y este, por una o dos noches, les da asilo en un refugio que disponen, más tarde el consulado les provee de documentación. Los que quieren ir a España llevan su documentación en forma y no les falta una carta de recomendación para la Guardia Civil».

Hasta finales de 1942 habían pasado a la Península a 26 refugiados españoles, tres polacos, un portugués «y muchos árabes»[39].

EL XIV CUERPO DE GUERRILLEROS ESPAÑOLES

La resistencia armada de los españoles en Francia tuvo su tiempo liminar en 1942, y fue encabezada por los comunistas. La oposición a los alemanes y colaboracionistas discurrió como parte de un proceso lógico. Primero fue una consigna —«Ni un hombre, ni un arma, ni un grano de trigo para Hitler»—, seguida de reparto de propaganda. Luego vinieron los sabotajes, y entonces las instalaciones hidroeléctricas, las minas y las empresas de leñadores se convirtieron en el centro de las actividades subversivas. Finalmente, los atentados contra personajes representativos del nazismo. El primero se desarrolló en la ciudad de Limoux, departamento del Aude, y lo ejecutó en 1942 Manuel Galiano, comandante de batallón de la 1.ª Brigada; la víctima fue un oficial nazi, antiguo jefe de un campo de concentración de prisioneros en Alemania. Entre los territorios que cobijaron esa lucha estaban los Alpes, el Macizo Central y sobre todo los departamentos pirenaicos, especialmente Aude y Ariège. Habían sido zonas con importante influencia del Frente Popular, estaban poco pobladas y la orografía resultaba propicia para la guerra de guerrillas. Reconquista de España, el periódico de la UNE, anudaba el movimiento insurgente[40].

Los republicanos de Aude se habían organizado en los GTE que funcionaban en el departamento. Tres eran los grupos de trabajadores hegemonizados por los comunistas: el 422.º, ubicado en el noreste, que encabezaban Julio Lucas, José Luis Fernández Albert, Tomás Martín y Enrique Aubiña; el 105.º, que dirigían Medrano, Gálvez y José Goez, y desplegaba su influencia por el valle de Aude, y el 318.º, encargado de la panificadora de Bram, y a cuyo frente estaban Carmelo, Gámezy Mejías. El Comité Departamental del PCE lo formaban Celestino Domínguez, Julio Lucas, Jesús Ríos y Fernández Albert; mantenían buenas relaciones con el grupo socialista de Cordón. Las organizaciones comunistas irradiaban su influencia a las minas de Salsigne, y los grupos de carboneros de Saint–Hilaire, Graffeil, Montréal y La Chasa; y los de Axat, Aletle–Bain, Quillan, Limoux, Chalabre; también a las presas en construcción de Quérigut, Escouloubre, Usson y Roce, y Bram. Los puntos más representativos, verdadero embrión de la presencia española en las guerrillas, fueron la minas de Salsigne, los saltos de agua del valle de Aude y las fábricas de Carcasona y Limoux. Dos ciudadanos franceses sobresalieron por su apoyo a los republicanos, y de paso fueron capaces de desmarcarse de la actitud pasiva de sus conciudadanos: el doctor Delteil y Georges Thomas, ingeniero de Toulouse. El primero convirtió su casa de Montréal en un punto de apoyo seguro para los resistentes y puso a disposición de los republicanos su hacienda de Majou, donde retribuía a los guerrilleros–carboneros aunque no trabajaran y les autorizaba a revender el carbón para la financiación del PCE. Por si fuera poco, en su clínica de Carcasona trataba a los refugiados. El otro personaje benemérito fue el ingeniero Thomas, que inauguró en septiembre de 1940 tres chantiers principales que sirvieron de base de operaciones a los españoles. Uno en Aude, el de Saint–Hilaire, en les Corbiéres, y dos en el departamento vecino de Ariège: Saint–Micoulau, ayuntamiento de Baulou, y la Peyregade, municipio de Montferrier. En el primero, en la finca llamada «La Ferme Peycar», se encontraba la escuela de las JSU y el PCE[41].

Las explotaciones forestales patrocinadas por Thomas nos trasladan a otro departamento fundamental, Ariège, donde sobresalían los grupos de trabajadores de las presas de Izourt–Gnoure, Aston y Saint–Jean–de–Verges. En pocos meses, finales de 1941 y principios de 1942, Ariège estaba tachonado de maquis: Les Cabannes, Aston, Auzat, Celles, Saint–Girons, Prayols y Ax–les–Thermes, donde se formaron varios batallones de guerrilleros. El centro neurálgico de la resistencia estuvo en un principio en Col de Py y extendió su radio de acción por las localidades de Foix, Pamiers, Mirepoix y Lavelanet. Un militante comunista asturiano, Modesto Valledor, se convirtió en personaje fundamental de la resistencia armada de los españoles, al igual que su hermano José Antonio. El primero se dedicaba, con la ayuda de vecinos de Varilhes, a contratar a trabajadores para los maquis. El segundo había dirigido, con Luis Fernández, una empresa forestal en Aude, que trasladó en el verano de 1942 a Saint–Micoulau, en Ariège. Se llamaba Entreprise Forestière du Sud–Ouest, y pronto estuvo en el centro de la actividad comunista en el Sudoeste. La empresa, que tenía oficialmente 22 trabajadores, dispuso de grandes extensiones de terreno y un importante capital social; en épocas de apogeo administró a medio millar de trabajadores–guerrilleros. El director era Juan Blázquez. Otras explotaciones forestales del PCE, situadas en las estribaciones pirenaicas, sirvieron a la lucha contra los alemanes y luego se transformaron en bases de adiestramiento de guerrilleros contra Franco. Los chantiers producían traviesas para las vías, leña para calefacciones caseras y carbón vegetal. Lógicamente, no todos quienes llegaban a los maquis tenían como objetivo la lucha antifascista sino que en muchos casos simplemente trataban de escapar del trabajo obligatorio o la deportación. Pero los maquis se convirtieron, al margen de circunstancias personales, en el corazón de la Resistencia antinazi, sobre todo por lo que respecta a los españoles. Los propios dirigentes de la oposición armada francesa comprendieron la importancia de esos chantiers, y a partir de 1942 entraron en contacto con ellos: además de un vivero de hombres para la guerra de guerrillas, los maquis aparecían como un modelo organizativo e incluso táctico para la Resistencia francesa.

Como resultado de todos estos movimientos, desde 1942 se acentuaron los sabotajes contra los alemanes. Delpla sostiene que incluso hubo un principio de guerrilla urbana en Toulouse, en cooperación con la MOI, desde agosto de 1942. Pero Émile Temime tacha de poco riguroso hablar de resistencia urbana en ese contexto específico, aunque resulta cuando menos discutible la afirmación sistemática de un segmento de la historiografía francesa que fecha los comienzos de la resistencia en 1943; sucedía que los protagonistas principales de ese empeño eran los republicanos españoles. J. P. Barthonnat ha defendido con firmeza que los españoles se habían opuesto a los nazis y a los colaboracionistas antes de que los hitlerianos invadieran a la Unión Soviética en junio de 1941, y que por tanto su oposición precedió a la de los franceses. Existe constancia además de un acontecimiento capital que introduce como mínimo elementos de reflexión para indagar sobre los comienzos de la resistencia armada: en el mes de abril de 1942 se fundaba el XIV Cuerpo de Guerrilleros Españoles. Dos factores agregados ajustan y rematan la noticia: era todavía un movimiento embrionario y estaba más pendiente de lo que pasaba en España que de lo que ocurría en Francia. Una enlace de los primeros grupos insurgentes, Regina Arrieta, consigna que, a principios de 1942, «éramos pocos los que hacíamos la Resistencia». Pero los comunistas tenían muy claro que en cada departamento se hacían necesarios un comité político y un destacamento armado: ideas y armas combinándose. El libertario Luis Menéndez Viña asegura que los primeros grupos se formaron entre trabajadores de Auzat, gracias sobre todo al activismo de «Pichón», Ríos y Antonio Molina. Afirma también que no se puede negar la relevancia de los comunistas como elementos dinamizadores de la movilización republicana, pero al mismo tiempo asegura que su intención de dominarlo todo impidió que la organización armada cuajara en el seno de otras formaciones. Apunta el caso de Álvarez «Cuenca», socialista y guía de pasadores de la brigada de Ariège, que terminó abandonando la organización porque se consideraba incompatible con los comunistas. El propio Menéndez dejó de colaborar con los guerrilleros de la UNE y entró en contacto con los franceses de Combat, gaullistas[42].

En el comité celebrado por la Delegación del Comité Central en la ciudad de Carcasona se aprobó una resolución que autorizaba y promovía la formación de grupos armados. La conferencia fundacional del XIV Cuerpo de Guerrilleros Españoles se celebró en Toulouse, en casa de Francisco Sentenero, y estuvo presidida por Jaime Nieto, miembro suplente del Comité Central del PCE. Sixto Agudo —autor de la información— señala entre los participantes a Julio Lucas, Ángel Celada, Jesús Ríos, Cristino García, Luis Walter, Pradal, González, Juan Cámara y Ramón Álvarez «Pichón». El jefe guerrillero y cronista Miguel Ángel Sanz ubica por contra la creación del organismo armado en el pueblo de Varilhes, en el departamento de Ariège. Uno y otro coinciden en que el primer jefe del XIV CGE fue el aragonés Jesús Ríos García, que tenía como ayudante a Silvestre Gómez «Margallo». La mayoría de los guerrilleros continuó trabajando de forma legal en los chantiers. El propio Ríos prosiguió con su tarea de carbonero en Montréal, viviendo con su mujer e hija en Carcasona; la esposa, Libertad Rocafull, también participaba en las tareas de oposición como enlace. Pero el jefe guerrillero se vio obligado a pasar a la clandestinidad el 10 de septiembre de 1942, ejemplo que imitarán paulatinamente los compañeros más comprometidos. La fundación del XIV Cuerpo de Guerrilleros Españoles sólo fue el comienzo de un proceso. El 5 de mayo de 1942, en una granja de la villa de Greffeil, Ríos y Antonio Molina alimentaron la 234.ª Brigada, conocida luego como la Brigada de Guerrilleros de Aude. Agudo asegura que la unidad estuvo gobernada en un primer momento por Fausto Lacuesta y José Linares[43].

En abril de 1942 fue nombrado jefe de la Brigada de Guerrilleros de Ariège, luego denominada 3.ª Brigada, Victorio Vicuña, que trasladó su EM a Dalou. El propio responsable enuncia las dificultades iniciales: «En los primeros momentos de la resistencia había mucha hostilidad por parte de los mismos franceses. Los pocos envíos en paracaídas iban a unos comités de resistencia dominados por militares franceses retirados, que montaban ejércitos desde sus casas. Disponían de ejércitos enteros, pero de papel. Desde Londres no nos enviaban armas porque no querían que los españoles, los comunistas, fuesen un ejército armado. Los ingleses además mandaban víveres, dinero y ropas. De esto no vimos nada en tres años. (…) De hecho éramos los que dimos la cara el 41, el 42 y el 43. Luego fuimos todos uniéndonos en la misma lucha». Actuaba de comisario Ramón Álvarez «Pichón», y Rafael Martínez Sidrach fue designado instructor. Entre los hombres más conocidos estaban Francisco Cámara, Francisco Quitián, Vicente López Tovar y Aniceto, responsable este último del GTE de Saint–Jean–de–Verges. Pero los cambios, una característica del movimiento armado, no tardaron en producirse. Vicuña fue reemplazado por Ángel Mateo al frente de la unidad en marzo de 1943, que apenas aguantó unos meses; resultó providencial la incorporación de José Antonio Alonso «Comandante Robert», quien asumió la jefatura de EM en los momentos decisivos de la lucha. Los republicanos contaban con la colaboración de algunos franceses, como el conocido Jean Bénazet, de Varilhes, un cartero de la misma villa y uno de los maestros de Foix. Al mismo tiempo que se consolidaban, aunque con dificultades, las guerrillas de Aude y Ariège, surgían varios destacamentos en Cantal, departamento alejado de los Pirineos. Uno de ellos estaba gobernado por Manuel Barbosa, en las proximidades de Mauriac; el otro se movía en torno al pantano de Saint–Étienne–Cantalés, próximo a Laroquebrou, y lo tutelaba Manuel Linares «Peque». También había grupos de sabotaje, a cargo de militantes como Quintanilla y Palomo. Coordinaban estas células Silvestre Gómez «Margallo» y Mariano Ortega[44].

