—¿Y bien? —Nuestra compañera de clase Cynthia se había plantado ante nosotras con los brazos en jarras bloqueándonos el paso hacia el primer piso. Los alumnos, que tenían que apretujarse para pasar a nuestro lado, protestaron por el atasco, pero a Cynthia le era indiferente. Mientras retorcía entre sus dedos la fea corbata del uniforme del Saint Lennox con expresión severa, nos preguntó—: A ver, ¿cómo pensáis ir disfrazadas?
El fin de semana era su cumpleaños y nos había invitado a su fiesta de disfraces anual.
Leslie sacudió la cabeza, irritada.
—¿Sabes que cada vez te comportas de forma más rara, Cyn? Antes ya eras extraña, pero últimamente la cosa empieza a ser realmente extravagante. ¡La gente no pregunta a los invitados cómo se vestirán para su fiesta!
—¡Exacto! A ver si al final tendrás que celebrarla sola.
Traté de escabullirme discretamente hacia la escalera, pero Cynthia alargó la mano a la velocidad del rayo y me agarró del brazo.
—Cada año le doy un montón de vueltas a la cabeza para encontrar un tema interesante de verdad, y al final siempre aparece un aguafiestas que hace lo que le da la gana —dijo—. Solo hay que pensar en «El carnaval de los animales» y ¡en todos los que se clavaron una pluma en el pelo diciendo que representaban a una gallina! Sí, Gwenny, ya puedes poner cara de culpable. Sé muy bien de quién fue la idea.
—No todo el mundo tiene una madre aficionada a las máscaras de elefante de papel maché —dijo Leslie mientras yo me limitaba a murmurar fastidiada «Tenemos que ir a clase».
Me contuve para no añadir que en ese momento me importaba un pito su fiesta; pero supongo que se me debía de notar en la cara, porque, en lugar de apartarse, Cynthia me apretó el brazo con más fuerza.
—¿Y os acordáis de «La fiesta playera de las Barbies»? —Cynthia se estremeció visiblemente ante el simple recuerdo de aquella fiesta (y con razón, dicho sea de paso) y después respiró hondo antes de añadir—: Esta vez quiero ir sobre seguro. «Verde que te quiero verde» es un tema fabuloso y no dejaré que nadie me lo estropee. Para que os queda claro: la laca de uñas verde o un pañuelo verde no bastan.
—¿Te apartarías si te pusiera un ojo morado? —gruñí—. Seguro que para cuando llegue la fiesta estará verde.
Cynthia hizo como si no me hubiera oído.
—Yo, por ejemplo, iré de Eliza Doolittle, la florista victoriana. Sarah tiene un disfraz de pimiento verde genial (aunque no sé cómo lo hará cuando tenga que ir al lavabo). Gordon va de prado florido, envuelto de la cabeza a los pies en césped artificial.
—Cyn…
Por desgracia, se resistía a dejarse apartar a un lado.
—Y a Charlotte una modista le está haciendo un vestido. Pero aún es un secreto de qué irá disfrazada. ¿No es verdad, Charlotte?
Mi prima Charlotte, encajada entre un montón de alumnos de primero, trató de detenerse, pero se vio empujada escaleras arriba por la multitud.
—Bueno, en realidad no es muy difícil de adivinar. Solo os diré: tul en siete tonos de diferentes de verde. Y si todo va bien, me presentaré acompañada del rey Oberón.
Tuvo que gritar la última frase por encima del hombro, y mientras la pronunciaba me miró y sonrió de un modo extraño. Ya lo había hecho antes en el desayuno, y había faltado poco para que le tirara un tomate a la cara.
—Bien por Charlotte —dijo Cynthia satisfecha—. Viene de verde y con compañía masculina. Esos son mis invitados preferidos.
La compañía masculina de Charlotte no sería… No, imposible. Gideon nunca se pegaría unas orejas puntiagudas. ¿O tal vez sí? Miré hacía Charlotte, que se movía entre el tumulto como una reina. Se había sujetado su resplandeciente cabellera roja en una especie de peinado trenzado estilo retro, y todas las chicas de las clases inferiores la miraban con esa mezcla de aversión y admiración que solo puede provocar la pura envidia. Probablemente al día siguiente el patio de la escuela estaría invadido de encantadores peinados retro.
—Bueno, ¿de qué y con quién vais a venir? —preguntó Cynthia.
—De marcianas, oh, Cyn, la mejor de las anfitrionas que imaginarse pueda —respondió Leslie con un suspiro resignado—. Y lo de los acompañantes todavía es una sorpresa.
—Ah, muy bien. —Cynthia me soltó el brazo—. Marcianas. No es bonito, pero sí original. Cuidado con cambiar de planes, ¡eh! —Sin despedirse, se alejó en busca de su siguiente víctima—. ¡Katie! ¡Hola! ¡Espera un momento! ¡Es por lo de mi fiesta!
—¿De marcianas? —repetí yo mientras dirigía automáticamente la mirada hacia el nicho donde acostumbraba a encontrarse James, el fantasma de la escuela. Pero el nicho estaba vacío.
