Robert, originario de Londres, ciudad de la que se separó en la primera juventud, es el único habitante de la ciudad de Carson City que tiene una avioneta. Pero aparte, en general, los objetos son unas cosas rarísimas: si los acercamos mucho a nuestro campo de visión, por ejemplo con un microscopio, se convierten en estructuras simples, totalmente organizadas y con una geometría matemáticamente tratable. Después, si nos alejamos lo suficiente, entramos en el orden de magnitud del día a día, donde tales objetos se solapan y mezclan para conformar un paisaje de geometría compleja y cotidiana, impura y difícilmente analizable, de la que sólo las teorías del caos y otras afines consiguen dar buena cuenta: es la escala humana. Y si nos alejamos más, como puede ser el caso de la visión de la Tierra desde un avión, volvemos a verlo todo asombrosamente simple y organizado, con una geometría muy parecida a aquella vista al microscopio. Desde la avioneta, Robert ya tiene confeccionada toda una clasificación de figuras urbanas y paisajísticas inspiradas en la Guía de Campo de la Con-Urbación de Dolores Hyden. El oficio de Robert es bancario, de ventanilla, también casi microscópica, pero los fines de semana coge el cacharro de una hélice y sale a sobrevolar Nevada con el único propósito de extasiarse en toda esa geometría urbano-humana que hasta ahora carecía de análisis y cabal clasificación. Para Robert, de entre todas las construcciones que caen dentro del estudio de la Con-Urbación, una de las más bellas son los asentamientos urbanísticos elaborados con cubresuelos, edificaciones, según se definen en la Guía, baratas y fáciles de derruir, a menudo unidades de almacenamiento, que se montan para generar ingresos antes de que las promotoras puedan abordar un proyecto más ventajoso económicamente. Nadie pasea por sus aceras teóricas. Ve jugar a unos niños. Se conmueve. Ve una difunta tienda de Toys «R» Us a la que ha incluido dentro de los toad (sapos): lugares obsoletos, abandonados o derruidos, según la definición ortodoxa de la misma Guía. Hace pocas semanas descubrió al sur, en Porter City, lindando con Arizona, la mayor área de no consecución del Estado, o lo que es lo mismo, un área de contaminación urbanística imposible de eliminar y cuya única salida hacia el orden es dejar que crezca sola hacia el caos. También le atraen las McMansiones, inmensas casas unifamiliares prefabricadas, distribuidas en aparente azar; cada tejado es de un color diferente, y así desde el cielo cada conjunto de McMansiones dibuja su propia y premeditada bandera. Todo está bien calculado, piensa. Pero lo que más le fascina son las privatopías, urbanizaciones, de lujo o no, en las que los residentes aceptan restricciones que llegan a extremos casi carcelarios con tal de preservar su seguridad. Hay algo en ellas de seductora autodestrucción controlada. Sun City es una de estas privatopías, que sobrevuela con la avioneta lo más alto que le es posible. Casas prácticamente idénticas dispuestas en perfectos anillos concéntricos que a Robert se le antojan los del tronco de un árbol. Con la única diferencia de que en éstas el anillo más exterior es el primero en hacerse y ya no se mueve de su sitio, y el resto se van construyendo hacia dentro; cuando se llega al centro, el proceso urbano toca a su fin y los habitantes se mudan a otro lugar en el que se construye una nueva Sun City, y así, como un orgánico sol, Sun City se mueve. Sus calles son estrictamente circulares, y el tamaño del complejo es tal, 27 km de diámetro, que si vas por uno de los anillos más exteriores no notas que describes un círculo. Más al centro, conducir es un mareo. Robert sueña con algún día tener el arrojo de irse a vivir a cualquiera de estas privatopías, dan movilidad, piensa, y la posibilidad de elegir, de mudarse, así como la intimidad en otro tiempo sólo reservada a los ricos. El recuerdo más vivo de todos los que conserva de Europa: las casas adosadas del Londres Victoriano, hoy icono y orgullo de esa ciudad, que cuando fueron construidas en 1915 también fueron objeto de burla. [Aparte, tiene otro: como la aviación nunca bombardea los parques, cuando Londres era atacado cogía un litro de leche y se iba a Hyde Park a sentarse en un banco por la noche a beberlo y ver esos fuegos artificiales en el cielo. Lo que ocurre es que miente porque en la 2.ª Guerra Mundial él aún no había nacido.]