En septiembre de 1942 se celebró en el Col de Py (Ariège) un pleno de los mandos guerrilleros. La organización armada crecía y resultaba obligado adaptarse a los cambios. Ríos continuó como jefe aunque el activista más reforzado fue Silvestre Gómez «Margallo», responsable de la organización y que continuaba a cargo de las partidas del Cantal. Luis Walter se mantuvo como técnico, mientras que González fue nombrado jefe de EM; el puesto de comisario político recayó en Tomás Tortajada. Luis Fernández, Francisco Cámara y Ángel Mateo se convirtieron en ayudantes de la dirección. Pero las primeras noticias negativas madrugaron en el Mediodía francés. Jesús Ríos fue detenido el 22 de abril de 1943 en el maquis de Rieux. Aunque los alemanes desconocían su significación en el organigrama guerrillero, lo enviaron en un convoy con destino a los campos de concentración alemanes: consiguió huir. Regresó a Ariège, se reincorporó en un batallón de las JSU y murió asesinado por nazis y «milicianos» en una emboscada en Dalou, cerca de Varilhes, donde tenía su base cuando era jefe de los guerrilleros republicanos. Antonio Téllez Solá asegura que fue sorprendido en casa de la familia Véléta, en el pueblo de Pény, y que despachó a dos «milicianos» pero fue abatido cuando, después de arrojarse por una ventana, trataba de protegerse en las márgenes de un riachuelo. El guerrillero José Antonio Alonso sostiene que cayó, en efecto, en la «Maison Véléta», donde se refugiaba, pero que fue sorprendido mientras dormía; el guerrillero «Comprendes», que lo acompañaba, logró escapar. Los recuerdos sobre el aragonés Ríos se desdoblan en la memoria de sus compañeros. Para Vicuña, Ríos «había sido antiguo guerrillero en la Guerra Civil, pero de muy pocas luces, cerrado, de ideas muy cortas»; era un hombre «capaz de combatir pero no de dirigir». Agudo manifiesta que era «firme como la roca, templado en el fragor de la guerra de España». La evocación de uno y otro posiblemente estén influidas por actitudes políticas posteriores[45].

Tiempo de cambios en las guerrillas

El XIV CGE estaba dotado de un verdadero Estado Mayor, independiente de otros movimientos de la Resistencia. La autonomía de los republicanos en el Mediodía era absoluta, aun cuando mantenían vínculos con los resistentes franceses, sobre todo los comunistas, que se acentuarán cuando el movimiento insurgente se generalice. La ubicación del EM estaba sujeta a las circunstancias. Después de permanecer cierto tiempo en Dalu (Ariège), se asentó en Bagnères–de–Bigorre (Altos Pirineos), Gaillac (Tarn) y finalmente en L’Isle–en–Dodon (Alto Garona). Fue Silvestre Gómez —sucesor de Ríos al frente de la organización— quien en agosto de 1943 instaló el EM en Gaillac, en casa del matrimonio Ramos, Andrés y Josefa. Abandonaban de manera definitiva el entorno de Varilhes, vinculado al anterior jefe. Luis Fernández, sustituto de Silvestre Gómez, mantuvo su puesto de mando en Gaillac, un escenario estratégico por cuanto también estuvo instalada la dirección de la 7.ª Brigada del Tarn. Algunas mujeres pertenecieron al EM, como la citada Josefa Ramos[46].

Los grupos armados ampliaron durante 1942 su territorio de actuación más allá de Aude, Ariège y Cantal; comenzaron las reuniones con la intención de examinar las posibilidades de una resistencia organizada en los departamentos de Lozère y Ardèche, entre otros. Punto importante fue la región de Gard, sobre todo las minas de la Grand–Combe. En ese territorio minero empezó a distinguirse García Granda, quien alumbró los primeros grupos resistentes que estuvieron en el origen de la futura 3.ª División de Guerrilleros. Entre quienes auxiliaban a Cristino se encontraban José Sanz, Sabino Encinas y Pascual Fernández. La cuestión política era conducida por Leandro Saün, miembro del PSUC y que había combatido en la 11.ª División de Líster durante la guerra civil; en 1943 fue enviado a España. Su compañera Carme Casas Godesart «Elisa» hacía de enlace departamental, al igual que su madre y hermana. También la organización en Alto Garona adquirió visos de oficialidad cuando en el verano de 1942 Joaquín Ramos se hizo cargo de los núcleos guerrilleros españoles del departamento. Desde entonces, y en colaboración con la MOI, se multiplicaron los sabotajes en la ciudad de Toulouse: ataque con bombas en una reunión del EM alemán, voladuras de puentes, transformadores y postes eléctricos; asaltos a trenes y camiones. El 1 de septiembre de 1942 atentaron en la plaza de Dupuy contra un oficial nazi, herido de gravedad. Los alemanes reforzaron a finales de 1942 la seguridad de los puntos estratégicos y de sus propios hombres con la llegada de unidades especializadas en la lucha antiterrorista, que ejercieron una violencia indiscriminada; los españoles tuvieron que buscar nuevos escenarios para proseguir la lucha. Toulouse, capital del Alto Garona, se convirtió en un centro político de primer orden, donde convergieron destacados responsables comunistas: Nieto, Turiel, Sánchez–Biedma o el doctor Aguasca[47].

También hicieron acto de presencia los primeros maquis de Alta Saboya, aunque en principio estaban desvinculados del XIV CGE. Una de las primeras acciones conocidas de los maquisards españoles se desarrolló el 1 de marzo de 1942 en ese departamento; la ejecutaron Navarro y su grupo, que tenían su base de operaciones en Mont Veyrier. Cuando los partisanos fueron descubiertos y hostigados, se trasladaron a Naves; en 1943 habían dejado sus trabajos legales y elegido definitivamente el maquis. El hombre fuerte en el departamento alpino era Miguel Vera, quien reagrupó a los desertores para luchar contra los italianos. El 1 de junio de 1942 se reunió por vez primera con Ricardo Andrés «Richard», nacido en Francia de padres españoles y responsable de la AS gaullista de la región. En otra entrevista celebrada en Annecy a finales de 1942 trataron de organizarse y estudiar los métodos para combatir a los nazis. Las conferencias tendrían importantes consecuencias para los guerrilleros republicanos de la región: crearon el primer maquis de franceses y españoles en Villard–sur–Thônes[48].

Aunque en 1942 el número de guerrilleros resultaba insignificante, efectuaron varias acciones: atacaron líneas de ferrocarril, trenes, embarcaciones, oficinas alemanas, líneas y postes de alta tensión, túneles, trenes, puentes de hierro, fábricas, polvorines, centrales eléctricas… También hostigaban a la Wehrmacht. Entre las operaciones destacaron siete voladuras de instalaciones eléctricas y diversas incursiones en vías de comunicación. El arma principal, a veces única, era la dinamita que conseguían en minas y pantanos. Luis Menéndez Viña refiere que en Ariège disponían de toda la que querían, porque los especialistas de los pantanos en construcción eran casi todos asturianos y sustraían las cantidades necesarias para avituallarlos. Pero otros testimonios no aportan noticias tan optimistas. El maestro y guerrillero leonés Julián García Villapadierna relata cómo a mediados de 1942 los españoles teman que arramblar con las armas del llamado Ejército Secreto. Conforme a la versión del activista republicano, el nombre del movimiento gaullista correspondía a su actitud: era tan secreto que nadie sabía de sus actividades, aunque disponían de magnífico armamento. La tesis de García Villapadierna se ajustaba a la realidad: los guerrilleros de la AS se dedicaban a acaparar armas y no luchaban contra los alemanes porque el verdadero objetivo eran los «rojos» franceses (y españoles)[49].

A finales de 1942, el destacamento de Bugarach (Aude), dirigido por Molina, realizó significativas operaciones de sabotaje, que incluyeron transformadores de las minas de Mouthoumet, un tren de mercancías y la voladura de una central eléctrica. En Alto Garona se efectuaron, desde mediados de 1942, todo tipo de boicoteos ejecutados por los núcleos guerrilleros de L’Isle–en–Dodon, Boulogne–sur–Gesse, Grenade–Ondes y en el bosque de Bouconne. El destacamento de Ariège, al mando de Vicuña, atacó en junio de 1942 el polvorín de las minas de talco de Montferrier, recuperando una importante cantidad de armamento. En diciembre de ese año el grupo hizo descarrilar un tren cisterna entre Perles y Luzenac; estuvo ardiendo 24 horas. Los partes oficiales del mando de los guerrilleros republicanos en 1942 registraron 28 acciones, un arqueo modesto. Mayor optimismo transmite un documento confidencial del PCE: refleja que los comunistas españoles tenían activos a finales de 1942 unos 500 guerrilleros, organizados en brigadas, batallones y compañías. De los 500 hombres en armas, unos 400 estaban concentrados en los departamentos fronterizos (Pirineos Orientales, Ariège, Alto Garona, Altos Pirineos y Bajos Pirineos, además de Aude) y les asignaron los siguientes objetivos: «1. Hacer un estudio detenido de todas las comunicaciones que unen a los dos países y tomar todas las medidas para su destrucción e impedir por todos los medios: a) una posible invasión de España por los alemanes; b) una probable intervención de España en la guerra y muy concretamente en contra del pueblo francés en caso de un movimiento popular. 2. Hacer todos los esfuerzos posibles para enlazar con distintos grupos de españoles que se encontraban en las montañas del interior del país, organizados militarmente para desarrollar operaciones de conjunto». Una vez más se ponía de manifiesto que las actividades de los republicanos en Francia tenían como meta final la patria española[50].

Los guerrilleros republicanos vivían en territorio francés y estaban en medio de las disputas de los resistentes franceses. Como escribe Paxton: «La resistencia francesa se dividía entre los que trataban de entrar en combate para expulsar a los alemanes (comunistas) y quienes se preparaban para el día D (gaullistas); entre quienes sólo querían expulsar a los alemanes (gaullistas) y quienes querían transformar la sociedad (comunistas)». Incluso miembros de la AS ejecutaron a partisanos con el pretexto de que favorecían la anarquía y el bandidaje; más diplomáticos, los políticos gaullistas se conformaban con acusarlos de gangsterismo. También había diferencias organizativas. Mientras que los gaullistas solían ser oficiales del Ejército, entre los comunistas prevalecían los paisanos. La división era una incomodidad añadida en un entorno peligroso, sometido a vaivenes incontrolables. Además de las privaciones de todo tipo, sus vidas corrían constante peligro; sobre todo desde finales de 1942, cuando los nazis ampliaron su dominio a la Francia meridional. Cualquier sospecha de pertenencia a movimientos insurgentes o actividad ilegal entrañaba, en el mejor de los casos, el internamiento en cárceles especiales y lo habitual era acabar en un campo de exterminio. El prefecto de Toulouse autorizó en agosto de 1942 al comisario divisionario, jefe del Servicio Regional de la Policía Judicial, a detener e internar a 14 españoles en el campo de Le Vernet[51].