—De alguna manera teníamos que deshacernos de ella —dijo Leslie—. ¡Fiestas! Bah, ¿quién tiene tiempo para ocuparse de eso ahora?
—¿He oído algo de una fiesta? Me apunto.
El hermano de Gideon, Raphael, que había aparecido de repente por detrás, se coló entre nosotras dos, dándome el brazo y pasándole el otro a Leslie por la cintura como si fuera lo más natural del mundo. Llevaba la corbata anudada de un modo muy curioso. Y al fijarme con más detalle me di cuenta de que se había limitado a hacerse un nudo doble.
—Y yo que ya empezaba a pensar que a vosotros los ingleses no os iban las fiestas. No hay más que ver a qué hora cierran los pubs.
Leslie se soltó con un movimiento enérgico.
—Me temo que voy a decepcionarte, pero la fiesta de disfraces anual de Cynthia no tiene nada que ver con una fiesta de verdad. A no ser que te gusten las fiestas en que los padres vigilan el bufet para que nadie vierta alcohol en las bebidas o sobre el postre.
—Bueno, eso es verdad; pero siempre juegan con nosotros a juegos muuuy divertidos —defendí a los padres de Cynthia—. Y la mayoría de las veces también son los únicos que bailan. —Miré de soslayo a Raphael y rápidamente volví la cabeza, porque su perfil se parecía demasiado al de su hermano—. Para ser sincera, me extraña que Cynthia aún no te haya invitado.
—No, si lo ha hecho —Raphael suspiró—. Le dije que por desgracia ya había quedado. Odio las fiestas temáticas con disfraz obligatorio. Pero si hubiera sabido que vosotras también ibais…
Estaba pensando en ofrecerme a anudarle bien la corbata (las normas escolares eran bastante estrictas en ese sentido) cuando volvió a pasar el brazo por la cintura de Leslie y dijo alegremente:
—¿Le has explicado a Gwendolyn que hemos localizado el tesoro de vuestro juego de misterios? ¿Ya lo ha encontrado?
—Sí —respondió Leslie escuetamente. Y me fijé en que esta vez no se había soltado.
—¿Y cómo sigue el juego ahora, mignonne?
—En realidad no es ningún… —empecé a decir, pero Leslie me interrumpió.
—Lo siento, Raphael, pero no puedes seguir jugando con nosotras —dijo fríamente.
—¿Qué? ¡Vamos, eso no me parece muy deportivo, la verdad!
Yo tampoco lo encontraba deportivo. Al fin y al cabo, no estábamos jugando a ningún juego del que pudiéramos excluir al pobre Raphael.
—Leslie solo quiere decir que…
Leslie volvió a interrumpirme.
—Mira, resulta que a veces la vida no es nada deportiva —dijo más fríamente aún si cabe—. Puedes darle las gracias a tu hermano por eso. Como estoy seguro de que sabes, en este «juego» estamos en bandos distintos. Y no podemos arriesgarnos a que le des alguna información a Gideon, que, dicho sea de paso, es un ce… no es una persona de nuestro agrado que digamos.
—¡Leslie! —¿Se había vuelto loca o qué?
—¿Pardon? ¿Esta búsqueda del tesoro tiene algo que ver con mi hermano y los viajes en el tiempo? —preguntó Raphael parándose en seco—. ¿Y puedo preguntar qué os ha hecho Gideon en realidad?
—Ahora no te hagas el sorprendido —dijo Leslie—. Supongo que Gideon y tú hablaréis de todo.
Me hizo un giño, y yo me quedé mirándola perpleja, incapaz de reaccionar.
—¡Pues no, no lo hacemos! —gritó Raphael—. ¡Apenas tenemos tiempo para hablar! Gideon siempre está fuera, ocupado con sus misiones secretas. Y cuando está en casa, se pasa el tiempo rumiando inclinado sobre sus documentos secretos o mirando agujeros secretos en el techo. O pero aún: Charlotte se deja caer por el piso y me pone de los nervios con ese continuo ir y venir arreglando cosas. —Ponía tal cara de pena que me vinieron ganas de abrazarlo, sobre todo cuando añadió en voz baja—: Pensaba que seríamos amigos. Ayer por la tarde tuve la sensación de que realmente nos entendíamos bien.
Leslie —o tal vez debería decir «mi amiga la nevera»— se limitó a encogerse de hombros.
—Sí, ayer estuvo bien. Pero para ser sincera, apenas nos conocemos. De modo que en realidad no se puede hablar de una amistad.
—De manera que solo me has utilizado para encontrar las coordenadas —dijo Raphael, y le dirigió una mirada inquisitiva, probablemente con la esperanza de que ella lo desmintiera.
—Como ya he dicho, la vida no siempre es deportiva. —Era evidente que para Leslie se había acabado la discusión. Mi amiga me estiró del brazo y dijo—: Gwen, tenemos que darnos prisa. Hoy mistress Counter reparte los temas para las exposiciones, y no quiero tener que ponerme a investigar sobre la expansión del delta del Ganges oriental…
Me volví y miré a Raphael. Estaba muy serio y como aturdido. Cuando trató de meterse las manos en los bolsillos, descubrió que los pantalones del uniforme del Saint Lennox no tenían bolsillos.
