El día en que el interventor del banco, que trabajaba en el periódico local, le encargó a Robert, habida cuenta de su procedencia de la clase culta londinense, que escribiera una pequeña reseña laudatoria sobre la reciente construcción del nuevo campanario de la iglesia de Carson City, sobre los orígenes del estilo local ahí reflejados, las posibles influencias recibidas de la arquitectura contemporánea, los mecanismos de perfecta ingeniería que había tras el inmenso reloj de agujas de neón, la tradicional sustentación del mismo por pilares apoyados en el tambor, los tonos pastel de las cuatro caras, y el pararrayos radiactivo que la culminaba emitiendo partículas alfa a tal efecto coloreadas, ese día, decíamos, nadie supuso que Robert se encerraría en la cabina de su avioneta 3 días y 3 noches, quieto en el silencio metálico del hangar, con las manos sobre los mandos y la vista fijada en el horizonte artificial del panel de control, sin comer y apenas beber, sin admitir visitas y mucho menos sugerencias, para al final no entregar nada a la imprenta, y dirigirse directamente a su ventanilla del banco y decirle al primer cliente de la mañana:
Es cierto, hay algo más terrible que la muerte de una esposa: la carretera de línea discontinua que penetra en un pantano hacia un pueblo sumergido. [PAUSA] La rebaba que dibuja el agua donde termina el asfalto.
No es que el evento posea certeza alguna o clave de una ley universal, de hecho, es un acontecimiento que nunca saldrá en los libros de historia, es solamente la sensación sin probabilidad de equivocación de que en ese momento el mundo no cambió nada, y que en eso consiste la esterilidad humana.