Al terminar el año 1942 la participación española en la resistencia armada se desplegaba, con diferente intensidad, por los departamentos de Aude, Ariège, Alto Garona, Tam–et–Garonne, Gard, Pirineos Orientales, Bajos Pirineos, Altos Pirineos, Gers, Puy–de–Dôme, Cantal, Corrèze y Alto Loira. También había resistentes en Alta Saboya, aunque desconectados de la agrupación guerrillera, y en la ciudad de Limoges. Por su parte, los anarquistas alimentaron sus organizaciones armadas más importantes al margen de los comunistas, situadas en las presas de Bort–les–Orgues y el Aigle, en el Macizo Central. José Martínez Cobo asegura que en los departamentos de Bajos Pirineos, Lot o Ariège había grupos de opositores socialistas, todos ellos negrinistas; destacaba un núcleo armado que trabajaba en las minas de Buzy (Bajos Pirineos), encuadrado en el 526.º GTE.

LOS FUNDAMENTOS DE LA RESISTENCIA ARMADA

La aparición de la Milicia y la creación del Servicio de Trabajo Obligatorio constituyeron dos factores decisivos en el proceso de consolidación de la resistencia guerrillera. La Milicia era una sociedad paramilitar francesa concebida el 30 de enero de 1943 por Joseph Darnand, un francés perteneciente a las Waffen SS. Según aclaraciones del propio Gobierno de Vichy, la Milicia «no es una administración del Estado, sino una asociación privada, reconocida como de utilidad pública». Estaba integrada por extremistas de derecha, y no faltaban los asesinos y delincuentes comunes. Una parte de sus miembros procedía del Servicio de Orden Legionario, ex combatientes de la Gran Guerra, nostálgicos de la jerarquía y abonados a la violencia. Los elementos más significados y comprometidos de la organización, asesinos disfrazados de autoridad, formaban parte de la Franc Garde, que agrupaba a los miembros permanentes y acuartelados de la Milicia. «El entusiasmo de los jóvenes reclutas de la Milicia fue calentado al rojo vivo por los colaboradores más comprometidos de Vichy, y esa organización no tardó en granjearse una reputación de ferocidad por la forma en que mantenía el orden en nombre del mariscal Pétain; en la práctica, los “milicianos” servían a menudo como auxiliares de las fuerzas de ocupación alemanas y cantaban en los desfiles canciones de las SS», observa Lottman. La Milicia representó lo que Stanley Hoffmann bautiza como «el desquite de las minorías». Los seguidores de Darnand no sólo ejercieron como partida de la porra sino que asesinaron a muchos ciudadanos del común; y también se aplicaron con notables que criticaban el armisticio y la colaboración con los alemanes, como Jean Zay, Georges Mandel y Marx Dormoy, ex ministros del Frente Popular. Darnand fue nombrado secretario de Estado para el Mantenimiento del Orden el 30 de diciembre de 1943. Además de administrar la Milicia, el cargo le permitía gobernar todas las fuerzas de represión oficiales: la zorra en el gallinero[52].

Se desconocen los efectivos reales de la Milicia, aunque se han proyectado algunas aproximaciones. En el verano de 1944 se contabilizaban 7000 «milicianos» franceses, 2000 de ellos franc gardes, acumulando los miembros existentes en las dos Francias, puesto que desde mediados de 1944 la Milicia fue autorizada a intervenir al norte de la línea de Demarcación. Paxton asegura que el apogeo de la represión se desarrolló en torno a junio de 1944, cuando la Milicia alcanzó los 45 000 activistas, que echaron al monte a muchos franceses y españoles debido a sus métodos arbitrarios y criminales contra los resistentes o sospechosos de antinazismo y de antivichysmo. Otras organizaciones de extrema derecha auxiliaban a la Milicia en su función represora. Destacaba entre ellos el PPF de Doriot, un partido en que tanto el líder como algunos de sus militantes procedían de la extrema izquierda, y que se convirtió en un vivero de confidentes de la Sipo–SD alemana para vengarse de los miembros de la Resistencia, algunos antiguos compañeros de militancia. Doriot marchó en 1943 a Rusia para combatir a los bolcheviques en la Legión de Voluntarios Franceses. Otras fuerzas represoras fueron la Unión Nacional Popular y los francistas[53].

La Milicia, como vimos, obligó a muchos franceses y extranjeros a definirse con respecto a los alemanes. También lo hizo el Servicio de Trabajo Obligatorio. El armisticio de 1940 había establecido que los prestatarios en la Francia no ocupada, unos 85 000, fueran de nuevo internados en los campos. Sin embargo, una serie de normativas alemanas trató de recuperar esa mano de obra, siempre y cuando los jefes policiales nazis no consideraran pertinente que su destino fuera un campo de exterminio. La Orden núm. 4 del Gauleiter Fritz Sauckel, fechada el 7 de mayo de 1942, autorizaba el uso de la fuerza para enganchar trabajadores para los nazis en la Francia ocupada y también para Alemania, y el 15 de junio de ese año el propio Sauckel llegó a París para ofrecer una alternativa a Laval: incrementar el número de voluntarios o acudir a la recluta forzosa. Laval aceptó y propuso el relève, que consistía en la liberación de un francés prisionero por cada tres franceses o extranjeros que se presentaran voluntarios a trabajar para el Reich. Atañía la normativa a los varones de 18 a 55 años y a las mujeres de entre 31 y 35 años. Aunque no salieron los voluntarios suficientes, los alemanes parecían tener respuesta para todo[54].

El Servicio de Trabajo Obligatorio, que se promulgó de 16 de febrero de 1943, tenía como objetivo movilizar o requisar mano de obra para la Organización Todt en Francia y también con destino a Alemania. Concernía a los nacidos entre 1920 y 1922, causó verdaderos quebraderos a los nazis y llevó la zozobra a miles de extranjeros en Francia y a las propias familias francesas. El tiempo de alistamiento duraba dos años. Aunque en un principio los destinatarios parecían los refugiados políticos, y en especial los republicanos españoles, alcanzó finalmente a los trabajadores franceses. Entre las autoridades colaboracionistas, la primera reacción fue lógicamente captar extranjeros —una ley prohibía su reemigración entre los 18 y 30 años[55]— como mano de obra para los alemanes, actitud que fue aplaudida por la mayoría de la población: reducía el número de «indeseables» e impedía la marcha de jóvenes franceses. Pero empezaron a producirse movimientos de insumisión cuando las levas afectaron a los franceses, tan despreocupados cuando los deportados eran extranjeros. El 27 de junio de 1943, Sauckel recabó a Hitler un suplemento de un millón de trabajadores para las necesidades de los nazis en Francia y medio millón para Alemania.

Las urgencias alemanas de mano de obra engordaban con el tiempo. A los trabajadores empleados en la Organización Todt —entre ellos, unos 25 000 españoles— y la mano de obra requerida en la propia Alemania, los nazis también exigían ingentes cantidades de personas para amurallar el Mediterráneo, una vez que los aliados desembarcaron en el norte de África y se adivinaba un posible ataque por el levante francés. La falta de trabajadores empezó a dibujar perfiles sombríos, y Vichy permitió incluso que los alemanes tuvieran acceso a los campos de internamiento. Para las autoridades francesas era muy importante que saliera mano de obra extranjera y esquivar de paso el acoso a sus ciudadanos. El problema se agudizó para Pétain y los suyos desde el momento en que los extranjeros ya no daban abasto para satisfacer las demandas hitlerianas. Ocurría que una parte de los republicanos se negaba al trabajo en la Todt y sobre todo en Alemania, al igual que los jóvenes franceses. En el verano–otoño de 1943, por ejemplo, se desarrollaron operaciones para capturar mano de obra en algunos departamentos de las regiones de Auvernia, Limousin y Aquitania. Un dato significativo: el número de refractarios, contrarios al trabajo para los alemanes, alcanzó según las regiones entre el 70 y el 90 por ciento[56].

En el verano de 1943 había comenzado un tiempo de dislocamiento político: la población francesa empezaba a testimoniar una hostilidad visible a los alemanes, los trabajadores se negaban a incorporarse al trabajo obligatorio y los nazis, apoyados por la Milicia y organizaciones paralelas, reprimían severamente a los refractarios. Bajo el punto de vista guerrillero, Milicia y STO fueron dos elementos decisivos de movilización. Los maquis se convirtieron entonces en centros de supervivencia y reclutamiento: servían para librarse de los nazis y, al mismo tiempo, engordaban la resistencia armada. En los chantiers muchos trabajadores eran ilegales pero los empresarios, metamorfoseados algunos de ellos en patriotas de aluvión, hacían la vista gorda y les entregaban la paga correspondiente. La apremiante necesidad de trabajadores obligó a vichystas y alemanes a enrolar incluso mano de obra femenina e infantil; fueron alistadas las mujeres de entre 18 y 45 años, así como los niños mayores de 14 años, desde el verano de 1943. La única diferencia era que las mujeres sólo podían ser empleadas en Francia, y las que marchaban a Alemania lo hacían en teoría voluntarias[57].

El STO y la Milicia provocaron efectos secundarios decisivos para la marcha de la oposición al nazismo: auspiciaron una revisión radical del sanchopancismo de los franceses en general con respecto a los alemanes y amortiguaron las reticencias con respecto a los españoles y otros extranjeros. Hasta la irrupción de esos acontecimientos, la mayor parte de los franceses había convivido con los nazis y ni por asomo barajaban cualesquiera de las opciones que comportaran dificultades adicionales para sus rutinas diarias. «La pasión más fuerte del siglo XX: la servidumbre», escribió un testigo lúcido de los hechos, Albert Camus. Pero Milicia y STO acabaron con el tiempo de la indefinición e impusieron una nueva disyuntiva: el compromiso o la evidencia de la colaboración. Ahora los franceses también eran víctimas de la arbitrariedad nazi; por segunda vez, también pagaban su cuota de dolor. El periódico Franc–Tireur se preguntaba en 1943 desde la portada: «Y tú, ¿qué haces en favor de la liberación?». Y advertía: «Existe todavía una masa demasiado grande de franceses que permanecen inertes y pasivos, ante lo que está acaeciendo, como si el destino que la Francia en lucha y resistente va construyendo, les fuese del todo extraño»[58].

La Vie Ouvrière, un periódico de combate, llamó el 1 de mayo de 1943 a la huelga general de 24 horas a todos los trabajadores franceses, y también invitaba a denunciar y perseguir a los «vichyssois»; ligaba incluso la huelga al derecho de existencia como pueblo de los propios franceses. Pasando de puntillas entre el internacionalismo proletario, como ocurría habitualmente cuando había que elegir entre clase y nación, definía esa lucha como «bataille de la Patrie» y en ella aparecen los ferroviarios —un hecho cierto— como precursores de la oposición contra los nazis. El texto de la convocatoria asumía los mitos burgueses y animaba a combatir en nombre de la «grandeur de la France». Exigía el manifiesto la supresión de todas las medidas de deportación, así como el retorno de los trabajadores ya expatriados. También pedía que ningún hombre trabajara para los invasores y que aquellos que fueran acosados se alistaran en las organizaciones partisanas. «En vuestras empresas y vuestros barrios, formad destacamentos armados para golpear y aplastar al boche y a los traidores». Termina el periódico con un ruego: «Por el 1 de mayo, cada uno un sabotaje». Pese a todo, los números de la mano de obra empleada por los alemanes resultaban espectaculares. En octubre de 1943, 670 000 trabajadores habían partido ya hacia Alemania; 100 000 prisioneros y 10 000 heridos (repatriamentos sanitarios) volvieron a su hogar, mientras que otros 250 000 prisioneros vieron su estatuto transformado en el de «trabajadores libres». En 1944 salieron en dirección al Reich otros 35 000 obreros[59].