—¡Les, mira qué has hecho! —le dije.
—… ni tampoco sobre grupos étnicos con nombre impronunciables.
La agarré del brazo, como antes Cynthia lo había hecho conmigo.
—¿Qué te pasa, cielo? —susurré—. ¿Por qué has cargado de ese modo contra Raphael? ¿Forma parte de un plan que aún no conozco?
—Solo soy prudente. —Leslie desvió la mirada hacia el tablón de anuncios—. ¡Oh, qué bien! ¡Unas prácticas nuevas, diseño de joyas! Y a propósito de joyas —se metió la mano dentro de la blusa y sacó una cadenita—, mira, llevo la llave que me trajiste de tu viaje en el tiempo como colgante. ¿No te parece guay? Les digo a todos que es la llave de mi corazón.
Su maniobra de distracción no funcionó conmigo.
—Leslie, Raphael no tiene la culpa de que su hermano sea un cerdo. Y le creo cuando dice que no sabe nada de los secretos de Gideon. Es nuevo en Inglaterra y en la escuela no conoce a nadie…
—Seguro que encontrará a un montón de gente nueva que estará encantada de ocuparse de él. —Leslie seguía mirando tercamente hacia el tablón de anuncios. En su nariz bailaban las pecas—. Ya verás como mañana me habrá olvidado y llamará mirnonne a otra.
—Sí, pero… —Y entonces vi el revelador enrojecimiento en sus mejillas y tuve una inspiración—. ¡Ahora lo entiendo! ¡Tu forma de comportante no tiene nada que ver con Gideon! ¡Solo te da miedo enamorarte de Raphael!
—Tonterías. ¡No es para nada mi tipo!
Ajá. No hacía falta que dijera más. Al fin y al cabo, yo era su mejor amiga y la conocía desde hacía una eternidad. Y, además, con su respuesta no hubiera conseguido despistar ni a Cynthia.
—Vamos, Les. ¿A quién quieres engañar? —dije riendo.
Por fin Leslie apartó la mirada de los anuncios y me dirigió una sonrisa irónica.
—¡Y qué importa si es así! Por el momento no podemos permitirnos padecer un reblandecimiento cerebral hormonal al mismo tiempo. Ya es suficiente con que una de las dos no se encuentre en plena posesión de sus facultades mentales.
—Muchas gracias.
—¡Es que es verdad! Como solamente estás preocupada por Gideon, sencillamente no eres consciente de la gravedad de la situación. Necesitas que te ayude alguien que pueda pensar con claridad, y esa soy yo. No me dejaré engatusar por ese francés, eso lo tengo muy claro.
—¡Oh, Les! —En un arranque de emoción le eché los brazos al cuello. Nadie, nadie en el mundo tenía una amiga tan maravillosa, loca e inteligente como Les—. Sería terrible que por mi culpa tuvieras que renunciar a estar felizmente enamorada.
—Ahora no vuelvas a empezar con tus exageraciones —replicó, y me sopló al oído—: Si se parece aunque solo sea un poco a su hermano, me habría roto el corazón en una semana a más tardar.
—¿Y qué? —dije dándole un cachete—. ¡Es de mazapán, y siempre se le puede volver a dar forma!
—No te burles. Los corazones de mazapán son una metáfora de la que estoy muy orgullosa.
—Sí, claro. Algún día saldrás citada en los calendarios de todo el mundo —dije—. «Los corazones no se pueden partir de ningún modo porque son de mazapán». Brillante metáfora de la eminente Leslie Hay.
—Por desgracia es falso —dijo una voz junto a nosotras.
La voz pertenecía a nuestro profesor de inglés, mister Whitman, que también esa mañana parecía demasiado guapo para ser un profesor.
«¿Y usted qué puede saber sobre la naturaleza de los corazones femeninos?», me hubiera gustado preguntarle, pero con mister Whitman era mejor contenerse. Igual que a mistress Counter, le gustaba repartir deberes extra sobre temas exóticos, y por más relajado que pareciera, sabía que también podía ser implacable.
—¿Y qué es lo que es falso, si puede saberse? —preguntó Leslie olvidando toda prudencia.
Mister Whitman nos miró sacudiendo la cabeza.
—Creía que ya habíamos comentado suficientemente las diferencias entre metáforas, comparaciones, símbolos e imágenes. Por mí podéis incluir la expresión del corazón roto entre las metáforas, pero el mazapán es claramente ¿qué?
¿A quién demonios podía interesarle aquello? ¿Y desde cuándo la clase empezaba en el pasillo?
—Un símbolo… ¿una comparación? —pregunté.
Mister Whitman asintió.
—Aunque una bastante mala —dijo sonriendo. Y luego volvió a ponerse serio—. Pareces cansada, Gwendolyn. Toda la noche tendida en la cama dando vueltas a la cabeza sin poder dormir y sin entender qué le pasa al mundo, ¿no es cierto?