Los empresarios franceses, más pragmáticos que patriotas, querían que los consulados franquistas en Francia expidieran cédulas de identidad o certificados de protección a los republicanos que trabajaban en sus fábricas para impedir que fueran trasladados a Alemania en razón de la normativa de 1 de febrero de 1944. Por un acuerdo entre Madrid y Vichy (25 de febrero de 1944), los exiliados que contasen con cédulas de protección española posteriores a la fecha del acuerdo no podían ser enrolados a la fuerza y estaban en condiciones de trabajar para los franceses. El cónsul de España en Foix protesta incluso mediante una carta al prefecto de Ariège por la persecución a la que es sometido un trabajador español, José María Clara, por el que se interesaba la diplomacia franquista. Desde mediados de 1943, los consulados habían comenzado a proteger a los refugiados: el franquismo estaba advirtiendo de los cambios que se producían en la correlación de fuerzas a nivel europeo; se les extendían las citadas cartas de nacionalidad, aunque precedidas de certificados de lealtad. El Gobierno de Vichy trataba de respetar lo menos posible las atestaciones de los consulados españoles, según se destaca en una carta de la Inspección del Control de Bourges del 8 de junio de 1944. «Según una referencia dada por la Comisión de incorporación y de liberación de la Prefectura de Marsella, existe una instrucción de Vichy por la cual los españoles retenidos en los GTE, a pesar del reconocimiento de la garantía consular, no deben ser liberados. Por el contrario, aquellos españoles que llegan al sur de Francia venidos de la zona Norte y los procedentes de la zona del Norte, de donde no hubo desde el principio ningún GTE, cuando poseen una carta de identidad y no sólo una ficha de identidad de los GTE, no deben ser incorporados a los GTE en tanto que actualmente tengan la garantía de un Consulado español»[60].

HABLEMOS DE GUERRILLA

El año 1943 fue decisivo para la formación y desarrollo de la Resistencia. No sólo aumentaron las acciones sino que también cristalizó un salto cualitativo: ya puede hablarse de guerrilla en el sentido duro del término. Pese a que las operaciones armadas todavía pudieran considerarse modestas, provocaron sin embargo un impacto indiscutible en la sociedad francesa. Algunos autores vinculan esta reacción a un tipo de sociedad conservadora, asustadiza: «En un país de mentalidad tan apaciblemente pequeño–burguesa como Francia sus actividades produjeron tremendo revuelo, en comparación con la actividad desplegada por la resistencia antialemana en países como Yugoslavia, la URSS o Polonia», escribe Caballero Jurado[61]. Pero resultaba indiscutible que la convergencia del STO y la Milicia había consolidado las bases del movimiento armado contra nazis y colaboracionistas. El desembarco aliado en el norte de África y la batalla de Stalingrado completaban los episodios más visibles que permitieron la inflexión de la resistencia. Después de la victoria soviética en Stalingrado, se percibió un cambio de actitud en las fuerzas represivas francesas: había que acomodarse a los tiempos que se avecinaban. En 1943 los republicanos españoles multiplicaron los sabotajes, insistieron en la propaganda y continuaron en las redes de evasión.

Pero también Francia estaba madura para la violencia armada; incluso cuando esa violencia no fuera «productiva» y acarreara efectos indeseados. Gerbier, el protagonista de la novela de Kessel —autor, con Maurice Druon, de Le chant des partisans, el himno de la Resistencia—, lo retrata a la perfección: «Comprendí que hacíamos la guerra más hermosa del pueblo francés. Una guerra que nadie nos obligaba a hacer, una guerra sin gloria, y en la que sólo había ejecuciones y atentados. En una palabra, era una guerra gratuita, pero también un acto de odio y un acto de amor. En una palabra, una manifestación de vida». Los franceses empezaban a despejar dudas. El PCF organizó, como vimos, la OS contando con los militantes de la Juventud Comunista y miembros de la MOI. Posteriormente, alumbró el Frente Nacional, cuyo brazo armado fueron los Franco–Tiradores y Partisanos Franceses, creados en abril de 1942. Pero no sólo los comunistas se aprestaron a la lucha. Los gaullistas, que disponían de tres grupos destacados —Combat, Libération y Franc–Tireur—, formaron el Movimiento Unificado de la Resistencia, cuyo brazo armado desde el 2 de octubre 1942 era la Armée Secrete, el Ejército Secreto. Los dos ejércitos partisanos, AS y FTPF, conformaron en 1943 las Fuerzas Francesas del Interior. Todo estaba preparado para el combate.

Ni De Gaulle ni la resistencia interior, incluida la comunista, querían que en la Francia liberada del ocupante alemán se perpetuase un remedo del régimen de Vichy sostenido por Giraud. Tampoco deseaban que el país cayese en la dependencia de los libertadores anglosajones, cuyo hombre de paja parecía ser el general aludido. En la primera reunión del Consejo Nacional de la Resistencia en París, los dieciséis delegados aclamaron a Charles de Gaulle como jefe de la Francia libre: representaban a dos organizaciones sindicales, ocho movimientos de resistencia y seis partidos políticos. Los comunistas se comportarán lealmente con los gaullistas, llegando a lo que Stéphane Courtois denomina «bipolarización de la Resistencia». La política también discurría por un tiempo de apresuramiento. A finales de mayo de 1943, De Gaulle pasó de Londres a Argel, y el 3 de junio estableció el Comité Francés de Liberación Nacional, cuyo mando compartían De Gaulle y el general Giraud, constituidos en «poder central francés único». El 31 de julio de 1943, el poder político pasó a manos del general De Gaulle; Giraud recibió un cargo más bien honorario —presidente del Comité— y fue nombrado comandante en jefe de las fuerzas francesas; el 9 de noviembre, Giraud abandonó su presidencia fantasma y el 14 de abril de 1944 quedaba definitivamente «fuera de circulación»[62].

En ese marco de cambio y aceleración, los republicanos celebraron en enero de 1943 una conferencia con el objetivo de intensificar las acciones de resistencia. Presidida por Jesús Ríos y Silvestre Gómez «Margallo», una de las pautas fundamentales de la reunión de Varilhes fue la de proseguir con las cuestiones organizativas; servirá sobre todo para bosquejar la 1.ª División y proyectar otras. Presidida por Luis Fernández, la flamante unidad relacionaba las guerrillas de los departamentos de Aude y Ariège. Fernández instaló su puesto de mando en el Bosque Negro, al lado de Foix, y fue nombrado comisario político Gregorio Jiménez. También sentaron las bases de la 27.ª División, tutelada por Silvestre Gómez. Partía de los grupos formados en Cantal durante1942, y otros jefes heredaron después a «Margallo»: Manuel López–Oceja «Paisano» y Mariano Ortega, que ampliaron la influencia a los departamentos de Puy–de–Dôme, Loira, Alto Loira y Allier. La unidad de Cantal terminó convirtiéndose en cantera de mandos para el XIV CGE, aspecto este último que favoreció una paradoja territorial: una de las primeras y más avanzadas organizaciones de los republicanos españoles apenas contaba con hombres en los momentos de la Liberación.

La Brigada Guerrillera de Aude (5.ª Brigada), que venía actuando desde el año anterior, perseveró en su política de atentados y sabotajes; los objetivos más repetidos eran los pantanos en construcción y los trenes alemanes. La mandaba Antonio Molina, reemplazado después por otro resistente notable, Fuertes Vidosa, con una prolongada actividad como instructor. Antonio Medina Vega continuó como comisario de la brigada. Molina fue nombrado posteriormente responsable de un destacamento especial alumbrado en la reunión de Varilhes de enero de 1943. Integrado en un principio por 20 guerrilleros, sobrepasó luego los 60, y procedían de Aude, Tarn y Ariège. Asentó la base en Les Cabannes, Ariège, un departamento que se confirmaba día a día como el corazón de los resistentes españoles y donde establecieron su feudo los hermanos Valledor, José Antonio y Modesto, verdaderos animadores de la resistencia desde sus empresas forestales. Acompañaban a Molina los guerrilleros Pedro Guardia (jefe de EM) y Salvador Cabrera (comisario). Molina aparece en los testimonios como un personaje polémico. «Yo me marché del batallón por culpa de Molina, porque no me gustaba estar mandado por un burro, las cosas como son», consigna Luis Menéndez Viña. La ideología libertaria de Menéndez amortigua el sentido del comentario: las rivalidades políticas se ampliaban casi siempre a cuestiones personales. En 1943 se produjeron dos importantes sabotajes a cargo de los guerrilleros españoles en Ariège. El primero destruyó la fábrica de aluminio de Tarascón d’Ariège y el segundo dañó a una fábrica metalúrgica de Pamiers[63].

En Bajos Pirineos se fue consolidando la 10.ª Brigada, y era su jefe Vicuña, que procedía de Ariège. Personaje decisivo para el devenir de la unidad fue Ricardo Olcoz, responsable político departamental. La 10.ª fue incluida posteriormente en una remozada 1.ª División, que englobaba la 3.ª Brigada de Ariège, reconstituida y tutelada por Ángel Mateo; la 4.ª Brigada de Tarn–Garonne, dirigida por Teruel; la 2.ª Brigada de Alto Garona, que gobernaba Joaquín Ramos, y la 9.ª Brigada bis de Altos Pirineos, mandada por Manuel Castro Rodríguez, que hasta finales de 1943 tuvo como misión principal intervenir los pasos de frontera y participar en una red de evasión. La 27.ª División del Cantal, por su parte, empezó a languidecer, pero nuevas formaciones llenarán su vacío. La división encabezada por García Granda inició su etapa de formación en el departamento de Lozère, cuando trabajaba en las minas, a través de una sociedad conocida como «Grupo Deportivo Español». Este colectivo se transformó en el germen armado que daría lugar al maquis de Lozère, que amplió luego al Gard y Ardèche. Los supervivientes recuerdan a un Cristino firme, capaz, respetado. Su primer objetivo era siempre la preparación de sus hombres para reducir al mínimo las bajas. El segundo consistía en sabotear las explotaciones de Alès, Privat y la Grand–Combe, dominadas por los alemanes.

También comenzaron los primeros tanteos en la 4.ª División, que se expandía lentamente a Pirineos Orientales, Tarn, Aveyron y Hérault. A finales de 1943, el guerrillero Gálvez, procedente de Aude, fue enviado al departamento de Hérault y alimentó pequeñas unidades que más tarde se transformaron en la 11.ª Brigada. Las localidades de mayor actividad fueron Pézenas, Clermont d’Hérault y Bédarieux. Ángel Álvarez, encuadrado en el grupo de Raymond Campel, que se movía entre los departamentos de Aveyron y Tarn, liquidó a un oficial alemán a finales de 1943. Fue detenido el 17 de diciembre de 1943, con tres compañeros del equipo especial. Pasó primero por la prisión de Montpellier y luego, desde febrero de 1944, estuvo en la de Saint–Michel de Toulouse. Los departamentos de Dordoña, Lot y Corrèze bosquejaron, por su parte, la 15.ª División. El primer destacamento de guerrilleros que surgió en Corrèze lo dirigía Cobos, y realizó varios sabotajes en el pantano de Marèges, donde tenía su base, y también atacaron polvorines y líneas telefónicas en Ussel, Bort–les–Orgues y Seandon[64].