¡Pero bueno! Eso no era en absoluto cosa suya, ¿no? Y también podía guardarse su tono compasivo.
Suspiró.
—Supongo que todo esto te viene un poco grande. —Empezó a jugar con el anillo que le acreditaba como miembro de los Vigilantes—. Lo que era de esperar, claro. Tal vez el doctor White debería prescribirte alguna cosa que al menos te ayudara a descansar.
Mister Whitman respondió a mi mirada de enojo con una sonrisa de ánimo antes de dar media vuelta y dirigirse al aula.
—¿He oído mal o mister Whitman acaba de proponer que me administren un somnífero? —le pregunté a Leslie—. Inmediatamente después de afirmar que tenía un aspecto horrible.
—¡Sí, seguro que eso le iría muy bien! —resopló Leslie—. Durante el día, una marioneta de los Vigilantes y, por la noche, drogada, para que no se te ocurran ideas tontas. Pero no lo permitiremos —Enérgicamente se apartó un mechón de pelo de la cara—. Le demostraremos a esa gente que te han infravalorado de una forma vergonzosa.
—¿Eh? —exclamé, pero Leslie me dirigió una mirada ferozmente decidida y anunció:
—Trazar plan maestro, en primer descanso, lavabo de las chicas.
—A sus órdenes —dije.
* * *
Lo cierto es que mister Whitman no tenía razón: en absoluto parecía cansado (lo había comprobado varias veces en los descansos en el lavabo de chicas), y extrañamente tampoco me sentía así. Después de nuestra operación nocturna en busca del tesoro me había vuelto a dormir bastante rápido y no había tenido pesadillas. E incluso es posible que hubiera soñado algo bonito, porque en los segundos mágicos entre el sueño y la vigilia me había sentido confiada y llena de esperanza. Aunque al despertarme, los tristes hechos me había devuelto a la realidad, siendo el primero de todos ellos: «Gideon ha estado simulando todo el tiempo».
De todas formas, un poco de ese estado de ánimo esperanzado había superado la prueba de la vigilia; tal vez porque por fin había conseguido dormir unas horas seguidas, o tal vez simplemente porque en mi sueño había comprendido que la tuberculosis hoy día tiene curación; o tal vez es que sencillamente mis glándulas lacrimales estaban vacías.
—¿Crees que Gideon había planeado simular que estaba enamorado de mí, pero que luego, contra su voluntad, podríamos decir, se ha enamorada de mí de verdad? —le pregunté prudentemente a Leslie mientras recogíamos nuestras cosas después de clase. Durante toda la mañana había evitado el tema para mantener la cabeza clara mientras trazábamos nuestro plan maestro, pero ahora tenía que hablar de aquello o iba a reventar.
—Sí —dijo Leslie después de dudar un momento.
—¿De verdad lo crees? —pregunté sorprendida.
—Tal vez fuera eso lo que quería decirte ayer con tanta urgencia. En las películas siempre son tan emocionantes esos malentendidos artificiales que tienen que mantener la tensión antes del final feliz y que en realidad podrían eliminarse solo con un poco de comunicación.
—¡Exacto! Es el momento en que tú siempre gritas: «¡Pero díselo de una vez, cretina!»
Leslie asintió con la cabeza.
—Pero en las películas siempre se interpone algo o alguien. El perro ha mordido el cable del teléfono, la perversa antagonista no le pasa la noticia, la madre le explica que su hija se ha trasladado a California… ¡ya sabes lo que quiero decir! —Me pasó su cepillo del pelo y me examinó con atención—. ¿Sabes?, cuanto más lo pienso, más improbable me parece que no se haya enamorado de ti.
Me sentí tan aliviada que se me empañaron los ojos de lágrimas.
—En ese caso seguiría siendo un cerdo, pero… creo que podría personárselo.
—Yo también —dijo Leslie, y me dirigió una sonrisa radiante—. Tengo rímel resistente al agua y lipgloss, ¿quieres?
Bueno, de todas formas no me haría ningún daño.
* * *
Otra vez fuimos las últimas en salir de la clase. Me sentía de tan buen humor que Leslie se sintió obligad a darme un codazo en las costillas.
—No es que quiera estropear tu entusiasmo, pero también podría ser que estuviéramos equivocadas y que hayamos visto demasiadas películas románticas.
—Sí, ya lo sé —dije—. Oh, ahí está James.
Miré a mi alrededor. La mayoría de los alumnos ya estaban saliendo, de modo que quedaban pocos que pudieran extrañarse de ver cómo le hablaba a un nicho de la pared.
—¡Hola, James!
—Buenos días, miss Gwendolyn.
Como siempre, llevaba una levita floreada, pantalones de media pierna y medias de color blanco crema. Sus pies estaban embutidos en unos zapatos de brocado con hebillas plateadas y su pañuelo del cuello estaba anudado de un modo tan artístico y complicado que era imposible que hubiera podido hacérselo él mismo. Lo más chocante era la peluca rizada, la capa de polvos en la cara y las pecas pegadas, que, por razones difíciles de entender, él llamaba «parchecitos embellecedores». Sin todos esos complementos y vestido con ropa actual, James probablemente habría podido pasar por un joven bastante atractivo.
—¿Dónde te has metido esta mañana, James? Habíamos quedado en el segundo descanso, ¿no te acuerdas?
James sacudió la cabeza.
—Odio esta fiebre. Y no me gusta este sueño; aquí es todo tan… ¡feo! —Suspiró profundamente y señalo el techo—. Me pregunto qué clase de patanes han cubierto de pintura los frescos. Mi padre pagó una fortuna por ellos. Me encanta la pastora del medio; está pintada con excepcional maestría, aunque mi madre siempre dice que debería llevar un poco más de ropa. —Con expresión malhumorada, me miró a mí y luego a Leslie, dedicando especial atención a las faldas plisadas de nuestro uniforme escolar y a nuestras rodillas—. ¡Si supiera cómo van vestidas las personas en mi sueño febril, se quedaría realmente horrorizada! Sin ir más lejos yo lo estoy. Nunca en mi vida habría pensado que podía tener una imaginación tan depravada.
Por lo visto, James tenía un día especialmente malo. Suerte que Xemerius (¡al que James odiaba!) había preferido quedarse en casa (según él, para mantener controlado el tesoro y a mister Bernhard, aunque yo sospechaba que en realidad quería volver a mirar por encima del hombro de mi tía abuela mientras leía. Por lo visto, el best-seller de la tía Maddy le tenía enganchado).
—¡Depravada! Qué cumplido más encantador, James —dije con benevolencia.
Hacía tiempo que había renunciado a explicarle a James que no estaba soñando, sino que desde hacía unos doscientos treinta años estaba muerto, porque suponía que a nadie le gusta escuchar algo así.
—Hace un rato el doctor Barrow me ha vuelto a practicar una sangría, e incluso he podido beber unos sorbos de agua —continuó—. Confiaba en soñar otra cosa esta vez, pero… en fin, aquí estoy de nuevo.
—Y yo estoy encantada de verte —repliqué cordialmente—. Te echaría mucho de menos, ¿sabes?
James se esforzó en sonreír.
—Bueno, mentiría si dijera que yo no os llevo también, de algún modo, en mi corazón. ¿Debemos continuar ahora con las clases de modales?
—Por desgracia, no tenemos tiempo. Pero podemos quedar mañana, ¿de acuerdo? —En la escalera me volví de nuevo hacia él—. Por cierto, James, ¿en septiembre del año 1782, cuál era tu caballo favorito?
Dos chicos que empujaban una mesa con un proyector por el pasillo se detuvieron, y Leslie soltó una risita cuando me preguntaron a coro: «¿Es a mí?».
—¿En septiembre del año pasado? —preguntó James—. Héctor, naturalmente. Siempre será mi caballo favorito. El alazán más soberbio que te puedas imaginar.
—¿Y cuál es tu comida preferida?
Los chicos del proyector me miraron como si hubiera perdido la cabeza. Y también James arrugó la frente.
—¿Qué clases de preguntas son esas? En este momento no tengo ningún apetito.
—Bueno, no corre prisa. Dejémoslo para mañana. Hasta luego, James.
—Me llamo Finley, pirada —dijo uno de los chicos, y el otro sonrió y dijo—: Y yo soy Adam, ¡pero, oye, no me importa que me llames James!
Les ignoré y cogí a Leslie del brazo.
—¡Fresas! —gritó James mientras nos íbamos—. ¡Mi comida favorita son las fresas!
—¿De qué iba todo eso? —me preguntó Leslie mientras bajábamos.
—Si me encuentro con James en el baile, quiero prevenirle contra el virus de la viruela —le expliqué—. Acaba de cumplir veintiún años. Demasiado joven para morir, ¿no te parece?
—Me pregunto si es correcto inmiscuirse —dijo Leslie—. Ya sabes: el destino, la predestinación y todas esas cosas.
—Sí, pero algún motivo tiene que haber para que siga merodeando por aquí como espíritu. Tal vez mi destino sea ayudarle.
—¿Y por qué tienes que ir a ese baile? —preguntó Leslie.
Me encogí de hombros.
—Supuestamente, el conde de Saint Germain lo determinó así en esos chalados Anales. Para conocerme mejor o algo parecido.
—¿O algo parecido? —dijo Leslie enarcando las cejas.
Suspiré.
—Sea como sea, el baile se celebra en septiembre de 1782, pero James no se pondrá enfermo hasta el año 1783. Si consigo prevenirle, podría, por ejemplo, irse al campo cuando estalle la enfermedad. O al menos mantenerse a distancia de ese lord no-sé-qué. ¿Por qué sonríes así?
—¿Quieres decirle vienes del futuro y que sabes que dentro de poco se infectará de viruela? ¿Y como demostración le dirás el nombre de su caballo favorito?
—Sí, bueno… El plan aún no está del todo maduro.
—Sería mejor una vacuna —dijo Leslie mientras abría la puerta del patio—. Aunque de todos modos, no creo que resulte nada fácil.