La 5.ª División se repartía débilmente por los departamentos de Ain, Alta Saboya, Saboya e Isère. En Saboya e Isère uno de los primeros maquis fue el de Saint–Pierre–de–Castillet (Saboya), organizado a mediados de 1943 y mandado por Manuel Correa Calderón. En Alta Saboya, Miguel Vera seguía afanándose en la agrupación fundada a finales de 1942. En marzo de 1943 los republicanos participaron en la creación del maquis de Dents de Lanfont, el primer grupo específicamente español, que procedía de Villard–sur–Thônes; en abril de 1943 se formó el destacamento de Mont–Veyrier, dirigido por Jorge Navarro; el 3 de mayo de 1943, el de Col de la Colombière, y en junio, los de Combe d’Ire, en Doussard, encabezado por Gabriel Vilches, y Semnoz, a cargo de Antonio Jurado. La diferencia más acusada de estos maquis, cuya vinculación con el XIV CGE resulta polémica, con respecto a los establecidos en el Midi era que disponían de armamento: «Estábamos armados hasta los dientes», refiere Ángel Gómez, que insiste en la abundancia de armas, incluidas ametralladoras. La explicación era sencilla: estos grupos de españoles estaban en contacto con la AS, organización gaullista que disponía de un importante arsenal y lo entregaban a quienes no eran o no les parecían comunistas. La intermediación de Ricardo Andrés «Richard», miembro de ese grupo, favoreció la recepción de armamento. En 1943, José Mari organizó un grupo de sabotaje integrado por 25 trabajadores de los bosques de Arcine; posteriormente se encargó de administrar una ruta de evasión hacia Suiza. Por la misma zona actuaban antiguos miembros del Regimiento de Cazadores Alpinos, unidad militar disuelta por el Gobierno de Vichy, y algunos de cuyos miembros se pasaron a la resistencia, como el capitán Tom Morel, jefe de los franceses, quien contactó con Vera[65].

La organización de la Resistencia

Las unidades guerrilleras estaban estructuradas en compañías, batallones, brigadas y divisiones. Lógicamente, no mantenían correspondencia con las unidades homónimas de los ejércitos regulares. «Una brigada estaba compuesta por tres batallones, pero cada batallón tendría 50 o 60 personas, las cosas como son. O sea que no había miles y miles de gentes porque no había manera ni tampoco confianza para formarlos», aclara Luis Menéndez. Con el tiempo, la terminología se fue matizando y ajustando a la realidad de la Resistencia, más allá de los nombres altisonantes. José Antonio Alonso «Comandante Robert» relata su contacto inicial con los resistentes españoles: «Llego a esa brigada, yo bien vestido, veo a un grupo de seis hombres como pordioseros en una casa derrumbada y pasa un día, y pasan dos, tres, cuatro… Esto era la 3.ª Brigada. Estaba el jefe que se llamaba Ángel Mateo, el jefe de Estado Mayor, que se llamaba Conejero, el comisario político, un asturiano que valía más que todos los mandos que hemos tenido en Francia, Ramón Álvarez “Pichón”, Ramos que se encuentra en Toulouse y un tal Miguel. Y otro que llamábamos “Canalla”, nunca supe su nombre». Para realizar el primer golpe económico, Alonso, Ramos y «Canalla» llevaban una pistola y una granada, que se pasaban de unos a otros para que los atracados dedujeran que al menos disponían de una por cabeza. A Conejero, jefe de EM, lo detuvieron porque bajó del maquis a Varilhes a lavar la ropa y de paso se fue a ver un partido de fútbol: acabó en un campo de concentración nazi. Una comunicación de Lequerica, que está en Vichy, al ministro de Asuntos Exteriores (18 de noviembre de 1943) evalúa correctamente lo que sucedía en los departamentos pirenaicos: «Dispongo de noticias sobre la organización de batallones españoles dispuestos a entrar en nuestro país, de acuerdo con el Ejército Secreto Rojo, cuando llegue el momento de la invasión aliada. Quienes han viajado por aquella región, y tienen autoridad, creen que no debe tomarse a la letra lo de la organización de verdaderos batallones, pero sí considerar como cuadros útiles en su día las agrupaciones que tratan de formar»[66].

Los resistentes españoles fueron haciéndose con armas paulatinamente, gracias sobre todo a los parachutajes. Por lo general, los envíos de armas desde Inglaterra se dirigían a la AS y otros grupos gaullistas o conservadores. Como los españoles de la Resistencia eran en su mayoría comunistas, no tenían oficialmente acceso al armamento y en la práctica cada unidad se armaba como podía. En Ariège los aliados enviaban armamento a la resistencia local, y como no había maquis para esconderlo, lo guardaban en los bosques. Más de una vez se dio el caso de que los chiquillos de las localidades encontraban las armas y se dedicaban a jugar con ellas. Ante esa situación, el jefe de parachutajes, a través de un armero de la región, permitió a los republicanos participar en el reparto. El armamento era transportado por aviones británicos, que lanzaban contenedores en lugares asignados previamente por los miembros de la Resistencia. O aterrizaban en pistas clandestinas preparadas al efecto, aunque esta modalidad resultaba infrecuente. Todo ello requería de una serie de conocimientos por parte de los guerrilleros. Además de acondicionar pistas con sus respectivas balizas en los calveros del bosque, debían dominar la radio, conocer el morse y señales no convencionales, además de las claves de Radio Londres que anunciaban de la llegada de aviones… Una de las contraseñas más repetidas copiaba los primeros versos de «Canción de otoño», de Verlaine: «Los largos sollozos de los violines de otoño / Hieren mi corazón con monótona languidez». El aeroplano utilizado para estas misiones era el Westland Lysander, monomotor, monoplano de ala alta; el primero aterrizó en suelo francés el 4 de septiembre de 1941. Los parachutajes incluían a miembros de los servicios de inteligencia británicos y a dirigentes enviados para gobernar la Resistencia.

La precariedad de medios y hombres no fue obstáculo para que los comunistas promovieran la creación de escuelas guerrilleras. Sixto Agudo registra numerosos centros de formación: «Escuela Central de la Montaña Negra, en el Aude; Saint Pierre, en la comuna de Saissac, cerca de Bram, que, descubierta por la Gestapo, se trasladó a Roullens; la del bosque de Bouconne, en el Alto Garona; Buzy, en Bajos Pirineos; Forcat, en el Ariège, y de las minas de Pinuze en Pirineos Orientales». Estaban capitaneadas por Virgilio Carretero, Miguel Ángel Sanz, José Luis Fernández Albert, Carrión, Martí Rovira y «Dedé», respectivamente. En las escuelas no sólo se adiestraban españoles, sino que estos, por su experiencia en la guerra irregular, instruían a los jóvenes franceses. Los textos utilizados permiten conocer algunas de las actividades de los republicanos en su lucha contra los nazis. «Resultan objetivos de un sabotaje todos los medios de transporte (ferrocarriles, campos de aviación, automóviles, etc.); las fuentes de energía (centrales eléctricas, saltos de agua, líneas de conducción y transformadores, fábricas de gas… etc.), así como también las instalaciones que de una forma u otra sirvan al enemigo (fábricas de armamento y de equipo, depósitos de munición, de víveres, depósitos de gasolina, zonas mineras, centros oficiales, entidades falangistas en Francia, todo, en fin, que sirva o represente al enemigo, teniendo en cuenta las repercusiones y efectos que han de producir en la opinión del pueblo». Los apuntes de táctica aluden igualmente a la «pequeña emboscada», cuyos objetivos eran coches y camiones aislados, pequeñas patrullas… Había que emplear unidades muy pequeñas (no más de un grupo) provistas de armas ligeras y que abrieran fuego a «bocajarro»; el ataque debería ser simultáneo y efectuado con «rapidez, contundencia y decisión». Y lo más importante: «Prever siempre un camino de retirada, el modo de efectuarla y el lugar de concentración». Toda la enseñanza orbitaba sobre la seguridad de los resistentes, y en la certeza de que el valor resultaba incompatible con las actitudes suicidas: el temor formaba parte de la lucha. Muchos guerrilleros recuerdan los irrefrenables deseos de orinar antes de ejecutar una acción considerada de peligro; la bautizaron como «la meada del miedo». También se impartían clases de falsificación de documentos y elaboración de panfletos. En los «apuntes de armamento» se explicaban las características y el manejo de las armas más utilizadas: ametralladora Hotchkiss, metralleta Sten, fusil ametrallador MKI, y los fusiles Mauser modelo 1917 y Lebel–Berthier. También de los morteros. Había un programa sobre explosivos, desde el plástic y la dinamita a las botellas incendiarias. El hombre decisivo de las escuelas fue Ángel Fuertes Vidosa «Antonio Melitón», autor de la mayoría de los informes[67].

Toda la actividad teórica y práctica de 1943 se tradujo en un incremento exponencial de actividades antinazis. Los atentados, como reconocían alemanes y colaboracionistas, afectaban a la vida cotidiana y a la producción. Los vichystas impusieron en diversas etapas el toque de queda desde las ocho de la tarde hasta las cinco de la mañana, y la fábrica Peugeot de Sochaux era vigilada por las Waffen SS para impedir los sabotajes. Pero las intervenciones partisanas resultaban imparables. Los almacenes de las minas de Cransac por ejemplo fueron asaltados en junio de 1943, recogiendo los guerrilleros una importante cantidad de explosivos. También iniciaron la eliminación de notorios colaboracionistas. En Toulouse fueron ejecutados un médico, un notario y un confidente de la Gestapo. Y como represalia por la muerte del polaco Marcel Langer —guillotinado el 25 de julio de 1943 en el patio de la prisión de Toulouse: una muerte francesa—, Boris Frenkel ajustició a un coronel alemán. Vicuña apunta que una de las actividades principales de los guerrilleros era hostigar a las patrullas alemanas, integradas generalmente por cinco soldados bien pertrechados. Les causaron muchas bajas, porque los republicanos eran maestros de la emboscada, ajena a la cultura militar de los germanos. Disponemos de la actividad de los guerrilleros españoles del XIV CGE en el Midi durante 1943: 176 acciones; de ellas, 86 fueron voladuras de centrales y líneas de alta tensión y 64, de vías de comunicación, tanto férreas como carreteras. A finales de 1943 los mandamases de Vichy autorizaron la publicación —lo hizo L’Echo d’Alger— de un balance de víctimas de la insurgencia en toda Francia. Los muertos en los últimos cuatro meses de 1943 ascendían a 709 personas: 230 gendarmes, 147 miembros de los guardias móviles, 152 policías, 30 «milicianos» y 150 civiles. Los atentados se multiplicaban en fechas simbólicas de la mística republicana española y francesa: 14 de julio (fiesta nacional de Francia), 11 de noviembre (armisticio de 1918) y 14 de abril (aniversario de la República Española). El 14 de abril de 1943 se tradujo en «un verdadero festival de explosiones y atentados en puentes, líneas de alta tensión, vías férreas, etc.», según Alberto Fernández[68].

Días de lucha y muerte

No todo fueron noticias positivas para los resistentes españoles durante 1943. Una delación consumada el 22 de abril condujo a las fuerzas de represión hasta Aston, Les Cabannes y Rieux; el batallón especial encabezado por Antonio Molina fue desmantelado, aunque el jefe logró huir. Entre las fuerzas atacantes había miembros de la Milicia, gendarmes, la Gestapo, la 8.ª Brigada de la Policía Especial de Toulouse y la Brigada Montpellier. Arrestaron a 34 guerrilleros y otros 30 lograron huir, pero los apresamientos continuaron en el pantano entre Usson y Rouze. En total, fueron encarcelados 53 partisanos. Muchos de ellos terminaron en las cárceles de Foix y Saint–Michel de Toulouse, otros fueron llevados a los campos de internamiento y un tercer grupo, deportado a Alemania. Entre los detenidos más significados estaban Pablo Salas y Pedro Guardia. El acoso de los alemanes también alcanzó a los franceses. Fueron detenidos y eliminados personajes tan importantes como Bertie Albrecht, uno de los fundadores de Combat, el general Charles–Antoine Delestraint, jefe de la AS, y el general Frère, responsable de la Organización de la Resistencia del Ejército. Pero en el entorno de la Resistencia la caída más sentida fue la de Jean Moulin, delegado de Charles de Gaulle. En su muerte se mezclaron querellas internas, traiciones y azar. El antiguo prefecto de Chartres fue detenido por la Gestapo el 21 de junio de 1943, en Caluire, un suburbio de Lyón, después de un chivatazo a la policía alemana. Moulin murió a causa de las torturas el 11 de julio de 1943 cuando lo conducían a Alemania. Aunque se mantuvo firme en los interrogatorios, su muerte sumió a la Resistencia en un caos momentáneo y, según su ayudante, Claude Serreulles, se desataron «feroces querellas que oponen a menudo a los jefes del movimiento». El abogado Jacques Vergès, que defendió a Klaus Barbie, uno de los verdugos, expresó durante el proceso de 1987 que Moulin no falleció a causa de las torturas sino «que se había roto la cabeza contra una pared después de darse cuenta que había sido denunciado por sus camaradas de combate». Ardides de leguleyo[69].