—Supongo que no. Pero ¿qué hay que sea fácil en estos días? —dije, y lancé un gemido—: ¡Maldita sea!
Charlotte se encontraba junto a la limusina que esperaba llevarme, como cada día, al cuartel general de los Vigilantes, lo cual solo podía significar una cosa: que volverían a torturarme con los minués, las reverencias y el sitio de Gibraltar, todos ellos conocimientos muy útiles para un baile en el año 1782, al menos en opinión de los Vigilantes.
Sin embargo, curiosamente todo eso me resultaba indiferente, tal vez porque ya estaba demasiado ocupada pensando en mi siguiente encuentro con Gideon.
Leslie entornó los ojos.
—¿Quién es ese fulano que está junto a Charlotte?
Señalo al pelirrojo mister Marley, un adepto de primer grado que, aparte de por su título, se distinguía sobre todo por su capacidad para ponerse rojo como un tomate. Mister Marley estaba de pie junto a Charlotte con la cabeza gacha. Le expliqué a Leslie quién era.
—Creo que Charlotte le da miedo —añadí—, pero de algún modo también la encuentra fabulosa.
Charlotte, que nos había visto, me hizo señas para que me acercara. Parecía bastante nerviosa.
—Desde el punto de vista cromático-capilar, al menos, encajan de maravilla —dijo Leslie, y me abrazó—. Mucha suerte. Piensa en todo lo que hemos hablado. Y sé prudente. ¡Y, por favor, haz una foto del tal mister Giordano!
—Giordano, Giordano a secas, si no te importa —dije imitando la voz nasal de mi profesor—. Hasta la noche.
—Ah, Gwenny, no se lo pongas demasiado fácil a Gideon, ¿vale?
—¡Por fin, ya era hora! —Me chilló Charlotte cuando llegué junto al coche—. Hace una eternidad que esperamos. Todos nos están mirando.
—Como si eso te molestara. Hola, mister Marley, ¿cómo está?
—Hummm… Bien. Hummm… ¿Y usted?
Ya estaba rojo como un pimiento. El pobre mister Marley me daba pena. Yo también tenía tendencia a sonrojarme, pero a él no solo le subía la sangre a las mejillas, sino que también las orejas y el cuello se le ponían del color de un tomate maduro. ¡Era algo horripilante!
—Magníficamente —dije, aunque me habría gustado ver la cara que ponía si hubiera contestado «hecha una mierda».
Mister Marley mantuvo la puerta del coche abierta para que entráramos; Charlotte se instaló graciosamente en el asiento trasero y yo me dejé caer en el asiento que había frente a ella.
El coche se puso en movimiento. Charlotte empezó a mirar por la ventanilla y yo me quedé contemplando el vacío, reflexionando sobre si sería mejor adoptar un aire frío y ofendido, o marcadamente amable pero indiferente, cuando me encontrar con Gideon. Me disgustaba no haberlo discutido antes con Leslie. Cuando la limusina ya subía hacia el Strand, Charlotte dejó de mirar fuera y se puso a mirarse las uñas. Luego levantó la mirada de improviso, me examinó de arriba abajo y me preguntó desafiante:
—¿Con quién irás a la fiesta de Cynthia?
Era evidente que buscaba guerra, suerte que ya estábamos llegando: la limusina giraba para entrar en el aparcamiento de la Crown Office Road.
—Bueno, aún no he podido decidirme, no sé si iré con la rana Gustavo o con Shrek, si tiene tiempo. ¿Y tú?
—Gideon quería ir conmigo —dijo Charlotte, y me observó expectante. Estaba claro que quería ver cuál era mi reacción.
—Muy amable por tu parte —dije cortésmente, y sonreí. La verdad es que no me costó demasiado, porque a esas alturas estaba bastante segura en lo que respectaba a Gideon.
—Pero la verdad es que no sé si debería aceptar su invitación —suspiró Charlotte, pero su mirada se mantuvo alerta—. Seguro que se sentirá terriblemente incómodo entre todos esos críos. Siempre se está quejando de lo ingenuos e inmaduros que son algunos adolescentes…
Durante una fracción de segundo consideré la posibilidad de que tal vez estuviera diciendo la verdad y no quisiera solo molestarme. Pero aunque fuera así, no pensaba darle la satisfacción de ver que lo que había dicho me afectaba, de modo que asentí comprensivamente con la cabeza y le respondí:
—Siempre podrá disfrutar de tu madura e inteligente compañía, Charlotte, y si eso no le basta, también puede discutir con mister Dale sobre las consecuencias fatales del consumo del alcohol entre los jóvenes.
El coche frenó y aparcó en una de las plazas reservadas ante la casa en que la sociedad secreta de los Vigilantes tenía su sede desde hacía siglos. El chófer apagó el motor y en el mismo instante mister Marley saltó del asiento del acompañante. Me adelanté a él muy poco y abrí yo misma la puerta. A esas alturas ya sabía demasiado bien cómo debía de sentirse la reina: la gente ni siquiera te cree capaz de salir sola de un coche.