Desde ambientes historiográficos conservadores se defiende que, desde 1943, no sólo se produjo un desarrollo notable de las actividades antinazis sino que también comenzó una guerra civil francesa, cuyos contendientes más visibles eran la Milicia de Darnand y los FTPF comunistas. Es la tesis, por ejemplo, de Caballero Jurado. Según este autor, que no esconde su simpatía por los colaboracionistas, esa pugna civil no la iniciaron los «milicianos» sino los comunistas, y el hecho de que 2500 policías alemanes pudieran mantener a raya a la Resistencia se debió a que más de 32 000 franceses sirvieron a los alemanes, fundamentalmente como confidentes y delatores. Un observador atento de la política francesa como Lequerica remitió el 18 de febrero de 1943 un memorándum al ministro de Exteriores sobre los elementos armados que actuaban en Francia, a modo de ensayo de guerra civil. El embajador desbordaba optimismo: «Falta de combatividad de los diferentes grupos franceses en el actual momento. No tengo la certidumbre de que los comunistas interiores sean una excepción en sentido opuesto». Pero luego dibuja un fresco bastante preciso sobre la Resistencia: «Un ministro [de Vichy] me decía que, según cálculos policiales bastante fundados, los comunistas deben tener en todo el territorio, armados y con preparación para la guerra, unos cinco o seis mil hombres. Los gaullistas tienen mejor armamento. Han recogido mucho del que lanzan los aviones ingleses. Reunirán unos diez mil hombres, muchachos jóvenes de la burguesía en su mayor parte. Pero ante el avance soviético y los temores de repercusión en Francia, parece que acaban de recibir órdenes de no mezclarse con los comunistas y estar, al contrario, a la expectativa, decididos a proceder por su cuenta si los acontecimientos lo reclamaran». Por lo que respecta a las fuerzas parapoliciales francesas fieles a los alemanes, la Milicia de Darnand y el PPF de Doriot, matiza: «Las milicias de Darnand cuentan oficialmente con treinta mil hombres, cifra probablemente un poco exagerada. Los doriotistas tienen oficialmente cuarenta mil hombres de choque, pero en realidad muchos menos»[70].

Los españoles luchaban en Francia y su efectividad dependía de las relaciones con los resistentes franceses, siempre y cuando quedara claro que el objetivo final era liberar España. En el otoño de 1943 el XIV CGE se integró en los FTP–MOI, organización armada de los comunistas extranjeros, pero en realidad esta fusión sólo fue operativa en el Alto Garona, donde la 2.ª Brigada de Guerrilleros actuó con la 35.ª Brigada FTP–MOI de Toulouse, llamada «Brigada Marcel Langer». Como la estructura de los dos destacamentos armados era casi idéntica, no hubo problemas de funcionamiento; el mando estaba integrado por un comité que formaban miembros de ambos grupos. En las otras agrupaciones la colaboración la dictaban las circunstancias. Como refiere Sixto Agudo: «Las unidades de guerrilleros españoles no hicieron más que cambiar de nombre. A la brigada se le llamó región y a la división inter–región, sin alterar su organización interna. Los mandos siguieron ejerciendo las mismas funciones: al jefe de la unidad se le llamó Comisario de Operaciones; al jefe de EM Comisario Técnico; y al comisario, Comisario de Efectivos. La mayoría de las unidades españolas no sufrieron modificación alguna». La reordenación se concretó más en los papeles que sobre el terreno, ya que los españoles mantuvieron la autonomía en los diferentes departamentos, salvo en aquellos donde no disponían de hombres suficientes. La práctica puso de manifiesto que los republicanos hacían su guerra, y lo hacían así por una razón fundamental: querían tener las manos libres para cuando les reclamaran desde España. En enero de 1944, Luis Fernández aseguraba el enlace con el Comité Militar FTP–MOI de la zona sur, que se encontraba en Lyón, y para realizar la unidad de acción tres jefes de división de guerrilleros fueron durante un tiempo jefes militares (comisarios de operaciones) de Inter–regiones FTP–MOI: José García Acevedo, Miguel Ángel Sanz y Vicente López Tovar. Sanz fue nombrado más tarde delegado de los guerrilleros españoles en el EM de las FFI y en la Junta de UNE[71]. Desde el punto de vista político, Monzón seguía acrecentando su poder tanto en Francia como en España. Dominó el partido en Francia a partir de 1940 y en España desde finales de 1943, cuando regresó a Madrid. Dejó en Francia a Gimeno como encargado de transmitir las órdenes a los guerrilleros; su hombre de confianza, Gabriel León Trilla, le siguió a España. Las consignas del delegado monzonista, elaboradas por Trilla en España, eran dos: actuar sobre todo en el Midi, lo más cerca de la frontera, y mantenerse atentos y dispuestos para concentrarse e intervenir en España si lo recababa la dirección. A finales de 1943 había comités departamentales, pero también comarcales (30), locales (100) y «adherentes» (4000)[72].

En diciembre de ese año, el XIV Cuerpo de Guerrilleros Españoles era una luminosa realidad. Disponía de siete divisiones —1.ª, 3.ª, 4.ª, 5.ª, 15.ª, 16.ª y 27.ª— que repartían su influencia por 31 departamentos. Pero el entramado partisano era provisional, y aunque permaneció el esqueleto, las modificaciones se producían constantemente y en función de las circunstancias. El XIV CGE era un movimiento dinámico, sometido a los vaivenes del combate contra Hitler.

VIVIR CADA DÍA

Cuando los resistentes pasaban a la clandestinidad, su vida se complicaba radicalmente: los alemanes se mostraban implacables contra quienes impugnaban su dominio, en especial si la oposición era armada. Los hombres del maquis distribuían panfletos y propaganda, efectuaban sabotajes y también hostigaban a los cabecillas nazis y colaboracionistas. Como les negaban el estatuto militar, se veían privados de los derechos derivados de los convenios sobre prisioneros de guerra. Cuando eran capturados por las fuerzas represivas vichystas o nazis, corrían graves peligros; las alternativas tejían una geografía del castigo: torturas, deportación a Alemania, ejecución. No pocos republicanos pasaron por los tres estadios. Las sanciones de los nazis no guardaban necesariamente proporción con las actividades motivo del arresto: la muerte acechaba después de una detención.

Aparte de elaborar y distribuir propaganda, la principal tarea en los primeros tiempos consistía en proveerse de armas. Las conseguían robándoselas a los alemanes o a los franceses partidarios de Vichy. O matándolos y quedándose con ellas. Otro recurso empleado al principio consistía en desarmar guardabosques, quienes apenas oponían resistencia. También las compraban a los contrabandistas. «Me tuve que encargar de proporcionarles pistolas y cajas de fulminantes (detonadores para explosivos) que nos procurábamos en Marsella, con la gente del hampa», recuerda Josefa Bas. Joaquín Arasanz «Villacampa» relata cómo se desplazó con algunos de los responsables de la 3.ª División hasta Aviñón para asaltar a una pareja de gendarmes que custodiaban un puente sobre el Ródano. «Como armas llevábamos una pistola de 6,35 mm sin percutor que manejaba Cristino, Gabriel, un cuchillo cabritero y yo, un garrote; los tres nos dirigimos a la pareja con el pitillo en la mano y yo les pido fuego, Cristino y Gabriel con su pistola y cuchillo encañonan a la pareja y yo les quito sus fusiles y pistolas con sus respectivas cartucheras y munición. Con las mismas armas y unos amigos más, a los tres días desarmamos a cinco guardias municipales de Collet de Déze y a los quince días, a la gendarmería de La Grand Combe, que eran 14 policías». Hubo españoles que durante meses no pudieron incorporarse a la lucha por falta de equipo: eran guerrilleros en la reserva, activados cuando los parachutajes y las primeras derrotas alemanas proporcionaron armas para pertrecharlos. Erasmo Diez Zapico, que combatió en Burdeos, evoca cómo para realizar algún atentado llevaba los explosivos en una fiambrera. Aparte del armamento, lo más valioso de los nazis eran sus botas o zapatos, ideales para la vida en el monte, y los pantalones. Aunque los ingleses abastecían de ropa a los resistentes, las prendas de vestir escaseaban; también las mujeres vinculadas a la Resistencia confeccionaban pantalones y camisas con las telas de los paracaídas utilizados en los parachutajes. El uniforme de los guerrilleros era de color caqui oscuro con galones en el pecho y brazal, con los colores de las banderas francesa y tricolor española, así como una boina que repetía galones. Los mandos se distinguían por las estrellas de cinco puntas: tres, el jefe de la agrupación; dos, los mandos de las divisiones, y una, los encargados de las brigadas. Pero la uniformidad no era habitual. Las imágenes de la Liberación muestran resistentes con cascos alemanes y vestuario militar combinado con ropas de paisano. En realidad, vestían como podían[73].

Otra actividad importante eran los golpes económicos, atracos para las autoridades alemanas y francesas, y que los guerrilleros denominaban «recuperaciones». Los «equipos de recuperación» acometían bancos, comercios y estancos, y también asaltaban las alcaldías para confiscar las cartas de abastecimiento. José Antonio Alonso «Comandante Robert» enumera varios métodos de financiación: «íbamos a un banco y lo desvalijábamos, y le hacíamos un recibo con el dinero que llevábamos para que cuando llegara el día de la liberación el Gobierno francés se hiciera cargo de lo que habíamos robado, tal vez mucho más de lo que habíamos cogido, aunque yo firmaba los recibos para que no pudieran manipularlo más tarde. Luego había otras fuentes de conseguir dinero. Como quitarle las pensiones y jubilaciones que funcionarios habilitados hacían efectivas en los pueblos. Las pagaban en metálico porque no había cheques. En este caso no le hacíamos recibo porque el dinero era del Estado contra el cual estábamos luchando nosotros. Al mismo tiempo, teníamos a los camaradas que trabajaban en las fábricas que nos indicaban los movimientos de mercancías y camiones. Robábamos harina a los alemanes y se la entregábamos a los panaderos que nos hacían el pan que necesitábamos, y al mismo tiempo les decíamos que le dieran una pequeña ración suplementaria a la gente del pueblo». Como estaban sometidos a racionamiento, los lugareños agradecían el detalle y se callaban. La comida era por lo general irregular y fría: embutidos, queso y pan. Algunos testigos aseguran que estuvieron siempre bien surtidos de carne y otras viandas, algo que no cuadra con una época de racionamiento y dificultades. «También en la tabacalera cogíamos camiones de tabaco, los guardábamos en alguna casa de confianza y luego lo repartíamos entre los paisanos franceses, siempre intentando que se pusieran de nuestra parte». Cuando los guerrilleros se incautaban de alimentos a los campesinos, dinero a los bancos y cartas de racionamiento a los ayuntamientos, les estaban haciendo en muchos casos un favor. Porque extendían un recibo de «lo que expropiaban» cuando las víctimas no eran alemanes o colaboracionistas notorios. Al final de la guerra esos recibos se convirtieron en avales para librarse de la Depuración. En los albores de la Liberación, los guerrilleros empezaron a cobrar diez francos al día, además de recibir ropa y comida en algunos casos. Había pasado el tiempo de las «recuperaciones».

Los campesinos eran elementos básicos para la supervivencia de los maquis, tanto como puntos de apoyo, enlaces o para conseguirles alimento. Aunque el objetivo principal consistía en que por miedo, cautela o interés no se convirtieran en confidentes de nazis y colaboracionistas. Los relatos sobre el campesinado francés están preñados de contradicciones. Asombra hasta cierto punto que sean los resistentes quienes guardan mejores recuerdos cuando los datos invitarían a lo contrario, lo que nos devuelve a la idealización de un pasado vivido en circunstancias extremas. Así, dos jefes de los partisanos españoles expresan opiniones contundentes. Miguel Ángel Sanz escribe que «los campesinos no sólo no tenían miedo sino que consideraban como un honor albergar a los maquisards, como ellos nos llamaban». José Antonio Alonso refuerza ese discurso: «Los campesinos nos ayudaron mucho, y fueron lo mejor que hubo en Francia; para mí, eh. Los alemanes les requisaban todo, el ganado, las cosechas, y ellos camuflaban muchas cosas para evitar las confiscaciones». No parece tan idílica la versión de los historiadores, aunque reconocen que la actitud de los campesinos, tan pragmáticos, fue modificándose conforme percibían la debilidad alemana. Mauricio Toresca disecciona la postura del medio rural de manera inclemente: «Los campesinos camuflan la mayor parte de sus reservas: se precisa a menudo la amenaza, sobre todo en las regiones obreras, para obligarles a entregarlas. Por el contrario, nunca se oponen a las requisas de los ocupantes que pagan bien. A partir de 1942, los departamentos agrícolas son los únicos donde hay más nacimientos que muertes; y hasta se da el caso de que, como el campesinado se alimentaba mejor que antes de la guerra, la proporción de mortalidad retrocede entre ellos». Las circunstancias favorecían la existencia de quienes podían vender algo y sobre todo de quienes no mostraban reparos hacia el origen del dinero[74].

Por la propia naturaleza de la lucha, el maquis tenía dificultades para hacer prisioneros. Es siempre uno de los asuntos difíciles de abordar en memorias y testimonios, otra de las zonas de sombra. En el caso de que en las escaramuzas algún alemán quedara con vida, la disyuntiva era de perogrullo: dejarlo libre o eliminarlo. No existía otra alternativa posible. Una u otra decisión se realizaban después de una votación por tribunales improvisados —si los había: no era lo normal— y sin las mínimas garantías. Gerbier, el protagonista de El ejército fantasma, se ocupa en un momento dado de la cuestión de las muertes. Después de teorizar sobre el temperamento de los franceses, incapaces del derramamiento de sangre, y de constatar que en los primeros tiempos llevaba grandes discusiones eliminar a un alemán, continúa: «Ahora, por el contrario, ya no existen esas repugnancias, porque en los franceses ha reaparecido el hombre primitivo. Mata para defender su hogar, su pan, sus amores y su honor. Mata todos los días. Da muerte al alemán, al traidor, al delator. Mata serenamente, después de haberlo razonado y también mata por reflejo». Aunque por otras razones, lo anterior se vivió entre los republicanos. Evidentemente, debían impedir la huida de quienes sabían de su existencia y ubicación, y lo habitual (y sensato) era consumar la ejecución sobre el terreno. Pero también funcionaban normas de obligado cumplimiento para los hombres del maquis: los guerrilleros tenían prohibido disparar contra soldados franceses, incluidos gendarmes y GMR, salvo que les fuera en ello la vida. Era una manera de pagar la «hospitalidad» de los franceses y, en el caso de los soldados de reemplazo, porque no eran responsables de su situación. Podían eliminar a los encuadrados en la Milicia de Darnand, el PPF de Doriot y todos los militantes de los grupúsculos de extrema derecha, además de a los propios alemanes[75].

Los guerrilleros hacían vida en el monte, en tiendas de campaña. Vicuña ha testimoniado sobre los aspectos cotidianos en el maquis: «Nuestra vida hasta la liberación transcurrió en el monte. Utilizábamos los paracaídas, que los llevábamos en la mochila, como tiendas de campaña. Cuando llegabas al sitio donde ibas a dormir, ponías un palo en el centro, piquetes en las esquinas y como el paracaídas ya tiene cuerdas, extendías la tela. En un paracaídas podían dormir cincuenta hombres muy bien. Y teníamos auriculares que nos dio la resistencia francesa y, poniéndolos en el palo del centro, en silencio, nos los pasábamos oreja a oreja para escuchar Radio Londres». De todos modos, la mayoría de los resistentes seguía viviendo en sus casas, como fue el caso del primer jefe de los guerrilleros españoles, Jesús Ríos, y sólo se echaba al maquis en caso de necesidad. Romper con la vida cotidiana significaba un cambio tan radical, que sólo daban el paso en caso de extrema necesidad. «Un día normal en el maquis se pasaba hablando de nuestra guerra, del desarrollo de la segunda guerra mundial, de los golpes que teníamos que dar, sabotajes, asaltos a convoyes alemanes, golpes económicos y pensando en lo que haríamos cuando volviéramos a nuestra tierra», resume José Antonio Alonso[76].

Los guerrilleros del llano

Para la guerrilla resultaba fundamental la red de enlaces. Al principio, la organización era casi espontánea y las mujeres ocupaban un papel central como correos, convertidas en vínculo entre los núcleos armados. Con el tiempo se perfeccionaron los métodos, y la red de enlaces pasó a depender de las unidades guerrilleras, tanto para comunicarse entre ellas como para recibir directrices de los responsables políticos. «Dábamos gran importancia a la red de informadores. Eso se canalizaba a través del jefe del Estado Mayor, Prudencio López, militar profesional, de quien dependía un grupo de dos hombres y dos mujeres que recogían y seleccionaban la información que nos daban los ferroviarios, los gendarmes y los campesinos», testimonia Vicuña sobre su experiencia en Bajos Pirineos. Pedro Galindo reivindica la aportación de los emigrados económicos en las tareas de enlace: «Los hijos de los emigrados económicos éramos quienes hacíamos los enlaces, porque estábamos en Francia de manera legal y además no estábamos fichados, y esto sobre todo a partir de la invasión alemana». En 1943, la emigrada Jeanne Samaniego recibió de su novio guerrillero un peligroso encargo: llevar una pistola a Decazeville. Era un gran riesgo, pero la operación se basaba en un dato objetivo: Jeanne vivía legalmente en Francia, estaba al margen de la política y resultaba por lo tanto una candidata ideal para ese trabajo. Muchos enlaces fueron arrestados o perdieron la vida. También alcanzaron la condición de víctimas republicanos al margen de la Resistencia: sólo por serlo eran considerados sospechosos. «Colgaron a muchos españoles que no eran guerrilleros ni tenían que ver con nosotros», coinciden los testimonios.

Los combatientes en la Resistencia eran exclusivamente hombres, y uno de los problemas de la vida cotidiana se centró en las relaciones de los guerrilleros con esposas y novias. Más de un partisano fue muerto o apresado en la cama con su compañera o de visita familiar, como hemos visto, aunque las normas eran estrictas y claras. No se podía abandonar el campamento para visitar mujeres por cuestiones afectivas o sexuales, sin contar con permiso expreso de la dirección, y hacerlo entrañaba un duro castigo por cuanto ponían en peligro a todos los compañeros; era una de las faltas más graves. Vicuña lo tenía claro, incluso retrospectivamente: «El problema de las mujeres, cuando uno está metido en un follón de estos, hay que congelarlo. Son imprudencias que en este período te podían hacer perder la vida. Las necesidades fisiológicas están siempre ahí, y había que aguantarse». Pero el hecho de que las relaciones resultaran comprometidas no significaba que las directrices fueran iguales en todos los departamentos, y también se impone distinguir a los hombres de la clandestinidad de quienes participaban en la Resistencia y al mismo tiempo llevaban una vida legal. En este caso, la apariencia de normalidad resultaba básico: los hombres comprometidos en la lucha manejaron de cuando en cuando la figura de la «novia inventada». Era habitual que los miembros de la Resistencia que estaban legales tuvieran «novias» en varias localidades, un recurso para moverse por un área más o menos amplia y disponer de coartada en caso de arresto. Según Galindo, algunas de esas «novias de mentira» era hijas o hermanas de emigrantes económicos. Pero también algunos noviazgos de la Resistencia fructificaron en parejas estables. Jeanne Samaniego, hija de emigrantes económicos, ennovió con Francisco Samaniego Trujillo «Paco», un español que llegó a las minas de Cransac–Decazeville desde el campo de concentración de Argelès, junto con otros treinta republicanos[77].

Las complicaciones para amigarse con mujeres determinaron que la masturbación se convirtiera en remedio a la sexualidad de urgencia. No sólo en las guerrillas, sino también en los campos de internamiento —en Argelès hubo locales de prostitución— y en compañías de trabajadores. Aunque pocos guerrilleros hablarán de sexo en los escenarios del exilio. Francisco Urzáiz relata su experiencia en los campos de internamiento franceses mediante explicaciones particularmente curiosas: «Yo era el enfermero y, en una ocasión, no tuve más remedio que dar cuenta al capitán francés de un problema que cada día se agravaba más. Todos, o la mayoría, éramos muchachos jóvenes. De los pueblos inmediatos venían a vernos, como si fuéramos fieras de un zoológico. La mayoría eran chicas, y esto despertó en una buena parte la libido tanto tiempo contenida. El resultado de aquello es que se masturbaban como locos, hasta límites que ponían en peligro su salud y no digamos su comportamiento en el trabajo». Urzáiz continúa relatando las cuitas que pasaban para la utilización del burdel regimental, que incluía petición y las listas correspondientes. El análisis de los republicanos burgueses en torno a la sexualidad —verdadero tabú colectivo— se manejaba siempre entre lo peregrino y lo asombroso. Al igual que el puritanismo de la izquierda, especialmente entre los comunistas, que afrentarán gravemente a compañeros por sus relaciones con mujeres dedicadas a la prostitución. Cuenta Ángel Álvarez que Roger Tribes, fusilado por los alemanes en 1943, fue marginado en el partido, al menos relevado de los cargos representativos, porque se había casado con una prostituta. Un expediente oficial del PCE lapida a Ungría porque se había casado en Valencia con una mujer que habitaba en un «barrio poco recomendable». El mayor Baldomero Garijo, que combatió en las guerrillas soviéticas, expone que un español se relacionaba sexualmente con una muchacha rusa a la que prometió matrimonio estando casado; el comentario no deja lugar a dudas: «Yo, siendo jefe de la unidad, hubiese fusilado a este individuo, arrostrando toda la responsabilidad que requería el caso». Un agente republicano descalifica a un compatriota por su vida «ligera y crapulosa», porque «vive bien en compañía de lujosas hembras mundanas»: una autopista conceptual para hablar de prostitutas. Las mancebías tachonaron también la geografía concentracionaria del destierro africano. En el campo de Bou–Arfa había un burdel integrado por seis mujeres. El turno se administraba por días: el lunes para los tiradores marroquíes, el martes para los legionarios, el miércoles para los exiliados… Las muchachas venían de regiones lejanas y la recluta se apoyaba en la miseria. Durante un viaje al puesto de trabajo de Béni Tachin, el capitán de la 9.ª Compañía cambió un cordero por una muchacha; y la instaló en un marabout, convertido en prostíbulo del desierto. Pero circulan también reflexiones que anudan el mundo de los perseguidos y el de las prostitutas más allá del sexo y la descalificación. El libertario Muñoz Congost, refiriéndose al campo y pueblo argelino de Cherchell, modélicos por tantos motivos, asegura que en el único lugar en que «siempre recibieron a los españoles como personas y no como entes llegados de otro planeta» fue en el burdel de la localidad. Si el sexo era un tabú para el universo republicano del exilio, nombrar la homosexualidad constituye directamente una ofensa. Sinca Vendrell, que habitó el terrible campo de Mauthausen, refiriéndose a las relaciones de personas del mismo sexo, sentencia: «se entregaron a los vicios antinaturales»[78].