Cogí la cartera, salí afuera ignorando la mano que me tendía mister Marley, y dije tan alegremente como pude:
—Y, además, diría que el verde es el color favorito de Gideon.
¡Bien! Aunque Charlotte no movió ni una pestaña, ese round había sido claramente mío. Por eso después de dar unos pasos y de asegurarme de que nadie me estaba mirando, me permití una pequeñísima sonrisa triunfal… que inmediatamente se me borró: Gideon estaba sentado al sol en la escalera de entrada al cuartel general de los Vigilantes. ¡Estúpida de mí! Estaba tan concentrada tratando de encontrar una réplica brillante para Charlotte que no me había fijado en lo que tenía alrededor. El bobo corazón de mazapán de mi pecho no sabía si encogerse de angustia o palpitar de alegría.
Cuando nos vio, Gideon se levantó y se dio unas palmaditas en los vaqueros para sacudirse el polvo. Aminoré el paso mientras trataba de decidir cómo debía comportarme frente a él. Con el labio inferior temblándome, seguramente la representación de la variante «amable pero marcadamente indiferente» no sería demasiado creíble. Y por desgracia, ante la imperiosa necesidad que sentía de lanzarme a sus brazos, tampoco la variante «fría por enfado más que justificado» parecía realizable. De modo que me mordí el labio inferior y traté de adoptar una expresión lo más neutra posible. Al acercarme vi con cierta satisfacción que también Gideon se mordía el labio inferior y además parecía bastante nervioso.
Aunque iba sin afeitar y daba la impresión de que se había limitado a peinarse los rizos castaños con los dedos, si es que lo había hecho, de nuevo me sentí fascinada al contemplarle. Me detuve al pie de la escalera, indecisa, y durante unos segundos los dos nos miramos directamente a los ojos, hasta que él desvió la mirada hacia la fachada de la casa de enfrente y la saludó con un «Hola». En todo caso, yo no me sentí interpelada, pero Charlotte, en cambio, pasó a mi lado, subió los escalones, le pasó el brazo por el cuello y le besó la mejilla.
—¡Eh!, hola —dijo.
Tengo que admitir que ese saludo era mucho más elegante que quedarse petrificada mirándole estúpidamente con los ojos abiertos de par en par.
Mi conducta, por lo visto, había sido interpretada por mister Marley como una señal de debilidad, porque me preguntó:
—¿Quiere que le lleve la cartera, miss?
—No, gracias, puedo yo.
Hice de tripas corazón, agarré la cartera con fuerza y me puse en movimiento. En lugar de echarme el pelo hacia atrás y pasar rápidamente junto a Gideon y Charlotte con la mirada fija al frente, subí por la escalera con la energía de un caracol reumático. Posiblemente, Leslie y yo nos habíamos pasado de la raya con lo de las películas románticas, pensé. Pero justo en ese momento Gideon apartó a Charlotte y me cogió del brazo.
—¿Puedo hablar un momento contigo, Gwen? —preguntó.
Casi se me doblaron las rodillas del alivio.
—Claro.
Mister Marley iba cambiando el peso del cuerpo de una pierna a otra, impaciente por seguir adelante.
—Ya vamos con un poco de retraso —murmuró, y las orejas se le encendieron.
—Tiene razón —susurró Charlotte—. Gwenny tiene clase antes de elapsar y ya sabes cómo se pone Giordano cuando le hacen esperar. —No sé cómo pudo conseguirlo, pero su risa argentina sonó realmente auténtica—. ¿Vienes, Gwenny?
—Estará ahí dentro de diez minutos —dijo Gideon.
—¿No podéis dejarlo para más tarde? Giordano es…
—¡He dicho que dentro de diez minutos!
El tono de Gideon superó la frontera entre la buena y la mala educación, y mister Marley parecía francamente asustado. Y yo también, supongo.
Charlotte se encogió de hombros.
—Como quieras —dijo, y echó la cabeza hacia atrás alejándose muy digna. A ella sí que le salía perfecto. Mister Marley la siguió rápidamente.
Después de que los dos hubieran desaparecido en el vestíbulo, Gideon pareció haber olvidado lo que quería decirme. Volvió a mirar fijamente la estúpida fachada de la casa de enfrente y se frotó la nuca con la mano como si tuviera una contractura. Finalmente los dos cogimos aire al mismo tiempo.
—¿Cómo va tu brazo? —pregunté, y en el mismo instante Gideon dijo:
—¿Te encuentras bien?
Los dos sonreímos, y Gideon contestó:
—Mi brazo va de maravilla.
Por fin volvió a mirarme. ¡Oh, Dios mío! ¡Esos ojos! Se me volvieron a aflojar las rodillas y me alegré de que mister Marley no estuviera allí.
—Gwendolyn, siento muchísimo todo esto. Yo… me he portado de un modo totalmente irresponsable sin que te lo merecieras. —Parecía tan desgraciado que casi no lo podía soportar—. Anoche te llamé unas cien veces al móvil, pero siempre estaba ocupado.
Pensé en sí no debería zanjar el asunto lanzándome directamente a sus brazos; pero Leslie había dicho que no debía ponérselo demasiado fácil, de modo que me limité a enarcar las cejas y esperé a que siguiera.
—No quería hacerte daño, por favor, créeme —dijo con voz ronca—. Parecías tan terriblemente triste y decepcionada anoche…
—Tampoco fue tan malo —dije en voz baja (una mentira disculpable, en mi opinión; tampoco iba a refregarle por las narices las lágrimas vertidas y mi urgente deseo de morir de tuberculosis)—. Solo estaba… me dolió un poco… —¡de acuerdo, esa sí que era la mentira del siglo!— tener que pensar que por tu parte todo había sido fingido: los besos, tu declaración de amor…
Me callé, un poco cortada.
Gideon parecía aún más desolado que antes si cabe.
—Te prometo que nunca volverá a pasar algo así.
¿Qué quería decir exactamente? No acababa de entender adónde quería ir a parar.
—Bueno, claro ahora que lo sé, ya no funcionaría —dije en un tono un poco más enérgico—. Entre nosotros, el plan, de todos modos, era una estupidez. Las personas enamoradas no son más fáciles de influenciar que las otras. ¡Al contrario! Con todas esas hormonas se sabe qué será lo siguiente que hagan. —Yo era el mejor ejemplo de ello.
—Pero por amor se hacen las cosas que de otro modo nunca se harían. —Gideon levantó la mano, como si quisiera acariciarme la mejilla, pero enseguida la dejó caer de nuevo—. Cuando se quiere a alguien, de repente el otro es más importante que uno mismo —Si no le hubiera conocido, habría dicho que estaba a punto de echarse a llorar—. Uno se sacrifica por el otro…: supongo que eso es lo que el conde quería decir.
—Pues yo creo que el buen hombre no tiene ni idea de lo que habla —dije con desdén—. Si me lo preguntas, te diré que el amor no es precisamente su especialidad, y sus conocimientos de la psique femenina son… ¡deplorables!
«Y ahora bésame, quiero saber si la barba pica».
Una sonrisa iluminó el rostro de Gideon.
—Tal vez tengas razón —dijo, y respiró hondo, como si se hubiera sacado un gran peso de encima—. En todo caso, estoy contento de que lo hayamos aclarado. En adelante podremos seguir siendo buenos amigos, ¿verdad?
¡¿Cómo?!
—¿Buenos amigos? —repetí estupefacta. De repente tenía la boca seca.
—Buenos amigos que saben que pueden confiar el uno en el otro —dijo Gideon—. Y ahora más que nunca es muy importante que confíes en mí.
Hasta el cabo de uno o dos segundos no se abrió paso en mi mente la idea de que, en algún momento de esa conversación, los dos habíamos tomado caminos diferentes. Lo que Gideon había tratado de decirme no era: «Por favor, perdóname, te quiero», sino «¿Por qué no podemos seguir siendo buenos amigos?». Y cualquier idiota sabe que son dos cosas totalmente distintas.
Eso significaba que él no se había enamorado de mí.
Significaba que Leslie y yo habíamos visto demasiadas películas románticas.
Significaba…
—¡Cerdo asqueroso! —grité, presa de una rabia ciega e incontrolable; estaba tan furiosa que me costaba articular palabra—. ¡Cómo se puede ser tan desgraciado! Un día me besas y me aseguras que te has enamorado de mí, y al siguiente dices que sientes ser un asqueroso embustero pero que quieres que confíe en ti.
Gideon comprendió que habíamos estado hablando cada uno de cosas distintas, y la sonrisa desapareció de su rostro.
—Gwen…
—¿Sabes qué te digo? ¡Que me avergüenzo de cada una de las lágrimas que he derramado por ti! —Quería decirlo a gritos, pero fracasé estrepitosamente—. ¡Y no creas que han sido tantas! —alcancé a vociferar.
—¡Gwen! —Gideon trató de cogerme la mano—. ¡Oh, Dios mío! Lo siento tanto. Yo no quería… ¡por favor!
¿Por favor? Le miré furiosa. ¿No se daba cuenta de que solo lo estaba empeorando aún más? ¿Creía que con esa mirada de cordero degollado iba a cambiar algo? Quise dar media vuelta, pero Gideon me retuvo por la muñeca.
—Gwen, escúchame. ¡Nos esperan tiempos difíciles, y es importante que nos mantengamos unidos tú y yo! Yo… me gustas de verdad y quiero que… —confiaba en que no fuera a soltarme otra vez la maldita frasecita, pero eso fue justamente lo que hizo— seamos amigos. ¿No lo comprendes? Solo si podemos confiar el uno en el otro…
Me solté bruscamente.
—¿De verdad crees que voy a querer tener por amigo a alguien como tú? —Había vuelto a recuperar mi voz, y esta vez sonó tan fuerte que las palomas del tejado salieron volando—. ¡No tienes ni idea de lo que significa la amistad!
Y de pronto todo resultó muy fácil: me eché el pelo hacia atrás con un movimiento enérgico, me di media vuelta y me marché caminando con paso decidido.