La especial situación de las familias también repercutía en la sexualidad. Las habían separado cuando atravesaron la frontera, luego las distanció la Resistencia, algunos tenían las esposas en España… De esa condición anómala nacieron muchos hijos fuera del matrimonio, abundaron las parejas dobles y, sobre todo, se generó un desarraigo que tuvo como correlato la presencia permanente de numerosas enfermedades de transmisión sexual, especialmente la blenorragia. La dislocación familiar, el nomadismo perpetuo y el tránsito por todo tipo de establecimientos represivos comprometía una existencia normalizada. Falguera lo enuncia de forma radical: «La clandestinidad te impedía tener familia y amigos». Los republicanos se niegan a hablar de masturbación, prostitución u homosexualidad; pero no exhiben reparos en vocear la condición de «galán cortés»; algunos memorialistas del exilio sitúan en el mismo plano su carrera de seductores con los episodios militares, casos de López Tovar o Arasanz. El guerrillero aragonés Joaquín Arasanz Raso «Villacampa», encuadrado en una CTE de Gravant, en el departamento de Yonne, relata que los domingos podían acercarse a la capital, Auxerre, y cómo buscando casas de tolerancia para apaciguar la sexualidad —confiesa que desde que pasó la frontera no había mantenido relaciones—, se encontraron con un grupo de francesas que, con el tiempo, los invitaron a compartir mesa y cama. Arasanz, después de «dos meses inolvidables», desarrolla una conclusión ejemplar: «La mujer francesa también es excelente y sabe amar y hacer feliz al hombre». Lo tenían relativamente fácil: los jóvenes franceses estaban movilizados o, más tarde, prisioneros en Alemania. El teniente coronel guerrillero Miguel Ángel Sanz escribe que el destacamento de Tomás Guerrero Ortega «Camilo» era seguido por «innumerables enamoradas». También les sale a los republicanos el ramalazo de «caballero español de siempre», y Santiago Blanco asegura en sus memorias que «más de un ciudadano francés recibió algunas hostias por mirar con excesiva avidez el trasero de una española que iba acompañada por un varón hispano»[79].

Héroes y traidores

Pero la vida cotidiana estaba marcada por la palabra tortura; la muerte apenas contaba. La tortura y la reacción ante ella constituían el nudo gordiano de los guerrilleros, el epicentro de las pesadillas. No solía hablarse del asunto en público, porque el silencio era una especie de exorcismo contra la zozobra que suscitaba. Aunque era difícil sobrevivir al interrogatorio de los alemanes, resultaba fundamental no suministrar nueva alguna a los torturadores: de lo contrario, la vida no valía nada. Vicuña lo expresa sin matices: «Si te cogían, había que ser consciente de que era preferible morir que delatar a los compañeros. Porque tu, como español y resistente, ya estabas perdido. Si eres un hombre o mujer de ideas, es ahí donde tienes que demostrar tu temple. Y el arraigo de las ideas. Esa es la prueba más dura que se puede pasar, donde das la talla». Resistió. No resistió. Esas dos expresiones trazaban la raya entre el militante ejemplar y el cobarde, un traidor involuntario. El momento de la verdad para un guerrillero eran las sesiones de suplicio, y los «interrogatorios» solían convertirse en la antesala del infierno. Los resistentes manifestaban especial aprensión a las torturas, pero no por el tormento sino porque desconocían su entereza en esas circunstancias y podían cometer la mayor ignominia, como era denunciar a sus compañeros y amigos. «Temen mucho menos el sufrimiento y los suplicios que su propia debilidad», escribe Kessel. Y no resultaba fácil aguantar el empeño de los sicarios nazis. La minuciosidad alemana también se ponía de manifiesto en la tortura. «La Gestapo a veces utilizaba aparatos eléctricos, la bañera o simplemente te arrancaban la piel a tiras. Eran refinados en su crueldad», refiere Vicuña. El valor se acreditaba por tanto en el potro de tormento. Un militar y teórico tan ponderado como Miguel Ángel Sanz lo aborda sin matices cuando menciona las detenciones de un grupo de resistentes «sirviéndose de dos traidores que no pudieron soportar la tortura». Quienes eran capaces de pasar la prueba, estaban orgullosos de su acción anunciándolo en público: «Pude aguantarlo todo y no solté prenda», era una frase repetida, como también: «Todos habíamos pasado por las mismas manos y ninguno había cantado». Refiriéndose a Tejeiro, el portugués al que conocían como «Tarzán» —había varios lusos combatiendo con los españoles—, Sandalio Puerto manifiesta: «Recordé que siempre decía que a él no lo cogerían vivo». Y exhibe un orgullo sin matices cuando refiere cómo su amigo fue acribillado a balazos pero no pudieron detenerlo[80].

Otro problema central para los resistentes eran los traidores y confidentes. Con ellos había que tener especial cuidado, y era muy difícil identificarlos: la tentación de la felonía —miedo, dinero, celos, rencores— no era exclusiva de los franceses y también inoculó a los españoles. «Había que cuidarse mucho de la Policía. En primer lugar, utilizaba mucho el dinero y en época de necesidad era fácil corromper a la gente. Había muchos confidentes», recuerda Vicuña. Carmen Torres relata cómo estableció contacto con unos carboneros, entre los que estaba un muchacho al que conocían como «Terror» (o «Tenor»), que hablaba alemán. Al final los vendió. El testimonio de Carmen Torres resulta estremecedor: «Quería casarse, pero como no tenía dinero, se vendió a los alemanes. Ese bandido había sido amigo de infancia de Ballester, al que denunció; habían nacido en el mismo pueblo, se habían sentado en el mismo banco en la escuela y fueron siempre íntimos amigos». Continúa exponiendo que los guerrilleros fueron a buscarlo para juzgarlo —lo que equivalía a una condena de muerte—, pero consiguió escapar y ponerse bajo la protección de los nazis en Carcasona. Luego fue trasladado a un campo de exterminio para que hiciera de chivato, y volvió a España antes de concluir la guerra. María Bergua, que había convertido su casa de Carcasona en punto de apoyo de la guerrilla, también recuerda a un español conocido como «El Tenor» —el mismo del que habla Carmen Torres— que facilitó el arresto de Tomás Martín, uno de los fundadores de la Brigada de Aude, y de otros muchos compañeros. La activista Secundina Barceló, que pasó por varias prisiones francesas antes de acabar en Ravensbrück, vincula su arresto a una confidencia: «Mi detención fue debida a una denuncia de alguien que estaba al corriente de mis actividades y que incluso había participado en el trabajo clandestino, pero que fue aprehendido más o menos por azar, obtuvo su libertad (según él se escapó) gracias a su buena voluntad, diciendo todo lo que sabía sobre mí y mis actividades». Pons Prades recoge la historia de López Porras, quien con su delación ocasionó importantes detenciones de enlaces y guerrilleros españoles. Había trabajado en Alemania durante 1943, luego en el 422.º GTE y terminó colaborando con los nazis; fue eliminado por los guerrilleros cuando trataba de incorporarse a un grupo de Ariège[81].

También presenta interés la relación de los españoles del exilio con una serie de minorías étnicas, alguna de las cuales —como los gitanos y los moros— confirmaban o impugnaban los tópicos que arrastraban de España. Partimos de un hecho constatado: el racismo era un sentimiento generalizado entre los españoles durante la década de los cuarenta, especialmente entre los más humildes. Los gitanos fueron uno de los grupos raciales más castigados en los Lager y también en los campos de internamiento franceses. Los testimonios sobre ellos varían en función del deponente. Pilar Claver, mientras vivía en un refugio de españolas exiliadas en Cognac, tuvo relación con ellos: «Los alemanes concentraron a muchos gitanos alemanes en una barraca que servía de enfermería. Por encima de las tablas nos veíamos con los gitanos, que con nosotros los españoles se portaron muy bien. Nos daban lechugas y lo que podían. A nosotros no nos quitaron nunca nada. Eso para nosotros resultaba muy gracioso, dada la fama que tenían». Conchita Ramos insiste en la falta de limpieza de los gitanos en el campo de exterminio: «Llegamos a Ravensbrück el 9 de septiembre. Fuimos a parar al bloque 22, el más sucio. Allí estaban las gitanas. Nada más entrar, un olor nauseabundo se nos agarraba a la garganta; era terrible. Los piojos, chinches, de todo había allí». Seguramente esa barraca, por lo que sabemos, en poco o nada se diferenciaba de las otras; pero los gitanos permitían soñar otras geografías y pensar que no estaban en el infierno nazi. Los republicanos mantuvieron por lo general unas relaciones cordiales en los campos con los judíos, aunque les molestaba el servilismo que mostraban y su fatalismo religioso, la predisposición a dejarse matar sin rebelarse. Les sucedía también con los polacos, a quienes consideraban unos measalves. La tendencia a la rebeldía de los rusos era, por contra, motivo de admiración por parte de los españoles, que los consideraban en muchos aspectos sus iguales. Conviene no obstante introducir un matiz. Posiblemente, la admiración por los soviéticos venía dada porque muchos de entre los memorialistas y supervivientes militaban en el comunismo[82].

El exilio y la Resistencia también desarrollaron una iconografía reconocible, y entre las imágenes y recuerdos que nos han legado se encuentran el tabaco, las bicicletas y los trenes. El tabaco era en aquel entonces un producto imprescindible que, por otra parte, aceleró la muerte de no pocos republicanos en su afán de cambiarlo por comida. Cuando los guerrilleros «posaban para la posteridad», lo hacían casi siempre con cigarrillo y fusil; y el cigarrillo fue compañero inseparable de un periodo que combinaba tedio y violencia. Los golpes económicos encerraban tres prioridades: dinero, pan y tabaco. La bicicleta era el instrumento de transporte por excelencia entre los resistentes. López Tovar, comandante guerrillero, no tenía dudas: «Para nosotros una bicicleta era un arma de guerra pues no podíamos circular de otra manera». En general, los españoles sustraían las bicicletas y luego los especialistas las adaptaban y disimulaban su procedencia. Algún mecánico alcanzó celebridad entre la colonia española, como Federico Amo; los trenes de mercancías transportaron a los republicanos a los campos de internamiento; se hizo célebre la leyenda «40 hombres, 8 caballos», que figuraba rotulado en los vagones. Los trenes alemanes completaron la estética ferroviaria. También las maletas, las mantas y el puño levantado forman parte de la simbología de los exiliados republicanos. Icono y obsesión de los supervivientes eran los retretes. Muchos exiliados, sobre todo quienes procedían de la España rural, no estaban acostumbrados a ellos. Pero el problema en Francia para urbanos y campesinos era la obligatoriedad de utilizarlos masivamente; para los españoles, la falta de intimidad se convirtió en un grave problema. Una pesadilla[83].

Incluso las comunicaciones, especialmente entre los comunistas, estaban estereotipadas; sobre todo entre los condenados a muerte, que repiten un esquema definido. Antes de la ejecución, Celestino Alfonso, de la guerrilla urbana parisina, se despidió por carta de los suyos: «Querida esposa, querido hijo: Voy a ser fusilado hoy, a las tres de la tarde. No reniego de mi pasado. Si volviera a empezar, sería, una vez más, el primero. Os pido tengáis mucho ánimo, que mi hijo adquiera una buena educación; entre toda la familia podéis hacerlo. Muero por Francia». Los condenados exponían sus ideas, aseguraban que volverían a repetir lo que hicieron y requerían una educación en los valores comunistas para los hijos, amén de demostraciones de valor y agradecimientos al partido. El Partido, siempre con mayúsculas, era el PCE. Pero los anarquistas hablaban siempre de la Organización, también con versales. Era la hora de las mayúsculas. Época de certezas. Tiempo de fe, aunque fuera en el progreso social.